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Ley de Vida
Ley de Vida
Como tema o asunto controvertido, creo que puede resultar interesante aportar
algunos datos de los denominados objetivos sobre la eutanasia. Así, aunque
casi siempre que se habla de la estadística y de los datos se dice que son
“fríos”; sin embargo, la información que nos ofrecen pocas veces se puede
refutar, en el sentido de que, como decía A. Comte 1, el todo supone más que la
suma de las partes y que, por otro lado, no tenemos otra forma de saber lo que
opina o piensa ese todo si no es a través de los métodos de investigación
social y, más concretamente, por medio de las técnicas de muestreo y
encuestas.
Dicho lo cual, quiero remitirme a los datos de una encuesta muy reconocida y
cuya validez empírica está fuera de toda duda. Me estoy refiriendo a la
Encuesta Mundial de Valores, o World Values Survey, originariamente realizada
sobre un total de 43 países, que representan el 70% de la población mundial, y
en la cual se incluyeron estados con grandes diferencias en sus niveles de
desarrollo económico, estructuras políticas y sistemas culturales (desde
sociedades con rentas per cápita anuales de 300 dólares hasta aquellas que
disfrutan de rentas cien veces mayores, así como democracias de larga
tradición con economías de mercado y estados autoritarios). Desde su puesta
en marcha (1990-1991), se vienen realizando sucesivas oleadas cada cinco
años. En España, además de estar incluido como país, también existen
1
Auguste Comte: Discurso sobre el espíritu positivo. Alianza Editorial, Madrid, 1984
1
ediciones a nivel autonómico de dicha encuesta mundial de valores,
concretamente en Galicia y Andalucía; siendo que la edición gallega, dirigida
por el Profesor y Catedrático de Universidad José Luis Veira, es la fuente de
información empírica a la que voy a referirme en primer lugar.
2
esta población, fueron la homosexualidad, el divorcio y la eutanasia; mientras
que los otros dos tercios restantes de cuestiones se rechazaron
mayoritariamente, si bien en los casos de la prostitución y el aborto nos
encontramos una oposición menos rotunda o, dicho de otro modo, más dividida
la opinión pública al respecto.
Como se suele decir, para muestra un botón, puede que el referirnos tan solo a
Galicia parezca escaso o insuficiente, dada la magnitud del tema que tratamos.
Además, puede que estos datos no parezcan lo suficientemente contundentes.
Por ello quiero referirme también a otro estudio recientemente publicado (julio
2006): La percepción generacional, los valores y las actitudes de los jóvenes.
Según el Instituto de la Juventud (Injuve), responsable del trabajo, al preguntar
a los chicos y chicas de 15 a 29 años de España sobre la eutanasia, se ha
comprobado que tres de cada cuatro jóvenes son favorables a ayudar a morir a
un enfermo incurable que lo solicite, frente a un 15% que se muestra contrario.
Es decir, si antes veíamos una postura popular favorable a la eutanasia en una
sociedad como la gallega, si nos fijamos en las nuevas generaciones, los
3
hombres y las mujeres de mañana, al menos en nuestro país, como colectivo o
en su conjunto no parecen tener muchas dudas a este respecto.
Lo que pretendo plantear con estos datos sobre el tema que nos ocupa, el de la
eutanasia, no es otro que el manido debate del divorcio entre lo que la gente
piensa y/o siente y lo que el legislador y/o otros poderes fácticos mandan u
ordenan. Si bien sabemos que no todo lo que la mayoría opina o prefiere puede
convertirse en artículo de ley, tampoco creo que estemos ante un caso en el
que los poderes deban estar por encima o en contra del sentir o pensar común.
Ya sabemos que, si por ellos fuera, a los pequeños les estaríamos alimentando
siempre con golosinas, pues ésta sería su opción mayoritaria. O, sin irnos tan
lejos, si a todo el mundo le preguntásemos cuantas vacaciones le gustaría
disfrutar, aquí no trabajaría nadie. Quiero con ello decir que no siempre la razón
viene impuesta desde el punto de vista numérico o cuantitativo, ya que otros
elementos de juicio pueden tener un peso mayor (en el caso de la comida de
los niños su salud o en el de los trabajadores el sustento). Por eso no voy a
utilizar el peso mayoritario de la opinión pública sobre la eutanasia como
argumento irrefutable sino, más bien, para llamar la atención sobre el sentir
mayoritario o general a este respecto. Lo que, unido a otros muchos
argumentos expuestos a lo largo de esta misma obra, va dejando pocos
resquicios lógicos y/o racionales a aquellos que, bien a nivel particular o
siguiendo alguna doctrina o norma, se oponen a la misma. Porque también
sabemos que muchas veces las normas, leyes y/o dogmas no obedecen a la
lógica, y si no que se lo pregunten a todos esos muertos por las guerras,
inquisiciones y demás.
