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El indígena y el mestizo: el Yo y el Otro. Una breve reflexión ontológica de lo mexicano.

Por Guillermo Linares Pereda.

Dado que ha habido una fuerte oleada de filosofía anglosajona y continental a lo largo de
nuestro quehacer filosófico en México, me sobrevino la meditación de que realmente
nosotros –y pido disculpas si es una falsa generalización –sólo leemos lo que viene producido
desde afuera, pero no lo que producimos como colegas. En este pequeño escrito me he
confrontado conmigo mismo y mis creencias de lo que es, no sólo la filosofía, sino mi propio
quehacer filosófico. Pues bien, me he ido dando cuenta que existe una exacerbada apatía por
leernos y escucharnos unos a otros en tanto que filósofos mexicanos, inclusive, nos
amedrentamos. Por otra parte, sería falso decir que México no produce filosofía, más bien,
que sí lo hace, pero no estamos del todo enterados.
Sabemos que se hacen cosas y se escriben cosas respecto de la filosofía, sin embargo,
que sepamos qué se hace, creo que no. Sólo en casos extraordinarios y excepcionales
podremos decir un sí. Leernos fuera de la academia y estudiarnos como tal, muy
probablemente no, y escucharnos, quién sabe. Si la filosofía sólo está posibilitada en el
diálogo, entonces realmente no sé qué tanto se haga filosofía. No nos genera controversia lo
que nos diga el compañero o el maestro, en cambio, sí lo que nos diga Hegel. Por lo tanto,
en este pequeño escrito me he enfocado a reflexionar sobre el indígena y el mestizo; el Yo y
el Otro, desde una perspectiva ontológica. Puesto que, defiendo la idea que dicho hecho de
nuestra realidad –de no saber si hacemos o no filosofía –, se encuentra en una profunda razón
ontológica: el no saber quiénes somos.
Para dar inicio a mi reflexión, primero expondré un proceso que se da entre el indígena
y el mestizo según Luis Villoro. Posteriormente, quiero hacer una extrapolación de dicha
exposición al ámbito de cómo se hace filosofía en la academia dentro de México, y, para
concluir, pretendo llegar a la idea de que es fundamental sabernos parte de una homogeneidad
y equidad con lo indígena. Todo ello, para permitir el fluir de nuestro quehacer filosófico.
Espero cumplir con dicho objetivo. Pasemos ahora a desarrollar el primer punto.

El indígena y el mestizo; el Yo y el Otro, en Luis Villoro.

Luis Villoro comienza su texto Los grandes momentos del indigenismo en México
diciéndonos que el indigenismo se presenta como un proceso histórico en la consciencia.

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Donde el indígena es comprendido y juzgado, o sea, revelado por el no-indígena; esto es, el
mestizo: la instancia revelante. Dicho proceso es la manifestación de otro proceso que se da
en una realidad social concreta, en la cual el indígena es dominado y explotado por el mestizo.
La instancia revelante del indígena está constituida por grupos sociales que intentan
utilizarlo como beneficio. Por esto, la dialéctica de la consciencia viene a ser una lucha entre
clases: los grupos dominantes y los dominados. La consciencia, sostiene nuestro autor, no se
entiende como aquella que transcurre según sus propias leyes, sino aquella que obedece a
una dialéctica que tiene su lugar en una realidad social: en un conjunto de hechos históricos.
Él sostiene que la dialéctica de la consciencia transcurre desde un primer momento de
‘negación’ radical del indio y un momento final de recuperación, el cual no se da fuera de la
historia.
Lo anterior, en tanto que es concebido como un proceso, quiere decir que el proceso ha
sido algo que se sostiene gracias a la historia desde la época colonial. En otras palabras, que
dicho proceso habrá de determinar con la liberación del indígena la sociedad donde hay
distinciones de clases y razas1. Asimismo, nos dice que los pasos intermedios de la dialéctica
de la consciencia corresponden a etapas históricas concretas. Por lo tanto, Villoro, al hacer
una narración, dijo cuál es el comienzo y la superación de una consciencia falsa. Una
consciencia que no se comprende porque se trata de evaluar con dos factores: un aparato
conceptual y un sistema de creencias ajeno.
Dichos factores nos distorsionan la realidad del indígena y, entonces, nos formamos
una ideología de ellos. Dicha ideología que nos formamos, busca captar la verdad de la
realidad del indígena, pero ésta se nos escapa. ¿Por qué sucede esto? Porque al tomar dichos
factores, se disfraza parcialmente la verdad del indígena, y, como consecuencia, su idea no
nos comunica nada real. En este nivel del discurso, Villoro sugiere que para hacer el estudio
de lo indígena, debe de considerarse una pareja de conceptos muy importantes: el ‘ser ante
sí’ y el ‘ser ante la historia’; el Yo y el Otro.
El Yo se remite al sujeto libre de su propia historia y cultura, y él mismo, es
perteneciente a un pueblo dominado y enajenado por Otro sujeto histórico. Mientras que el
Otro, se traduce como la contraposición de la clase y grupo social que comprende y juzga a

1
No sé qué tanto el pensar a una hegemonía, supondría una reivindicación de nuestra identidad; o bien el
indígena desaparece o bien todos nos hacemos indígenas.

