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Noughts and Crosses publicado por primera vez por Doubleday (Gran Bretaña) en 2001
Noughts and Crosses, edición de Corgi, publicada en 2002
Copyright © Oneta Malorie Blackman, 2001
Copyright © Oneta Malorie Blackman, 2006
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright,
bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella
mediante alquiler o préstamo público.
O X
Pero tú no les creas.
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O Dos. Callum
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O Cuatro. Callum
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X Cinco. Sephy
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X Siete. Sephy
Las olas acariciaban la orilla. Era una preciosa noche otoñal, un her-
moso colofón para una jornada nefasta. No recordaba haberme
sentido nunca tan abatida, tan desdichada. Callum estaba sentado
junto a mí, pero era como si se encontrase arrellanado en la Luna.
«¿No piensas decir nada?», pregunté sin esperanza de obtener
respuesta.
«¿Qué te gustaría que dijera?»
«Te he pedido disculpas», respondí, intentándolo de nuevo.
«Ya lo sé».
Escruté el impenetrable y adusto perfil de Callum. Y era culpa
mía. Eso podía llegar a entenderlo, pero no el motivo.
«Es sólo una palabra, Callum».
«Sólo una palabra...», repitió Callum lánguidamente.
«A palabras necias... Es una palabra, Callum, sólo eso», im-
ploré.
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O Ocho. Callum
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O Diez. Callum
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O Doce. Callum
X Trece. Sephy
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O Catorce. Callum
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X Quince. Sephy
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«Callum, espera».
Era el final de otro pésimo día de escuela en el que la lección
más obvia que había aprendido era lo mucho que las Cruces nos
despreciaban. Intenté decirme que sólo unas cuantas Cruces me
habían atacado; no eran todas, ni mucho menos, pero eso no ayu-
dó demasiado. Lo cierto es que las demás Cruces tampoco habían
intentado ponerle freno.
«Callum, un momento. ¡Espera!»
Me di la vuelta y vi a Shania corriendo hacia mí con su mochila
balanceándose en el costado.
«¿Qué pasa?»
«¿Te has enterado?», dijo Shania jadeando.
«¿Enterarme de qué?»
«De lo de Sephy».
«¿Qué ocurre con Sephy?»
«Le han dado una paliza», dijo Shania con deleite. «La han en-
contrado llorando en los lavabos de chicas, los que quedan junto a
la biblioteca».
Se me paró el corazón. Lo juro. Sólo por un segundo, pero dejó
de latir. Miré a Shania y no podría haber pronunciado palabra
aunque me hubiese ido la vida en ello.
«¡Le está bien empleado!», exclamó Shania con regocijo.
«Por venir a nuestra mesa y actuar como si fuese la reina de
Saba».
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X Diecisiete. Sephy
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O Dieciocho. Callum
¡Matemáticas! ¡Eso era algo que yo era capaz de hacer! Algo en este
mundo que podía comprender. La señora Paxton ya me había lle-
vado a un lado y me había anunciado que probablemente pasaría
al curso superior después de las vacaciones de Navidad. La señora
Paxton era uno de los pocos profesores Cruces que no me trataba
como basura pegada a la suela de sus zapatos. Y me había ofrecido
una tutoría extra a la hora de comer o a primera hora de la maña-
na si así lo deseaba. Me hallaba resolviendo la última pregunta de
mi hoja de ecuaciones de segundo grado cuando una extraña olea-
da se extendió por el aula. Levanté la cabeza.
Era Sephy.
Mi corazón dio un brinco, como si estuviese botando en una
cama elástica. Sephy había vuelto. Habían sido cinco días sin ver-
la. Cinco días enteros sin saber de ella. Tenía buen aspecto. Quizá
una mejilla algo hinchada, pero por lo demás estaba igual que an-
tes. Salvo sus ojos. Miraba a todas partes, pero nunca directamen-
te a mí.
«Bienvenida otra vez, Persephone», dijo la señora Paxton ama-
blemente.
«Gracias», respondió Sephy con una sonrisa fugaz.
«Toma asiento». La señora Paxton se volvió hacia la pizarra.
Sephy miró en derredor, al igual que los demás. El único sitio
libre estaba junto a mí. Sephy me miró, y apartó la vista al instan-
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X Diecinueve. Sephy
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O Veinte. Callum
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O Veintidós. Callum
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X Veintitrés. Sephy
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O Veintiséis. Callum
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X Veintisiete. Sephy
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O Veintiocho. Callum
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O Treinta. Callum
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Era tarde por la noche, más de las once. Estaba tumbado encima
de la cama intentando que todo lo que me había dicho la señora
Paxton cobrara sentido. La madre del señor Jason era un cero...
Algo se me escapaba. La señora Paxton estaba muy segura de
que el señor Jason estaba de mi lado, pero cada vez que me mi-
raba...
Me odiaba.
