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DEPRIVACIÓN

Y DELINCUENCIA

Compilado por Clare Winnicott,


Shepherd y Madeleine Davis
Titular original: Deprivation and Delincuency
Tavistock Publications Ltd. London and New York
1954 Clare Winnicott
ISBN O -422 -79180 -6
Traducción de Leandro Wolfson (Caps. 1, 2, 10 a 12, 14 a 20, 23 a 29) y Noemí
Rosenblatt (Caps. 3 a 9, 13, 21 y 22)

Revisión técnica y establecimiento del vocabulario: Lic. Jorge Rodríguez (U.B.A.) y Dra.
María Lucila Pelento

Cubierta de Gustavo Macri

1º Edición 1990 Impreso en la Argentina


Printed in Argentina
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723

Copyright de todas las ediciones en castellano


Editorial Paidós SAICF Defensa 599, Buenos Aires
Ediciones Paidós Ibérica SA Cubí 92, Barcelona

Editorial Paidós Mexicana Guanajuato 202, México

La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica o modificada, escrita a por el
sistema impreso, por fotocopia,
fotoduplicación, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier
utilización debe ser previamente solicitada.
ISBN 950 -4145- 9

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INDICE

Prefacio de los compiladores 6


Introducción de Clare Winnicott 6

Primera parte
NIÑOS SOMETIDOS A TENSIÓN: LA EXPERIENCIA BÉLICA

Introducción de los compiladores 10


1. Evacuación de niños pequeños (1939) 13
2. Reseña de De The Cambridge Evacuation Survey:A Wartime Study In 20
Social Welfare And Education
3. Los niños en la guerra (1940) 22
4. La madre deprivada (1939) 26
5. El niño evacuado (1945) 31
6. El retorno del niño evacuado (1945) 34
7. El regreso al hogar (1945) 37
8. Manejo residencial como tratamiento para niños difíciles (1947) 40
9. Albergues para niños en tiempos de guerra y de paz (1946) 52

Segunda parte
NATURALEZA Y ORÍGENES DE LA TENDENCIA ANTISOCIAL

Introducción de los compiladores 56


10. La agresión y sus raíces (1939) 58
11.El desarrollo de la capacidad de preocuparse por el otro (1963) 69
12. La ausencia de sentimiento culpa (1966) 73
13. Algunos aspectos psicológicos de la delincuencia juvenil 78
14.La tendencia antisocial (1956) 83
15. Psicología de la separación (1958) 91
16. Agresión, culpa y reparación 93
17. Luchando por superar la fase de desaliento malhumorado (1963) 99
18. La juventud no dormirá (1964) 107

Tercera parte
LA PROVISIÓN SOCIAL
Introducción de los compiladores 110
19. Correspondencia con un magistrado (1943) 112
20. Las bases de la salud mental (1951) 115
21. El niño deprivado y cómo compensarlo por la pérdida de una vida familiar 117
(1950)
22.Las influencias grupales y el niño inadaptado: el aspecto escolar (1955) 128
23. La persecución que no fue tal(1967) 135
24. Comentarios al “Informe del comité sobre los castigos en cárceles y 136
correccionales (1961)
25.¿Las escuelas progresivas dan demasiada libertad al niño? (1965) 141
26. La asistencia en internados como terapia (1970) 148

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Cuarta parte
TERAPIA INDIVIDUAL
Introducción de los compiladores 155
27. Variedades de psicoterapia (1961) 156
28. La psicoterapia de los trastornos del carácter (1963) 162
29.La disociación revelada en una consulta terapéutica (1965) 172

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RECONOCIMIENTOS
Los artículos "La psicoterapia de los trastornos del carácter" y "El desarrollo de la
capacidad de preocuparse por el otro", incluidos en el libro The Maturational Processes and
the Environment, se reproducen aquí con la autorización de Hogarth Press, de Londres, y de
International Universities Press, de Nueva York. El artículo "La tendencia antisocial", tomado
del libro Through Paediatrics to Psychoanalysis, se reproduce con la autorización de Hogarth
Press, de Londres, y de Basic Books, de Nueva York.

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PREFACIO DE LOS COMPILADORES

Nuestro propósito al seleccionar los artículos que componen este volumen ha sido
presentar las ideas de Donald Winnicott de un modo que resulte práctico y a la vez interesante
para el lector. Hemos incluido algunos artículos hasta ahora inéditos, algunos que sólo
aparecieron en revistas que no están disponibles para su consulta, y también unos pocos
trabajos bien conocidos que aparecieron en sus libros -esto último en beneficio de la claridad
y la integridad de la exposición-. Deliberadamente hemos reducido al mínimo las
correcciones en los artículos inéditos, aunque tenemos la impresión de que el propio
Winnicott los habría revisado antes de hacerlos públicos. De lo anterior se deduce que
forzosamente se encontrarán algunas repeticiones, pero nos parece que este pequeño precio
bien vale la pena con tal de exponer en su conjunto las concepciones de Winnicott sobre el
tema de este volumen.
Clare Winnicott Ray Shepherd Madeleine Davis Londres Marzo de 1983

INTRODUCCIÓN DE CLARE WINNICOTT

No parece exagerado afirmar que las manifestaciones de la deprivación y la delincuencia


en la sociedad son una amenaza tan grande como la de la bomba nuclear. De hecho, existe sin
duda un vínculo entre las dos clases de amenazas, pues a medida que aumenta el elemento
antisocial en la sociedad se eleva también a un nuevo nivel de peligrosidad el potencial
destructivo. En la actualidad estamos luchando para impedir dicho incremento del nivel de
peligrosidad, y es preciso que apelemos para dicha tarea a todos los recursos que estén a
nuestro alcance. Uno de esos recursos, indudablemente, es el conocimiento adquirido por
alguien que haya debido hacer frente a los problemas de deprivación y la delincuencia
asumiendo responsabilidad ante casos individuales. Donald Winnicott fue una de esas
personas, catapultadas a esa posición por la Segunda Guerra Mundial, cuando fue nombrado
psiquiatra consultor en el Plan Oficial de Evacuación de Personas, para una de las zonas de
recepción de los evacuados en Inglaterra.

Si bien las circunstancias en que se halló entonces Winnicott eran anormales a raíz de la
guerra, el conocimiento que obtuvo gracias a esta experiencia es de aplicación general, ya que
los niños deprivados que se vuelven delincuentes tienen ciertos problemas básicos que se
manifiestan en formas previsibles, sean cuales fueren las circunstancias. Por lo demás, los
niños que estuvieron a cargo de Winnicott necesitaban atención especial pues no podían ser
alojados en hogares corrientes. En otras palabras, ya tenían dificultades en su propio hogar
antes de que se declarase la guerra. Para ellos, la guerra fue un hecho casi incidental, salvo en
aquellos casos (que no fueron pocos) en que les resultó francamente beneficiosa por cuanto
los apartó de una situación intolerable, ubicándolos en otra en la cual podían recibir alivio y
ayuda, y a menudo los recibieron.
La experiencia de la evacuación durante la guerra tuvo profundos efectos en Winnicott, ya
que allí encontró concentrada toda la confusión producida por la quiebra total de la vida
familiar, y tuvo que vivir los efectos de la separación y la pérdida, de la destrucción y la
muerte. Debió manejar y contener, e ir comprendiendo poco a poco, las reacciones personales
manifestadas en comportamientos extravagantes o delictivos, y lo hizo trabajando en el plano
local junto a un equipo de personas. Los niños que atendió habían llegado al final del camino;
para ellos no existía nada más allá, y la principal preocupación de todos los que procuraban
ayudarlos fue cómo brindarles sostén.
Hasta ese momento de su carrera profesional, Winnicott se había dedicado a la clínica
hospitalaria y la atención privada; en ambos casos, los niños que atendía eran traídos por los
adultos responsables de ellos. Al forjar su temprana experiencia clínica evitó deliberadamente,
en la medida en que pudo hacerlo, tomar casos de delincuentes, ya que el hospital no contaba
con los recursos para ello y el propio Winnicott no se sentía en condiciones de desviarse hacia
6
este campo colateral de trabajo, que demanda enorme cantidad de tiempo y exige capacidades
e instalaciones que él no tenía. Pensó que primero debía reunir experiencia trabajando con
padres y niños corrientes dentro de su propio medio familiar y en su lugar de residencia. La
mayoría de estos niños podían ser ayudados y era dable impedir que sufrieran un mayor daño
psiquiátrico, en tanto que aquellos otros que ya habían caído en la delincuencia necesitaban
algo más que ayuda clínica. Presentaban un problema de cuidado y de manejo de pacientes.
Pero cuando estalló la guerra, Winnicott ya no pudo eludir más la cuestión de los
delincuentes, y adrede aceptó el cargo de consultor del Plan de Evacuación sabiendo en buena
medida en qué se metía, y que lo esperaba toda una nueva gama de experiencias. Su acervo
clínico iba a tener que ampliarse para incluir los aspectos del tratamiento vinculados con el
cuidado y el manejo de los pacientes.
Poco después de iniciado el plan zonal al que se incorporó Winnicott, yo me sumé a su
equipo como asistente social psiquiátrica y administradora de los cinco albergues destinados a
los niños demasiado trastornados como para ir a vivir en hogares comunes. Pensé que mi
primera tarea era tratar de desarrollar un método de trabajo que nos permitiera a todos
(incluido Winnicott) aprovechar al máximo las visitas semanales que él nos hacía. El personal
que residía en los albergues cargaba sobre sí todo el impacto de la confusión y desesperación
de esos niños, y los resultantes problemas de conducta, el personal quería que se le dijera qué
debía hacer, con frecuencia anhelaba ansiosamente recibir ayuda en la forma de instrucciones
precisas. Llevó tiempo lograr que aceptasen que Winnicott no tomaría ese rol ni podía
tomarlo, pues no estaba presente ni tan involucrado como ellos en las situaciones que
presentaba la vida diaria con esos chicos. Gradualmente fueron reconociendo que todos
debíamos asumir la responsabilidad por actuar con cada niño según nuestro y entender en las
situaciones cotidianas. Luego reflexionaríamos acerca de todo lo hecho y, cuando Winnicott
nos visitase, lo comentaríamos con él de la manera más sincera posible. Esta resultó ser una
buena forma de trabajar, y la única viable en esas circunstancias.
Nuestros encuentros con Winnicott eran el punto culminante de la semana y constituían
una invalorable experiencia de aprendizaje para todos, incluido el propio Winnicott, quien
llevaba un registro de la situación de cada niño y la tensión a que sometía al personal. Sus
comentarios casi siempre se vertían en la forma de preguntas que ampliaban el debate sin
violar jamás la vulnerabilidad de cada integrante del personal. Luego de tales encuentros,
Winnicott y yo procurábamos formarnos una idea de lo que iba aconteciendo a partir de la
masa de detalles que nos eran suministrados, y formular alguna teoría provisional al respecto.
Esta era una labor totalmente absorbente, pues no bien se había formulado alguna teoría, ya
tenía que ser descartada o modificada. Por otra parte, para mí constituía un ejercicio esencial,
ya que durante la semana yo era la caja de resonancia de los problemas de los encargados de
cada albergue, y quien debía brindarles apoyo permanente en los momentos difíciles. Mi
misión era alertar al director del Plan de Evacuación acerca de los riesgos de ciertas medidas
indispensables que podían desembocar en una catástrofe, e informar a Winnicott sobre todo lo
que sucediera.

No hay duda de que este trabajo junto a los niños deprivados confirió una dimensión
completamente nueva al pensamiento y la práctica profesional de Winnicott, y gravitó en sus
conceptos fundamentales sobre el crecimiento emocional y el desarrollo. Pronto comenzaron
a cobrar forma y expresión sus teorías sobre los impulsos subyacentes en la tendencia
antisocial. Sus ideas repercutían en el acontecer concreto de los albergues y en la forma en
que el personal trataba a los niños, y él tomaba siempre cuidadosa nota de los resultados. Los
cuadernos de anotaciones sobre los albergues aún existen y dan evidencia de su minuciosa
observación y de la atención que prestaba a cada detalle. Paulatinamente se fueron
estableciendo nuevos enfoques y actitudes, y se procuró alcanzar la inocencia que estaba por
detrás de las defensas y de los actos delictivos. No había milagros, pero sí era posible
enfrentar las crisis viviéndolas en lugar de reaccionar frente a ellas, la tensión podía aflojarse
y se renovaban la confianza y la esperanza.
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Yo terminé siendo quien mantenía la cohesión del trabajo grupal, dado mi contacto diario
con el personal y los niños en los albergues. Asimismo, me parecía esencial que la
comunicación entre todos cuantos estaban involucrados en el Plan de Evacuación -miembros
del comité directivo, autoridades locales, padres de los niños y organismos públicos-fuese lo
más clara y franca posible. De este modo, un amplio sector de la población se mantuvo
informado acerca de los efectos que tenía en los niños la separación y la pérdida de sus
familiares, y sobre la complejidad de la tarea de tratar de ayudarlos.

La divulgación de esta clase de conocimiento de primera mano procedente de todas las


zonas de evacuación del país fue lo que con el tiempo impulsó la creación de un comité
estatutario de investigación sobre el cuidado de los niños separados de sus padres (el Comité
Curtis) y finalmente llevó a la sanción de la Ley de Menores de 1948, un hito en la historia
social de Inglaterra. Winnicott y yo prestamos testimonio escrito y oral ante el Comité Curtis.

Respecto del trabajo en sí, Winnicott fue la persona que lo hizo funcionar, la figura central
que congregó y contuvo la experiencia de todos nosotros y le dio sentido, ayudando al
personal que convivía con los niños a mantener la cordura en el extraño mundo subjetivo en
que durante largos períodos ellos permanecían. Para nosotros, una de las lecciones
importantes de esta experiencia fue que no es posible enseñar actitudes mediante palabras:
sólo se las puede "captar" por la asimilación de elementos presentes en las relaciones vitales.
A menudo me han preguntado: “¿Cómo era trabajar con Winnicott?", y siempre eludí dar una
respuesta, pero creo que si la diera sería más o menos ésta: era estar en una situación de total
reciprocidad, en la cual el dar y el recibir eran indiscernible, y los roles y responsabilidades se
daban por sentados y jamás se discutían. En ello residía la seguridad y libertad necesarias para
que del caos y la devastación de la guerra surgiera una obra creadora. Y por cierto que surgió
en muchos planos, y nos brindó satisfacciones a todos los que participamos en ella.
Descubrimos nuevas dimensiones en nosotros mismos y en los demás. Nuestra capacidad
potencial se realizó y se agrandó hasta el límite, de modo tal que emergieron nuevas
capacidades. Así era trabajar con Winnicott.

Los artículos incluidos en esta recopilación siguen una secuencia natural, partiendo de los
que fueron escritos por Winnicott bajo la presión directa de su participación clínica en la
guerra, en los que describe los efectos de la deprivación tal como él los experimentaba. Les
siguen otros en los que expone sus ideas sobre la naturaleza y orígenes de la tendencia
antisocial. La tercera sección está destinada al tipo de asistencia social necesaria para el
tratamiento de los niños delincuentes; finalmente, se incluyen tres trabajos sobre la terapia
individual y su empleo en la labor asistencial con los deprivados.

Aunque estos escritos tienen un interés histórico, no pertenecen a la historia sino a la


confrontación permanente entre los elementos antisociales de la sociedad y las fuerzas de la
salud y la cordura, que pretenden recobrar lo que se ha perdido. Nunca se subrayará lo
suficiente cuán compleja es esta confrontación. La interacción entre los asistentes y los
asistidos es siempre el eje de la terapia en este campo o en esta clase de trabajo, y requiere
continua atención y apoyo por parte de los especialistas profesionales, así como el respaldo
esclarecido de los directivos responsables. Hoy, como siempre, la cuestión práctica reside en
saber cómo puede mantenerse un medio que sea lo suficientemente humano, y lo
suficientemente fuerte, como para contener tanto a los que brindan asistencia cuanto a los
deprivados y delincuentes, quienes, pese a necesitar desesperadamente cuidado y contención,
hacen cuanto está en sus manos para acabar con ello cuando lo tienen.

8
Primera Parte

NIÑOS SOMETIDOS A TENSIÓN:


LA EXPERIENCIA BÉLICA

INTRODUCCIÓN DE LOS COMPILADORES

Para Winnicott, los trastornos de conducta, que él a menudo denominaba "trastornos del
carácter", eran la manifestación clínica de la tendencia antisocial. Abarcaban desde la
voracidad y el mojar la cama en un extremo de la escala, hasta las perversiones y todas las
clases de psicopatía (dejando de lado las derivadas de una lesión cerebral) en el otro. Rastrear
los orígenes de la tendencia antisocial en una deprivación más o menos específica sufrida por
el individuo en su infancia o niñez temprana confirió una dimensión totalmente nueva a la
teoría del desarrollo emocional de Winnicott, teoría que él mismo describía como la espina
dorsal de sus enseñanzas y de su labor clínica.

La Segunda Guerra Mundial fue una divisoria de aguas para Winnicott en numerosos
aspectos, pero quizás en ninguno con mayor evidencia que en la ampliación y florecimiento
de su teoría del desarrollo, que llegó a convertirse en algo verdaderamente original y
verdaderamente suyo. Y no hay duda alguna de que su encuentro durante la guerra con los
niños deprivados contribuyó a forjarla.
Hasta ese momento, en líneas generales la teoría psicoanalítica había atribuido la
delincuencia y el delito a la angustia o la culpa provenientes de una inevitable ambivalencia
inconsciente; vale decir, suponía que eran el resultado del conflicto que se presentaba cuando
el odio (y, por ende, el afán destructivo) se dirigía hacia una persona amada y necesitada. La
idea central era que cuando la culpa alcanzaba un grado excesivo y no hallaba salida mediante
la sublimación o la reparación, el individuo debía hacer, o actuar, algo para tener de qué
sentirse culpable. En otros términos, la etiología de la delincuencia se buscaba principalmente
en una lucha librada
el mundo interior, o la psique, del individuo.

Cuando en la década de 1920 Winnicott comenzó a aplicar la teoría psicoanalítica a los


casos que le aparecían en su clínica pediátrica, y más tarde a escribir sobre ellos, dejó bien en
claro su creencia de que muchos síntomas infantiles, incluidos los trastornos de conducta,
tenían sus raíces en esos conflictos inconscientes. Pero aunque sin duda alguna el acento
estaba puesto en el mundo interior del niño, interesa advertir que en los retazos de historiales
con los que ilustraba sus conferencias y artículos parecía a menudo considerar decisivo algún
factor ambiental. Tomemos el caso de Verónica, por ejemplo, quien al año y medio comenzó a
mojar la cama después de que su madre debió pasar un mes en el hospital; o el de Ellen, quien
robó en la escuela, cuya familia se había deshecho cuando ella tenía un año; o el de Francis,
cuyos episodios violentos fueron vinculados con la depresión de su madre. Por detrás del
relato de todas estas historias uno percibe el sentir común, el saber común, remontándose a la
historia, acerca de la necesidad que el niño tiene de un ambiente seguro y estable.
Pocos años antes de la guerra, otro psicoanalista, John Bowlby, había tenido también la
oportunidad de estudiar los antecedentes de niños con perturbaciones enviados a la Clínica de
Orientación Infantil donde él trabajaba. En un estudio formal de 150 niños con diversas
afecciones, encontró un nexo directo entre el robo y la deprivación –particularmente la
separación respecto de la madre en la infancia-. Se pasa revista a este estudio en la carta que
inicia esta sección del volumen.
De modo que ya estaba preparada la escena, por así decir, para las experiencias de
Winnicott durante la guerra, que como bien dice Clare Winnicott en la "Introducción" de este
9
libro, pusieron de relieve con una vividez impresionante la conexión entre deprivación y
delincuencia. Sin embargo, Winnicott jamás perdió de vista la comprensión más profunda de
estos problemas que el psicoanálisis posibilitaba. Entre otras razones, porque sin duda era (y
es) necesaria alguna explicación que diera sentido a la aparente irracionalidad de la conducta
delictiva, sus pautas rígidas y su compulsividad, que hacen que el perpetrador del delito se
vea a sí mismo como un demente. Así pues, la teoría psicoanalítica acompañó a la
observación y la experiencia práctica, y tomó forma en las proposiciones que se hallarán en la
Segunda Parte de este volumen.
Esta Primera Parte se ocupa de las experiencias de Winnicott durante la guerra, y
comienza con la carta ya mencionada, que firmaban Bowlby, Winnicott y Emanuel Miller,
puntualizando los peligros que entrañaba evacuar de las ciudades a niños menores de cinco
años. A ella le sigue un artículo titulado "Los niños y sus madres", de 1940, en el que se
muestran los efectos que tuvo dicha separación del medio hogareño y de la madre en dos de
los niños evacuados. En el capítulo 2 se reseña un libro escrito en 1941, en el que se llevaba
cabo el estudio estadístico de los problemas que presentaban los niños evacua-dos a
Cambridge y que quedaban a cargo de sus maestros. A la sazón, Winnicott ya había llegado a
contemplar todo el plan de evacuación como una "historia trágica", si bien elogiaba mucho a
los maestros que se hacían cargo de las criaturas. También en este caso aparece mencionada la
obra de Bowlby como la fuente de la clasificación de las conductas infantiles anormales en el
estudio de referencia.

Estos tres trabajos tienen en común una concepción que más tarde ganó amplia aceptación
entre los profesionales: la de que cuando se sufre una pérdida, es previsible que haya una
manifestación de desazón, y si esta reacción no se produce puede haber una perturbación más
profunda. La carta resalta el valor de la capacidad para hacer el duelo – la reacción madura
ante la perdida-. (El proceso del duelo es descrito en la Segunda Parte de este volumen, en el
capítulo "Psicología de la separación".) Resulta evidente, empero, que en The Cambridge
Evacuation Survey ya se había
comprobado que otras reacciones, menos maduras, incluido cierto grado de
comportamiento antisocial, no eran infrecuentes entre los alumnos. Se observará que para la
época en que dio sus charlas radiales para padres adoptivos y naturales ("El niño evacuado" y
“De vuelta a casa"), en 1945, Winnicott ya asignaba un valor psicológico positivo a la
conducta antisocial de los niños, como reacción frente a la pérdida de seres queridos y de la
seguridad, siempre y cuando ella encontrara apropiada respuesta en quienes estaban a cargo
de ellos. Esta idea es el meollo de la teoría winnicottiana de la tendencia antisocial y era
inherente, asimismo, a su labor clínica, pues afirmaba que el individuo que padece es quien
más prontamente puede ser ayudado.
Además de esos dos primeros capítulos, el resto de la Primera Parte se compone de charlas
pronunciadas por Winnicott que originalmente constituyeron una sección de su libro The
Child and the Outside World (El niño y el mundo externo), agotado desde hace mucho
tiempo. Esa sección se denominaba "Niños sometidos a Tensión”, título que hemos tomado en
préstamo aquí. La primera es una charla para maestros en la que muestra de qué modo
escuchar los partes de guerra afecta a niños de distintas edades y tipos; se aprecia en ella la
insistencia de Winnicott en que es preciso tener en cuenta el mundo interior de cada niño. Le
siguen cuatro charlas radiales sobre la evacuación, emitidas por la BBC; la primera, de 1939,
es sobre el dolor de la madre ante la pérdida de su hijo o hija y las múltiples aprensiones que
experimenta al pensar en lo que su criatura puede vivir fuera del hogar; la segunda, de 1945,
dirigida a los padres adoptivos, destaca el papel esencial que éstos desempeñaron en la
evacuación (fue ésta la única oportunidad en que Winnicott se dirigió especialmente a los
padres adoptivos); las dos restantes, también de 1945, dirigidas a los padres, se refieren a los
problemas y placeres que les esperan cuando sus hijos retornen al hogar. Más que en ningún
otro lugar quizás, es en estas charlas radiales, de lenguaje claro y vívido, donde sale a relucir
en toda su hondura la comprensión que tenía Winnicott de los sentimientos producidos por
10
esas penosas separaciones. Y dichos sentimientos no sólo eran comprendidos por él, sino
además respetados de un modo que debe de haber traído alivio a muchos de sus oyentes.
Por último, se han incluido dos artículos, uno de 1947 y el otro de 1949, sobre el
establecimiento de albergues para los niños que presentaban las mayores dificultades de
manejo, y que por ello no estaban en condiciones de ser recibidos en hogares adoptivos. Se
comprobó que estos niños ya habían sido deprivados, o sea, que habían sufrido una
deprivación antes de ser evacuados. En el primero de estos artículos se relata historia
fascinante del desarrollo del programa de albergues a partir de una necesidad tan urgente que
dio lugar a la resuelta determinación de solucionarla. En general, fue una historia exitosa -si
bien el éxito, en este tipo de empeños, siempre es relativo-, e interesará a todos quienes hayan
estado en contacto con alguno de los numerosos albergues que se han creado después de la
guerra para satisfacer muy diversas necesidades. En el último de estos artículos se insta a que
el programa de albergues puesto en marcha durante el conflicto bélico encuentre cabida en
épocas de paz para el manejo de los niños difíciles.

11
l. EVACUACIÓN DE NIÑOS PEQUEÑOS
CARTA AL BRITISH MEDICAL JOURNAL

(16 de diciembre de 1939)

Señor:
La evacuación de niños pequeños, de 2 a 5 años de edad, crea grandes problemas
psicológicos. Se están elaborando planes para la evacuación, y antes de que se los complete
desearíamos llamar la atención sobre estos problemas.
Interferir la vida de un niño que da sus primeros pasos tiene peligros de los cuales existen
pocos equivalentes en el caso de los niños de mayor edad. La evacuación de los niños
mayores ha sido lo bastante exitosa como para mostrar, si es que antes no se lo sabía, que
muchos niños de más de 5 años son capaces de soportar la separación de su hogar, y aun se
benefician con ella. Pero de esto no se desprende que la evacuación de niños menores sin su
madre pueda alcanzar igual éxito o estar libre de peligros.

Entre las numerosas investigaciones realizadas sobre este tema puede citarse una reciente,
llevada a cabo por uno de nosotros en la Clínica de Orientación Infantil, de Londres. Reveló
que uno de los importantes factores externos que causan la delincuencia persistente es la
prolongada separación del niño y la madre cuando aquél es pequeño. Más de la mitad de una
serie estadísticamente válida de casos estudiados habían padecido la separación de su madre y
su medio familiar durante seis meses o más en los primeros 5 años de vida. El examen de las
historias individuales confirmó la inferencia estadística de que la separación era el factor
etiológico sobresaliente en estos casos. Aparte de una patología grosera como lo es la
delincuencia crónica, a menudo es dable atribuir a tales perturbaciones del ambiente del niño
pequeño los trastornos leves de conducta, la angustia y la tendencia a contraer diversas
enfermedades físicas, y la mayor parte de las madres de dichos niños lo saben y no están
dispuestas a dejar a sus pequeños, salvo por muy breves períodos.

Si bien un niño de cualquier edad puede sentirse triste o perturbado por tener que
abandonar su hogar, lo que aquí queremos señalar es que en el caso de un niño pequeño tal
experiencia puede implicar mucho más que la tristeza manifiesta. De hecho, puede equivaler a
un "apagón" (blackout) emocional y dar origen fácilmente a una grave alteración del
desarrollo de la personalidad, capaz de perdurar toda la vida. (Los huérfanos y los niños sin
hogar constituyen una tragedia desde el vamos, y en esta carta no nos ocupamos de los
problemas que plantea su evacuación.)

Estas ideas son con frecuencia cuestionadas por personas que trabajan en guarderías y
hogares para niños, quienes mencionan de qué extraordinaria manera los niños pequeños se
acostumbran a una persona desconocida para ellos y parecen muy felices, en tanto que los que
tienen unos años más muestran a menudo signos de desazón. Aunque esto sea cierto, en
nuestra opinión esa felicidad puede muy bien resultar engañosa. Pese a ella, los niños con
frecuencia no reconocen a su madre al regresar al hogar. Cuando esto sucede, se comprueba
que han sufrido un daño radical y que el carácter del niño quedó seriamente distorsionado. La
capacidad de experimentar y expresar tristeza marca una etapa en el desarrollo de la
personalidad de un niño y de su capacidad para las relaciones sociales.

Si estas opiniones son correctas, de ellas se desprende que la evacuación de niños


pequeños sin sus respectivas madres puede ocasionar muy graves y generalizados trastornos
psicológicos. Por ejemplo, puede provocar un gran aumento de la delincuencia juvenil en la
próxima década.
12
Mucho más podría decirse acerca de este problema sobre la base de hechos conocidos.
Con esta carta sólo queremos llamar la atención de las autoridades hacia la existencia del
problema.
Quedamos de usted, etc.,
John Bowlby Miller
Emanuel Miller
D. W. Winnicott
Londres, 1939

13
LOS NIÑOS Y SUS MADRES

En una carta de una funcionaria pública que ha hecho mucho por los niños pequeños leo
esto: “...después de quince años de experiencia, me he convencido de que para los niños de 2
a 5 años, las guarderías atendidas por maestros bien capacitados (y por un número suficiente
de ellos) son mucho mejores para el niño que estar con su madre (…) estos niños necesitan
cuidado y compañía de los 2 a los 5 años, y la mayoría de las madres tal vez les den
demasiado de una de esas cosas o de ambas…”¿Será cierto esto?

El tema de la relación entre los niños y sus madres no puede ser estudiado bien de cerca, y
los problemas vinculados a la evacuación pueden volverse útiles si nos obligan a realizar un
estudio más a fondo.
Es un tema vasto, pero hay ciertas cosas que se destacan con claridad, y una de ellas es
que cuanto menor sea la edad del niño más peligroso es separarlo de su madre.
Hay dos maneras de enunciar esto, que en un principio parecen muy diferentes entre sí.
Una es que cuanto menor es el niño, menos capaz es de mantener viva dentro de él la idea de
que es una persona; vale decir, a menos que vea a esa persona o tenga una evidencia tangible
de su existencia en un lapso de x minutos, horas o días, dicha persona estará muerta para él.

Un niño de 18 meses era capaz de tolerar la ausencia de su padre gracias a que podía tener
consigo una postal que aquél le había enviado y en la que le había escrito algunos signos
familiares, y llorar con la postal cuando se iba a dormir. Pocos meses antes no habría sido
capaz siquiera de esto, y si su padre hubiese vuelto, para él habría sido como si hubiese
resucitado de entre los muertos.

La otra manera de expresar esto no tiene nada que ver con la edad, sino con la depresión.
Las personas deprimidas de cualquier edad tienen dificultades para mantener viva la idea de
aquellos a quienes quieren, incluso aunque vivan en el mismo cuarto. Es innecesario tratar de
conectar estas dos maneras diferentes de expresar lo mismo.
Padres no instruidos saben reconocer intuitivamente la importancia de estas cualidades
humanas y otras semejantes, y sin embargo las autoridades responsables de cosas tan
importantes como la evacuación de niños no es raro que las pasen por alto.

Un padre común de clase obrera escribe:


"Le contesto, en nombre de mi esposa, a su carta del 4 de diciembre. Ella fue evacuada a
Carpenders Park con John (de 5 años) y su hermano menor, Philip. Dice que John parece estar
bastante contento y sano.

Los veo todos los fines de semana, y John me pareció también estar perfectamente
contento hasta hace poco. Pero ahora insiste en ver a su abuela, o sea, a mi madre. Ella fue
evacuada a Dorset, aunque tal vez vuelva pronto. Le he prometido a John que, siempre y
cuando ella vuelva, la va a ver…”

Transcribo a continuación unas anotaciones correspondientes a una consulta hospitalaria


del 12 de diciembre, en cuyo transcurso aparece la opinión manifestada por una madre común
de clase obrera, que vive en Londres.

Tony Banks: 4 años y medio,


La señora Banks trajo a Tony y a su hermana Anna, de 3 años, y se mostró contenta de que
yo estuviese dispuesto a compartir con ella la responsabilidad de las decisiones que debía
tomar, pese a que el hospital estuviese cerrado. En la actualidad, la principal decisión se

14
refiere a la evacuación. Ella y sus dos niños se marcharon a Northampton cuando estalló la
guerra. Se sentían desdichados en el pequeño alojamiento, donde debían dormir todos en la
misma cama. Estaban allí tan cerca de la ciudad como en su propia casa, y sentían que tenían
que sufrir todas las desventajas de la evacuación sin ninguna de sus ventajas. Después de un
par de semanas se mudaron a otro alojamiento que resultó muy satisfactorio, salvo que Tony
comparte la cama con su madre. Anna tiene una cuna. Cuando el padre los visita, duerme en
la cama con su esposa y con su hijo.
La familia Banks es muy feliz. El padre quiere mucho a los niños y ellos lo quieren a él.
El tuvo una niñez feliz también, siendo el hijo único de una madre muy cariñosa. La señora
Banks tenía cinco hermanos y su infancia fue feliz excepto por el hecho de que su padre era
muy estricto. Piensa que jamás conoció realmente la felicidad hasta casarse, momento a partir
del cual se dedicó por entero a su esposo e hijos.
Opina la señora Banks que este período de su vida es ese período importante en que los
niños son pequeños y responden tanto a uno de los detalles de un buen manejo en su crianza.
Su problema, pues, es tratar de evitar el tener que perder lo que a su entender es lo mejor de la
vida, por temor a algo que tal vez no suceda nunca. Piensa que sería lógico ausentarse de
Londres por unos meses, pero no por tres años. Ella y su mando se necesitan doblemente,
tanto en lo sexual como en lo amistoso, y el señor Banks los visita todos los fines de semana,
por más que de este modo sólo le queda una pequeña proporción de su sueldo para sus
propios gastos; no bebe ni fuma y piensa que no está en mala situación económica. La señora
Banks sostiene que él debe ir a verlos una vez por semana porque ellos son pequeños y si él se
ausenta por más tiempo ellos se inquietan, o lo que es peor, lo olvidan.. Una vez que el padre
debió tomar el tren apurado Tony dijo: "Papá no me mimó bastante antes de irse", y se quedó
sollozando sin consuelo. También el señor Banks se siente molesto si no ve a su familia
regularmente.
Los chicos hacen tantas preguntas ...: “¿Dónde está la abuelita?" (la madre de la madre),
“¿Dónde la tía?", de modo tal que ella decidió volver con ellos una semana y llevarlos a ver a
sus parientes. Esto funcionó bastante bien, pero ella piensa que si hubiera dejado pasar más
tiempo los chicos se habrían desconcertado, y les hubiera resultado imposible volver a
entablar contacto en forma satisfactoria. Por un pedido especial regresarán todos al
alojamiento para Navidad, aunque ella cree que poco después de Navidad, tras sopesar bien
las cosas, decidirá volver a la casa. Obviamente, el alojamiento es casi ideal, pero la señora
Banks dice que por más que sea casi ideal no es lo mismo que la propia casa.