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los indígenas (el Yo). La otredad es la expresión de la enajenación a la sociedad nacional.
Así pues, tanto en el Yo, como en el Otro, se nos brindan dos aspectos muy distintos de su
realidad: 1) la trascendencia o la superación de su libertad; y 2) su efectividad en la realidad
social en cuanto determinidad de las clases y los grupos que le dominan.
Consideremos esto que nos dice Villoro como punto de partida. Pues bien, todo lo
anterior, nos arroja a un par de preguntas importantes: ¿Cómo se relacionan el Yo y el Otro
para revelar la verdad del indígena? ¿Y qué se puede esperar de preguntar algo así? Podría
contestar que la verdad del indígena, es nuestra verdad. Sin embargo, pasemos a ver cuál es
la relación que se establece.
En primera instancia, el mestizo no puede conocerse a sí mismo directamente, puesto
que su yo no puede reconocerse de forma inmediata. Cada que lo intenta, su realidad se le
escapa, quiebra y desaparece. Asimismo, se sostiene que el Yo no puede ser fijado a sí mismo,
sino que necesita una realidad fuera de sí que le pueda permitir verse; necesita establecer la
realidad del Otro, el no-mestizo, el indígena. Este realizarse y conocerse es la escisión que el
mestizo debe de hacer: buscar su alteridad (la negación de sí) para la conciencia de sí. En
segunda instancia, el indígena, según el mestizo, ve su única salvación en el mestizaje. Pues
bien, el mestizo sostiene que ésta es la única forma por la cual el indígena puede volverse
parte del mundo. El indígena hace un señalamiento hacía nosotros, como si fuésemos
nosotros su finalidad. No obstante, cuando se habla del indígena desde nuestra perspectiva,
nos conocemos a nosotros mismos en nuestro proyecto y en la autonomía de su fin. En otras
palabras el indígena es el espejo en que se ve señalado su propio proyecto libre del mestizo.
Es el mestizo quien ilumina al ser del indio y lo revela como una realidad en la que se
dibuja el propio ser del mestizo como trascendencia y como fin autónomo.
Lo anterior nos sugiere que el mestizo cobra su autoconsciencia en lo externo. Ojo, no
lo opuesto; su alteridad, sino en su exterioridad, ante los de afuera; los de allá. Pero, para eso,
el indígena debe de ser considerado como Otro-persona y no Otro-cosa. El indígena debe de
ser un ente activo, real, presente y capaz de superar su situación. El indigenismo traslada su
centro a la actualidad, dado que ya no importa la realidad que fue. Pues bien, es el mestizo
quien verá al indígena como Otro-persona en su mundo, para darse una identidad.

«El indio… dice Villoro… reconoce efectivamente al mestizo. Quizá no tiene


plena consciencia de su acto. Afirma al mestizo sin un propósito plenamente

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deliberado e intencional. Pero su conducta ante el mestizo es la del
reconocimiento. A él está sujeto; su acción, su trabajo están dirigidos al mundo
de valores que él representa y dirige. Sea cual fuera su íntima intención, su
comportamiento todo no es más que una constante afirmación del mestizo, un
permanente reconocimiento de éste. El mestizo consigue lo que buscaba: en la
sumisa y lejana mirada del indio, ansiosa de acercamiento y unidad; en su
actitud torpe y apocada, tendida a los valores del mestizo, en su voluntad dócil
y aturdida, paciente al usufructo ajeno, lee el mestizo su propio reconocimiento.
En la misma acción efectiva del indio encuentra el criterio seguro para juzgarlo
sin caer en ilusión. El comportamiento mutuo que media de hecho entre mestizo
e indígena revela al indio como reconocedor del mestizo, a través del juicio de
este último. Entonces se afirma el mestizo como fin; se yergue en su plena
autonomía.»2

Ahora bien, dicho momento por el cual pasa este proceso entre el indígena y el mestizo, no
es sino un momento que debe de suceder antes de ir al conocimiento de sí del mestizo. Lo
que importa del indígena, es el cómo reafirma al mestizo. No obstante, dicho así, parece que
el indígena sólo juega un papel utilitario, e inclusive, hablar de lo indígena a lo largo de este
escrito, sólo vendría a corroborar lo mismo: una autoafirmación. Pero, lejos de considerar al
indígena como el Otro, hay que asumirlo como parte propia de lo que somos para así hacer
la escisión que nos permita hacernos conscientes de quienes somos.
Hay muchos más detalles respecto de lo indígena y el mestizo en la exposición del
propio Villoro, sin embargo, por cuestiones externas, no se abordaran aquí, puesto que tienen
un enfoque más político y social, y por ende más prolongado. En este momento, tendremos
que dejarlo de lado. Pasemos ahora ver cómo es que todo ello puede extrapolarse al cómo
hacemos filosofía en México.

El hacer filosofía desde el Yo y el Otro.