Estaba seguro. Estaba casi seguro. Quizá sólo era una paranoia,
tal vez sólo me estaba comportando como un cobarde, asumiendo
que cada Cruz era un enemigo para poder proferir «¡te lo dije!» si se
presentaba la ocasión. Pero la señora Paxton no era mi enemiga y
era evidente que Sephy tampoco. Me froté la frente. Mis pensamien-
tos se desencadenaban con tanta rapidez que empezaba a sentir un
dolor de cabeza espantoso. Ya no estaba seguro de nada.
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Querido Callum,
No es una carta fácil pero quería que todos supierais la verdad. A
estas alturas, si tengo mucha suerte y Dios es bueno conmigo, ya no
estaré por aquí. Estoy cansada y quiero escapar, es tan sencillo como
eso. He intentado pensar en la mejor manera de hacerlo y creo que lo
más fácil es ponerse delante de un autobús, un tranvía o un tren. ¡Un
coche es una lotería! ¡Mira! Junto al sentido del humor me ha vuelto
la cordura. Puedo vivir de nuevo con mi cordura. Lo que no soporto
es la vuelta a la realidad.
Intentaré que parezca un accidente para que papá y mamá no sien-
tan vergüenza, pero quería que tú supieras la verdad. Ya no me aver-
güenzo de quién soy pero no quiero vivir en un mundo donde lo que soy
no es suficiente, donde nada de lo que haga va a bastar porque soy un
cero, siempre lo seré y nada puede cambiarlo. Espero que Sephy y tú
tengáis más suerte que Jed y yo, si es lo que quieres. Cuídate. Y, aunque
la vida te dé la espalda, tienes que ser fuerte. Sé fuerte por los dos.
Con todo mi amor,
Lynette
Lynny...
Me quedé mirando la carta entre mis manos. Las palabras se
nublaban y nadaban ante mí. No hacía falta que lo leyera una se-
gunda o tercera vez. Con una me bastaba. Arrugué la carta y la
estrujé hasta hacerla más y más pequeña. La apreté tanto como me
oprimía el corazón. Me senté en una quietud absoluta durante un
minuto, o una hora, no sé cuánto. Suficiente para que el dolor de
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O Cuarenta. Callum
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Sólo hacía tres años que la madre de Callum había trabajado para
la mía. Tres cortos años. Tres años que habían transcurrido como
tres minutos para mí, pero entrar en la casa de Callum había sido
como meterme en una habitación llena de desconocidos. Recor-
daba a su madre y a su padre con suma nitidez, pero lo que recorda-
ba no tenía nada que ver con la realidad. No me habían querido
ahí. Ninguno. Con todo lo que estaba pasando mi madre, quería
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¡Minnie leía una de esas revistas con artículos del tipo «diez mane-
ras de conseguir a tu chico», que son increíble y tediosamente
aburridas! Pero tiene dieciséis años (dos más que yo), así que su-
puse que mi afición potencial a esas cosas era sólo cuestión de
tiempo. Ahora, sin embargo, tenía otros asuntos en la cabeza. Me
humedecí los labios, nerviosa.
«Minnie, ¿qué vamos a hacer?»
«¿A qué te refieres?»
Mi hermana, o era tonta o se lo hacía.
«A mamá. Está bebiendo más», dije.
«Sólo está limando asperezas». Minnie esbozó una sonrisa iró-
nica al repetir la frase que utilizaba mamá cada vez que intentába-
mos sacar el tema de la bebida.
«Pues como las lime mucho no tendrá que andar para ir a los
sitios, se va a deslizar sola», gruñí.
«Díselo tú», me retó Minnie.
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Acabamos de comer y, por una vez, el trance pasó sin mucho pe-
sar. Jude había bajado de los cielos, y sólo Dios sabía cuánto hacía
que no comíamos juntos, lo que ya era algo. Mamá se enfrascó en
conversaciones sin trascendencia, contándonos los planes de to-
dos los vecinos, familia y amigos. Por otro lado, Jude se mantuvo
fiel a su actitud efervescente e ingeniosa y no dijo ni una palabra.
Tampoco pareció que a nadie le importara que yo tampoco tuvie-
ra mucho que decir. Antes de tragar el último bocado, solté el cu-
chillo y el tenedor en el plato y me levanté de un salto. Cogí la
chaqueta del respaldo del sofá y me encaminé hacia la puerta.
«¿Adónde vas?», me preguntó mamá con una sonrisa.
«Al centro comercial».
Jude dio un brinco de gato. «Tú no vas a ningún lado».
Fruncí el ceño. «Iré adonde me dé la gana. ¿Desde cuándo te
importa adónde vaya?»
«Callum, no vayas ahí. Hoy no», dijo Jude, nervioso.
«¿Jude?» Mamá se levantó despacio.
La atmósfera del salón se volvió tensa y expectante, como una
niebla helada.
«¿Por qué no puedo ir?», le pregunté a mi hermano.
No contestó.
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O Cincuenta. Callum
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O Setenta. Callum
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Querida Sephy,
Me resulta muy difícil escribir esta carta. La he empezado y des-
cartado una y otra vez. Éste es el décimo borrador.