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en general. Si bien habría que indicar que esta oposición no es uniforme o
unívoca, ya que los motivos de unos son muy diferentes de los de otros a la
hora de rechazar la eutanasia. Así, mientras los gobernantes se debaten entre
los vericuetos jurídicos y legales cuando se trata el tema; según creo e
intentando resumirla, su postura se caracteriza por cierta inercia al inmovilismo
y reticencia a modificar marcos normativos ya existentes. Recuérdese que
nuestra actuales normas de derecho, básicamente, todavía provienen de la
época romana, lo que nos puede dar una idea de la lenta evolución social en
este terreno, sobre todo en lo que se refiere a temas polémicos como es éste.
Por su parte, los argumentos y posturas religiosas (más inmovilistas todavía
que las anteriores) se basan en sus principios, en sus doctrinas, en sus
interpretaciones de la verdad, de la llamada ley divina y de lo que está bien y lo
que está mal.
Lo que pasa es que, una vez más, ambos están equivocados. Simple y
llanamente porque es una cuestión estrictamente personal, un derecho
individual, de nadie más, inalienable, que no le compete a ningún legislador
más que para regularlo ni, por supuesto, a doctrina religiosa o moral alguna.
Según defiendo en este artículo, al igual que otros autores que me acompañan,
como Elías Pérez Sánchez, la eutanasia es, y así se debería de recoger en
nuestro ordenamiento social y jurídico, un derecho personal, como puede ser el
de la libertad, el derecho a la vida, a la educación o al trabajo. Y los poderes
fácticos deberían limitarse a lo que son sus competencias, que serían recoger,
transcribir y ser sensibles al clamor y sentir popular ante un fenómeno como es
el derecho a una muerte digna. No impedirla, como se limitan a hacer hasta
ahora, sino regularla y respetarla.
3
John Stuart Mill: Sobre la libertad, Alianza, Madrid, 2001, pág. 68. Cita recogida en el artículo
de Esperanza Guisán Seijas: A eutanasia, unha cuestión filosófica (non dogmática). Artículo
que forma parte de los recogidos en el libro: Sobre o dereito a unha morte digna, Espiral Maior,
A Coruña, 2005, pág. 62
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la población que otras más famosas como “pienso luego existo” o “amaos los
unos a los otros”. Lo que pasa es que Mill no resulta tan conocido ni seguido; lo
que no quita que su concepto y filosofía sobre la vida de las personas, y más
concretamente esta cita comentada, resulten menos válidas o importantes que
esas otras4. En pocas palabras, y como vengo esgrimiendo, ¿por qué van a
tener más razón los planteamientos morales, religiosos o legales que los
propios y personales sobre la vida misma de cada uno?. Como postula José
Luis Tasset5 en esta misma obra, al explicar su postura personal en este
asunto, al menos habrá que partir de la base de que tanto unos (los que están
en contra de la eutanasia) como otros (los que estamos a favor) tenemos
legítimas razones. Pero lo que no puede ser, como ocurre hasta ahora, es que
siempre prevalezcan las de una parte, en este caso la contraria a la eutanasia,
sin que se respete a los demás en un asunto tan personal y, creo,
intransferible. Bastante tienen ya las personas que toman una decisión como
ésta, para cuanto más encontrarse con todas las trabas, impedimentos,
sanciones y demás ultrajes a sus respectivas historias de vida.
6
lugar de anteponer o hacer primar a la persona, que es la verdaderamente
importante.
Por mucho que se empeñen las religiones y los marcos legales o jurídicos,
nadie, absolutamente nadie, tiene potestad para mandar sobre la vida de
alguien, si tomamos la vida como objeto de debate, como es el caso. Ya sé que
esto les parecerá a muchos creyentes un anatema, ya que para ellos nuestras
vidas pertenecen a dios; pero a estas alturas de nuestra historia, donde las
doctrinas religiosas están quedando como cosas del pasado y resultan
insostenibles cuestiones que defienden como la creación, el demonio,
resurrecciones y demás. Indudablemente, otra de las cosas que se les empieza
a escapar de las manos es, ni más ni menos, la reivindicación de las personas
sobre sus propias historias; algo a lo que no estaban acostumbrados muchos
de esos poderes fácticos, tanto civiles, como militares, económicos o religiosos.
