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Pérez Reverte. El Paraguas de Malabo
Pérez Reverte. El Paraguas de Malabo
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leche, y además lleva el casco al revés, tiene amarillo el blanco de los ojos y
huele a cerveza, la cosa puede ponerse jodida. Ahorrando detalles, al rato
pude largarme con veinte dólares menos y sin los carretes fotográficos. Debía
pasar por la embajada para otro asunto, así que allí, charlando con el
secretario, referí el incidente. Sin darle mayor importancia, pues que te quitaran
el carrete de fotos y no te dieran una paliza, en Guinea, era salir bien librado.
Rutina laboral.
Y así fue. Paseando la bandera, o sea, el paraguas, tan digno y grave como si
acudiera a una recepción en el palacio de Buckhingham, erguido, seguro de sí,
aquel secretario de embajada bajó del coche ante el control de los soldados
guineanos, y yendo hacia ellos con paso decidido y flema perfecta,
balanceándolo con elegancia al caminar, les soltó una larga parrafada en claro
y limpio español de Castilla. No sé lo que les dijo, porque me pidió que me
quedara en el coche; pero de vez en cuando se volvía y me señalaba con el
paraguas. Al rato vino y me entregó los carretes. «Lo de menos son tus fotos -
repitió-. Es la dignidad de mi país, que es el tuyo. La España a la que
represento». Y yo lo miré, admirado, con un respeto inmenso. La misma
admiración y el mismo respeto que vuelvo a sentir ahora, treinta y cuatro años
después, contemplando esa vieja fotografía. Un joven diplomático español
digno y audaz, caminando entre palmeras hacia unos soldados borrachos,
blandiendo con resolución un paraguas de colores.