Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Fedra de Racine PDF
Fedra de Racine PDF
21
JEAN RACINE
FEDRA
ANDRÓMACA - BRITÁNICO
ESTER
JEAN RACINE
FEDRA
ANDRÓMACA - BRITANICO
E S TER
EDITORIAL LOSADA , S. A.
BU EN OS A IR ES
Tr.ducción de Nydia Lamarque
PRINTED IN ARGENTINE
ESCENA PRIMERA
HIPÓLITO
Mi decisión está tomada: parto, querido Terámenes,
y abandono mi morada en la amable Trecene. Comienzo a
sonrojarme de mi ociosidad en medio de la mortal duda
que me agita. Separado de mi padre desde hace más de
seis meses, ignoro el destino de un ser tan caro; ignoro
hasta los parajes que puedan esconderlo.
TERÁMENES
¿Yen qué parajes vais, pues, señor, a buscarlo? Ya,
para satisfacer vuestros justos temores, he recorrido los
dos mares que Corinto separa; he preguntado por Teseo a
los pueblos de esas costas desde donde se ve al Aque·
ronte internarse en el reino de los muertos ; he visitado
la Élida, y , pasando el Ténaro, he llegado hasta el mar
que vió caer a tcaro. ¿Por qué nueva esperanza, en qué
comarcas dichosas, creéis descubrir la huella de sus pa·
sos? ¿Hasta quién sabe, quién sabe si el Rey vuestro pa-
dre quiere que se descubra el misterio de su ausencia?
¿Y quién sabe si, mientras temblamos con vos por sus
días, aquel héroe, tranquilo, y ocultándonos nuevos amores,
no espera que una amante engañada ...?
HIPÓLITO
Caro Terámenes, deténte y respeta a Teseo. Arre-
pentido para siempre de los errores de su juventud, no lo
retiene ningún indigno obstáculo; mucho tiempo hace
que Fedra fijó la fatal inconstancia de sus deseos y no
teme ya rival ninguna. En fin, al buscarlo cumpliré con
RACINE 28
ESCENA SEGUNDA
H i pólito, Enona, TeTáme nes
ENONA
¡Ay, señor! ¿que pesar puede igualar al mío? La Rei-
na llega casi a su fatídico término. En vano me aplico
a observarla día y noche : se muere en mis brazos, de un
31 FEDRA
ESCENA TERCERA
FedTa, Enona
FEDRA
No vayamos más lejos. Quedémonos aquí, cara
Enona. No puedo más: me abandonan las fuerzas. La luz
que vuelvo a ver deslumbra mis ojos, y mis temblorosas
rodillas ceden bajo mi peso. ¡Ay!
ENONA
(Se sienta) ¡Dioses omnipotentes, que os aplaquen
nuestras lágrimas!
FEDRA
¡Cómo me pesan estos velos, estos vanos adornos!
¿Qué mano importuna, entrelazando todos estos nudos,
se t.omó el trabajo de reunir los cabellos sobre mi frente?
Todo me aflige y me molesta, todo conspira a dañarme.
ENaNA
¡Cómo se destruyen unos a otros todos sus deseos!
Hace un instante, vos misma¡ condenando vuestros injus-
tos designios, excitabais nuestras manos a que os adorna-
ran; vos misma, recordando vuestra antigua salud, que-
ríais mostraros y volver a mirar el día. Ya lo veis, señora;
¿y ahora, pronta a esconderos, odiáis la luz que veníais
a buscar?
FEDRA
Noble y brillante tronco de una familia desventurada,
tú de quien mi madre salia jactarse de ser hija, y que te
sonrojas acaso de mi turbación presente, ·Sol, vengo a
contemplarte por la vez postrera.
RACINE 32
ENONA
¿Cómo? ¿No abandonaréis tan cruel deseo? ¿Os veré
!liempre, renunciando a la vida, entregaros a los funestos
preparativos de vuestra muerte?
FEDRA
¡Dioses! ¡Así estuviera yo sentada a la sombra de los
bosques! ¿Cuándo podré, a través de un noble torbellino,
seguir con los ojos un carro huyendo en la carrera?
ENONA
¿Cómo, señora?
FEDRA
¡Insensata! ¿dónde estoy? ¿Y qué he dicho? ¿Dónde
dejo extraviar mi espíritu y mis deseos? Perdí la razón :
los Dioses me la arrebataron. Enona, el rubor me abrasa
el rostro: demasiado te dejo ver mis vergonzosos dolores ;
a mi pesa\', los ojos se me llt;nan de lágrimas.
ENONA
¡Ah, si habéis de sonrojaros, enrojeced por un silencio
Que encona más todavía la violencia de vuestros males!
Rebelde a todos nuestros cuidados, sorda a todos nuestras
razones, ¿queréis implacablemente dejar acabar vuestros
días? ¿Qué furor los detiene en mitad de su carrera'?
¿Qué encantamiento o qué veneno ciega su fuente? Por
tres veces las sombras han oscurecido el cielo desde que
el sueño no penetra en vuestros ojos, y por tres veces el
día ha arrojado a la oscura noche desde que vuestro cuer-
po languidecE:' sin alimento. ¿Por qué espantoso designio
os dejáis tentar? ¿Con qué derecho osáis atentar contra
vos misma? Ofendéis a los Dioses, autores de vuestra
vida; traicionáis al esposo a quien la fe os enlaza; traicio-
náis hasta a vuestros hijos desventurados, que precipi-
táis bajo riguroso yugo. Pensad que un mismo día les
arrebatará a su madre y devolverá la esperanza al hijo
de la extranjera, a ese fiero enemigo vuestro y de vuestra
sangre, ese hijo que una Amazona llevó en su vientre,
ese Hipólito
FEDRA
¡Ah, Dioses!
ENONA
Este reproche os conmueve.
FEDHA
FEDRA
¡Desgraciada! ¿qué nombre ha salido de tu, boca?
ENONA
¡Y bien! Vuestra cólera estalla con razón: me gusta
veros estremecer ante ese funesto nombre. Vivid, pues. Que
el amor y el deber os animen a ello. Vivid, no permitáis
q1:le el hijo de una escita, agobiando a vuestros hijos bajo
su odioso imperio, gobierne a la más ilustre sangre de
Grecia y de los Dioses. Pero no tardéis, cada minuto os
mata. Reparad rápidamente vuestras abatidas fuerzas
mientras la llama de vuestros días prontos a consumirse
dura aún y puede reanimarse.
FEDRA
Demasiado prolongué su duración culpable.
ENONA
¿Cómo ? ¿Por qué remordimientos estáis desgarrada?
¿Qué crimen ha podido producir tan premiosa pena? ¿No
se habrán manchado vuestras manos con sangre ino-
cente?
FEDRA
Gracias al cielo, mis manos no son criminales. ¡Plu-
guiera a los Dioses que mi corazón fuera tan inocente
como ellas!
ENONA
¿Y que terrible proyec to habéis concebido, de que
aún sigue espantado vuestro corazón?
FEDRA
Te he dicho bastante. Ahórrame el resto. Muero para
evitarme confesión tan funesta.
ENONA
Morid, pues, manteniendo ese inhumano silencio; pe-
ro buscad otra mano para que os cierre los ojos. Aunque
apenas os quede una débil lumbre, mi alma será la prime-
ra en bajar entre los muertos. Mil abiertos caminos con-
ducen siempre hacia allí, y mi justo dolor escogerá los
más cortos. Cruel, ¿cuando os decepcionó mi fidelidad?
¿Pensáis en que mis brazos os recibieron al nacer? Mi
país, mis hijos, todo lo he dejado por vos. ¿Ya mi adhe-
sión habríais reservado este premio?
RA C'l N B 34
FEDRA
¿Qué frutos esperas de tanta violencia? Te estreme-
,c erás de horror si rompo mi silencio.
ENONA
¿Y qué me diréis que exceda ¡oh Dioses! al horror
de veros expirar bajo mis propios ojos?
YEDRA
Cuando conozcas mi cnmen y la suerte que me ago-
bia, no dejaré de morir por eso, pero moriré más culpable,
ENaNA
Señora, en nombre de las lágrimas que por vos he
vertido, por vuestras débiles rodillas que abrazo, librad
mi espíritu de esta funesta incertidumbre.
FEDRA
Tú lo quieres. Levántate.
ENaNA
Hablad, os escucho.
FEDRA
¡Cielos! ¿Qué vaya decirle y por dónde empezar?
ENaNA
¡Cesad de ofenderme con vuestros vanos temores!
FEDRA
¡Oh cólera de Venus! ¡Oh fatal odio! ¡En qué ex-
travíos arrojó el amor a mi madre!
ENaNA
Olvidadlos, señora, y que hasta el futuro más lejano
un eterno silencio oculte este recuerdo.
FEDRA
¡Ariadna, hermana mía, herida de qué amor moriste
en las playas donde fuiste abandonada!
ENaNA
¿Que hacéis, seí'íora? ¿Qué mortal sufrimiento os ani-
ma hoy contra toda vuestra sangre?
35 FEDRA
FEDRA
Pues que Venus lo quiere, perezca yo la última y la
más mísera de esa deplorable estirpe.
ENaNA
¿Amáis?
FEDRA
Siento todos los furores del amor.
ENaNA
¿Por quién?
FEDRA
Vas a oír el colmo del horror. Amo . . A ese nombre
fatal tiemblo, me estremezco. Amo ...
ENaNA
¿A quién?
FEDRA
¿Conoces al hijo de la Amazona, ese príncipe al que
tanto tiempo oprimí yo misma?
ENaNA
¿Hipólito? ¡Dioses eternos!
FEDRA
Tú eres quien lo ha nombrado.
ENaNA
¡Justo cielo! ¡Toda la sangre se me hiela en las ve-
nas! ¡Oh desesperación! ¡Oh crimen! ¡Oh raza deplorable!
¡Viaje infortunado! Desdichada costa, ¿había que apro-
ximarse a tus playas temibles?
FEDRA
De más lejos viene mi mal. Apenas me hube entre-
gado al hijo de Egeo bajo la ley del matrimonio, y cuan-
do mi reposo y mi dicha parecían haberse afianzado, Ate-
nas me mostró mi soberbio enemigo; lo conocí, me sonro-
jé, palidecí al mirarlo; la turbación se apoderó de mi
alma extraviada; mis ojos no veían ya, no podía hablar;
sentí arder y helarse todo mi cuerpo; y reconocí a Venus
y sus temibles llamas, inevitables tormentos de una san-
gre por ella perseguida. Creí apartarlos con mis votos asi-
duos: le edifiqué un templo y cuidé de ornarlo; yo mis-
RACINE 36
ESCENA CUARTA
Fedra, Enana, Pánape
PÁNOPE
Señora, quisiera ocultaros una triste nueva; pero de-
bo revelárosla. La muerte os ha arrebatado vuestro in-
vencible esposo, y sois ya la única que ignora esta des-
gracia.
FEDRA
¡Pánope! ¿qué dices ·?
37 FEDRA
PÁNOPE
Que la Reina, engañada, en vano pide al cielo el
retorno de Teseo, y que, por naves arribadas al puerto,
Hipólito su hijo acaba de saber su muerte.
FEDRA
¡Cielos!
PÁNOPE
Atenas se divide por la elección de un rey. Al Prín-
cipe vuestro hijo, señora, otorga una parte su voto; y la
otra, olvidando las leyes del Estado, osa dar su sufragio
al hijo de la extranjera. Hasta se dice que una insolente
facci6n quiere colocar en el trono a Aricia y la sangre
de Palante. He creído deber advertiros este peligro. Hi-
pólito mismo está ya pronto a partir, y se teme, si aparece
en esta nueva tormenta, que arrastre consigo a todo pI
inconstante pueblo.
FEDRA
Es suficiente, Pánope. La reina, que te comprende, no
descuidará tu importante aviso.
ESCENA QUINTA
Fedra, Enona
ENONA
Señora, cesaba yo de apremiaros a VIVIr ; hasta pen-
saba ya seguiros a la tumba; no ten fa ya voz para apar-
taros de ella, pero esta nueva desgracia os prescribe
otras leyes. Vuestra fortuna cambia y toma otro rostro:
el Rey no existe, señora; hay que ocupar su sitio. Su
muerte os deja un hijo a quien os debéis, esclavo si os
pierde, rey si vos vivís. ¿En quién queréis que se apoye
en su desgracia? Su llanto no tendrá ya mano que lo en-
jugue; llegando hasta los Dioses sus inocentes quejas,
irán a irritar contra su madre a sus abuelos. Vivid, ya no
tenéis que haceros reproche alguno: vuestro amor se
convierte en una pasi6n común. Al expirar, Teseo acaba
de romper los lazos que constituían todo el crimen y el
horror de vuestros ardores. Hip6lito es para vos menos
temible ; podéis verlo sin convertiros en culpable. Acaso.
convencido de vuestro odio, va a suministrar un jefe a la
RACINE 38
ESCENA PRIMERA
Aricia, Ismena
ARICIA
¿Hipólito pide verme en este lugar? ¡,Hipólito me
busca y quiere decirme adiós? ¿Dices verdad, Ismena?
¿No has sido engañada?
ISMENA
Es la primer consecuencia de la muerte de Teseo.
Señora, preparáos a ver volar hacia vos desde todas par-
tes los corazones que alejó Teseo. Por fin Aricia es dueña
de su suerte y bien pronto verá a sus pies a toda la
Grecia.
ARICIA
¿Así que no es un rumor incierto, Ismena? ¿Dejo de
ser esclava y mi enemigo ya no existe?
ISMENA
No, señora, los Dioses ya no os son adversos ; Teseo
se ha reunido a los manes de vuestros herm anos.
ARICIA
¿Se sabe qué aventura acabó con sus días?
ISMENA
Se tejen acerca de su muerte increíbles versiones.
Se dice que, raptor de una nueva amante, las 018S tra-
garon al esposo infiel. Se dice también, y este rumor corre
por todas partes, que . descendido con Píritoo a los in-
fiernos, ha contemplado el Cocito y sus sombrías már-
~enes y se ha mostrado vivo a las infernales somhras:
pero que no ha pOdido salir de aquella triste mansión ni
trasponer las playas adonde se arriba para no regresar.
RACINE 40
ARICIA
¿Creeré que un mortal antes de su postrera hora
p,u eda penetrar en la profunda morada de los muertos?
¿Qué hechizo lo atraía hacia sus playas temibles?
ISMENA
Teseo ha muerto, señora, y vos sois la única que duda
de ello. Atenas lo llora, lo sabe Trecene, y ya reconoce a
Hipólito como a su rey. En su palacio, Fedra, temblando
por su hijo, pide consejo a sus amigos alarmados.
ARICIA
¿y tú crees que, más humano para mí que su padre,
Hipólito aligerará mi cadena? ¿Que se compadecerá de
mis desgracias?
ISMENA
Lo creo, señora.
ARICIA
¿Conoces tú al insensible Hipólito? ¿Sobre qué frívola
esperanza te apoyas para pensar que de mí se apiade y
que en mí sola respete un sexo que desdeña? Sabes cuán-
to tiempo hace que evita nuestros pasos y busca todos los
sitios donde no nos encuentra.
rSMENA
Conozco cuanto se dice acerca de su frialdad; pero
he visto junto a vos a ese soberbio Hipólito: y hasta el
mismo rumor de su fiereza ha redoblado mi curiosidad.
No me pareció que su aspecto respondiera a su fama; lo
he visto confuso desde vuestra primer mirada. Sus ojos,
que en vano querían huiros, llenos ya de languidez,
no podían abandonaros. Quizás ofenda su orgullo el nom-
bre de amante, pero de ello tiene 105 ojos, si no la lengua.
ARIcrA
i Qué ávidamente escucha mi corazón, cara Ismena,
una plática que acaso tiene muy poco fundamento! ¿Te
parece probable a ti, que me conoces, que el triste juguete
de implacable destino, corazón alimentado siempre de
amargura y de lágrimas, deba conocer el amor y sus locos
dolores? Resto de la sangre de un rey, noble hijo de la
Tierra. fuí la única en escapar a los furores guerreros. En
la florida estación perdí a seis hermanos: ¡qué esperanz~
de una ilustre estirpe! El hierro lo cosechó todo; y la
41 FEDRA
tierra, humedecida, bebió a su pesar la sangre de los des-
cendientes de Erecteo. Tú sabes qué severa ley, después de
su muerte, prohibió a todos los griegos amarme: se teme
que la llama audaz de la hermana llegue a reanimar un
día las cenizas fraternas. Pero tú sabes también con qué
ojos desdeñosos miré ese afán de un vencedor desconfia-
do. Sabes que, opuesta siempre al amor, agradecí muchas
veces al injusto Teseo, este feliz rigor que secundaba mis
desdenes. En aquel tiempo mis ojos, mis ojos no habían
contemplado a su hijo. No es que sólo, cobardemente en-
cantada por los ojos, amé en él su belleza, su gracia tanto
alabada, presentes con que la naturaleza ha querido hon-
rarlo y que él mismo desprecia y parece ignorar. Amo y
admiro en él más nobles riquezas, las virtudes de su padre
sin sus debilidades. Amo en él, lo confesaré, ese orgullo
generoso que jamás cedió al amoroso yugo. Fedra podía
honrarse con los suspiros de Teseo : en cuanto a mí, soy
más orgullosa, y huyo la gloria fácil de conquistar un
homenaje a otras mil ofrecido y entrar en un corazón
abierto por todos sus costados. Pero hacer doblegar un
inflexible coraje, llevar el dolor a un alma insensible, en·
cadenar a un cautivo atónito de sus hierros, vanamente
rebelado contra un yugo que le place: eso es lo que
quiero, lo que me excita. Costaba menos desarmar a Hér-
cules que a Hipólito; vencido más a menudo, y con más
frecuencia abatido. otorgaba menos a los ojos que lo do-
maron. Pero ¡ay, cara Ismena! ¡Qué imprudencia es l ~
mía! Se me opondrá demasiada resistencia. Acaso me es-
cuches, humilde en mi aflicción, lamentarme de ese mis-
mo orgullo que hoy admiro. ¿Amaría a Hipólito? ¿Por
qué extrema dicha hubiera yo podido doblegar ?
ISMENA
Lo escucharéis de él mismo. Viene a vos.
ESCENA SEGUNDA
Hip6lito , Aricia, I sm ena
HIPÓLITO
Señora, antes de partir, he creído de mi deber pre-
veniros acerca de vuestra suerte. Mi padre ya no existe.
Mi desconfianza presagiaba justamente las razones de su
RACINE 42
ARICIA
Atónita y confusa de cuanto oigo, temo casi, temo
que un sueño me engañe. ¿Estoy despierta? ¿Puedo creer
en semejante designio? ¿Qué dios, señor, qué dios lo puso
en vuestro pecho? ¡Que en todas partes germine vuestra
bien ganada gloria! ¡Cómo supera la verdad al renombre!
¿Queréis traicionaros vos mismo en favor mío? No es
suficiente que no me hayáis odiado , que hayáis podido du-
rante tan largo tiempo defender vuestra alma de esta
enemistad .
HIPÓLITO
¿Odiaros yo, señora? Por más sombríos colores con
que hayan pintado mi orgullo ¿se cree que un monstruo
me ha llevado' en su seno? ¿Qué costumbres salvajes, qué
odio endurecido, podrían veros sin endulzarse? ¿Pude yo
resistir al engañoso encanto ?
ARIerA
¿Cómo? Señor .
HIPÓLlTO
Me he comprometido demasiado . Veo que la razón ce-
de a la violencia_ Señora, puesto que he comenzado a rom-
per el silencio, preciso es que continúe: preciso es que os
informe de un secreto que mi corazón no puede ya guar-
dar. Tenéis delante a un príncipe digno de compasión ,
ejemplo famoso de temerario orgullo. Yo , altivamente rebe-
Jado contra el amor, que tanto tiempo insulté los hierros
de sus cautivos, que lamentando los naufragios de los dé-
hiles mortales pensé siempre contemplar desd~ la costa
sus tormentas, ¡con qué turbación me veo ahora sometido
a la ley común, arrastrado fuera de mí mismo' Un instan-
te ha vencido mi imprudente audacia: esta alma tan llena
de soberbia cesó de ser libre. Desde hace más de seis m e-
ses, avergonzado, desesperado, llevando a todas partes el
dardo que me desgarra, contra vos y contra mí en va~10
me agito: presente, os huyo; ausente, os encuentro ;
vuestra imagen me persigue hasta en el fondo de los bos-
(mes; la luz del día, las sombras de la noche, todo repro-
duce a mis ojos los encantos que evito; todo os entrega
a discreción al rebelde Hipólito. Como único fruto de mis
superfluas precauciones, yo mismo me busco ahora sin
encontrarme. Mi arco, mis jabalinas, mi carro, todo me
importuna; no recuerdo ya las lecciones de Neptuno;
RAGINE 44
ESCENA TERCERA
Hip6lito, Aricia, Terámenes, Ismena
TERÁMENES
Señor, viene la Reina, yo me le he adelantado. Os
busca.
HIPÓLlTO
¿A mí?
TERÁMENES
Ignoro sus propósitos. Pero han venido a preguntar
por vos de parte suya. Fedra quiere hablaros antes de
vuestra partida.
HIPÓLlTO
¿Fedra? ¿Qué le diré? i.Y qué puede esperar . .?
ARICIA
Señor, no podéiR rehusaros a oírla. Aunque bien con·
vencido de su enemistad, debéis alguna sombra de piedad
a sus lágrimas.
HIPÓ LITO
Mientras tanto os alejáis. Y yo parto. ¡Y no sé si he
ofendido los encantos que adoro! No sé si ese corazón
que dejo en vuestras manos .. .
ARICIA
Partíd, príncIpe, y ejecutad vuestros generosos desig·
nios. Convertid a Atenas en tributaria de mi poder. Yo
acepto todos los dones que queráis hacerme. Pero sabed
que ese imperio tan grande, tan glorioso, no es a mis ojos
el más caro de vuestros presentes.
45
ESCENA CUARTA
Hipólito, Terámenes
HIPÓLITO
¿Todo está pronto, amigo? Pero la reina se adelanta.
Vé, que todo se prepare con diligencia para la partida.
Haz que den la señal, corre, ordena, y vuelve rápido a
librarme de una conversación molesta.
ESCENA QUINTA
Fedra, Hip6lito, Enona
FEDRA
(.4 Enona) Aquí está. Toda la sangre me afluye al
corazón. Olvido, viéndole, lo que vine a decirle.
ENONA
Acordáos de un hijo que sólo en vos espera.
FEDRA
Señor, se dice os aleja de nosotros una inmediata
partida. Vengo a unir mis lágrimas a vuestros dolores.
Vengo a explicaros mis alarmas con respecto a mi hijo.
Mi hijo ya no tiene padre, y no está lejano el día que lo
haga también testigo de mi muerte. Ya .a sedian su infan-
cia mil enemigos, y vos sólo podéis abrazar contra ellos
su defensa. Pero un secreto remordimiento agita mi es·
píritu. Temo haber cerrado vuestro oído a mis clamores.
Tiemblo de que vuestra justa cólera persiga pronto a
través de él a una odiosa madre.
HIPÓLITO
Señora, no tengo sentimientos tan bajos.
FEDRA
Aunque me odiarais, señor, no me quejaría. Me ha·
béis visto encarnizada en vuestro daño; y no podíais leer
en el fondo de mi corazón. Me he esforzado en merecer
vuestra enemistad. No podía sufriros en los parajes que
habitaba. Declarada contra vos en público y en secreto,
RACINE 46
ESCENA SEXTA
Hip6lito, Terámenes
TERÁMENES
¿Es Fedra la que huye, o, mejor, la que se llevan?
¿Por qué, señor, por qué esas muestras de angustia? Os
veo sin espada, desconcertado, pálido.
49 FEDRA
HIPÓLITO
Huyamos, Terámenes. Mi sorpresa es enorme. No
puedo mirarme sin horror a mí mismo. Fedra . . . Pero no.
¡Dioses, que en profundo olvido permanezca amortajado
tan horrible secreto!
TERÁMENES
Si queréis partir, lista está la vela. Pero Atenas se ha
declarado ya, señor. Sus jefes han recogido los votos de
todas las tribus. Vuestro hermano gana y Fedra le sigue.
HIPÓ LITO
¿Fedra?
TERÁMENES
Un heraldo encargado de manifestar la voluntad de
Atenas acaba de entregarle las riendas del Estado. Su hi-
jo es rey, señor.
HIPÓLITO
Dioses, que la conocéis, ¿es su virtud, acaso, lo que
recompensáis?
TERÁMENES
Sin embargo, un sordo rumor afirma que el Rey vive.
Se pretende que ha aparecido Teseo en el Epiro. Pero yo,
señor, que lo he buscado allí, sé demasiado bien .
HIPÓLITO
No importa, oigámoslo todo y n ada descuidemos .
Examinemos ese rumor remontándonos a su fuente . Si
no merece interrumpir mi marcha, partamos, y a cual-
quier precio pongamos el cetro en manos dignas de lle-
varlo.
A e T o TER e E R o
ESCENA PRIMERA
Fedra, Enona
FEDRA
¡Ah! ¡Llévense lejos los honores que me envían!
¿Puedes desear que me vean, importuna? ¿Con qué vie-
nes a halagar mi desolado espíritu? Ocúltame, más bien:
por demás he hablado. Osaron esparcirse fuera mis furo-
res. y he pronunciado lo que jamás debió ser oído. ¡Cielos!
¡Cómo me escuchaba! ¡Con cuántos rodeos eludió largo
tiempo mis palabras, el insensible! ¡Cómo anhelaba una
pronta retirada! ¡Y cómo redobló mi vergüenza su rubor!
¿Por qué estorbaste mi funesto designio? ¡Ay! ¿Palideció
por mí cuando su espada iba a buscar mi seno? ¿Me la
arrancó? Bastó que mi mano la tocara una sola vez para
que se volviera horrible a sus ojos inhumanos; profana-
ría ya sus manos ese desdichado acero.
ENONA
Así, pensando sólo en lamentar vuestras desgracias,
nutrís un fuego que debería extinguirse. ¿No sería me-
jor, como digna descendiente de Minos, buscar vuestro re-
poso en más nobles afanes, contra aquel ingrato recurrir
a la fuga, reinar y asumir la dirección del Estado?
FEDRA
¡Yo reinar! ¡Yo regir un Estado con mi ley, cuando mi
débil razón no reina ya sobre mí! ¡Cuando he abandona-
do el imperio de mis sentidos! ¡Cuando respiro apenas
hajo un vergonzoso yugo! ¡Cuando me muero!
ENONA
Huid.
RAClNE 52
FEDRA
No puedo dejarlo.
ENONA
Osasteis desterrarlo y no osáis huirlo.
FEDRA
Ya no es tiempo. Él conoce mis insensatos ardores.
Traspuestos han sido los límites del pudo!' austero. A los
ojos de mi vencedor confesé mi vergüenza, y la esperanza
se deslizó en mi corazón, a despecho ' mío. Tú misma, re-
animando mis desfallecidas fuerzas y mi alma, errante ya
sobre mis labios, has sabido revivir me con tus aduladores
consejos. Tú me has hecho entrever que podía amarlo .