Cuando le pregunté por Tony y el hecho de que durmiera en la misma cama con ambos
cuando el padre los visita, en primer lugar ella me dijo que el niño está siempre dormido y por
lo tanto nunca es testigo de nada. Afirma que prueba primero, le habla y confirma que está
profundamente dormido. Más adelante me confesó que una vez se despertó -quizás su padre
lo golpeó sin querer- y le preguntó “¿mami, por qué papá se sacude para arriba y para abajo?",
a lo cual ella contestó “Oh, es que se esta frotando las piernas porque tiene mucho frío*, y él
volvió a dormirse. Pero durante el día siguiente formuló gran cantidad de preguntas,
principalmente sobre la guerra real. Le dice a su hermanita: “¡Silencio! debes quedarte quieta
ahora, van a dar las noticias" e insiste en escuchar las noticias y le inquiere a su madre sobre
los puntos que no comprende. Por ejemplo, si un barco se hunde, ¿cómo hacen los
telegrafistas para enterarse de que se está hundiendo? ¿no se hunde el telegrafista junto con el
barco? Por supuesto, este interés por las noticias tiene que ver con el hecho de que
diariamente se entera de la muerte de personas, y sin duda la madre estaba en lo cierto al
vincular su por las noticias con su interés por el acto sexual, que se ve obligado a tomar en
cuenta, por lo menos en su fantasía, y tal vez conscientemente.
Pese a su avanzado desarrollo intelectual se muestra incapaz de vestirse: no puede
abrocharse los botones traseros de su pantaloncito ni los de sus zapatos; tampoco puede abrir
la tapa del inodoro. Asimismo, come con mucha lentitud, tanto en lo que respecta a llevarse la
comida a la boca como al completamiento del acto de la masticación. Es uno de esos chicos
15
que retienen el alimento en la boca, masticándolo y masticándolo sin cesar; a veces la madre
debe sacarle de la boca un pedazo de carne que ha estado masticando durante una hora o más.
Tony y su hermana lo pasan bien juntos y no quieren ni oír hablar de que los separen. Si
los dejan totalmente solos se pelean; sus juegos son imaginativos pero tienden a vincularse
con las cuestiones del momento, como las ambulancias y los refugios para protegerse contra
las incursiones aéreas. Juegan a la mamá y al médico, y reconstruyen escenas de familias que
toman el té; el juego preferido de Tony, que disfruta interminablemente, es el de los médicos y
enfermeras.

El padre se ha impuesto la obligación de liberar a la madre de los chicos los domingos, y


es un convite que todos esperan con anhelo. Se muestra bondadoso con ellos, los lleva a
caminar -a todos les gusta más que pasear en ómnibus-y les pregunta dónde quieren ir o qué
quieren conocer; a todas luces se siente cómodo con los niños.

Este chico ha venido a mi consultorio en el hospital desde que tenía tres años. Estaba bien
hasta que nació su hermana, cuando él tenía 18 meses; a partir de entonces se puso
violentamente celoso, en especial cuando su madre le daba de mamar a la beba. En esas
circunstancias se abalanzaba contra su madre, le tiraba de la falda y trataba que le diera el
pecho a él o bien se plantaba furioso cuando cambiaba los pañales a la beba o le preparaba la
cuna. Sus celos hacia la nueva niña poco a poco se fueron convirtiendo en amor y en placer de
jugar con ella. Cuando tuvo dos años, Tony sufrió un ataque de diarrea. El segundo
acontecimiento importante de su vida fue la difteria, cuando tenía alrededor de 3 años. Poco
después se notó que desarrollaba la ya mencionada inhibición para comer, que persistió hasta
la fecha, aunque de bebé fue lindo y comilón. Apareció en él una propensión a una clara
depresión. La asistente social señaló que mientras era bebé se lo había atendido mucho,
aunque no en forma anormal, y que cuando nació la niña su padre se hizo cargo de él en tanto
que su madre se encariñó más con la nueva criatura. En la actualidad, Tony tiene buena salud
física.

El daño que provoca la separación de un niño de su madre es ilustrado por el siguiente


historial clínico:

Eddie, de 21 meses, es el primero y único hijo de unos padres comunes, inteligentes; el


padre es comerciante y la madre fue música profesional hasta casarse.
A los 18 meses Eddie durmió por primera vez en el mismo cuarto con sus padres, mientras
estaban de vacaciones. No quería dormirse si su madre no le hacía mimos. Lo levantaban a las
10 y lloriqueaba pero se dormía con bastante facilidad. En diversos momentos de esas
vacaciones tuvo que ser mimado por su excesiva excitación, que hacía que no se durmiera por
su cuenta. Esto se señaló como inusual en su caso, y se lo atribuyó al hecho de que tenía a su
padre, a quien quería mucho, todo el día para él. En esta etapa no había nunca dificultad para
tranquilizarlo, y lo único que se señala es que necesitaba ser tranquilizado.

Después de estas vacaciones la familia volvió al hogar pero una semana más tarde estalló
la guerra, de modo que Eddie se fue junto con su madre a lo de la madre de ésta, mientras el
padre se quedaba solo. Allí Eddie durmió en la misma habitación que su madre. En esta etapa
comenzó a necesitar mayores cuidados; en apariencia, lo perturbaba el disloque de la vida de
sus progenitores, no obstante lo cual siempre podía ser confortado. Diez días más tarde, se
consideró que ya había conocido lo bastante a su abuela como para quedarse con ella,
mientras la mamá volvía a la casa para ocuparse del marido; pero por uno u otro motivo, la
madre permaneció con éste un mes. Entonces le escribieron diciéndole que el chico se
mostraba enfermizo, vagamente indispuesto, que estaba cortando dientes. La madre volvió y
lo encontró con fiebre y dolor en las encías. Eddie está cortando sus últimos cuatro dientes de
leche. A la madre le intrigó que estuviera tan molesto por la aparición de los dientes, ya que
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en el pasado nunca lo había estado cuando le salieron. Pero lo que más la conmovió que al
llegar ella, el niño no la reconoció. Fue afligente para la criatura y un verdadero golpe para
ella, pero esperó pacientemente y a la mañana siguiente se vio recompensada: el niño pudo
reconocerla. También había mejorado notablemente su estado físico y pudo dormir bien;
asimismo, disfrutó charlando mucho a su modo con la madre. Aparentemente, su estado
cambió desde el momento en que pudo reconocerla,
así que era difícil pensar que hubiese padecido en verdad una enfermedad puramente
física. Tres o cuatro días más tarde estaba lo más bien y contento, y viajó a la casa. Al arribar
allí, no pudo al principio ocupar su cuarto porque lo estaba usando un amigo de la familia, de
modo tal que debió dormir con los padres. Reconoció al padre de inmediato y supo dónde se
encontraba, se puso a buscar sus viejos escondites y a pegar chillidos de júbilo y placer.
Estaba muy contento de estar en casa, y la primera noche durmió bien. La segunda noche no
durmió tan bien, y esta dificultad para dormir fue incrementándose hasta convertirse en un
síntoma serio.
Después de una semana pudo volver a su cuarto, que tanto le gusta, y durante las tres
noches siguientes durmió mejor, pero luego la dificultad para dormir comenzó nuevamente.
La gravedad del síntoma hizo que a la postre la madre resolviera traérmelo.
El chico se levantaba y se ponía a gritar durante cuatro horas seguidas; en sus gritos
pasaba de la rabia al terror, y del terror a la desesperación. La madre, una mujer cariñosa y
sensata, se dio cuenta de que algo debía hacer, ya que evidentemente no se trataba de una
cuestión de mal genio. La única forma que encontró fue acunarlo hasta que se durmiese, pero
aun cuando se hubiera dormido profundamente, si ella se levantaba para salir de la habitación,
el niño siempre se despertaba antes de que llegase a la puerta. De nada valía emplear con él el
rigor ni darle explicaciones en cuanto a que todo estaba bien. Resuelta a no dejarse ganar por
él, la madre puso a prueba su propia firmeza contra la de la criatura, con el resultado de que
ambos quedaron agotados, y cuando se recobraron la situación no había mejorado en nada. Si
ella se negaba a ceder a sus gritos y se iba, empezaba a pedir por el padre, una vez perdidas
las esperanzas de que ella lo atendiese. Después de escucharlo gritar media hora seguida ella
entraba en el cuarto y lo hallaba en un estado lamentable, enrojecido y cubierto de lágrimas y
además sin haber podido contener las heces. Seguía lloriqueando hasta que ella lo tomaba
entre sus brazos, donde se dormía finalmente, exhausto. Pero una o dos horas después la
pugna se reiniciaba.

Llamaron a un médico clínico, dijo que le estaban saliendo los dientes y aconsejó
aspirina. Durante tres noches se calmó pero luego drama empezó de vuelta, peor que antes.
Ahora bien, en todo este tiempo al niño se lo veía contento durante el día; no se portaba mal,
se mostraba cariñoso y obediente, y podía jugar solo o con su mamá y su papá. La madre
llegó a una solución de compromiso permitiéndole que durmiera en su cochecito en el cuarto
de los padres. Esto era como permiso para quedarse allí pero sin que ello significase una
estada permanente. A esta altura la madre se hallaba en un estado de gran incertidumbre,
necesitada de ayuda. Declaró: "No siempre puedo ser firme con él, aunque debiera serlo,
porque los vecinos del departamento de arriba se han quejado mucho de su llanto”. Era
urgente este problema. porque un mes más tarde la familia debía mudarse a una casa de los
suburbios, en cuyo caso el niño no sólo iba a perder la guardería conocida sino además a la
empleada doméstica, que lo entendía muy bien pero que en esta etapa ya era incapaz de
provocar en él un estado anímico que le permitiese a su madre salir del cuarto cuando estaba
dormido. La madre confesó estar desesperada, sentía que todo lo que le había enseñado al
niño se había volado como llevado por el viento. Si le daba una palmada en la cabeza
repitiéndole “¡Qué chico malo!”, él se daba una palmada a su vez, como si le quisiera decir a
su madre que todo eso ya lo conocía y que no necesitaba seguir insistiendo. Además, se había
habituado a hacer rechinar sus dientes.
El examen mostró que Eddie no pudo hacer frente fácilmente al reencuentro con su madre
a raíz de que durante el lapso en que estuvieron separados la había odiado, y ni su presencia
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ni su sonrisa le daban la seguridad de que ella iba a permanecer viva y a quererlo a pesar
del odio que él le tenía.

Que este trastorno se resolviese con la ayuda profesional no modifica el hecho de que el
niño no pudo recobrarse con facilidad del trauma que le causara la separación de la madre.
Sin olvidar en absoluto el daño físico que pueden causar las incursiones aéreas a los niños,
y sin subestimar el perjuicio que puede provocarles ver a los adultos con miedo o asistir a la
destrucción material, sería útil reiterar algo muy conocido: que no son sólo motivos de
comodidad y conveniencia los que hablan en favor de la unidad familiar. Hay algo más: de
hecho, la unidad de la familia le ofrece al niño una seguridad sin la cual no puede realmente
vivir, y en el caso de un niño pequeño la falta de ella no puede dejar de interferir en su
desarrollo emocional ni de empobrecer su personalidad y su carácter.

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2. RESEÑA DE THE CAMBRIDGE EVACUATION SURVEY:
A WARTIME STUDY IN SOCIAL WELFARE AND EDUCATION

(Editado por Susan Isaacs, 1941)

La evacuación era indispensable. En una desencaminada tentativa de aminorar los males


inherentes al exilio, muchos han intentado figurarse que la evacuación es en realidad algo
bueno, sensato, y que era necesaria una guerra para que se la pusiera en práctica. Sin
embargo, para mí la evacuación es una historia trágica; o bien los niños quedan
emocionalmente perturbados -tal vez hasta un grado mayor del que podrían recuperarse-, o
bien ellos son felices y son los padres los que padecen -con el corolario de que ni siquiera sus
propios hijos los necesitan-. A mi entender, el único éxito que puede reclamar para sí el plan
de evacuación es que podría haber fracasado.
No obstante, mi labor ha consistido en asistir a los fracasos y a las tragedias; además, una
visión personal tiene escaso valor. En cambio, en The Cambridge Evacuation Survey
obtenemos la visión de un equipo de colaboradores que realizaron una investigación
sistemática en el lugar y en el momento de los hechos, y este libro decididamente merece ser
estudiado. La opinión colectiva de los editores y de los nueve autores no es del todo
pesimista, aunque en varios sitios de la obra se formulan fuertes críticas.
Este libro compendia una enorme cantidad de ideas y de trabajo de clasificación y
selección. Abarca el período que se extiende desde el estallido de la guerra hasta el final de la
etapa previa al momento en que se iniciaron los bombardeos directos de ciudades. Después de
esto, la reevacuación no habría hecho sino complicar toda tentativa de estudio estadístico. En
este volumen las estadísticas son utilizadas con idoneidad, pese a lo cual nunca perdemos de
vista a los niños, sus padres y padres adoptivos y sus maestros como seres humanos íntegros.
Tal vez sea éste el motivo de que su lectura resulte tan grata.
Una muestra del tono de la obra puede apreciarse en los siguientes extractos:

"Nuestra conclusión más amplia y general es, pues, ésta: que el primer plan de
evacuación habría sido en mucho menor medida un fracaso, en mucho mayor medida un
éxito, si se lo hubiese programado con más comprensión hacia la naturaleza humana, la forma
en que siente y en que es probable que se conduzcan los padres comunes y corrientes y los
niños comunes y corrientes.

"En especial, la fuerza de los lazos familiares, por una parte, y la necesidad de un
conocimiento idóneo de cada niño, por la otra, parecen haber estado muy lejos de la
comprensión de los responsables del Plan" (pág. 9).

“... no proporcionar servicios personales a los que pudieran acudir los individuos para ser
comprendidos y ayudados fue una extravagancia" (pág. 155)
“Esta aguda lección sobre la ineficacia y el desperdicio de un enfoque parcial de un gran
problema humano que por su propia naturaleza toca todos los aspectos de la vida humana, no
es válida en modo alguno sólo para la crisis temporaria provocada por la dispersión de las
poblaciones urbanas durante una guerra" (pág.11).

El cuerpo principal del libro debe ser leído para poder apreciarlo, ya que ha sido
cuidadosamente redactado y no se haría justicia a las conclusiones sacando un pedazo de la
torta y ofreciéndolo como fruta fresca.
Hay un esclarecedor y divertido capítulo sobre "Lo que dicen los niños". Fue posible
someter al análisis estadístico las respuestas brindadas a dos preguntas simples: ¿qué te gusta

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de Cambridge?¿qué extrañas en Cambridge? A veces las respuestas necesitaban ser
interpretadas, pero todas ellas transmiten el sentir consciente de los interrogados.

A un médico tal vez se le permita manifestar su pesar por el hecho de que los
profesionales de la medicina resultaran tan insuficientemente preparados ante el tipo de
problemas que planteó la evacuación, de que a nadie se le ocurriese solicitar ayuda al médico
si no era para el manejo de la salud física y el tratamiento preventivo de infecciones y de
infestaciones. Todo el peso recayó en los maestros, quienes, en la medida en que se les
permitió, emprendieron extraordinariamente bien la nueva labor de cuidar de los niños en
forma integral. En este estudio se menciona a un médico, el doctor John Bowlby, quien
suministró una útil clasificación operativa de los niños en seis grupos bien definidos, de
acuerdo con su grado de anormalidad:

"A) Niños angustiados, que pueden o no estar, además, deprimidos; B) niños 'encerrados
en si mismos', que tienden a retraerse de las relaciones con otras personas; C) niños celosos y
díscolos; D)niños hiperactivos y agresivos; E) niños que presentan alternativamente estados
de ánimo exaltados y deprimidos;
niños delincuentes; F) niños delincuentes”.
"Los niños fueron clasificados según estas seis formas de respuesta, y también se los
ordenó, de acuerdo con la magnitud del trastorno, en tres categorías. El Grado I indica una
dificultad leve, en ciertos casos no mucho más que una mera tendencia, que con un
tratamiento razonable y comprensión del curso normal de los acontecimientos, en el hogar y
en la escuela, se corrige por sí sola. El Grado II indica una inadaptación bastante seria, que
exige tratamiento clínico, pero que es presumible que ceda con cuidado y atención
especializados. El Grado III indica un trastorno emocional profundo que probablemente
origine más adelante un derrumbe serio, si no es tratado en su primera etapa".

La descripción que hace el doctor Bowlby de los niños que pertenecen a cada uno de estos
tres grupos se basa, evidentemente, en la clínica, y por lo tanto tiene valor aun cuando la
experiencia lleve a modificarla.
Queda mucho por hacer con respecto a la evacuación y a las perturbaciones que ella ha
causado en el desarrollo emocional, así como con respecto al empleo que algunos han hecho
de ella para obtener auténticos y duraderos beneficios. Los sentimientos y factores
inconscientes, por ejemplo, no son abordados directamente en este libro, a pesar de su gran
importancia en este caso, como en todos los vinculados con las relaciones humanas.
No obstante, este libro es representativo del tipo de obras que se necesitan, porque es
objetivo y carece de sentimentalismo, y debemos estar agradecidos a la doctora Susan Isaacs
y a sus colegas.
Debe mencionarse el nombre de la señorita Theodora Alcock, aunque no figure en la lista
de autores, ya que el estudio fue fruto del Grupo de Debates sobre los Niños que ella creara y
al que de nosotros hemos concurrido con gusto durante varios años.

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3. LOS NIÑOS EN LA GUERRA

(Escrito destinado a los docentes, 1940)

Para comprender el efecto que la guerra ejerce sobre los niños, primero es necesario saber
qué capacidad tienen éstos para comprender la guerra y sus causas, y también las razones
mediante las cuales justificamos nuestra lucha. Desde luego, lo que resulta válido para un
grupo de una edad no lo es para otro. Esto puede parecer bastante obvio, pero es importante y
trataré de expresar lo que ello implica.
Aparte de las diferencias de edad, otro elemento significativo es la variación entre un niño
y otro. Me propongo describir también esto.

VARIACIONES SEGÚN EL GRUPO ETARIO


Los niños muy pequeños resultan sólo indirectamente afectados por la guerra. El ruido de
los cañones rara vez perturba su sueño. Los peores efectos se refieren a la separación con
respecto a ambientes y olores familiares, y quizás de la madre, y a la pérdida de contacto con
el padre, cosas que a menudo es imposible evitar. Con todo, puede ocurrir que tengan más
contacto con el cuerpo de la madre del que se produciría en circunstancias ordinarias, y a
veces necesitan conocer cómo se siente la madre cuando tiene miedo.
Muy pronto, sin embargo, los niños comienzan a pensar y a hablar en términos de guerra.
En lugar de charlar con los términos de los cuentos de hadas que se le ha leído y repetido, el
niño utiliza el vocabulario de los adultos que lo rodean, y tiene la mente llena de aeroplanos,
bombas y cráteres.
El niño de más edad abandona la etapa de las ideas y los sentimientos violentos, y entra en
un período de espera con respecto a la vida, un período que constituye un paraíso para la
maestra, ya que por lo común, entre los 5 y los 11 años el niño anhela que se le enseñe y se le
diga lo que se acepta como correcto y bueno. En este período, como se sabe, la violencia real
de la guerra puede resultarle muy desagradable, si bien en la misma época la agresión aparece
regularmente en el juego y en la fantasía con matices románticos. Muchos nunca superan esta
etapa del desarrollo emocional, y el resultado puede ser inocuo e incluso llevar a un
desempeño altamente exitoso. La guerra real, sin embargo, perturba gravemente la vida de los
adultos que han quedado en esa etapa, y a quienes tienen a su cargo niños que están en este
período de “latencia” del desarrollo emocional; ello los induce a seleccionar y aprovechar el
aspecto no violento de la guerra. Una maestra ha encontrado una manera de hacer esto
utilizando las noticias de guerra en la clase de geografía: esta ciudad del Canadá resulta
interesante a causa de la evacuación, aquel país es importan te porque tiene petróleo o buenos
puertos, esta nación puede tornarse importante la semana próxima porque cultiva trigo o
produce manganeso. No se hace hincapié en el aspecto violento de la guerra.

A esta edad un niño no comprende la idea de una lucha por la libertad, y sin duda es
previsible que vea una considerable dosis de virtud en lo que un régimen fascista o nazi
presuntamente proporciona, un régimen en el que un individuo idealizado controla y dirige.
Esto es lo que ocurre dentro de la propia naturaleza del niño a esa edad, y no sería raro que
sintiera que libertad significa licencia.
En la mayoría de las escuelas se tenderá a poner de relieve el Imperio, las partes pintadas
de rojo en los mapas del mundo, y no resulta fácil explicar por qué no se habría de permitir
que en el período de latencia del desarrollo emocional los niños idealicen (ya que no pueden
dejar de idealizar) su propio país y nacionalidad.
Un niño de 8 o 9 años seguramente jugará a "ingleses y alemanes", como una variación
sobre el tema "vigilantes y ladrones" u "Oxford y Cambridge”. Algunos niños manifiestan una
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cierta preferencia por uno u otro bando, pero eso puede cambiar de día en día, y a muchos no
les importa mayormente. Se llega luego a una edad en la que, si se trata de jugar a “inglese y
alemanes", el niño preferirá identificarse con su propio país. La maestra sensata no demuestra
apuro por llegar a esto.

Considerar el caso del niño de 12 años o más es un asunto complejo, debido a los
profundos efectos que tiene la demora de la pubertad. Como ya dije, muchas personas
conservan parcialmente las cualidades correspondientes al llamado período de latencia, o
regresan a esas cualidades luego de un intento furtivo por lograr un desarrollo más maduro.
En esos casos, se puede decir que rigen los mismos principios que para el niño en verdadera
latencia, excepto que los toleramos cada vez con mayor desconfianza. Por ejemplo, si bien es
normal que un chico de 9 años prefiera ser controlado y dirigido por una autoridad idealizada,
ello resulta menos sano si el niño tiene 14 años. A menudo es posible ver un anhelo definido y
consciente por el régimen nazi o fascista en un niño que se demora en el borde, temeroso de
lanzarse a la pubertad, y es evidente que ese anhelo debe ser tratado con simpatía, o bien
ignorado con simpatía, incluso por parte de aquellos cuyo criterio más maduro en cuestiones
políticas les hace ver con disgusto toda admiración por un dictador. En cierto número de
casos, esta pauta se establece como una alternativa permanente de la pubertad.
Al fin de cuentas, el régimen autoritario no ha surgido de la nada; en cierto sentido, es una
forma de vida bien reconocida y practicada por grupos que ya no tienen edad para ella.
Cuando pretende ser madura debe soportar toda la prueba de realidad, y esto pone de
manifiesto el hecho de que la idealización implícita en la idea autoritaria constituye por sí
misma una indicación de algo no ideal, algo que debe temerse, como se teme a un poder que
controla y dirige. El observador puede percibir la mala influencia de ese poder, pero el joven
devoto probablemente sólo sabe que está dispuesto a seguir ciegamente a su líder idealizado.
Los niños que se acercan a la pubertad y enfrentan las nuevas ideas correspondientes a ese
período, que encuentran una nueva capacidad para disfrutar de la responsabilidad personal, y
que están comenzando a manejar un mayor potencial para la destrucción y la construcción,
pueden encontrar cierta ayuda en la guerra y en las noticias de guerra. La cuestión es que los
adultos son más sinceros en épocas de guerra que en tiempos de paz. Incluso quienes no
pueden reconocer su responsabilidad personal por esta guerra, en general demuestran que
pueden odiar y luchar. Hasta The Times está lleno de relatos de los que es posible disfrutar
como de una fascinante historia de aventuras. La B.B.C. tiende a relacionar la "caza de los
hunos" con el desayuno, la cena y el té del piloto, y los bombardeos a Berlín reciben el
nombre de picnics, aunque cada uno de ellos produce muerte y destrucción. En la guerra
todos somos tan malos y tan buenos como el adolescente en sus sueños, y eso le da seguridad.
Como grupo adulto, podemos recuperar la salud mental luego de un período de guerra, y el
adolescente, como individuo, puede tornarse algún día capaz de dedicarse a las artes de la paz,
aunque para entonces ya no será un adolescente.
Puede esperarse, por lo tanto, que el adolescente disfrute de los boletines de guerra que
redactan los adultos, y que aceptará o rechazará según le plazca. Puede odiarlos, pero ya
entonces sabe qué es lo que nos causa a todos tanta ansiedad, y eso alivia su conciencia
cuando descubre que él mismo tiene la capacidad de disfrutar de las guerras y la crueldad que
surgen en su fantasía. Algo similar a esto podría decirse con respecto a las adolescentes, y es
necesario elaborar las diferencias entre niños y niñas en este sentido.

VARIACIONES SEGÚN EL DIAGNOSTICO

Resulta extraño utilizar la palabra diagnóstico para describir a niños presumiblemente


normales, pero es un término conveniente para señalar el hecho de que los niños difieren

22
enormemente entre sí, y que las diferencias según el diagnóstico de tipos caracterológicos
pueden ser totalmente opuestas a las que revela la clasificación según el grupo etario.
Ya indiqué esto al puntualizar la enorme tolerancia que es necesario tener frente a un
adolescente de 14 años, según que se haya zambullido o no en los peligros de la pubertad, o se
haya apartado de ellos para regresar a la posición más segura, aunque menos interesante, del
período de latencia. Aquí llegamos a la línea limítrofe de la enfermedad psicológica.
Sin tratar de distinguir entre salud y enfermedad, es posible decir que los niños pueden
agruparse según la tendencia o dificultad particular con la que estén contendiendo. Un caso
evidente sería el del niño con una tendencia antisocial para quien la guerra tiende a
convertirse, cualquiera sea su edad, en algo esperado, algo que extraña si no se produce. De
hecho, las ideas de tales niños son tan terribles que no se atreven a pensarlas, y las manejan
mediante actuaciones que son menos crueles que los sueños correspondientes. Para ellos, la
alternativa consiste en oír hablar de las terribles aventuras de otra gente. Para ellos el cuento
de terror es un somnífero, y lo mismo puede decirse de las noticias de guerra si son
suficientemente espeluznantes.
A otro grupo pertenece el niño tímido que desarrolla fácilmente una orientación pasivo-
masoquista, o que tiende a sentirse perseguido. Creo que a ese niño le preocupan las noticias
de guerra y la idea misma de la guerra, en gran parte debido a su idea fija de que los buenos
siempre pierden. Se siente derrotista. En sus sueños, el enemigo derrota a sus compatriotas, o
bien la lucha es inacabable, sin victoria para ningún bando, e implica siempre más y más
crueldad y destrucción.
En otro grupo encontramos al niño sobre cuyos hombros parece descansar el peso del
mundo, el niño que tiende a deprimirse. De este grupo surgen los individuos capaces del más
valioso esfuerzo constructivo, sea bajo la forma de protección a niños más pequeños o de
producción de algo valioso en una u otra forma artística. Para esos niños la idea de la guerra
es espantosa, pero ya la han experimentado en sí mismos. No hay esperanza, ni desesperación,
que les resulte nueva. Se preocupan por la guerra tal como se preocupan por la separación de
sus padres o la enfermedad de su abuela. Sienten que deberían estar en condiciones de
solucionarlo todo. Supongo que para esos niños las noticias de guerra son terribles cuando son
realmente malas, y jubilosas cuando proporcionan real tranquilidad. Con todo, habrá
momentos en que la desesperación o el júbilo concernientes a sus asuntos internos se
manifestaran en su estado de ánimo, cualquiera sea la situación en el mundo real. Pienso que
estos chicos sufren más a causa de la variabilidad en el estado de ánimo de los adultos que por
los altibajos de la guerra misma.
Sería una tarea demasiado vasta enumerar aquí todos los tipos caracterológicos, y además
innecesaria, puesto que lo dicho es suficiente para mostrar que el diagnóstico del niño afecta
al problema de la manera en que se presentan las noticias de guerra en las escuelas.

EL TRASFONDO DE LAS NOTICIAS

De lo dicho quizás resulte evidente que, al considerar este problema, debemos saber tanto
como sea posible sobre las ideas y sentimientos que el niño ya posee naturalmente, es decir, el
terreno sobre el que caerán las noticias de guerra. Por desgracia, ello complica las cosas
considerablemente, pero nada puede alterar el hecho de que la complejidad existe.
Todos saben que al niño le preocupa un mundo personal, del cual es consciente sólo en un
grado limitado, y que requiere una cierta dosis de manejo. El niño tiene sus propias guerras
personales, y si su comportamiento exterior está en conformidad con las normas civilizadas,
ello sólo se debe a un esfuerzo enorme y constante. Quienes lo olvidan se desconciertan ante
los casos en que esa superestructura civilizada se derrumba, y ante las reacciones
inesperadamente feroces provocadas por hechos muy simples.

23
A veces se cree que los niños no pensarían en la guerra si no se les hablara de ella. Pero
quien se tome la molestia de averiguar qué es lo que ocurre bajo la superficie de una mente
infantil descubrirá por sí mismo que el niño ya sabe mucho sobre la codicia, el odio y la
crueldad, así como sobre el amor y el remordimiento, el ansia de triunfar y la tristeza.
Los niños pequeños comprenden muy bien las palabras "bueno” y "malo", y no tiene
sentido decir que para ellos esas ideas sólo existen en la fantasía, ya que su mundo imaginario
puede parecerles más real que el exterior. Debo aclarar que me refiero a la fantasía en gran
parte inconsciente, y no a los ensueños diurnos o la invención de historias manejada
conscientemente.
Sólo es posible llegar a comprender las reacciones de los niños ante la difusión de las
noticias de guerra estudiando, en primer lugar (o por lo menos teniendo en cuenta), el mundo
interior inmensamente rico de cada niño, que constituye el trasfondo de todo lo que incide
sobre él desde la realidad externa. A medida que el niño madura, se torna cada vez más capaz
de distinguir la realidad externa o compartida de su propia realidad interna, y de permitir que
una enriquezca a la otra.

Sólo cuando el maestro conoce realmente la personalidad del niño está en condiciones de
hacer el mejor uso posible de la guerra y las noticias de guerra en la educación. Puesto que, en
la práctica, el maestro puede conocer al niño sólo en un grado limitado, sería una buena idea
permitir que los niños hagan otras cosas –leer o jugar al dominó- o que se alejen
completamente cuando se difundan las noticias de guerra por la B.B.C.

Me parece, por lo tanto, que esos boletines de guerra nos proporcionan una útil
oportunidad para iniciar el estudio de un enorme problema, y quizá nuestra primera tarea
consista precisamente en comprender y reconocer su vastedad. Sin duda, el tema es digno de
estudio pues, como muchos otros, nos lleva mucho más allá del proceso educativo diario, y
llega hasta los orígenes de la guerra misma y a los aspectos fundamentales del desarrollo
emocional del ser humano.

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4. LA MADRE DEPRIVADA

(Basado en una conferencia radial emitida en 1939, en momentos en que se procedía a la


primera evacuación)

El cuidado infantil tiene una significación muy especial para los padres, y si se pretende
comprender los problemas de las madres de niños evacuados, primero resulta necesario
reconocer que los sentimientos concernientes a los niños en general no son los mismos que
los sentimientos especiales que experimentan los padres hacia sus propios hijos.
Lo que da sentido a la vida para muchos hombres y mujeres es la experiencia de la
primera década de vida matrimonial, el periodo en que se construye una familia, y en que los
niños necesitan todavía esas contribuciones a su personalidad y carácter que los padres
pueden hacer. Esto es válido en general, pero sobre todo en el caso de quienes se ocupan
personalmente del manejo de su casa, sin servicio doméstico, y de aquellos cuya posición
económica, o nivel cultural, impone un límite a la cantidad y calidad de intereses y
distracciones posibles. Para tales progenitores, renunciar al contacto permanente con sus hijos
constituye sin duda una difícil prueba.
Una madre dijo: "Renunciaríamos a nuestros hijos por tres meses, pero, si es por más
tiempo, quizás incluso tres años, qué sentido tiene la vida?" Y otra manifestó: 'Todo lo que
tengo ahora para cuidar es el gato, y mi única distracción es el bar.". Estos son pedidos de
ayuda que no deberían desoírse.
La mayoría de los relatos sobre padres cuyos hijos han sido evacuados no parecen captar
esta simple verdad. Por ejemplo, se ha expresado la opinión de que las madres lo pasan muy
bien, pues están libres para flirtear, levantarse tarde, ir al cine, o trabajar y ganar dinero, a tal
punto que seguramente no desean que sus hijos vuelvan.
Sin duda existen casos que justifican tal comentario, pero éste no se aplica a la mayoría
de las madres; y a veces resulta válido en la superficie, pero no lo es necesariamente en un
sentido más profundo, pues es bien sabido que una característica de los seres humanos es
mostrarse indiferentes ante la amenaza de un dolor que no pueden tolerar.
Nadie sugeriría que dar a luz y criar un niño es todo dulzura, pero la mayoría de la gente
no espera que la vida carezca de amargura; sólo piden que la parte amarga sea la que ellos
mismos han elegido.
A la madre urbana se le pide, se le aconseja e incluso se la presiona para que renuncie a
sus hijos. A menudo se siente casi atropellada, pues no puede comprender que la dureza de la
exigencia surge de una realidad: el peligro de las bombas. Una madre puede mostrarse
sorprendentemente sensible a la crítica; el sentimiento de culpa relativo a la posesión de hijos
(o de cualquier cosa valiosa) es tan poderoso, que la idea de la evacuación tiende en primer
lugar a hacerla sentir insegura y dispuesta a hacer cualquier cosa que se le indique, sin tener
en cuenta sus propios sentimientos. Uno puede imaginársela diciendo: "Sí, por supuesto,
llévenselos, yo nunca fui digna de ellos; los bombardeos no son el único peligro, yo misma no
puedo proporcionarles el hogar que deberían tener". Por supuesto, no siente esto
conscientemente, sólo se siente confusa o aturdida.
Por ésta, y por otras razones, el sometimiento inicial frente al plan de no puede ser
duradero. Eventualmente las madres se recuperan del choque, y entonces se necesita un largo
proceso para que el sometimiento se transforme en cooperación. A medida que pasa el tiempo
la fantasía cambia, y lo real se torna gradualmente claro y definido.

25
Si uno intenta colocarse en el lugar de la madre, se plantea de inmediato esta pregunta:
¿por qué, en realidad, se aleja a los niños del riesgo de los ataques aéreos a un precio tan alto
y causando tantas dificultades? ¿por qué se pide a los padres que hagan semejante sacrificio?

Hay varias respuestas.


