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ISSN: 0185-1918
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Universidad Nacional Autónoma de México
México
**.Comentario a la conferencia magistral que dictó la doctora Nancy Fraser, de la New School
for Social Research, el 27 de febrero del 2003 en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de
la UNAM.
**.Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, CEIICH, de la
UNAM.
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cidad como propuesta para resolver los conflictos. La mayor di-
versidad que uno encuentra en el desierto está en el cielo estrella-
do y después de un largo caminar en el oasis. Nuestras ciudades son
muestra clara de dicha propuesta, grandes edificios con pequeñas
áreas verdes.
Los acontecimientos en que se fundó el mundo moderno fueron
devastadores. Occidente, sintiéndose sobrado de energía, conscien-
te de su nueva fuerza, convencido de su superioridad, se lanzó a la
conquista del mundo en todas las direcciones y en todos los ámbi-
tos a la vez, extendiendo los efectos bienhechores de la medicina
y las técnicas nuevas, así como enarbolando los ideales de la li-
bertad, pero practicando al mismo tiempo la matanza, el saqueo y
la esclavitud.1
Occidente descubrió América como resultado de una de las más
grandes empresas que han existido en la historia de la humanidad.
Esta gran empresa fue, a su vez, resultado de un sueño muy viejo,
el sueño de recorrer el planeta y llegar a los confines más lejanos y
remotos, para descubrir así la diversidad de personas, culturas y pro-
ductos bajo el ímpetu de encontrar nuevas rutas comerciales hacia
Oriente.
El sueño de cruzar la Mar-Océano, o lo que en la actualidad co-
nocemos como el Atlántico, se convirtió en una realidad que sobre-
pasó en mucho la imaginación y las expectativas. Estimuló la codicia
y la avaricia, pero más grave que eso, despertó el gran temor a lo
desconocido, a la diversidad, en otras palabras, al otro. Ese gran te-
mor no encontró formas de ser exorcizado y, créanme, no fue por
falta de curas.
El Nuevo Mundo se construyó a sangre y fuego, supuso la ani-
quilación de infinidad de pueblos, culturas, lenguas y poco a poco
la diversidad de la jungla y del medio ambiente. La vía más rápida
y eficaz de imponerse ha sido la aniquilación del otro. Esto ha sig-
nificado para los pueblos conquistados reconocer que sus técnicas
estaban superadas, que sus saberes son considerados superchería,
que su pasado y su cultura no significan nada para el resto del mun-
do. Conocemos su grandeza por los vestigios arquitectónicos, mas
a sus descendientes les negamos el reconocimiento de ser los here-
1
.Amin Maalouf, 1999, Identidades asesinas, Madrid, Alianza Editorial, p. 96.
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deros de esas mismas culturas de las que tan orgullosos nos sentimos.
Mientras tanto, observamos a distancia la lucha que emprenden por
defender sus identidades, pensando quizá de manera ilusoria que
sus identidades tienen muy poco que ver con las nuestras. Mas la
realidad se nos manifiesta de forma abrumadora y, como el agua, en-
cuentra los resquicios más inesperados para hacerse presente. La
identidad de nuestro continente americano tiene un componente in-
dígena mucho más fuerte del que por lo general estamos dispuestos
a reconocer.
Quizá llegó el momento de preguntarnos ¿de qué hablamos cuan-
do hablamos de identidad? La palabra identidad proviene del tér-
mino “idéntico”, nos remite a la semejanza más que a la diferencia,
a lo común más que a lo extraño, a lo homogéneo más que a lo
diverso. Esta definición, como podrán ver, está más cargada de ideo-
logía que de ciencia. Sólo en la imaginación existe la idea de que
toda la sociedad debe tener una sola identidad, y ésta tiene que ser
coherente y congruente, estos intentos han llevado a pretender re-
ducir la identidad a una sola pertenencia. Mas se nos olvida, como
nos recuerda Amin Maalouf, que “mi identidad es precisamente lo
que hace que yo no sea idéntico a otra persona”.2 Esto significa que
todos los seres humanos son distintos de los demás, del otro.
Sin embargo, pareciera que prevalece la búsqueda por una esen-
cia, que estaría determinada a priori por algún elemento de mayor
relevancia, como el nacimiento, la religión o la nacionalidad, y que
estos determinantes no modificarán la identidad del ser en su tra-
yectoria de vida. En suma, la famosa maldición de los psicoanalistas
de que Infancia es destino hemos terminado por creerla y con ello
la hemos convertirlo en una realidad.
El deseo de encontrar las bases científicas para establecer una
identidad basada en elementos como la raza se apoya hoy en día en
la genética y, como en el pasado, se incurre en absurdos tales co-
mo: el Proyecto del Genoma Humano ha descubierto que los seres
humanos y primates tenemos códigos genéticos similares en un 99%.
Esta pretendida igualdad debería de ser evidencia de que el gene no
es el único, ni siquiera el principal factor que determina las propie-
dades humanas, y mucho menos la identidad, dado que los seres
2
.Ibidem, p. 12.
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humanos y los primates no somos 99% iguales. Como plantea el doc-
tor Friedrich Cramer,3 esto es tan absurdo como suponer que, de
acuerdo con la teoría de la secuencia de los genes, somos primos
segundos de los plátanos, dado que compartimos el 30% de la se-
cuencia genética con ellos.
La diversidad de elementos que conforman las identidades no
tienen por qué ser vividas como un defecto que se convierte en una
crisis de pertenencia, pero para ello es necesario asumir la diversi-
dad como un elemento distintivo y enriquecedor. Todos nosotros
tenemos pertenencias múltiples, o sea una identidad compleja, y
permanentemente estamos enfrentados a pertenencias que se opo-
nen entre sí y nos obligan a elegir. Mas la identidad se va cons-
truyendo y transformando a lo largo de nuestras vidas.