ENONA
Ay, inocente o culpable de vuestras desdichas, ¿de
qué no hubiera sido capaz por salvaros? Pero si alguna
vez la ofensa irritó vuestro espíritu ¿podéis olvidar los
desprecios de ese furioso? ¡Con qué ojos crueles os dejÓ
su obstinado rigor poco menos que prosternada a sus pies!
¡Qué odioso lo volvía su feroz orgullo! ¡Ah! ¿por qué no
tenía mis ojos Fedra en ese instante?
FEDRA
Enona, él puede abandonar ese orgullo que te hiere.
Tiene la rudeza de los bosques en que fué criado. Endu-
recido por costumbres salvajes, Hipólito oye hablar de
amor por primera vez. Acaso la sorpresa ha provocado su
silencio, y acaso nuestras quejas son violentas por demás.
ENONA
Pensad que una bárbara lo ha llevado en su seno.
FEDRA
Ella amó, sin embargo, aunque fuera escita y bárbara.
ENONA
Él tiene un odio fatal contra todo nuestro sexo.
FEDRA
Así no habré de temer rivales. Pasó la época de tus
consejos, Enona. Sirve a mi furor y no a. mi razón. Él opo-
ne al amor un corazón inaccesible: busquemos el punto
53 FEDRA
ESCENA SEGUNDA
Fedra, sola
FEDRA
Oh tú, implacable Venus, que ves la vergüenza en la
que he caído, ¿estoy bastante humillada? Ya no podrías
llevar más lejos tu crueldad. Tu triunfo es perfecto; to-
dos tus dardos han dado en el blanco. Cruel, si quieres
nuevas glorias, ataca a un enemigo que te sea más rebel-
de que yo-. Hipólito te huye; desafiando tu enojo, jamás
ha doblado la rodilla en tus altares. Tu nombre parece
ofender sus soberbios oídos. Véngate, diosa: iguales son
nuestras querellas. Que él ame ... Pero ¿vuelves ya so-
bre tus pasos, Enona? Me detestan, no te escuchan.
ESCENA TERCERA
Fedro., Enana
ENONA
Señora, hay que ahogar todo pensamiento de ese vano
amor. Recordad vuestra pasada virtud : el Rey a quien
se creyó muerto va a presentarse a vuestra vista; Teseo
ha llegado, Teseo está aquí. El pueblo corre y se preci-
RACINE 54
ENONA
No lo dudo, y los compadezco a ambos; jamás hubo
temor más justificado que el vuestro. Pero ¿por qué ex-
ponerlos a tales afrentas? ¿Por qué vals a declarar con-
tra vos misma? Esto es hecho: se dirá que Fedra, dema-
siado culpable, huye el aspecto temible de su traicionado
esposo. Feliz será Hipólito de que, a expensas de vuestra
vida, vos misma apoyéis sus palabras, muriendo. ¿Qué
pOdré contestar yo a vuestro acusador? Fácilmente seré
por él confundida. Lo veré gozar de su horrible triunfo y
contar vuestra vergüenza a quien quiera oírla. i Ah,. pre-
fiero que las celestes llamas me devoren! Pero no me en-
gañéis: ¿lo amáis aún? ¿Con qué ojos miráis a ese atre-
vido príncipe?
FEDRA
Aparece a mis ojos como un espantable monstruo.
ENONA
i.Por qué entonces cederle íntegra la victoria? Vos le
teméis. Osad acusarle, la primera, del crimen con que hoy
puede agobiaros. ¿Quién os desmentirá? Todo habla en
contra suya: su espada, que felizmente quedó en vuestras
manos, vuestra turbación actual, vuestro pasado dolor, su
padre prevenido por vuestras voces desde hace largo
tiempo, y hasta su destierro obtenido por vos misma.
FEDRA
¿Que ose yo oprimir y calumniar la inocencia?
ENONA
Mi celo no necesita más que de vuestro silencio. Tan
temblorosa como vos, sufro algunos remordimientos, y
preferiría afrontar mil muertes, pero ya que os pierdo
sin ese triste recurso , vuestra vida tiene para mí un pre-
cio ante el cual todo se doblega. Hablaré. Teseo, irritado
por mis noticias, limitará su venganza al destierro de su
hijo. Aun castigando, señora, un padre siempre es pa-
dre: un ligero suplicio es suficiente para su cólera. Pero
aun cuando debiera ser derramada sangre inocente, ¿qué
no exige vuestro amenazado honor? Es un tesoro dema-
siado precioso para comprometerlo. Debéis someteros, se-
ñora, a la ley que os dicte: y para salvar nuestro honor
RAC'INE 56
ESCENA SEXTA
Hip6lito, Terámenes
HIPÓLITO
¿A qué tendía ese discurso que me heló de espanto?
Fedra, presa siempre de su extremo furor, ¿quiere acu-
sarse y perderse a sí misma? ¡Dioses! ¿Que dirá el Rey?
¡Que funesto veneno ha esparcido el amor en toda su casa!
<\. mí mismo, ardiendo en un fuego que su odio reprueba,
¡cómo me vió antes y cómo me recobra! Negros presen·
timientos vienen a espantarme. Pero, en fin, nada tiene que
temer la inocencia. Vamos, busquemos por medio de qué
feliz arbitrio podré conmover la ternura de mi padre, pa-
ra confesarle un amor que él puede querer perturbar, pe·
ro que su poder entero no alcanzaría a destruir.
A e T o e u A R T o
ESCENA PRIMERA
Teseo, Enona
TESEO
¡Ah! ¿Qué es lo que oigo? Ese traidor, ese temerario,
¿había de preparar tal insulto al honor de su padre?
¡Destino, con qué rigor me persigues! No sé adónde voy
ni dónde estoy. ¡Oh ternura, oh bondad mal recompensa·
da! ¡Audaz proyecto! ¡ Idea detestable! Para alcanzar el
objetivo de sus negros amores, el insolente recurrió al
auxilio de la fuerza. He reconocido el acero, instrumento
de su rabia, ese acero con que lo armé para más noble uso.
¡.Todos los lazos de la sangre no han podido retenerlo? ¿Y
Fedra difería su castigo? ¿Protegía su silencio al culpable?
ENaNA
Fedra protegía más bien a un padre desdichado.
A yergonzada de los designios del furioso amante, y del
fuego criminal que ardía en sus o,; os, Fedra moría, señor,
y su mano matadora extinguía la inocente luz de su mira-
da, La vi alzar el brazo, corrí a socorrerla. Yo sola he sa-
bido conservarla a vuestro amor; y lamentando a la vez
su emoción y vuestros temores, he servido, a mi pesar,
de intérprete a sus lágrimas.
TESEO
¡Pérfido! No h a podido evitar el palidecer. Lo he vis-
to estremecerse de temor al abordarme, y quedé atónito
de su escasa alegría, Sus fríos abrazos helaron mi ternura.
Pero ese culpable amor que lo devora ¿se había manifes-
tado ya en Atenas?
RACINE 60
ENONA
Señor, acordáos de las quejas de la Reina. Un crimi·
nal amor era la causa de su odio.
TESEO
¿Y ese amor ha recomenzado en Trecene?
ENONA
Señor, os he dicho cuanto ha ocurrido. Descuidamos
demasiado a la Reina, entregada a su' dolor mortal. Pero
mitid . que os deje y acuda junto a ella.
ESCENA SEGUNDA
Teseo, Hip6lito
TESEO
¡Ah! ¡Aquí está, oh Dioses! ¿Qué ojos no se hubieran
engañado como los míos ante esa noble presencia? ¿Debe
brillar el sacro carácter de la virtud sobre la frente de un
profanador adúltero? ¿No debería reconocerse, por segu-
ros signos, el pérfido corazón de los hombres?
HIPÓLITO
Señor, ¿puedo preguntaros qué funesta nube ha po-
dido perturbar vue:;tro augusto semblante? ¿No osáis
confiar ese secreto a mi fidelidad?
TESEO
P érfido, ¿y osas comparecer ante mí? Monstruo a
quien por demasiado tiempo perdonó el rayo, resto im-
puro de los bandidos de que purgué la tierra, ¿después
de haber llegado hasta el lecho de tu padre con el furor
de los transportes de un amor horrendo osas mostrar tu
enemiga cabeza, te presentas en los lugares impregnados
de tu infamia, en vez de ir a buscar, bajo desconocidas
miradas, países adonde no h aya llegado aún mi nombre?
Huye, traidor. No vengas a desafiar mi odio. y a tentar un
enojo que retengo apenas. Me basta con el eterno opro-
bio de h aber podido engendrar tal hijo, sin que además
tu muerte, vergonzosa para mi recuerdo, venga a m ::l.n-
char la gloria de mis nobles actos. Huye; y si no quier es
61 FEDRA
HIPÓLITO
¿Qué plazo y qué lugar prescribis a mi destierro?
TESEO
Aunque estuvieras más allá de las columnas de Hér-
cules, me creeria aún demasiado próximo a un miserable.
HIPÓLITO
Cargado con el espantoso crimen de que me Rospe-
cháis reo, ¿qué amigos me compadecerán si vos me aban-
donáis?
TESEO
Vé a buscar amigos cuya funesta estimación honre
el adulterio y aplauda el incesto, traidores, ingratos sin
honor ni ley, dignos de proteger a un malvado como tú.
HIPÓ LITO
¿Me tratáis siempre de incestuoso y de adúltero? Me
callo. Sin embargo, señor, Fedra nació de una madre,
Fedra pertenece a una estirpe, vos lo sabéis demasiado
bien, más colmada que la mía de tales horrores.
TESEO
¿Qué? ¿Tu rabia pIerde tuuo recato a mis ojos? Por
última vez: apártate de mi vista; sal, traidor. No esperes
que un padre enfurecido te haga arrancar oprobiosamen-
te de estos paraje::;.
ESCENA TERCERA
Teseo (solo)
TRSEO
Miserable, corres a tu infalible pérdida. Jurando por
el río terrible para los mismos Dioses, Neptuno me dió
su palabra y va a cumplirla. Te sigue un dios vengador
a quien no puedes huir. Yo te amaba ; y siento que, pese
a tu ofensa, mis entrañas se conmueven de antemano por
ti. Pero con exceso me has obligado a condenarte. ¿Hubo
nunca padre más ultrajado? Justos Dioses, que véis el
dolor que me agobia, ¿pude yo engendrar hijo tan cul-
pable?
RACINE 64
ESCENA CUARTA
Fedra, Teseo
FEDRA
Señor, vengo a vos, llena de justo espanto. Llegó
hasta mí vuestra voz temible. Perdonad a vuestra raza, si
aún es tiempo. Temo que a la amenaza haya seguido un
pronto desenlace. Respetad vuestra sangre, oso suplicá-
roslo. Salvadme del horror de oírla gemir; no me prepa-
réis el imperecedero dolor de haberla hecho derramar por
las manos paternas.
TESEO
No, señora, mi mano no se ha mojado en mi sangre;
pero no por ello me escapará el ingrato. Una mano inmor-
tal se encarga de perderlo. Neptuno me lo debe y que-
daréis vengada.
FEDRA
¡Neptuno os lo debe! ¡Qué! Vuestros irritados votos ...
TESEO
¡Qué! ¿Teméis ya que sean escuchados? Uníos más
bien a mis legítimos ruegos. Recordadme sus crímenes
en toda su n egrura. Exaltad mis transportes demasiado
lentos, demasiado retenidos. Todavía no conocéis todos
sus crímenes: su furor se expande en injurias contra vos:
vuestra boca, según él, está llena de imposturas; sostiene
que Aricia es dueña de su corazón y de su fe, que la ama.
FEDRA
¿Cómo, señor?
TESEO
Lo ha afirmado ante mí. Pero sé rechazar un frívolo
artificio. Esperemos en la rápida justicia de Neptuno. Yo
mismo voy ahora al pie de sus aras, para apremiarlo a
que cumpla sus juramentos inmortales.
65 FEDRA
ESCENA QUINTA
Fedra (sola)
FEDRA
Se va. ¿Qué nueva hirió mi oído? ¿Qué fuego mal
ahogado en mi corazón despierta? ¡Qué rayo, oh cielos,
y qué infausto anuncio! Yo volaba íntegramente en so·
corro de su hijo, y, arrancándome a los brazos de la es·
pantada Enona, cedía al remordimiento que me tortura.
¿Quién sabe hasta dónde me hubiera llevado ese arre-
pentimiento? Quizás hubiera consentido en acusarme ;
quizás, a no faltarme la voz, la espantosa verdad se me
hubiera escapado. ¡Hipólito es sensible, y nada siente
por mí! ¡Aricia es duelÍ.a de su corazón! ¡Aricia tiene su
fe! ¡Ah, Dioses! Cuando el ingrato se armaba inexorable-
mente contra mis anhelos de tan fieras miradas, de as-
pecto tan temible, pensé que su corazón, siempre cerrado
al amor, estuviera igualmente armado contra todo mi
sexo. Otra, sin embargo, ha doblegado su audacia; otra
ha encontrado gracia a sus crueles ojos. Quizás tiene un
corazón fácil de enternecer y yo soy la única a quien
no soporta. ¿Y me echaré encima el cuidado de defen-
derlo?
ESCENA SEXTA
FedTa , Enana
FEDRA
Querida Enona, ¿sabes de lo que acabo de enterarme?
ENONA
No; pero, la v·~rdad, vengo temblando. Palidezco ante
el designio que os h.izo alejaros: temo un furor fatal para
vos misma.
FEDRA
¿Quien lo creyera, Enona? Tenía una rival.
ENONA
¿Cómo?
FEDRA
Hipólito ama, y no lo sospeché siquiera. Ese feroz e
indomable enemigo a quien el respeto ofendía y a quien
RACINE 66
ESCENA PRIMERA
Hip6lito, Aricia
ARICIA
¿Cómo? ¿Podéis ca.1laros en tan extremo peligro?
¿Dejáis en el error a un padre que os ama? Cruel, si des-
preciando el poder dE' mis lágrimas aceptáis sin pena no
volver a verme, partid, separáos de la triste Aricia; pero,
al partir, asegurad Vl,;estra vida, al menos. Defended vues-
tro honor de un vergonzoso reproche y forzad a vuestro
padre a revocar sus votos. Aún es tiempo. ¿Por qué, por
qué capricho dejáis el campo libre a vuestra acusadora?
Hablad claro a Teseo.
HIPÓLlTO
¡Ah! ¡qué no le habré dicho! ¿Hubiera debido poner
en claro el oprobio de su lecho? Haciéndole un relato
demasiado sincero ¿debía cubrir con indigno rubor la
frente de un padre? Vos sola habéis penetrado este mis-
terio odioso. Para confiarse, mi corazón sólo os tiene a
vos y a los Dioses. Ved si os amo, que no he podido ocul-
taros cuanto quería yo ocultarme a mí mismo. Pero pen-
sad bajo qué secreto os lo he revelado . Si es posible, ol-
vidad que os hablé, señora, y jamás tan pura boca se abra
para referir esta horrible aventura. Osemos confiar en la
equidad de los Dioses ; ellos están demasiado interesados
en justificarme; y Fedra, castigada por su crimen tarde o
temprano, no pod~-á evitar tan justa ignominia. Es el
único respeto que dE; vos exijo. Permito todo lo demás
a mi libre enojo. Salid de la esclavitud a que estáis redu-
cida; atrevéos a seguirme, atrevéos a acompañar mi fu-
ga; arrancáos a un lugar funesto y profanado, donde la
virtud respira aires ponzoñosos; para ocultar vuestra in-
RACINE 70
ARICIA
Viene el Rey. Príncipe, huid, partid en seguida. Yo
permaneceré aquí un momento para ocultar mi marcha.
Id, y dejadme algún guía fiel que conduzca hasta vos
mis tímidos pasos.
ESCENA SEGUNDA
Teseo, ATicia, Ismena
TESEO
¡Dioses! ¡Esclareced mi turbación, y dignáos mos-
trar a mis ojos la verdad que busco en este sitio!
ARICIA
Piensa en todo, querida Ismena, y apróntate para la
fuga.
ESCENA TERCERA
Teseo, Aricia
TESEO
¡Señora, cambiáis de color y parecéis desconcertaaa!
¿Qué hacía Hipólito en este sitio?
ARICIA
Señor, me daba un adiós eterno.
TESEO
Vuestros ojos han sabido domar ese corazón rebelde
y sus primeros suspiros son vuestra feliz hazaña.
ARICIA
Señor, no puedo negaros la verdad: él no ha here·
dado vuestro injusto odio, ni me trataba como a una
criminal.
TESEO
Comprendo : os juraba un eterno amor. Pero no con·
fiéis en ese corazón inconstante, porque lo mismo que a
vos les juraba a otras.
ARICIA
¿Él, señor?
HACINE 72
TESEO
Debierais volverlo menos versátil: ¿cómo soportabais
ese horrible reparto?
ARICIA
¿y cómo soportáis vos que con horribles palabras
osen enturbiar el curso de tan hermosa vida? ¿Conocéis
tan poco su corazón'? ¿Tan mal discernís el crimen y la
inocencia? ¿Es posible que sólo para vuestros ojos oculte
una odiosa nube su virtud, que para todos los ojos brilla?
Ah, basta ya de entregarlo a pérfidas lenguas. Detenéos:
arrepentíos de vuestros votos homicidas; temed, señor,
temed que el cielo riguroso os odie tanto, que escuche
vuestras súplicas. A menudo acepta encolerizado nuestras
víctimas; sus presentes son a menudo la pena de nuestros
crímenes.
TESEO
No, en vano queréis disculpar su crimen: vuestro
amor os ciega en favor del ingrato. Pero yo creo en testi-
monios ciertos, irrecusables: yo he visto, he visto correr
lágrimas verdaderas.
ARICIA
Tened cuidado, señor. Vuestras invencibles manos
han libertado a los hombres de monstruos sin cuento; pe-
ro no todos han sido exterminados, y vos dejáis vivir
uno Señor, vUestro hijo me prohibe continuar. Cono-
cedora del respeto que quiere guardaros, lo afligiría de-
masiado si osara seguir. Imito su pudor y huyo de vues-
tra presencia para r.o verme forzada a violar mi secreto.
ESCENA CUARTA
TESEO (solo)
¿Cuál es, pues, su pensamiento? ¿Y qué ocultan razo-
nes comenzadas tantas veces y siempre interrumpidas?
¿Quieren desconcertarme con ficciones vanas? ¿Están de
acuerdo ambos para hundirme en cavilaciones? Pero yo
mismo, pese a mi rigor severo, ¿qué plañidera voz escu-
cho en el fondo de mi corazón? Una secreta piedad me
ensombrece y me aflige. Interroguemos por segunda vez a
Enona. Quiero estar mejor informado de todo el crimen.
Guardias, que salga Enona y que venga sola a mi pre-
sencia.
73 FEDRA
ESCENA QUINTA
Teseo, Pánope
PÁNOPE
Señor, ignoro el proyecto que medita la Reina, pero
todo lo temo del transporte que la sacude. Una mortal
desesperación se pinta en su semblante; su tez muestra
ya el color de la ml:erte. Arrojada ignominiosamente de
su presencia, Enona se ha lanzado al profundo mar: Na-
die sabe de qué provino esa determinación furiosa, y las
olas la arrebataron a nuestros ojos para siempre.
TESEO
¿Qué oigo?
PÁNOPE
Su muerte no ha calmado a la Reina; parece crecer
la turbación en su vacilante espíritu. Por momentos, para
entretener sus secre-tos dolores, toma a sus hijos y los
baña en lágrimas, pero de pronto, renunciando al amor
materno, su mano los rechaza con horror lejos de sí. Di-
rige al azar sus pasos indecisos; no nos reconocen ya sus
ojos extraviados. Tres veces ha escrito, pero, cambiando
de idea, ha roto tres veces la carta empezada. DignáoR
verla, señor; dignáos acudir en su socorro.
TESEO
¡Cielos! ¿Enona ha muerto y Fedra quiere morir?
Que se llame a mi hijo, ¡que venga a defenderse! Que
venga a hablarme, e5toy pronto a oírlo. Neptuno, no apre-
sures tus funestos favores ; prefiero no ser escuchado nun-
ca. Quizás he creído demasiado a testigos poco veraces,
y demasiado pronto levanté hacia ti mis manos crueles.
¡Ah, qué desesperación seguirá a mis ruegos!
ESCENA SEXTA
Teseo, Terámenes
TESEO
¿Eres tú, Terámenes? ¿Qué has hecho de mi hijo? Te
lo he confiado desde la edad más tierna. Pero ¿de qué
RACINE
ESCENA SÉPTIMA
Teseo , F edra, Terám enes , Pánop e, Guardias.
TESEO
¡Y bien! Vos triunfáis, mi hijo ya no existe. ¡Ah,
cuánto debo temer! ¡Y qué cruel sospecha, absolviéndolo
en mi corazón, con justicia me alarma! Pero, señora, ha
muerto, recibid vuestra víctima: gozad de su pérdida, le-
gítima o injusta, Consiento en que mis ojos se hayan en-
gañado siempre. Lo creo criminal, puesto que sois vos
quien lo acusa. Su muerte ofrece motivo suficiente a mis
lágrimas, sin que vaya a buscar revelaciones odiosas, que,
no pudiendo devolverlo a mi justificado dolor, qUizás no
harían más que acrecentar mi dE'sdicha. Dejadme, lejos
de vos y lejos de estas riberas, huir la en sangrentada
visión de mi hijo destrozado , Confuso, perseguido por un
remordimiento mortal , querría desterrarme del universo.
Todo parece levantarse contra mi injusticia. Hasta la
gloria de mi nombre aumenta mi suplicio. Me ocultaría
mejor siendo men0S conocido de los hombres. Odio hasta
los privilegios con que me honran los Dioses, y me reti-
raré a llorar sus mortíferos favores, sin fati garlos más
con plegarias inútiles. Cualquier cosa que por mí hicie-
ran, su funesta bondad no podría pagarme lo que me
han quitado.
77 FEDRA
FEDRA
No, Teseo, hay que romper un injusto silencio: hay
que devolver la inocencia a vuestro hijo. Él no era cul-
pable.
TESEO
¡Ah! ¡Padre, infortunado! ¡Y lo condené fiado en vos!
Cruel, pensáis que eso basta a excusaros ..
FEDRA
Los momentos me son preciosos; escuchadme, Teseo.
FuÍ yo quien sobre ese hijo, casto y respetuoso, osé arro-
jar incestuosas e impías miradas. El ciélo puso en mi co-
razón una pasión fun esta, y la detestable Enona hizo lo de-
más. Temió ella que Hipólito, conociendo mis furores,
descubriera un fu ~go que lo horrorizaba, y, abusando de
mi debilidad extrema, se apresuró la pérfida a acusarlo
a él mismo ante vos. Se ha castigado ya, y, huyendo de
mi enojo, ha buscado en las olas un suplicio demasiado
suave. El hierro hubiera cortado ya mi suerte, pero yo
dejaba gemir a la sospechada virtud, y he querido, expo-
niendo ante vos mis remordimientos, descender a la muer-
te por más largo camino. He tomado y he hecho correr
en mis venas ardientes un veneno que de Atenas trajo
Medea. Llegando :la a mi corazón, en mi corazón mori-
bundo pone ese veneno un frío desconocido; ya sólo a
través de una nube veo el cielo y el esposo a quien mi
presencia ultraja ; y la muerte, sustrayendo la claridad a
mis ojos, devuelve su pureza a la luz del día C1ue man-
chaban.
PÁNOPE
¡Se muere, señor!
TESEO
¡Así pudiera morir con ella el recuerdo de acción tan
infame! Demasiado convencido ¡ay! de mi error, vamos a
mezclar nuestras lágrimas con la sangre de mi desdichado
hijo. Vamos a abrazar lo que queda de ese hijo amado, a
expiar el furor de un voto que detesto. Rindámosle los
honores que tanto mereció; y, para apaciguar mejor sus
irritados manes, que su amante, a pesar de las tramas de
una familia injusta, ocupe desde hoy junto a mi lugar
de hija.
ANDRÓMACA
PERSONAJES
ESCENA PRIMERA
Ores tes, Pílades
ORESTES
Sí, pues que recupero tan fiel amigo, va a tener nue-
va faz mi fortuna; y ya parece haberse endulzado su
enojo, cuando se cuida de reunirnos aquí. ¿Quién hubiera
dicho que una ribera tan funesta para mis ansias haría
aparecer súbitamente a Pílades ante los ojos de Orestes?
¿Que, después de más de seis meses de haberte perdido,
en la corte de Pirro me serías devuelto?
PÍLADES
Doy gracias al cielo, que deteniéndome sin cesar pa-
recía haberme cerrado el camino de Grecia, desde el día
fatal en que el furor de las olas, casi a la vista del Epiro,
apartó nuestros bajeles. ¡Cuántos temores he sufrido en
este destierro! ¡Cuántas lágrimas he derramado sobre
vuestras desventuras, temiendo siempre para vos algún
nuevo peligro que mi triste amistad no pOdía compartir!
Temblaba sobre todo ante esa melancolía en que durante
tanto tiempo he visto amortajada a vuestra alma. Temía
que el cielo, como cruel socorro, os ofreciera la muerte
que siempre buscáis. Pero os veo, señor; y, me atreveré
a decirlo, os conduce al Epiro destino más dichoso: el
pomposo cortejo que sigue aquí vuestros pasos no es
el de un desdichado que busca la muerte.
ORESTES
¡Ay! ¿Quién puede conocer el destino que me guía?
El amor me ha hecho buscar aquí a una ingrata. Pero
¿quién sabe lo que ha de disponer sobre mi fortuna, ni si
he venido aquí a buscar la vida o la muerte?
RACINE 84
PÍLADES
¡Cómo! ¿Vuestra alma, sujeta como esclava al amor,
abdica en él el cuidado de vuestra vida? ¿Por qué sortile-
gios, olvidando tantos tormentos sufridos, podéis con-
sentir en volver a sus prisiones? ¿Pensáis que Hermíone,
inexorable en Esparta, os prepara en el Epiro más fa-
vorable suerte? Avergonzado de haber nutrido tantos es-
tériles anhelos, la aborrecisteis; en fin, no me hablabais
más de ello. Y me engañabais, señor.
ORESTES
Me engañaba a mí mismo. Amigo, no abrumes a un
desgraciado que te quiere. ¿Te he ocultado alguna vez
mi corazón y mis deseos? Tú viste nacer mi pasión y mis
primeros suspiros. En fin, cuando Menelao dispuso de su
hija en favor de Pirro, vengador de su raza, viste mi deses-
peración; y me has visto, desde entonces, arrastrar de
un mar a otro mi esclavitud y mis tristezas. En ese esta-
do funesto, te vi, a pesar mío, pronto a seguir dondequie-
ra al lamentable Orestes, interrumpiendo siempre el cur-
so de mi furor y salvándome todos los días de mí mismo.