O bien los padres mismos realmente desean alejar a sus hijos del peligro, cualesquiera
sean sus propios sentimientos, de modo que las autoridades sólo actúan en nombre de los
padres, o bien el Estado atribuye más valor al futuro que al presente, y ha decidido hacerse
cargo del cuidado y el manejo de los niños, sin tener para nada en cuenta los sentimientos,
deseos y necesidades de los padres.
Como es natural en una democracia, se ha tendido a considerar como válida la primera
alternativa.
A ello se debe que la evacuación haya sido voluntaria, y que se haya permitido que
fracasara hasta cierto punto. De hecho, hubo incluso algún intento, aunque no muy entusiasta,
por comprender el punto de vista de la madre.
Conviene recordar que los niños son criados y educados no sólo para que lo pasen bien,
sino también para ayudarlos a crecer. Algunos de ellos se convertirán a su vez en
progenitores. Resulta razonable afirmar que los padres son tan importantes como los niños, y
que es sentimental suponer que los sentimientos de los padres deben sacrificarse
necesariamente por el bienestar y la felicidad de los hijos. Nada puede compensar a un
progenitor corriente por la pérdida de contacto con un hijo y la falta de responsabilidad por su
desarrollo corporal e intelectual.
Se afirma que la vastedad del problema y de la organización requerida para efectuar la
evacuación en masa es lo que limita la participación de los padres en cosas tales como la
elección de hospedaje. La mayoría de los padres pueden aceptar este argumento. Con todo, el
propósito de mi artículo es señalar que por mucho que las autoridades intenten establecer
reglas y normas de aplicación general, la evacuación sigue siendo un asunto que involucra un
millón de problemas humanos individuales, todos distintos entre sí, y todos de vital
importancia para alguien. Por ejemplo, una madre puede conocer muy bien los problemas de
la evacuación y estar al tanto de sus múltiples dificultades, pero eso no la ayudará a tolerar la
pérdida de contacto con su propio hijo.
Los niños cambian rápidamente. Al cabo de los años que esta guerra puede durar, muchos
ya no serán niños y todos los bebés de hoy habrán salido de la etapa de rápido desarrollo
emocional para pasar a la de un desarrollo intelectual y emocional más pausado. No tiene
sentido hablar de postergar el momento de llegar a conocer a un niño, sobre todo si es
pequeño.
Además, las madres saben una cosa que quienes no están cerca del niño tienden a olvidar:
el tiempo mismo es muy distinto según la edad a la que se tenga la experiencia de él.
Un día feriado puede pasar casi desapercibido para los adultos, en tanto que les parecerá a
los niños un enorme trozo de vida, y es casi imposible hacer sentir a un adulto la enormidad
de tiempo que tres años significan para un niño evacuado. Realmente es una gran proporción
de lo que el niño conoce de la vida, equivalente quizás a veinticinco años de vida para un
adulto de 40 ó 50 años. El reconocimiento de este hecho torna a una mujer aun más ansiosa
ante la posibilidad de perder su oportunidad de ser madre.
Por lo tanto, la investigación de todos los detalles del problema de la evacuación pone de
manifiesto problemas individuales que son importantes, incluso urgentes, a su manera.
Partiendo ahora de la base de que los deseos de los padres están representados por las
autoridades que actúan así en nombre de aquéllos, resulta posible comprender cuáles son las
complicaciones que probablemente sobrevendrán.
Mucha gente, incluyendo a los mismos padres, cree que todo estaría bien si se cuidara
eficazmente de sus hijos; que éstos, si estuvieran bastante desarrollados emocionalmente
como para soportar la separación, podrían en realidad beneficiarse con el cambio; sin duda los
niños harían la experiencia de vivir en un hogar distinto, ampliarían sus intereses, y quizá
26
tendrían un contacto con la vida de campo del que suelen carecer los niños urbanos e incluso
los suburbanos.
No tiene sentido negar, sin embargo, que la situación es compleja y que de ningún modo
puede confiarse en que los padres se sientan seguros en cuanto al bienestar de sus hijos.
Hay una historia antigua y conocida, pero que rara vez deja de perturbar y sorprender a
quienes tienen a su cargo niños ajenos. Los padres suelen quejarse por el tratamiento que sus
hijos reciben mientras están lejos del hogar, y creen todo lo que un niño puede inventar en
cuanto a malos tratos y, sobre todo, a mala alimentación. El hecho de que al salir de una
institución para convalecientes un niño regrese al hogar en óptimo estado de salud, no impide
que la madre presente una queja en el sentido de que su niño ha sido descuidado. Cuando se
investigan tales quejas, rara vez se descubren fallas reales; son previsibles quejas similares en
el caso de los hogares a los que se envía a los niños evacuados, y resultarían bastante
naturales si se tienen en cuenta las dudas y los temores de las madres. Es de suponer que una
madre sentirá antipatía por toda persona que descuide a su hijo, pero es igualmente razonable
suponer que experimentará esa misma antipatía por quien cuida de su hijo mejor que ella
misma, pues ese tipo de cuidado despierta su envidia o sus celos. Es su hijo y, simplemente,
ella quiere ser la madre de su propio hijo.
No es difícil imaginar lo que ocurre. Un niño regresa al hogar después de sus vacaciones y
pronto capta una atmósfera de tensión en cuanto se le pregunta sobre algún detalle. ¿Te daba
la señora Fulana un vaso de leche antes de dormirte?" El niño puede sentir alivio al contestar
que no y complacer así a su madre sin tener que mentir. El niño se ve envuelto en un conflicto
de lealtades, y se siente desconcertado. ¿Qué es mejor, estar en casa o lejos de ella? En
algunos casos, la defensa contra ese mismo conflicto ha sido preparada mediante un rechazo
de la comida en el hogar, en el campo, durante los primeros y los últimos días de su estada
allí. Si la madre muestra considerable alivio, el niño siente la tentación de agregar unos pocos
detalles fabricados por su imaginación. La madre comienza entonces a pensar realmente que
ha habido un cierto descuido, y presiona al niño para obtener más información. La tensión
crece cada vez más, y el niño prácticamente no se atreve a examinar sus propias afirmaciones
anteriores. Es menos peligroso aferrarse a unos pocos detalles y repetirlos cada vez que surge
el tema. Y así la desconfianza de la madre aumenta, hasta que termina por presentar una
queja.
Esta difícil situación tiene dos orígenes; el niño siente que sería desleal contar que ha
estado alegre y bien alimentado, y la madre abriga la esperanza de que su competidora no
pueda ni siquiera compararse con ella. Hay momentos en que resulta fácil establecer un
círculo vicioso de desconfianza por parte del progenitor real y de resentimiento por parte de la
madre circunstancial. Cuando pasa ese momento, queda abierto el camino para la amistad y la
comprensión entre esas rivales en potencia.
Todo esto quizá le parezca muy absurdo a un observador, que puede darse el lujo de ser
razonable, pero la lógica (o el razonamiento que niega la existencia o la importancia de los
sentimientos y conflictos inconscientes) no basta cuando una madre debe separarse de su hijo.
Aunque una madre deprivada desee realmente cooperar con el plan de evacuación, tales
sentimientos y conflictos inconscientes deben tenerse en cuenta.
Entre un momento de desconfianza y otro, las madres tienden con igual facilidad a
sobrestimar la bondad y la confiabilidad de los hogares circunstanciales, y a creer que sus
hijos están a salvo y bien cuidados sin conocer los hechos reales. Así trabaja la naturaleza
humana.
Probablemente nada despierte tanto los celos maternos como el cuidado excepcional
brindado a su hijo. Puede ocultar sus celos incluso de sí misma, pero así como tiene razones
para preocuparse por la posibilidad de que descuiden a su hijo, tiene iguales motivos de
preocupación en el sentido de que su hijo se acostumbre a situaciones que no pueden
mantenerse a su regreso. Ello ocurre sobre todo cuando esa situación es sólo un poco mejor
que la hogareña, pues si su alojamiento temporario es en un castillo, toda la experiencia
ingresa al mundo de los sueños.
27
El siguiente incidente revela la forma en que las pequeñas cosas pueden magnificarse.
Una madre se quejó de una madre circunstancial, y resultó que la queja consistía tan sólo
en que esta última era generosa y propietaria de una confitería, mientras que la madre
verdadera no sólo carecía de los medios para comprar al niño muchas golosinas, sino que
también se las limitaba por temor a que se le arruinara la dentadura.
Estos problemas no son distintos de los de la vida diaria. Cuando un pariente o un amigo
se muestra muy generoso con un niño, la madre sufre al verse obligada a adoptar un papel
estricto e incluso cruel, y la situación hogareña suele aliviarse cuando el niño encuentra una
actitud firme en otra parte.
Es obvio que no resulta prudente enterar a una madre de la maravillosa comida que el niño
recibe en otro lado, y de todas las otras ventajas especiales que el hogar temporario puede
tener con respecto al verdadero. Tampoco tiene sentido decir (sobre todo cuando es cierto)
que el niño es más feliz en aquél que en éste. De hecho, puede haber mucho de oculta
sensación de triunfo en tales comentarios.
Con todo, los padres esperan informes y, sin duda, deben recibirlos, escritos sin intención
de triunfo y con el objeto de permitirles seguir compartiendo la responsabilidad por el
bienestar de sus hijos. Si no se mantiene el contacto, la imaginación comienza a suplir los
detalles sobre la base de la fantasía.
En un estudio más detallado de la madre deprivada, es necesario ir más allá de lo que cabe
suponer que ella sepa sobre sí misma. Algo importante que se debe tener en cuenta es que una
madre no sólo desea tener hijos, sino que los necesita. Cuando comienza a formar una familia,
la madre organiza sus ansiedades, así como sus intereses, a fin de movilizar todo lo posible su
impulso emocional con vistas a ese fin. Considera valioso verse permanentemente molestada
por las ruidosas necesidades de sus hijos, y esto es cierto aunque se queje abiertamente de que
sus lazos familiares son una molestia.
Quizá nunca haya pensado en este aspecto de su experiencia maternal hasta que, cuando
los chicos ya no están, se encuentra por primera vez poseedora de una cocina tranquila, al
mando de un navío sin tripulación. Aunque su personalidad tenga la flexibilidad suficiente
como para permitirle adaptarse a esa nueva situación, este desplazamiento de sus intereses
requiere tiempo.
Quizá se tome unas breves vacaciones de sus hijos sin necesidad de reorganizar sus
intereses vitales; pero hay un período más allá del cual no puede continuar sin tener algo o
alguien que le parezca digno de cuidar, e incluso digno de su fatiga y cansancio; también
comienza a buscar alguna otra manera de ejercer poder en forma útil.
En las situaciones corrientes, la madre se acostumbra gradualmente a intereses nuevos a
medida que los hijos crecen, pero en la época actual de guerra se pide a las madres que pasen
por este difícil proceso en unas pocas semanas. No es de extrañar que a menudo fracasen y
lleguen a deprimirse o bien insistan absurdamente en el retorno de sus hijos.
Este mismo problema presenta otro aspecto. Las madres pueden tener una dificultad
similar para recibir a sus chicos de vuelta, después de haber reorganizado sus intereses y
ansiedades para hacer frente a la experiencia de la paz y la tranquilidad hogareñas. También
aquí es necesario tener en cuenta el factor tiempo. Esta segunda reorganización puede resultar
más difícil que la primera, porque después del regreso de los chicos habrá un período, por
breve que sea, en el que la madre deberá fingir ante sus hijos que está preparada para ellos, y
que los necesita tanto como antes de su alejamiento; y tendrá que fingir porque, al principio,
no se sentirá en condiciones de recibirlos. Necesita tiempo para adaptar sus pensamientos, así
como los arreglos exteriores en el hogar a su regreso.
En primer lugar, los niños realmente han cambiado, son mayores y han tenido nuevas
experiencias; y también ella ha tenido toda clase de ideas sobre ellos mientras estuvieron
lejos, y necesita vivir con ellos algún tiempo antes de llegar a conocerlos tal como realmente
son.
Ese temor a tener que hacer una adaptación profunda y penosa, con el riesgo de fracasar
en el intento, impulsa a las madres a arrancar a sus hijos de los hogares circunstanciales,
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cualesquiera sean los sentimientos de quienes han hecho todo lo posible por el bien de esos
niños. Es como si las madres participasen en un juego en el que hubieran sido robadas y en el
que su claro deber consiste en rescatar a los niños de manos de una bruja; como salvadoras
vuelven a sentirse seguras de la existencia y de la fuerza de su propio amor.
También habría que describir las actitudes especiales de madres más anormales. Hay un
tipo de madre que piensa que su hijo sólo es bueno cuando ella lo controla personalmente.
Incapaz de reconocer las cualidades positivas innatas del niño, previene a los futuros
padres circunstanciales en cuanto a las posibles dificultades, y queda atónita cuando se entera
de que el niño se comporta normalmente. Hay otro tipo de madre que habla mal de su hijo, tal
un artista se muestra despectivo para con su obra y es, por lo tanto, la persona menos indicada
en el mundo para venderla. Esa madre, como el artista, teme tanto el elogio como la crítica, y
evita esta última mediante la propia subestimación de su obra.

RESUMEN

Dentro de los límites de este artículo, he tratado de mostrar que cuando un niño es alejado
de sus padres surgen sentimientos muy intensos.
Quienes se ocupan de los problemas relativos a la evacuación de niños deben tener en
cuenta los problemas de las madres tanto como los de las madres circunstanciales, si aspiran a
comprender las consecuencias de lo que hacen.
Cuidar de niños ajenos puede ser una tarea difícil y exigente, y puede vivirse como una
misión de guerra. Pero el simple hecho de verse privado de los propios hijos es una misión de
guerra muy poco satisfactoria, que no puede atraer a progenitor, y que solo puede tolerarse si
se aprecia debidamente las posibilidades de peligro. Por esa razón es necesario hacer un
verdadero esfuerzo por descubrir cómo se siente una madre privada de su hijo.

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5. EL NIÑO EVACUADO
(Conferencia radial destinada a los padres circunstanciales de niños evacuados, 1945)

Parece que hubiera transcurrido muy largo tiempo desde la primera evacuación, y cabe
suponer que los problemas agudos vinculados con ella se han resuelto por sí solos en la mayor
parte de los casos. Pero quiero recordarles algunas de nuestras experiencias y referirme sobre
todo a los padres circunstanciales.
No sería raro que una muy necesaria comprensión del cuidado infantil llegara a difundirse
como consecuencia de lo que esa gente ha vivido. Casi todos los hogares de Gran Bretaña se
vieron afectados por la evacuación, y sin duda toda mujer ha tenido su propia historia de
evacuación que resume su experiencia y su punto de vista con respecto a este asunto. Me
parece que sería de lamentar que toda esa experiencia se desperdiciara. Me referiré
principalmente a quienes lograron mantener a sus pequeños evacuados durante algunos años,
porque pienso que ustedes son quienes más pueden beneficiarse con cualquier intento por
poner en palabras lo que han estado haciendo.
Supongo que cuando las cosas anduvieron bien, ustedes pensaron que habían sido
afortunados en cuanto al niño que les tocó. El niño o la niña tenía una cierta medida de
confianza en la gente. Ustedes debían trabajar con ese material; es imposible tener éxito en
esta tarea si el niño no colabora porque es demasiado enfermo, demasiado inestable
mentalmente, o demasiado inseguro como para encontrar algo bueno en lo que ustedes tienen
para ofrecerle.
Se les envió a un niño que ya había iniciado satisfactoriamente su desarrollo emocional.
Eso ocurrió antes de que ustedes lo recibieran en su casa y, si lo han tenido con ustedes
durante un largo período, significa que permitieron que el desarrollo de su personalidad
continuara, tal como permitieron que su cuerpo siguiera creciendo al proporcionarle alimento.
El cuidado corporal de un niño es algo muy importante. Mantener a un niño sano y libre
de enfermedad física es algo que necesita vigilancia constante, y en el curso de un largo
período de evacuación debe haber habido ocasiones en que ustedes tuvieron que asumir
responsabilidad por alguna enfermedad corporal, cosa que resulta mucho más difícil cuando
no se trata de un hijo propio. Ustedes cuidaron del cuerpo del niño; pero la evacuación hizo
comprender a muchos que eso es sólo una parte de algo más vasto: el cuidado del niño
íntegro, que es un ser humano con una constante necesidad de amor y de comprensión. La
cuestión es que ustedes han hecho mucho más que proporcionar alimento, ropa y calor.
Pero ni siquiera esto bastaba. El niño venía de un hogar, y ustedes lo recibieron en su
hogar. Y en el hogar parece subyacer la idea de amor. Es posible que alguien ame a un niño y,
no obstante, fracase, el niño no tiene la sensación de estar en un hogar. Creo que lo importante
aquí es que, cuando uno le da un hogar a un niño, le proporciona un pequeño fragmento del
mundo que el niño puede comprender y en el que puede creer, en los momentos en que falta
amor. Pues a veces es forzoso que falte amor, por lo menos superficialmente. Hay ocasiones,
cada tanto, en que el niño irrita, hace enojar, y se gana una palabra colérica, y es por lo menos
igualmente cierto que los adultos, incluso los mejores, están a veces de mal humor e irritables,
y durante un buen rato no puede confiarse en que ellos manejen una situación con espíritu de
justicia. Si existe una sensación de hogar, la relación entre un niño y los adultos puede
sobrevivir a largos períodos de incomprensión. De modo que puedo suponer que si han
conservado a un niño evacuado durante largo tiempo, significa que lo han instalado en su
hogar, lo cual es algo muy distinto de dejarlo estar en su casa, y el niño ha respondido y ha
usado ese hogar como tal. El niño llegó a creer en ustedes, y gradualmente pudo colocar en
ustedes parte de sus sentimientos hacia la madre, de modo que, en cierto sentido, se
convirtieron temporariamente en la madre del niño. Para lograr eso, deben haber encontrado
alguna manera de manejar la muy difícil relación con la madre real, y habría que otorgar algo
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así como la Medalla del Rey Jorge a los padres y padres circunstanciales que lograron
entenderse, e incluso entablar amistad, frente a tantas causas posibles de incomprensión
mutua.
¿Y qué decir del niño que se vio tan repentinamente desarraigado, aparentemente
expulsado de su propio hogar y alojado entre extraños? No es sorprendente que necesitara una
comprensión especial.
Al principio, cuando se alejaba a los niños de las zonas de peligro, por lo común los
acompañaba una maestra que ya los conocía bien. Esa maestra constituía un lazo con la
ciudad natal, y en la mayoría de los casos se estableció un vínculo entre los niños y la maestra
mucho más fuerte que el que suele existir en la relación corriente maestra-alumno. Es casi
imposible pensar en el primer proyecto de evacuación sin la colaboración de esas maestras,
pero todavía no se ha escrito la historia completa de esos intensos y, en cierto sentido, trágicos
días de evacuación.
Tarde o temprano todo niño tenía que aceptar los hechos, aceptar que estaba lejos del
hogar y solo. Lo que ocurría en ese momento dependía de la edad del niño, así como de la
clase de criatura que era y de la clase de hogar de donde provenía, pero en esencia todos
debían enfrentar el mismo problema: aceptaban el nuevo hogar, o bien se aferraban a la idea
de su propio hogar y trataban a su nuevo domicilio como un lugar donde debían permanecer
durante unas vacaciones bastante prolongadas.
Muchos niños aceptaron la situación y parecieron no presentar ningún problema, pero
quizá sea posible aprender más de las dificultades que de los éxitos fáciles. Por ejemplo, diría
que el niño que se adaptó de inmediato, y que nunca pareció preocuparse por su hogar, no
había resuelto necesariamente bien las cosas. Podría muy bien tratarse de una aceptación nada
natural de las nuevas condiciones, y en algunos casos esa falta de nostalgia demostró
finalmente ser una trampa y una ilusión. ¡Es tan natural que un niño sienta que su propio
hogar es mejor y que lo que cocina su propia madre es lo único digno de comerse! La mayor
parte de las veces, ustedes comprobaron que el niño a su cuidado necesitaba un largo tiempo,
quizá muy largo, para adaptarse. Sugiero que esto era deseable. Se necesitaba tiempo. El niño
se mostró francamente angustiado con respecto a su hogar y a sus padres, y sin duda tenía
buenos motivos para estarlo ya que el peligro para el hogar era real y bien conocido, y a
medida que las historias de bombardeos comenzaron a circular, los motivos de preocupación
aumentaron. Los niños procedentes de áreas bombardeadas no se conducían exactamente
igual que los lugareños, ni intervenían en todos los juegos; tendían a mantenerse aparte, a
vivir de las cartas y los paquetes que llegaban del hogar, y de las visitas ocasionales, visitas
que a menudo provocaban tantos trastornos que los padres circunstanciales deseaban muchas
veces que no fueran tan frecuentes. Las cosas no eran tan agradables cuando los chicos se
comportaban en esta forma, se negaban a comer y estaban taciturnos casi todo el tiempo,
soñando con volver a su hogar y compartir los peligros de sus padres, en lugar de disfrutar de
los beneficios de la vida en el campo. En realidad, todo esto no era malsano, pero para
comprenderlo debemos ahondar nuestro análisis. La preocupación real por las bombas no era
todo.
Un niño tiene sólo una capacidad limitada para mantener viva la idea de alguien amado
cuando no tiene oportunidad de ver y hablar a esa persona, y en ello radica la verdadera
dificultad.
Durante algunos días o semanas todo anda bien, y luego el niño descubre que ya no puede
sentir que su madre es real, o bien conserva la idea de que su padre, o sus hermanos, sufrirán
algún daño. Esta es la idea que tiene en la mente. También tiene toda clase de sueños relativos
a luchas terroríficas, que revelan los intensos conflictos de su mente. Y peor aun, después de
un tiempo puede descubrir que ya no tiene sentimientos intensos de ningún tipo. Toda su vida
ha tenido intensos sentimientos de amor, y ha llegado a confiar en ellos, a darlos por sentados,
a sentirse fortalecido por ellos. De pronto, en tierra desconocida, se encuentra sin el apoyo de
ningún sentimiento intenso, y eso lo aterroriza. No sabe que se recuperará si puede esperar.
Quizás haya algún osito, una muñeca o alguna ropa rescatada del hogar, hacia los cuales
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pueda seguir experimentando algunos sentimientos, y entonces ese objeto adquiere tremenda
importancia para él.
Esa amenaza de perder los sentimientos, que surge en los niños alejados durante mucho
tiempo de todo lo que aman, da origen a menudo a peleas. Los niños comienzan a buscar
dificultades, y cuando alguien se enoja sienten un genuino alivio; pero ese alivio no es
duradero. Durante la evacuación, los niños han tenido que pasar por estos angustiosos
períodos de duda e incertidumbre, imposibilitados de regresar al hogar, y debe recordarse que
no estaban pupilos en una escuela, de la cual regresarían a su casa para las vacaciones. Debían
encontrar un nuevo hogar lejos del hogar.
Ustedes, como custodios de los niños, debieron hacer frente a toda clase de síntomas de
esa angustia, incluyendo algunos muy conocidos, como mojarse en la cama, dolores y
malestares de uno u otro tipo, irritaciones de la piel, hábitos desagradables, incluso el de
golpearse la cabeza, cualquier cosa que permitiera al niño recuperar su sentido de la realidad.
Si uno reconoce la angustia que subyace en esos síntomas, puede comprender cuán inútil
resulta castigar a un niño por ellos; siempre es mejor ayudarlo demostrándole amor y una
comprensión imaginativa.
Fue sin duda entonces cuando ese niño evacuado pudo dirigir su mirada hacia ustedes y su
hogar, que por lo menos era real para él. Sin ustedes, como sabemos por todos los fracasos,
habría tenido que regresar a su hogar a enfrentar un peligro real, o bien su desarrollo mental
se habría trastornado y distorsionado, con muchas probabilidades de sufrir alteraciones serias.
Fue entonces cuando ustedes le hicieron un gran favor. Hasta ese momento el niño había
estado tratando de conocerlos, acostumbrándose a la nueva casa, comiendo la comida que
ustedes le daban. Ahora acudía a ustedes en busca de amor y de la sensación de ser amado. En
esa posición frente al niño, ustedes eran no sólo las únicas personas que hacían algo por él,
sino que también estaban allí para comprenderlo y ayudarlo a mantener vivo el recuerdo de su
propia familia. También estaban allí para recibir sus intentos de dar algo a cambio de lo que
estaba recibiendo, y eran necesarios para proteger al niño en esa relación atemorizante con el
mundo bastante extraño que lo rodeaba allí y en la escuela, donde los otros chicos no eran
siempre demasiado cordiales. Supongo que tarde o temprano adquirió la confianza necesaria
en el hogar, y en la forma en que ustedes lo dirigían, como para poder darlo por sentado y
luego, por fin, sentirse un miembro de la familia, un niño del pueblo igual que los otros, que
incluso usaba el dialecto local. Muchos llegaron incluso a enriquecerse con esas experiencias,
pero ello se produjo como una culminación de una compleja serie de acontecimientos en la
que más de una vez podría haberse producido un fracaso.
Y aquí están ustedes ahora, con un niño a su cuidado que ha utilizado lo mejor que ustedes
pudieron darle, y deberían saber que todos reconocen que lo que ustedes han hecho no fue
simple ni fácil, sino el resultado de un cuidadoso proceso. ¿Tiene esto algún otro valor, aparte
del bien hecho a un niño? Sin duda algo valioso que puede obtenerse de la evacuación (cosa
muy trágica en sí misma) es que todos los que han logrado mantener consigo un niño
evacuado han llegado a comprender las dificultades, así como las recompensas, inherentes al
cuidado de hijos ajenos, y pueden ayudar ahora a quienes están haciendo lo mismo. Siempre
hubo niños abandonados y siempre ha habido padres adoptivos que hicieron el tipo de trabajo
que ustedes han estado realizando, y con gran eficacia. Cuando se trata del cuidado total de un
niño, la experiencia es lo único que cuenta, y si cada uno de ustedes ha podido, mediante su
éxito con un niño evacuado, convertirse en un vecino comprensivo de un padre adoptivo en el
período de posguerra, creo que la tarea de todos ustedes no habrá concluido cuando esos niños
evacuados regresen a sus verdaderos hogares.

32
6. EL RETORNO DEL NIÑO EVACUADO

(Conferencia radial, 1945)

Me he referido ya al niño evacuado, y he tratado de mostrar que en los casos en que la


evacuación constituyó un éxito, ello nunca fue por casualidad, sino que significó en todos los
casos un logro. Como seguramente ya lo suponen, no es probable que yo afirme que el retorno
del niño evacuado es un asunto simple y directo. Sin duda, no puedo decirlo porque no lo
creo. El retorno del niño que ha estado durante largo tiempo lejos de su hogar es algo sobre lo
cual vale la pena reflexionar, porque un manejo poco cuidadoso en el momento crítico puede
ser causa de mucha amargura.
Permítaseme decir, sin embargo, que respeto los sentimientos de quienes prefieren no
reflexionar sobre las cosas. Se manejan mejor con la intuición, y cuando hablan sobre lo que
quizá deberán enfrentar la semana siguiente, pierden su espontaneidad, si es que no se
atemorizan, ante los posibles peligros que prevén. Además, si el hablar constituye un sustituto
de la acción o el sentimiento, entonces incluso es peor que inútil. Sin duda, hay personas que
desean ampliar sus experiencias hablando y escuchando, y a ellos están dirigidas estas
palabras.
Como de costumbre, la dificultad radica en saber por dónde comenzar: ¡hay tantas clases
distintas de niños, de hospedajes transitorios y de hogares! En un extremo encontramos niños
que simplemente volverán a casa y se adaptarán fácilmente, mientras que, en el otro extremo,
tendremos niños que se han adaptado tan bien a sus hogares circunstanciales que el retorno al
propio significará un verdadero choque. Entre ambos extremos está toda la gama de los
problemas. Como no puedo describirlos todos, debo tratar de llegar a la esencia del asunto.
Desde luego, la evacuación ya ha terminado para gran cantidad de criaturas. Lo que yo
pueda decir quedaría más claro si lo expresaran quienes han vivido esa experiencia. Mi
propósito es transmitir algunos resultados de esas experiencias a quienes todavía no han
recuperado a sus hijos. Me parece estar en lo cierto al afirmar que renovar la vinculación con
los propios hijos no es por cierto nada sencillo.
El problema se simplifica cuando los padres han podido establecer y mantener relaciones
amistosas con la familia que cuidó del niño. Esto nunca es fácil. Que los propios hijos sean
objeto de excelentes cuidados a veces es tan difícil de soportar como el hecho de que un
extraño los descuide. Incluso resulta una verdadera tortura cuando se ha sido una buena
madre, y llega el momento en que se comprueba que el hijo desea quedarse con una mujer que
es una desconocida, y cuya manera de cocinar le encanta al niño. Pero, a pesar de todo esto,
algunos progenitores lograron hacerse amigos de sus representantes en los afectos del niño
fuera del hogar. Y si ello significó también que esas personas a menudo le hablaban al niño de
sus padres, de sus hermanos y hermanas, todo ha sido incluso más fácil. Me encuentro con
niños que no pueden recordar cómo son sus madres, y que sólo recuerdan con dificultad los
nombres de sus hermanos y hermanas. Quizá durante largos años nadie se preocupó por
hablarles de sus seres más próximos y queridos, y la vida pasada de esos niños, así como los
recuerdos del hogar, quedaron encerrados en su interior.
En algunos casos, se ha llevado a cabo durante casi todo el tiempo una especie de
preparación para el retorno, pero en otros casos nada de esto ha ocurrido. De cualquier
manera, las dificultades principales son las mismas, y derivan de que cuando la gente se
separa no sigue viviendo con vistas al reencuentro, y sin duda nadie desearía que así fuera. Si
la gente no contara con la capacidad de recuperarse de las separaciones dolorosas, por lo
menos en alguna medida, quedaría paralizada.
Ya dije que la capacidad de un niño para mantener viva la idea de alguien a quien ama,
cuando no tiene contacto con esa persona, es limitada. Lo mismo puede decirse de los
progenitores y de todos los seres humanos, en cierta medida. En este sentido, las madres
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tuvieron casi tantas dificultades como sus hijos. Pronto comenzaron a sentir dudas sobre
aquéllos, a temer que estuvieran en peligro, o enfermos, o tristes, o incluso que fueran objeto
de malos tratos, al margen de la justificación real que había para sustentar tales ideas. Es
natural que la gente necesite ver a las personas que ama y estar cerca de ellas, o bien
preocuparse por ellas. En la situación corriente, con los hijos en el hogar, cuando una madre
está preocupada le basta con llamarlos, o bien esperar hasta la próxima comida, y el hijo por
el que ella se preocupa aparece y le da un beso tranquilizador. El contacto estrecho entre las
personas tiene su utilidad, y cuando se ve súbitamente interrumpido, la gente, niños o adultos,
experimenta temores y dudas y sigue sufriendo hasta que se produce la recuperación.
Recuperación significa que, con el correr del tiempo, la madre deja de sentirse responsable de
su hijo, por lo menos en una medida considerable. Eso es lo más espantoso de todo: la
evacuación obligó a los padres a dejar de preocuparse por sus propios hijos. Si se aferraban a
un niño y trataban de mantener vigente su responsabilidad hacia él cuando se encontraba a
muchos kilómetros de distancia, es probable que su vida fuera un infierno y que además
debilitara con ello el sentido de responsabilidad que se desarrollaba en los padres
circunstanciales, quienes tenían la ventaja de estar en contacto con el niño. ¡Imaginen el
conflicto en la mente de un buen progenitor común en esos momentos! A la madre no le
quedaba más recurso que llenar su vida con otros intereses; quizá comenzó a trabajar en una
fábrica o se dedicó a actividades de defensa civil, o desarrolló una vida privada que le
permitió olvidar su profundo dolor. Además de preocuparse por sus hijos, a menudo se
angustiaba por su esposo en el frente de batalla, y debía encontrar la manera de manejar sus
instintos frente a la prolongada ausencia de marido.
En comparación con todo esto, ¡qué poco importante parece el estallido de una bomba!
Los niños partieron y crearon así un gran vacío, pero con el correr del tiempo esa brecha
se fue cerrando y el vacío comenzó a olvidarse. El tiempo cura cualquier dolor y, aunque de
mala gana, los padres comienzan a descubrir nuevos intereses. Como ya dije, muchas mujeres
empezaron a trabajar, y otras tuvieron más hijos. Incluso sé de algunas que tenían dificultad
para recordar cómo eran sus chicos. Si no se escriben cartas con frecuencia, es muy difícil
seguir el rastro de media docena de chicos desparramados por todo el país y que posiblemente
cambien de domicilio con cierta frecuencia.
Lo que quiero decir ahora es que cuando los niños regresan a casa no siempre llenan
fácilmente el vacío que crearon al partir, por la sencilla razón de que ese vacío ya no existe.
La madre y el niño pudieron arreglárselas a pesar de la separación, y cuando se encuentren
tendrán que comenzar desde el principio a conocerse. Este proceso lleva tiempo, y es
necesario darle tiempo. Es inútil que la madre se precipite hacia el niño y le arroje los brazos
al cuello sin averiguar primero si el niño está en condiciones de responder con sinceridad. Las
criaturas pueden ser brutalmente sinceras, y la frialdad es muy dolorosa. Por otro lado, si se
les da tiempo, los sentimientos pueden desarrollarse en forma natural, y una madre puede
verse repentinamente gratificada por un abrazo genuino, que valió la pena esperar. La casa
sigue siendo el hogar del niño y creo que éste se alegrará después de un tiempo de haber
vuelto, si la madre sabe esperar.
En los dos o tres años de separación, tanto la madre como el niño han cambiado, sobre
todo el niño, para quien tres años de vida es una eternidad. Resulta trágico pensar que tantos
progenitores hayan tenido que perderse esa experiencia tan fugaz, la infancia de sus propios
hijos. Al cabo de tres años el niño es la misma persona, pero ha perdido todos los rasgos que
caracterizan a una criatura de 6 años, porque ahora tiene 9. Y entonces, desde luego, aunque el
hogar haya escapado a la destrucción de los bombardeos, aunque sea exactamente igual al que
el niño dejó, le parece mucho más pequeño, porque él es mucho más grande. A esto se agrega
que puede haber residido en una casa mucho más amplia que la propia en la ciudad, y que
quizás haya tenido un jardín, o incluso una granja, por la que podía correr todo lo que quisiera
y donde el único límite era no espantar a las vacas mientras se las ordeñaba. Debe ser difícil
regresar de una granja a un departamento de una o dos habitaciones en un edificio. Con todo,

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creo realmente que casi todos los niños prefieren estar en su propia casa, y se adaptarán a ella
si se les da tiempo.
Durante los períodos de espera puede haber muchas protestas. A una madre siempre le
parecerá que cuando su hijo se queja está haciendo una comparación entre ella y quienes lo
cuidaron. El niño muestra, por el tono de su voz, que algo lo decepciona. Conviene recordar
que por lo común no compara su hogar actual con el anterior, sino que compara el hogar que
encuentra con el que había construido en su imaginación mientras estaba lejos. Durante los
períodos de separación se recurre mucho a la idealización, y esto es tanto más cierto cuanto
más completa es la desunión. He comprobado que los niños y las niñas que han tenido tan
malos hogares que fue necesario proporcionarles cuidado y protección especiales, por lo
común imaginan que en alguna parte los aguarda un hogar maravilloso, con tal de que sepan
encontrarlo. Este es el principal motivo por el que tienden a escaparse: tratan de encontrar su
hogar. ¿Comprenden ahora que si bien una de las funciones de un verdadero hogar consiste en
proporcionar algo positivo en la vida del niño, otra de sus funciones es corregir la imagen del
niño, mostrándole las limitaciones de la realidad? Cuando el niño regresa al hogar con sus
expectativas fantásticas tiene que experimentar una decepción, pero al tiempo redescubre que
realmente tiene un hogar propio. También esto lleva tiempo.
De modo que cuando los niños se quejan después de su retorno, a menudo muestran que
mientras estuvieron lejos, construyeron un hogar mejor en su imaginación, un hogar que no
les negaba nada, que no tenía problemas económicos ni de espacio; de hecho, un hogar al que
sólo le faltaba una cosa: realidad. El hogar real tiene también sus ventajas, sin embargo, y los
niños resultarán gananciosos si pueden llegar a aceptarlo tal como es.
El retorno del niño evacuado es una parte importante de la experiencia de la evacuación, y
nada sería más desalentador para quienes se han preocupado por hacer de ella un éxito que
una negligencia en la última etapa. Sin duda, habría que facilitar a cada niño el regreso al
hogar, y para ello debería haber alguien responsable que conozca al niño, a los progenitores
circunstanciales y al verdadero hogar. A veces el regreso a casa un día lunes resulta
desastroso, mientras que el miércoles todo anda bien. Quizá la madre esté enferma, o haya un
nuevo bebé en la casa, o los albañiles no hayan terminado de arreglar el techo y las ventanas,
y un mes o dos más tarde la diferencia sería enorme. En más de un caso el niño regresa al
hogar pero necesita una supervisión experta durante un período, y aun entonces puede ser
necesario que viva algún tiempo en un albergue, donde puede contar con manejo
experimentado; sobre todo teniendo en cuenta que los hombres no han regresado todavía al
hogar, y un hogar sin padre no es lugar adecuado para un niño vivaz ni para una adolescente.
Por último, no debemos olvidar que para los niños con madres difíciles la evacuación ha
sido algo así como un regalo del cielo. Para esos niños, el retorno al hogar significa un retorno
a la tensión. En un mundo ideal, seguramente se les podría prestar alguna ayuda a esos niños
después de su regreso.
Será maravilloso saber que los niños de las grandes ciudades están de vuelta en sus
hogares, y yo personalmente me alegraré de ver las calles y los parques otra vez llenos de
chicos, que regresan a su casa después del colegio y que duermen en la casa de sus propios
padres. Entonces será necesario intensificar la educación, y cuando los hombres y las mujeres
vuelvan del combate habrá boy scouts y girl guides, y picnics y campamentos de vacaciones.
Pero en todos los casos hay un momento que es el del regreso, y me gustaría sentir que he
expresado claramente mi idea de que la renovación del contacto lleva tiempo, y que el manejo
de cada retorno debe ser supervisado en forma personal.