No voy a extenderme con pruebas de ello, desde el servicio militar obligatorio
que suponía o todavía supone que un tiempo de nuestras vidas hubiese que
darlo forzosamente; pasando por la sobreexplotación de la mano de obra por
parte de los empresarios; o la ya comentada subrogación perpetua de la vida
del hombre a los mandatos religiosos en todas y cada una de las doctrinas que
nos acompañan. Todo eso ya no es de recibo y, así, mientras ciertos gobiernos
se van dando cuenta de ello, como reflejan los casos de supresión del servicio
militar obligatorio; otras instituciones y poderes tradicionalmente más lentos y
reacios a los cambios se aferran y resisten a adaptarse a las verdaderas
necesidades y realidades del hombre, como es el caso de negarles el poder de
decisión sobre sus vidas.
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intrínsecas a la eutanasia, otra su comparación con el suicidio y, la tercera, una
sucinta revisión de nuestra historia humana en busca de otros casos y
ejemplos similares. Con todo ello, lo que pretendo demostrar es que la
eutanasia, lejos de parecer una barbaridad o algo que deba prohibirse,
rechazar o descalificar, responde sin embargo a la mayor ley de todas, por
encima de las del hombre o de la de los dioses, que es la propia ley de la vida.
Y aquí conviene introducir otra parte fundamental del debate que, además,
suele obviarse o, cuando menos, no nos paramos a analizar la trascendencia
que tiene. Y es que, para que haya eutanasia, indefectiblemente, tiene que
haber alguien que asuma y haga de “verdugo”. Pongo la palabra verdugo entre
comillas para significar que no me estoy refiriendo al significado en sí del
término (ejecutor de las penas de muerte) 6. Pero a la vez utilizo este vocablo a
propósito para llamar la atención sobre otro hecho, como es el de la terrible
decisión que debe asumir, no sólo la persona desahuciada o sus allegados,
sino también el encargado o encargados de ejecutar esa acción. Como
6
A este respecto, solamente hace falta recordar la película de Luis G. Berlanga “El verdugo”
(1963), para hacerse una idea del trance que, por poca sensibilidad que se tenga, debe pasar
la persona encargada de dar la muerte a alguien.
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fácilmente se comprenderá, generalmente estaremos hablando de alguien
cercano al enfermo, alguien, además, que sabe de su padecer y de su
situación y que comprende que esa persona quiera morirse antes que seguir en
su estado. Es decir, en el caso de la eutanasia, además de los dictámenes
médicos y demás informes que se requieren obligatoriamente, estamos
hablando que tienen que conjugarse dos voluntades, la del paciente y la del
asistente o asistentes. Por lo tanto, si ya lo tenía difícil con su estado, su
impotencia personal para llevarlo a cabo, las leyes y los dogmas; a ello se
suma esa otra dificultad de tener que contar con un cómplice o cómplices, con
todos los problemas que además ello acarrea para estas personas
(imputaciones, juicios, expuestos a penas de cárcel, etc.). Lo que nos devuelve
al debate principal y que no es otro que, si unas personas (afectado/a y
asistente/s) perfectamente conscientes de sus actos toman tan difícil decisión,
después de que los dictámenes médicos y demás síntomas aconsejan que lo
mejor para el paciente es morir lo más dignamente posible, ¿qué tienen que
decir las leyes divinas y humanas al respecto?. ¿Deben llevar la contraria a
esos dictámenes y voluntades?.
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léase en la anestesia u otra operación, sea social y comparativamente mucho
menos trascendental o, dicho al revés, que los dictámenes a favor de aplicar la
eutanasia (o el aborto, como es el caso que describo a continuación) sean
mucho más condenados, perseguidos y vilipendiados que esos otros; sobre
todo, siendo que en ambos supuestos los profesionales de la medicina tienen o
no tienen (según se mire) igual responsabilidad.