Pero cuando recordaba que entre tantas agitaciones Her-
míone prodigaba a Pirro todos sus encantos, tú sabes que
mi corazón, lleno de ira, quería olvidándola castigar to-
dos sus desprecios. Hice creer y creí segura mi victoria;
tomé todos mis transportes por transportes de odio; mal-
diciendo sus rigores, rebajando sus atractivos, desafié
sus ojos a que volvieran a turbarme jamás. Así es cómo
creí ahogar mi ternura. En esa engañadora calma llegué
a Grecia, y encontré reunidos a sus príncipes, a quienes
un gran peligro parecía haber perturbado. Corrí a ellos.
Pensé que la guerra y la gloria llenarían mi mente de
más importantes cuidados; que mis sentidos recobrarían
su vigor primero, y el amor acabaría por salir de mi co-
razón. Pero admira tú conmigo la suerte, cuya persecu-
ción me hace correr entonces a la trampa que quería evi-
tar. Oigo en todas partes que se amenaza a Pirro; toda la
Grecia estalla en confusos murmullos; se quejan de que,
olvidando sus promesas y su sangre, cría en su corte al
enemigo de Grecia, Astiánax, joven y desgraciado hijo
de Héctor, resto de tantos reyes sepultados bajo las rui-
nas de Troya. Me entero de que, para salvar su infancia
del suplicio, Andrómaca engañó al ingenioso Ulises, mien-
85 ANDROMACA
ORESTES
Pero dime: ¿con qué ojos puede ver Hermíone su hi-
meneo diferido y bin poder sus encantos?
PÍLADES
Hermione, señor, al menos en apariencia, parece des-
deñar la inconstancia de su amante, y cree que, demasiado
feliz de doblegar su rigor, él vendrá a apremiarla para
que recobre su corazón. Pero yo la he visto confiarme sus
lágrimas. Llora en secreto el desprecio de sus encantos.
Siempre pronta a partir, y quedándose siempre, en oca-
siones llama a Orestes en su socorro.
ORESTES
¡Ah! si lo creyera, Pílades, iría en seguida a arrojarme ...
PÍLADES
Señor, cumplid vuestra embajada. Esperáis al Rey.
Hablad y mostradle a todos los griegos conjurados contra
el hijo de Héctor. Lejos de entregarles al hijo de su ama-
da, tal odio no hará más que excitar su ternura. Mientras
más se les quiera separar, más se les va a unir. Insistid:
pedidlo todo, a fin de no obtener nada. Ya viene.
ORESTES
Bien; vé, pues, a preparar a la cruel, para que vuelva
a ver a un amante que sólo por ella viene.
ESCENA SEGUNDA
Pirro, Ores tes, Fénix
ORESTES
Antes de que todos los griegos os hablen por mi voz,
permitid, señor, que ose aquí felicitarme de su elección
y que muestre algún júbilo a vuestros ojos al contemplar
al hijo de Aquiles y al vencedor de Troya. Sí, admiramos
vuestros hechos tanto como sus hazañas: bajo sus gol-
pes cayó Héctor y bajo los vuestros Troya; mostrasteis
con feliz audacia que sólo el hijo de Aquiles podía ocupar
su puesto. Pero la Grecia os ve con dolor hacer lo que
él no hubiera hecho, reparar la desgracia de la troyana
87 ANDROMACA
ORESTES
Señor, demasiado sabéis con qué artificio un falso
Astiánax fué ofrecido a la muerte Que sólo debía padecer
el hijo de Héctor. No es a los troyanos sino a Héctor a
quien se persigue. Sí, los griegos persiguen al padre en
el hijo ; con demasiada sangre compró su cólera, y ella
sólo puede expirar con su flangre. Acaso los atraiga has-
ta el Epiro. Evitadlo.
PIRRO
No, no. Consiento en ello alegremente: busquen en
el Epiro una segunda Troya; que confundan sus odios y
no distingan ya entre la sangre qu~ los hizo vencer y la
de los vencidos. No será ésta la primera injusticia con
que haya pagado Grecia los servicios de Aquiles. Héctor
se aprovechó de ello, señor; y bien pOdría su hijo aprove-
charse también a su. turno.
ORESTES
¿Así, pues, la Grecia tiene en vos un hijo rebelde?
PIRRO
?Acaso he vencido para depender de ella?
89 ANDROMACA
ORESTES
Señor, Hermíol1-= detendrá vuestros golpes: sus ojos
se interpondrán entrE' su padre y vos.
PIRRO
Señor, Hermíone puede serme siempre cara; puedo
amarla sin ser por ello escla.vo de su padre; y acaso sepa
yo algún día acordar las exigencias de mi grandeza y de
mi amor. Mientras tanto, podéis ver a la hija de Helena:
conozco el estrecho lazo de sangre que os une. Después
de esto, señor, no 0S detendré más, y pcdréis anunciar mi
negativa a los griegos.
ESCENA TERCERA
Pirro, Fénix
FÉNIX
¡Así es que lo enviáis a los pies de su señora!
PIRRO
Se dice que largo tiempo amó a la princesa.
FÉNIX
Pero, señor, ¿y si esa pasión vuelve a encenderse? ¿Si
él le devolviera su corazón y se hiciera amar?
PIRRO
¡Ah, Fénix! que se amen: consiento en ello. Que mar-
chen. Que retornen a Esparta prendados uno del otro.
Para ambos están francos todos nuestros puertos. ¡Cuán-
tos enojos y violencias me evitarían!
FÉNIX
Señor ..
PIRRO
En otro momento te abriré mi alma: Andrómaca se
acerca.
RACINE 90
ESCENA CUARTA
Pi1'ro, Andr6maca, Cefisa
PIRRO
¿Me buscabais, SE:fíora? ¿Me estará permitida tan dul-
ce esperanza?
ANDRÓMACA
Me dirigía al lugar en que se guarda a mi hijo. Puesto
que permitís que una vez por día vea yo al único bien
que me resta de Héctor y de Troya, iba, señor, a llorar
con él un momento: hoy no lo he abrazado aún.
PIRRO
¡Ah, señora! Los griegos, si he de creer a sus temores,
os darán bien pronto otros motivos de lágrimas.
ANDRÓMACA
¿y qué miedo es éste que hiere sus corazones, sefíor?
¿Os escapó acaso algún troyano?
PIRRO
Aún no se ha extinguido su odio hacia Héctor. Temen a
su hijo.
ANDRÓMACA
¡Digno objeto de sus temores! Un desgraciado mno
que no sabe todav.Ía que Pirro es su amo y que es hijo
de Héctor.
PIRRO
Por ser quien es, todos los griegos exigen que perezca.
El hijo de Agamenón vIene a apresurar su suplicio.
ANDRÓMACA
¿Y vos pronunciaréis tan cruel sentencia? ¿Es mi in-
terés el que lo vuelve criminal? ¡Ay! no se teme que ven-
gue un día a su padre; témese que llegue a enjugar las
lágrimas de su madre. Él me hubiera servido de padre
y de esposo; pero preciso es que todo lo pierda, y todo
bajo vuestros golpes.
PIRRO
Sefíora, mi negativa se adelantó a vuestro llanto. Todos
los griegos me han amenazado ya con sus armas; pero
91 ANDROMACA
ESCENA PRIMERA
Herrníone, Cleona
HERMÍONE
Haré lo que quieres. Consiento en que me vea: de bue-
na voluntad voy a acordarle este gozo. Bien pronto Pí-
lades conducirá aquí sus pasos; pero, si procediera yo
como pienso, no lo vería.
CLEONA
¿Y qué es lo que su vista tiene para vos de funesto?
¿No es siempre, señora, el mismo Ores tes, de quien ha-
béis anhelado cien veces el retorno, y de quien echabais
de menos la constancia y el amor?
HERMÍONE
Es ese amor, pagado con demasiada ingratitud, lo que
me hace tan ardua su presencia en estos parajes. ¡Qué
vergüenza para mí y qué triunfo para él contemplar su
desazón igualada por mi infortunio! ¿Es ésta, dirá, aque-
lla fiera Hermíone.? Ella me desdeñaba y otro la abando-
na. La ingrata que tan alto precio ponía a su corazón
¿aprende, pues, a su turno a sufrir desvíos? ¡Ah, Dioses!
CLEONA
¡Ah, desprendéos de esos indignos temores! Demasiado
bien sintió la fuerza de vuestros encantos. ¿Creéis que
venga a insultaros un amante? Él os restituye un corazón
que no pudo quitaros. Pero no me decís lo que os comunica
vuestro padre.
HERMÍONE
Si Pirro persevera en sus dilaciones y no quiere con-
sentir en la muerte del troyano , me ordena mi padre par-
tir con los griegos.
RACINE 96
CLEONA
¡Y bien, y bien, señora! Escuchad, pues, a Ores tes. Pi·
rro ha empezado, haced lo demás, al menos. Para hacerlo
bien tendríais que prevenírselo. ¿No me habéis dicho que
lo odiabais?
HERMÍONE
¡Que si lo odio, Cleona! Va en ello mi buen nombre,
después de tantos favores que ha olvidado. ¡Él, que me
traicionó siéndome tan querido! Ah, demasiado lo amé
para que no lo odie.
CLEONA
Huidle, pues, señora; y ya que tanto se os ama ...
HERMÍONE
Ah, deja tiempo para que crezca aún mi furor; déjame
fortalecerme contra mi enemigo: con horror quiero sepa·
rarme de él , Cleona. ¡Demasiado bien trabajará el infiel
para ello!
CLEONA
¡Cómo! ¿Esperáis todavía alguna nueva injuria? Amar
a una cautiva y amarla a vuestros propios ojos ¿todo eso
no ha podido hacéroslo aborrecible? ¿Qué más podría ha-
cer después de lo que ha hecho? Ya os hubiera desagrada-
do, si pudiera él desagradaros.
HERMÍONE
¿Por qué quieres irritar mis pesares, cruel? Temo com-
prender lo que pasa en mi alma. Y tú, procura no creer
nada de lo que veas; cree que yo no amo ya; elogia mi
victoria; cree a mi corazón endurecido por el despecho, y,
si es posible ¡ay! házmelo creer también. Tú quieres que
le huya: ¡y bien! nada me detiene; vamos. No envidiemos
más su indigna conquista; que su cautiva lo doblegue ba-
jo su dominio. Huyamos ¡Pero si el ingrato volviera
a su deber! ¡Si reencontrara la fe algún sitio en su cora-
zón! ¡Si viniera a demandarme gracia a mis pies! ¡Amor,
si pUdieras tu someterlo a mis leyes! ¡Si él quisiera! ... pero
el ingrato no quiere más que ultrajarme ; quedémonos,
sin embargo, para perturbar su suerte; gocemos del placer
de serIe importuna; o forzándolo a romper tan solemne
nudo, volvámoslo criminal a los ojos todos de los griegos.
Atraje la cólera de ellos sobre el hijo; quiero que vengan
97 ANDROMACA
ESCENA SEGUNDA
Hermíone, Ores tes, Cleona
HERMfoNE
¿Creeré, señor, que un resto de ternura os hace buscar
aquí a esta triste princesa? ¿O no debo atribuir más que
a vuestra Obligación la prisa feliz que os conduce a verme?
RACINE 98
ORESTES
Tal es la funesta ceguera de mi amor. Vos sabéis, se·
ñora, que el destino de Orestes es venir sin tregua a ado-
rar vuestros encantos y jurar siempre que no ha de volver
jamás. bé que reabnrán mis hendas vuestras miradas,
que cuantos pasos doy hacia vos son otros tantos perju·
nos: lo sé y me avergüenzo de ello. Pero juro pur lOS
Dioses, testigos del furor de mi última despedida, que
he corrido él todas partes donde mi pérdida segura desata-
ra mis juramentos y acabara mi pena'. He mendigado la
muerte entre pueblos crueles que sólo apaciguan a sus
dioses con sangre humana: me cerraron su templo, yesos
bárbaros pueblos se volvieron avaros de mi prodigada
sangre. En fin, vengo a vos, me veo reducido a buscar en
vuestros ojos la muerte que me huye. Sólo su indiferen-
cia espera mi desesperación: no tienen más que prohibir-
me un resto de esperanza; para adelantar la muerte, hacia
la que corro, sólo tienen que decirme una vez más lo que
me han dicho siempre. Ésta es la única preocupación que
desde hace un año me anima. A vos os corresponde, seño-
ra, apoderaros de una víctima que los escitas hubieran
robaao a vuestros golpes, si los hubiera encontrado tan
crueles como vos.
H ERMÍONE
Dejad, señor, dejad ese lenguaje funesto. La Grecia os
compromete a más premiosos cuidados, ¿Qué habláis del
escita y de mis crueldades? Pensad en todos esos reyes
a quienes representáis. ¿Ha de depender de un transporte
su venganza"! ¿Acaso se os exige la sangre de Orestes?
Desembarazáos de las diligencias que os encargaron.
ORESTES
Ya me ha desembarazado bastante de ellas la negativa
de Pirro. Me despide, señora, y cualquier otra amenaza lo
hace abrazar la defensa del hijo de Héctor.
lIERMÍONE
¡El infiel!
ORESTES
Así, pues, presto a dejarlo, vengo a consultaros sobre
mi propio destino. Y ya me parece escuchar la respuesta
que en secreto pronuncia contra mí vuestro odio.
99 ANDROMACA
ll:ERMÍONE
¿Cómo? ¿Siempre injusto, os quejaréis siempre de mi
enemistad en vuestras tristes palabras? ¿Qué rigor es éste
tantas veces invocado? Vine al Epiro, donde estoy rele-
gada: así lo ordenó mi padre. ¿Pero qUién sabe si desde
entonces no he compartido en secreto vuestros pesares?
¿Pensáis haber sido el único en vuestros temores? ¿O
que el Epiro no ha visto nunca correr mi llanto? En fin
¿quién os dice que a pesar de mi deber no haya anhelado
alguna vez vuestra presencia?
ORESTES
¡Anhelado mi presencia! ¡Ah! princesa divina ... Pero,
por favor, ¿es a mí a quien tales razones se dirigen?
Abrid los ojos: pensad que ante vos está Orestes, Orestes,
durante tan largo tiempo objeto de vuestra cólera.
HERMÍONE
Sí, vos, cuyo amor, naciendo con mis encantos, os ense-
no antes que nadie al poder de sus armas; vos, a quien
me obligan a estimar mil virtudes; vos a quien he com-
padecido, en fin, a quien querría amar.
ORESTES
Os comprendo. Tal es mi funesta suerte. Pai'a Pirro es
el corazón y para Orestes las promesas.
HERMÍONE
Ah, no anheléis el destino de Pirro: os odiaría de-
masiado.
ORESTES
Me amaríais más. ¡Ah, con qué distintos ojos me ve-
ríais! Vos queréis amarme y yo no puedo agradaros; y
como sólo el amor se hace obedecer, queriendo odiarme,
seflora, me amaríais. ¡Oh Dioses! ¡Tantos respetos, una
amistad tan tierna, qué de razones en mi favor si pudie-
rais oírme! Vos sois la única que defendéis a Pirro, acaso
a pesar vuestro, a pesar suyo, sin duda. Porque en fin,
él os odia; su alma, presa de otra, no tiene ya ...
HERMÍONE
¿Quién os ha dicho, señor, que me desprecia? ¿Os lo
indicaron sus razones, sus miradas? ¿Juzgáis que mi vis-
RACI NE 100
ESCENA CUARTA
Pirro, Orestes, Fénix
PffiRO
Os buscaba, señor. Confieso que algo de violencia
me hizo combatir el poder de vuestras razones; y desde
que os dejé reconocí su equidad y comprendí su fuerza.
Pensé como vos en que me convertía en enemigo de
Grecia, de mi padre, en una palabra, de mi mismo; que re·
sucitaba Troya y volvía imperfecto cuanto hizo Aquiles
y cuanto yo hice. No condeno ya tan legítima cóllOlra, y
se os va a entregar vuestra víctima, señor.
ORESTES
Señor, por esa prudente y rigurosa medida compráis
la paz con la sangre de un desdichado.
RACINE 102
PIRRO
Sí. Pero más aún quiero asegurarla, señor: prenda
es Hermíone de una eterna paz; me desposo con ella.
Parecería que tan dulce espectáculo no esperaba más que
un testigo como vos en estos parajes. Representáis aquí
a su padre y a los griegos todos, puesto que en vos ve
Menelao a su hermano redivivo. Veámosla, pues Id .
Decidle que mañana espero la paz y su corazón de vues-
tras manos.
ORESTES
¡Ah, Dioses!
ESCENA QUINTA
Pirro, Fénix
PIRRO
¿Y bien, Fénix, es el amor quien manda? ¿Tus ojos
rehusan aún reconocerme?
FÉNIX
Ah, os reconozco; y esa justa ira os devuelve, señor,
a vos mismo, así como a todos los griegos. Ya no existe el
juguete de una servil pasión: existe Pirro, el hijo y ri-
val de Aquiles, a quien por fin la gloria atrae bajo su
ley, y que por segunda vez triunfa de Troya.
PIRRO
Dí más bien que hoy comienza mi victoria. Gozo de
mi gloria sólo desde este día. Y mi corazón, tan orgullo-
so como lo viste sujeto, cree haber derrotado en el amor
mil enemigos. Considera, Fénix, las perturbaciones que
evito, qué turba de males trae el amor como séqUito, qué
de amigos iba a sacrificar, qué de deberes, cuántos peli-
gros ... Una mirada me hubiera hecho olvidarlo todo. En
masa caían sobre el rebelde los conjurados griegos. Yo
me complada en perderme por ella.
FÉNIX
Sí, bendigo, señor, la feliz crueldad que os vuelve
PIRRO
Tú viste cómo me trató. Pensaba yo, viendo alarmada
su ternura, que sin defensa me la devolvería su hijo.
103 ANDROMACA
FÉNIX
Id, señor, id a echaros a sus pies, y, jurándole que
vuestra alma la adora, animadla aún para nuevos des-
precios_
PIRRO
Bien lo veo, crees que, pronto a excusarla, mi cora-
zón corre junto a ella tratando de que se apacigüe.
FÉNIX
Amáis : eso basta.
PIRRO
¿Amarla yo? ¿A una ingrata que me odia más cuanto
más mi amor la acaricia? Sin parientes, sin amigos, sin
más esperanza que yo, puedo perder a su hijo; quizás debo
hacerlo. Extranjera ... ¿qué digo? esclava en el Epiro, le
doy su hijo, mi alma, mi imperio; ¿y no puedo ganar en
ese corazón pérfido otro puesto que el de perseguidor?
No, no, lo he jurado, mi venganza es segura: hay que
justificar de una vez por todas su odio. Abandono a su
hijo. ¡Qué de lágrimas correrán! ¡Con qué nombres me
va a llamar su dolor! ¡Qué espectáculo se dispone hoy
para ella! Morirá, Fénix, y yo seré el causante de su
muerte. Es hundirle un puñal en el seno con mi propia
mano.
FÉNIX
¿Y por qué entonces divulgar vuestro proyecto? ¿Có-
mo no consultasteis previamente vuestra flaqueza?
PIRRO
Te comprendo. Pero perdona un resto de ternura .
¿Temes tú un combate tan débil para mi cólera? Es el
último reflejo de un amor que se extingue. Vamos. Me
abandono a tus consejos, Fénix. ¿Hay que entregar a su
hijo? ¿Hay que ver a Hermíone?
FÉNIX
Sí, señor, vedla, y con sumisos juramentos protes-
tadle ...
PIRRO
Hagamos todo cuanto prometí.
A e T o TER e E R o
ESCENA PRIMERA
QTes tes, P ílades
PÍLADES
Señor, moderad este furor extremado: No os reconoz-
co ya; no sois ya el mismo. Permitid ...
ORESTES
No, Pílades, tus consejos no son ya oportunos; cansa-
do estoy de oír a la razón. Demasiado tiempo arrastré mi
vida y mi suplicio: preciso es que la rapte o bien que
perezca. Lo he decidido y quiero realizarlo. Sí, lo quiero.
PÍLADES
y bien, hay que raptarla; consiento en ello. Pero con-
siderad dónde estáis, entre tanto. ¿Qué pensarán de vos
ante vuestro comportamiento? Disimulad: calmad ese in-
quieto transporte; ordenad a vuestros ojos que guarden
su secreto. Estos guardias, esta corte, el aire que nos
rodea, todo depende de Pirro, y, más que todo, Hermíone.
Ocultad sobre todo a sus ojos vuestra ira. ¡Oh Dioses!
¿por qué la buscabais en ese estado?
ORESTES
¿Qué sé yo? ¿Era acaso dueño de mí mismo? Arrastrá-
bame el furor y quizás iba a amenazar a la ingrata y a
su amante a la vez.
PÍLADES
¿Y cuál era el fruto de ese arrebato?
ORESTES
¿Y qué alma, díme, no se perdería bajo el golpe que
acaba de confundir mi razón? Él dice que mañana se
RACINE 106
PÍLADES
Éste es, pues, el éxito de vuestra embajada: i Ores tes
raptor!
ORESTES
¿Y qué importa, Pílades? ¿Cuando nuestros reinos
vengados gocen de mi diligencia, gozará menos la ingrata
de mis lágrimas? ¿Y de qué me servirá que la Grecia
me admire, si sayal mismo tiempo la irrisión del Epi-
ro? ¿Qué quieres? Si es preciso que nada te oculte, te con-
fieso que mi inocencia comienza a pesarme_ Yo no sé qué
injusto poder ha perseguido en todo tiempo a la inocen-
cia dejando en paz al crimen_ A cualquier parte que vuel-
va los ojos, no veo sobre mí más que desgracias a que los
Dioses condenan_ Justifiquemos su odio, merezcamos su
ira, y que preceda a la pena el fruto del crimen_ ¡, Pero
tú, por qué error quieres siempre desviar hacia ti una
cólera que sólo a mí me busca? Mi amistad te abruma
demasiado y desde hace demasiado tiempo: apártate de
un desdichado, abandona a un culpable_ Créeme, querido
Pílades, tu piedad te engaña _ Deja para mí los peligros
cuyo resultado sólo a mí concierne, y lleva a los griegos
ese infante que me abandona Pirro_ Véte.
PíLADES
Vamos, señor, raptemos a Hermíone, que un gran
corazón se abre paso a través del peligro. ¿Qué no pue-
de la amistad, por el amor conducida? Vamos a animar
el coraje de todos vuestros griegos. Prontos están nues-
tros navíos, y el viento nos llama. Conozco todos los os-
curos rodeos de este palacio; veis que el mar viene a
batir sus muros; esta noche, un secreto pasadizo condu-
cirá sin trabajo vuestra presa hasta vuestra nave.
ORESTES
Caro amigo, abuso de tu amistad excesiva. Pero per-
dona, en gracia a los males que sólo tú compadeces ; ex-
cusa a un desventurado que pierde cuanto ama, a quien
todo el mundo odia y que se odia a sí mismo. Que no pue-
da yo a mi vez, con mejor fortuna ...
P!LADES
Disimulad, señor : es todo cuanto quiero. Guardáos de
que vuestro designio se manifieste antes del golpe: olvi-
RACINE 108
ESCENA SEGUNDA-
Hermíone, Orestes, Cleona
ORESTES
¡Y bien! mis empeños os devuelven vuestra conquis-
ta. Señora, he visto a Pirro, y vuestro himeneo se apresta.
HERMioNE
Eso dicen; y además acaban de asegurarme que no
me buscabais más que para prepararme a ello.
ORESTES
¿Y no os negaríais a creer a vuestros ojos?
HERMioNE
¿Quién hubiera creído que Pirro no sería infiel? ¿Que
su pasión tardaría tanto en manifestarse, que volvería a
mí cuando iba yo a dejarlo? Quiero creer, como vos, que
teme a la Grecia, que antes sigue su interés que su ternura,
que mis ojos tenían poder más absoluto sobre vuestra
alma.
ORESTES
No, señora: él os ama, no lo dudo ya. ¿Acaso no ha-
cen cuanto quieren vuestros ojos? Y vos no queríais sin
duda desagradar le.
HERMioNE
¿Pero qué puedo yo, señor? Prometieron mi fe. ¿Pue-
do arrebatarle un bien que otros le otorgaron? No rige
el amor la suerte de una princesa: sólo se nos permite la
gloria de obedecer. Yo partía, sin embargo; y bien pudis-
teis advertir cómo abandonaba mi deber por vos.
ORESTES
Ah, bien sabéis vos, cruel... Pero, señora, cualquiera
puede a su gusto disponer de su alma. La vuestra os per-
109 ANDROMACA
ESCENA TERCERA
Herrníone, Cleona
HERMÍONE
¿Esperabas tú, Cleona, tan discreto enojo?
CLEONA
El dolor que calla es funesto como ninguno. Lo
compadezco, y tanto más cuanto que, artífice de sus pe-
nas, de él mismo ha partido el golpe que lo pierde. Cal·
culad desde cuándo se prepara vuestro himeneo: habló
él, señora, y se define Pirro.
HERMioNE
¿Tú crees que Pirro teme? ¿Y además, qué teme?
¿Pueblos que han huído diez años ante Héctor, que espan-
tados de la ausencia de Aquiles buscaron asilo cien veces
en sus incendiadas naves, y a los que, sin el apoyo de su
hijo, vedamos aún reclamar a Helena a los Troyanos im-
punes? No, Cleona, él no es su propio enemigo; él quiere
cuanto hace; si se desposa conmigo es que me ama. Pero
que Ores tes me impute a gusto sus dolores: ¿no hemos
de platicar sino acerca de sus lágrimas? Pirro vuelve a
nos. Y bien, Cleona querida, ¿concibes tú los transportes
de la feliz Hermíone? ¿Sabes quién es Pirro? ¿Te has
hecho contar el -número de las hazañas ... ? Pero i quién las
contaría! Intrépido, siempre seguido por el triunfo, en-
cantador, fiel en fin, nada falta a su gloria. Piensa ...
CLEONA
Disimulad. Vuestra rival viene, llorosa, a arrojar sin
duda a vuestros pies sus dolores. '
HERMioNE
¡Dioses! ¿No podré abandonar al júbilo mi alma? Sal-
gamos. ¿Qué vaya decirle?
HACINE 110
ESCENA CUARTA
Andrómaca, Hermíone, Cleona, Cefisa
ANDRÓMACA
¿Por qué huís, señora? ¿No es bastante dulce para
vuestros ojos el espectáculo de la viuda de Héctor lloran-
do a vuestros pies? No vengo aquí a envidiaros con celosas
lágrimas un corazón que se rinde a vuestros encantos.
Yo vi traspasar ¡ay! por una mano cruel el único a quien
pretendían dirigirse mis miradas. Héctor encendió en otro
tiempo mi pasión; y con él se encerró en la tumba. Pero me
queda un hijo. Algún día sabréis, señora, hasta dónde
llega nuestro amor por un hijo; pero no sabréis, así lo
deseo al menos, la mortal turbación que nos produce su
amor, cuando, de tantos bienes como podían halagarnos,
es el único que nos queda y el que nos quieren quitar.