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7. EL REGRESO AL HOGAR
(Conferencia radial destinada a los padres, 1945)

Conozco un niño de 9 años que ha pasado gran parte de su corta vida lejos de su hogar en
Londres. Cuando oyó hablar sobre el retorno de los evacuados al finalizar la guerra, comenzó
a reflexionar, a hacerse a la idea y a elaborar planes. De pronto, anunció:"Cuando esté en mi
casa de Londres me voy a levantar temprano todas las mañanas para ordeñar las vacas".
En este momento, con el fin oficial de la evacuación, cuando las madres abandonan las
fábricas para dedicarse al cuidado de su casa, muchos progenitores dan la bienvenida a sus
hijos que regresan a las grandes ciudades. Este es el momento que tantas familias han estado
aguardando durante largos años, y que sería aun más feliz si también los padres pudieran
regresar al hogar.
Si no me equivoco, en este momento hay muchos están contemplando a sus hijos,
preguntándose qué piensan y sienten y, también, si están en condiciones de proporcionarles
todo lo que desean y necesitan. Me gustaría meditar unos minutos con ustedes sobre estos
problemas.
Aquí están los chicos de regreso en sus hogares, llenándonos los oídos con ruidos que
hacía mucho no escuchábamos. La gente había olvidado que los niños son ruidosos, pero
ahora lo recuerdan muy bien. Las escuelas vuelven a abrirse. Los parques acogen a sus
antiguos visitantes: madres y cochecitos, niños de todos los tamaños, formas y colores. Las
callejuelas de barrio se han convertido en canchas de cricket, en las que los niños se adaptan
gradualmente al tránsito urbano. A la vuelta de muchas esquinas surgen pandillas de nazis o
de otra clase de criminales, con armas fabricadas con trozos de madera, cazadores y
perseguidos que hacen caso omiso por igual del transeúnte. Las rayuelas de tiza reaparecen en
las veredas, para que las niñas sepan en qué cuadro deben saltar, y cuando reina buen tiempo
y no hay otra cosa que hacer, niños y niñas se dedican a realizar proezas acrobáticas y a
caminar con las manos o pararse cabeza abajo.
En mi opinión, el momento más fascinante es el de la comida, cuando esos niños corren
hacia sus hogares para comer lo que su propia madre les ha preparado. La comida en la propia
casa significa muchísimo, tanto para la madre que se toma el trabajo de conseguir los
alimentos y prepararlos, como para los hijos que la disfrutan. Y después viene el baño
nocturno, o el cuento a la hora de dormir, y el beso de despedida; todas estas cosas son
íntimas y no las vemos, pero no las ignoramos. Este es el material con que está hecho un
hogar.
Sin duda, es con estas cosas aparentemente triviales dentro y fuera del hogar que el niño
teje todo lo que una rica imaginación puede tejer. El ancho mundo es un excelente lugar para
los adultos que buscan escapar al aburrimiento, pero los niños comunes no están aburridos y
pueden experimentar todos los sentimientos que son capaces de soportar dentro de su propia
casa o a pocos pasos de la puerta de calle. El mundo resulta importante y satisfactorio
principalmente si crece, para cada individuo, a partir de la calle en que está su casa, o del
patio de atrás.
Hay algunas raras personas, supongo que muy optimistas, para quienes la evacuación
constituyó algo que traería nueva vida a los niños pobres de las ciudades. No podían
considerarla como una gran tragedia, de modo que la eligieron como una de las ocultas
bendiciones de la guerra. Pero alejar a los niños de sus hogares sanos nunca podía ser algo
bueno. Y por hogar no entiendo, como ustedes saben, una casa con todas las comodidades
modernas. Por hogar entiendo una o dos habitaciones que en la mente del niño han llegado a
asociarse con la madre y el padre, y los otros niños y el gato, y el estante o el aparador donde
se guardan los juguetes.
36
Sí, la imaginación de un niño tiene amplio lugar para desplegarse en el pequeño mundo de
su propio hogar y de su calle, y en realidad lo que permite al niño jugar y, en muchas otras
formas, disfrutar de su capacidad para enriquecer el mundo con sus propias ideas es la
seguridad real que le proporciona el hogar mismo. Aquí surge una seria preocupación cuando
tratamos de reflexionar sobre las cosas, e intentaré explicarles a qué me refiero. Digo que
cuando un niño está en su casa puede experimentar allí toda la escala de sus sentimientos, y
ello sólo puede resultar provechoso. Al mismo tiempo, no me alegran demasiado las ideas que
surgen en la mente del niño con respecto al hogar cuando se aleja de él durante largo tiempo.
Cuando está en su casa, sabe realmente cómo es; por eso puede modificarla en su fantasía a
los fines de su juego. Y el juego no es simplemente placer, es algo esencial para su bienestar.
Cuando está lejos, por otro lado, no tiene oportunidad de saber minuto a minuto cómo es su
hogar, y así sus ideas pierden contacto con la realidad en una forma que fácilmente lo
atemoriza.
Una cosa es estar en casa y librar batallas a la vuelta de la esquina, para regresar y comer
cuando llega el mediodía, y otra muy distinta ser evacuado, perder el contacto e imaginar
asesinatos en la cocina. Una cosa es pararse sobre la cabeza en la calle por el placer de ver a la
propia casa al revés antes de entrar en ella, y otra muy distinta estar a doscientas millas de
distancia, convencido de que la casa está en llamas o destruida.
Si una madre se trastorna cuando su hijo se queja de que su hogar no es tan bueno como él
esperaba, puede estar segura de que tampoco es tan malo como él esperaba. Si eso es cierto,
comprenderán cuánto más libre es un niño cuando está en su casa que cuando se encuentra
lejos. Su regreso al hogar puede iniciar una nueva era de libertad para el pensamiento y la
imaginación, siempre y cuando pueda tomarse tiempo para comprobar que lo que es real es
real. Esto lleva tiempo, y es necesario permitir un lento despertar de la confianza.
¿Qué ocurre cuando un niño comienza a sentirse libre, libre para pensar lo que le place,
para jugar a lo que se le ocurre, para encontrar las partes perdidas de su personalidad? Sin
duda, también comienza a actuar libremente, a descubrir impulsos que habían estado
dormidos mientras estuvo lejos, y a mostrarlos. Comienza a ser descarado, a perder el control,
a dejar una parte de la comida, a preocupar a la madre y molestarla en sus otros intereses. Es
probable que trate también de ver qué pasa si le roba alguna cosita para verificar hasta qué
punto es cierto que se trata realmente de su madre y de que, en un cierto sentido, lo que le
pertenece a ella también le pertenece a él. Todos estos signos pueden constituir un paso hacia
adelante en el desarrollo, la primera etapa de un sentimiento de seguridad, aunque
enloquecedora desde el punto de vista de la madre. El niño ha tenido que ser su propia madre
y su propio padre severos mientras estuvo lejos y, sin lugar a dudas, ha tenido que ser
demasiado estricto consigo mismo para estar seguro, a menos que no haya podido soportar la
situación y se haya visto envuelto en dificultades en su hogar adoptivo. Sin embargo, ya de
vuelta en el propio hogar, podrá tomarse unas vacaciones del autocontrol, por la sencilla razón
de que dejará ahora el control en manos de la madre. Algunos niños han estado viviendo un
autocontrol artificial y exagerado durante años, y cabe suponer que cuando comiencen a
permitir que la madre se haga cargo del control, una vez más se convertirán hasta cierto punto
en una molestia. Es por eso que resultaría muy conveniente que el padre estuviera también de
regreso en ese momento.
Creo que algunas madres se preguntan genuinamente si les es posible dar a su hijo, en
Paddington, Portsmouth o Plymouth, tanto como le dio la gente que cuidó de él en el campo,
donde había prados y flores, vacas y cerdos, verduras y huevos frescos. ¿Puede competir el
hogar con albergues dirigidos por personas experimentadas, donde había juegos organizados,
carpintería para los días de lluvia, conejos que aumentaban de número en jaulas construidas
por los niños, paseos de fin de semana por los alrededores, y médicos que se ocupaban del
cuerpo y la mente de los niños? Sé que todas estas cosas se hacían muy a menudo y muy bien
en los hogares adoptivos y en los albergues, pero no hay muchos que se atrevan a afirmar que
todo eso constituye un buen sustituto de un buen hogar. Estoy seguro de que, en general, por
simple que sea el hogar del niño, es más valioso para él que cualquier otro lugar en que viva.
37
La comida y el alojamiento no son las únicas cosas que cuentan, y ni siquiera el hecho de
proporcionar ocupaciones para los momentos de ocio, aunque todos sabemos muy bien que
esas cosas son bastante importantes. Es posible proporcionarlas en abundancia y, sin embargo,
faltará lo esencial si los padres de un niño, o sus padres adoptivos o tutores, no son las
personas que se responsabilizan por su desarrollo. Está también el problema, ya mencionado,
sobre la necesidad de tomarse unas vacaciones del autocontrol. Para que un niño crezca de tal
modo que pueda descubrir la parte más profunda de su naturaleza es necesario que alguien sea
desafiado, e incluso odiado por momentos, y ¿quién si no los padres del niño está en
condiciones de ser odiado sin que exista el peligro de un rompimiento definitivo en la
relación?
Con el regreso de los hijos, quienes han logrado mantener a flote un hogar durante esos
años de amarga separación pueden comenzar ahora, como padre y madre, a reparar el daño
infligido al desarrollo de sus hijos por la falta de continuidad en su manejo. Esos padres
asumieron una responsabilidad conjunta por su venida al mundo, y creo que ahora anhelan
asumirla nuevamente, pero esta vez para ayudarlos a convertirse en ciudadanos.
Como vimos, este asunto del hogar y la familia no es un lecho de rosas; el regreso de un
hijo no significa que ahora la madre tiene quien le haga las compras (salvo que su propio
impulso lo lleve a hacerlo) y el retorno de una hija no significa que la madre tiene alguien que
le lave los platos (salvo, nuevamente, que el impulso la lleve a hacerlo). Su retorno significa
que la vida de la madre será más rica, pero menos privada. Habrá pocas recompensas
inmediatas. A veces deseará que los chicos vuelvan a su lugar de residencia anterior. Todos
comprendemos lo que le pasa a esa madre, y a veces las cosas le resultarán tan difíciles que
necesitará ayuda. Lo que ocurre es que algunos de los niños han sido tan lastimados por la
evacuación que manejarlos está más allá de la posibilidad de los padres. Pero si estos logran
salir adelante, y los hijos se convierten en ciudadanos, habrán realizado la mejor tarea del
mundo. Sé de buena fuente que es maravilloso ayudar a los hijos a alcanzar la independencia
y establecer sus propios hogares, y también a trabajar en algo que les produzca placer y a
disfrutar de las riquezas de la civilización, que deben defender y promover. Los padres
tendrán que ser fuertes en su actitud para con los hijos, así como comprensivos y cariñosos, y
si eventualmente tendrán que mostrarse firmes vale la pena comenzar con firmeza. Resulta
bastante injusto mostrar firmeza repentinamente cuando ya es tarde, cuando el niño ya ha
comenzado a ponerlos a prueba y a comprobar hasta qué punto puede confiar en ellos.
Y ahora, ¿qué diremos del niño que soñaba con regresar a su casa y ordeñar las vacas?
Resulta evidente que no sabía mucho sobre las ciudades y la vida urbana, pero no creo que
eso importe demasiado. Lo que pensé cuando oí esa frase fue que el niño tenía una idea, y
bastante buena. Asociaba regresar al hogar con algo directo y personal. Había visto ordeñar
vacas en la granja vecina a su albergue, pero nunca pudo hacerlo él mismo. Ahora que la
guerra ha terminado, ¡volvemos a casa y basta de intermediarios! ¡Ordeñemos las vacas
nosotros mismos! No es una mala actitud para los evacuados que retornan. Confiemos en que
haya habido una madre y un padre esperando a Ronald, dispuestos, como él, a la expresión
afectuosa directa, dispuestos a un abrazo fácil para darle el comienzo de una nueva
oportunidad de entenderse con un mundo difícil.

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8. MANEJO RESIDENCIAL COMO TRATAMIENTO PARA NIÑOS
DIFÍCILES
(Escrito en colaboración con Clare Britton para Human Relations, 1947)

Los autores debieron tomar parte en un proyecto de guerra que surgió en cierto condado
de Gran Bretaña en torno al problema presentado por los niños evacuados de Londres y otras
grandes ciudades. Es bien sabido que parte de los niños evacuados no lograron adaptarse a sus
alojamientos circunstanciales y que, mientras que algunos de ellos regresaron a sus familias y
a los ataques aéreos, muchos permanecieron en aquéllos y se constituyeron en una verdadera
molestia, salvo cuando se pudo proporcionarles condiciones especiales de manejo. Como
psiquiatra visitante y asistente social psiquiátrica residente, formamos un pequeño equipo
destinado a lograr que un proyecto de este tipo tuviera éxito en nuestro país. Nuestra tarea
consistía en asegurarnos de que se utilizaran realmente todos los recursos disponibles para
manejar los problemas que se planteaban: uno de nosotros (D. W. W.), como pediatra y
psiquiatra de niños que había ejercido sobre todo en Londres, pudo relacionar los problemas
específicamente vinculados con la situación de guerra y los problemas correspondientes de la
experiencia recogida en tiempos de paz.
El plan que se desarrolló fue necesariamente complejo, y sería difícil decir que un diente
del engranaje tenía más importancia que cualquier otro. Por lo tanto, hemos de describir lo
que ocurrió, porque se nos pidió que lo hiciéramos, y sin que pretendamos ser particularmente
responsables por lo que de bueno hubo en todo ello; los criterios expresados son propios y se
dan sin ninguna referencia a los otros participantes en el proyecto.
Quizá sería mejor decir que también en nuestra tarea de asegurar que los niños recibieran
realmente cuidado y tratamiento teníamos que tener presente la situación total, porque en
todos los casos se necesitaba mucho más de lo que podía hacerse y de lo que, en realidad, se
hacía; y en cada caso, por lo tanto, la evaluación de la situación total ejercía considerable
influencia práctica. Lo que deseamos describir en particular es precisamente esa relación entre
el trabajo realizado con cada niño y la situación total.
Debe mencionarse que no hubo intento alguno de hacer de este proyecto un caso especial
o un modelo piloto. No se buscaron ni se aceptaron subsidios de entidades dedicadas a la
investigación. No se pretende afirmar que el proyecto con el que estuvimos relacionados fue
particularmente eficaz o exitoso, o que alcanzó mejores resultados en nuestro condado que en
otros. Es probable que la forma en que se desarrollaron las cosas en este condado hubiera
resultado inadecuada en cualquier otro; y lo que sucedió puede tomarse como ejemplo de una
adaptación natural a las circunstancias.
De hecho, un rasgo significativo de todos los proyectos de guerra de este tipo fue la falta
de un planeamiento rígido, lo cual permitió que cada Departamento Regional del Ministerio
de Salud (de hecho, en cada condado de cada región) se adaptara a las necesidades locales;
con el resultado de que al concluir la guerra nos encontramos con tantos tipos de proyecto
como condados. Podría considerarse que esto constituye una falla de la planificación general;
pero en este sentido sugerimos que la oportunidad de adaptarse tiene más valor que la
previsión. Si se elabora y se aplica un proyecto rígido, se fuerzan situaciones antieconómicas
cuando las circunstancias locales no admiten una adaptación; más importante aún, las
personas que se ven atraídas a la tarea de aplicar un programa fijo son muy distintas de las
que se interesan por desarrollar un proyecto por sí mismas. La actitud del Ministerio de Salud,
al que le incumbió manejar estas cuestiones, nos parece haber apelado a una originalidad

39
creadora y, por ende, a un interés vivo por parte de quienes debían organizar el trabajo y los
proyectos de trabajo de acuerdo con las necesidades locales.1
En toda actividad relativa al cuidado de seres humanos, lo que se precisa son individuos
con originalidad y un hondo sentido de la responsabilidad. Cuando, como en este caso, los
seres humanos son niños, niños que carecen de un ambiente específicamente adaptado a sus
necesidades individuales, los participantes que prefieren seguir un plan rígido quedan
descalificados para la tarea. Todo amplio proyecto para el cuidado de niños carentes de una
vida hogareña adecuada debe ser, por lo tanto, de tal tipo que permita un amplio grado de
adaptación local y atraiga a personas de criterio igualmente amplio para trabajar en él.

EL PROBLEMA EXISTENTE
Los niños evacuados de las grandes ciudades eran enviados a los hogares de personas
corrientes. Pronto se tornó obvio que parte de esos niños resultaba difícil de ubicar, y no sólo
por el hecho de que algunos hogares fueran inadecuados.
Los problemas de ubicación planteados en estos términos pronto degeneraban en casos de
conducta antisocial. Un niño que no se adaptaba a su nuevo hogar regresaba a su casa y al
peligro, o bien cambiaba de lugar de residencia; varios cambios de residencia indicaban una
situación degenerativa, y tendían a ser el preludio de algún acto antisocial. En esa etapa, la
opinión pública devenía un factor importante en la situación: por un lado, había alarma
pública y las actividades judiciales que representaban las actitudes habituales para con la
delincuencia, y por el otro, estaba la preocupación organizadora del Ministerio de Salud por
desarrollar en cada localidad el interés por proporcionar a esos niños otro tipo de manejo, que
impidiera su presentación final en los tribunales.
Los síntomas en estos casos eran de muy diversas clases. Enuresis e incontinencia fecal
ocupaban el primer lugar, pero encontramos toda la gama de dificultades posibles, incluyendo
los robos en pandillas, el incendio de parvas de heno, el descarrilamiento intencional de
trenes, ausentismo escolar, huida del hogar y asociación con soldados. Desde luego, también
hubo signos más evidentes de angustia, así como estallidos maníacos, fases depresivas,
enfurruñamientos, conducta desusada o enajenada y deterioro de la personalidad con pérdida
de interés por la ropa y la higiene.
Pronto se descubrió que los cuadros sintomáticos carecían de valor diagnóstico, y sólo
revelaban que la angustia era resultado de una falla ecológica en el nuevo hogar adoptivo. Las
condiciones anormales de la evacuación prácticamente tornaban imposible reconocer la
enfermedad psicológica, en el sentido de una profunda perturbación endopsíquica
aparentemente no relacionada con el ambiente. Esta situación se vio complicada por el
proceso natural de mutua elección que llevó a los niños psicológicamente sanos a elegir los
mejores alojamientos.
La reacción inicial de las autoridades ante la aparición de un grupo conflictivo de niños
fue dar a esas criaturas tratamiento psicológico individual, así como lugares donde pudiera
alojárselos mientras recibían tratamiento. Con todo, poco a poco se vio que en este sentido era
menester contar con el tipo de manejo que ofrecen las instituciones de internados. Además,
pronto se tornó evidente que ese manejo constituía por sí mismo una terapia y que el manejo
adecuado, como terapia, debía ser práctico, pues estaba en manos de personas que carecían de
una formación acabada, es decir, de custodios que no eran expertos en psicoterapia sino que
estaban informados, guiados y apoyados por el equipo psiquiátrico.
Como medida básica, por lo tanto, se organizaron albergues de internados para la atención
de los niños evacuados difíciles. En nuestro condado se utilizó en primer término una gran
institución que estaba fuera de uso, pero debido a las dificultades de esa experiencia inicial las

1
Podría decirse que el Ministerio de Salud “arrojó” una tarea a un condado, observó los resultados y actuó en
consecuencia, situación que evoca el principio de tareas realizadas por “grupos sin lideres”, utilizado en el organismo
encargado de la selección de oficiales en el Ejército británico.

40
autoridades locales tuvieron la idea de establecer varios albergues pequeños, que se
manejarían en forma personal,2 mientras que el nombramiento de un asistente social
psiquiátrico (ASP) que debía residir en ese condado surgió de la necesidad de coordinar el
trabajo de los diversos albergues, y de reunir experiencia de un modo que beneficiase al
proyecto en su conjunto.
En las primeras etapas se pensó que era posible ofrecer un tratamiento que permitiera a
cada niño encontrar ubicación en un nuevo hogar, pero la experiencia demostró que esa idea
se basaba en una subestimación de la gravedad del caso. Era tarea del psiquiatra llamar la
atención sobre el hecho de que esos niños estaban seriamente afectados por la evacuación, y
que casi todos ellos tenían razones personales por las que ningún hogar adoptivo les resultaba
bueno; debía demostrar, de hecho, que esos fracasos en la evacuación se producían casi
siempre en niños que provenían de hogares perturbados, o que nunca habían tenido en su
propia casa el ejemplo de un buen ambiente.
La terapia mediante el manejo en albergues de internados requería una política estable, y
fue preciso modificar las intenciones originales con respecto a los albergues para que los
niños pudieran permanecer durante períodos indefinidos, hasta dos, tres o cuatro años. En la
mayoría de los casos, los niños que resultaban difíciles de ubicar carecían de un hogar
satisfactorio, habían experimentado la desintegración del hogar, o estaban a punto de
experimentarla justo antes de la evacuación. Lo que necesitaban, por ende, no era tanto un
sustituto de su propio hogar sino experiencias hogareñas primarias satisfactorias.
Por experiencia hogareña primaria se entiende la experiencia de un ambiente adaptado a
las necesidades especiales del bebé y del niño pequeño, sin la cual es imposible establecer los
fundamentos de la salud mental. Sin una persona específicamente orientada hacia sus
necesidades, el bebé no puede encontrar una relación eficaz con la realidad externa. Sin
alguien que le proporcione gratificaciones instintivas satisfactorias, el bebé no puede
encontrar su cuerpo ni desarrollar una personalidad integrada. Sin alguien a quien amar y
odiar, no puede llegar a darse cuenta de que ama y odia a una misma persona, y encontrar así
su sentimiento de culpa y su deseo de reparar y restaurar. Sin un ambiente físico y humano
limitado que pueda conocer, no puede descubrir en qué medida sus ideas agresivas resultan
realmente inocuas, y, por lo tanto, no puede establecer la diferencia entre fantasía y realidad.
Sin un padre y una madre que estén juntos, y que asuman una responsabilidad conjunta por él
no puede encontrar y expresar su necesidad de separarlos, y experimentar alivio cuando
fracasa en ese intento. El desarrollo emocional de los primeros años es complejo y resulta
imposible saltear etapas; y todo niño necesita indispensablemente cierto grado de ambiente
favorable para superar las primeras y esenciales etapas de este desarrollo.
Para que tengan valor, estas experiencias hogareñas primarias proporcionadas tardíamente
en los albergues debían ser estables durante un período medido en años y no en meses; y
resulta fácil comprender que los resultados nunca podrían ser tan buenos como los de los
buenos hogares primarios. Por lo tanto, el éxito en la tarea de los albergues debe medirse por
el grado en que morigeraron el fracaso del hogar verdadero.
Un corolario de todo esto es que, para ser eficaz, la labor del albergue debe apelar a todo
lo que pueda encerrar algún valor en el propio hogar del niño.

LA TAREA

Hay varias maneras de describir el problema concreto:


1. Proteger al público de la "molestia" ocasionada por los niños difíciles de alojar.
2. Resolver los sentimientos públicos conflictivos de irritación y preocupación
por los niños.
3. Intentar impedir la delincuencia.
4. Tratar de curar a esos niños "molestos" sobre la base de que estaban enfermos.
2
Cf. Curtis Report on the care of children (1946) H. M. S. O., Londres.
41
5. Intentar ayudarlos sobre la base de su sufrimiento oculto.
6. Intentar descubrir la mejor forma de manejo y tratamiento para este tipo de
caso psiquiátrico, aparte de la emergencia específica de la guerra.

Se verá que estas diversas formas de plantear la tarea deben tenerse en cuenta cuando se
hace esta pregunta: “¿Cuáles fueron los resultados?". Con respecto a estas distintas
formulaciones de la tarea podríamos decir lo siguiente:
1.En lo que se refiere a disminuir las "molestias" provocadas por los niños difíciles, 285
fueron hospedados y manejados en albergues; y esto constituyó un éxito, excepto en el caso
de unos 12 que huyeron.
2.Con respecto a la irritación pública, muchas sintieron frustradas a menudo por el
hecho de que los “delitos” de los niños se trataban como signos de angustia, en lugar do
tratarlos como acciones que merecían un castigo; por ejemplo, un granjero a quien unos
chicos le incendiaron el granero se quejaba de que los culpables parecían haberse
beneficiado, en lugar de lo contrario, por su acto antisocial. En cuanto a la preocupación del
público, muchas personas que estaban genuinamente preocupadas por el estado de cosas se
sintieron aliviadas al saber que el problema había sido encarado. El trabajo de los albergues
adquirió valor de noticia.
3.En una proporción de casos, se logró prevenir definitivamente la delincuencia; por
ejemplo, cuando un niño inevitablemente destinado al tribunal de menores antes de ser
admitido en el proyecto, logró con esa ayuda pasar por la adolescencia y encontrar empleo
sin mayores incidentes y sin el control del Ministerio del Interior. En otras palabras, se
manejó la dificultad como una cuestión de salud individual y social, y no como una mera
venganza pública (inconsciente). La delincuencia potencial se trató como lo que es: una
enfermedad.
4.Si consideramos que se trata de un problema de enfermedad, se devolvió la salud a
una pequeña proporción de niños, y muchos otros pudieron mejorar apreciablemente su
condición psicológica.
5.Desde el punto de vista de los niños, en muchos de ellos se descubrió un intenso
sufrimiento, así como una enajenación oculta e incluso a veces manifiesta; y en el curso del
trabajo rutinario se alivió en cierta medida, y se compartió en gran medida, mucho dolor. En
unos pocos casos personales pudo efectuarse también psicoterapia, pero sólo lo suficiente
para demostrar la enorme necesidad que existe (sobre la base del sufrimiento real) de terapia
personal, en mayor medida de la que jamás podrá ofrecerse.
6.Desde el punto de vista sociológico, el funcionamiento del proyecto total constituyó
una indicación de la forma de tratar a los niños potencialmente antisociales y dementes 3 que
padecen de trastornos no provocados por la guerra, si bien la evacuación hizo público el
hecho de su existencia.

EL PROYECTO CRECE

Así, el proyecto surgió de las agudas necesidades locales y del sentimiento, propio de la
época de guerra, de que cualquier gasto resultaría justificado siempre y cuando la aplicación
del proyecto resolviera el problema. Debido a la guerra, fue posible requisar casas y, en unos
pocos meses, había cinco albergues que integraban el grupo y se mantenían relaciones
amistosas con muchos otros. Desde luego, se proveyeron enfermerías, incluso en demasía,

3
La palabra demente (insane) se utiliza aquí deliberadamente, pues ninguna otra palabra resulta correcta y el término
oficial, "inadaptado", desvirtúa toda la cuestión.

42
para el tratamiento de los evacuados físicamente enfermos, por lo que quedaba disponible
lugar para alguno de los enfermos psicológicos de los albergues.
El arreglo fue el siguiente:
La autoridad nacional, el Ministerio de Salud, cubrió el ciento por ciento del presupuesto
del Consejo del Condado, esto es, aceptó plena responsabilidad financiera por este trabajo. El
Consejo nombró un comité de residentes en el condado, eligiéndolo entre ciudadanos
destacados (cuyo secretario era el representante ante el Consejo) con poderes para actuar así
como para informar y recomendar a su autoridad superior inmediata. Se nombró también un
asistente social psiquiátrico full-time para cooperar con el psiquiatra visitante que recorría el
condado una vez por semana. A partir de ese momento, el pequeño equipo psiquiátrico estaba
en condiciones de prestar a las cuestiones personales la atención que resulta esencial en esta
clase de tarea y, al tiempo, a través de reuniones del comité, podía mantener contacto con el
aspecto administrativo general de la situación. De hecho, cuando se alcanzó esta etapa, con el
amplio panorama central del Ministerio se pudo enfocar cuestiones de detalle.
Cuando se examinan estas disposiciones, se comprende que con ellas se logró establecer
un círculo.
Los niños con problemas, debido a que constituían una molestia, habían creado una
opinión pública que apoyaba las medidas destinadas a ayudarlos y que, de hecho, satisfacía
sus necesidades.
Sería erróneo decir que la demanda produce oferta en los asuntos humanos. Las
necesidades de los niños no producen buen trato, y ahora que ha terminado la guerra, resulta
difícil conseguir algo como albergues para esos mismos niños cuyas necesidades fueron
satisfechas en tiempo de guerra. El hecho es que, en épocas de paz, el valor de molestia de los
niños con problemas disminuye, y la opinión pública retorna a su estado de indiferencia
somnolienta. En tiempos de guerra, la evacuación llevó los problemas de tales niños a las
zonas rurales; también los exageró en momentos en que la tensión emocional general de la
comunidad y la escasez de artículos y de mano de obra tornaban imperativa la prevención de
daños y robos, y hacían ver con malos ojos todo aquello que diera más trabajo a la policía.
No se trató de que la angustia de esos niños provocara una preocupación por ellos, sino
más bien de que el temor de la sociedad frente a la conducta antisocial que padecía en un
momento inoportuno puso en marcha una cadena de hechos que podían ser utilizados por
quienes conocían el sufrimiento de los niños para proporcionar una terapia bajo la forma de
manejo prolongado en internados, con cuidado personal a cargo de un equipo idóneo y bien
informado.

EL EQUIPO PSIQUIÁTRICO

Debido a la situación descrita, la tarea del equipo psiquiátrico ofrecía dos aspectos: por un
lado, era necesario poner en práctica los propósitos del Ministerio y, por el otro, se imponía
satisfacer y estudiar las necesidades de los niños. Por fortuna, el equipo tenía responsabilidad
directa frente a un comité que quería recibir información sobre todos los detalles.
En esta experiencia de guerra, el comité voluntario estuvo compuesto siempre por los
mismos miembros y, por lo tanto, se desarrolló junto con el proyecto. Por ser estable, el
comité compartió con el equipo psiquiátrico un gradual "crecimiento en la tarea", de modo
que cada éxito o fracaso contribuyó a reunir una experiencia que tuvo aplicación general y
benefició a todos los albergues.
Para ilustrarlo, es posible referir casos específicos, aun cuando el avance principal fue de
índole general y no susceptible de ilustración.
1) Gradualmente se adoptó la idea de nombrar como custodios a matrimonios. Al principio
se trató de un experimento, que sólo podía realizarse en una atmósfera de mutua comprensión,

43
por las complicaciones que creaban los problemas de la propia familia de los custodios y su
relación con los niños del albergue.
2) La cuestión del castigo corporal se planteó en el comité, en el momento adecuado, por
medio de un memorándum, lo cual llevó a la formulación de un criterio definido.4
3) Se propuso la idea, que gradualmente se adoptó, de que era mejor tener una sola
persona (en este caso el asistente social psiquiátrico) en el centro de todo el proyecto, en lugar
de que la responsabilidad se compartiera con la parte administrativa, con la consiguiente
superposición y desperdicio de experiencias, ya que sería imposible integrarlas con la
experiencia total.
4) El psiquiatra fue originalmente nombrado para efectuar terapia. Ello se modificó luego,
asignándole la tarea de clasificar los casos antes de su admisión, y de decidir en cuanto a la
elección de albergues. A la larga se convirtió en el terapeuta indirecto de los niños a través de
sus charlas regulares con los custodios y su personal.
En éstas y en otras innumerables formas, el comité y el equipo psiquiátrico empleado por
él mantuvieron la flexibilidad y se adaptaron juntos a la tarea.
Resulta imposible sobrestimar la importancia de todo esto, que se pone en evidencia al
comparar esa situación con la relación directa con un Ministerio. En la administración pública
británica es esencial que los funcionarios adquieran experiencia en los diversos departamentos
del gobierno. El resultado es que si uno establece una relación personal y comprensiva con el
jefe de un departamento en un ministerio, cuando se producen los inevitables cambios que
traen aparejados la capacitación y la promoción, hay que comenzar desde el principio con otro
individuo. Cuando esto ha ocurrido ya varias veces, uno comprueba que si bien siente que ha
crecido con el trabajo mismo, ya no puede sentir que el jefe de la sección ha crecido también,
ni esperar comprensión en cuanto a los detalles de la tarea. Puesto que indudablemente esta
situación debe aceptarse como un fenómeno inevitable en las grandes organizaciones
centralizadas, se debe recurrir a tales organizaciones en busca de una dirección general, pero
hay que abandonar todo intento de mantenerlas en contacto con los detalles. No obstante, en
ninguna tarea el detalle es más importante que en la relacionada con niños; y por eso siempre
debe haber un comité de "liaison” constituido por personas interesadas que representen a la
organización madre y que, a pesar de ello, sean capaces de descender a los detalles que
constituyen la principal preocupación de quienes trabajan directamente en el campo, y estén
dispuestas a hacerlo.
Era importante que el asistente social psiquiátrico pudiera asumir una gran
responsabilidad, y ello fue posible gracias a su conocimiento de que contaba con el apoyo del
representante ante el Consejo y del psiquiatra. Este último, por el hecho de vivir apartado de
los problemas inmediatos, podía considerar los detalles locales sin un compromiso emocional
profundo y, al mismo tiempo, por ser médico, podía asumir los riesgos que debían enfrentarse
con el fin de hacer lo mejor posible para los niños.
He aquí un ejemplo de los beneficios del apoyo y la responsabilidad de un especialista. Un
custodio llama por teléfono al asistente social psiquiátrico y le dice: "Uno de los chicos se
subió al techo, ¿qué puedo hacer?" No se atrevía a asumir plena responsabilidad, pues no
contaba con formación psiquiátrica, y sabía que el niño tenía tendencias suicidas. El asistente
social psiquiátrico sabe que cuenta con respaldo psiquiátrico cuando responde: "No le preste
atención y corra el riesgo". El custodio sabe que ésta es la mejor actitud, pero sin respaldo
habría tenido que dejar lo que estaba haciendo en ese momento, descuidar las necesidades de
los otros chicos, quizá llamar a los bomberos, y dañar así al niño al atribuirle tanta

4
Con respecto al castigo corporal, la norma era que el comité confiara en el custodio que había nombrado, y dejaba en
sus manos el derecho a infligir castigos corporales. Si al comité le disgustaba la actuación de un custodio, la solución en
cambiarlo por otro, en lugar de intervenir directamente. Los niños pronto descubren la existencia de limitaciones al castigo
corporal, y en la práctica un custodio se encuentra muy limitado en su acción si el comité lo frena. En un caso, debido a que
el comité abrigaba ciertas dudas, se pidió a un custodio que anotara todos los castigos en un libro, que se revisaba
semanalmente. Además de esta política general, había una tendencia a educar al personal, de modo que el castigo corporal se
evitaba en la medida de lo posible. La comprensión de las dificultades personales de cada niño a menudo permitía prevenir la
conducta pasible de castigo, y en algunos grupos el castigo corporal fue realmente raro durante largos periodos.
44
importancia a él y a su travesura. De hecho, el resultado de su respuesta fue que durante la
comida siguiente el niño estaba en su lugar y no se había producido ningún alboroto.
El asistente social psiquiátrico y el psiquiatra visitante constituían un equipo psiquiátrico
que evitaba toda situación engorrosa por el hecho de ser pequeño y que, no obstante, podía
asumir responsabilidad en un amplio ámbito. Era posible tomar decisiones rápidas y poner en
práctica actitudes dentro del marco de los poderes del comité que los había nombrado y ante
el cual eran directamente responsables.
Me aquí algunos otros ejemplos de detalles que demostraron ser importantes:
1. Encontramos necesario tomarnos el trabajo de reunir los fragmentos de la historia
de cada niño y permitir que éste supiera que por lo menos una persona sabía todo lo relativo
a él.
2. Todos los miembros del personal del albergue eran importantes. Un niño podía
estar recibiendo ayuda especial a través de su relación con el jardinero o la cocinera. Por esa
razón, la elección del personal era una cuestión que nos interesaba mucho.
3. Podía suceder que, repentinamente, un custodio no tolerase más a un niño en
particular, y que la evaluación objetiva de ese problema exigiera un conocimiento muy
íntimo de la situación. Nos manejábamos con el principio de que un custodio debe estar en
condiciones de expresar sus sentimientos a alguien que, en caso de necesidad, podía tomar
una decisión o impedir que el problema originara una crisis innecesaria.