Como plantea Amin Maalouf, “la identidad no está hecha de
compartimentos, no se divide en mitades, ni en tercios o en zonas
estancas”.4 Esto no significa que uno tenga varias identidades, sino
simplemente que la identidad es producto de todos los elementos
que la han conformado mediante una dosificación singular que
nunca es la misma en cada persona. Por ello, la riqueza que todo ser
humano posee lo hace singular e insustituible.
La identidad y el Estado-nación
3
.Friedrich Cramer, 2001, “Gene Technology in Humans: Can the Responsibilities Be Borne
by Scientists, Physicians, and Patients?, en Interdisciplinary Sciencia Reviews, vol. 26, núm.
3, otoño de 2001, p. 164.
4
.Maalouf, op. cit., p. 12.
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el reto de cómo integrar al otro, al diferente. El encuentro con los
otros ha sido inevitable, el mestizaje cultural y racial ha sobrepasado,
incluso, las cercas impuestas por gobiernos y sociedades.
Hoy, la migración traza otras fronteras, cuestiona las fronteras físi-
cas impuestas por los Estados y las reformula a través de su coti-
dianeidad. Estas fronteras reales e imaginarias son un referente cons-
tante en las vidas de millones de personas. El retrazamiento de las
líneas divisorias entre “nosotros” y “los otros” ilustra la construcción
paralela de fronteras sociales y culturales, y por lo tanto de identi-
dades. Sin duda, las fronteras constituyen hoy día objeto y campo
de estudio al mismo tiempo que campo de acción para un número
creciente de actores trasnacionales.5
La globalización nos arrastra, en un mismo movimiento hacia dos
realidades opuestas, una positiva y otra negativa: la universalidad y
la uniformidad. Dos caminos que nos parecen mezclados, indife-
renciados, como si fueran un camino único. Hasta el punto que po-
dría parecer que uno no es más que la cara presentable del otro.
El riesgo que corremos actualmente es que la globalización se
convierta en el dominio de una forma de vida, determinada por la
prevalencia de una sola cultura. Es decir, que se trate de una impo-
sición al mundo entero de una misma lengua, un mismo sistema
económico, político y social, un mismo modo de vida, una misma es-
cala de valores, en un intento de superar los problemas que en-
frentaron otras empresas globlizadoras, como nos recuerda Jaques
Barzum: “el reino poliglota de Carlos V era imposible, no sólo de
defender, sino de gobernar”.6 Es decir, la respuesta desde el poder
a la diversidad siempre ha sido la misma, suprimir la diferencia para
hacerla más gobernable. La duda en torno a si la globalización va
a reforzar el predominio de una civilización o la hegemonía de una
potencia es una duda justificada. Ello entrañaría dos graves peligros:
en primer lugar, el que poco a poco fueran desapareciendo lenguas,
tradiciones, o culturas; y segundo, el que los portadores de esas
culturas amenazadas adoptasen actitudes cada vez más radicales.7
5
.Cfr. Gloria Anzaldún, 1999, Borderlans, La Frontera, The New Mestiza, San Francisco,
Aunt Lute Books.
6
.Jaques Barzum, Del amanecer a la decadencia. Quinientos años de vida cultural en
Occidente, Madrid, Taurus, 2001, p. 166.
7
.Maalouf, op. cit., p. 139.
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8
.Ibidem, p. 120.
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En este sentido, el desafío para la sociedad globalizada es pre-
servar las distintas identidades culturales, religiosas, jurídicas, que
permitan vivir en sociedades donde la diversidad de identidades es-
té sustentada en la misma legitimidad y respeto que la cultura do-
minante. En otras palabras, se trata de construir una utopía realista,
en la que las identidades no se vean amenazadas. Una sociedad en
la que no exista el miedo a modernizarse sin perder la identidad y
en la que sea posible recuperar la riqueza cultural de mundos que
han sido desdeñados e incluso colonizados por Occidente.
Ello supone volver la mirada hacia nuestra propia historia con el
fin de reconocer la diversidad de identidades que nos conforman.
Se trata de redefinir los vínculos que históricamente hemos forjado
en el contexto de sociedades que encuentren y reconozcan en la fu-
sión racial y cultural, es decir, en el mestizaje, su identidad.
En la actualidad estamos frente a una nueva empresa globalizadora
que avisa en convertirse en una gran tragedia si no encontramos las
formas de reconocer la diversidad como el elemento positivo que
caracteriza nuestro mundo. El reto consiste en evitar que la historia
se vuelva a repetir.
El reto que enfrentamos en la actualidad es similar al de los
grandes exploradores del siglo XV, cuando al desembarcar en nues-
tras tierras se miraban entre ellos preguntándose qué hacer con la
diversidad de pueblos y sus expresiones culturales con los cuales
tuvieron contacto.
En la época de la globalización, mundialización o planetarización,
el proceso de mezcla se ha acelerado a tal velocidad que nos obliga
a elaborar una nueva concepción del concepto de identidad. No
podemos seguir sosteniendo que el dilema radica entre afirmar a
ultranza mi identidad o perderla por completo en este proceso de
integración. Mas esto es lo que se deriva de la concepción que nos
sigue dominando. Mientras no asumamos nuestras múltiples per-
tenencias, mientras no encontremos formas de conciliar nuestra
identidad con una actitud abierta y sin complejos frente a las demás
culturas, mientras sigamos dándole vida a tener que elegir entre ne-
garme a mí mismo y negar a los otros, estamos contribuyendo a re-
petir la historia. Frente a ello, hoy en día, la globalización puede
convertirse en la ventana que abra nuevas posibilidades para defen-
der la diversidad de culturas, pueblos y lenguas.
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