¡Ay! Cuando hartos de diez años de miseria amenazaban
a vuestra madre los encolerizados troyanos, yo supe pro-
curarle el apoyo de mi Héctor. Y lo que pude· con él, vos
lo podéis con Pirro. ¿Qué temen de un niño que sobre-
vive a su pérdida? Dejadme ocultarlo en alguna desierta
isla. Podréis vigilar la educación que le dé su madre, pues
conmigo mi hijo sólo aprenderá a llorar.
HERMÍONE
Comprendo vuestros dolores. Pero un austero deber
me ordena callar cuando mi padre ha hablado. Es él quien
ha puesto en acción la cólera de Pirro. ¿Y si hay que ha-
cer ceder a Pirro, quién mejor que vos lo puede? Largo
tiempo en verdad han reinado sobre su alma vuestros
ojos. Haced que se pronuncie, señora: yo suscribiré a ello.
ESCENA QUINTA
Andrómaca, Cefisa
ANDRÓMACA
¡Qué desprecio une la cruel a sus negativas!
CEFISA
Yo seguiría sus consejos y vería a Pirro. Una mira-
da confundiría a Hermíone y a Grecia. Pero él mismo os
busca.
111 ANDROMACA
ESCENA SEXTA
Pirro, Andr6maca, Fénix, Cefisa
PIRRO (a Fénix)
¿Dónde está, pues, la princesa? ¿No me habías dicho
que se encontraba aquí?
FÉNIX
Tal creía.
ANDRÓMACA (a Cefisa)
Tú ves el poder de mis ojos.
PIRRO
¿Qué dices, Fénix?
ANDRÓMACA
¡Ay! Todo me abandona.
FÉNIX
Vamos, señor, marchemos al encue!ltro de Hermíone.
CEFISA
¿Qué esperáis? Romped ese obstinado silencio.
ANDRÓMACA
Les ha prometido la vida de mi hijo.
CEFISA
No lo ha entregado.
ANDRÓMACA
No, no, su muerte está decidida, por mucho que yo
llore.
PIRRO
¿Se digna al menos volver hacia aquí los ojos? ¡Qué
orgullo!
ANDRÓMACA
No hago más que irritarlo aún. Salgamos.
PIRRO
Vamos a entregar a los griegos el hijo de Héctor.
HACINE 112
ANDRÓMACA
¡Ah, señor, detenéos! ¿Qué pretendéis hacer? Si les
entregáis el hijo, entregadles también la madre. ¡Tan gran-
de afecto me prometían hace poco vuestros juramentos!
¡Dioses! ¿No podré conmover vuestra piedad al menos?
¿Me habéis condenado sin esperanza de perdón?
PIRRO
Fénix os lo dirá; he dado mi palabra.
ANDRÓMACA
¡VOS que desafiabais por mí tantos peligros diversos!
PIRRO
Estaba ciego entonces; pero ya abrí los ojos. Su gra-
cia podía ser acordada a vuestros deseos, pero ni siquie-
ra me la habéis pedido. Esto es hecho.
ANDRÓMACA
Ah, señor, demasiado bien oísteis suspiros que temían
verse rechazados. Perdonad al esplendor de una fortuna
ilustre este resto de orgullo que teme ser importuno. No
lo ignoráis: sin vos, jamás Andrómaca hubiera besado
los pies de un amo.
PIRRO
No, vos me odiáis; y en el fondo del alma, teméis
deber ninguna cosa a mi pasión. Hasta ese hijo, ese hijo
objeto de tanta ternura, lo amaríais menos si yo lo hu-
biera salvado. El odio, el desprecio, todo se junta contra
mí; me odiáis más que todos los griegos reunidos; go-
zad, pues, a vuestro sabor de tan noble encono. Vamos,
Fénix.
ANDRÓMACA
Vamos a reunirnos con mi esposo.
CEFISA
Señora ...
ANDRÓMACA
¿Y qué más quieres que le diga? ¿Crees tú que ignora
todos mis males, siendo el autor de ellos? Señor, ved el
estado a que me reducís. He visto a mi padre muerto,
incendiadas nuestras murallas; he visto tronchar los
días de mi familia entera, y a mi esposo desangrándose,
arrastrando en el polvo; sólo quedó conmigo su hijo, re-
113 A N DRO:v.tA l '.\
ESCENA SÉPTIMA
Pirro, Andr6maca, Cefisa
PIRRO
Quedáos, señora. Se os puede devolver aún ese hijo
a quien lloráis. Sí, siento a mi pesar que al excitar vues-
tro llanto no hago más que daros armas contra mí. Creía
traer más odio a este sitio. Pero al menos, señora, volved
hacia mí los ojos. Ved si mis miradas son las de un se-
vero juez, si son las de un enemigo deseoso de dañaros.
¿Por qué me obligáis a traicionaros vos misma? En nom-
bre de vuestro hijo, cesad de odiarme. Soy yo, en fin,
quien os invita a salvarlo. ¿Es preciso que mis suspiros
os demanden su vida? ¿Es preciso que me eche a vues-
tros pies en favor suyo? Por última vez, salvadlo, salváos.
Sé de qué juramentos quebranto por vos las cadenas.
Cuántos odios voy a hacer estallar sobre mí. Devolveré
a Hermíone, colocando sobre su frente, en lugar de mi
corona, una irremediable ofensa. Os conduciré al templo
donde se aprestan sus desposorios: os ceñiré con la dia-
dema preparada para sus sienes. Pero, señora, no es
éste ya un ofrecimiento que pueda desdeñarse : os lo di-
go, hay que reinar o perecer. Desesperado por un año de
RAGINE 114
ESCENA OCTAVA
Andrómaca, Cefisa
CEFISA
Os predije que, pese a la Grecia, seríais aún dueña de
vuestro destino.
ANDRÓMACA
¡Ay! ¡Qué resultado sigue a tus discursos! No me
faltaba más que condenar a mi hijo.
CEFISA
Señora, demasiado fiel habéis sido a vuestro esposo:
podría volveros criminal tal exceso de virtud. Él mismo
induciría vuestra alma a la dulzura.
ANDRÓMACA
¿Qué? ¿Le daría yo a Pirro como sucesor?
CEFISA
Así lo quiere su hijo, que os arrebatan los griegos.
Después de todo, señora, ¿pensáis que se avergüenzan sus
manes ? ¿Que despreciaría él a un rey victorioso que os
reincorpora al rango de vuestros abuelos, que pisotea por
vos a vuestros enfurecidos vencedores, que no recuerda
ya que Aquiles era su padre, que desmiente sus hazañas
y las vuelve inútiles?
ANDRÓMACA
Porque él no lo recuerde ya ¿debo yo olvidarlo? ¿De-
bo olvidar a Héctor privado de funerales y deshonrosa-
mente arrastrado en torno de nuestras murallas? ¿Debo
olvidar a su padre, abatido a mis propios pies, ensangren-
tando el altar que tenía abrazado? Piensa, piensa, Cefisa,
en esa noche cruel, que fué para todo un pueblo la noche
115 ANDROMACA
ESCENA PRIMERA
Andrómaca, Cefisa
CEFISA
¡Ah, no lo dudo! Es vuestro esposo, es Héctor, seño-
ra, quien produce tal milagro en vuestra alma. Él quiere
que Troya pueda de nuevo levantarse, con ese venturoso
hijo que os hace conservar. Pirro os lo prometió. Acabáis
de oírlo, señora: · no esperaba más que una palabra para
devolvéroslo. Creed en sus transportes: padre, cetro, alia-
dos, todo lo pone a vuestros pies a cambio de vuestro co-
razón. Os hace su soberana y la de todo su pueblo. ¿Es
éste el vencedor digno de tanto odio? Lleno ya de una
noble ira contra todos los griegos, tanto como a vos le
preocupa el cuidado de vuestro hijo : se adelanta al aten-
tado de sus furores, le deja su propia guardia; y , para no
exponerlo, él mismo se expone. Pero habéis dado vuestra
palabra, y todo se apresta en el templo.
ANDRÓMACA
sr, me encontraré allf. Pero vamos a ver a mi hijo .
CEPISA
¿Quién os apremia , señora? Basta con que su presen-
cia no esté prohibida a vuestros ojos en adelante. Bien
pronto pOdréis prodigarle vuestro cariño. y no se llevará
ya la cuenta de vuestros besos. ¡Qué placer educar un
niño a quien se ve crecer, no ya como un esclavo criado
por su duefio, sino para ver renacer en él a tantos reyes'
ANDRÓMACA
Vamos a verlo por última vez, Cefisa.
RACINE 118
CEFISA
¿Qué decís? ¡Oh Dioses!
ANDRÓMACA
¡Oh mi cara Cefisa! No será contigo con quien dis-
frace yo mi corazón. En la desgracia se reveló tu fideli-
dad a mis ojos; pero creía a mi vez que me conocieras
mejor. ¿Cómo, pues? ¿Has pensado que Andrómaca, in-
fiel, puede traicionar a un esposo que creyó revivir en
ella? ¿Y que, despertando el dolor de tantos muertos, el
cuidado de mi reposo me haga olvidar el suyo? ¡.Sería
ése el ardor tantas veces prometido a sus cenizas? Mas
perecía su hijo: preciso fué defenderlo. Pirro le declara
su apoyo al desposarme; eso basta: de grado descansaré
en él. Conozco a Pirro. Violento, pero sincero, hará más
aún de lo que prometió, Cefisa. Descanso también en la
cólera de los griegos : su odio dará un padre al hijo de Héc-
toro Puesto que debo sacrificarme, voy a asegurar a Pirro
el resto de mi vida; al recibir su fe ante los altares, voy
a unirlo a mi hijo con inmortales lazos. Pero en segui-
da mi mano, sólo a mí funesta , abreviará el resto de una
vida infiel, y salvando mi virtud entregará cuanto debo
a Pirro, a mi hijo, a mi esposo , a mí misma. He aquí la
inocente estratagema de mi amor; he aquí lo que mi es-
poso mismo me ha ordenado. Sola iré a reunirme con
Héctor y mis abuelos. A ti te tocará, Cefisa, cerrar mis ojos.
CEFISA
¡Ah! no pretendáis que pueda sobrevivir ...
ANDRÓMACA
No, no, Cefisa, te prohibo seguirme. A tus cuidados
confío mi único tesoro: si vivías para mí, vive para el
hijo de Héctor. Sola depositaria de la esperanza de los
troyanos, piensa a cuántos reyes te haces necesaria. Vela
junto a Pirro; hazle cumplir su palabra: si es preciso,
consiento en que de mí le hables. Hazle valer el himeneo
a que me he sometido; díle que me prometí a él antes de
mi muerte, que deben borrarse sus resentimientos, que
demasiado lo estimé cuando le dejé mi hijo. Haz conocer
a mi hijo los héroes de su raza; y en lo que puedas, con-
dúcelo sobre sus pasos. Dile por qué hazañas resplande-
cieron sus nombres, y lo que hicieron más bien que lo que
11 9 ANDRO}[ACA
ESCENA SEGUNDA
H ermíone, Cleona
CLEONA
No, no me canso de maravillarme de tal silencio. ¿Os
calláis, señora, y ese cruel desprecio no ha perturbado
ni con mínima agitación vuestro espíritu? ¿Sostenéis en
paz tan rudo ataque . vos que os estremecíais al solo nom-
bre de Andrómaca? ¿Vos que no podíais soportar sin
desesperación que Pirro quisiera honrarla con una mira-
da? ¡Él se desposa con ella; le da con su diadema la fe que
acabáis de recibir vos misma. y vuestra boca, muda para
semejantes sinsabores, no se dÚ;ma abrirse para la queja!
¡Ah, señora! ¡Cómo t emo tan funesta calma! Y cuánto
mejor sería ...
HERMíONE
¿Has hecho venir a Orestes?
CLEONA
Viene, señora, viene ; y veréis bien pronto cómo se
echa a vuestros pies, presto a serviros siempre sin espe-
ranza de pago: d e ma~iado ciertos están vuestros ojos
de agradarle. Pero ya llega.
RACINE 120
ESCENA TERCERA
Orestes, Hermíone, Cleona
ORESTES
¡Ah, señora! ¿Es cierto que, por una vez, Orestes
obedece a vuestra voluntad al buscaros? ¿No me han ha-
lagado con falsas esperanzas? ¿Habéis deseado en efecto
mi presencia? ¿Creeré que por fin desarmados vuestros
ojos quieren ... ?
HERMíONE
Quiero saber si me amáis, señor.
ORESTES
¿Si os amo? ¡Oh Dios! ¿Mis Juramentos, mis perju-
rios, mi fuga, mi retorno, mis injurias, mis respetos, mi
desesperación, mis ojos siempre anegados en lágrimas,
qué testimonios creeréis si no creéis en éstos?
HERMíONE
Todo lo creo. Vengadme.
ORESTES
¡Y bien! Vamos, señora: prendamos una vez más
fuego a la Grecia; tomemos, como lo indican mi brazo y
vuestro nombre, vos el lugar de Helena y yo el de Agame-
nón. Renovemos en este país las desgracias de Troya;
que se hable de nosotros como de nuestros padres. Parta-
mos, estoy pronto.
HERMíONE
No, señor, quedémonos: yo no quiero llevar tan lejos
tales afrentas. ¿Cómo? ¿Coronando la insolencia de mis
enemigos, iré a esperar fuera de aquí una lenta vengan-
za? ¿Y me remitiré a la suerte de la guerra que quizás no
me vengue al cabo? Quiero que a mi partida llore todo
el Epiro. Si me habéis de vengar, vengadme en una
hora. Para mí, negativas son vuestros retardos. Corred
al templo. Hay que inmolar ...
ORESTES
¿A quién?
HERMtONE
A Pirro.
121 ANDROMACA
ORESTES
¿A Pirro, señora?
HERMÍONE
¿Cómo? ¿Vuestro odio vacila? Ah, corred, y temed
que yo os detenga. No aleguéis derechos que quiero olvidar;
no es a vos a quien corresponde el justificarle.
ORESTES
¿Yo, excusarle? Ah, señora, vuestros favores han ·gra-
bado demasiado hondo en mi alma sus crímenes. Ven-
guémonos, consiento en ello, pero de otra manera. Seamos
sus enemigos, no sus asesinos. Hagamos de su ruina una
justificada conquista. ¿Cómo? ¡.Por respuesta llevaré a
los griegos su cabeza? ¿Y habré tomado sobre mí la re-
presentación de todos para librarme de ella con un ase-
sinato? En nombre de los Dioses, esperad que se explique
la Grecia, y que muera él cargado del odio' público. Recor-
dad que reina, y que una frente coronada ...
HERMfoNE
¿No os basta que yo 10 haya condenado? ¡.No os basta
que mi honor ofendido exija una víctima a mí sola enca-
minada; que Hermíone sea la presa que un tirano oprime;
que le odie, en fin, señor, que le haya amado? No lo
oculto: supo agradarme el ingrato, y sea que así 10 or-
denara mi amor o mi padre, no importa: pero en fin, es-
coged lo que os parezca. A pesar de mis deseos vergon-
zosamente engañados, a pesar del justo horror que me
produce su crimen, mientras él viva, temed, señor, que
le perdone. Dudad hasta su muerte de tan incierta có-
lera: si hoy no muere, puedo amarlo mañana.
ORESTES
¡Y bien! Hay que perderlo para impedir su perdón;
hay que ... ¡.Pero qué puedo hacer yo entre tanto? ¡.Cómo
puedo servir tan rápidamente a vuestro enojo? ¿Qué ca-
mino conducirá hasta él mis golpes? Apenas llegado al
Eniro, queréis ya derribar un imperio por mi mano; que-
réis que muera un rey, y para su castigo no me dais más
que un día. una hora, un momento. ¡Baio las miradas de
todo su pueblo debo atacarlo! No me defiendo más, de-
jadme conducir al altar mi víctima; s6lo quiero ir a reco-
nocer el lugar donde debo inmolarlo. Esta noche os sirvo,
Iy ataco esta noche.
RACINE
HERMfoNE
Pero entre tanto se casa hoy con Andrómaca. El tro·
no está ya erigido en el templo; confirmada está mi ver-
güenza y realizado su crimen. ¿En fin, qué esperáis? Él
os ofrece su cabeza: marcha a esa fiesta sin defensa, sin
guardias; los dispuso todos en torno al hijo de Héctor; se
abandona al brazo que quiera vengarme. ¿Queréis vos
cuidar de su vida a despecho suyo? Armad, con vuestros
griegos, a cuantos me han seguido; sublevad a vuestros
amigos: los míos son vuestros. Él me traiciona, os engaña
y nos desprecia a todos. Pero ¡qué! Si ya es igual al mío
su odio: con repugnancia perdonan al esposo de una tro-
yana. Hablad: mi enemigo no puede escapar; o mejor,
sólo hay que dejarlos herir. Guiad o seguid furor tan no-
ble, y regresad cubierto por la sangre del infiel: id; es-
táis seguro de mi corazón, en ese caso.
ORESTES
Pero, señora, considerad ...
HERMíONE
¡Ah, señor, es demasiado! Tantos razonamientos ofen-
den mi cólera. He querido daros los medios de agradarme,
dejar contento a Orestes; pero bien veo por fin que quie-
re quejarse siempre sin merecer nada. Partid, id a jac-
taros de vuestra constancia dondequiera, y dejadme aquí
el cuidado de mi venganza. Confuso está mi ánimo por
mis cobardes favores, y ya soporta demasiados rechazos
en un día. Sola me voy al templo donde su himeneo se
apresta, donde vos no osáis llegar para merecer mi con-
ouista. Sabré allí aproximarme a mi enemigo: traspasa-
ré el corazón que no pude conmover; y luego mis ensan-
g-rentadas manos, vueltas contra mí misma, unirán, a
despecho de él. nuestros destinos . Y aun cuando es tan
inllrato, más dulce me será morir con él que vivir con
vos.
ORESTES
No, señora: yo os privaré de ese funesto placer. Sólo
morirá a manos de Orestes. Os inmolaré vup<:tros enemi-
gos, y agradeceréis mis esfuerzos, si lo queréis así.
HERMÍONE
Id. Dejadme la dirección de vuestra suerte, y que
vuestros bajeles estén prontos para nuestra fuga.
123 ANDROMACA
ESCENA CUARTA
Hermíone, Cleona
CLEONA
Os perdéis, señora; y debéis pensar ...
HERMíONE
Que me, pierda o no, pienso en vengarme. Y a pesar
de lo que me ha prometido, todavía no sé si debo para
ello fiarme de alguien que no sea yo misma. Pirro no es
tan culpable a sus ojos como a los míos, y mis golpes
serían mucho más firmes que los suyos. ¡Qué placer, ven-
gar yo misma mi injuria, y, para acrecer su pena y mis
goces, ocultar mi rival a sus moribundas miradas! ¡Ah,
si al menos al castigar Orestes su crimen le dejara el
sentimiento de morir como mi víctima! Vé a buscarlo:
díle que haga saber al ingrato que él lo inmola a mi odio,
y no al Estado. Corre, querida Cleona. Mi venganza es
inútil si al morir ignora él que soy yo quien lo mata.
CLEONA
OS obedeceré. Pero ¿qué es lo que veo ? ¡Oh Dios
mío! ¿Quién lo creyera, señora? ¡Es el Rey!
HERMíONE
Ah, corre junto a Ores tes, mi Cleona; díle que no em-
prenda nada sin volver a ver a Hermíone.
ESCENA QUINTA
Pirro, Hermíone, Fénix
PIRRO
No me esperabais, señora; bien veo que mi llegada
aquí perturba vuestra plática. No vengo, armado de ar-
tificio indigno, a cubrir con un velo de equidad mi in-
justicia: basta que en voz baja me condene mi corazón;
y sostendría mal lo que no creo. Me desposo con una
troyana. Sí, señora, y confieso que os había prometido
la fe que le otorgo. Otro os diría que nuestros padres,
en los campos t.royanos, forjaron nuestros vínculos sin
tenernos en cuenta, y que sin consultar ni mi elección
RACINE 124
HERMfoNE
Señor, me place ver que al menos os hacéis justicia
con esta confesión despojada de toda astucia; y que que-
riendo romper de buen grado nudo tan solemne, os aban-
donáis como criminal al crimen. Después de todo ¡.es jus-
to que un conquistador se rebaje a la ley servil de cum-
nlir su promesa? No, no, tenía con aué tentaros la perfi-
dia, y no me buscáis más que para jactaros de ello. ¿Có-
mo? ¿Sin que os retengan juramentos ni deberes, buscar
a una griega, siendo de una troyana el amante? ¡.Dejar-
me, volverme a tomar y volver aún de la h ija de Helena
a la viuda de Héctor? ¿Coronar alternativamente a la
princesa y a la esclava, inmolar Troya a los griegos y
Grecia al hijo de Héctor? De un corazón siempre dueño
de sí parte todo esto, de un héroe que no es el esclavo de
su palabra. Para complacer a vuestra esposa. tendréis que
prodigar quizá los dulces nombres de traidor y perjuro.
Venís a observar la palidez de mi frente para ir entre sus
brazos a reíros de mi dolor. Queréis que me vean llorosa
tras su carro; pero , señor, sería demasiado júbilo en un
sólo día: y sin buscar en ot.r.:l. n:1rte tftll10s nrest::ldos. ; nn
os bast a ·con los que tenéis? El abatido valor del viejo
12:3 A NDIW :"IAC.\.
FÉNIX
Ya lo oís, señor. Guardáos de descuidar a una amante
enfurecida que trata de vengarse. Demasiados apoyos tie-
ne en este sitio: la querella de los griegos ligada está a la
suya; Orestes la ama todavía; y quizás a ese precio ...
PIRRO
Andrómaca me espera. Fénix, cuida de su hijo.
A e T o Q u 1 N T o
ESCENA PRIMERA
Hermíone (sola)
HERMÍONE
¿Dónde estoy? ¿Qué he hecho? ¿Qué debo hacer
aún? ¿Qué transporte me posee? ¿Qué pesar me devo-
ra? Errante y sin rumbo corro en este palacio_ ¡Ah, no
podré saber si amo o si odio! ¡Cruel! ¡Con qué ojos me ha
despedido! Sin piedad, sin dolor fingido, siquiera. ¿Lo vi
acaso turbarse y compadecerme un minuto? ¿Conseguí
arrancarle un solo gemido? Mudo ante mis suspiros, tran-
quilo ante mis temores, ¿aparentaba siquiera tomar parte
en mi llanto? ¿Y lo lamento aún? ¿Para colmo de angustia
mi corazón, mi cobarde corazón, por él se interesa? ¿Tiem-
blo al solo pensamiento del golpe que le amenaza? ¿Y pres-
ta a vengarme le otorgo ya mi perdón? No, no revoquemos
la sentencia de mi cólera. ¡Que perezca! De todos modos
para nos ya no existe. Triunfa el pérfido y ríe de mi rabia:
piensa ver disipada en lágrimas esta tormenta; cree que
siempre débil y con incierto corazón atajaré con una ma-
no los golpes de la otra. Juzga aún de mí por mis pasados
favores. Pero tal vez el pérfido tenga muy otros pensamien-
tos. Triunfando en el templo, no le importa si ansían fue-
ra su vida o su muerte. Me deja el ingrato esta perplejidad
funesta. No, no, un momento todavía: dejemos actuar a
Orestes. Que muera, pues al fin debió preverlo y me
ha forzado él mismo a desearlo. ¿A desearlo? ¿Y qué?
¿Soy yo, pues, quien la ordena? ¿Será su muerte el resulta-
do del amor de Hermíone? ¿Así pues, no he atravesado
mares y naciones sino para venir de tan lejos a preparar
la muerte de este príncipe, de quien mi corazón en otro
tiempo se complacía en hacerse referir las hazañas, a quien
1~8
ESCENA SEGUNDA
Hermíone, Cleona
HERMioNE
¡Ah, qué he hecho, Cleona! ¿Y qué vienes a decirme?
¿Qué hace Pirro?
CLEONA
En el colmo de su ventura, es el más orgulloso y el
más enamorado de los mortales. Con aire de conquistador
10 he visto conducir su nueva conquista hacia el templo
donde se aprestan sus desposorios, y, con ojos en que bri-
llaban su esperanza y su dicha, embriagarse al marchar
con el placer de verla. A través de mil grItos de júbilo, An-
drómaca lleva hasta los altares el recuerdo de Troya: siem-
pre incapaz de amor y de odio, parece obedecer sin re·
pugnancla ni alegria.
HERMioNE
¿Y el ingrato? ¿Llevó hasta el extremo su ultraje? ¿Pe·
ro observaste bien su rostro, Cleona? ¿Saborea tranquilos y
perfectos placeres? ¿No ha desviado los ojos hacia el pala·
cio? ¿Dime, no te has presentado a su vista? ¿Enrojeció el
ingrato al reconocerte? ¿Confesaba con su turbación su
infidelidad? ¿Ha sostenido hasta el fin su fiereza?
CLEONA
Señora, él no ve nada. Parece que su fama y su propio
interés hubieran salido con vos de su memoria. Sin pensar
si le siguen enemigos o súbditos, persigue sólo sus amoro-
sos proyectos. Ha dispuesto su guardia en torno al hijo de
Héctor, y cree que es el único a quien amenaza el peligro.
Responde de él el propio Fénix, que expresamente lo
condujO a un fuerte alejado del palacio y del templo. Ésa
es la única preocupación que le queda en medio de sus
transportes.
HERMloNE
i Pérfido! Morirá . ¿Pero qué te ha dicho Orestes?
129 ANDROMAC)..
CLEONA
Orestes ha entrado en el templo eon sus griegos.
HERMÍONE
¡Y bien! ¿No se prepara a vengarme?
CLEONA
No lo sé.
HERMÍONE
¿No lo sabes? ¡Cómo! ¿Orestes también, me traiciona
Orestes?
CLEONA
Orestes os adora. Pero su espíritu, combatido por mil
remordimientos, escucha tan pronto a su amor, tan pronto
a su virtud. Respeta en Pirro el honor de la diadema; res-
peta en Pirro a Aquiles ya Pirro mismo; teme a la Grecia,
teme al enfurecido universo, pero según dice se teme a sí
mismo más que a todos. Querría, como vencedor, aporta-
ros su cabeza; el solo nombre de asesino lo detiene y lo
espanta. En fin, ha entrado sin saber, en el fondo de su
alma, si habrá de salir espectador o culpable.
HERMÍONE
No, no, los verá triunfar sin inconvenientes: se guarda-
rá bien de turbar ese espectáculo. Sé qué remordimientos
hieren su corazón: teme a la muerte el cobarde, yeso es
cuanto teme. ¿Cómo ? ¿Sin formular una sola súplica armó
mi madre en su favor a la Grecia entera? ¿En diez años
de combates, sus ojos vieron perecer por su querella veinte
reyes a quienes no conocía? Y yo, yo no pretendo más que
la muerte de un perjuro; encargo a un amante vengar
mi ofensa, puede conquistarme, sin peligro, a ese precio;
me entrego yo misma, ¿y no puedo vengarme? Vamos: sola
yo he de hacerme justicia. Que retumbe el templo con do-
lorosos gritos: perturbemos la ceremonia de su fatal des-
posorio, y que no estén unidos, si es posible, más que un
instante. No escogeré, en medio de mi extravío terrible :
todo me será Pirro, aunque sea el mismo Or estes. Moriré;
pero mi muerte me vengará al menos. Y no moriré sola,
que alguien me seguirá.