Sin que sea específicamente nuestro tema pero por su similar afección,
también voy a aludir al reciente caso de la niña colombiana embarazada de 11
años tras ser violada (reiteradamente) por su padrastro, hecho denunciado por
su abuela, y sobre el que la iglesia católica presionó fuertemente y se
pronunció con la amenaza de excomulgar al equipo médico que le practicó el
aborto. O aquella otra de 13 años en México, también violada, a la que se le
negó la interrupción del embarazo; esta vez con la colaboración de las
autoridades civiles y, como no, del fervor religioso. ¿Pero en qué mundo vive
esta gente o la religión y los valores que pretenden asumir, promulgar, practicar
y defender?. ¿No tienen algo de sensibilidad como para comprender estas
situaciones?. Pues a tenor de los hechos parece que no, pues ellos pretenden
y prefieren que primen los principios ético-morales-religiosos, esta vez
representados en un feto, que los proyectos de vida de las personas afectadas.
Nunca entenderé cómo se pueden anteponer los denominados derechos de lo
que se podría calificar como una hipótesis de vida, todavía sin desarrollar
(como puede ser la de un embrión), a los de personas hechas, tangibles, que
ya existen (léase embarazadas, condenados a muerte, enfermos terminales, de
sida, de hambre, etc.); y a las que, sin embargo y en base a esos principios
censores, se les niega y prohíbe el derecho fundamental a una vida digna. Mi
moral, mi conocimiento y mi conciencia no me dicen eso, sino todo lo contrario,
que esas niñas están antes que cualquier valor religioso, que es una hipocresía
mayúscula ampararse en la defensa de un óvulo fecundado frente al de una
persona a la que vemos, sentimos y compartimos y a la que, sin embargo, se la
condena a una especie de penitencia o calvario, a una carga y circunstancias
que tendrá que soportar todo el resto de su vida, cuando paradójicamente
tenemos las soluciones a nuestro alcance. ¿Es que tenemos que seguir
tragando eso de que hemos venido a este mundo a sufrir o eso otro de que es
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el proyecto o los designios que dios nos depara?. Taxativamente, creo que no
hay punto de comparación ni se puede supeditar la defensa a ultranza de un
engendro de vida en el útero frente a lo que le pueda pasar y suponer a esa
mujer asumir innecesariamente ese trauma; antepongo a esa persona una y mil
veces, y no creo que por ello me condenasen ni Buda, ni Jesús ni Mahoma.
Todo lo demás son parafernalias y discursos ideológicos que lo único que
pretenden es, como siempre, supeditar y dominar a la persona humana
mediante los principios y normas de los grupos de presión o poder. No creo que
en ninguna parte de lo dicho o escrito en todas y cada una de las denominadas
religiones habidas y por haber se anteponga ese derecho vital al de los nonatos
y otros por el estilo. Más bien, estamos hablando de las interpretaciones
interesadas, sectarias y torticeras que algunos han hecho y hacen de las
doctrinas, dogmas y normas para conformar nuestro mundo a su imagen y
semejanza, para lo que se valen de dioses, leyes y demás; pero que nada
tienen que ver con el bien de las personas ni de la humanidad en general.
Solo hace falta dar un breve repaso a la historia para sustentar esto último. Sin
ánimo de entrar en un análisis diacrónico exhaustivo, sin embargo, y jugando
en el mismo terreno dentro del que se mueven muchos de los detractores de la
eutanasia, simplemente tenemos que recordar el capítulo de María Magdalena
cuando iba a ser apedreada para darnos cuenta de la falsa moral y legalidad
vigentes en, por desgracia, muchas de nuestras épocas. Si no estoy
equivocado, y según cuentan las escrituras, en aquella ocasión Jesús, en
contra de los dictámenes religiosos y legales, evitó que apedreasen a una
mujer acusada de prostitución, pronunciando la famosa frase de “quien esté
libre de pecado, que tire la primera piedra”. Posteriormente, cuando fue
juzgado y condenado (también por los regímenes legales y religiosos de la
época) este episodio fue utilizado en su contra, en el sentido de que había
contravenido las normas morales, religiosas y legales y, por lo tanto, aparecía
como un rebelde, sacrílego y demás. Es decir, Jesús contravino el orden legal y
religioso de su tiempo, simple y llanamente por que su conciencia, moral y
sentido de la justicia y del bien y del mal le conminaron a salvar a aquella mujer
e impedir que la matasen, a pesar y por encima de contravenir la “legalidad” y
“religiosidad” vigentes. Si esto le pasó al propio Jesús, ¿qué podemos decir del
11
resto de los mortales?. Pues que, en el caso de la eutanasia, esta sociedad,
este ordenamiento legal y religioso que conviven con nosotros actualmente les
hacen pasar por otro calvario a los afectados. ¿Qué nos dice el ejemplo de
María Magdalena?. Que orden legal y religioso no siempre han tenido razón ni
han estado a la altura de las circunstancias, por no decir que pocas veces. Por
lo que, y en conclusión, las autoridades religiosas y legales deberían ser más
prudentes a la hora de “pontificar” sobre muchos de estos temas y, ante todo,
sobre la vida de los demás. Deberían tener un mínimo de perspectiva, no sólo
del pasado sino también del futuro; pues el devenir de la humanidad deja
entrever continuamente sus errores, que más bien parecen ser la regla que la
excepción7.