CLASIFICACIÓN PARA LA UBICACIÓN

Los distintos tipos de trabajo psiquiátrico requieren distintas maneras de clasificar a los
pacientes. A los fines de ubicar satisfactoriamente a estos niños en los albergues, la
clasificación de acuerdo con los síntomas resultaba inútil y no se la utilizó. Se desarrollaron y
aplicaron los siguientes principios:
1. En muchos casos resultó imposible establecer provechosamente un diagnóstico
adecuado hasta que no se hubo observado al niño en un grupo durante un período.
Con respecto a la cantidad de tiempo necesaria, una semana es mejor que nada, pero tres
meses es mejor que una semana.
2. Si es posible obtener la historia del desarrollo del niño, la existencia o no de un hogar
estable constituye un hecho de importancia fundamental.
En el primer caso, es posible utilizar la experiencia que el niño tiene del hogar, y el
albergue puede hacer acordar al niño de su propio hogar y ampliar la idea de hogar ya
existente en él. En el segundo caso, el albergue debe proporcionar un hogar primario, y
entonces la idea que tiene el niño de su propio hogar se mezcla o se confunde con el hogar
ideal de sus sueños, en comparación con el cual el albergue resulta un lugar bastante
deficiente.
3. Si existe un hogar, de cualquier tipo, es importante conocer sus anormalidades.
Por ejemplo, un progenitor que sea un caso psiquiátrico, certificado o imposible de
certificar, un hermano dominante o antisocial, condiciones de vivienda que constituyen por sí
mismas una persecución. La vida en el albergue puede corregir hasta cierto punto estas
anormalidades con el correr del tiempo, y capacitar poco a poco al niño para que considere
objetivamente, e incluso comprensivamente, su propio hogar.
4. Si se conocen más detalles, es de gran importancia saber si el niño tuvo o no una
relación satisfactoria con la madre. Si ha tenido la experiencia de una buena relación
temprana, aunque la haya perdido, podrá recuperarla en su relación con algún miembro del
personal. Si ese buen comienzo nunca se dio, el albergue no tiene ninguna posibilidad de
crearlo, ab initio. A menudo la respuesta a este serio problema es una cuestión de grados, a
pesar de lo cual vale la pena buscarla. En muchos casos es imposible obtener una historia

45
fidedigna, y entonces se torna necesario reconstruir el pasado a través de la observación del
niño en el albergue durante varios meses.
5. Durante el período de observación en el albergue hay ciertos indicios especialmente
valiosos, como la capacidad de jugar, de perseverar en el esfuerzo constructivo y de encontrar
amigos.
Si un niño puede jugar, ya se cuenta con un signo favorable. Si disfruta con el esfuerzo
constructivo y persevera en él sin una exagerada supervisión y sin necesidad de aliento,
entonces hay mayores esperanzas de que la vida en el albergue ejerza una influencia
beneficiosa. La capacidad para hacer amigos también es un signo valioso. Los niños ansiosos
cambian de amigos con frecuencia y con excesiva facilidad, y las criaturas seriamente
perturbadas sólo pueden llegar a pertenecer a una pandilla, es decir, un grupo cuya cohesión
depende del manejo de la persecución. La mayoría de los niños ubicados en albergues de
evacuación se mostraron al comienzo incapaces de jugar, de sostener un esfuerzo constructivo
o de consolidar amistades.
6. Los defectos mentales tienen importancia evidente, y en cualquier grupo de albergues
para niños debe haber una sección especial para los que tienen bajo nivel intelectual.
Ello no se debe tan sólo a que necesitan manejo y educación especiales, sino también a
que agotan inútilmente al personal y despiertan un sentimiento de desesperanza. En una tarea
tan difícil como es la de trabajar con niños con problemas, debe existir alguna esperanza de
recompensa, aunque ésta no llegue nunca.
7. La conducta extravagante o dispersa y ciertas características inusuales de algunos niños
preanuncian que, en general, constituyen material poco promisorio para la terapia mediante el
manejo en el albergue. Tales niños desconciertan a los miembros del personal y los llevan a
sentir que ellos también están locos. De cualquier manera, los niños de este tipo necesitan
psicoterapia personal, si bien, aun cuando sea posible proporcionarles ese tratamiento, su
curación está a menudo más allá de la comprensión con que contamos hoy. En realidad, son
casos de investigación para analistas emprendedores, y hay pocas instituciones satisfactorias
para estas criaturas.
La clasificación bosquejada constituyó la base para la ubicación de los niños, pero la
consideración esencial siempre debe ser: ¿qué pueden soportar este albergue, estos custodios,
este grupo de niños, en este momento particular? Pronto se comprobó que era nocivo ubicar a
un niño en un albergue simplemente porque necesitaba cuidados y había una vacante allí.
Todo niño nuevo, perturbado en la forma en que lo estaban estos fracasos en la aceptación de
un hogar circunstancial, no puede dejar de significar, al comienzo, una complicación y no un
beneficio para la comunidad de un albergue. Estos niños (salvo quizás en las primeras
semanas, engañosas e irreales) no contribuyen con nada y absorben energía emocional. Si el
grupo los acepta, pueden contribuir en alguna medida, bajo supervisión, pero este es el
resultado de arduos esfuerzos por parte del personal y de los niños ya establecidos. No hay
nada más útil para los custodios de un albergue que esto: al incorporar a un niño nuevo, es
necesario presentárselo a los custodios antes de resolver definitivamente el problema relativo
a su ubicación. Cuando se sigue esta política, el equipo sugiere que el niño sea ubicado en el
albergue, pero los custodios tienen a aceptarlo o rechazarlo. Si éstos consideran que pueden
recibir a ese nuevo niño, entonces ya han comenzado a quererlo. Con el otro método, el de
reclutar los niños sin consulta previa, los custodios no pueden evitar sus sentimientos
negativos iniciales hacia el niño, y los otros sentimientos sólo aparecen con el correr del
tiempo y con mucha suerte. Resultó muy difícil poner en obra esta decisión conjunta con
respecto a la admisión, pero se hicieron todos los esfuerzos necesarios para evitar las
excepciones a la regla, debido a la enorme diferencia práctica entre los dos métodos.

LA IDEA TERAPÉUTICA CENTRAL

46
La idea central del proyecto consistía en proporcionar a los niños una estabilidad que ellos
pudieran llegar a conocer, que pudieran poner a prueba, en la que gradualmente llegaran a
creer, y en torno de la cual pudieran jugar. Esta estabilidad, en esencia, existía al margen de la
capacidad de los niños, individual o colectivamente para crearla o mantenerla.5
La estabilidad ambiental era transmitida por la comunidad en general a los niños. El
Ministerio proporcionaba el trasfondo, con la ayuda del Consejo. De ese trasfondo surgía el
comité, que en este proyecto estaba afortunadamente constituido por un grupo de personas
experimentadas y responsables, lo cual permitía confiar en su continuidad. Luego estaba el
personal del albergue, así como los edificios y terrenos, y la atmósfera emocional general. La
tarea del equipo psiquiátrico consistía en traducir la estabilidad esencial del proyecto en
términos de estabilidad emocional en los albergues. Sólo cuando los custodios se sienten
felices, satisfechos y estables, pueden los niños beneficiarse de su relación con ellos. En estos
albergues los custodios se encuentran en una posición tan difícil que necesitan
indispensablemente la comprensión y el apoyo de alguien. En el proyecto que describimos, el
equipo psiquiátrico era el encargado de proporcionar ese apoyo.
Lo esencial, pues, era la creación de estabilidad, y sobre todo de estabilidad emocional, en
el personal del albergue, aunque, desde luego, ello nunca podía lograrse completamente. No
obstante, esa era siempre la finalidad de la tarea. A fin de ayudar a crear un trasfondo
emocional estable para los niños, se recomendó al comité, y se adoptó, la política de emplear
custodios casados, ya mencionada. Los custodios casados pueden tener hijos propios, y
entonces surgen enormes complicaciones. Con todo, esas complicaciones se ven compensadas
por el enriquecimiento de la comunidad del albergue a raíz de la existencia de una familia real
en su seno.
Alguna vez se dijo en tono de crítica: "el albergue parece estar hecho para que lo disfrute
su personal”, pero para nosotros no se trataba de una crítica. El personal debe llevar una vida
satisfactoria, debe tener tiempo libre, vacaciones adecuadas y, en tiempos de paz, una
recompensa económica justa, para que se pueda realizar algún trabajo con los niños enfermos
y antisociales. No basta con proporcionar a un precioso albergue un buen personal. Para que
el manejo en un internado resulte eficaz, el personal debe permanecer en el albergue durante
un período suficientemente prolongado como para que pueda ocuparse de los niños hasta que
les llegue el momento de dejar la escuela y empezar a trabajar, pues la tarea del personal no
termina hasta que han puesto a los niños en el mundo.
I
No hay ninguna capacitación particular para custodios de albergues, y aunque lo hubiera
su selección como personas adecuadas para la tarea tendría mayor importancia que su
formación. Resulta imposible generalizar con respecto al tipo de persona que puede ser un
buen custodio. Nuestros custodios eficaces han diferido entre sí ampliamente en cuanto a
educación, experiencia previa e intereses, y han provenido de diversos ámbitos. Damos una
lista de las ocupaciones previas de algunos de ellos: maestro, asistente social, asistente
eclesiástico, artista comercial, profesor y directora de una escuela, maestro y directora de un
instituto correccional, empleado en una institución de asistencia pública, asistente social de
reclusos.
Encontramos que la naturaleza de la formación y la experiencia previas importa muy
poco en comparación con la capacidad para asimilar nuevas experiencias y para manejar en
forma genuina y espontánea los hechos y las relaciones de la vida. Esto reviste máxima
importancia, pues sólo quienes tienen bastante confianza como para ser ellos mismos y
manejarse con naturalidad pueden actuar con congruencia a lo largo de los días. Además, los
niños que llegan a los albergues someten a los custodios a tan severa prueba que sólo quienes

5
Sin duda, los experimentos en el sentido de que los niños establezcan su propio gobierno central siempre deberían
hacerse, si hay que hacerlos, con quienes han tenido una buena experiencia temprana en el hogar. En el caso de estos chicos
deprivados, parece cruel obligarlos a hacer precisamente aquello sobre lo cual no abrigan esperanza.

47
son capaces de ser ellos mismos soportan el esfuerzo. Debemos señalar, sin embarco, que hay
momentos en que los custodios deben "actuar naturalmente" en el sentido en que un actor lo
hace. Ello resulta particularmente relevante en el caso de los niños enfermos. Si un niño se
presenta llorando y dice: "Me corté el dedo", justo en el momento en que el custodio está
preparando su planilla de impuesto a los réditos, o cuando la cocinera ha anunciado que se va,
aquél debe actuar como si el niño no se hubiera presentado en un momento tan molesto, pues
esos niños a menudo son demasiado enfermos o ansiosos como para aceptar las dificultades
personales del custodio, . además de las propias.
Por lo tanto, tratamos de elegir a quienes poseen esa capacidad de ser consecuentemente
naturales en su conducta, pues nos parece un rasgo esencial para esta tarea. También
consideramos importante la posesión de alguna aptitud para la música, la pintura, la cerámica,
etc. Por encima de todas estas cosas, sin embargo, es vital que los custodios sientan un
genuino amor por los niños, pues sólo eso les permitirá ayudarlos a atravesar las inevitables
dificultades de la vida en un albergue.
Las personas brillantes que organizan muy bien un albergue y pasan a otro para hacer allí
lo mismo, constituyen una desventaja en lo que a los niños respecta. Lo que torna valioso el
hogar es su naturaleza permanente y no la eficacia con que está organizado.
No esperamos que los custodios pongan en práctica ningún régimen prescrito ni que
apliquen planes aprobados. Los individuos a quienes es necesario indicar qué deben hacer no
sirven, porque las cosas importantes deben decidirse en el momento y en una forma que
resulte natural para quien debe actuar. Sólo así se torna real la relación del custodio con el
niño, y, por ende, importante para éste. Se alienta a los custodios a construir un hogar y una
vida de comunidad según su propia capacidad, y se comprueba que lo hacen de acuerdo con
sus creencias y forma de vida. Por lo tanto, nunca habrá dos albergues iguales.
Comprobamos que hay algunos que prefieren organizar grupos grandes de niños, y otros
que prefieren tener relaciones personales íntimas con unas pocas criaturas. Algunos se
inclinan por el trabajo con niños anormales de un tipo u otro, y otros prefieren manejar
retardados mentales.
La educación de los custodios para la tarea es importante, y se ha considerado
previamente como parte de la tarea del psiquiatra y del asistente social psiquiátrico. Lo más
eficaz es realizar esa educación en el trabajo mismo, mediante el examen de los problemas
que se plantean. Es conveniente que los custodios tengan suficiente confianza en sí mismos
como para saber razonar en términos psicológicos y discutir los problemas con otros colegas y
con personas experimentadas.
La elección del resto del personal para el albergue, aparte de los custodios, ofrece
dificultades peculiares, sobre todo cuando los niños son más bien antisociales. En el caso de
niños normales, los ayudantes pueden ser personas jóvenes que se están formando para la
tarea, practicando la asunción de responsabilidad y actuando por propia iniciativa, con vistas a
ser custodios en el futuro. Cuando los niños son antisociales, sin embargo, el manejo debe ser
firme y a veces, incluso, dictatorial, de modo que los ayudantes deben transmitir
constantemente órdenes del custodio aunque prefieran seguir su propia iniciativa. Por lo tanto,
se cansan con facilidad o bien disfrutan de no tener que tomar decisiones, en cuyo caso
tampoco son muy útiles. Estos problemas son inherentes a la tarea.
II
Si se reconoce cuán íntimamente está ligado el sentimiento de seguridad de un niño a su
relación con los padres, se torna evidente que ninguna otra persona puede darle tanto. Todo
niño tiene derecho a un hogar propio en el que pueda crecer, y sólo una desgracia lo priva de
él.
En nuestra tarea en el albergue, por lo tanto, aceptamos que no podemos dar a los niños
nada tan bueno como su propio hogar y que sólo podemos ofrecerle un sustituto.

48
Cada albergue trata de reproducir tan acabadamente como puede un ambiente hogareño
para cada uno de sus niños. Ello significa, en primer lugar, proveerlo de cosas positivas: una
morada, comida, ropa, amor y comprensión humanos; un horario, instrucción escolar,
materiales e ideas que contribuyan a enriquecer su juego y a realizar un trabajo constructivo.
El albergue proporciona también padres sustitutos y otras relaciones humanas. Y luego,
cuando todo esto ha sido provisto, cada niño, según el grado de su desconfianza y de
desesperanza con respecto a la pérdida de su propio hogar (y a veces su reconocimiento de
todo lo que era inadecuado en él), se dedica a poner a prueba al personal del albergue tal
como lo haría con sus propios padres. A veces lo hace directamente, pero la mayor parte del
tiempo se contenta con lograr que otro niño lo haga por él. Un elemento importante de estas
pruebas es que no se trata de algo que, una vez realizado, termine. Siempre hay alguien que
constituye un estorbo. A menudo un miembro del personal dice: "Todo estaría muy bien si no
fuera por Tommy ..”, pero en realidad todos los demás pueden permitirse estar "bien"
precisamente porque Tommy constituye una molestia y les demuestra que el hogar puede
soportar la prueba a que lo somete Tommy y, por ende, probablemente soportar también la
que ellos podrían imponerle.
La respuesta habitual de un niño ubicado en un buen albergue tiene tres fases. Durante la
primera y breve fase, el niño se muestra notablemente "normal" (transcurrirá mucho tiempo
antes de que vuelva a ser tan normal); alienta nuevas esperanzas, rara vez ve a la gente tal
como es, y el personal y los otros chicos todavía no le han dado motivos para sentirse
decepcionado. Casi todos los niños pasan por un breve período de buena conducta al llegar al
albergue. Es una etapa peligrosa, pues lo que el niño ve y a lo que responde en el custodio y
su personal es su propio ideal de un padre y una madre buenos. Los adultos se inclinan a
pensar: "Este niño se da cuenta de que somos buenos y confía fácilmente en nosotros". Pero el
niño no ve que sean buenos; no los ve en absoluto, simplemente imagina que lo son. Es un
síntoma de enfermedad creer que algo pueda ser ciento por ciento bueno y el niño comienza
con un ideal que está destinado a derrumbarse.
Tarde o temprano, el niño entra en la segunda fase, el derrumbe de su ideal. Comienza por
poner a prueba en forma física al edificio y la gente. Quiere saber cuánto daño puede causar y
hasta dónde puede llegar impunemente. Luego, si comprueba que él puede ser manejado en el
aspecto físico, es decir, que el lugar y la gente que lo habita nada tienen que temer de él desde
el punto de vista físico, comienza su verificación mediante sutilezas, creando discordias entre
los miembros del personal, tratando de que la gente se pelee, de que se traicionen y haciendo
todo lo posible para beneficiarse con todo ello. Cuando un albergue no se maneja en forma
satisfactoria, la segunda fase se convierte en un rasgo casi constante.
Si el albergue soporta estas pruebas, el niño pasa a la tercera fase, se acomoda con un
suspiro de alivio, y se une a la vida del grupo como un miembro corriente. Debe tenerse en
cuenta que sus primeros contactos reales con los otros niños asumirán probablemente la forma
de una pelea o algún tipo de ataque, y hemos observado que, con frecuencia, el primer niño
atacado por el recién llegado se convierte más tarde en su primer amigo.
En síntesis, los albergues proporcionan cosas buenas y positivas, y oportunidades para que
su valor y su realidad sean constantemente puestos a prueba por los niños. El sentimentalismo
no tiene sentido en el manejo de niños, y ningún beneficio final puede resultar de ofrecerles
condiciones artificiales de indulgencia; mediante una justicia cuidadosamente administrada,
es necesario enfrentarlos poco a poco con las consecuencias de sus propias acciones
destructivas. Cada niño podrá soportar todo esto en tanto haya podido sacar algo bueno y
positivo de la vida en el albergue, esto es, en tanto haya encontrado personas verdaderamente
dignas de confianza, y haya comenzado a construir un sentimiento de confianza en ellos y en
sí mismo.
Debe recordarse que los niños necesitan que se respete la ley y el orden, y que ese respeto
constituye un alivio para ellos, pues significa que la vida en el albergue y las cosas buenas que
éste representa serán preservadas a pesar de todo lo que ellos puedan hacer.

49
El inmenso esfuerzo que representan veinticuatro horas dedicadas al cuidado de estos
niños no se reconoce con facilidad en los sectores de más jerarquía, y quien sólo está de visita
en un albergue y no comprometido con él puede olvidar con facilidad este hecho. Cabría
preguntar por qué los custodios permiten que se los complique emocionalmente. La respuesta
es que esos niños, que buscan una experiencia hogareña primaria, no progresan en absoluto a
menos que alguien se comprometa emocionalmente con ellos. Cuando estos niños comienzan
a sentir esperanzas, lo primero que hacen es exasperar a alguien. La experiencia siguiente
constituye la esencia de la terapéutica por medio de albergues. Se deduce, por lo tanto, que los
albergues deben ser pequeños. Además, los custodios no pueden aceptar ni un niño más de los
que son capaces de tolerar emocionalmente en cualquier momento dado, pues si se coloca un
niño de más a su cuidado, se ven obligados a protegerse mediante la indiferencia frente a
alguien que no está preparado para soportarla.
El número de personas por el que un ser humano puede preocuparse seriamente en un
momento dado tiene un límite, y si se pasa por alto este hecho, el custodio se ve obligado a
realizar un trabajo superficial e inútil, y a reemplazar con un manejo dictatorial la sana mezcla
de amor y firmeza que preferiría utilizar. O bien, y ésta es una experiencia bastante común, se
derrumba y anula todo lo logrado hasta ese momento, pues todo cambio de custodios produce
bajas entre los niños e interrumpe la terapia natural de la tarea en el albergue.

50
9. ALBERGUES PARA NIÑOS EN TIEMPOS DE GUERRA Y DE PAZ

(Contribución al simposio sobre “Lecciones de psiquiatría infantil", leída en una reunión


de la sección médica de la Sociedad Psicológica Británica el 27 de febrero de 1946, y
posteriormente revisada y publicada en 1948)

La evacuación creó sus propios problemas, y la guerra, su propia solución a los


problemas. ¿Podemos utilizar, en la paz, los resultados de lo que tan penosamente se
experimentó en momentos de tensión aguda y conciencia del peligro común'?
La experiencia de la evacuación probablemente aportó muy poco de nuevo a la teoría
psicológica, pero no cabe duda de que, gracias a ella, llegaron a ser conocidas por gran
cantidad de personas cosas que de otra manera habrían permanecido ignoradas. Sobre todo el
público en general tomó conciencia del hecho de la conducta antisocial, desde mojarse en la
cama hasta provocar el descarrilamiento de trenes.
Se ha dicho con acierto que el hecho de la conducta antisocial constituye un factor
estabilizador en la sociedad, que es (en cierto sentido) un retorno de lo reprimido, algo que
nos recuerda la espontaneidad o impulsividad individual y la negación social de lo
inconsciente a que ha quedado relegado el instinto.
Por mi parte, tuve la fortuna de trabajar con un concejo provincial (entre 1939 y 1946) en
conexión con un grupo de cinco albergues para niños que resultaba difícil ubicar en hogares
particulares. Durante ese trabajo, que significó una visita semanal al condado, llegué a
conocer detalladamente a 285 niños, la mayoría de los cuales fueron observados durante
varios años. Nuestra tarea consistía en encarar los problemas inmediatos, y tuvimos éxito o
fracasamos en la medida en que logramos solucionarles o no, a los encargados de la
evacuación local, las dificultades que amenazaban con hacer fracasar su trabajo. Ahora que la
guerra ha terminado, todavía pueden extraerse elementos valiosos de la experiencia por la que
pasamos, sobre todo del hecho de que el público tenga ahora conciencia de las tendencias
antisociales como fenómenos psicológicos.
Desde luego, no queremos sugerir que los albergues, o escuelas de pupilaje para niños
inadaptados como se los llama oficialmente ahora, constituyen una panacea para los
trastornos emocionales infantiles. Nos inclinamos a pensar en el manejo en albergues,
simplemente porque la alternativa es no hacer nada en absoluto, debido a la escasez de
psicoterapeutas. Pero es necesario controlar esta tendencia. Con esta salvedad, puede
afirmarse que hay niños que necesitan urgentemente que se cuide de ellos en alguna especie
de hogar. En mi clínica en el Hospital de Niños de Paddington Green (una sala de atención
médica externa) hay una proporción de casos que necesitan indispensablemente el manejo que
se proporciona en un albergue.
Hay dos grandes categorías de estas clases de niños en tiempos de paz: niños cuyos
hogares no existen o cuyos padres no pueden ofrecerles un trasfondo estable en el que el niño
pueda desarrollarse, y niños que tienen un hogar pero en el cual un progenitor está
mentalmente enfermo. Tales criaturas se presentan en nuestras clínicas de tiempos de paz y
comprobamos que necesitan exactamente lo mismo que aquellas otras que nos resultó difícil
ubicar durante la guerra. Su ambiente familiar les ha fallado. Digamos que esos niños
necesitan estabilidad ambiental, manejo personal y continuidad de manejo. Suponemos un
nivel corriente de cuidado físico.
Para asegurar el manejo personal, quienes trabajan en un albergue deben ser idóneos y los
custodios deben estar en condiciones de soportar el esfuerzo emocional inherente al cuidado
adecuado de un niño, pero sobre todo de niños cuyos propios hogares no han podido soportar
esa tensión. Por esa razón, los custodios necesitan del apoyo constante del psiquiatra y el

51
asistente social psiquiátrico.6 Los niños (no conscientemente) apelan al albergue y, si éste
fracasa, a la sociedad en un sentido más amplio, en busca de un marco para su vida, que su
propio hogar no pudo darles. Cuando no se cuenta con personas idóneas, no sólo se torna
imposible el manejo personal, sino que además aquéllas están expuestas a la enfermedad y a
los colapsos y, por ende, se pone en peligro la continuidad de la relación personal, que es
esencial en este trabajo.
El psiquiatra que está a cargo de una clínica desde la que se envían casos a los albergues
debería trabajar en uno de ellos, a fin de mantenerse en contacto con los problemas especiales
que este trabajo envuelve. Lo mismo puede decirse de los magistrados en los tribunales de
menores, quienes harían muy bien en formar parte de los comités que dirigen los albergues.

Psicoterapia. En el caso de las criaturas antisociales examinadas en las clínicas, resulta


inútil limitarse a recomendar una psicoterapia. Lo esencial es ubicar a cada niño en el
albergue adecuado, y la ubicación adecuada hace las veces de terapia en un considerable
número de casos, siempre y cuando se le dé tiempo. Es posible utilizar además psicoterapia, y
es fundamental hacer los arreglos pertinentes con mucho tacto. Si se dispone de un
psicoterapeuta, y si los custodios del albergue necesitan realmente ayuda con respecto a un
niño, entonces puede utilizarse la psicoterapia individual. Pero surge una complicación que no
se puede ignorar: para el cuidado eficaz de un niño de este tipo, el mismo debe llegar a
convertirse casi en una parte del custodio, y si alguna otra persona le proporciona tratamiento,
el niño puede perder algo vital en su relación con el custodio (o con algún miembro del
personal) y al psicoterapeuta no le resultará fácil compensar esa pérdida por más que esté en
condiciones de ofrecer una comprensión más profunda. Cuando los custodios son eficaces
para este tipo de tarea, en general no ven con gran simpatía la psicoterapia de los niños a su
cuidado. En la misma forma, a los buenos padres les molesta profundamente que sus hijos se
sometan a un psicoanálisis, aun cuando ellos mismos lo soliciten y cooperen plenamente.
En este proyecto, el asistente social psiquiátrico y yo nos mantuvimos en íntimo contacto
con los custodios, tanto en lo relativo a sus problemas personales como en lo concerniente a
los niños y a los problemas de manejo que se presentaban. Esto contrasta con el trabajo
corriente en una clínica, donde el psiquiatra puede resultar particularmente eficaz en una
relación personal directa con cada paciente infantil y con los padres.

Provisión de albergues. No debe sorprendernos el hecho de que los ministerios hayan


establecido medidas que favorecieron a los albergues, y tampoco el encontrarnos con niños
que necesitan albergues y descubrir que, no obstante, nada ocurre e incluso muchos albergues
están cerrando sus puertas por todo el país. El contacto entre la oferta y la necesidad sólo
pueden proporcionarlo hombres y mujeres capaces, dispuestos a vivir una experiencia con los
niños y a permitir que un grupo les robe unos cuantos años de su vida. Aquellos de nosotros
que estamos clínicamente comprometidos con esos niños debemos desempeñar en todo
momento un papel en el intento de reunir las tres cosas -política oficial, custodios y niños- y
no esperar que ocurra nada realmente bueno aparte de nuestros propios esfuerzos voluntarios
y personales. Incluso en la medicina estatal, las ideas y los contactos clínicos corresponden al
clínico, sin el cual el mejor proyecto resulta ineficaz.

Ubicación. El método que evidentemente debe adoptar una organización de gran tamaño
(como el Concejo Municipal de Londres, o un ministerio) consiste en organizar la distribución
de los casos desde una oficina central que se mantenga en contacto con los diversos grupos de
albergues. Si tengo en mi clínica un niño que necesita un albergue (y eso siempre es urgente),
debo enviar un informe que incluya el cociente intelectual y un informe escolar a la oficina
central, desde donde se distribuye cada caso según la rutina. Pero yo no entro en el juego, ni
6
Parecería que al psiquiatra le incumbe cierta responsabilidad por la elección del personal, ya que el estado mental y
físico de las personas que lo integran es esencial en la terapia. Un albergue cuyo personal es elegido y manejado por una
autoridad, y cuyos niños están bajo el cuidado de otra, no tiene muchas probabilidades de alcanzar el éxito
52
lo hacen los padres, salvo cuando el niño está tan mal que lo único urgente es librarse de él de
inmediato. En esta producción en masa falta por completo un elemento personal. El hecho es
que si tengo un niño a mi cuidado no puedo sencillamente poner su nombre en alguna lista. Se
debe permitir a médicos y padres que participen en la ubicación de sus hijos; deben
comprobar que lo que se les proporciona es efectivamente bueno.
Debe haber algún vínculo personal entre la clínica y el albergue; alguien tiene que conocer
a alguien allí. Si nadie se conoce, surge la desconfianza, porque en la imaginación hay padres
malos, médicos malos, custodios malos, albergues malos, ministerios malos. Y por malo
entiendo malintencionado. Si un médico o un custodio no es conocido como bueno,
fácilmente se le atribuyen intenciones malévolas.
Resulta evidente que nuestros hogares para convalecientes no son apropiados para esos
niños, que por lo común gozan de excelente salud y necesitan un manejo a largo plazo por
parte de custodios especialmente elegidos y apoyados por el asistente social psiquiátrico y el
psiquiatra. Por otra parte, las enfermeras adiestradas en hospitales parecen tornarse
inadecuadas para esta tarea por su misma formación profesional; además, muchos pediatras
ignoran todo lo relativo a la psicología.

Prevención de la delincuencia. Se trata de una tarea profiláctica para el Ministerio del


Interior, cuya principal función consiste en aplicar la ley. Por un motivo u otro, he encontrado
oposición a esta idea entre médicos que trabajan para el Ministerio del Interior. Pero los
albergues para evacuados en todo el país lograron impedir que muchos niños llegaran a los
tribunales, ahorrando así enormes sumas de dinero, al tiempo que producían ciudadanos en
lugar de delincuentes; y desde nuestro punto de vista como médicos, lo importante es que los
niños han estado bajo el cuidado del Ministerio de Salud, esto es, que se los reconoció como
enfermos. Sólo cabe esperar que el Ministerio de Educación, que ahora se ha hecho cargo de
este problema, resulte tan eficaz en épocas de paz como el Ministerio de Salud durante la
guerra, en esta tarea para el Ministerio del Interior.

Tesis principal. Gracias a mis dos cargos pude estar en contacto con la necesidad de
albergues en Londres, al mismo tiempo que me encargaba de la creación de albergues en un
área de evacuación. Como médico de un hospital de niños en Londres, me impresionó la
forma en que esta solución de tiempos de guerra resolvía el problema relativo al manejo de
los casos antisociales en épocas de paz. En dieciséis ocasiones pude enviar pacientes
infantiles externos a los albergues que yo visitaba como psiquiatra. Sucedió por casualidad
que tuve ambos puestos, y me parece una buena medida, que podría adaptarse a las
condiciones de la paz. Debido a mi posición, pude constituirme en un vínculo entre el niño,
las padres o parientes, y los custodios del albergue y también entre el pasado, el presente y el
futuro del niño.
El valor de esta tarea no debe medirse solamente por el grado de alivio en la enfermedad
psiquiátrica de cada niño. Su valor radica también en la provisión de un lugar donde el
médico pueda ocuparse de niños que, sin él, degeneran en el hospital o en el hogar, causando
honda angustia a los adultos y muchas dificultades a otros niños.
Resulta triste pensar que muchos de los albergues de la época de la guerra han cerrado, y
que ahora no se hace ningún intento serio por proporcionar ese tipo de ubicación tan necesaria
para los casos antisociales precoces. En cuanto a los niños dementes, no se toma para ellos
ninguna medida. Oficialmente no existen.


Este párrafo fue escrito en 1945. (Nota de los E)
53
Segunda parte

NATURALEZA Y ORÍGENES

DE LA TENDENCIA ANTISOCIAL

54
INTRODUCCIÓN DE LOS COMPILADORES

Hemos ordenado los trabajos que integran la Segunda Parte procurando agrupar los
diversos aspectos del enfoque global de Winnicott sobre la tendencia antisocial de tal
manera que su lectura resulte amena y comprensible.
Muy a menudo, la destructividad forma parte de la conducta delictiva; de ahí que
iniciemos esta sección con dos trabajos referentes a las raíces de la agresión, dirigidos a
los progenitores y a otras personas responsables del cuidado de niños de corta edad. El
primero, escrito en 1939, es un capítulo del libro The Child and the Family,
actualmente agotado; el segundo, que data de 1964, reemplaza al anterior en The Child,
the Family and the Outside World, editado por Penguin Books. En ambos, Winnicott
entiende las raíces de la agresión como algo innato que coexiste con el amor. El primer
trabajo está muy influido por Melanie Klein, quien, desarrollando ideas de Freud, señaló
que la elaboración del impulso destructivo presente en el mundo interior del niño se
transforma, con el tiempo, en el deseo de reparar, construir y asumir responsabilidades.
El segundo artículo da una explicación más original: en él Winnicott equipara la
agresividad existente en los comienzos de la vida con el movimiento corporal, por un
lado, y con la diferenciación entre lo que es el self y lo que no es el self, por el otro.
Asimismo, hace hincapié en el juego y en el uso de los símbolos como medios de
contención de la destructividad interior (esta idea ya aparece prefigurada en la
disertación "El regreso al hogar", incluida en la Primera parte).
Winnicott infiere que la destructividad caracteriza al niño antisocial cuya
personalidad no deja espacio para el jugar y que, por ende, éste es reemplazado por la
actuación (acting out). El lector hallará diferentes enfoques de estos y otros aspectos de
la destructividad en los capítulos "Agresión, culpa y reparación" (un trabajo hasta ahora
inédito, que data de 1960), de la Segunda Parte, y “¿Las escuelas progresivas dan
demasiada libertad al niño?" (1965), de la Tercera parte.
El segundo capítulo de esta sección, escrito en 1963, es la exposición más completa
que ha formulado acerca de la capacidad que tiene todo individuo de desarrollar un
sentimiento de preocupación por el otro, o sea, de responsabilidad personal por la
destructividad que lleva dentro de sí como parte de su naturaleza. El autor ya había
tratado el mismo tema en e! trabajo que encabeza esta Segunda Parte, pero ofrece
básicamente una adaptación y reelaboración propias del concepto de "posición
depresiva" ideado por Klein. Una de las diferencias principales es el mayor énfasis
puesto por Winnicott en la importancia del ambiente humano (en particular, de la
madre) en lo que atañe a atender y a nutrir la tendencia innata del niño hacia la
preocupación por el otro. Dicha importancia viene muy al caso en el presente contexto,
pues, según Winnicott es precisamente en este período de desarrollo de la capacidad de
preocuparse (digamos, desde los 6 meses a los 2 años de edad) cuando la deprivación o
la pérdida pueden acarrear consecuencias particularmente devastadoras: tal vez entrañen
la supresión u obstrucción del incipiente proceso de socialización, originado en las
tendencias innatas del niño.
El artículo siguiente, "La ausencia de un sentimiento de culpa" (1966) establece un
nexo directo entre esta idea de la obstrucción de la capacidad de preocuparse y la
tendencia antisocial. Nos recuerda asimismo que la moral social implica una
transigencia ... y aquí Winnicott expresa su opinión de que el principio moral más
temprano y riguroso consiste en no traicionar al self.