RACINE 130
ESCENA TERCERA
Ores tes, Hermíone, Cleona
ORESTES
Esto es hecho, señora y estáis servida: Pirro rinde en
el altar su infiel existencia. .
HERMíONE
¿Ha muerto?
ORESTES
Muere; y nuestros irritados griegos han lavado sus
infidelldades en su sangre. Os lo prometí, y aunque mi ca·
razón se formaba de esta conjura una funes ta imagen, corrí
hacia el templo donde nuestros griegos dispersos se habían
deslizado hasta el altar entre la turba. Reconocióme Pirro,
pero, sin mudar de color, parecía que mi presencia excita-
ra su audacia, que todos los griegos, desafiados en su em-
bajador, hubieran debido realizar el esplendor de su hi-
meneo. En fin, tomando con transporte la diadema, la posó
él mismo sobre la frente de Andrómaca. "Os entrego,
dijo, mi fe y mi corona: Andrómaca, reinad sobre mí y
sobre el Epiro. Consagro a vuestro hijo paternal afecto ;
atestigüen los Dioses que así lo juro a su madre. Reconoz-
co como mis enemigos a los suyos, y lo reconozco como
rey de los troyanos". A estas palabras, que atraían los su-
fragios del pueblo, respondieron nuestros griegos con un
grito de rabia; cercado se vió el infiel por todas partes y
yo no pude encontrar lugar por donde herir. Todos se
disputaban la gloria de abatirlo. Lo he visto debatirse por
un tiempo entre sus manos, y, todo ensangrentado, querer
sustraerse a sus golpes; pero al fin fué a caer junto al ara.
Yo atravesé el tropel del espantado pueblo para venir a
raptar de este paraje a mi princesa, y volver al puerto
donde, cubiertos de la sangre que os prometí, llegarán bien
pronto nuestros amigos.
HERMíONE
i Qué es lo que han hecho!
ORESTES
Perdonad su impaciencia: han traicionado vuestra ven-
ganza, bien lo veo. Vos queríais que mi mano diera los pri-
131 ANDROMACA
ESCENA CUARTA
OTestes (solo)
ORESTES
¿Qué veo? ¿Es ésta Hermíone? ¿Y qué acabo de oír?
¿Para quién corre la sangre que acabo de derramar? Si
he de creerla, soy un traidor, un asesino. ¿Es Pirro quien
ha muerto, y, en fin , soy yo Orestes? ¿Cómo? Ahogo en
mi alma la razón que me ilumina; asesino con repugnan-
cia a un rey a quien reverendo; violo en un solo día el
derecho de los monarcas, el de los embajadores, todos los
derechos humanos, hasta el de los altares, donde mi furor
lo sitia: llego a ser parricida, asesino, sacrílego. ¿Por
quién? ¡Por una ingrata a quien le prometo que no me
verá más si él no muere, y cuya rabia adopto! ¡Y cuando
la he satisfecho, ella me reclama su sangre y su vida!
¡Ella lo ama! ¡Y yo soy un monstruo furioso! ¡La veo
alejarse de mis ojos para siempre! ¡Y al huir, la ingrata
me deja en pago todos los nombres odiosos que me eché
encima por agradarle!
ESCENA QUINTA
Ores tes, Pílades, soldados de Orestes
PÍLADES
Hay que partir, señor. Salgamos de este palacio, o bien
resolvámonos a no salir más de él. Nuestros griegos defen-
derán la puerta por algún tiempo. Reunido, nos persigue
a mano armada el pueblo todo. Sometido está todo aquí
a las órdenes de Andrómaca; la tratan como a reina y
nosotros somos enemigos. Andrómaca misma, tan rebelde
a Pirro, le rinde todos los deberes de una fiel viuda, or-
dena que se le vengue, y acaso quiere vengar todavía en
nosotros a Troya y a su primer esposo. Vámonos. No es-
peremos que se nos cerque: se nos unirán nuestros grie-
gos; y mientras Hermíone mantiene aún al pueblO de-
tenido en torno de ella, salgamos seguros por nuestro
camino.
ORESTES
No, no, amigos, es a Hermíone a quien quiero seguir.
]33 ANDROMACA
ESCENA PRIMERA
Agripina, Albina
ALBINA
¿C6mo? Mientras Ner6n se abandona al sueño ¿ne-
cesitáis venir a esperar que despierte? ¿Errando en el
palacio, sin escolta y sin séquito, debe la madre de César
velar sola a su puerta? Señora, volved a vuestras ha-
bitaciones.
AGRIPINA
Albina, no hay que alejarse un momento. Quiero es-
perarle aquí. Los disgustos que me causa me ocupa-
rán con exceso el tiempo que él repose. Con exceso se
ve confirmado cl1:anto predije: Ner6n se ha declarado
contra Británico; el impaciente Nerón cesa de conte-
nerse; quiere hacerse temer, cansado de hacerse amar.
Británico le estorba, Albina: y cada día siento que yo
misma me vuelvo importuna a mi vez.
ALBINA
¿Cómo? ¿Vos, a quien Nerón debe la luz del día,
que desde tan lejos lo llamasteis al imperio? ¿Vos, que
desheredando al hijo de Claudio nombrasteis César al
feliz Domicio? Todo le habla en favor de Agripina, seño-
ra: él os debe su amor.
AGRIPINA
Me lo debe, Albina; si es generoso, todo le prescribe
esa ley, pero todo le habla contra mí si es ingrato.
RACINE 140
ALBINA
i Si es ingrato, señora! i Ah, toda su conducta de-
muestra un alma bien instruída de sus deberes! ¿En
tres años íntegros. qué ha dicho, qué ha hecho, que no
prometa un emperador perfecto a Roma? Desde hace dos
años Roma, cuidadosamente gobernada, cree haber vuel-
to al tiempo de los cónsules. Él la gobierna como un.. pa·
dre. En fin, Nerón, al nacer, tiene todas las virtudes de
Augusto cuando envejecía.
AGRIPINA
No, no, mi interés no me vuelve injusta : ciertamente,
él comienza por donde Augusto acabó; pero temo que si
el porvenir destruye al pasado, acabe como comenzó
Augusto. En vano se disfraza; leo sobre su rostro el
triste y salvaje humor de los fieros Domicios. Y con el
orgullo que recogió de esa sangre, mezcla la altanería
de los Nerones, que bebió en mi seno. Siempre tiene feli-
ces primicias la tiranía: Cayo hizo durante un tiempo
las delicias de Roma; pero, volviéndose furor su fingida
bondad, las delicias de Roma se convirtieron en horro-
res. ¿Qué me importa después de todo que Nerón, más
fiel, sea un día modelo de una larga virtud? ¿Puse en
sus manos el timón del Estado para que a gusto del Se-
nado y del pueblo lo condujera? Ah, que sea el padre
de la patria, si así lo quiere; pero que piense un poco
más que Agripina es su madre. ¿Qué nombre, entre
tanto, podemos dar al atentado que el día acaba de reve-
larnos? Sabe, porque no puede serIe ignorado su mutuo
amor, que Junia es adorada por Británico; y este mismo
Nerón, a quien guía la virtud, hace raptar a Junia en
medio de la noche. ¿Qué es lo que quiere? ¿Es odio o es
amor lo que lo inspira? ¿Busca solamente el placer de
dañarlos? ¿O mejor, es que su malignidad castiga en
ellos el apoyo que yo les presté?
ALBINA
¿Vos su apoyo, señora?
AGRIPINA
Deténte, cara Albina. Sé que he sido yo sola quien los
arruinó; que del trono adonde hubiera debido hacerlo
subir su sangre, Británico se ha visto precipitado por
141 BRITANICO
ESCENA SEGUNDA
Agripina, Burrus, Albina
BURRUS
Señora, iba a informaros, en nombre del Emperador,
de una orden que al principio ha podido alarmaros, pero
que no es más que el afecto de una discreta conducta,
de la cual quiere César que estéis instruida.
143 BRITANICO
AGRIPINA
Entremos, ya que así lo quiere: él me informará
mejor de ella.
BURRUS
César por algún tiempo se ha sustraído a nuestros
ojos; ya, por una puerta menos conocida del público,
ambos cónsules os lo habían prevenido, señora. Pero per-
mitid que vuelva expresamente ...
AGRIPINA
No, yo no perturbo sus augustos secretos. MienÜ·as
tanto ¿queréis que, con menos etiqueta, por una vez ha-
blemos ambos sin fingimiento?
BURRUS
Burrus tuvo siempre extremado horror por la men-
tira.
AGRIPINA
¿Pretendéis ocultarme el Emperador por largo tiem-
po? ¿No lo veré ya sino a título de importuna? ¿He alzado,
pues, tan alta vuestra suerte para poner una barrera
entre mi hijo y yo? ¿No osáis dejarlo un momento con-
sigo mismo ? ¿Entre Séneca y vos os disputáis la gloria
de qUién me borrará más pronto de su recuerdo? ¿Os lo
confié para que hicierais de él un ingrato? ¿Para que
fuerais los dueños del Estado bajo su nombre? ¡En ver-
dad, mientras más medito, menos puedo concebir que
oséis considerarme como vuestra criatura, vos, cuya
ambición pude dejar envejecer entre los honores oscuros
de alguna legión, a mí, que he sucedido en el trono a
mis ascendientes, hija, mujer, hermana y madre de
vuestros señores! ¿Qué pretendéis, pues? ¿Pensáis que
mi voz haya creado un emperador para imponerme tres?
Nerón ya no es un niño; ¿no ha llegado el tiempo de
que reine? ¿Hasta cuándo queréis que el Emperador os
tema? ¿Nada podrá ver sino a través de vuestros ojos?
En fin ¿no tiene a sus abuelos para encaminarse? Que
escoja, si lo quiere, entre Augusto o Tiberio; que imite,
si puede, a mi padre Germánico. Yo no oso colocarme
entre tantos héroes; pero hay virtudes que puedo seña-
larle. Puedo enseñarle al menos acerca de la distancia
que su confianza ha de dejar entre un súbdito y él.
RACINE 144
BURRUS
No me había encargado t:"!n esta ocasión más que de ex-
cusar un solo acto del César; pero, puesto que sin que-
rer que lo justifique me hacéis garante del resto de su
vida, os responderé, señora, con la franqueza de un sol-
dado que no sabe disfrazar la verdad_ Vos me confiasteis
la juventud de César, lo confieso, y debo continuamente
recordarlo. ¿Pero os hice juramento de traicionarlo, de
hacer de él un emperador que sólo supiera obedecer? No.
y no es a vos ya a quien debo responder de ello. No se
trata ya de vuestro hijo sino del dueño del mundo. Debo
cuenta de él, señora, al Imperio Romano, que cree ver
en mis manos su salud o su pérdida. Ah, si era preciso
instruirle en la ignorancia ¿no había más que Séneca o
yo que lo sedujéramos? ¿Por qué alejar del gobierno a
los aduladores? ¿Había que buscar corruptores en el
destierro? Fértil en esclavos, la corte de Claudio hubiera
presentado mil por cada dos que se buscaran, todos anhe-
lando el honor de envilecerlo: lo hubieran hecho enve-
jecer en una larga infancia. ¿De qué os quejáis, vos, se-
ñora? Se os reverencia. Se jura, lo mismo que por el
César, por su madre. Cierto es que el Emperador no vie-
ne ya todos los días a poner el Imperio a vuestros pies
y a engrosar vuestra corte. Pero ¿debe hacerlo, señora?
¿y su agradecimiento no puede manifestarse más que
con su dependencia? Siempre humilde, siempre el tímido
Nerón, ¿no osa ser Augusto y César más que de nombre?
¿Os lo diré por fin? Roma lo justifica. Roma, tan largo
tiempo esclavizada a tres libertos, respirando apenas bajo
el yugo que soportó, cuenta su libertad desde el reinado
de Nerón. ¿Qué digo? La' virtud misma parece renacer.
No es ya todo el Imperio botín de un amo. Nombra el
pueblo sus magistrados en el Campo de Marte; bajo la
fe del soldado nombra César los jefes; Tráseas en el
senado, Corbulón en el ejército, son inocentes todavía,
pese a su fama; los desiertos, antaño poblados de sena-
dores, no están habitados ya sino por quienes los de-
lataban. ¿Qué importa que César continúe creyéndo-
nos, mientras nuestros consejos no tiendan más que a su
gloria; mientras, en el curso de un floreciente reina-
do, sea siempre libre Roma y omnipotente César? Pero
Nerón, señora, se basta para dirigirse. Yo obedezco, sin
pretender el honor de instruirle. Sin duda, no tiene más
145 BRITANICO
BURRUS
¿Cómo, señora? ¿Siempre desconfiando de su res-
peto? ¿No puede dar un paso que no os sea sospechoso?
¿Os cree el Emperador del partido de Junia? ¿Os cree
aliada con Británico? ¿Cómo? ¿Os convertís en apoyo de
sus enemigos, para encontrar un pretexto y quejaros de
él? Sobre la menor palabra que se os repita ¿estaréis
siempre pronta a dividir el Imperio? ¿Os temeréis sin tre-
gua, y vuestros abrazos no ocurrirán sino entre explica-
ciones? Ah, dejad la triste diligencia del censor; adoptad
la indulgencia de una madre afectuosa; tolerad, sin
hacerlas resaltar, algunas frialdades, y no advirtáis de
ello a la corte para que os abandone_
AGRIPINA
¿y quién se honraría con el apoyo de Agripina cuan-
do Nerón mismo anuncia mi ruina? ¿Cuando parece des-
terrarme de su presencia? ¿Cuando Burrus osa retener-
me a su puerta?
BURRUS
Señora, bien veo que ha llegado el momento d~ ca-
llarme, y que mi franqueza comienza a desagradaros. In-
justo es el dolor, y todas las razones que no lo haiaguen
agrían sus sospechas Aquí está Británico: le dejo mi
sitio. Os dejo escuchar y lamentar su desgracia, y qui-
zás, señora, acusar la diligencia de aquellos a quienes
menos consultó el Emperador.
ESCENA TERCERA
Agripina, Británico, Narciso, Albina
AGRIPINA
¡Ah! ¿adónde corréis, príncipe? ¿Qué inquieto ardor
os arroja ciegamente entre vuestros enemigos? ¿Qué ve-
nís a buscar?
BRITÁNICO
¿Lo que busco? ¡Ah, Dioses! En este lugar, señora,
se halla cuanto he perdido. Rodeada de mil terribles sol-
dados, Junia se ha visto arrastrar a este palacio. ¡Ay!
¿Qué espanto habrá dominado su tímido espíritu ante
espectáculo tan insólito? En fin , me la raptan. Una ley
147 BRITANICO
ESCENA CUARTA
Británico, Narciso
BRITÁNICO
¿He de creerle, Narciso'? ¿Y debo, bajo su palabra,
tomarla como árbitro entre su hijo y yo? ¿Qué dices ? ¿No
es esta misma Agripina la que para mi desgracia se desposó
en otro tiempo con mi padre, y quien, si he de creerte, pre-
cipitó el curso de sus últimos años, demasiado lentos
para sus designios?
NARCISO
No importa. Como vos, ella se siente ultrajada; se ha
comprometido a devolveros a Junia: unid vuestros pesa-
res; ligad vuestros intereses. En vano resuena con vues-
tros lamentos este palacio: mientras se os vea aquí con
suplicante voz sembrar la queja en vez del espanto, mien-
tras vuestros resentimientos se pierdan en palabras, no
hay que dudarlo, os quejaréis eternamente.
BRITÁNICO
Ah, Narciso, tú sabes si pretendo aún hacer largo
hábito de la servidumbre; tú sabes cómo, espantado de
mi caída, renuncié al Imperio, para el cual estaba desti-
nado. Pero además estoy solo. Los amigos de mi padre
son otros tantos desconocidos a quienes paraliza mi des-
gracia; y mi propia juventud aparta lejos de mí a todos
los que me guardan fidelidad en su corazón. En cuanto a
mí, desde hace un año, desde que un poco de experiencia
me ha dado el conocimiento de mi triste suerte, ¿qué veo
a mi alrededor sino amigos vendidos que son testigos
RACINE 148
ESCENA PRIMERA
Ner6n, Burrus, Narciso, Guardias
NERÓN
No lo dudéis, Burrus : a pesar de sus injusticias, es
mi madre y quiero ignorar sus caprichos. Pero no pre-
tendo ya ignorar ni sufrir al insolente ministro que osa
alimentarlos. Palas envenena a mi madre con sus con-
sejos y seduce diariamente a mi hermano Británico. Sólo
a él escuchan, y quien siguiera sus pasos, en casa de
Palas los encontraría quizás reunidos. Es demasiado. Pre-
ciso es que lo aparte de ambos. Por última vez, que se
aleje, que se marche: lo quiero y lo ordeno; que el fin
del día no lo encuentre ya en Roma ni en mi corte. Id:
interesa esta orden a la salud del Imperio. Vos, Narciso,
acercáos. Y marcháos, vosotros.
ESCENA SEGUNDA
Ner6n, Narciso
NARCISO
Señor, gracias a los Dioses, Junia en vuestro poder
os asegura hoy al resto de los Romanos. Despojados de
su vana esperanza, vuestros enemigos han ido a llorar
su impotencia a casa de Palas. ¡.Pero qué veo? Inquieto,
estupefacto, vos mismo parecéis más consternado que
Británico. ¡. Q.ué presagia a mis ojos esta oscura tristeza
y tan sombrías miradas errando a la ventura? Todo os
sonríe : la fortuna se pliega a vuestros deseos.
NERÓN
Esto es hecho, Narciso ; Nerón está enamorado.
RACINE 150
NARCISO
¿Vos?
NERÓN
Desde hace un instante, pero para toda la vida. Amo
¿qué digo amar? idolatro a Junia.
NARCISO
¿VOS la amáis?
NERÓN
Excitado por un curioso deseo, esta noche la vi lle-
gar aquf, triste alzando al cielo sus ojos húmedos de
llanto, que brillaban entre las antorchas y las armas: be-
lla sin adornos, con el simple atavío de una belleza a quien
acaban de arrancar al sueño. ¿Qué quieres? Yo no sé si
esa negligencia, las sombras, las antorchas, los gritos, el
silencio, y el feroz aspecto de sus fieros raptores realza-
ban la timida dulzura de sus pupilas. Sea como fuere,
encantado de visión tan bella, quise hablarle y se me
extinguió la voz: inmóvil, posefdo de hondo estupor, la
dejé pasar a sus habitaciones. Yo entré a las mías. Y fué
allf donde, solitario, quise distraerme en vano de su
imagen: crefa hablarle, por demás presente a mis ojos;
amé hasta las lágrimas que le hice derramar yo mismo.
Por momentos, aunque tarde, le demandaba perdón; re-
curría a los suspiros y. hasta a las amenazas. Asf es cómo,
ocupado en mi nuevo amor, mis ojos esperaron el dfa sin
cerrarse. Pero acaso me he forjado yo una imagen dema-
siado bella: con demasiado prestigio se me apareció. ¿Qué
dices tú, Narciso?
NARCISO
¿Cómo, señor? ¿Es crefble que haya pOdido ella ocul-
tarse a Nerón tan largo tiempo?
NERÓN
Bien lo sabes, Narciso ; sea que su cólera me imputa-
ra la desgracia que le arrebató a su hermano, sea que su
corazón, celoso de su orgullo austero, celara a nuestros
ojos su beldad naciente, fiel a su dolor, y encerrada
en la sombra, ella se sustrafa hasta a su renombre. Y es
la perseverancia de esta virtud, tan nueva en la corte, la
que irrita mi amor. ¿Cómo, Narciso? Mientras que no
hay romana a quien no honre y halague mi amor, cuando
todas, desde que osan fiarse de sus miradas, vienen a en-
151 BRITANICO
ESCENA TERCERA
Ner6n, Junía
NERÓN
Os turbáis, señora, y cambiáis de cara. ¿Leéis algún
triste presagio en mis ojos?
JUNIA
Señor, no puedo disfrazar mi yerro: no venía a ver
al Emperador, sino a Octavia.
NERÓN
Bien 10 sé, señora, y no puedo enterarme sin envidia
de vuestras bondades con la feliz Octavia.
JUNIA
¿Vos, señor?
NERÓN
¿Pensáis, señora, que sólo Octavia tiene aquí ojos
para conoceros?
JUNIA
¿Y a quién, señor, sino a ella, queréis que implore?
¿A quién interrogaré sobre un crimen que ignoro? Vos
lo conocéis, señor, puesto que lo castigáis. Por favor, ha·
cedme saber, señor, mis atentados.
NERÓN
¿Cómo, señora? ¿Es acaso pequeña culpa haberme
ocultado tanto tiempo vuestra presencia? Esos tesoros
con que el cielo quiso embelleceros ¿los recibisteis para
amortajarlos? ¿Verá sin alarma el feliz Británico crecer
su amor y vuestros encantos lejos de nuestros ojos? ¿Por
qué excluirme hasta hoy de esa gloria? ¿Me habéis rele-
gado, sin piedad, en mi corte? Dicen más: vos permitís,
sin ofenderos, que él ose explicaros su pensamiento, se-
ñora. Porque no puedo creer que sin consultarme haya
querido halagarlo la severa Junia, ni que haya consentido
en amar y ser amada sin que yo esté informado de ello
más que por la voz pública.
JUNIA
Señor, no os negaré que sus suspiros se han dignado
155 BRITANICO
ESCENA CUARTA
Nerón, Junia, Narciso
NARCISO
Señor, Británico pregunta por la princesa: ya se apro-
xima.
NERÓN
Que venga.
JUNIA
¡Ah, señor!
NERÓN
Os dejo. Su suerte depende de vos más que de mi.
Al verlo, señora, pensad que os veo.
159 BRITANICO
ESCENA QUINTA
Junia, Narciso.
ESCENA SEXTA
Junia, Británico, Narciso
BRITÁNICO
Señora, ¿qué felicidad me aproxima a vos? ¿Cómo?
¿Puedo, pues, gozar de entrevista tan dulce? Pero en
medio de este placer ¿qué pesar me devora? ¡Ay! ¿Puedo
esperar volveros a ver aún? ¿He de robar con mil subter-
fugios una dicha que diariamente me acordaban vuestros
ojos? ¡Qué noche! ¡Qué despertar! Vuestras lágrimas, vues-
tra presencia, ¿no desarmaron la insolencia de estos malva-
dos? ¿Qué hacía vuestro amante? ¿Qué envidioso demonio
me rehusó el honor de morir ante vuestra vista? ¡Ay!
¿en medio del pavor de que estabais herida, me dirigisteis
secretamente algún lamento? ¿Os dignasteis recordarme,
princesa mía? ¿Pensasteis en los dolores que ibais a ca s-
tarme? ¿Nada me decís? ¡Qué acogida! ¡Qué hielo! ¿Es
así como vuestros ojos consuelan mi desgracia? Hablad.
Estamos solos. Mientras que os hablo, nuestro enemigo,
engañado, está ocupado lejos de aquí. Aprovechemos los
momentos de esta feliz ausencia.
JUNIA
Os encontráis en lugares totalmente dominados por
su poderío. Las paredes mismas, señor, pueden tener ojos;
el Emperador nunca está ausente de aquí.
BRITÁNICO
¿Y desde cuándo sois tan medrosa, señora? ¿Cómo?
¿Ya soporta vuestro amor que se le cautive? ¿En qué se
ha convertido ese corazón, que me juraba hacer envidiar
a Nerón mismo nuestros amores? Pero desterrad, señora,
un temor inútil. La fidelidad no se ha extinguido aún en
todos los corazones; todos parecen aprobar con los ojos
RAcnrE 160
ESCENA SÉPTIMA
Ner6n, Junia, Narciso
NERÓN
Señora .. .
JUNIA
No, señor, nada puedo oír. Estáis obedecido. Dejad
correr, al menos, lágrimas de que sus ojos no serán tes-
tigos.
161 BRIT~~ICO
ESCENA OCTAVA
Nerón, Narciso .
NERÓN
¡Y bien, Narciso! Tú ves la violencia de su mutuo
amor: ella se ha manifestado hasta en su silencio. Ama
a mi rival, no puedo ignorarlo; pero en desesperarlo con-
sistirá mi gozo. Me fabrico una imagen encantadora de su
pena, y lo he visto dudar del corazón de su amante. La
sigo. Mi rival te espera para desahogarse. Vé, corre a ator-
mentarlo con nuevas sospechas; y, mientras a mi vista
se le llora y se le adora, hazle pagar bien cara esa felici-
dad que no imagina.
NARCISO (solo)
Narciso, por segunda vez la fortuna te llama: ¿que-
rrías resistirte a su voz? Sigamos hasta el fin sus favora-
bles órdenes; perdamos a los miserables, para hacernos
felices.
A e T o TER e E R o
ESCENA PRIMERA
Ner6n, Burrus.
BURRUS
Señor, Palas obedecerá.
NERÓN
¿Y con qué ojos ha visto mi madre confundido su
orgullo?
BURRUS
No dudéis, señor, de que la haya herido este golpe, de
que bien pronto su dolor estalle en reproches. Desde hace
largo tiempo han empezado a manifestarse sus arranques.
¡Así puedan limitarse a gritos inútiles!
NERÓN
¿Cómo? ¿De qué designio la creéis capaz?
BURRUS
Señor, Agripina siempre es temible. Roma y todos
vuestros soldados reverencian a sus abuelos; presente
está siempre a sus ojos Germánico, su padre. Ella conoce
su poder; y vos conocéis su coraje; y lo que me la hace
temer más todavía es que vos mismo atizáis su cólera y
le dais armas contra vos.
NERÓ N
¿Yo, Burrus?
BURRUS
Señor, ese amor que os domina
NERÓN
Os entiendo, Burrus: no tiene remedio el mal. Mi co-
RACINE 164
ESCENA SEGUNDA
Burrus (solo)
BURRUS
Nerón manifiesta finalmente su carácter, Burrus. Esa
ferocidad que tú creíste doblegar, pronta está a emanci-
parse de tus débiles lazos. ¡Quién sabe en qué excesos va
a desbordarse! ¡Oh Dioses! ¿qué consejos seguiré en tal
mala ventura? Séneca, cuya diligencia debería tranquili-
zarme, ocupado lejos de Roma ignora este peligro. ¿Pero
qué? Si excitando la ternura de Agripina pudiera Aquí
viene : me la trae mi fortuna.
165 BRITANICO
ESCENA TERCERA
Ag1'i pina, Burrus, Albina.
AGRJPINA
¡Y bien, Burrus! ¿Me engañaba yo en mis sospechas?