7
Resulta conocido el supuesto, el cual suscribo, que si Jesucristo regresase lo volverían a
matar. Y, recuérdese otra vez, que de aquella fueron las autoridades gubernativas y religiosas
las que se encargaron de ello; algo que se volvería a repetir en este otro supuesto. Y es que,
admitámoslo, por regla general y por lo que nos viene demostrando la historia, tanto al poder
civil, militar o religioso les resulta difícil admitir que se les contradiga ni asumir otras razones
que no sean las suyas.
8
Recuérdese el caso en España de la niña catalana Judit Ribera, de 14 años, a la que su
madre negó transfusiones de sangre cuando los médicos trataban de salvarla de una
meningitis que acabó con su vida.
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utilizándolo como argumento en contra de la eutanasia, defiende que esa
situación de desahucio vital y la muerte deben vivirse como una experiencia
religiosa. Y como lo dicen ellos, ya está. Si yo no soy religioso, o no quiero vivir
esa situación de esa manera pues nada, me tengo que aguantar y pasar por lo
que ellos mandan y ordenan. A pesar de que se trata de la vida propia (y propia
quiere decir en propiedad, intransferible).
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de dogmas, principios y doctrinas, aunque hayan tenido su papel en su día,
pero al que se aferra todo el que detenta el poder y no quiere perderlo 9.
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No hace falta un repaso en el tiempo a este respecto para corroborarlo, pues solo basta
recordar las biografías de los Papas católicos (con Borgia a la cabeza) para hacernos una idea.
Por no hablar de otros poderes civiles, militares o religiosos que tan tristemente han pasado por
nuestra historia.
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estos supuestos sus familiares o allegados sí que coligen). Por lo tanto, son
dos situaciones completamente distintas y así, mientras una se sitúa fuera de la
normalidad, la segunda solo lo está de la legalidad o religiosidad.
¿Dónde está pues la diferencia?. ¿Dónde está la barrera que separa unas
situaciones de otras?. Simple y llanamente en que, en los casos de eutanasia,
son otras las personas que tienen que intervenir para llevarlas a cabo, puesto
que se trata de una muerte asistida; mientras que en los demás casos,
asistimos la mayoría de las veces impasibles a esas otras muertes.
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Para cerrar estas reflexiones comparativas con otras situaciones voy a poner
un ejemplo provocador, en el sentido de llamar la atención para despertar
conciencias, sin que para nada pretenda suponer una ofensa o ultraje alguno.
Me estoy refiriendo a un caso conocido por casi todos e idolatrado por muchos,
como es la crucifixión de Jesús. A sabiendas de que iba a morir, se entregó por
una causa, lo que no quita que dicho comportamiento se pueda considerar, con
todos mis respetos y en cierto sentido, suicida. Siendo todavía más osado,
aunque igual de respetuoso, iría un poco más allá. ¿Y si digo que Jesús pudo
haber sido un claro ejemplo de eutanasia o muerte asistida?. Según el
Evangelio de Judas, recientemente recuperado, así como en base a otras
fuentes documentales, lejos de ser el traidor, a este apóstol le pidió Jesús que
le ayudase a liberar su espíritu del cuerpo, ya que le había llegado su hora.
¿Les suena esto a algo de lo que estamos aquí tratando?. Y aunque no fuese
ello cierto o solo suposiciones, ¿no estamos ante posibles situaciones
relacionadas, ni más ni menos, con la vida del llamado Hijo de Dios?. Quiero
decir que, directa o indirectamente, si en la vida del hombre más importante
que jamás haya existido estamos ante la posibilidad, más o menos certera, de
una muerte asistida o actitud suicida, entonces, ¿qué tienen de condenables
las actuales reivindicaciones de tantas personas desahuciadas que quieren una
muerte digna, tanto por ellos como por los demás, en base a su situación,
principios, creencias y designios?. Si eran doce los discípulos y solo uno,
según esas fuentes, supo comprender lo que quería decir y lo que pedía el
maestro, no es de extrañar, aunque solo sea por lógica numérica, que resulte
tan difícil de convencer a esas autoridades civiles y religiosas sobre la
normalidad y bondad de un hecho y un acto que solo pide una cosa: dignidad.