Versión castellana: Conozca a su niño, Buenos Aires, Paidos, 1984, 2º ed.

55
"Psicología de la separación", escrito en 1958 para los asistentes sociales, también
está ligado a estas ideas. Parte de las ideas sobre el duelo enunciadas por Freud y
muestra de qué modo el duelo depende de la capacidad de tolerar el odio hacia una
persona que ha sido amada y perdida. Ninguno de estos dos trabajos había sido
publicado hasta ahora.
El capítulo "La tendencia antisocial" (1958) ocupa el centro de esta sección, por ser
la exposición más concluyente que ha dejado Winnicott sobre el tema. En él describe las
dos orientaciones de la conducta antisocial que a su juicio eran las importantes,
ejemplificadas por el robo y la mentira, de un lado, y los actos destructivos, del otro.
Rastrea sus orígenes en la vida de los bebés y los niños de corta edad, y formula el
concepto de que la delincuencia es un signo de esperanza.
“Algunos aspectos psicológicos de la delincuencia juvenil" es una disertación
pronunciada en 1946 ante un grupo de magistrados. Aunque en cierto modo pertenece al
conjunto de trabajos escritos durante la guerra, la incluimos aquí porque expresa en un
lenguaje más simple mucho de lo dicho en "La tendencia antisocial"; además, pone
mayor énfasis en la tendencia destructiva presente en la delincuencia, o sea, en la
búsqueda de un marco seguro dentro del cual estén a salvo los impulsos y la
espontaneidad. Esta disertación representa un punto en la trayectoria de Winnicott en el
que iban cobrando nitidez muchas de las ideas que habría de utilizar en trabajos
posteriores.
Los dos últimos capítulos de la Segunda parte, "Luchando por superar la fase de
desaliento malhumorado" (1961) y "La juventud no dormirá" (1964) tratan la conexión
entre la adolescencia y la conducta antisocial, exploran la atmósfera por entonces
reinante en el mundo social y, valiéndose de la teoría del desarrollo emocional, indican
las razones del comportamiento característico del adolescente y su desconfianza hacia
las soluciones de compromiso. La conducta antisocial aparece aquí como un desafío que
los elementos maduros de la sociedad deben afrontar y contener con firmeza, si bien
Winnicott afirma que la única "cura” para la adolescencia es el paso del tiempo. En todo
el campo de la psicología no existe, probablemente, otro autor que haya enfocado en
forma tan práctica los problemas de la adolescencia.

56
10. LA AGRESIÓN Y SUS RAÍCES

(Artículo destinado a los docentes, escrito alrededor de 1939)

AGRESIÓN

El amor y el odio constituyen los dos principales elementos a partir de los cuales se
elaboran todos los asuntos humanos. Tanto el amor como el odio implican agresión. La
agresión, por otro lado, puede ser un síntoma del miedo.
Sería una tarea muy compleja examinar a fondo las cuestiones envueltas en esta
afirmación preliminar, pero es posible decir algunas cosas relativamente simples sobre
la agresión, dentro de los alcances de este trabajo.
Comienzo con un supuesto, que no todos consideran justificado; todo el bien y el
mal que se puede encontrar en el mundo de las relaciones humanas ha de encontrarse en
el corazón del ser humano. Llevo el supuesto aun más lejos y afirmo que en el niño hay
amor y odio de plena intensidad humana.
Si se piensa en términos de lo que el niño está organizado para soportar, se llega
fácilmente a la conclusión de que el amor y el odio no son experimentados con mayor
violencia por el adulto que por el niño pequeño.
Si se acepta todo esto, se deduce que basta observar al ser humano adulto, al niño o
al bebé, para comprobar que el amor y el odio existen en ellos; pero si el problema fuera
tan simple, no habría problema. De todas las tendencias humanas, la agresión, en
particular, está oculta, disfrazada, desviada, se la atribuye a factores externos y cuando
aparece siempre resulta difícil rastrear sus orígenes.
Los maestros conocen los impulsos agresivos de sus alumnos, sean latentes o
manifiestos, y cada tanto se ven obligados a enfrentar estallidos agresivos o niños
agresivos. Mientras escribo esto alcanzo a escuchar estas palabras: "Debe sufrir por una
energía superflua que no está bien canalizada". (Escribo esto sentado en el parque de
una escuela donde los maestros realizan una reunión, y parte de sus palabras llegan
hasta mis oídos.)
Aquí se percibe que la energía instintiva que está encerrada constituye un peligro
potencial para el individuo y la comunidad, pero cuando se trata de aplicar esa verdad
surgen complicaciones reveladoras de que todavía queda mucho por aprender sobre los
orígenes de la agresividad.
Una vez más, la charla de los maestros llega hasta mí: “…¿y saben lo que hizo el
último trimestre? Me trajo un ramito violetas, y casi me dejo engañar, pero después supe
que las había robado del jardín vecino. 'Dad al César...', dije. ¡Incluso roba dinero y les
compra caramelos a los otros chicos...!"
Desde luego, aquí no se trata de una simple agresión. La niña desea sentir afecto
hacia los demás, pero no tiene mayores esperanzas respecto de su capacidad para ello.
Quizá lo logre por un momento si la maestra o los otros chicos se engañar, pero para ser
digna de amor debe conseguir algo de una fuente exterior a sí misma.
A fin de comprender las dificultades de una niña como ésta debemos comprender
sus fantasías inconscientes. Es donde podemos estar seguros de encontrar la agresión
que origina su sentimiento de desesperanza y, por ende, indirectamente provoca su
actitud antisocial. Pues la conducta agresiva de los niños que llega a la atención de un
maestro nunca es una cuestión de mero surgimiento de instintos agresivos primitivos.

57
No es posible construir una teoría útil de la agresividad infantil partiendo de esa premisa
falsa.
Antes de examinar la fantasía, buscaremos la agresión primaria que aparece en las
relaciones externas. ¿Cómo podemos acercarnos a ella?
Desde luego, debemos estar preparados para descubrir que nunca podemos ver
desnudo el odio que, según sabemos, existe en el corazón humano. Incluso el niño
pequeño que nos quiere hacer saber que le gusta dejar caer ladrillos, sólo nos informa de
ello porque en ese momento participa en la actividad general de construir una torre con
ladrillos, y en ella puede ser destructivo sin sentirse desesperanzado.
Un niño bastante tímido de 4 años tiene ataques durante los cuales se muestra
completamente irrazonable. Le grita a la niñera, a la madre o al padre, “Les v-v-voy a q-
q-quemar 1-la c-c-c-casa! ¡Les v-v-voy a arr-rr-rrancar las t-t-tripas!" Quienes no están
familiarizados con estos ataques los consideran sumamente agresivos, y en sus orígenes
lo fueron. Mágicamente destruyen. Pero, con el correr del tiempo, el niño ha llegado a
reconocer que la magia fracasa, y ha transformado los ataques agresivos en orgías en las
que goza lanzando invectivas verbales. Ese trabajo oral con las consonantes es terrible,
pero no hay ninguna violencia real. En cambio, realmente lastima a los padres cuando
no puede disfrutar de los regalos que ellos le hacen. Y la agresión es efectiva cuando se
lo lleva a un picnic, por ejemplo, pues debido a su conducta exasperante quienes lo
rodean quedan agotados. Agotar a los padres es algo que el niño más pequeño puede
hacer. Al principio los cansa sin saberlo; luego espera que disfruten de ese cansancio
que él les provoca; finalmente lo hace cuando está enojado con ellos.
Un niño de 2 años y medio fue traído a mi consultorio porque, aunque en otros
sentidos es una criatura modelo, "de pronto se pone a morder a la gente, incluso hasta
hacerla sangrar". A veces arranca mechones de cabello a quienes se ocupan de él, o
arroja tazas y platos sobre el piso. Cuando pasa el ataque, se siente triste por lo que ha
hecho.
Sucede que el niño sólo lastima a quienes ama. Principalmente, lastima a su abuela
materna, una inválida, a quien habitualmente cuida como si fuera un adulto,
acomodándole la silla y ocupándose en general de sus necesidades.
Aquí hay algo bastante parecido a la agresión primaria, pues el niño está
constantemente estimulado por la madre y la abuela, y éstas sienten (acertadamente,
según mi criterio) que el niño muerde "sólo cuando está excitado y no sabe qué hacer al
respecto". Alcanzar este atisbo de la agresión primaria a esa edad no es muy común. El
remordimiento que sigue a los ataques suele asumir la forma de proteger eficazmente a
la gente de todo daño real. En un análisis se encontraría que los ataques de este niño
encierran algo más que agresión primaria.
Alentados por este éxito parcial, pasemos al pequeño bebé. Si un bebé se dispusiera
a lastimar sin límite, no podría causar mucho daño real. ¿Puede entonces el bebé
mostrarnos la agresión desnuda?
De hecho, esto no se comprende claramente. Es bien sabido que los bebés muerden
el pecho de la madre, incluso hasta hacerlo sangrar. Con las encías pueden producir
grietas en los pezones, y cuando aparecen los dientes ya cuentan con un elemento que
les permite causar mucho daño. Una madre me dijo:"Cuando me trajeron a la nena se
abalanzó sobre mi pecho en forma salvaje, me apretó los pezones con las encías y me
hizo salir sangre. Me sentí deshecha y aterrorizada. Necesité mucho tiempo para
recuperarme del odio que se despertó en mí contra la pequeña bestia, y creo que ése fue
un motivo importante por el que ella nunca logró tenerle verdadera confianza al buen
alimento".
He aquí el relato de una madre que revela su fantasía, tanto como lo que puede haber
ocurrido en realidad. Cualquiera haya sido la actitud real de este bebé, no cabe duda de

58
que la mayoría de los niños no destruyen el pecho que se les ofrece, aunque tenemos
pruebas de que desean hacerlo e incluso de que creen destruirlo al mamar. Lo corriente
es que en el curso de doscientas o trescientas mamadas muerdan menos de una docena
de veces. ¡Y muerden principalmente cuando están excitados y no cuando están
frustrados!
Conozco a un bebé que al nacer ya había cortado un incisivo inferior, por lo que
podría haber lastimado seriamente el pezón, y luego sufrió de una inanición parcial en
su intento de proteger al pecho de todo daño. En lugar de morder el pecho, utilizaba
para mamar la parte interior del labio inferior, lo cual le provocó una lastimadura.
Parecería que en cuanto aceptamos que el bebé puede y necesita dañar, debemos
admitir la existencia de una inhibición de los impulsos agresivos que tiende a proteger
lo que el bebé ama y que, por lo tanto, corre peligro. Al poco tiempo de nacer, los bebés
varían en cuanto al grado en que muestran u ocultan la expresión directa de los
sentimientos, y constituye en cierta medida un consuelo para las madres de bebés
siempre enojados y gritones saber que el bebé buenito y dócil que duerme cuando no
come, y come cuando no duerme, no necesariamente está estableciendo un mejor
fundamento para la salud mental. Evidentemente, es valioso para el bebé experimentar
rabia con frecuencia a una edad en que no necesitan sentir remordimiento. Enojarse por
primera vez a los dieciocho meses debe ser algo verdaderamente aterrador para el niño.
Si es verdad, entonces, que el niño tiene una enorme capacidad para la destrucción,
también es cierto que tiene una enorme capacidad para proteger lo que ama de su propia
destrucción, y la principal destrucción siempre existe en su fantasía. Lo que conviene
observar con respecto a esta agresividad instintiva es que, si bien no tarda en convertirse
en algo que resulta posible movilizar al servicio del odio, originalmente forma parte del
apetito, o de alguna otra forma de amor instintivo. Es algo que aumenta durante la
excitación, y su ejercitación resulta altamente placentera.
Quizá la palabra voracidad exprese más claramente que cualquier otra la idea de
fusión original de amor y agresión, aunque el amor aquí está limitado al amor oral.
Creo que hasta ahora he descrito tres cosas. Primero, hay una voracidad teórica, o
amor-apetito primario, que puede ser cruel, dañino, peligroso, pero que lo es por azar.
La finalidad del niño es la gratificación, la tranquilidad de cuerpo y espíritu. La
gratificación trae paz, pero el niño percibe que al gratificarse pone en peligro lo que
ama. Normalmente llega a una transacción, y se tolera una gratificación considerable sin
permitirse ser demasiado peligroso. Pero, en cierta medida, se frustra, de modo que debe
odiar alguna parte de sí mismo, a menos que pueda encontrar algo fuera de él que lo
frustre y que soporte el odio.
Segundo, se llega a una separación entre lo que puede lastimar y lo que tiene menos
posibilidades de lastimar. Por ejemplo, es posible disfrutar del morder
independientemente de amar a la gente, mordiendo objetos que no pueden sentir. En
esta forma, es posible aislar los elementos agresivos del apetito y reservarlos para
cuando el niño esté enojado, y eventualmente movilizarlos para combatir la realidad
externa que se percibe como mala.
Nuestra búsqueda de la agresión desnuda a través del estudio del niño ha fracasado
en parte, y debemos tratar de aprovechar nuestro fracaso. Ya indiqué los motivos de
nuestro fracaso al mencionar la palabra fantasía.
La verdad es que al proporcionar una descripción muy detallada de la conducta de
un bebé o un niño debemos dejar de lado por lo menos la mitad, pues la riqueza de la
personalidad es en gran parte un producto del mundo de las relaciones internas que el
niño construye todo el tiempo a través del dar y tomar psíquicos, algo que tiene lugar
permanentemente y que es paralelo al dar y tomar físicos, fácilmente observables.

59
La parte principal de esta realidad interna, un mundo que se siente como ubicado
dentro del cuerpo o de la personalidad, es inconsciente, excepto en la medida en que el
individuo pueda aislarla y separarla de los millones de expresiones instintivas que
contribuyen a determinar su cualidad.
Vemos ahora que se trata de un campo para la acción de las fuerzas destructivas que
aún no hemos explorado, un campo que está dentro de la personalidad del niño, y aquí
sin duda podemos encontrar (en el curso del psicoanálisis, por ejemplo) las fuerzas
buenas y malas en su máxima expresión.
Poder tolerar todo lo que uno puede encontrar en la propia realidad interna
constituye una de las
grandes dificultades humanas, y una finalidad humana importante consiste en
establecer una relación armoniosa entre las propias realidades interna y externa.
Sin pretender profundizar en el origen de las fuerzas que luchan por el predominio
dentro de la personalidad, puedo señalar que cuando las fuerzas crueles o destructivas
amenazan con predominar sobre las amorosas, el individuo debe hacer algo para
salvarse, y una de las cosas que hace es volcarse hacia afuera, dramatizar el mundo
interior, actuar el papel destructivo mismo y conseguir que alguna autoridad externa
ejerza control. El control puede de este modo establecerse en la fantasía dramatizada sin
ahogar en exceso los instintos, mientras que la otra posibilidad, el control interior,
debería aplicarse en forma general, y el resultado sería un estado de cosas conocido
clínicamente como depresión.
Cuando existen esperanzas con respecto a las cosas interiores, la vida instintiva es
activa, y el individuo puede disfrutar del uso de sus impulsos instintivos, incluyendo los
agresivos, para reparar en la vida real lo que ha dañado en la fantasía. Esto constituye la
base del juego y el trabajo. Puede observarse que, al aplicar la teoría, uno está limitado
por el estado del mundo interior de un niño, en cuanto a la posibilidad de ayudarlo a
lograr la sublimación. Si la destrucción es excesiva e inmanejable, es posible lograr muy
poca reparación y nada podemos hacer por ayudarlo. Todo lo que le queda al niño es
negar que las fantasías malas le pertenezcan, o bien dramatizarlas.
La agresividad, que ofrece un serio problema de manejo para el maestro, es casi
siempre esa dramatización de la realidad interna cuya maldad impide tolerarla. A
menudo implica un abandono de la masturbación o de la explotación sensual que,
cuando tienen éxito, proporcionan un vínculo entre la realidad externa y la interna, entre
los sentidos corporales y la fantasía (aunque la fantasía es principalmente inconsciente).
Se ha señalado que hay una relación entre renunciar a la masturbación y el comienzo de
la conducta antisocial (mencionada hace poco por Anna Freud en una conferencia
inédita), y la causa de esa relación ha de encontrarse en el intento del niño por lograr
que una realidad interna demasiado terrible como para ser admitida se relacione con la
realidad externa. La masturbación y la dramatización proporcionan métodos
alternativos, pero cada uno fracasa en su objetivo, porque el único vínculo verdadero es
la relación entre la realidad interna y las experiencias instintivas originales que la
construyeron. Sólo el tratamiento psicoanalítico puede encontrar esa relación, y como la
fantasía es demasiado terrible para ser aceptada y tolerada no puede utilizarse en la
sublimación.
Los individuos normales hacen lo que los anormales sólo pueden hacer mediante el
tratamiento analítico, esto es, modificar su yo interno mediante nuevas experiencias de
incorporación y producción. Encontrar maneras seguras de desembarazarse de lo malo
constituye un problema constante para niños y adultos. Gran parte se dramatiza y se
maneja (falsamente) atendiendo a la eliminación de elementos físicos que proceden del
cuerpo. Otro método utiliza los juegos o el trabajo, que involucran una acción distintiva
susceptible de ser disfrutada, con el consiguiente alivio en lo relativo al sentimiento de

60
frustración e injusticia: un niño que pega trompadas o patea una pelota se siente mejor
gracias a eso, en parte porque disfruta golpeando y pateando, y en parte porque
inconscientemente siente (falsamente) que ha expulsado lo malo a través de los puños y
los pies.
Una niña que anhela tener un bebé, en cierta medida anhela la certeza de que ha
introyectado algo bueno, que lo ha conservado, y que algo bueno se desarrolla en su
interior. Necesita esa certeza (aunque sea falsa) debido a sus sentimientos inconscientes
en el sentido de estar vacía o llena de cosas malas. Su agresión es lo que genera en ella
esas ideas. También, desde luego, busca la paz que cree poder obtener si se gratifica
instintivamente, lo cual significa que teme a los elementos agresivos de su apetito que
amenazan con dominarla si se la frustra durante la excitación. La masturbación puede
ayudar en el segundo caso, pero no en el primero.
De todo esto se deduce que el odio o la frustración ambiental despierta reacciones
manejables o inmanejables en el individuo, de acuerdo con la cantidad de tensión que ya
existe en su fantasía inconsciente personal.
Otro método importante para manejar la agresión en la realidad interna es el
masoquista, mediante el cual el individuo consigue experimentar sufrimiento, lo cual le
permite en una misma acción expresar agresión, recibir un castigo, aliviarse así de los
sentimientos de culpa y disfrutar de excitación y gratificación sexuales. Este problema
está fuera del tema que consideramos.
En segundo lugar, existe el manejo de la agresión provocada por el miedo, la versión
dramatizada de un mundo interior demasiado terrible. La finalidad de la agresión es
encontrar un control y provocar su ejercicio. Es tarea del adulto impedir que esa
agresión vaya demasiado lejos, mediante el ejercicio de una autoridad confiable, dentro
de cuyos límites es posible dramatizar y disfrutar sin peligro cierto grado de maldad. El
retiro gradual de esa autoridad constituye una parte importante en el manejo de
adolescentes, los que pueden ser agrupados según su capacidad para soportar la
eliminación de la autoridad impuesta.
Los padres y los maestros deben cuidar de que los niños nunca encuentren una
autoridad tan débil que pierdan todo control, o bien, debido al miedo, que se hagan
cargo ellos mismos de la autoridad. La autoridad que se asume por ansiedad es
dictadura, y quienes han hecho el experimento de permitir que los chicos controlen su
propio destino saben que el adulto sereno es menos cruel en ese papel que un niño que
asume excesiva responsabilidad.
En tercer lugar, y aquí el sexo establece una diferencia, está el manejo de la
agresividad madura, el que se observa claramente en los adolescentes varones y que en
gran medida motiva la competencia adolescente en los juegos y en el trabajo.
La potencia tolerar la idea de matar a un rival (lo cual conduce al problema del valor
de la idea de la guerra, un tema bastante impopular).
La agresividad madura no es algo que deba curarse, sino algo que debe observarse y
permitirse. Si resulta inmanejable nos hacemos a un lado y la ley resuelve la situación.
La ley está aprendiendo a respetar la agresión adolescente, y el país cuenta con ella en
tiempos de guerra.
Finalmente, toda agresión que no se niega, y por la que es posible aceptar
responsabilidad personal, puede utilizarse para fortalecer los intentos de reparación y
restitución. En el trasfondo de todo juego, de todo trabajo y de todo arte, hay un
remordimiento inconsciente por el daño realizado en la fantasía inconsciente, y un deseo
inconsciente de comenzar a arreglar las cosas.
El sentimentalismo contiene una negación inconsciente de la destructividad que está
en la base de la construcción. Es muy perjudicial para el niño en desarrollo y
eventualmente puede llevarlo a que necesite efectuar una demostración directa de la

61
destructividad que, en un medio menos sentimental, podría haber expresado
indirectamente al manifestar deseos de construir.
En parte es falso afirmar que "deberíamos proporcionar una oportunidad para la
expresión creadora si queremos contrarrestar los impulsos destructivos de los niños". Lo
que se precisa es una actitud no sentimental frente a todas las producciones, lo cual
significa apreciar no tanto el talento como la lucha que está detrás de todo logro, por
pequeño que sea. Pues, aparte del amor sensual, ninguna manifestación humana del
amor se siente como valiosa si no implica una agresión reconocida y controlada.
Una de las finalidades del desarrollo de la personalidad es que el individuo pueda
recurrir cada vez más a lo instintivo. Ello involucra ser capaz de reconocer cada vez más
la propia crueldad y voracidad que entonces, y sólo entonces, pueden ponerse al servicio
de la actividad sublimada.
Sólo si sabemos que el niño desea derribar la torre de ladrillos le resultará valioso
que comprobemos que puede construirla.

62
LAS RAÍCES DE LA AGRESIÓN

(Escrito para The child, the family and the outside world, 1964)

El lector se habrá percatado ya - por diversas referencias sueltas, dispersas a lo largo


de este libro- de que sé que los bebés y los niños berrean, muerden, patean, le tiran del
cabello a la madre y tienen impulsos agresivos, destructivos o, de algún modo,
desagradables.
El cuidado de los bebés y los niños se complica al ocurrir episodios destructivos,
que tal vez necesiten ser manejados y, sin duda, requieren comprensión. Si yo pudiera
describir teóricamente las raíces de la agresión, contribuiría a la comprensión de estos
incidentes cotidianos. Sin embargo, me pregunto cómo podría hacerle justicia a un tema
tan extenso y difícil, y recordar al mismo tiempo que muchos de mis lectores no
estudian psicología, sino que están dedicados al cuidado práctico del bebé o el niño.
En pocas palabras, la agresión tiene dos significados: por un lado, es directa o
indirectamente una reacción ante la frustración; por el otro, es una de las dos fuentes
principales de energía que posee el individuo. Si ahondamos en esta formulación
simple, surgirán problemas inmensamente complejos; por tal razón, en este trabajo sólo
puedo ofrecer una elaboración inicial del tema fundamental.
Todos convendrán en que no podemos limitarnos a hablar de la agresividad tal como
se manifiesta en la vida del niño. El tema es más amplio y, en todo caso, siempre nos
referimos a un niño en desarrollo. Lo que nos interesa más profundamente es el modo
en que una cosa nace y crece a partir de otra.
A veces la agresión se manifiesta de manera palmaria y se agota por sí sola, o bien
necesita que alguien la enfrente e impida de algún modo que el individuo agresivo
cometa daños. Con la misma frecuencia los impulsos agresivos no aparecen en forma
abierta, sino encubiertos bajo alguna manifestación contraria. Quizá sea una buena idea
examinar varias de estas manifestaciones contrarias, pero antes debo formular una
observación general.
Es prudente suponer que todos los individuos son básica y esencialmente
semejantes, pese a los factores hereditarios que hacen de nosotros lo que somos y nos
diferencian a unos de otros. Con esto quiero decir que en la naturaleza humana hay
algunas características que presentan todos los bebés, todos los niños y toda persona de
cualquier edad, y que una exposición amplia del desarrollo de la personalidad humana,
desde la más temprana infancia hasta la independencia adulta, podría aplicarse a todos
los seres humanos sean cuales fueren su sexo, raza, color de piel, religión o medio
social. Las apariencias pueden variar, pero siempre hay denominadores comunes en las
cuestiones humanas. Un bebé tiende a ser agresivo, en tanto que otro casi no manifiesta
agresividad alguna desde que nace y, sin embargo, ambos tienen el mismo problema. La
diferencia de actitud obedece simplemente a que los dos manejan de manera distinta su
carga de impulsos agresivos.
Si observamos a un individuo para tratar de ver cómo surge en él la agresión, nos
encontramos ante el hecho concreto del movimiento infantil. Este comienza aun antes
del nacimiento y se manifiesta no sólo en las vueltas que da el feto en el vientre
materno, sino también en los movimientos más bruscos de sus extremidades,
perceptibles para la madre. El feto o el bebé recién nacido mueven una parte de su
cuerpo y, al moverla, choca con algo. Un observador podría decir que ha dado un golpe
o puntapié, pero aquí falta el principio esencial del acto de golpear o patear, porque el

63
feto o el bebé recién nacido todavía no se han convertido en personas capaces de tener
un motivo claro para una acción determinada.
Así pues, en todo bebé existe esta tendencia a moverse, obtener algún tipo de placer
muscular por medio del movimiento, y a sacar partido de la experiencia de moverse y
toparse con algo. Si seguimos el curso de esta característica del individuo, con exclusión
de todas las demás, podríamos describir el desarrollo de un bebé señalando una
progresión desde el movimiento simple hasta acciones que expresan rabia, o bien hasta
estados de ánimo que denotan odio (o control del odio). Podríamos seguir adelante y
describir cómo un golpe accidental puede transformarse en un golpe dado con la
intención de hacer daño; quizá detectemos una actitud paralela de protección de ese
objeto a la vez amado y odiado. Más aun: podríamos rastrear la organización de las
ideas e impulsos destructivos de un niño, tomado como individuo, hasta obtener una
pauta de conducta. En un proceso de desarrollo sano, todo lo dicho puede manifestarse
como el modo en que las ideas destructivas (conscientes e inconscientes), y las
reacciones que ellas provocan, aparecen en los sueños y juegos del niño y en la agresión
dirigida contra aquellos elementos de su ambiente inmediato que se considera dignos de
ser destruidos.
Estos golpes tempranos inducen al bebé a descubrir el mundo exterior, distinto de su
self, y a empezar a relacionarse con los objetos externos. Por lo tanto esa conducta, que
pronto será agresiva, al principio es un mero impulso que conduce a un movimiento y a
los comienzos de la exploración del mundo exterior. Siempre existe este tipo de vínculo
entre la agresión y el establecimiento de una diferenciación neta entre lo que es el self y
lo que no es el self.
Espero haber dejado en claro que todos los seres humanos se asemejan entre sí, pese
al hecho cierto de que cada individuo es esencialmente distinto de los demás, de modo
que ahora podré referirme a algunos de los muchos contrarios de la agresión.
Por de pronto, está el contraste entre el niño audaz y el tímido. El primero tiende a
lograr el tipo de alivio que proporciona la expresión abierta de la agresión y la
hostilidad; el segundo propende a no encontrar esta agresión en el self sino en otra parte,
y a asustarse de ella o esperar con aprensión su venida desde el exterior. El primero es
un niño afortunado, porque descubre que la hostilidad expresada es limitada y gastable;
el segundo nunca llega hasta un punto final satisfactorio, sino que persiste en dar por
sentado que tendrá dificultades.. . y a veces las tiene realmente.
Algunos niños presentan una clara tendencia a ver en la agresión ajena un reflejo de
sus propios impulsos agresivos controlados (o sea, reprimidos). Dicha tendencia puede
tomar mal cariz si se agota la provisión de persecución y el niño debe suplirla con
delirios. En tal caso, nos encontramos ante un niño que siempre espera ser perseguido y
quizá se vuelve agresivo en defensa propia contra un ataque imaginario. Este
comportamiento es patológico, pero su pauta puede detectarse en casi todos los niños
una fase de su desarrollo.
Veamos otro contrario de la agresión: el contraste entre el niño que se vuelve
agresivo con facilidad y el que retiene la agresión "dentro de si mismo", convirtiéndose
en un niño tenso, formal y excesivamente controlado. La consecuencia natural de esta
segunda actitud es cierta inhibición de todos los impulsos y, por ende, también de la
creatividad, por cuanto ésta se halla ligada a la irresponsabilidad de la infancia y la
niñez, y a un estilo de vida abierto y espontáneo. Aunque este niño pierda parte de su
libertad interior, puede decirse que su conducta es beneficiosa porque, gracias a ella, el
niño comienza a desarrollar el dominio de sí mismo junto con cierta consideración hacia
los demás, en tanto que el mundo es protegido contra un comportamiento que, de otro
modo, sería cruel. Todo niño sano adquiere la capacidad de ponerse en la situación de
otra persona y de identificarse con los objetos e individuos externos.

64
El excesivo dominio de sí presenta varios aspectos Por ejemplo, un niño "bueno",
incapaz de matar una mosca, puede sufrir erupciones periódicas de sentimientos y
conductas agresivas (tener una rabieta, cometer una maldad) que no tendrán valor
positivo para nadie y mucho menos para él, que a veces ni siquiera recuerda más tarde
lo ocurrido. Lo único que pueden hacer los padres en tales casos es buscar el modo de
superar ese episodio tan desagradable y abrigar la esperanza de que, con el tiempo, su
hijo llegará a expresar la agresión de manera más significativa.
Los sueños constituyen una alternativa más madura para la conducta agresiva. El
soñante destruye y mata en su fantasía; este tipo de sueño va asociado a diversos grados
de excitación corporal y no es un mero ejercicio intelectual, sino una experiencia real.
El niño que es capaz de manejar sus sueños se está preparando para todo tipo de juego,
ya sea a solas o con otros niños. Si el sueño contiene una carga excesiva de destrucción
o implica una amenaza grave contra objetos sagrados, o si sobreviene el caos, el niño
despierta sobresaltado y gritando. La madre desempeña su papel al estar disponible y
ayudar al niño a salir de la pesadilla, a fin de que la realidad exterior pueda cumplir una
vez más su función tranquilizadora. El niño puede tardar casi media hora en despertar
por entero a la realidad, y es posible que la pesadilla en sí sea para él una experiencia
extrañamente satisfactoria.
A esta altura de mi exposición, debo diferenciar con claridad el sueño del ensueño
diurno. No me refiero aquí al acto de enhebrar fantasías estando despierto. La diferencia
esencial entre el sueño común y el ensueño diurno radica en que el soñante está dormido
y se lo puede despertar; tal vez olvide su sueño, pero lo soñó, y esto es lo importante.
(También existe el sueño verdadero que rebasa los límites del dormir e invade la vida de
vigilia del niño, pero ésa es otra historia.)
Me he referido al juego, que se alimenta de la fantasía y del reservorio de lo que
puede ser soñado, y de los estratos más profundos de lo inconsciente. Salta a la vista el
papel importante que desempeña la aceptación de los símbolos en el desarrollo sano del
niño. Un objeto "representa" a otro, proporcionando así un gran alivio frente a los
crudos y desagradables conflictos que genera la verdad desnuda.
Cuando un niño ama tiernamente a la madre y al mismo tiempo desea comerla,
cuando ama y odia a la vez al padre y no puede desplazar ese odio o ese amor a un tío,
cuando quiere deshacerse del nuevo hermanito y no puede expresar tal sentimiento de
manera satisfactoria perdiendo un juguete, se produce una situación desagradable.
Algunos niños son así y simplemente sufren.. .
Con todo, la aceptación de los símbolos suele empezar a una edad temprana,
dejándole al niño un espacio para maniobrar en su experiencia de vida. Por ejemplo,
cuando el bebé adopta muy pronto un objeto específico para abrazarlo y mimarlo, dicho
objeto representa al bebé y a su madre. Es un símbolo de unión, como lo es el pulgar
para el niño habituado a chupárselo, y este símbolo en sí mismo puede ser atacado y/o
valorado por encima de toda pertenencia ulterior.
El juego se basa en la aceptación de símbolos y por consiguiente, encierra
posibilidades infinitas. Gracias a él, el niño puede experienciar cuanto encuentre en su
realidad psíquica interior y personal, que es la base de su creciente sentido de identidad.
Allí habrá amor, pero también agresión.
En cada niño en proceso de aparece otra alternativa muy importante frente a la
destrucción: la construcción. En condiciones ambientales favorables, y mediante un
proceso complejo que he intentado describir en parte, se establece una relación entre un
afán constructivo y la aceptación personal, por parte del niño en crecimiento, de la
responsabilidad por la vertiente destructiva de su carácter. La aparición y el
mantenimiento del juego constructivo es una señal importantísima de buena salud. No
se lo puede implantar -como tampoco se puede implantar la confianza-, sino que

65
aparece con el tiempo. Es el resultado de la totalidad de las experiencias vividas por el
niño en el ambiente inmediato suministrado por los padres o por quienes actúan como
tales.
Podemos poner a prueba la relación entre agresión y construcción quitándole a un
niño (o a un adulto) la oportunidad de hacer algo por sus allegados y seres queridos, o
de "contribuir con algo”(contribute in) de participar en la tarea de atender a las
necesidades de la familia. Cuando hablo de "contribuir con algo" o participar, me refiero
a hacer determinadas cosas por gusto o para asemejarse a alguien, pero percatándose al
mismo tiempo de que eso es lo que se necesita para asegurar la felicidad de la madre o
el funcionamiento del hogar. Es algo así como "encontrar su lugar". Un niño participa
simulando que cuida del bebé, tiende la cama, maneja la aspiradora o hace pasteles.
Para que esta participación lo satisfaga, es preciso que alguien tome en serio el trabajo
simulado. Si los demás se ríen de él se convierte en simple mímica y el niño
experimenta una sensación de impotencia y de inutilidad. No es raro que en tal
momento sobrevenga un estallido de franca agresión o destructividad.
Aparte de ser provocada a título experimental, esta situación puede presentarse en la
vida corriente cuando nadie comprende que en un niño la necesidad de dar es aun mayor
que la necesidad de recibir.
La actividad de un bebé sano se caracteriza por los movimientos naturales y la
tendencia a golpear o golpearse contra los objetos, así por el uso gradual de ambos
-junto con las acciones de berrear, escupir, orinar y defecar- al servicio de sus
sentimientos de rabia, odio o venganza. El niño llega a y odiar al mismo tiempo,
aceptando la contradicción. Uno de los ejemplos más importantes de la conjunción del
cariño y la agresión es el afán de morder, que cobra sentido aproximadamente a partir
de los cinco meses. A la larga se incorpora al placer de comer, sea cual sea el alimento
ingerido; pero al principio lo excitante era morder el objeto bueno, el cuerpo de la
madre, y eso genera en el bebé ideas relacionadas con el acto de morder. De este modo
acaba por aceptar los alimentos como símbolos del cuerpo de la madre, del padre o de
otro ser querido.
Todo este proceso es muy complicado. Al bebé y al niño les lleva mucho tiempo
dominar las ideas y excitaciones agresivas, adquirir la capacidad de controlarlas sin
perder por ello la capacidad de ser agresivos -en el odio o en el amor- cuando resulte
oportuno.
Oscar Wilde dijo: “Todo hombre mata lo que ama". Vemos a diario que, junto con el
cariño, debemos esperar el daño. Quienes se dedican al cuidado de los niños notan que
éstos tienden a amar aquello que dañan. Hacer daño es una parte importante de la vida
del niño; el interrogante es: ¿cómo hallará nuestro hijo el modo de emplear estas fuerzas
agresivas en la tarea de vivir, amar, jugar y, más adelante, trabajar?
Y esto no es todo: aún tenemos que determinar el punto de origen de la agresión.
Como hemos visto, el proceso de desarrollo del recién nacido incluye los primeros
movimientos naturales y los gritos; pueden causarle placer, pero no tienen un
significado claramente agresivo porque el bebé todavía no está bien organizado como
persona. Aun así, queremos saber de qué modo un bebé destruye el mundo quizás en
una fase muy temprana de su vida. Es un interrogante de vital importancia, por cuanto el
residuo de esta destrucción infantil "no fusionada" puede destruir en forma efectiva el
mundo en que vivimos y al cual amamos. En la magia infantil, el niño puede aniquilar el
mundo con sólo cerrar los ojos y recrearlo con una nueva mirada y una nueva fase de
necesidad. Las sustancias tóxicas y las armas explosivas dotan a la magia infantil de una
realidad que es el polo opuesto de lo mágico.
La inmensa mayoría de los bebés reciben un cuidado suficientemente bueno en las
etapas más tempranas de su vida; gracias a él alcanzan cierto grado de integración de su

66
personalidad, por lo que resulta improbable que se produzca una irrupción masiva de
una destructividad carente de sentido. La medida preventiva más importante que
podemos tomar es reconocer el papel que desempeñan los padres, al facilitar los
procesos de maduración de cada bebé en el curso de la vida familiar. En especial,
podemos aprender a evaluar el papel que desempeña la madre en los inicios mismos de
la vida del hijo, cuando éste pasa de una relación puramente física con su madre a otra
en la que responde a la actitud de ella, y cuando lo puramente físico empieza a ser
enriquecido y complicado por factores emocionales.
Aún queda pendiente un interrogante: ¿conocemos el origen de esta fuerza inherente
al ser humano, que sustenta la actividad destructiva o el sufrimiento equivalente cuando
el individuo se autocontrola? Detrás de todo esto encontramos la destrucción mágica,
normal en las fases más tempranas del desarrollo del bebé y que corre paralela a la
creación mágica. La destrucción primitiva o mágica de todos los objetos tiene que ver
con el hecho de que para el bebé los objetos cambian: dejan de ser "parte de mí" para
convertirse en algo "distinto de mí"; ya no son fenómenos subjetivos, sino percepciones
objetivas. Por lo común este cambio se produce en forma muy paulatina, siguiendo los
cambios graduales que experimenta el bebé en desarrollo. Empero, cuando el suministro
materno es deficiente, estos mismos cambios ocurren súbitamente y de un modo
imprevisible para el bebé.
La madre que guía a cada hijo con sensibilidad y delicadeza a través de esta etapa
vital de su desarrollo temprano le da tiempo para adquirir toda clase de habilidades, que
le permitirán afrontar el sacudón de reconocer la existencia de un mundo que escapa a
su control mágico. Si se le da tiempo para que desarrolle sus procesos de maduración, el
bebé podrá ser destructivo, odiar, patear y berrear, en vez de aniquilar mágicamente ese
mundo. De este modo, la agresión efectiva se considera un logro. Las ideas y la
conducta agresivas adquieren un valor positivo comparadas con la destrucción mágica,
en tanto que el odio se transforma en una señal de civilización, cuando tenemos presente
el proceso global de desarrollo emocional del individuo y, en particular, sus etapas más
tempranas.
En otro trabajo he intentado explicar precisamente estas etapas sutiles a través de las
cuales cuando el quehacer materno y la parentalidad son suficientemente buenos la
mayoría de los bebés acceden a una vida sana, adquiriendo además la capacidad de
dejar a un lado el control y la destrucción mágicos, de disfrutar con la agresión que
llevan dentro de sí al mismo tiempo que gozan con las gratificaciones, las tiernas
relaciones afectivas y la riqueza interior que constituyen la vida de un niño.