En cuanto a vos ¡OS señaláis con ilustres lecciones! Se
destierra a Palas, cuyo crimen es quizás haber elevado
a vuestro amo al Imperio. Demasiado bien lo sabéis. Sin
sus consejos, jamás Claudio, a quien él gobernaba, hubiera
adoptado a mi hijo. ¿Qué digo? Dan una rival a su esposa;
emancipan a Nerón de la fe conyugal. ¡Digna ocupación
para un ministro enemigo de los aduladores, escogido co-
mo freno a sus primeros impulsos, el halagarlos por sí
mismo y alimentar en su alma el olvido de su mujer y
el desprecio de su madre!
BURRUS
Hasta aquí, señora, me acusáis con prontitud excesi-
va. Nada ha hecho el Emperador que no pueda excusarse.
No imputéis sino a Palas un necesario destierro, pues su
orgullo reclamaba tal recompensa desde hace largo tiem-
po; y el Emperador no ha hecho más que cumplir a pesar
suyo lo que toda la corte secretamente pedía. Lo demás
es una desgracia que tiene remedio : posible es detener la
fuente del llanto de Octavia. Pero calmad vuestros trans-
portes. Por más dulce camino podréis bien pronto devol-
verle a su esposo: volveríanlo más feroz las amenazas o
los gritos.
AGRIPINA
¡Ah, en vano se esfuerzan en cerrarme la boca! Veo
que mi silencio irrita vuestros desdenes ; y es demasiado
respetar la obra de mis manos. Palas no se lleva consigo
todo el poder de Agripina : el cielo me deja el suficiente
para vengarme. El hijo de Claudio comienza a sufrir por
crímenes de que no obtuve más que el arrepentimiento.
No lo dudéis, iré a mostrarlo al ejército, a lamentar ante
los soldados su oprimida infancia y a hacerles expiar su
error a ejemplo mío. Se verá de un lado al hijo de un
emperador reclamando la fidelidad jurada a su familia,
y se escuchará a la hija de Germánico; del otro se verá
al hijo de Enobarbo, apoyado por Séneca y el tribuno
RACINE 166
ESCENA CUARTA
Agripina, Albina
ALBINA
¡Señora, a qué arrebatos os arrastra el dolor! ¡Así
pueda el Emperador ignorarlos!
AGRIPINA
¡Ah, así pueda aparecer él mismo a mis ojos!
ALRINA
Señora, en nombre de los Dioses, ocultad vuestra
cólera. ¿Cómo? ¿Por los intereses de la hermana o del
hermano, habréis de sacrificar el reposo de vuestra vida?
¡.Constreñiréis a César hasta en sus amores?
AGRIPINA
¿Cómo? ¿Entonces tú no ves hasta dónde se me de-
167 BRITANICO
ESCENA QUINTA
Británico, Agripina, Narciso , Albina
BRITÁNICO
Señora, nuestros enemigos comunes no son invenci-
bles; encuentran sensibles corazones nuestras desgracias.
Mis amigos y los vuestros, tan ocultos mientras perdía-
mos el tiempo en vanas lamentaciones, animados por el
enojo que enciende la injusticia vienen a confiar su dolor
a Narciso. Nerón no es todavía tranquilo poseedor de la
ingrata a quien ama en detrimento de mi hermana. Si
siempre sois sensible a sus ofensas, se puede reducir a su
deber al perjuro. Por nosotros se interesa medio senado:
Sila, Pisón, Plauto.
AGRIPINA
Príncipe, ¿qué decís? ¡Sila, Pisón, Plauto! ¡Los jefes
de la nobleza!
BRITÁNICO
Señora, bien veo que estas razones os hieren, y que
vuestro enojo, temblando y vacilante, teme ya obtener
cuanto ha querido. No, demasiado bien preparasteis mi
caída: no temáis en mi favor la audacia de ningún amigo.
Ya no me quedan ; vuestras prudentísimas diligencias, a
todos los han apartado o seducido desde hace largo tiempo.
AGRIPINA
Señor, dad menos crédito a vuestras sospechas: nues-
tra salvación depende de nuestro acuerdo. He prometido y
RACINE 168
ESCENA SEXTA
Británico, Narciso
BRITÁNICO
¿No me has halagado con falsas espl:!ranzas, Narciso?
¿Puedo fundar alguna seguridad en tu relato?
NARCISO
Sí. Pero, señor, no es en este sitio donde hay que re-
velar ese misterio a vuestros ojos. Salgamos. ¿Qué es-
peráis?
BRITÁNICO
¿Qué espero, Narciso? ¡Ay!
NARCISO
Explicáos.
BRITÁNICO
Si por medio de tus argucias pudiera volver a ver ...
NARCISO
¿A quién?
BRITÁNICO
Me ruborizo. Pero en fin, esperaría mi suerte con
corazón más tranquilo.
NARCISO
¿La creéis fiel después de todas mis razones?
BRITÁNICO
No, Narciso: la creo ingrata, criminal, digna de mi
ira; pero siento, a mi pesar, que no lo creo tanto como
debiera. Mi obstinado corazón, en su extravío, le presta
razones,la excusa, la idolatra. Querría vencer, al fin, mi
169 BRITANICO
ESCENA SEPTIMA
BTítáníco, Junía
JUNIA
Retiráos, señor; huid de una ira que contra vos en-
ciende mi constancia. Irritado está Nerón. Me he escapa-
do mientras su madre se ocupa en detenerlo. Adiós. Reser-
váos, sin herir mi amor, para el placer de verme justificar
algún día. Presente está sin cesar en mi alma vuestra
imagen y nada puede desterrarla de ella.
BRITÁNICO
Os comprendo, señora. Queréis que mi fuga asegure
vuestros deseos, que os deje libre el campo para vuestros
nuevos suspiros. Sin duda, al verme, un pudor secreto
no os deja gozar de una dicha tranquila. ¡Y bien! Hay
que partir.
RACINE 170
JUNIA
, Señor, sin imputarme
BRITÁNICO
Ah, debíais al menos discutir más tiempo. Yo no me
quejo de que un afecto común se coloque junto al par-
tido que la fortuna halaga; que el esplendor del Impe-
rio haya podido deslumbraros; que queráis gozar de él a
expensas de mi hermana; p ero que, interesada como cual-
quier otra en esas grandezas, hayáis podido parecerme
desengañada de ellas tan largo tiempo: no, lo confieso aún,
era la única desgracia para la que mi triste corazón no
estaba preparado. He visto elevarse la usurpación sobre
mi ruina: he visto al cielo cómplice de mis perseguidores,
y tantas catástrofes no habían podido agotar su ira: fal-
tábame, señora, ser olvidado por vos.
JUNIA
En tiempos más felices, mi justa impaciencia os haría
arrepentir de vuestra desconfianza. Pero Nerón os acecha,
señor: y en peligro tan premioso asáltanme cuidados peo-
res que el de afligiros. Id, tranquilizáos y cesad en vues-
tros reproches: Nerón os escuchaba y me ordenó que
fingiera .
BRITÁNICO
¿Cómo? Ese perverso
JUNIA
Testigo de nuestra entrevista, con severo semblante
examinaba el mío, pronto a hacer estallar su venganza
ante cualquier gesto que delatara nuestro acuerdo.
BRITÁNICO
¡Nerón nos escuchaba, señora! Pero vuestros ojos
¡ay! hubieran podido fingir y no engañarme. Hubieran
podido nombrar me al autor de ese insulto. ¿Mudo es el
amor, o no tiene más que un lenguaje? ¡De qué angustias
podía preservarme una mirada! Era preciso
JUNIA
Era preciso callarme y salvaros. ¡Cuántas veces ¡ay!,
pues que hay que decíroslo, mi corazón iba a informaros
de su desconcierto! ¡De cuántos suspiros he interrumpido
171 BRITANICO
ESCENA OCTAVA
Ner6n, Británico, Junía
NERÓN
Continuad, príncipe, tan encantadores transportes.
Señora, concibo vuestras bondades por sus agradecimien-
tos: acabo de sorprenderle a vuestros pies. Pero me debe
también a mí alguna gratitud; este lugar lo favorece, y os
retengo en él para facilitarle tan dulce entrevista.
BRITÁNICO
Yo puedo poner a sus pies mi dolor o mi dicha donde·
quiera que su bondad me permita verla; y el aspecto de
este sitio, en que la retenéis, nada tiene que deba asom-
brar mis ojos.
NERÓN
¿Ni que os muestre u os advierta que hay que res-
petarme y obedecerme?
RACINE li~
BRITÁNICO
, No nos ha visto educar, al uno y al otro, ni a vos para
desafiarme ni a mí para obedeceros; y no se imaginaba,
cuando nos vió nacer, que Domicio me hablaría alguna
vez como dueño.
NERÓN
Así transforma el destino nuestros anhelos: yo obe-
decía entonces y ahora sois vos quien obedece. Si aún no
habéis aprendido a dejaros guiar, sois joven aún y se os
puede instruir en ello.
BRITÁNICO
¿Y quién habrá de instruirme?
NERÓN
Roma, todo el Imperio a la vez.
BRITÁNICO
¿Incluye Roma en el número de vuestros derechos
cuanto de cruel tienen la injusticia y la fuerza, los enve-
nenamientos, el rapto y el divorcio?
NERÓN
Roma no dirige sus curiosas miradas hasta los secre-
tos que recato a sus ojos. Imitad su respeto.
BRITÁNICO
Sabemos lo que piensa Roma.
NERÓN
Al menos se calla; imitad su silencio.
BRITÁNICO
Nerón comienza ya a no contenerse.
NERÓN
N erón comienza a cansarse de vuestros discursos.
BRITÁNICO
¡Todos han de bendecir la dicha de su reinado!
NERÓN
Felices o desdichados, basta con que se me tema.
:173 BRITANICO
BRITÁNICO
Mal conozco a Junia, o tales sentimientos no han de
merecer sus aplausos.
NERÓN
Si ignoro el secreto de agradarle, al menos conozco
el arte de castigar a un rival temerario.
BRITÁNICO
En cuanto a mí, sean cuales fueren los peligros que
me agobien, sólo puede hacerme temblar su enemistad.
NERÓN
Deseadla: es todo cuanto puedo deciros.
BRITÁNICO
La dicha de agradarle es la única a que aspiro.
NERÓN
Ella os lo prometió, le agradaréis siempre.
BRITÁNICO
Al menos yo no espío sus pláticas. La dejo explicarse
sobre cuanto me concierne, y no me escondo para cerrar-
le la boca.
NERÓN
Os entiendo. Y bien, ¡guardias!
JUNIA
¿Qué hacéis? Es vuestro hermano. ¡Ay! Es un aman-
te celoso, señor, y mil desgracias persiguen su vida. ¡Ah!
¿puede excitar vuestra envidia su suerte? Permitid que,
reanudando los lazos de vuestros corazones, me oculte a
vuestros ojos y me sustraiga a los suyos. Mi fuga deten-
drá vuestras fatales discordias; señor, iré a sumarme al
número de las Vestales. No le disputéis ya mis infortuna·
dos favores: permitid que solamente a los Dioses impar·
tune con ellos.
NERÓN
Tal empeño, señora, es repentino y extraño. Guardias,
llevad la a sus habitaciones y retened a Británico en
las de su hermana.
BRITÁNICO
Es así como disputa Nerón los corazones.
RACINE 174
JUNIA
Cedamos a esta tormenta sin irritarlo, príncipe.
NERÓN
Guardias, obedeced sin demora.
ESCENA NOVENA
N er6n, Burrus
BURRUS
¡Cielos! ¿Qué veo?
NERÓN (sin ver a Burrus)
Así se redoblan sus ardores. Reconozco la mano que
los ha reunido. Agripina no se ha presentado a mi vista,
ni se ha demorado tan largo tiempo en sus razones más
que para poner en juego este resorte odioso. Que se ave-
rigüe si mi madre se encuentra aún aquí. Burrus, quiero
que se la retenga en este palacio, y que, en vez de su
guardia, se le dé la mía.
BURRUS
¿Cómo, señor? ¿Sin oírla? ¿A una madre?
NERÓN
Detenéos: ignoro qué proyecto meditáis, Burrus; pe-
ro desde hace algunos días, todo cuanto deseo encuentra
en vos un censor pronto a contradecirme. Respondedme
de ella, os digo; porque si os rehusáis, otros me respon-
derán de ella y de Burrus.
A e T o e u A' R T o
ESCENA PRIMERA
Agripina, Burrus
BURRUS
Sí, señora, podréis defenderos a vuestro sabor: César
mismo consiente en oíros aquí. Si su orden os ha hecho
retener en palacio, ha sido quizás con el propósito de
sostener esta entrevista. Sea como sea, si me atrevo a ex-
plicar mi pensamiento, no os acordéis de que os ha-
ya ofendido: preparáos más bien a t enderle los brazos;
defendéos, señora, pero no lo acuséis. Ya lo veis, a él so-
lamente obedece la corte. Aunque sea vuestro hijo y
hasta vuestra obra, es vuestro emperador. Como nosotros,
estáis sujeta a ese poder que de vos ha recibido. Según
que os amenace o que os acaricie, la corte se aparta de
vos o se precipita en torno vuestro. Al buscar vuestro
favor, es su favor el que buscan. Pero aquí está el em-
perador.
AGRIPINA
Que me dejen sola con él.
ESCENA SEGUNDA
Agripina, N er6n
AGRIPINA
(Sentándose) Aproximáos y sentáos, Nerón. Quieren
que desvanezca vuestras sospechas. Ignoro de qué crimen
ha podido acusárseme, pero os pondré al corriente de
cuantos cometí. Vos reináis, y sabéis cuánta distancia
puso vuestro nacimiento entre el Imperio y vos. Sin mí,
RACINE 176
NERÓN
ESCENA TERCERA
N er6n, Burrus
BURRUS
Señor, ¡qué encantadores espectáculos van a ofrecer
a mis ojos estos abrazos y esta paz! Vos sabéis si alguna
vez le fué contrario mi consejo, si quise yo distraeros de
su amistad y si merecí esa injusta cólera.
NERÓN
No os halago, me quejé de vos, Burrus: os creí a los
dos en inteligencia; pero os devuelve mi confianza su ene-
mistad. Ella se apresura demasiado a triunfar, Burrus.
Abrazo a mi rival, pero es para ahogarlo.
BURRUS
¿Cómo, señor?
NERÓN
Es demasiado ; preciso es que su muerte me libre
para siempre de los furores de Agripina. Mientras él
respire, no vivo yo sino a medias. Ella me ha acosado
con ese nombre enemigo; y no estoy dispuesto a que su
culpable audacia le prometa por segunda vez mi lugar.
BURRUS
¿Va a llorar, pues, bien pronto a Británico?
NERÓN
Habré dejado de temerle antes de que acabe el día.
BURRUS
. ¿Y qué es lo que os inspira el deseo de esa trama?
NERÓN
Mi vida, mi amor, mi seguridad, mi gloria.
BURRUS
No, señor, por mucho que digáis, jamás fué conce-
bido en vuestro seno tan horrible designio.
NERÓN
¡Burrus!
181 BRITANICO
BURRUS
¡Oh cielos! ¿Puedo saberlo de vuestra boca? ¿Vos
mismo pudisteis oírlo sin estremeceros? ¿Pensáis en qué
sangre vais a bañaros? ¿Se cansó Nerón de reinar en to-
dos los corazones? ¿Qué se dirá de vos? ¿Cuál es vuestra
idea?
NERÓN
¡Cómo! ¿Encadenado a mi pasada gloria, tendré siem-
pre ante los ojos no sé qué amor, que el azar nos da y
nos quita en un solo día? Sometido a todos, contrariando
mis impulsos, ¿soy vuestro emperador sólo para com-
placeros?
BURRUS
¿Y no basta, señor, para vuestros deseos, que el bien-
estar público sea obra de vuestros beneficios? A vos os
toca elegir, aún sois dueño de hacerlo. Podéis ser siem-
pre virtuoso como hasta aquí: trazado está el camino, na-
da os retiene ya; no tenéis sino que caminar de virtud
en virtud. Pero si seguís el consejo de vuestros adulado-
res, necesitaréis correr de crimen en crimen, señor, sos-
teniendo con nuevas crueldades vuestros rigores y lavando
en la sangre vuestros ensangrentados brazos. Británico,
al morir, excitará el fervor de sus amigos, siempre pres-
tos a defender su causa. Estos vengadores encontrarán
nuevos defensores, que aun después de muertos tendrán
quien los suceda; vais a provocar un incendio que no
podrá extinguirse. Temido de todo el universo, deberéis
temerlo todo, castigar siempre, siempre temblar por vues-
tros proyectos, y contar como enemigos vuestros a todos
vuestros súbditos. Ah, la feliz experiencia de vuestros
primeros años ¡.os hace odiar vuestra inocencia, señor?
¡.Pensáis en la felicidad que era su sello? ¡En qué reposo
los habéis visto transcurrir, oh cielos! Qué placer pensar
y deciros a vos mismo: "En este instante, se me ama y
se me hendice dondequiera ; el pueblo no se intimida ante
mi nombre; el cielo no escucha mi nombre entre gemidos;
no huyen mi rostro con enemistad sombría; dondequiera
veo volar los corazones a mi paso". Tales eran vuestros
placeres. ¡Qué cambio, oh Dioses! Preciosa os era la sangre
más abyecta. Recuerdo que, un día Que el Senado os apre-
miaba justamente para que firmarais la muerte de un cul-
pable, vos os resististeis a su severidad, señor: acusábase
RACINE 182
ESCENA CUARTA
Ner6n , Narciso
NARCISO
Señor, lo he previsto todo para tan justificada muerte.
Pronto está el veneno. La famosa Locusta ha redoblado
para mí sus oficiosos cuidados : hizo expirar un esclavo
ante mis ojos; y para cortar una vida, el hierro es menos
pronto que el nuevo veneno que me confía su mano.
NERÓN
Basta, Narciso; reconozco esa diligencia, pero no
deseo que vayáis más lejos.
NARCISO
¡Cómo! vuestro odio por Británico, debilitado, me
prohibe ...
183 BRITANICO
NERÓN
Sí, Narciso, nos reconcilian.
NARCISO
Me guardaré bien de apartaros, señor; pero él acaba
de verse aprisionar: esta ofensa se conservará largo tiem·
po viva en su corazón. Y como no hay secretos que el
tiempo no descubra, sabrá que mi mano debía presentarle
un veneno preparado por vuestra orden. i Distráiganlo
los Dioses de tal designio! Pero acaso él hará lo que vos
no os atrevéis a hacer.
NERÓN
Responden de su corazón; y yo venceré el mío.
NARCISO
¿Y el lazo son las bodas de Junia? ¿Le hacéis también
ese sacrificio, señor?
NERÓN
Esto es ya exceso de celo. Ah, Narciso, sea como sea,
no lo cuento ya entre mis enemigos.
NARCISO
Señor, bien lo descontaba Agripina; ha re adquirido so·
bre vos su absoluto imperio.
NERÓN
¿Cómo, pues? ¿Qué es lo que ha dicho? ¿Y qué que·
réis decir?
NARCISO
Se ha jactado de ello públicamente.
NERÓN
¿De qué?
NARCISO
De que le bastaba con veros un momento, y todo ese
gran escándalo, esa funesta cólera, serían reemplazados
por un modesto silencio; de que vos mismo seríais el pri-
mero en firmar la paz, feliz de que su bondad se dignara
olvidarlo todo.
NERÓN
Pero díme, Narciso: ¿qué quieres que haga? Demasia-
da inclinación tengo a castigar su audacia; y si cedo a
RACINE 184
ESCENA PRIMERA
Británico, Junia
BRITÁNICO
Sí, señora, ¿quién hubiera podido imaginarlo? Nerón
en sus habitaciones me espera para abrazarme. Ha he-
cho iñvitar allí a la juventud de su corte; quiere que la
alegría y la pompa de un festín confirmen a sus ojos la
fe de nuestros juramentos y aviven el calor de nuestros
abrazos; él apaga su amor, fuente de tantos odios; y os
hace a vos árbitro soberano de mi suerte. En cuanto a
mí, aunque me encuentro desterrado del puesto de mis
abuelos, aunque se adorna él a mi propia vista con sus
despojos, desde que ha dejado de ser contrario a mi amor,
pareciendo cederme la gloria de agradaros, confesaré que
mi corazón le perdona en secreto y le abandona de me-
jor gana la restante. ¡.Cómo? ¿No viviré ya separado de
vuestros encantos? ¡.Cómo? ¿Puedo ver sin temor en este
instante esos ojos que no conmovieron ni el terror ni
los suspiros y que me sacrificaron el Emperador y el
Imperio? ¡Ah, señora! ¿Pero cómo? ¿Qué nuevo temor
contiene vuestra dicha en medio de mis transportes? ¿Por
qué, al escucharme, vuestros ojos, vuestros tristes ojos,
se vuelven hacia el cielo con largas miradas? ¿Qué es lo
que teméis?
JU NI A
Yo misma lo ignoro; pero temo.
BRITÁNICO
¿Me amáis?
JUNIA
¡Ay, si os amo!
RACINE 188
BRITÁNICO
Nerón ya no turba nuestra dicha.
JUNIA
¿Pero me respondéis de su sinceridad?
BRITÁNICO
¿Cómo? ¿Sospecháis en él un odio encubierto?
JUNIA
Hace muy poco, Nerón me amaba y juraba vuestra
pérdida; ahora, me huye y os busca: ¿tan gran mudanza
puede ser, señor, la obra de un momento?
BRITÁNICO
Señora, es la obra de una jugada de Agripina; creyó
que mi pérdida traería su caída. Nuestros mayores
enemigos han combatido por nosotros, gracias a las pre-
venciones de su celoso espíritu. Me fío de los transportes
que me ha hecho presenciar; me fío de Burrus; le creo
hasta a su amo; creo que, incapaz de traicionar, como yo,
odia él! cara descubierta, o deja de odiar.
JUNIA
Señor, no juzguéis de su corazón por el vuestro; mar-
cháis uno y otro con diferentes pasos. No conozco a Nerón
y a la corte más que desde hace un día; pero, ay, si oso
decirlo, en esta corte, qué lejos está lo que se dice de lo
que se piensa. ¡Qué poco de acuerdo van el corazón y la
boca! ¡Con qué alegría se traiciona aquí la propia palabra!
¡Qué morada extranjera es para mí y para vos!
BRITÁNICO
Pero sea su amistad verdadera o fingida, si vos te-
méis a Nerón, ¿acaso está él mismo exento de temores?
No, no, él no va a levantar en su contra al pueblo y al
Senado con un cobarde crimen. ¿Qué digo? Reconoce su
reciente injusticia. Evidentes han sido sus remordimientos
hasta a los ojos de Narciso. Ah, si él os hubiera dicho,
princesa mía, hasta qué punto...
JUNIA
Pero, señor, ¿no os traiciona Narciso?
189 BRITANICO
BRITÁNICO
¿Y por qué queréis que mi corazón le desconfíe?
JUNIA
¡Qué sé yo, señor! Va en ello vuestra vida. Todo me
es sospechoso: temo que todo esté vendido; temo a Ne-
rón, temo a la desgracia que me acompaña. Dominada a
pesar mío por negro presentimiento, con pena os dejo
alejaros de mi presencia. ¡Ay, si esta paz en que desean·
sáis ocultara trampas contra vuestra vida; si Nerón, irri-
tado por nuestro acuerdo, hubiera escogido la noche para
esconder su venganza! ¡Si preparara el golpe mientras os
estoy mirando! ¡Y si estuviera yo hablándoos por última
vez! ¡Ah, príncipe!
BRITÁ NICO
¡VOS lloráis! ¡Ah, mi cara princesa! ¿Hasta ese punto
se interesa por mí vuestro corazón? ¿Cómo, señora? ¡En un
día en que, colmado de grandeza, Nerón cree deslumbrar
con su esplendor vuestros ojos, en lugares donde todos le
reverencian y me huyen, preferís mi desgracia a las pom-
pas de su corte! ¿Cómo? ¿En el mismo día y en este mis-
mo sitio, rehusar un imperio y llorar ante mis ojos? Pero
detened, señora, tan preciosas lágrimas: mi regreso disi-
pará bien pronto vuestros temores. Volvería me sospechoso
más larga demora: adiós. Voy, con el corazón colmado de
amor, a no ver ni oír más que a mi bella princesa en me-
dio de los transportes de una ciega juventud. Adiós.
JUNIA
Príncipe ...
BRITÁNICO
Debo partir, me esperan, señora.
JUNIA
Pero al menos esperad que vengan a llamaros.
ESCENA SEGUNDA
Agripina, Británico, Junia
AGRIPINA
¿En qué os demoráis, príncipe? Nerón, impaciente, se
queja de vuestra ausencia. La alegria y el placer de los
RACINE 190
ESCENA TERCERA
Agripína, Junía
AGRIPINA
O me engaño, señora, o durante la despedida algunas
lágrimas oscurecieron vuestros ojos. ¿Puedo saber qué
inquietud ha formado esa nube? ¿Dudáis de una paz que
es obra mía?
JUNIA
¿Puedo acaso tranquilizar mi agitado espíritu después
de todos los disgustos que me cuesta esta jornada? Ay,
apenas concibo aún este milagro. A pesar de todo, temo
algún obstáculo a vuestras bondades. Señora, frecuente
es en la corte la mudanza, y el amor va siempre acom-
pañado de temores.
AGRIPINA
Hablé y bastó, todo cambió de aspecto: mis cuidados
no dejan espacio para vuestras sospechas. Respondo de
una paz que se juró en mis manos: Nerón me ha dado
de ella pruebas por demás seguras. ¡Ah, si hubierais vis-
to con cuántas caricias me renovó la fe de sus promesas!
¡Con qué abrazos me ha estado deteniendo! Sus brazos
se resi.stían a dejarme en nuestros adioses; brillando so-
bre su frente, su fácil bondad descendió hasta los meno-
res secretos. Se expresaba como hijo que libremente
viene en el seno de su madre a olvidar su orgullo. Pero
recobrando bien pronto un rostro severo, tal como un
emperador que consulta a su madre, su confidencia augus-
ta puso entre mis manos secretos de que pende el destino
de los hombres. No, preciso es confesarlo aquí en honor
suyo, no encierra su corazón negra malicia; sólo nuestros
191 BRITANICO
ESCENA CUARTA
AgTipina, Junia, Burrus
AGRIP'I NA
¿Burrus, adónde corréis? Detenéos. Qué quiere decir ...
BURRUS
Señora, esto es hecho, Británico expira.
JUNIA
¡Ah, mi príncipe!
AGRIPINA
¿Expira?
BURRUS
O mejor, señora, ha muerto.
JUNIA
Perdonad, señora, este arrebato. Voy a socorrerlo, si
puedo, o a seguirlo.
ESCENA QUINTA
Agripina, Burrus
AGRIPINA
¡Burrus, qué atentado!
BU RRUS
No podré sobrevivirle, señora; hay que separarse de
la corte y del Emperador.
RAClNE 192
AGRIPINA
¿Qué? ¿No ha tenido horror de la sangre de su her-
mano?