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¿No es también un acto voluntario el de la eutanasia, a la vez que valiente,
loable y altruista la mayoría de veces?. Una persona médicamente
desahuciada y que elige la eutanasia, bien por sí misma o a través de sus
familiares si ella no puede, no deja de hacer una elección de lo que le parece
más digno, tanto para él como para el resto de su entorno. ¿O acaso no es
cierto que quieren dejar de ser una carga y que quieran liberar a los demás de
las ataduras, impedimentos, dispendios, atenciones y demás que supone el
cuidarlos?. Aunque, particularmente para mí, la causa principal de esta decisión
trascendental sea la propia autoestima o concepto individual que cada persona
que opta por esta salida tenga sobre lo que es digno o no en su vida; tampoco
debemos olvidarnos de esa otra gran componente de alteridad que tienen estos
actos. Dignidad y alteridad que admiramos en unos casos pero que
condenamos en otros. Por lo tanto, ¿existe o hay doble rasero o vara de
medir?. Por no entrar en la secular contradicción, sobre todo por parte de las
autoridades civiles, religiosas y militares, de impedir únicamente al que quiere
morir con dignidad y, sin embargo, no hacer lo propio con el que quiere vivir
pero no puede, sea por hambre, enfermedad, guerras, etc. Tampoco vamos a
entrar a comparar ni a valorar el coste de mantener artificialmente esas vidas
(vidas que, dicho sea de paso, ya no pueden considerarse como tales), frente
al que supone salvar otras muchas que, sin embargo, sí deberían tener toda un
proyecto por delante y no es así. Todo ello redunda en una misma lectura de
este mundo: nos equivocarnos cuando no estamos en armonía con nuestro
entorno, cuando vamos contra corriente, cuando dogmatizamos, cuando no
sentimos, cuando nos obnubilamos con ideologías, credos y dogmas y cuando,
en definitiva y como se suele decir, ponemos antes los carros que los bueyes.
Insisto en que lo que realmente importa y debe primar en todo este debate y los
distintos planteamientos es el derecho a una vida digna. Y si esa dignidad llega
a su fin, aunque puede que clínicamente no, pienso que debe prevalecer el
deseo de la persona de lo que quiere hacer con la historia de su vida, antes
que lo que digan unas máquinas al respecto o los principios de unos y de otros.
Si prevalecen esos criterios artificiales, legales y/o religiosos, se estará
literalmente “matando” la poca dignidad y autoestima que pueda tener el
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desahuciado. ¿Y qué es más importante: mantenerlo en estado vegetativo, a
pesar de su voluntad o en contra de la misma, o respetar su deseo, su devenir
personal y su dignidad?. ¿Dónde está el crimen?.
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Al caer su cabeza sobre el taburete que le preparaba su entrenador en el ring, después de un
golpe inesperado que le propinó su contrincante, cuando ya casi estaba a punto de ganar el
campeonato del mundo de boxeo, la pugilista protagonista de la película queda totalmente
inválida al haberse desnucado. En el hospital y ante un panorama en el que todo lo que quería
en esta vida, aquello por lo que había luchado y lo único que le había mantenido con fuerzas y
esperanzas para vivir se ha truncado, le pide a su entrenador que la desconecte de las
máquinas que la mantienen con vida. Prefiere quedarse ahí, donde ha llegado con dignidad,
que no verse supeditada a continuar una existencia que no es tal para ella. Al final, su
entrenador accede a su deseo.
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Con estos ejemplos quiero decir que tan respetable son las decisiones de
Ramón Sampedro como la de Hawking o Superman. A ambos les movía su
propio respeto, su autoestima, su dignidad. Pero mientras para unos esos
valores se encontraban en la lucha, superación o resignación, en otros, y esto
es lo que no respetan muchos, están precisamente en elegir una muerte digna
o, mejor dicho, no una vida indigna. Y es que parece que nos olvidamos
fácilmente que elegir morir, en estos casos, no es nada fácil ni cobarde, sino
más bien todo lo contrario. En cambio, lo admiramos cuando ese sacrificio se
pinta de heroísmo, honor o amor.