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11. EL DESARROLLO DE LA CAPACIDAD
DE PREOCUPARSE POR EL OTRO

(Trabajo presentado ante la Sociedad Psicoanalítica de Topeka el 12 de octubre de


1962; publicado por primera vez en 1963)

El origen de la capacidad de preocuparse por otro presenta un problema complejo.


La preocupación es un aspecto importante de la vida social. Los psicoanalistas solemos
buscar sus orígenes en el desarrollo emocional del individuo. Queremos conocer la
etiología de la preocupación, el punto exacto de su aparición dentro del proceso de
desarrollo del niño, por qué algunos individuos no logran afirmar su capacidad de
preocuparse y cómo se pierde el sentimiento de preocupación parcialmente afianzado.
La palabra "preocupación" se utiliza para referirse, en positivo, al mismo fenómeno
al que se alude en negativo con la palabra "culpa". El sentimiento de culpa es una
angustia vinculada con el concepto de ambivalencia; implica cierto grado de integración
del yo individual, que posibilita la conservación de la imago del objeto bueno junto con
la idea de su destrucción. La preocupación entraña una integración y un desarrollo más
avanzados y se relaciona de modo positivo con el sentido de responsabilidad del
individuo, sobre todo con respecto a las relaciones en que han entrado las mociones
instintivas.
La preocupación se refiere al hecho de que el individuo cuida o le importa el otro,
siente y acepta la responsabilidad. Si tomamos la enunciación de la teoría del desarrollo
en su nivel genital, podríamos decir que la preocupación por el otro es la base de la
familia: ambos cónyuges asumen la responsabilidad por el resultado del acto sexual,
más allá del placer que él les produce. En la vida imaginativa global del individuo, el
tema de la preocupación plantea cuestiones aun más amplias: la capacidad de
preocuparse está detrás de todo juego y trabajo constructivos, es propia de la vida sana y
normal, y merece la atención del psicoanalista.
Hay muchos motivos para creer que la preocupación con su sentido positivo aparece
en la fase más temprana del desarrollo emocional del niño, en un período anterior al del
clásico complejo de Edipo, que implica una relación entre tres individuos, cada uno de
los cuales es percibido por el niño como una persona completa. Empero, es innecesario
señalar con exactitud el momento de su aparición; a decir verdad, la mayoría de los
procesos iniciados en la temprana infancia nunca se afianzan por entero en esa etapa de
la vida, sino que continúan fortaleciéndose con el crecimiento ... y éste persiste en la
niñez tardía, en la edad adulta y hasta en la vejez.
El origen de la capacidad de preocuparse suele describirse en términos de la relación
entre la madre y el bebé, y situarse en un momento en que el hijo ya es una unidad
establecida y percibe a su madre (o a la figura materna) como una persona completa.
Este avance pertenece esencialmente al período de relación bicorporal.
En toda descripción del desarrollo del niño se dan por sobrentendidos ciertos
principios. Deseo señalar que tanto en el campo de la psicología como en el de la
anatomía y la fisiología, los procesos de maduración constituyen la base del desarrollo
del bebé y el niño. No obstante, en el desarrollo emocional es obvio que deberán
cumplirse determinadas condiciones externas para que el niño pueda realizar su
potencial de maduración. En otras palabras, el desarrollo depende de la existencia de un
ambiente bueno; cuanto más atrás nos remontemos en nuestro estudio del bebé, tanto
más cierta será la imposibilidad de que se cumplan las etapas tempranas de su desarrollo
sin un quehacer materno suficientemente bueno.

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Habrán acontecido muchas cosas en el desarrollo del bebé, antes de que podamos
empezar a referirnos a la preocupación. La capacidad de preocuparse es una cuestión de
salud, una capacidad que, una vez establecida, presupone una organización compleja del
yo que sólo puede concebirse como un doble logro: en el cuidado del bebé y el niño, por
un lado, y en sus procesos de crecimiento interior, por el otro. Para simplificar el tema
que deseo examinar, daré por sentado que en las etapas tempranas de su desarrollo el
niño está rodeado de un ambiente suficientemente bueno. La capacidad de preocuparse
es, pues, siguiente a unos complejos procesos de maduración cuya efectivización
depende de que se preste un cuidado suficientemente bueno al bebé y al niño.
Entre las muchas etapas descritas por Freud y los psicoanalistas freudianos debo
escoger una que hace necesario el uso de la palabra "fusión", entendiéndose por tal el
logro de un grado de desarrollo emocional en el que el bebé experimenta mociones
eróticas y agresivas simultáneas hacia un mismo objeto. Por el lado erótico hay una
doble búsqueda de satisfacción y de objeto; por el lado agresivo hay un complejo de
rabia, que se vale del erotismo muscular, y de odio, que entraña la conservación de la
imago de un objeto bueno con fines comparativos. El impulso agresivo-destructivo
tomado en su totalidad contiene, además, una forma primitiva de relación de objeto en
la que el amor lleva implícita la destrucción del objeto amado. Esta explicación adolece,
por fuerza, de cierta vaguedad; sin embargo, para seguir mi razonamiento no necesito
saberlo todo acerca del origen de la agresión, porque doy por sentado que el bebé ha
adquirido la capacidad de combinar las dos experiencias (erótica y agresiva), y de
hacerlo con respecto a un mismo objeto. Dicho de otro modo, ha llegado hasta la
ambivalencia.
Cuando esta ambivalencia se incorpora de hecho al proceso de desarrollo de un
bebé, éste adquiere la capacidad de experienciarla tanto en la fantasía como en la
función corporal de la que aquélla fue originariamente una elaboración. Además, el bebé
empieza a relacionarse a sí mismo con objetos que presentan cada vez menos el carácter
de fenómenos subjetivos y, más, el de elementos percibidos objetivamente como
"distintos de mí". Ha empezado a establecer un self, una unidad que está contenida
físicamente dentro de la envoltura corporal de la piel y, a la vez, está integrada
psicológicamente. En la psique del hijo, la madre se ha convertido en una imagen
coherente a la que se le puede aplicar el término de "objeto total". Esta situación, al
principio precaria, podría denominarse "la etapa de Humpty Dumpty”: el muro sobre el
que Humpty Dumpty se ha sentado precariamente es la madre, que ha de ofrecerle su
regazo.
Este adelanto implica un yo que empieza a independizarse de la madre como yo
auxiliar. Ya puede decirse que el bebé tiene un interior y, por ende, un exterior. Ha
nacido el esquema corporal, que cobra complejidad a un ritmo acelerado. De aquí en
adelante el bebé lleva una vida psicosomática. La realidad psíquica interior, que Freud
nos enseñó a respetar, se transforma para el bebé en una cosa real: ahora, él siente
que la riqueza personal reside dentro del self. Esta riqueza personal se desarrolla a partir
de la experiencia simultánea de amor y odio que lleva implícito el acceso a la
ambivalencia, cuyo enriquecimiento y refinamiento conducen, a su vez, al surgimiento
de la preocupación.
Me parece útil postular que para el bebé inmaduro existen dos madres, a las que
podría denominar "madre-objeto" y "madre-ambiente”. No deseo inventar
designaciones que se anquilosen con el tiempo, tornándose rígidas y obstructivas, pero


Alude a una canción infantil inglesa, cuyo protagonista (Humpty Dumpty) es un
huevo que cae desde un lugar elevado y se hace añicos. (N: del T.]

69
creo poder utilizarlas en este contexto para describir la enorme diferencia que existe –
desde la perspectiva del bebé- entre estos dos aspectos de su crianza: la madre vista
como objeto, o sea, como el objeto parcial que puede satisfacer las necesidades urgentes
del bebé, y la madre vista como la persona que lo resguarda de lo imprevisible y
suministra un cuidado activo, en cuanto a la manipulación y el manejo general del niño.
En mi opinión, lo que hace el bebé cuando su ello ha alcanzado el punto máximo de
tensión, así como el uso que da entonces al objeto, difieren mucho del modo en que ese
mismo bebé usa a la madre como parte del ambiente global.7
Conforme a esta terminología, la madre-ambiente recibe todo cuanto pueda
llamarse afecto y coexistencia sensual, en tanto que la madre-objeto pasa a ser el blanco
de la experiencia excitada, respaldada por la burda tensión de los instintos. Sostengo
que la preocupación aparece en la vida del bebé como una experiencia muy compleja y
sutil, dentro del proceso de reunión de la madre-objeto y la madre-ambiente en la psique
del bebé. El suministro ambiental conserva su importancia vital, si bien el bebé
comienza a adquirir la capacidad de tener esa estabilidad interior propia del desarrollo
de la independencia.
En circunstancias favorables, cuando el bebé llega hasta el grado necesario de
desarrollo personal acontece una nueva fusión. Por un lado tenemos la experiencia y
fantasía plenas de la relación de objeto basada en el instinto; el bebé usa el objeto sin
detenerse a pensar en las consecuencias, o sea, lo usa en forma incompasiva (si
utilizamos el término como una descripción de nuestra visión personal de lo que está
pasando). Por el otro, como elemento paralelo, tenemos la relación más tranquila entre
el bebé y la madre-ambiente. Cuando ambas se aúnan, se produce un fenómeno
complejo al que deseo referirme especialmente.
Veamos cuáles son las circunstancias favorables necesarias en esta etapa. Primera: la
madre debe continuar viva y disponible no sólo físicamente, sino también en el sentido
de no tener otro motivo de inquietud. Segunda: el bebé debe advertir que la madre-
objeto sobrevive a los episodios impulsados por los instintos, que a esta altura han
cobrado toda la fuerza de las del sadismo oral y demás resultados de la fusión. Tercera:
la madre-ambiente cumple una función especial, cual es la de seguir siendo ella misma,
sentir empatía hacia su bebé, estar presente para recibir el gesto espontáneo del hijo y
mostrarse complacida.
La fantasía que acompaña las mociones del ello incluye el ataque y la destrucción.
Además de imaginarse que come el objeto, el bebé quiere apoderarse de su contenido.
Si el bebé no destruye el objeto no es porque lo proteja, sino debido a la capacidad de
supervivencia del objeto mismo. Este es un aspecto de la cuestión.
El otro aspecto se refiere a la relación del bebé con la madre-ambiente. Esta puede
proteger a su hijo a tal extremo que el bebé se inhiba o se aparte de ella. Desde este
punto de vista, la experiencia del destete contiene un elemento positivo para el bebé;
además, ésta es una razón por la que algunos bebés dejan de mamar por sí solos.
En circunstancias favorables, el bebé va adquiriendo una técnica para resolver esta
forma compleja de ambivalencia. Experimenta un sentimiento de angustia porque, si
consume a la madre, la perderá; empero, esta angustia se ve modificada por el hecho de
que el bebé puede aportarle algo a la madre-ambiente. El hijo confía cada vez más en
que tendrá la oportunidad de contribuir con algo, de darle algo a la madre-ambiente, y
esta confianza lo capacita para soportar la angustia. Al soportarla altera la calidad de
esta angustia, transformándola en sentimiento de culpa.
Las mociones instintivas conducen primeramente al uso incompasivo de los objetos
y, luego, a un sentimiento de culpa soportado y mitigado por la contribución a la madre-
7
Harold Scarles ha desarrollado recientemente este tema en su libro The non Human Enviroment in
Normal Developement and Schizophrenia, Nueva York, International Universities Press, 1960.

70
ambiente que el bebé puede hacer en el término de algunas horas. Asimismo, la
presencia de la madre-ambiente le ofrece al hijo la oportunidad de dar y reparar,
capacitándolo para experienciar las mociones de su ello con una audacia cada vez
mayor (en otras palabras, libera la vida instintiva del bebé). De este modo, la culpa no
se siente sino que permanece en estado latente o potencial y sólo aparece (como tristeza
o depresión) si no se presenta la oportunidad para reparar.
Una vez establecida la confianza en este ciclo benigno y en la expectativa de una
oportunidad de dar y reparar, el sentimiento de culpa con las mociones del ello sufre una
nueva modificación. Para designarla, necesitamos un término más positivo: por
ejemplo, “preocupación”. En esta nueva fase el bebé adquiere la capacidad de
preocuparse, de asumir la responsabilidad por sus impulsos instintivos y por las
funciones correspondientes. Este proceso suministra uno de los elementos constructivos
fundamentales del juego y el trabajo, pero en el proceso evolutivo fue la oportunidad de
dar y contribuir la que hizo posible que el bebé fuera capaz de preocuparse.
Vale la pena señalar un detalle, especialmente con respecto al concepto de angustia
"soportada": a la integración más estática de las etapas anteriores se ha sumado la
integración en el tiempo. La madre es quien hace que el tiempo transcurra (éste es un
aspecto de su funcionamiento como yo auxiliar), pero el bebé cobra un sentido personal
del tiempo que al principio sólo abarca un lapso breve. Este sentido del tiempo es
similar a la capacidad del bebé de mantener viva la imago de la madre en su mundo
interior, el cual contiene además los elementos fragmentarios, benignos y persecutorios,
derivados de las experiencias instintivas. La longitud del lapso por el que un hijo puede
mantener viva la imago materna en su realidad psíquica interior depende, en parte, de
los procesos de maduración y también del estado en que se encuentre su organización
defensiva interna.
He bosquejado algunos aspectos de los orígenes de la preocupación,
correspondientes a las etapas tempranas en que la presencia constante de la madre tiene
un valor específico para el bebé: el de posibilitarle la libre expresión de la vida
instintiva. Empero, el hijo debe lograr este equilibrio una y otra vez. Tomemos el caso
evidente del manejo de la adolescencia o el caso, igualmente obvio, del paciente
psiquiátrico, para quien a menudo la laborterapia marca un punto de partida hacia una
relación constructiva con la sociedad. O bien consideremos el caso de un médico y sus
requerimientos: ¿en qué situación quedaría si lo depriváramos de su trabajo? Igual que
otras personas, él necesita de sus pacientes, necesita tener la oportunidad de utilizar sus
habilidades adquiridas.
No me explayaré sobre el tema de la falta de desarrollo de la preocupación o la
pérdida de la capacidad de preocuparse cuando ésta ya ha quedado casi establecida, pero
no del todo. Para ser breve, diré que si la madre-objeto no sobrevive, o la madre-
ambiente no suministra una oportunidad de reparación confiable, el bebé perderá la
capacidad de preocuparse y la reemplazará por angustias y defensas más primitivas,
tales como la escisión o la desintegración. Hablamos a menudo de la angustia de
separación, pero en este trabajo he intentado describir lo que acontece entre la madre y
su bebé, y entre los padres y sus hijos, cuando no hay una separación y no se corta la
continuidad externa del cuidado del niño. He tratado de explicar lo que ocurre cuando se
evita la separación.

71
12. LA AUSENCIA DE UN SENTIMIENTO DE CULPA

(Disertación dirigida a la Asociación para la Salud Mental de Devon y Exeter,


fechada el 10 de diciembre de 1966)

Creo innecesario describir la idea convencional del bien y el mal. En un ambiente


dado (madre, familia, hogar, grupo cultural, escuela, etc.) esto es bueno y aquello no es
bueno. Los niños encajan sus propias ideas dentro de este código para someterse a él o
bien se rebelan y sostienen opiniones opuestas en algún aspecto. Poco a poco esta
situación se altera, ya sea porque se vuelve tan compleja que el código pierde sentido o
porque el niño madura, afirmando su sentido del self y su derecho a tener opiniones
personales acerca de todo. El niño maduro todavía experimenta el placer o la necesidad
de poder cotejar sus ideas con el código aceptado, aunque sólo sea para saber cómo
están las cosas entre él y la comunidad. Este es un rasgo permanente que caracteriza
incluso al adulto maduro.
En este tipo de exposición surge muy pronto el interrogante de hasta qué punto el
código moral se enseña y hasta qué punto es innato. Dicho en términos prácticos: ¿hay
que esperar a que nuestro hijo use el orinal o combatir su incontinencia desde el
principio? Para responder a preguntas como ésta, el investigador debe ahondar en la
vida del niño en desarrollo y estudiar la sutilísima acción recíproca entre la tendencia
evolutiva o proceso de maduración personal o heredado, por un lado, y el ambiente
facilitador, representado por seres humanos que algunas veces se adaptan a las
necesidades del niño y otras fracasan humanamente en su intento de adaptación, por el
otro.
Si emprendemos tal estudio, pronto nos topamos con dos doctrinas cuyas posiciones
extremas son muy disímiles y, de hecho, inconciliables:
a) No podemos arriesgarnos. ¿Cómo sabemos que en el niño en desarrollo hay
factores innatos que tienden a favorecer el advenimiento de un sentido de lo que está
bien y de lo que está mal? El riesgo es demasiado grande. Debemos implantar un código
moral en esa alma virgen, antes de que el niño llegue a una edad en la que pueda
oponernos resistencia. Luego, si la suerte nos ayuda, los preceptos morales que hemos
adoptado como "revelados" aparecerán en todos aquellos que no estén dotados en
exceso de lo que podríamos llamar "pecado original".
En el polo opuesto encontramos el siguiente punto de vista:
b)Los únicos preceptos morales válidos son los que nacen del individuo. Después
de todo, el código moral "revelado” que sustentan los partidarios de la otra posición
extrema fue elaborado, a lo largo de los siglos o milenios, por miles de generaciones de
individuos ayudados por algunos profetas. Más vale seguir esperando hasta que cada
niño, por medio de procesos naturales, adquiera un sentido personal del bien y del mal.
Lo importante no es la conducta, sino los sentimientos que puede tener un niño con
respecto a lo que está bien y a lo que está mal, aparte de los que le dicte la sumisión.
No hace falta que intentemos reconciliar a los partidarios de estas dos opiniones
extremas. Será mejor que tratemos de mantenerlos separados para que no se encuentren
y riñan, pues nunca podrán ponerse de acuerdo.
Me gusta creer en la existencia de un modo de vida basado en la premisa de que, en
última instancia, las normas morales ligadas a la sumisión tienen poco valor; lo que vale
es el sentido personal de lo que está bien y de lo que está mal que posee el niño.
Abrigamos la esperanza de verlo evolucionar en él, junto con todo lo demás que
evoluciona, impelido por los procesos heredados que conducen a todo tipo de

72
crecimiento. A partir de esta premisa, reconocemos las dificultades y nos abocamos a su
estudio para aprender a enfrentarlas en la teoría y en la práctica.
En términos prácticos y simples, supongamos que una madre tiene dos hijos que
aprenden a controlar sus esfínteres en forma natural, para gran conveniencia de ella,
pero el tercero sigue orinándose, ensuciándose y causándole dolores de espalda. Cuando
esta madre piensa en su tercer hijo, quizá se detenga a reflexionar acerca de la
moralidad innata y se pregunte cómo hará para exigirle sumisión a ese niño sin destruir
su alma.
Si aplicamos este tercer enfoque, debemos tener muy en cuenta los siguientes
hechos:
1) Al principio el bebé se halla en un estado de dependencia absoluta, pero pronto
pasa a una dependencia casi absoluta y, luego, a una relativa, siguiendo una tendencia a
la independencia. Este proceso se apoya considerablemente en la capacidad de los
padres, madres, etc., cuya eficiencia nunca puede exceder los límites humanos (la
perfección no tiene sentido), que adoptan por fuerza actitudes diferentes hacia los
distintos niños y que experimentan un cambio constante a causa de su propio
crecimiento, sus propias experiencias emocionales y su propia vida privada, que estarán
viviendo o habrán dejado a un lado temporariamente por amor al bebé que están
criando.
2) Cada hijo difiere del precedente y del siguiente, en el sentido de que lo heredado
es personal; ni siquiera los hermanos gemelos tienen tendencias heredadas idénticas,
aunque pueden ser similares. Por lo tanto, las experiencias recogidas en el reducido
campo de la relación entre la madre y el bebé no son generales, sino específicas, y esto
aun haciendo abstracción de las anormalidades.
3) Hay anormalidades de diversos grados: en un caso las circunstancias favorecen
las experiencias tempranas; en otro, ocurren intrusiones que provocan reacciones
burdas. Nuestra hipotética madre de tres hijos tal vez no tuvo tropiezos técnicos graves
durante la crianza de los dos primeros, pero con el tercero tuvo un tropiezo en el sentido
literal del término, estuvo a punto de quebrarse la muñeca y debió atender su lesión
antes de responder a una sutil comunicación del bebé, indicadora de una necesidad que
ella habría atendido de manera natural si en ese momento no hubiese estado preocupada
por sus propios problemas.... que, por supuesto, el no podía percibir ni comprender. Es
posible que la madre y su tercer hijo se acostumbren a una pauta de procedimiento que
podría expresarse así: "De acuerdo. Puedo confiar en ti como lo hacía antes, siempre y
cuando aceptes mi derecho a posponer mi sumisión con respecto a la higiene". Las
madres y los progenitores en general se pasan el tiempo practicando una psicoterapia
eficaz, en relación con las fallas inevitables de las técnicas que aplican y sus efectos en
el curso de la vida de cada bebé. Nosotros, los observadores, somos propensos a
advertirles que están "malcriando" al hijo. Con esto los reprendemos del mismo modo
en que la gente censura al psicoterapeuta que da cierta libertad a un niño durante la
sesión de terapia, o aun a quienes intentan comprender la conducta antisocial en vez de
extirparla por la fuerza, como sería su deber ... según ellos creen.
Si examinamos algunos ejemplos bastante normales de niños que crecen en un
medio en el que las relaciones humanas son bastante confiables, podremos estudiar el
modo en que se desarrolla en cada niño el sentimiento de lo que está bien y de lo que
está mal, y sacar provecho de lo aprendido. Aunque el tema es enormemente complejo,
ya no estamos perdidos en alta mar o, al menos, ya conocemos los faros que pueden
orientarnos.
Si Freud señaló el valor del concepto del superyó como un área de la psique muy
influida por las figuras parentales introyectadas, Klein desarrolló el concepto de las
formaciones superyoicas tempranas, que aparecen hasta en la psique del bebé y son

73
relativamente independientes de las introyecciones parentales. Naturalmente, no puede
haber una independencia de las actitudes parentales, como podemos comprobarlo cada
vez que vemos a un bebé que extiende la mano para asir algún objeto y contiene su
impulso para evaluar, ante todo, la actitud de la madre. Dicha actitud puede ser loca, o
sana. Supongamos que la madre manifiesta alarma porque su bebé tiende la mano hacia
una cacerola verde; su actitud es sana si la cacerola contiene agua hirviendo, pero es
loca si la madre cree que todo recipiente verde puede contener arsénico.
Inevitablemente, todas estas situaciones dejarán perplejo al bebé por un tiempo, hasta
que empiece a convertirse en un "científico". ¡Dichoso el niño cuya madre es al menos
consistente!
En un trabajo anterior8 procuré resumir el concepto de Posición Depresiva
formulado por Melanie Klein (el cual, aunque mal designado, es importante en el
presente contexto) y me es imposible volver a tratarlo en esta disertación. No obstante,
pienso que así como un bebé o un niño de corta edad se transforma a veces en un ente
completo, una unidad, un todo integrado, alguien que si pudiera expresarse diría "Yo
soy", del mismo modo puede presentarse una situación en la que existe un sentido de
responsabilidad personal. En tal caso, cuando dentro de sus relaciones el niño tiene
ideas e impulsos destructivos (p. ej., yo te amo, yo te como), asistimos al nacimiento
evidente y natural de un sentimiento personal de culpa. Como dijo alguna vez Freud, el
sentimiento de culpa habilita al individuo para ser verdaderamente malvado. En la pauta
que nos ocupa, el niño tiene un impulso, tal vez muerde algo (o come un bizcocho), le
viene a la mente la idea de comer el objeto (digamos el pecho materno) y entonces se
siente culpable (“Dios mío, qué malo y detestable soy!"). De todo esto nace el impulso
de ser constructivo.
Si en la pauta está ausente el sentimiento de culpa del niño, éste no llega a admitir
ese impulso, sino que tiene miedo y se inhibe con respecto a la totalidad del sentimiento
que va formándose alrededor de dicho impulso.
He arribado, pues, al tema de la ausencia de un sentimiento de culpa. En mi
razonamiento me he remontado desde lo que Melanie Klein denominó Posición
Depresiva, que es un logro del desarrollo sano, hasta el bebé cuyo grado de experiencia
no ha hecho posible que se creara tal situación, por cuanto:
1) La falta de confiabilidad de la figura materna hace que cualquier esfuerzo
constructivo resulte vano; en consecuencia, el sentimiento de culpa se vuelve intolerable
y el niño se ve impelido a retornar a la inhibición o a perder el impulso que, de hecho,
forma parte del amor primitivo.
2) Peor aún: las experiencias tempranas no han posibilitado la realización del
proceso innato que conduce hacia la integración; por consiguiente, no existe en el niño
ninguna unidad, ni se siente totalmente responsable por nada. Tiene impulsos e ideas
que afectan su conducta, pero nunca se puede decir: "Este bebé tuvo el impulso de
comer el pecho materno”. (Propongo este ejemplo para no salirme del campo limitado al
que artificiosamente me he reducido, con fines ilustrativos.)
Me es difícil saber cómo puedo ahondar más en mi tema aquí y ahora, en el poco
tiempo de que dispongo. Querría llamarles la atención con respecto al caso especial del
niño afectado por la tendencia antisocial que tal vez está en vías de convertirse en un
delincuente. En este caso, más que en ningún otro, la gente nos dice: "Este muchacho (o
esta chica) no tiene el menor sentido moral, carece de todo sentimiento clínico de

8
D. W. Winnicott, “The Dcpressive Position in Normal Emotional Development” (1954-1955) en Through
Paediatrics to Psycho Analysis, Londres, Hogarth Press. 1976. (Véase también capitulo 11 de este volumen, “El
desarrollo de la capacidad de preocuparse por el otro”, donde Winnicott elabora el concepto de Klein.) (N. de los
comps.)

74
culpa". Empero, nosotros refutamos esta idea, porque descubrimos su falsedad cuando
tenemos una oportunidad de investigar psiquiátricamente al niño, sobre todo en la etapa
previa al afianzamiento de los beneficios secundarios. La aparición de estos beneficios
va precedida de una etapa en la que el niño necesita ayuda y se desespera porque dentro
de él hay algo que lo compele a robar y destruir.
Este proceso se atiene de hecho a la siguiente pauta:
1. todo marchaba suficientemente bien para el niño;
2. algo alteró tal estado de cosas;
3. el niño se vio abrumado por una carga que excedía capacidad de
tolerancia y sus defensas yoicas se derrumbaron;
4. el niño se reorganizó, apoyándose en una nueva pauta de defensa
yoica de menor calidad;
5. el niño empieza a recobrar las esperanzas y organiza actos
antisociales, esperando compeler así a la sociedad a retornar con él a la
posición en que se hallaban ambos cuando se deterioró la situación y a
reconocer el hecho;
6. si esto sucede (ya sea luego de un período de cuidados especiales
en el hogar o, en forma directa, durante una entrevista psiquiátrica), el niño
puede dar un salto regresivo hasta el período previo al momento de la
deprivación y redescubrir tanto al objeto bueno como el buen ambiente
humano que lo controlaba a él, cuya existencia, en principio, lo habilitó para
experimentar impulsos (incluidos los destructivos)
No se advertirá que esta última fase es difícil de cumplir, pero ante todo se debe
comprender y aceptar el principio general. En realidad, cualquier madre o padre con
varios hijos sabe cuán reiteradamente ocurre, y da resultado, esta enmienda mediante el
empleo de técnicas adaptativas específicas y temporarias.
Por difícil que nos resulte aplicar estas ideas, es preciso que desechemos de plano la
teoría de la posible amoralidad innata del niño. Esta carece totalmente de significado
desde el punto de vista del estudio del individuo que se desarrolla conforme a los
procesos de maduración heredados, entrelazados en todo momento con el
funcionamiento del ambiente facilitador.
Por último, permítanme presentarles algunas de las cosas que nos enseñan nuestros
pacientes esquizoides, o que ellos necesitan que sepamos. En varios sentidos, estos
pacientes son más que nosotros pero, por supuesto, se sienten terriblemente incómodos.
Quizá prefieran seguir sintiéndose incómodos, en vez de "curarse". Cordura es sinónimo
de transigencia y, para ellos, en esto radica el mal. Las relaciones sexuales
extraconyugales carecen de importancia, comparadas con la traición al self. Es cierto (y
creo poder demostrarlo) que las personas cuerdas se relacionan con el mundo por medio
de lo que yo llamo el engaño; o, mejor dicho, si existe en el individuo una cordura
éticamente respetable, apareció en su más temprana infancia, cuando el acto de engañar
no tenía importancia alguna. El bebé crea el objeto con el que se relaciona, pero ese
objeto ya estaba allí; por ende, en otro sentido, el bebé encuentra primero el objeto y
luego lo crea. Sin embargo, esto no es suficientemente bueno. Cada niño debe ser
capacitado para el mundo o, de lo contrario, éste carecerá de significado; la técnica
adaptativa de la madre permite que el niño sienta esta creación como un hecho. Cada
bebé debe tener una experiencia de omnipotencia suficiente, sólo así podrá adquirir la
capacidad de ceder esa omnipotencia a la realidad externa o a un principio divino.
De esto se infiere que el único acto real de comer se basa en no comer. La creación
de los objetos y del mundo adquiere significado a partir de la no creatividad y el
aislamiento. La compañía sólo se disfruta como un progreso con respecto al aislamiento
esencial, ese mismo aislamiento que reaparece cuando el individuo muere.