BURRUS
Su designio fué conducido con más misterio. Apenas
el Emperador vió venir a su hermano, se levanta, lo
abraza, callamos, y de pronto, César el primero alza una
copa en la mano : "Para acabar este día bajo mejores aus-
picios, mi mano esparce las primicias · de esta copa, dijo;
Dioses, a quienes invoco en este transporte, venid a fa-
vorecer nuestra reconciliación". Por los mismos juramen-
tos lígase Británico; la copa en sus manos la llena Narciso;
pero apenas se posan sus labios en el borde, el hierro no
produce tan fulminantes efectos, señora: la luz se oculta
a sus ojos y cae sobre el lecho sin calor y sin vida. Ima-
ginad cómo espanta tal golpe a todos los espíritus: la
mitad se aterra y sale entre clamores; pero los que tienen
más hábito de la corte componen su rostro según los ojos
del César. Él, mientras tanto, permanece reclinado sobre
su lecho, sin parecer asombrarse de nada: "Este mal
cuya violencia teméis, dice, lo ha atacado a menudo du-
rante su infancia sin dañarlo". Narciso quiere afectar en
vano cierta desazón, pero a su pesar se manifiesta su
pérfido gozo. En cuanto a mí, aunque deba castigar el
Emperador mi atrevimiento, atravesé el tumulto de una
corte odiosa, y agobiado por este crimen, iba a llorar a
Británico, al Estado y a César.
AGRIPINA
Aquí viene. Veréis si soy yo quien lo inspira.
ESCENA SEXTA
Agripina, Nerón, Burrus, Narciso
NERÓN
¿Y quién es, señora?
AGRIPINA
Vos.
NERÓN
¡Yo! Ésas son las sospechas de que sois capaz. No hay
desgracia de que no sea yo el culpable; y si se hiciera
caso de vuestras razones, mi mano habría cortado los
días del mismo Claudio. Señora, su hijo os era caro: pue-
de. su muerte impresionaros; pero yo no puedo responder
de los golpes del destino.
AGRIPINA
No, no. Británico ha muerto envenenado: Narciso ha
dado el golpe y vos lo ordenasteis.
NEl¡ÓN
¿Pero quién puede soportaros tal lenguaje, señora?
NARCISO
Eh, señor, ¿tanto os ultraja esa sospecha? Señora,
Británico tuvo secretos designios que os hubieran costado
más justificadas quejas. Aspiraba a algo más que a la
mano de Junia; él os hubiera castigado de vuestras pro-
pias bondades. Os engañaba a vos misma ; y su ofendido
corazón pretendía recordar tarde o temprano el pasado.
Sea, pues, que la suerte os haya servido a vuestro pesar,
sea que, instruído de las conspiraciones que amenazaban
su vida, César haya descansado en mi fidelidad , dejad los
llantos, señora, para vuestros enemigos. Que ellos colo-
quen esta desgracia entre las más siniestras, pero vos ...
AGRIPINA
Prosigue con tales ministros, Nerón. Vas a hacerte
señalar con hechos gloriosos. Prosigue. No has dado este
paso para retroceder. Por la sangre fraterna ha comen·
zado tu mano, y preveo que hasta tu madre llegarán tus
golpes. Sé que me odias en el fondo de tu corazón; que-
rrás liberarte del yugo de mis beneficios. Pero quiero que
mi muerte misma te sea inútil. No creas que al morir te
deje tranquilo. Roma, este cielo, la vida que de mí reci-
biste, todo, en todo momento, me ofrecerá a tus ojos. Co-
mo otras tantas furias te perseguirán los remordimientos;
RACINE 194
ESCENA SEPTIMA
Agripina, Burrus
AGRIPINA
¡Ah, cielos! ¡Cuánta era la injusticia de mis sospe-
chas! ¡Condenaba a Burrus para escuchar a Narciso! ¿Vis-
teis, Burrus, qué furiosas miradas me lanzó al dejarme
Nerón como despedida? Esto es hecho: nada tiene ya
que detenga el perverso. Va a caer sobre mi cabeza
el golpe que me predijeron y os agobiará a vos también
a vuestra hora.
BURRUS
Ah, en cuanto a mí, señora, he vivido un día de más.
¡Pluguiera al cielo que, dichosamente cruel, su mano hu-
biera hecho sobre mí el ensayo de sus nuevos furores!
Que no me hubiera ofrecido, con este desgraciado crimen,
una prueba demasiado cierta de las desgracias del Estado.
No es sólo su crimen lo que me desespera: pudieron sus
celos armarlo contra su hermano; pero lo que explica mi
angustia, señora, si debo decíroslo, es que Nerón lo ha
visto morir sin cambiar de color. Sus ojos indiferentes
tienen ya la impasibilidad de un tirano endurecido en el
crimen desde la infancia. Que acabe, señora, haciendo
perecer a un importuno ministro que no puede soportarlo.
Ay, lejos de querer evitar su cólera, la más rápida muer-
te sería la mejor para mí.
195 BRITANICO
ESCENA OCTAVA
Agripina, Burrus, Albina
ALBINA
Ah, señora; ah, señor, acudid al Emperador: venid a
salvar al César de sus propios furores. Se ve separado de
Junia para siempre.
AGRIPINA
¿Cómo? ¿La propia Junia ha puesto término a su
vida?
ALllINA
Señora, para agobiar a César con un pesar eterno,
ella, sin morir, ha muerto para él. Sabéis cómo se escapó
de aquí: fingió pasar a las habitaciones de la triste Oc-
tavia, pero bien pronto, tomando apartados caminos, por
donde siguieron mis ojos sus pasos veloces, sale enloque-
cida de las puertas del palacio. Vió antes que nada la
estatua de Augusto; y mojando con lágrimas el mármol
de sus pies, que tenía ligados con sus suplicantes brazos :
"Príncipe, dijo, por estas plantas que beso, protege en
este momento lo que queda de tu raza. Acaba Roma de
ver inmolar en tu palacio al único de tus descendientes que
hubiera podido asemejársete. Quieren que sea perjura
con él después de su muerte; mas para conservarle, prín-
cipe, mi fe siempre pura, me consagro a estos Dioses in-
mortales cuyos altares te hizo compartir tu virtud". Mien-
tras tanto el pueblo, a quien asombra este espectáculo,
vuela de todas partes, se aprieta, la rodea, se enternece
con sus lágrimas : y compadeciendo sus desgracias la toma
bajo su protección por voz unánime. La llevan al templo
donde desde hace tanto tiempo nuestras vírgenes desti-
nadas al culto de los altares guardan fielmente el precioso
depósito del fuego siempre encendido que arde por nues-
tros dioses. César los ve partir sin osar impedirlo ; pero
Narciso, más audaz, por complacerlo se apresura a inten-
tarlo. Vuela hacia Junia, y, sin espantarse, comienza a
detenerla con profanas manos. Con mil golpes mortales
es castigada su audacia; su sangre infiel cayó con ímpetu
sobre Junia. César, aturdido por tantos hechos juntos, la
deja entre las manos que la ampararon. Y regresa. Todos
huyen su feroz silencio ; sólo sale de su boca el nombre
RA CI N E 196
ESCENA PRIMERA
Ester, Elisa
ES TER
¿Eres tú, cara Elisa? ¡Oh, día tres veces dichoso! ¡Ben-
dito sea el cielo que te devuelve a mis brazos, a ti que,
descendiente como yo de Benjamín, fuiste de mis pri-
meros años la compañera asidua, y sufriendo la opresión
del mismo yugo me ayudabas a llorar sobre las des-
gracias de Sión! ¡Tiempo tan caro todavía a mi recuerdo!
Pero ¿ignorabas tú la gloria de tu Ester? ¿Qué comarca,
qué desierto han podido ocultarme durante más de seis
meses en que te he hecho buscar?
ELISA
Desconsolada por el rumor de vuestra muerte, vivía
separada del resto de los hombres, sin esperar más que
el fin de mis tristes días, cuando de pronto, señora,
díjome un divino profeta: "Lloras demasiado tiempo
a una muerta que te engaña; levántate, toma el camino
de Susa: allí verás la pompa y los honores de Ester, y
sentado en el trono al objeto de tus lágrimas. ¡Oh Sión,
agregó, tranquiliza a tus tribus alarmadas: aproxímase
el día en que el Dios de los ejércitos hará resplandecer
el apoyo de su brazo potente; el clamor de su pueblo ha
subido hasta él". Así dijo: y yo corro penetrada de
horror y de dicha. Pude franquear las puertas de este
palacio. ¡Oh espectáculo! ¡Oh triunfo admirable para mis
ojos! ¡Digno, en efecto, del brazó que salvó a nuestros
RACINE 202
ESCENA SEGUNDA
Este1', Elisa, el Coro.
ESCENA TERCERA
Ester, Mardoqueo, Elisa, el Coro
ESTER
¿Qué profano en este sitio osa avanzar hacia nosotros?
¿Qué miro? ¡Mardoqueo! ¿Oh padre mío, sois vos? ¿Aca-
so un ángel del Señor guió vuestros pasos y ocultó
vuestro arribo bajo sus santas alas? ¿Pero por qué ese
aire sombrío, y ese cilicio espantoso, y esa ceniza que
cubre vuestros cabellos? ¿Qué nos anunciáis?
MARDOQUEO
¡Oh reina infortunada! ¡Bárbaro destino de un pueblo
inocente! Leed, leed este decreto cruel, detestable . ..
¡Estamos perdidos! ¡Y se acabó Israel!
ESTER
¡Santos Cielos! La sangre se ·me hiela en las venas.
RACINE 206
MARDOQUEO
Se exterminará la raza de los judíos. Hemos sido en-
tregados al sanguinario Amán; listos están ya espadas y
cuchillos; toda la nación ha sido proscrita de un solo
golpe. Amán, el impío Amán, raza del amalecita, ha
echado mano de toda su influencia para este funesto
golpe; y el rey, demasiado crédulo, firmó el edicto. Pre-
venido contra nosotros por esa impura boca, nos cree
aborrecidos de la naturaleza entera. Dadas están las
órdenes, y elegido, en todos sus Estados, el día fatal
para tantos crímenes. ¡Cielos, alumbraréis tan horrible
carnicería! El hierro ignorará la edad y el sexo; todo
ha de servir de presa a tigres y a buitres; y sólo diez
días nos separan de tan tr,e mendo día!
ESTER
Oh Dios, tú que ves tramarse designios tan funestos,
¿has abandonado ya a los restos de Jacob?
UNA DE LAS ISRAELITAS MÁS JÓVENES
¡Oh Cielo! Si tú no nos defiendes ¿quién nos defen-
derá?
MARDOQUEO
Ester, dejad las lágrimas a estas criaturas. En vos
reside toda la esperanza de vuestros desgraciados her-
manos; hay que socorrerlos; pero 10S minutos son pre-
ciosos; el tiempo vuela y bien pronto traerá el día en
que el nombre de los judíos debe perecer sin remedio.
Abrasada por el fuego de tantos sacros profetas, id, atre-
véos a declarar al rey quién sois.
ESTER
¡Ay! ¿Ignoráis acaso qué severas leyes ocultan aquí
los reyes a los tímidos mortales? Su terrible majestad
finge volverse invisible para sus súbditos en el fondo de
sus palacios; y la muerte es el castigo de cualquier audaz
que sin ser llamado se presente a sus ojos, si en el ins-
tante mismo el rey, para salvar al culpable, no le da
a besar su temible cetro. Nada pone al abrigo de esta
orden fatal, ni rango, ni sexo, e igual para todos es el
crimen. Yo misma, sentada a su lado y en su trono, estoy
sometida a esta ley como cualquiera. Preciso es, para
que le hable, no que me haya anunciado, sino que él me
busque, o que me haga llamar al menos.
207 ESTER
MARIlOQUEO
¡Cómo! ¡Cuando veis perecer a vuestra patria, Ester,
tenéis en algo vuestra vida! ¡Habla Dios, y teméis el
enojo de un mortal! ¿Qué digo? ¿Os pertenece vuestra
vida, Ester? ¿No pertenece a l~ sangre de que habéis
brotado? ¿No pertenece a Dios, de quien la habéis reci-
bido ? ¿Y quién sabe si cuando al trono condujo vuestros
pasos no os guardaba para salvar a su pueblo? Pensadlo
bien: ese Dios no os ha escogido para ser vano espec-
táculo a los pueblos del Asia, ni para encantar los ojos
de los profanos mortales : reserva sus santos para fun-
ción más noble. Inmolarse por su nombre y por su he-
rencia, ése es el verdadero destino de un hijo de Israel;
¡demasiado feliz sois al arriesgar por él vuestros días!
¿Y qué necesidad tiene su brazo de nuestros socorros?
¿Qué pueden contra él todos los reyes de la tierra? En
vano se unirían para combatirlo : no tiene más que mos-
trarse para disipar su alianza; habla, y los vuelve al
polvo. Al sonido solo de su voz huye la mar, el cielo
tiembla; como si nada fuera ve el universo entero; y los
débiles mortales, vanos juguetes de la muerte, son ante
sus ojos como si no existieran. Si ha permitido la crimi-
nal audacia de Amán, es sin duda porque quería probar
vuestro celo. Es él quien, excitándome para que osara
buscaros, se ha dignado marchar delante de mí, cara
Ester; y si está escrito que su voz hiera vuestros oídos
en vano, no por eso dejaremos de asistir a la revelación
de sus prodigios. Él puede confundir a Amán, puede
romper nuestras cadenas por medio de la mano más dé-
bil que haya en el universo; y vos, que no habréis queri ..
do aceptar esa merced, pereceréis acaso con toda vues-
tra raza.
ESTER
Id : que todos los judíos esparcidos en Susa, orando
con vos asiduamente noche y día, me presten el saluda-
ble socorro de sus plegarias, y que durante estos tres
días guarden austero ayuno. Ya la sombría noche ha co-
menzado su vuelo : mañana, cuando el sol vuelva a en-
cender el día, contenta de perecer, si es preciso que yo
perezca, iré a ofrecerme en sacrificio por mi país. Ale-
jáos un momento.
(El coro se r eti ra hacia el fúndo del escenari o)
RACINE 208
ESCENA CUARTA
Ester, Elisa, el Coro
ESTER
¡Oh mi soberano rey, aquí me tienes, temblorosa y
sola ante ti! Mil veces díjome mi padre en mi infancia
que con nosotros juraste una santa alianza cuando, pa-
,ra hacerte un pueblo grato a tus ojos, plúgole a tu amor
escoger a nuestros abuelos: hasta les prometiste por tu
boca sagrada una posteridad eterna. ¡Ay! Este ~.ueblo
ingrato despreció tu ley; violó su fe la nación amada:
repudió a su esposo y a su padre para entregar a otros
dioses un honor adúltero; y ahora sirve bajo un amo
extranjero, Pero aún es poco el que sea esclava, quieren
degollarla: insultando nuestras lágrimas, nuestros sober-
bios vencedores atribuyen a sus dioses sus belicosos
éxitos, y quieren hoy que bajo un mismo golpe mortal
queden abolidos tu altar, tu pueblo y tu nombre. Así,
pues, tras de tantos milagros, ¿podría un pérfidO aniqui-
lar la fe de tus oráculos, y arrebatar a los mortales el
más caro de tus dones, el santo que prometiste y que
esperamos? No, no, no permitas que estos puehlos fe-
roces, ebrios de nuestra sangre. cierren las únicas bocas
' que en todo el universo celebran tus beneficios; confunde
a todos esos dioses que no existieron jamás,
En cuanto a mí, a quien retienes entre estos infieles,
sabes cómo odio sus criminales fiestas, y sabes que con-
sidero como profanaciones su mesa, sus libaciones y sus
festines; que aun esta pompa a que estoy condenada, esta
diadema con que debo aparecer ornada en los solemnes
días dedicados al orgullo, sola y en secreto la aplasto
bajo mis pies; sabes que a estos vanos ornamentos pre-
fiero la ceniza y sólo me placen las lágrimas que me
ves derramar. Esperaba el momento señalado por tu
fallo para osar defender los intereses de tu pueblo. Ese
momento ha llegado: mi rápida obediencia va a afrontar
la presencia de un rey temible, Eres tú quien me mueve:
acompaña mis pasos ante ese fiero león que te desconoce ;
ordena que su enojo se apacigüe al verme, y presta a
mis discursos un encanto que lo seduzca; sometidos es-
tán a ti los vientos, las tormentas y los cielos: vuelve
por fin su furor contra nuestros enemigos.
209 ESTEll
ESCENA QUINTA
(Toda esta escena es cantada)
El Coro
UNA I¡;RAELITA (sola)
Mis fieles compañeras, gimamos y lloremos,
demos a nuestras lágrimas salida;
a las santas montañas los ojos levantemos
de donde la inocencia ha de ser socorrida.
¡Oh mortales temores!
Todo Israel perece. Llorad, ojos ansiosos :
no hubo jamás debajo de los cielos piadosos
tan gran motivo de dolores.
TODO EL CORO
¡Oh mortales temores!
OTRA ISRAELITA
¿No era bastante acaso que un vencedor odio&o
de la augusta Sión tronchara los primores
y arrastrara a sus hijos cautivos sin reposo?
TODO EL CORO
¡Oh mortales temores!
LA MISMA ISRAELITA
Corderos indefensos entre lobos furiosos ,
nuestras únicas armas son aquestos clamores.
TODO EL CORO
¡Oh mortales temores!
UNA ISRAELITA
Arranquemos, rompamos los vanos ornamentos
que adornan nuestra testa.
OTRA ISRAELITA
Revistámonos de paramentos
conformes a la horrible fiesta
que el impío Amán nos apresta.
TODO EL CORO
Arranquemos, rompamos los vanos ornamentos
que adornan nuestra testa.
RAUINE 210
OTRA
Él derroca al hombre orgulloso.
OTRA
Toma al humilde a su cuidado.
TODO EL CORO
El Dios a quien servimos: es el Dios de la guerra:
no, no ha de permitir que en la tierra
sea el sin culpa degollado.
DOS ISRAELITAS
Oh Dios, a quien la gloria circunda,
Dios, a quien la luz inunda,
que vuelas en el ala de los vientos,
cuyo trono es por ángeles llevado.
OTRAS DOS MÁS JÓVENES
Dios, que por simples niños quieres ser alabado
y con los de los ángeles confundes sus acentos.
TODO EL cono
Tú ves nuestros peligros fieros:
a tu nombre dá la victoria;
no consientas, no, que tu gloria
trasmigre a dioses extranjeros.
UNA ISRAELITA (sola)
Ármate, vén para nos defender.
Desciende, como antaño te vió el mar descender;
que aprendan los malvados aquí
a temer tus enojos:
que sean como polvo y paja de rastrojos
que el viento dispersa ante sí.
TODO EL cono
Tú ves nuestros peligros fieros:
a tu nombre dá la victoria;
no consientas, no, que tu gloria
trasmigre a dioses extranjeros.
..A e T o SEGUNDO
ESCENA PRIMERA
Amán, Hidaspes
AMÁN
¡Cómo! ¿Cuando apenas comienza a lucir el día osas
introducirme en tan temible lugar?
HIDASPES
Sabéis que se puede confiar en mí ; que estas pUE:'r-
tas, señor, sólo a mí me obedecen: venid. En cualquier
otro lugar podría oírsenos.
AMÁN
¿Cuál es, pues, el secreto que quieres hacerme co-
nocer?
HIDASPES
Señor, honrado mil veces por vuestros favores, re-
cuerdo siempre que os he jurado exponer a vuestros ojos,
con sinceros avisos, todo cuanto de misterioso encierra
este palacio. El rey parece devorado por negro disgusto:
esta noche lo ha herido algún sueño espantoso. Mientras
que todo yacía en apacible silencio, su voz se ha dejado
oír con un grito terrible. Corrí. El desorden reinaba en
sus palabras: se quejó de un peligro que amenazaba sus
días, habló de enemigos, de un feroz raptor : hasta sa-
lió de su boca el nombre de Ester. Y pasó toda la noche
entre esos horrores. En fin , harto de llamar un sueño
que le huye, y para apartar de sí tan fúnebres imágenes,
RAClNE 214
HIDASPES
¿Quién? ¿Ese jefe de una raza impía y abominable?
AMÁN
Sí, él mismo.
HIDASPES
¡Eh, señor! ¿Puede tan débil enemigo turbar la paz
de tan bella vida?
AMÁN
Jamás se inclinó ante mí, el insolente. En vano todos
reverencian de rodillas las gloriosas señales del favor
del más grande de los monarcas; cuando todos los persas,
poseídos de santo respeto, no osan levantar sus frentes
postradas en tierra, éL orgullosamente sentado, y la ca-
beza inmóvil, trata de servil impiedad tales honores, pre-
senta a mis miradas un sedicioso semblante, y no se digna
siquiera bajar los ojos. Asedia, sin embargo, la puerta
del palacio: a cualquier hora que entre o que salga, Ri-
daspes, me aflige y me persigue su odioso rostro; hasta
de noche lo ve mi turbado espíritu. Esta mañana quise
adelantarme a la luz: lo he encontrado, espantosamente
cubierto de polvo, vestido de harapos, palidísimo; pero,
bajo la ceniza, sus ojos conservaban el mismo orgullo. ¿De
dónde saca, querido amigo, esta audacia imprudente? Tú,
que ves cuanto ocurre en palacio, ¿crees que alguna voz
ose hablar por él? ¿En qué frágil caña ha puesto su apoyo?
HIDASPES
Señor, vos lo sabéis, su saludable aviso descubrió la
sanguinaria conspiración de Tares. El rey prometió enton-
ces recompensarlo, pero de algún tiempo a esta parte pa-
rece no pensar más en ello.
AMÁN
No, hay que desnudar la verdad ante sus ojos. Yo
supe corregir la injusticia de mi destino: traído tierno
infante a manos de los persas, gobierno el imperio don-
de fuí comprado; mis riquezas igualan la opulencia de
los reyes; rodeado de hijos sostenedores de mi poder,
no falta a mi frente más que la diadema real. Y sin em-
bargo (¡fatal enceguecimiento de los mortales!) la pasa-
jera dulzura de este montón de honores apenas deja
sobre mi corazón una ligera huella ; pero Mardoqueo sen-
RAClNE 216
ESCENA SEGUNDA
Asuero, Hidaspes, Asaj, Séquito de As'uero
ASUERO
¿Así, pues, sin este fiel aviso, dos traidores hubíeran
asesinado al rey en su lecho? Dejadme, y que sólo Asaf
quede conmigo,
ESCENA TERCERA
Asuero, Asa!
ASUERO (sentado en su trono)
Lo confieso, casi no recordaba el ,a tentado parricida
de ese par de pérfidos; y por dos veces he palidecido
durante el terrible relato que acaba de revivir su imagen
en mi espíritu, Veo qué consecuencias tuvo su furor y
que perdieron la vida en el tormento; pero ese diligente
súbdito que con mirada tan sutil supo desenvolver el
hilo de su negra conjura, que me mostró las manos al·
zadas ya sobre mí, por quien la Persia fué conmigo sal-
vada, ¿qué honor, qué premio ha recibido por su fidelidad?
ASAF
Mucho se le prometió: y es todo cuanto sé.
ASUERO
¡Oh, más que condenable olvido de un servicio óp-
timo! ¡Efecto inevitable de los estorbos del trono! Rodea-
do de tumultuosos problemas, el príncipe se ve arrastrado
sin cesar hacia nuevas preocupaciones; el porvenir lo
inquieta y el presente lo hiere; pero más rápido que el
relámpago se nos escapa el pasado, y entre tantos como
se agitan a toda hora a nuestro alrededor, empeñados en
hacer valer su interesada diligencia, no se encuentra uno
que, movido de celo verdadero, vigile fielmente nuestra
gloria y nos haga recordar el olvidado mérito, demasia-
do ocupados todos en hablarnos de lo que hay que casti-
gar. ¡Ah! prefiero que la injuria escape a mi venganza
antes que tan raro beneficio a mi reconocimiento! ¡,Quién
querrfa en adelante exponerse por su rey? ¿Vive aún ese
mortal que mostró por mí tanto celo?
219 ESTER
ASAF
Él ve aún el astro que os ilumina.
ASUERO
¿Y no ha pedido ya su salario? ¿Qué remoto país lo
oculta a mi benevolencia?
ASAF
Sentado muy a menudo a las puertas del palacio, sin
quejarse ni de vos ni de su destino, arrastra, señor, su
vida infortunada.
ASUERO
Y tanto menos debo yo olvidar la virtud cuanto que
se olvida a sí misma. ¿Se llama, díme?
ASAF
El nombre que acabo de leeros es Mardoqueo.
ASUERO
¿Y su país?
ASAF
Señor, puesto que hay que decíroslo, es uno de esos
cautivos destinados a perecer, traídos al Eufrates desde
las riberas del Jordán.
ASUERO
¿Es judío, pues? ¡Oh Cielos, en el momento en que
la vida me iba a ser arrebatada por mis propios súbditos,
un judío vuelve inútiles con sus cuidados tales esfuerzos!
¡Un judío me preservó de la espada de los persas! Pero
sea quien sea, nada importa, puesto que me ha salvado.
¡A ver, alguien!
ESCENA CUARTA
AsueTO, Hidaspes, Asaf
HIDASPES
¿Señor?
ASUERO
Mira a la puerta por si algún grande de mi corte se
ofreciera a tus ojos.
HIDASPES
Amán se ha adelantado al día en vuestra puerta.
Mm ERO
Que entre. Quizás me Uuminen sus consejos.
RA CINE 220
ESCENA QUINTA
Asuero, Amán, Hidaspes, Asaf
ASUERO
Aproxímate, feliz apoyo del trono de tu señor, almn
de mis consejos, tú, el único que tantas veces aliviaste
el peso del cetro en mi mano. Un secreto reproche roe
mi alma. Sé bien' cuán puro es el celo en que ardes: ja·
más entró la mentira en tus discursos, y mi solo interés
es el objetivo tras que corres. Díme, pues: ¿qué debe
hacer un príncipe magnánimo que quiere colmar de ho-
nores a un súbdito a quien estima? ¿Con qué gaje res-
plandeciente, digno de un gran rey, puedo recompensar
la fe y el mérito? No pongas a mi reconocimiento límite
alguno. Mide tus consejos con la medida de mi vasto
poder.
AMÁN (en voz muy baja)
Amán, vas a pronunciarte acerca de ti mismo; ¿y
a quién sino a ti podría recompensarse?
ASUERO
¿Qué piensas tú?
AMÁN
Busco, señor, considero la conducta y las costumbres
de los monarcas persas: pero en vano los evoco a todos
en mi memoria. ¿Qué son a vuestro lado para que os
guiéis por ellos? Vuestro reinado debe servir de modelo a
la posteridad. Queréis recompensar el celo de uno de vues-
tros súbditos: sólo el honor puede halagar a un generoso
espíritu. Querría, pues, señor, que ese feliz mortal, re-
vestido de la púrpura como vos mismo, y con la frente
ceñida por la sacra diadema, fuera hoy llevado por Susa,
en uno de vuestros corceles pomposamente adornado,
ante los ojos de todos vuestros súbditos; que para colmo
de gloria y de magnificencia, un señor eminente en ri-
queza y en poderío, en fin, el primero después de vos en
el imperio, guiara su soberbio corcel por la brida; y al
marchar, cubierto él mismo con magníficas ropas, grita-
ra alto en las plazas públicas: "Prosternáos, mortales:
es así como el rey corona la fe y honra al mérito".