Puede resultar un poco forzado el razonamiento, puesto que se hace desde nuestras categorías
conceptuales y creencias, que resultan ser ajenas. No obstante, lo hago con una finalidad: el
de poner énfasis en que nosotros; o bien nos sabemos mexicanos, o bien nos sabemos otra
cosa, y eso tiene una fuerte repercusión en nuestra forma de hacer filosofía.

2
Villoro, Luis. Los grandes momentos del indigenismo en México. Editorial Fondo de Cultura Económica.
México D.F. 2013. pp. 200.

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Ya en la introducción había mencionado que nos cuesta trabajo reconocer al otro y
estudiarlo: no nos sabemos iguales, por lo tanto, no nos escuchamos. El apartado anterior
viene a ser un claro ejemplo de lo que ya ni siquiera pasa. Antes, con el grupo ápeiron y sus
filósofos, estos temas eran muy sonados, pero ahora ya ni siquiera nos interesa llevar filosofía
en México como materia. Me remití al indígena y al mestizo, porque allí podemos encontrar
que el mestizo necesita, de una u otra forma, del indígena para reafirmarse. Sin embargo, no
vemos al día de hoy que a alguien le interese afirmarse como mexicano. Es más fácil que nos
sepamos de afuera, y nos re-afirmemos ante ello, como pertenecientes al allá.
¡Digo!, no es fortuito que en el IIF se acepten a muchos extranjeros o a personas que
vengan de afuera o de hacer estancias en universidades como Oxford, que traten temas
filosóficos de allá, por poner un ejemplo)
Pero bueno, esas preferencias no nos interesan aquí. Lo que aquí nos interesa es que en
el Yo y el Otro son un claro ejemplo de lo que debe de suceder en lo mexicano, en el quehacer
filosófico, para que se vuelva posible el diálogo. Quizá haga trampa al decir que los filósofos
de EU se mantienen en un diálogo constante. Uno podrá notarlo en sus artículos. Se contestan
y se tratan de refutar unos a otros.
También está el caso de los alemanes después de Kant. Novales, Schlegel, Hegel,
Schopenhauer. Todos ellos se mantenían en diálogo, se criticaban, cuestionaban, e incluso se
dedicaban obras. Pero honestamente, valdría la pena preguntarnos ¿acá quién critica a quién?
Nos dicen Leo Strauss y decimos que sí, nos dicen Dussel y hacemos muecas. Puede
que juegue un poco con estos ejemplos, pero son cosas que suceden en la cotidianidad dentro
de nuestra facultad. Hay un trasfondo muy profundo de eso, y yo lo veo en la falta de
dialéctica. No hay un proceso de auto-reconocimiento en lo indígena, en nosotros mismos.
Quizá suene un poco ad doc lo que voy a decir, pero nosotros, en tanto que mestizos, tenemos
un deber hacía con lo indígena, y no sólo por cuestiones utilitarias. Nos hace falta
escucharnos más; nos hace falta más equidad en la sociedad mexicana. Puesto que sólo así
podremos llegar a la consciencia que nos hace falta.
Cuando leemos a León Portilla con su texto Filosofía Náhuatl podremos notar lo
apasionante que es saber, para nosotros, que teníamos pensadores que escribían poemas como
manifestación de su meditación existencial. Poemas igual de profundos, o hasta más, que los
del propio Hörderlin. Cuestionamientos de la talla de las aporías de Aristóteles. Portilla, quizá

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fuerce el discurso en su texto a decir que sí hay filosofía. Pero, no podremos negar que hay
algo allí de lo que nos hemos olvidado. Y lo hemos olvidado, porque no nos gusta que nos
digan indios.
Este trabajo, más que para ustedes, fue un trabajo hecho para mí. Se los comparto, y
espero que el tema les haya causado ruido. La meditación no se detiene con esta presentación.
Será algo que me acompañe a lo largo de mi quehacer filosófico. Algo que me ayude a saber
que la filosofía es volver a casa.
No puedo quedarme con la cosquilla, y debo de decirlo, no podemos darle la razón a
Hegel cuando dice:

«Los indígenas, desde el desembarco de los europeos, han ido pereciendo al


soplo de la actividad europea […] Por lo que a la raza humana se refiere, sólo
quedan pocos descendientes de los primeros americanos […] Estos pueblos de
débil cultura perecen cuando entran en contacto con pueblos de cultura superior
y más intensa […] La sumisión, la humildad, el servilismo que estos indígenas
manifiestan frente al criollo y aún más frente al europeo. Mucho tiempo ha de
transcurrir todavía antes de que los europeos enciendan en el alma de los
indígenas un sentimiento de propia estimación. Los hemos visto en Europa,
andar sin espíritu [...] la inferioridad de estos individuos se manifiesta en todo,
incluso en la estatura […] lo que hasta ahora acontece aquí, no es más que el
eco del viejo mundo y el reflejo de ajena vida. Mas como país del porvenir,
América no nos interesa; pues el filósofo nos hace profecías. En el aspecto de la
historia tenemos que habérnoslas con lo que ha sido y con lo que es. En la
filosofía empero, con aquello que no sólo ha sido y no sólo será, sino que es y
es eterno: la razón»

Porque el espíritu de la razón, también pasa por América. Dice el lema de nuestro
escudo ‘Por mi raza hablará el espíritu’.

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