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Por otro lado, resulta curioso y contradictorio, como vengo señalando a lo largo
de este artículo, la diferente vara de medir que tenemos con respecto a la
muerte (será por cuestiones culturales y todo eso). Así, mientras tenemos como
un objetivo extendido y universal el vivir bien, tener una buena vida, una vida
cómoda, una vida agradable, una vida placentera, etc. Y nadie lo discute,
incluidos los poderes religiosos. Cuando se trata de la muerte (que no es otra
cosa que el último episodio de nuestra vida y, por lo tanto, forma parte de ella y,
además, junto con el nacimiento, son quizás los momentos más trascendentes
de la misma); en cambio, además de los miedos atávicos y las explicaciones y
subterfugios que ideamos para solventarla (y si no que se lo pregunten a las
religiones, que en este paso traumático es donde encuentran su mayor filón
para ganar adeptos), nos encontramos que casi nadie, ni por supuesto cultura
o religión alguna (salvo honrosas excepciones) habla ni promulga una buena
muerte, siendo éste el significado etimológico de eutanasia. Es decir, se puede
desear una buena vida pero no estamos acostumbrados a desear una buena
muerte. Como mucho nos encontramos con expresiones como, “tuvo una
muerte dulce”, “ni se enteró”, etc. Es decir, mientras el nacimiento lo
celebramos con bombo y platillo y nuestras etapas (niñez, adolescencia,
madurez o ancianidad) las vamos también constatando más o menos
palpablemente (o al menos así se estipula en el estereotipo básico de una
existencia); por lo que respecta a la muerte, ésta se trata de evitar no solo
físicamente, sino también psicológica y socialmente. Se trata de ocultarla, de
obviarla, de no reconocerla. Y ello no es, ni más ni menos, que una prueba de
nuestra inmadurez como seres (de la que, repito, se aprovechan corrientes,
sectas y religiones, entre otros muchos). Por lo tanto, debemos aprender
primero a valorar nuestra muerte, saber que es una fase más de nuestra vida
(la última) y que, como tal, tiene mucha importancia y, por supuesto,
trascendencia. Tanta como para no dejar que nadie, ni dogma ni ley puedan
interferir en ella. Por lo tanto, además de valorarla en sí misma, nuestra muerte
nos pertenece y tenemos el derecho y el deber de vivirla o, mejor dicho,
experimentarla en base a nuestros propios criterios y deseos. Sin que nadie
más interfiera en la misma.
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En definitiva, si para tantas cosas rige esa ley de vida (desde que se nace
hasta que se muere), por encima de las leyes de los hombres y de las
religiones, en el caso de la eutanasia deberíamos hacer lo mismo ya que, y
esto es lo que aquí defiendo, también es ley de vida. Mantenernos
artificialmente en este mundo, contra nuestra voluntad y el interés general, no
es ni ha sido nunca lo que la naturaleza ni nuestro entendimiento nos ha
enseñado. Y ya se sabe que cuando vamos contra natura o la razón nos salen
mal las cosas. Sin que ello quiera decir que debiera reinar la ley de la selva ni
la del más fuerte. No niego la evolución ni la estrecha unión de nuestro
progreso con el dominio de nuestras expresiones y formas de comportamiento
más antiguas. Tampoco que el espíritu de lucha y superación esté
intrínsecamente relacionado con los casos desahuciados que deciden
continuar y, en definitiva, que muchas de las metas y logros alcanzados por la
humanidad se han producido gracias al esfuerzo, a veces titánico, de muchas
mujeres y hombres que han dado su vida para que las siguientes generaciones
tuviesen más posibilidades de subsistencia (logros sanitarios, tecnológicos,
etc.). Todo eso está muy bien y lo admitimos. Pero creo y considero que el
mismo derecho les asiste a aquellos que, siendo igual de valientes, luchadores
y altruistas y con unas circunstancias objetivas adversas (por no decir
insalvables) deciden que lo mejor para ellos y los demás es no continuar así,
de esa forma, y dejarlo en el momento que pueden y no cuando lo dictaminen
las máquinas, las leyes o los dogmas a los que, en cambio y sin quererlo, están
indefectiblemente conectados y/o supeditados.
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Gabriel Vázquez
Sociólogo
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