221 8STER
ASUERO
Veo que te inspira la discreción misma. Tu senti-
miento conspira con mi voluntad. Vé, no pierdas tiempo:
quiero que lo que me has sugerido se ejecute punto por
punto. No continuará ya la virtud oculta en el olvido.
A las puertas de palacio encontrarás al judío Mardoqueo:
es a él a quien quiero honrar; ordena su triunfo y mar-
cha precediéndolo; que tu voz haga resonar su nombre
por Susa, y haz que a su aparición se doblen todas las
rodillas. Salid todos.
AMÁN
¡Dioses!
ESCENA SEXTA
Asuero (solo)
ASUERO
Inaudito es el premio, sin duda: jamás súbdito al-
guno gozó de semejante honor; pero mientras más gran-
de y gloriosa es la recompensa, más odiosa aún es la raz3.
de ese judío, mejor aseguro mi vida, y con esplendor de-
muestro cuánto teme Asuero el ser ingrato. Verán al
inocente separado del culpable, y no por ello dejaré de
acabar con tan abominable pueblo; sus crímenes ...
ESCENA SÉPTIMA
Asuero, Ester, Elisa, Tam ar, parte del Coro.
ASUERO
¡Sin mi orden dirigen aquí sus pasos! ¿Quién es el
audaz que viene a buscar la muerte? Guardias... ¿Sois
vos, Ester? ¡Cómo! ¿Sin ser esperada?
ESTER
Hijas mías, sostened a vuestra enloquecida reina :
yo muero. (Cae desvanecida )
RAUl NB 222
ASUERO
¡Dioses poderosos; qué extraña palidez borra súbita-
mente sus colores! Ester, ¿qué teméis? ¿No soy vuestro
hermano? ¿Acaso reza con vos orden tan severa? Vivid:
el cetro de oro que os tiende mi mano es para vos pren-
da segura de mi clemencia.
ESTER
¿Qué saludable voz ordena que yo viva y vuelve a
llamar a mi seno esta alma que huye?
ASUERO
¿No conocéis la voz de vuestro espos0? Una vez más,
vivid y reponéos.
E S'l'ER
Señor, jamás contemplé sin temor la majestad au-
gusta de vuestra frente; juzgad el terror que esta frente
irritada contra mi ha de haber provocado en mi alma
conmovida: en ese sagrado trono que el rayo circunda,
he creído veros presto a reducirme a polvo. ¡Ay! ¿qu~
audaz corazón hubiera sostenido sin estremecerse los re-
lámpagos que partían de vuestros ojos? Así centellea Ji!
cólera del dios vivo ...
ASU ERO
¡Oh sol! ¡Oh antorcha de lumbre imperecedera! Yo
mismo me turbo; no puedo contemplar sin estremecerm~
su pena y su extravío. Calmáos, reina, calmad el terror
que os oprime. Soberana dueña del corazón de Asuero,
experimentad sólo su amistad ardiente. ¿Hay que daros
la mitad de mis Estados?
ESTER
¡Oh! ¿Es posible que un rey temido por la tierra en·
tera y ante quien todo cede y besa el polvo, arroje sobre
su esclava una mirada tan serena y me ofrezca sobre su
corazón poder soberano?
ASUERO
Creedme, querida Ester, este cetro, este imperio, este
profundo respeto inspirado por el terror, mezclan poca
dulzura a su pomposo brillo y fatigan muy a menudo a
su triste dueño. Sólo en vos encuentro no sé qué gracia
que me encanta siempre sin cansarme jamás. ¡Dulce y
poderoso atractivo de la virtud amable! Todo respira en
2~3 ESTER
ESCENA OCTAVA
Asuero, Ester, Elisa, Tamar, Hidaspes, parte del Coro.
HIDASPES
Señor, los sabios caldeos, llamados por vuestra or-
den, reunidos están en esa cámara.
RACINE 224
ASUERO
Princesa, un extraño sueño ocupa mi mente: vos
misma estáis interesada en su interpretación. Venid, e¡:;-
cuchad sus discursos tras un velo, y prestadme el socorro
de vuestras propias luces. Temo, por vos y por mí, la
perfidia de algún enemigo.
ESTER
Sígueme, Tamar. Y vosotros, joven y tímida bandada,
sin temer aquí las miradas de una profana corte, esperad
mi regreso al abrigo de este trono.
ESCENA NOVENA
Elisa, parte del Coro.
(Esta escena es en parte cantada y en parte declamada)
ELISA
Hermanas: ¿qué decís de nuestro estado?
Ester o Amán: ¿cuál de los dos ha de vencer?
¿Serán obras del hombre o de Dios alabado
las que van a prevalecer?
Habéis visto qué cólera altanera
encendía del rey la mirada severa.
UNA DE LAS ISRAELITAS
Del rayo de sus ojos mi vista ha padecido.
OTRA
Su voz me ha parecido un espantoso trueno.
ELISA
¿Cómo ese enojo pleno
en un momento se ha desvanecido?
UNA DE LAS ISRAELITAS (canta)
Un instante ha cambiado tal coraje inflexible;
el rugiente león es cordero apacible.
Dios, nuestro Dios sin duda vertió en su corazón
este espíritu de conciliación.
225 ESTER
EL CORO
Dios, nuestro Dios sin duda vertió en su corazón
este espíritu de conciliación.
LA MISMA ISRAELITA (canta)
Como un dócil arroyo
obedece a la mano que su curso desvía,
y, de sus aguas al darle el apoyo,
hace fértil el campo y le presta alegría,
Dios, de nuestros destinos árbitro soberano,
de los reyes el alma está en tu mano.
ELISA
¡Ah! ¡Cómo temo, hermanas, los funestos nublados
que de ese príncipe los ojos oscurecen!
¡El culto de sus dioses los mantiene cegados'
UNA ISRAELITA
En sus labios tan sólo sus nombres aparecen.
OTRA
A los fuegos sin alma que en lo alto resplandecen
rinde profanos homenajes.
OTRA
El palacio está lleno de sus duros visajes.
EL CORO (canta)
¡Desgraciado! ¡al Señor negáis de los humanos,
para adorar la obra de vuestras manos!
UNA ISRAELITA (canta)
Dios de Israel, disipa por fin esta congoja;
¿de tus santos las quejas cuándo habrás escuchado?
¿Cuándo el velo será arrancado
que sobre el universo tan negra noche arroja?
Dios de Israel, disipa por fin esta congoja:
¿hasta cuándo estarás velado?
UNA DE LAS ISRAELITAS MÁS JÓVENES
Hablemos bajo, hermanas. ¡Cielos! ¡si nos oyera
algún infiel y luego nos fuera a denunciar!
RACI NE 226
ELISA
¡Cómo, hija de Abraham! ¿mortal temor pudiera
ya haceros vacilar?
¡Eh! ¿Y si el impío Amán en su puño ominoso
luciendo a vuestros ojos una espada desnuda,
a blasfemar el nombre del Todopoderoso
forzar quisiera vuestra boca muda?
OTRA ISRAELITA
Acaso el mismo Asuero con crueldad inhumana,
si nuestras dos rodillas no doblamos mañana
ante un ídolo inerte,
ordenará que se nos dé la muerte.
¿Qué escogeríais vos, querida hermana?
LA JOVEN ISRAELITA
¡Yo! ¿traicionar pudiera al Dios a que me acojo?
¿Un Dios sin fuerza y sin virtud adoraría,
inanimado tronco, de los vientos despojo,
que ni a sí mismo se salvaría?
EL CORO (canta)
Impotentes y sordos dioses, los que os imploran
nunca serán oídos.
¡Que los demonios, junto con los que les adoran ,
queden por siempre destruídos y vencidos!
ELISA
Todos sus días brillan confundidos,
el oro resplandece en sus vestidos;
sin limite es su orgullo, igual a su riqueza;
nunca el aire turbó con sus gemidos,
lo aduermen y despiertan musicales sonidos;
nada su corazón en la pereza.
OTRA ISRAELITA
Para corona de prosperidad,
espera revivir en su posteridad;
y de hijos a su mesa una riente tropa
con él beber parece la dicha a plena copa.
(Todo el re sto es cantado)
EL CORO
¡!<'eliz, dicen, el pueblo floreciente
sobre quien esos bienes ruedan en abundancia!
¡Más feliz todavía 'el pueblo que, inocente,
en el Dios de los cielos ha puesto su confianza!
UNA ISRAELITA (sola)
¿Sus frívolos deseos para satisfacer,
el insensato todo vanamente procura?
Encuentra la amargura
. en medio del placer.
OTRA (sola)
La dicha del impío está siempre agitada;
él vaga a la ventura de su propia inconsciencia.
No, la felicidad no debe ser buscada
más que en la paz de la inocencia.
LA MISMA (con otra)
¡Oh dulce paz!
¡Oh lumbre inacabada!
¡Belleza siempre renovada!
¡Feliz el corazón amante de tu faz!
¡Oh dulce paz!
¡Oh lumbre inacabada!
¡Feliz el corazón de que no huyes jamás'
RACINE 228
EL CORO
¡Oh dulce paz!
¡Oh lumbre inacabada!
¡Belleza siempre renovada!
¡Oh dulce paz!
¡Feliz el corazón de que no huyes jamás!
LA MISMA (sola)
No hay paz para el impío: la busca y ella vuela ;
y en su pecho la calma refugio no consigue:
fuera, la espada la persigue;
dentro, el remordimiento la hiela .
OTRA
La gloria de los malos en un instante muere
y la espantosa tumba por siempre los devora.
Mas no ha de ser así para aquel que en Ti espere;
renacerá, Dios mío, más bello que la aurora .
EL CORO
¡Oh dulce paz!
¡Feliz el corazón del que no huyes jamás!
EUSA (sin cantar)
Hermanas mías, oigo ruido en la contigua estancia.
Nos llaman: vamos a reunirnos con nuestra reina.
A e T o TER e E R o
ESCENA PRIMERA
Amán, Zares
ZARES
He aquí, pues, el soberbio jardín de Ester, y ese pomo
poso salón, asiento del banquete. Mas escuchad los con-
sejos de una esposa alarmada, mientras permanece aún
cerrada la puerta. En nombre del sagrado vínculo que
con vos me liga, disimulad, señor, tan ciego enojo; acla-
rad esa frente donde se pinta la tristeza : los reyes temen
más que nada la queja y el reproche. único invitado por
la reina entre todos los grandes, saboread también, pues,
esta felicidad. Si os agrió el mal, que la merced os emo-
cione. Cien veces lo he escuchado de vuestra propia boca:
quien no sepa devorar una afrenta, ni con falsas apa-
riencias disfrazar el rostro, que huya, que se aparte lejos
de la presencia de los reyes. Hay contratiempos que debe
soportar el hombre discreto: a menudo un ultraje sufrido
con prudencia ha servido de escalón para los más altos
honores.
AMÁN
¡Oh dolor! ¡Oh espantoso suplicio del pensamiento!
¡Oh vergüenza que jamás podrá borrarse! Un execra-
ble judío, oprobio de los hombres, se ha visto revestido
de la púrpura por mis propias manos! Era poco que hu-
biera logrado vencerme; a su gloria ¡desgraciado de
mí! hube de servir de heraldo. ¡Traidor! Insultaba mi
vergüenza; y el pueblo mismo, observando con irrisión
HACIt\E
ESCENA SEGUNDA
Amán, Zares, Hidaspes
l-lIDASPES (a Amán)
Señor, he corrido a buscaros. Vuestra ausencia en
aquellos sitios suspende toda alegría; y Asuero me en·
vía para que allí os conduzca.
AMÁN
¿Y Mardoqueo? ¿Asiste también a l banquete?
HIDASPES
¡Cómo! ¿Recordáis ese disgusto hasta en la mesa de
Ester? ¿Siempre os desespera la imagen de ese judío"
Dejadlo envanecerse de un frívolo triunfo. ¿Cr ee que va
a evitar el rigor de Asuero? ¿No sois vos el dueño de su
oído y de su corazón? Se ha premiado el celo y se caso
tigará el crimen : sólo os han ornado, señor, vuestra vÍC-
tima. Yo me engaño, o vuestros deseos, secundados por
E ster, obtendrán m ás aún de lo qu e demandaríais .
AMÁN
¿Creeré en la dic ha que tu hoca me anuncia ?
HIDAS PES
Yo oí la respuesta de los sabios adivinos: dicen que
la mano de un pérfido extranjero está pronta a mancharse
en la sangre de la r eina: y e l rey, que no sabe dónde
232
ESCENA TERCERA
Elisa, el Coro
(Esto se recita sin canto)
UNA DE LAS ISRAELITAS
Es Amán.
OTRA
E s él mismo, y me estremezco, hermana.
LA PRIMERA
Mi corazón en lo hondo de mi pecho se aterra.
LA OTRA
Es de Israel la mano enemiga y tirana.
LA PRIMERA
Es el que conturba la tierra.
ELISA
¿Sin conocerle al punto puede vérsele acaso?
El desdén y el orgullo se pintan en su frente.
UNA ISRAELITA
En sus ojos se lee su furor insolente.
OTRA
Creo ver a la muerte marchar tras de su paso.
233 ESTER
TODO EL CORO
¡Oh reposo! ¡Oh tranquilidad!
¡Oh de perfecta dicha seguridad eterna,
si la suprema autoridad
en sus consejos tiene y con ellas gobierna
a la justicia y la verdad!
(Estas cuatro estancias las cantan alternativamente una
sola voz y todo el coro)
UNA ISRAELITA
Reyes, la calumnia arrojad:
sus criminales atentados
de los apacibles Estados
turban la feliz equidad.
Su rabia, de sangre sedienta,
persigue siempre al inocente.
Reyes, proteged al ausente
contra su lengua turbulenta.
De este monstruo y de su furor
temed la fingida bonanza;
en su corazón hay venganza,
aunque en su boca muestre amor.
El fraude, sutil como el viento,
flores siembra en su huella fina ;
pero tras sus pasos camina
inútil arrepentimiento.
UNA ISRAELITA (sola)
De un soplo el aquilón aparta los nublados,
y el rayo y la tormenta aleja de los prados.
Un rey sabio, enemigo de mentirosa lengua,
al impostor con una mirada hunde en su mengua.
OTRA
Yo admiro a un rey victorIoso,
por su valor triunfante en enemigo suelo.
Pero un rey sabio, que odia la injusticia,
y que impide que el rico imperIOso
doblegue el pobre al yugo brutal de su codicia,
es el mejor presente del cielo.
OTRA
En su defensa espera la desvalida viuda.
235 ESTER
OTRA
Como en un padre en él el huérfano se escuda.
TODAS JUNTAS
Y del justo las lágrimas que le implora n ansiosas.
ante sus ojos son preciosas.
UNA ISRAELITA (sola)
Rey poderoso, aparta, aparta de tu oído
cualquier consejo bárbaro que te venga a mentir.
OTRA
Tiempo es de que levantes el párpado caído:
en la sangre inocente tu mano se va a hundi r
mientras estás dormido.
Rey poderoso, aparta, aparta de tu oído
todo consejo que te venga a mentir.
OTRA
¡Así bajo tu ley tiemble la tierra entera'
¡Así por siempre pueda contra tus en emigos
de tu valor el eco servirte de barrera!
Si te atacan, los hundan inmediatos castigos.
¡Que el vigor de tu brazo los envuelva;
que el terror de tu nombre los disuelva;
que su ejército innúmero sea ante tus soldados
como de niños hueste no temida;
y si por un camino entrara en tus Estados.
que por mil emprenda la huída!
ESCENA CUARTA
Asue1'0, Este?", Amán , Elisa , el Cor o
ASUERO (a E steT)
Sí, vuestras menoreR palabras tienen gracias se·
cretas: a todo lo que hacéis el noble pudor otorga un
precio de que carecen la púrpura y el oro. ¿Qué comarca
encerró tan rara joya? ¿De qué virtuoso seno nacisteis,
y qué discreta mano educó vuestra infancia? Pero ante
todo, rlecid lo que demandáis: os serán acordados, Ester,
RACINE 236
AMÁN
¡De vuestra gloria! ¿Yo? ¡Cielos! ¿Podréis creerlo?
Yo, que no tengo otro objeto ni otro dios .. .
ASUERO
¡Calla! ¿Osas hablar sin orden de tu rey?
RAClNE 238
ESTER
Se declara ante vos nuestro cruel enemigo: es él, es
ese ministro infiel y bárbaro, quien, revestido a vuestros
ojos de un engañoso celo, armó vuestra virtud contra
nuestra inocencia. ¡Y quién otro ¡gran Dios! sino un
escita implacable hubiera dictado la espantosa orden de
tantos crímenes! Se llenará de asesinatos al asombrado
universo: se verá, bajo el nombre del más justo de los
príncipes, desolar vuestras provincias un extranjero pér·
fido; y en este palacio mismo, como presa para su enojo,
subir hasta vos la sangre de vuestros súbditos.
¿Y qué reprocha a los jUdíos su envenenado odio?
¿Qué guerra intestina hemos encendido? ¿Se les ha visto
marchar entre vuestros contrarios? ¿Hubo jamás esclavo·s
más sumisos al yugo? Adorando en sus hierros al Dios
que los castiga, mientras que vuestra mano, pesando sobre
sus espaldas, los entregaba sin socorro a sus perseguido·
res, ellos conjuraban a ese Dios para que velara sobre
vuestros días, para que rompiera las criminales tramas de
los malvados, bajo la sombra de sus alas aun en vuestro
mismo trono. No lo dudéis, señor, él ha sido vuestro apoyo:
él únicamente puso a vuestros pies al indo y al parto,
dispersó ante vos los innumerables escitas, y encerró los
mares en vuestros vastos limites; él únicamente descu-
brió a los ojos de un judío el plan de dos traidores pron-
to a atravesaros el pecho. ¡Ay! antaño este judío me
adoptó por hija.
ASUERO
¿Mardoqueo?
ESTER
El único que restaba de nuestra familia. Mi padre era
su hermano. Desciende como yo de la sangre infortuna-
da de nuestro primer rey. Lleno de justo horror por un
amalecita, raza que nuestro Dios ha maldecido de su pro-
pia boca, no pudo doblar las rodillas ante Amán, ni ren-
dirle un honor que sólo a vos cree debido. De ahí, señor,
ese odio contra los judíos y contra Mardoqueo, oculto
con otros nombres. En vano Mardoqueo se ve ornado
por vuestras mercedes: a la puerta de Amán está pre-
parado ya el instrumento execrable de una infame muer-
te; dentro de una hora a más tardar, ese venerable an-
ciano, por su orden arrancado de las puertas de palacio,
debe ir arrastrado allí, cubierto aún de vuestra púrpura.
239 ESTER
ASUERo.
¡Qué luz mezclada de horror viene a espantar mi al-
ma! Toda mi sangre se inflama de vergüenza y de cólera.
He sido, pues, el juguete ... ¡Cielo, dígnate iluminarme!
Tratemos de respirar un momento sin testigos. Llamad
a Mardoqueo: hay que oírlo también .
(El rey se aleja)
UNA ISRAELITA
¡Verdad a quien imploro, acaba de. mostrarte!
ESCENA QUINTA
Ester, Amán, Elisa, el Coro
AMÁN (a Ester)
De justo estupor permanezco herido. Los enemigos de
los judíos me han traicionado, me engañaron: pongo por
testigo a la suprema potencia del cielo de que al perderlos
creía aseguraros a vos misma. Princesa, emplead en su
favor mi crédito: como veis, el rey fluctúa todavía, vacilan-
te. Yo. sé por qué reso.rtes se le impulsa o se le detiene, y
pro.voco, según .me place, la calma o la tormenta. Ya los
intereses de los judíos son sagrados para mí. Hablad:
vuestros enemigos, asesinados al instante, víctimas de la
fidelidad que os jura mi boca, de mi fatal error han de
reparar la injuria. ¿Qué sangre pedís?
ESTER
Véte, déjame, traidor. Nada esperan los .iudíos de un
malvado como tú. ¡Miserable, el Dios vengador de la ino-
cencia, pronta para juzgarte tiene ya su balanza! Bien
pronto se te anunciará su justo fallo . Tiembla: tu día
se aproxima y ha pasado tu reino.
AMÁN
Sí, lo confieso, ese Dios es un Dios temible . ¿Pero
quiereacaso que se conserve un implacable odio? Esto es
hecho: mi orgullo se ve forzado a doblegarse; reducido
está a la súplica el inexorable Amán. (Se arroja a sus
pies) Por la salud de los judíos, por estos pies que abra-
RAcrm-; 240
ESCENA SEXT~
ASUERO
¡Cómo! ¿El traidor pone sobre vos sus audaces ma-
nos? Ah, leo sus perfidias en sus confundidos ojos, y su
turbación, reforzando la fe de vuestros discursos, me
recuerda toda la serie de sus crímenes. Que al instante se
le arranque el alma a ese monstruo; y que ante su puer-
ta, en lugar de Mardoqueo, apaciguando tierra y cielo
con su muerte, sacie los ojos de mis pueblos vengados.
(Sale Amán ll evado por los guardias)
ESCENA SÉPTIMA
Asuero, Ester, Mardoqueo, Eli sa, el Coro
ESCENA OCTAVA
AsueTo, EsteT, MaTdoqueo, Asa!, Elisa, ei Coro
ASUERO
¿Qué quieres Asaf?
ASAF
Señor, el traidor ha expirado, despedazado a medias
por el pueblo enfurecido. Arrastran y van a ofrecer en fu-
nesto espectáculo, los miserables despojos de su ensan-
grentado cuerpo.
MARDOQUEO
¡Rey, que por siempre el cielo proteja vuestros días'
El peligro de los judíos apremia y reclama un rápido
socorro.
ASUERO
Sí, te comprendo. Vamos a revocar, con órdenes con-
trarias, las sanguinarias órdenes de un malvado.
ESTER
¡Oh Dios, por qué rutas desconocidas a los mortales
conduce tu sabiduría sus designios eternos!
ESCENA NOVENA
El C01·0
TODO EL CORO
Dios hace triunfar la inocencia :
¡alabemos su omnipotencia!
UNA ISRAELITA
Él vió contra nosotros los malvados crecer
y nuestra sangre pronta a correr.
Como agua por la tierra la iban a esparcir :
de lo alto del cielo su voz se dejó oír;
el hombre soberbio es derribado,
sus propias flechas lo han atravesado.
OTRA
Al implo yo he visto adorado en la tierra ;
y , semejante al cedro, ocultaba en el cielo
RAC1NE 242
su frente imperIosa;
parece el trueno mismo que libera o encierra,
pisa a sus enemigos cafdos en el suelo:
no hice más que pasar, y ya estaba en la fosa.
OTRA
De los reyes se puede sorprender la justicia.
Son incapaces de engañar;
les es difícil escapar
a las trampas de la malicia.
Un noble corazón en otro no presiente
la bajeza y codicia
que en sí mismo no siente.
OTRA
¿Cómo la tormenta ha calmado?
OTRA
¿Qué mano saludable ha vencido el nublado?
TODO EL CORO
La dulce Ester este prodigio ha realizado.
UNA ISRAELITA (sola)
Por el amor de Dios su pecho arde abrasado.
Al riesgo de una muerte funesta
su celo ardiente se ha arrojado:
ella habló; el cielo ha hecho lo que resta.
DOS ISRAELITAS
De las hijas de Persia Ester sola ha triunfado:
cielo y naturaleza de dones la han ornado.
UNA DE ELLAS
De sus dos ojos fluyen encantos inocentes.
¿Tanto esplendor acaso fué nunca coronado?
LA OTRA
Los encantos de su alma son aún más potentes.
¿Tanto mérito acaso fué nunca coronado?
LAS DOS (juntas)
De las hijas de Persia Ester sola ha triunfado:
cielo y naturaleza de dones la han ornado.
~43 ESTER
UNA SOLA
Tu Dios no está ya irritado:
alégrate, Sión, sal del sendero
de tu dolor; despójate del ropaje enlutado,
recobra tu esplendor primero.
Las vías de Sión por fin puedes pisar :
¡los hierros quebrantar!
Oh tribus cautivas:
gentes fugitivas,
trasponed los montes y el mar;
de todo el vasto universo veníos a agrupar .
TODO El. COitO
¡Los hierros quebrar'
Oh tribus cautivas;
gentes fugitivas,
trasponed los montes y el mar ;
de todo el vasto universo veníos a agrupar.
UNA ISRAELITA ( sola )
Volveré a ver esos campos queridos.
OTRA
Iré a llorar en su tumba a mis padres perdidos.
TODO EL CORO
Trasponed los montes y el mar ;
de todo el vasto universo veníos a agrupar .
UN A ISRAELITA (sola)
Los pórticos soberbios con júbilo levanto
del templo donde Dios quiere ser adorado ;
que del oro más puro sea el altar omado,
y del monte a los senos el mármol arrancado.
Oh Líbano, despójate ya de tus cedros santos;
sacerdotes sagrados, preparad vuestros cantos.
OTRA
Dios desciende y habita de nuevo entre nosotros:
estremécete, tierra , de alegría y de espanto.
¡Cielos, ante su porte santo,
inclináos vosotros!
.HACINE 244
OTRA
¡Qué süave es su yugo! ¡Qué bueno es el Señor !
¡Feliz quien desde niño conoció su dulzor!
Jóvenes, acudid a ese dueño adorable:
en los bienes mayores nada hay comparable
al río de placeres que él vierte con su amor.
¡Qué süave es su yugo! ¡Qué bueno es el Señor!
¡Feliz quien desde niño conoció su dulzor!
OTRA
Se apacigua y perdona;
del ingrato que lo abandona
la vuelta aguarda sin rencor;
hasta excusa nuestra locura;
Buscarnos él mismo procura.
por el hijo de su dolor
la madre tiene menos ternura.
¡Ah! ¡Quién con él pudiera compartir el amor!
TRES ISRAELITAS
Él nos hace alcanzar una ilustre victoria.
UNA DE LAS TRES
Él nos ha revelado su gloria.
LAS TRES (juntas)
¡Ah! ¿Quién con él pudiera compartir nuestro amor~
TODO EL CORO
SU nombre bendecid y su nombre alabad;
que se celebren sus acciones
más allá de tiempos y de naciones,
más allá de la Eternidad.
INDICE
l';í¡;.
IntroducciólI, por P . H. U . ..
Feara .. " .. 23
Andrómaca 79
Británico .. 135
E~ l er . .•... 197
ESTA EDICIÓN DE
FEDRA
VOLUMEN VIGÉSIMOPRIMERO DE
LAS CIEN OBRAS MAESTRAS
D E LA LIT E R A T U R A
Y DEL PENSAMIENTO
UNIVERSAL,
SE ACABÓ DE IMPRIMIR
EL 1Q DE DICIEMBRE DE 19 J9
EN LA
IMPRENTA LÓPEZ,
¡'ERÚ 666,
BUENOS AIRES