Querida Sephy,
Voy a ir directo al grano. No sé cómo te las ingeniaste y recaudaste
todo ese dinero para ayudar a mi padre, pero te adoro por ello. Nuestra
abogada, Kelani Adams, está de nuestro lado. Tanto es así que el juez
ha amenazado dos veces con detenerla por desacato a los tribunales.
No sé cómo, pero algún día, de algún modo, te compensaré por
todo. Sólo quiero que sepas que siempre estaré ahí...
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O Ochenta. Callum
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Dios mío,
Por favor deja en paz a la familia de Callum. No eres tú, ¿verdad?
Perdona. No tiene nada que ver contigo. Parece más obra del diablo.
Quizá el odio tampoco tenga nada que ver con el demonio. Quizá es
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Querido Callum,
Te iba a llamar pero sabía que me cohibiría y nunca diría lo que
de verdad quería que supieras. Así que te lo escribo todo. He reflexio-
nado mucho sobre lo nuestro y creo que he encontrado la forma de
que los dos nos alejemos de toda esta locura. Tú tienes dieciséis años
y yo casi quince, así que no me vengas con que soy demasiado joven o
alguna tontería del estilo. Lo único que te pido es que leas la carta con
una mentalidad abierta.
Creo que deberíamos huir juntos. A algún lugar. Al que sea,
solos tú y yo. Para siempre. Antes de que tires esta carta a la basu-
ra quiero decirte que no me he vuelto loca. Sé que lo que digo es lo
correcto. Quiero estar contigo y sé que tú también deseas estar con-
migo. No te voy a prometer amor eterno porque lo odias, pero si no
nos vamos ahora algo me dice que nunca lo haremos. No estoy
hablando de que nos convirtamos en amantes ni nada parecido.
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O Noventa. Callum
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Querida Sephy,
Sé que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos
y probablemente ni siquiera me recuerdes ya. Pero, si lo haces, po-
dríamos reunirnos esta noche sobre las nueve en nuestro lugar espe-
cial. Es muy importante, aunque entenderé que no puedas ir. Dos,
casi tres años, es mucho tiempo. Toda una vida.
C.
¿Para qué quería verme? ¿Por qué era importante? Todos los
sentimientos que creía haber desenterrado hacía años volvieron a
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Papá,
Me han ordenado leer esta nota. Me han secuestrado, y mis capto-
res dicen que nunca volverás a verme a menos que hagas exactamen-
te lo que te indiquen. Las instrucciones irán en el sobre junto con este
vídeo. Tienes veinticuatro horas para seguir sus instrucciones al dedi-
llo. De lo contrario, me matarán. Si acudes a la policía o se lo cuentas
a alguien, moriré. Los secuestradores conocerán todos tus movimien-
tos y las personas con las que hables. Si quieres volver a verme, por
favor, haz lo que te digan.
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¡Otra vez no! Llegué por los pelos al cuarto de baño, y hundí la
cabeza dentro del inodoro para vomitar lo que parecía buena par-
te del ácido de mi estómago. Eran las siete de la mañana y acababa
de despertarme, así que tenía el estómago completamente vacío. Y
vomitar con el estómago vacío era mucho peor que hacerlo con el
estómago lleno. El ácido me provocó un picor en la nariz y trajo
un sabor amargo y desagradable a mi boca. Era la quinta mañana
consecutiva que me desvelaba sintiéndome como las sobras del
pavo de la última Navidad.
No me levanté hasta que estuve razonablemente segura de que
podría ponerme en pie. Me cepillé los dientes e hice gárgaras du-
rante un minuto con elixir bucal. Pero aún me encontraba fatal.
Salí del dormitorio y bajé las escaleras, sintiendo verdadera lásti-
ma de mí misma. Como si lo que me había ocurrido en las últimas
cinco semanas no fuera suficiente, ahora había contraído un virus
estomacal. Las últimas cinco semanas...
Una vez que recuperé la conciencia, parecía que todos los mé-
dicos del hemisferio norte me hubiesen pinchado y me hubiesen
sometido a una prueba humillante tras otra hasta que me sentí
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Está ahí fuera. No necesito verle para saber que está ahí fuera. Está
en el jardín de rosas, justo debajo de mi ventana. Lo noto. Puedo
notarlo. Siento un cosquilleo que recorre todo mi cuerpo, tengo la
boca seca y mi estómago no deja de dar brincos ¿Qué debería ha-
cer? ¿Qué hago si me dice lo mismo que mamá y papá?
Ve a verle, Sephy. Te lo debes a ti misma. Se lo debes a él.
Ve a verle.
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La trampilla se abre.
«¡Te quiero, Callum!», grito frenéticamente.
Cae como una roca. Las palabras fenecen en mis labios.
No hay sonido alguno, excepto el crujir de la cuerda mientras el
cuerpo de Callum se bambolea de un lado a otro.
¿Me habrá oído? No lo sé. Ha debido de oírme. ¿Ha dicho que
él también me quería? Tal vez fueran imaginaciones mías. No es-
toy segura. No lo sé.
Dios mío, por favor, que me haya oído. Por favor.
Por favor.
Si estás ahí arriba.
En algún lugar.
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