75
Algunas personas deben pasar la vida entera no siendo, en un esfuerzo desesperado
por hallar un fundamento para ser. Para los individuos esquizoides -ante quienes me
siento humilde, aunque dedico mucho tiempo y energías a tratar de curarlos por lo
incómodos que se sienten- todo lo falso (p. ej., estar vivo por sumisión) es malo. Podría
ilustrar esta idea, pero quizá sea mejor limitarme a su enunciación. Si alguien puede
espigar algo de esta recopilación desprolija, ojalá lo que recoja tenga valor ... Como
ven, acabo recayendo en el concepto del sentimiento de culpa, tan fundamental para la
naturaleza humana que algunos bebés mueren a causa de él o, si no pueden morir,
organizan un self sumiso o falso que traiciona el verdadero self en tanto parece triunfar
en áreas que los observadores consideran valiosas.
Las mores de la sociedad local son simples distracciones, comparadas con estas
fuerzas poderosas, que aparecen en vida y en las artes, así como en términos de
integridad. Ustedes deben saber que sus hijos adolescentes - algunos de ellos pacientes
psiquiátricos- se preocupan más por no traicionarse a sí mismos que por el hecho de si
fuman o no, o si malgastan o no malgastan su tiempo durmiendo. Salta a la vista que
excluyen de tajante las soluciones falsas (lo mismo hacen los niños de corta edad,
aunque su actitud es menos discernible).
Este es un hecho desagradable pero cierto; es una verdad sumamente perturbadora.
Si quieren gozar de una vida tranquila, les recomiendo no tener hijos (ya deben hacerse
cargo de ustedes mismos, y eso puede darles suficiente trabajo) o zambullirse de cabeza
en la parentalidad no bien los tengan, cuando (si los ayuda la suerte) lo que ustedes
hagan pueda impeler quizás a esos individuos más allá de la breve fase de engaño, antes
de que lleguen a una edad suficiente para afrontar el principio de realidad y el hecho de
que la omnipotencia es subjetiva. No sólo es subjetiva, sino que además, como
fenómeno subjetivo, es una experiencia efectiva. .. bueno, lo es al principio, cuando
todo marcha suficientemente bien.

76
13. ALGUNOS ASPECTOS PSICOLÓGICOS DE LA
DELINCUENCIA JUVENIL

(Conferencia pronunciada ante magistrados, por invitación, 1946)

Deseo ofrecer una descripción simple, pero no falsa, de un aspecto de la


delincuencia, una descripción que vincula la delincuencia con la falta de vida hogareña.
Podría resultar útil para quienes desean comprender las raíces del problema del
delincuente.
En primer lugar, sugiero considerar la palabra inconsciente. Esta charla está dirigida
a magistrados que, por su están acostumbrados a ponderar las pruebas, a reflexionar
sobre las cosas, así como a sentir respeto por ellas. Ahora bien, Freud contribuyó con
algo que resulta verdaderamente útil aquí. Demostró que si utilizamos el sentimiento en
lugar de la reflexión, no podemos excluir el inconsciente sin cometer serios errores; de
hecho, sin hacer el papel de tontos. El inconsciente puede ser un estorbo para quienes
gustan de las cosas claras y simples, pero decididamente resulta imposible que quienes
planean y meditan no lo tengan en cuenta.
El hombre que siente, el hombre que intuye, lejos de excluir el inconsciente, siempre
ha estado sometido a su influencia. Pero el hombre que piensa no ha comprendido aún
que puede pensar y, al mismo tiempo, incluir en su pensamiento lo inconsciente. La
gente que piensa, y que ha encontrado muy superficial el camino de la lógica, inició una
reacción hacia la sinrazón, una tendencia sin duda peligrosa. Sorprende comprobar hasta
qué grado algunos pensadores de primera línea, e incluso algunos científicos, no han
podido utilizar este progreso científico particular. ¿No vemos acaso cómo los
economistas pasan por alto la voracidad inconsciente, cómo los políticos ignoran el odio
reprimido, la incapacidad de los médicos para reconocer la depresión y la hipocondría
que subyacen en enfermedades como el reumatismo y que dañan el sistema industrial?
Incluso tenemos jueces incapaces de comprender que los ladrones buscan algo más
importante que bicicletas y lapiceras.
Todo magistrado tiene plena conciencia de que los ladrones tienen motivos
inconscientes. En primer lugar, sin embargo, quiero exponer y destacar una aplicación
muy distinta de este mismo principio. Quiero sugerir que se considere el inconsciente en
su relación con la tarea judicial, que consiste en aplicar la ley.
Es precisamente porque anhelo conseguir que los métodos psicológicos se utilicen
en la investigación de los casos criminales y en el manejo de los niños antisociales. que
deseo atacar una de las más graves amenazas para un progreso en esa dirección; dicha
amenaza surge de la adopción de una actitud sentimental para con el crimen. Si parece
haber progresos, pero están basados en el sentimentalismo, carecen de valor; se
producirá sin duda una reacción y entonces sería preferible que no hubiera habido
progresos. En el sentimentalismo existe un odio reprimido o inconsciente, y esa
represión es malsana. Tarde o temprano el odio hace su aparición.
El delito provoca sentimientos públicos de venganza. La venganza pública podría
significar algo muy peligroso si no existieran la ley y quienes la aplican.
Particularmente cuando actúan en los tribunales, los jueces dan expresión a los
sentimientos públicos de venganza, y sólo en esa forma es posible sentar las bases para
un tratamiento humanitario del delincuente.
Opino que puede haber un hondo resentimiento con respecto a esta idea. Si se les
pregunta a muchas personas, responderán que no desean castigar a los delincuentes, que

77
preferirían que se los tratara como enfermos. Pero mi sugerencia, basada en premisas
muy definidas, es que no es posible cometer ningún delito sin contribuir, al mismo
tiempo, a la fuente general de sentimientos públicos inconscientes de venganza. Una de
las funciones de la ley consiste en proteger al delincuente contra esa venganza
inconsciente y, por ende, ciega. La sociedad se siente frustrada, pero permite que el
trasgresor sea juzgado en los tribunales, después de un cierto tiempo y una vez que las
pasiones se han calmado; cuando se hace justicia se proporciona una cierta satisfacción.
Existe el peligro, bien real, de que quienes desean ver a los delincuentes tratados como
enfermos (como realmente son) vean frustrados sus propósitos, justo cuando parecen
lograrlos, por no tener en cuenta el potencial inconsciente de venganza. Sería peligroso
adoptar una finalidad puramente terapéutica en los tribunales.
Habiendo dicho esto, voy a pasar ahora a lo que me interesa mucho más, la
comprensión del delito como una enfermedad psicológica. Se trata de un tema enorme y
complejo, pero trataré de decir algo simple sobre los niños antisociales y la relación de
la delincuencia con la carencia de vida hogareña.
Ustedes saben que al examinar a los diversos alumnos de una escuela de
readaptación social, el diagnóstico puede oscilar desde niños normales (o sanos) hasta
esquizofrénicos. Sin embargo, algo conecta entre sí a todos los delincuentes. ¿Qué es?
En una familia corriente, un hombre y una mujer asumen una responsabilidad
conjunta por sus hijos. Nacen niños, la madre (apoyada por el padre) cría a cada uno de
ellos estudiando su personalidad, manejando el problema personal de cada uno en la
medida en que afecta a la sociedad en su unidad más pequeña, la familia y el hogar.
¿Cómo es el niño normal? ¿Simplemente come, crece y sonríe dulcemente? No, no
es así. Un niño normal, si tiene confianza en el padre y en la madre, actúa sin ningún
freno. Con el correr del tiempo, pone a prueba su poder para desintegrar, destruir,
atemorizar, agotar, desperdiciar, trampear y apoderarse de lo que le interesa. Todo lo que
lleva a la gente a los tribunales (o a los manicomios) tiene su equivalente normal en la
infancia y la niñez, y en la relación del niño con su propio hogar. Si el hogar es capaz de
soportar todo lo que el niño hace por desbaratarlo, éste puede ponerse a jugar, no sin
haber hecho antes toda suerte de verificaciones, sobre todo si tiene alguna duda en
cuanto a la estabilidad de la relación entre los padres y del hogar (entendiendo por hogar
mucho más que la casa). Al principio el niño necesita tener conciencia de un marco para
sentirse libre, y para poder jugar, hacer sus propios dibujos, ser un niño irresponsable.
¿Por qué es necesario todo esto? El hecho es que las primeras etapas del desarrollo
emocional están llenas de conflicto y desintegración potenciales. La relación con la
realidad externa todavía no está firmemente arraigada; la personalidad aún no está del
todo integrada; el amor primitivo tiene un fin destructivo, y el niño pequeño no ha
aprendido todavía a tolerar y manejar los instintos. Puede llegar a manejar estas cosas, y
muchas más, si lo que lo rodea es estable y personal. Al comienzo, necesita
indispensablemente vivir en un círculo de amor y fortaleza (con la consiguiente
tolerancia) para que no experimente demasiado temor frente a sus propios sentimientos
y sus fantasías y pueda progresar en su desarrollo emocional.
Ahora bien, ¿qué ocurre si el hogar no proporciona todo esto a un niño antes de que
haya establecido la idea de un marco como parte de su propia naturaleza? La opinión
corriente es que, al encontrarse "libre" procede a disfrutar de esa situación. Esto está
muy lejos de la verdad. Al ver destruido el marco de su vida, ya no siente libre. Se torna
ansioso, y si tiene esperanzas, comienza a buscar un marco fuera del hogar. El niño cuyo
hogar no logra darle un sentimiento de seguridad busca las cuatro paredes fuera de su
hogar; todavía abriga esperanzas, y apela a los abuelos, tíos y tías, amigos de la familia,
la escuela. Busca una estabilidad externa sin la cual puede perder la razón. Si alguien se
la proporciona en el momento adecuado, esa estabilidad puede crecer en el niño como

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los huesos de su cuerpo, de modo que gradualmente, en el curso de los primeros meses
y años de su vida, pueda pasar de la dependencia y de la necesidad de ser manejado a la
independencia. A menudo, el niño obtiene de sus parientes y de la escuela lo que no ha
conseguido en su propio hogar.
El niño antisocial simplemente busca un poco más lejos, apela a la sociedad en lugar
de recurrir a su familia o a la escuela, para que le proporcione la estabilidad que necesita
a fin de superar las primeras y muy esenciales etapas de su crecimiento emocional.
Quisiera expresar esta idea en esta forma. Cuando un niño roba azúcar, está
buscando a una madre buena, la propia, de la que tiene derecho a tomar toda la dulzura
que pueda contener. De hecho, esa dulzura le pertenece, pues él inventó a la madre y a
su dulzura a partir de su propia capacidad de amar, de su propia capacidad creativa
primaria, cualquiera sea ésta. También busca a su padre, que protegerá a la madre de sus
ataques contra ella, ataques efectuados en el ejercicio del amor primitivo. Cuando un
niño roba fuera de su hogar, también busca a su madre, pero entonces con un mayor
sentimiento de frustración, y con una necesidad cada vez mayor de encontrar, al mismo
tiempo, la autoridad paterna que ponga un límite al efecto concreto de su conducta
impulsiva, y a la actuación de las ideas que surgen en su mente cuando está excitado. En
la delincuencia manifiesta esto nos resulta difícil, como observadores, porque lo que
encontramos es la necesidad aguda que tiene el niño de un padre estricto, que proteja a
la madre cuando aparezca. El padre estricto que el evoca también puede ser afectuoso,
pero en primer lugar debe mostrarse estricto y fuerte. Sólo cuando la figura paterna
estricta y fuerte se pone en evidencia, el niño puede recuperar sus impulsos primitivos
de amor, su sentimiento de deseo de reparar. A menos que se vea envuelto en
dificultades el delincuente sólo puede tornarse cada vez más inhibido de amar, y en
consecuencia más y más deprimido y despersonalizado, y eventualmente incapaz de
sentir en absoluto la realidad de las cosas, excepto la realidad de la violencia.
La delincuencia indica que todavía queda alguna esperanza. Como verán, no es
necesariamente una enfermedad que el niño se comporte en forma antisocial, y a veces
la conducta antisocial no es otra cosa que un S.O.S. en busca del control ejercido por
personas fuertes, cariñosas y seguras. La mayoría de los delincuentes son en cierta
medida enfermos, y la palabra enfermedad se torna adecuada por el hecho de que, en
muchos casos, el sentimiento de seguridad no se estableció suficientemente en los
primeros años de vida del niño como para que éste lo incorpore a sus creencias. Un niño
antisocial puede mejorar aparentemente bajo un manejo firme, pero si se le otorga
libertad no tarda en sentir la amenaza de la locura. De modo que vuelve a atacar a la
sociedad (sin saber qué está haciendo) a fin de restablecer el control exterior.
El niño normal, a quien su propio hogar ayuda en las etapas iniciales, desarrolla una
capacidad para controlarse. Desarrolla lo que a veces se denomina un "ambiente
interno", con una tendencia a encontrar buenos ambientes. El niño antisocial, enfermo,
que no ha tenido la oportunidad de desarrollar un buen "ambiente interno" necesita
absolutamente un control exterior para sentirse feliz, para poder jugar o trabajar. Entre
ambos extremos, niños normales y niños enfermos antisociales, hay otros que pueden
adquirir confianza en la estabilidad, si es posible proporcionarles durante un período de
varios años una experiencia continua de control ejercido por personas afectuosas. Un
niño de 6 ó 7 años tiene más probabilidades de obtener ayuda en esta forma que otro de
10 u 11. Durante la guerra, muchos de nosotros tuvimos la experiencia de esta provisión
tardía de un medio estable a niños carentes de vida hogareña, en los albergues para
niños evacuados, y sobre todo a los niños que resultaba difícil ubicar. Estos estuvieron
bajo la supervisión del Ministerio de Salud. En los años de la guerra, los niños con
tendencias antisociales fueron tratados como enfermos. Me complace decir que esos
albergues no están cerrados ahora y que han sido transferidos al Ministerio de

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Educación. Esos albergues cumplen una tarea profiláctica para el Ministerio del Interior.
Pueden tratar la delincuencia como una enfermedad tanto más fácilmente cuanto que la
mayoría de esos niños aún no han comparecido ante tribunales de menores. Este es, sin
duda, el lugar adecuado para el tratamiento de la delincuencia como una enfermedad del
individuo y, sin duda, el lugar adecuado para la investigación y la oportunidad de
adquirir experiencia. Todos conocemos el excelente trabajo realizado en algunas
escuelas de readaptación social, pero el hecho de que la mayoría de sus alumnos hayan
sido condenados por un tribunal contribuye a crear dificultades.
En estos albergues, llamados a veces pensiones para niños inadaptados, hay una
oportunidad para que quienes ven en la conducta antisocial el S.O.S. de un niño
enfermo desempeñen una función y puedan así aprender. Cada albergue o grupo de
albergues perteneciente al Ministerio de Salud durante la guerra tenía un comité de
manejo, y en el grupo con el que estuve relacionado, el comité de legos se interesó
realmente en los detalles de la labor efectuada en el albergue y asumió responsabilidad
al respecto. Sin duda, muchos jueces podrían integrar esos comités, y así ponerse en
contacto estrecho con el manejo concreto de los niños que aún no han comparecido ante
los tribunales. No basta con visitar escuelas o albergues, o con oír hablar a la gente. La
única forma eficaz consiste en asumir alguna responsabilidad, aunque sea indirecta,
mediante un apoyo inteligente a quienes manejan criaturas que tienden a la conducta
antisocial.
En esos albergues para los llamados inadaptados, es posible trabajar con una
finalidad terapéutica, y ello establece una gran diferencia. Los fracasos eventualmente
llegan a los tribunales, pero los éxitos se convierten en ciudadanos. Desde luego, el
trabajo realizado en estos albergues con pocos niños y personal adecuado está a cargo
de los custodios. Estos deben ser idóneos desde el comienzo, pero necesitan educación y
oportunidades para revisar su labor a medida que la realizan, y también deben contar
con alguien que medie entre ellos y esa cosa impersonal llamada ministerio. En el
proyecto que conocí, esa tarea estaba a cargo del asistente social psiquiátrico y del
psiquiatra. Estos, a su vez, necesitaban un comité que creciera con el proyecto y
aprovechara la experiencia. Este es el tipo de comité en el que un juez podría ser de
considerable ayuda.
Volvamos ahora al tema de los niños carentes de vida hogareña. Aparte del descuido
(en cuyo caso llegan a los tribunales de menores como delincuentes), es posible
manejarlos en dos formas. Se les puede hacer psicoterapia personal, o bien
proporcionarles un ambiente firme y estable con cuidado y amor personales, y aumentar
gradualmente la dosis de libertad. En realidad, sin esto último, no es probable que la
psicoterapia personal tenga éxito. Y con la provisión de un sustituto hogareño adecuado,
la psicoterapia puede tornarse innecesaria, lo cual es afortunado porque prácticamente
nunca se puede contar con ella. Pasarán años antes de que se disponga, incluso, de unos
pocos psicoanalistas bien adiestrados para ofrecer los tratamientos personales que tan
urgentemente se necesitan en muchos casos.
La psicoterapia personal apunta a capacitar al niño para completar su desarrollo
emocional. Esto significa muchas cosas, incluyendo el establecimiento de una buena
capacidad para sentir la realidad de las cosas reales, tanto externas como internas, y para
lograr la integración de la personalidad individual. El pleno desarrollo emocional
significa esto y mucho más. Después de estas etapas primitivas, aparecen los primeros
sentimientos de preocupación y culpa, y los primeros impulsos de reparación. Y en la
familia misma surgen las primeras situaciones triangulares, y todas las complejas
relaciones interpersonales inherentes a la vida en el hogar.
Además, si todo anda bien, y si el niño se torna capaz de manejarse a sí mismo y a
su relación con los adultos y con otros niños, aun así comenzará a enfrentar

80
complicaciones, como una madre deprimida, un padre con episodios maníacos, un
hermano algo cruel, una hermana con pataletas. Cuanto pensamos en estas cosas, más
comprendemos por qué los bebés y los niños pequeños necesitan absolutamente el
marco de su propia familia y, de ser posible, una estabilidad del ambiente físico
también; y de tales consideraciones deducimos que a los niños carentes de vida
hogareña hay que proporcionarles algo personal y estable cuando todavía son bastante
pequeños como para aprovecharlo en cierta medida, o bien nos obligarán más tarde a
proporcionarles estabilidad en la forma de un reformatorio o, como último recurso, de
las cuatro paredes de una celda carcelaria.

81
14. LA TENDENCIA ANTISOCIAL

(Trabajo leído ante la Sociedad Psicoanalítica Británica el 20 de junio de 1956)

La tendencia antisocial le plantea al psicoanálisis algunos problemas teóricos y


prácticos difíciles de tratar. En su introducción a La juventud descarriada, de Aichhorn,
Freud demostró que el psicoanálisis no sólo ayuda a comprender la delincuencia, sino
que además se enriquece al comprender la labor que realizan quienes deben tratar con
delincuentes.
He optado por referirme a la tendencia antisocial, y no a la delincuencia, porque la
defensa antisocial organizada está recargada de beneficios secundarios y reacciones
sociales que dificultan su investigación a fondo hasta llegar al meollo de la cuestión. En
cambio, la tendencia antisocial se puede estudiar tal como aparece en el niño normal o
casi normal, en quien se relaciona con las dificultades inherentes al desarrollo
emocional.

Comenzaré por dos simples referencias al material clínico:


Para mi primer análisis de un niño, elegí a un delincuente. El muchacho asistió con
regularidad a las sesiones durante un año, hasta que se puso fin al tratamiento a causa de
los disturbios que provocaba en la clínica. Diría que el análisis iba bien y que su
terminación fue penosa para ambos, pese a las malas pasadas que me jugó en varias
ocasiones: se escapaba y subía a los techos, y otra vez hizo correr tal cantidad de agua
que inundó el sótano; violentó la cerradura de mi auto, se subió a él y, valiéndose del
arranque automático lo puso en marcha con el motor en primera. La clínica ordenó dar
por terminado el tratamiento para bien de los demás pacientes. El muchacho fue
derivado a una escuela de readaptación social.
En la actualidad tiene 35 años; ha podido ganarse la vida con un trabajo adecuado a
su temperamento inquieto, está casado y tiene vanos hijos. No obstante, temo seguir su
caso porque podría volver a comprometerme con un psicópata; prefiero que la sociedad
siga cargando con la responsabilidad de su manejo.

Salta a la vista que este niño no debió ser tratado por medio del psicoanálisis, sino
colocándolo en un ambiente adecuado. En su caso, el psicoanálisis sólo tenía sentido
como tratamiento adicional ulterior. Desde entonces, he observado cómo fracasan en el
psicoanálisis de los niños antisociales los analistas de cualquier orientación.
El caso siguiente demuestra, en cambio, con qué facilidad podemos tratar a veces
una tendencia antisocial, si la terapia es complementaria de una asistencia ambiental
especializada.

Una amiga me consultó con respecto al mayor de sus cuatro hijos, llamado John. Le
era imposible traerlo abiertamente a mi consultorio porque su esposo se oponía a la
psicología por razones religiosas, de modo que sólo podía reunirse ella (conmigo) para
conversar acerca de los robos compulsivos del muchacho, que iban tomando un cariz
bastante grave: para entonces, ya robaba en gran escala tanto en los comercios como en
el hogar. Por motivos prácticos, la madre y yo sólo pudimos concertar un almuerzo
rápido en un restaurante, durante el cual ella me contó sus cuitas y me pidió consejo.
Toda ayuda de mi parte sería imposible, a menos que pudiera prestársela en ese
momento y lugar. Así pues, le expliqué el significado de los robos y le sugerí que
buscara un buen momento en su relación con John y le hiciera una interpretación de

82
tales actos. Al parecer, todas las noches ella y John mantenían por breves instantes una
buena relación recíproca cuando el niño ya se había acostado; entonces él solía hablarle
de la luna y las estrellas. Ella podría aprovechar ese momento.
Le propuse lo siguiente: "Dígale que usted sabe que él no roba porque desee o
necesite lo que roba, sino porque busca algo a lo que tiene derecho: está formulando una
demanda a su madre y su padre, pues se siente deprivado de su amor". Le aconsejé que
usara un lenguaje comprensible para el niño. Sus padres eran músicos y yo conocía a la
familia lo bastante bien como para percibir de qué modo John se había convertido hasta
cierto punto en un niño deprivado, pese a tener un buen hogar.
Tiempo después recibí una carta de mi amiga, comunicándome que había seguido
mi consejo: "Le dije que cuando robaba dinero, comida y objetos, en realidad quería
tener a su mamá. Debo admitir que en verdad no esperaba ser comprendida, pero al
parecer me entendió. Le pregunté si pensaba que no lo amábamos porque a veces era
muy desobediente; me contestó sin ambages que no se creía muy amado. ¡Pobrecito! No
puedo expresarle lo mal que me sentí. Le dije que nunca volviera a dudar de nuestro
cariño, que si alguna vez le asaltaba la duda me lo recordara y yo se lo reafirmaría. Por
supuesto, pasará tiempo antes de que necesite que me lo recuerde, ¡fue un sacudón tan
grande! Se diría que necesitamos este tipo de conmociones. Por lo tanto, me muestro
mucho más efusiva con él para tratar de evitar que recaiga en sus dudas. Hasta ahora,
los robos han cesado por completo".
La madre había conversado con la maestra de John, explicándole que el niño
necesitaba ser amado y apreciado. La maestra accedía a cooperar, pese a que John
causaba muchos problemas en la escuela.
Transcurridos ya ocho meses, puedo informar que John no ha vuelto a robar y que
sus relaciones con la familia han mejorado muchísimo. Al considerar este caso debe
recordarse que yo había conocido muy bien a la madre en su adolescencia y, hasta cierto
punto, la había atendido durante una fase antisocial. Era la hija mayor de una familia
numerosa. Pertenecía a un hogar muy bueno pero su padre había impuesto una
disciplina rígida, especialmente cuando ella era una niña de corta edad. Por
consiguiente, mi intervención actuó como una doble terapia al posibilitarle a esa mujer
joven llegar a vislumbrar sus propias dificultades a través de la ayuda que pudo prestar a
su hijo. Cuando podemos ayudar a los padres a prestar ayuda a sus hijos, de hecho los
estamos ayudando a tratar sus propios problemas.

(En otro trabajo me propongo presentar casos clínicos ilustrativos sobre el manejo
de los niños con tendencias antisociales. Aquí sólo intento enunciar brevemente en qué
se basa mi actitud personal ante el problema clínico.)

NATURALEZA DE LA TENDENCIA ANTISOCIAL

Esta tendencia no es un diagnostico ni admite una comparación directa con otros


términos de diagnóstico tales como neurosis y psicosis. Se la puede encontrar en un
individuo normal o en una persona neurótica o psicótica. Aparece a cualquier edad, si
bien, para mayor simplicidad, me referiré únicamente a los niños antisociales.
Podemos concatenar del siguiente modo las diversas expresiones en uso en Gran
Bretaña:
Una criatura se convierte en niño deprivado cuando se lo depriva de ciertas
características esenciales de la vida hogareña. Emerge hasta cierto punto lo que podría
llamarse el "complejo de deprivación". El niño manifiesta entonces una conducta
antisocial en el hogar o en un ámbito más amplio. La tendencia antisocial del niño

83
puede imponer, con el tiempo, la necesidad de considerarlo un inadaptado social y
ponerlo bajo tratamiento en un albergue para niños inadaptados o llevarlo ante la
justicia como un menor ingobernable. El niño, convertido ahora en delincuente, quedará
en libertad condicional por orden judicial o será enviado a una escuela de readaptación
social. Si el hogar de ese niño deja de cumplir alguna función importante, la ley de
Menores de 1948 autoriza al Comité de Menores a tomarlo a su cargo y proporcionarle
"cuidado y protección". En lo posible se buscará para él un hogar adoptivo. Si estas
medidas no dan resultado, puede decirse que el joven adulto se ha convertido en
psicópata; quizá la justicia lo envíe a un correccional o a la cárcel, según correspondiere
por su edad. El término reincidencia designa la tendencia establecida a repetir los actos
delictivos.
Todo este léxico no se refiere en absoluto al diagnóstico psiquiátrico del individuo.
La tendencia antisocial se caracteriza por contener un elemento que compele al
ambiente a adquirir importancia.
Mediante impulsos inconscientes, el paciente compele a alguien a ocuparse de su
manejo. Incumbe al terapeuta comprometerse en este impulso inconsciente del paciente
y tratarlo, valiéndose de su manejo, tolerancia y comprensión.
La tendencia antisocial implica una esperanza. La falta de esperanza es la
característica básica del niño deprivado que, por supuesto, no se comporta
constantemente en forma antisocial, sino que manifiesta dicha tendencia en sus períodos
esperanzados. Esto podrá ocasionar inconvenientes a la sociedad (y a usted, si la
bicicleta robada es la suya...), pero quienes no se ven afectados en modo alguno por
estos robos compulsivos pueden percibir la esperanza subyacente. Cabe preguntarse si
nuestra propensión a encomendar a otros el tratamiento del delincuente no obedecerá,
entre otras razones, a que nos desagrada ser víctimas de un robo.
Comprender que el acto antisocial es una expresión de esperanza constituye un
requisito vital para tratar a los niños con tendencia antisocial manifiesta. Una y otra vez
vemos cómo se desperdicia o arruina ese momento de esperanza a causa de su mal
manejo o de la intolerancia. Es otro modo de decir que el tratamiento adecuado para la
tendencia antisocial no es el psicoanálisis, sino el manejo: debemos ir al encuentro de
ese momento de esperanza y estar a la altura de él.
Los especialistas en la materia saben desde hace mucho tiempo que hay una relación
directa entre la tendencia antisocial y la deprivación. En la actualidad y esto se lo
debemos en gran parte a John Bowlby, se ha generalizado el reconocimiento de que
existe una relación entre la tendencia antisocial individual y la deprivación emocional;
los casos típicos se dan aproximadamente entre el año y los dos años de edad, o sea
cuando la criatura deja de ser un bebé y empieza a dar sus primeros pasos.
Cuando existe una tendencia antisocial habido una verdadera deprivación y no una
simple privación. En otras palabras, el niño ha perdido algo bueno que, hasta una fecha
determinada, ejerció un efecto positivo sobre su experiencia9 y que le ha sido quitado; el
despojo ha persistido por un lapso tan prolongado, que el niño ya no puede mantener
vivo el recuerdo de la experiencia vivida. Una definición completa de la deprivación
incluye los sucesos tempranos y tardíos, el trauma en sí y el estado traumático
sostenido, lo casi normal y lo evidentemente anormal.

9
Esta idea parece estar implícita en la monografía de Bowlby, Maternal Care and
Mental Health , (Los cuidados maternos y la salud mental), pág. 47, donde compara sus
observaciones con las de otros investigadores y sugiere que las diferencias en los
resultados se explican por la diferencia de edad entre los niños en el momento de su
deprivación.

84
Nota:
Al enunciar la "posición depresiva" de Klein con mi propia terminología, procuré
dejar en claro la estrecha relación existente entre el concepto de Klein y el énfasis
puesto por Bowlby en la deprivación. Las tres etapas de reacción clínica que describe
Bowlby con referencia a un niño de dos años que es hospitalizado pueden formularse,
teóricamente, en términos de una pérdida gradual de la esperanza provocada por la
muerte del objeto interno o versión introyectada del objeto externo perdido. Se puede
profundizar la discusión de la importancia relativa que tendría la muerte del objeto
interno por la rabia y el contacto de "objetos buenos" con productos del odio contenidos
dentro de la psique, así como la madurez o inmadurez del yo en tanto afecte la
capacidad de mantener vivo un recuerdo.
Bowlby necesita la intrincada enunciación de Klein, construida en torno a la
comprensión de la melancolía y derivada de Freud y Abraham10, pero también es cierto
que el psicoanálisis necesita tener en cuenta el énfasis puesto por Bowlby en la
deprivación, pues sólo así podrá abordar este tópico especial de la tendencia antisocial.

Dicha tendencia siempre dos orientaciones, si bien a veces el acento recae más en
una de ellas. Una de esas orientaciones está representada típicamente por el robo y la
otra por la destructividad. Mediante el primero, el niño busca algo en alguna parte y, al
no encontrarlo, lo busca por otro lado si aún tiene esperanzas de hallarlo. Mediante la
segunda, el niño busca el grado de estabilidad ambiental capaz de resistir la tensión
provocada por su conducta impulsiva; busca un suministro ambiental perdido, una
actitud humana en la que el individuo pueda confiar y que, por ende, lo deje en libertad
para moverse, actuar y entusiasmarse.
El niño provoca reacciones ambientales totales valiéndose en particular de la
destructividad, como si buscara un marco en constante expansión, un círculo cuyo
ejemplo inicial fue el cuerpo o los brazos de la madre. Podemos discernir una serie de
encuadramientos: el cuerpo de la madre, sus brazos, la relación parental, el hogar, la
familia (incluidos los primos y otros parientes cercanos), la escuela, la localidad de
residencia con sus comisarías, el país con sus leyes.
Al examinar los comportamientos casi normales y las raíces tempranas de la
tendencia antisocial (encaradas en función del desarrollo individual) deseo tener
presentes en todo momento estas dos orientaciones: la búsqueda de objeto y la
destrucción.

EL ROBO

El robo va asociado a la mentira y ambos ocupan el centro de la tendencia antisocial.


El niño que roba un objeto no busca el objeto robado, sino a la madre, sobre la que
tiene ciertos derechos. Estos derivan de que (desde el punto de vista del niño) la madre
fue creada por él. Al responder a la creatividad primaria del hijo, la madre se convirtió
en el objeto que el niño estaba dispuesto a encontrar. (Aquí conviene aclarar dos puntos:
el niño no pudo haber creado a su madre; además, el significado que ella tenga para el
niño depende de la creatividad de éste.)
Cabe preguntarse si es posible acoplar las dos orientaciones: el robo y la
destrucción, la búsqueda de objeto y la conducta provocante, las compulsiones
libidinales y las agresivas. A mi juicio, ambas se unen dentro del niño y esa unión
representa una tendencia a la autocuración, entendiéndose por tal la cura de una de-
fusión de los instintos.

10
Véase el cap. 15 (Nota de los comps.)

85
Cuando en el momento de la deprivación original hay cierta fusión de las raíces
agresivas (o de la motilidad) con las libidinales, el niño reclama a la madre valiéndose
de un comportamiento mixto -roba, hace daño, arma líos- que varía conforme a los
detalles específicos de su estado de desarrollo emocional. A menor fusión corresponde
una mayor separación entre la búsqueda de objeto y la agresión, así como un mayor
grado de disociación en el niño. De esto se infiere que la capacidad de causar fastidio
observada en el niño antisocial es una característica esencial y, en el mejor de los casos,
favorable, por cuanto indica una vez mas la posibilidad de recobrar la perdida fusión de
las mociones libidinales y motilidad.
En el cuidado corriente del bebé, la madre debe habérselas constantemente con su
capacidad de causar fastidio. Por ejemplo, es común que el bebé se orine sobre el regazo
de la madre mientras mama. Más adelante, este acto aparece como una regresión
momentánea durante el sueño o al despertar (enuresis). Cualquier exageración de esta
capacidad de causar fastidio puede indicar la existencia, en el bebé, de cierta
deprivación y tendencia antisocial.
Esta tendencia se manifiesta en el robo, la mentira, la incontinencia y, en general, en
las conductas barulleras o que arman líos. Aunque cada síntoma posee un significado y
valor específicos, el factor común en que se basa la intención con que procuro describir
la tendencia antisocial es la capacidad que tienen los síntomas de causar fastidio. El
niño explota dicha capacidad... y no lo hace por casualidad; su motivación es
inconsciente en gran parte, pero no necesariamente en su totalidad.

PRIMERAS SEÑALES DE LA TENDENCIA ANTISOCIAL

En mi opinión, las primeras señales de deprivación son tan comunes que pasan por
normales. Tomemos como ejemplo la conducta imperiosa del niño, que la mayoría de
los padres afrontan con una mezcla de sumisión y reacción. No es sinónimo de
omnipotencia infantil, por cuanto ésta es una cuestión de realidad psíquica y no de
conducta.
La voracidad es un síntoma antisocial muy común, estrechamente ligado a la
inhibición del apetito. Si estudiamos la voracidad encontraremos el complejo de
deprivación. En otras palabras, si un bebé se muestra voraz es porque experimenta
cierto grado de deprivación y cierta compulsión a buscarle una terapia por intermedio
del ambiente. La buena disposición de la madre a proveer lo necesario para satisfacer la
voracidad del bebé explica el éxito del tratamiento en la gran mayoría de los casos en
que tal compulsión es perceptible. En un bebé,
la voracidad (greediness) no es sinónimo de avidez (greed). La palabra "avidez" se
emplea en la enunciación teórica de los formidables reclamos instintivos que el bebé le
hace a la madre al comienzo de su vida, o sea, cuando apenas empieza a posibilitarle a
ella una existencia independiente y acepta por primera vez el principio de realidad.
Entre paréntesis, he oído decir a veces que una madre debe fallar en su adaptación a
las necesidades de su bebé. Me pregunto si no será una idea equivocada, basada en la
consideración de las necesidades del ello y la desatención de las necesidades del yo.
Una madre debe fallar en cuanto a la satisfacción de las demandas instintivas del hijo,
pero puede alcanzar un éxito absoluto en cuanto a "no dejar caer al bebé" y proveerle lo
necesario para atender las necesidades de su yo, hasta tanto él pueda tener una madre
introyectada sostenedora del yo y esté en edad de mantener esta introyección, pese a las
fallas del ambiente actual en lo que atañe al soporte del yo.
El impulso de amor primitivo (pre-compasivo) no es idéntico a la voracidad
incompasiva. En el proceso de desarrollo del bebé, los separa la adaptación de la madre.

86
Esta fracasa forzosamente en su empeño por mantener un alto grado de adaptación a las
necesidades del ello, con la consiguiente posibilidad de que todo infante se vea
deprivado hasta cierto punto; no obstante, el bebé es capaz de inducir a su madre a que
le cure esta subdeprivación atendiendo a su voracidad, su tendencia a hacer barullo y
armar líos, y demás síntomas de deprivación. La voracidad del niño forma parte de su
búsqueda compulsiva de una cura que provenga de la misma persona (la madre) que
causó su deprivación. Esta voracidad es antisocial y precursora del robo; la madre puede
atenderla y curarla mediante su adaptación terapéutica, tan fácilmente confundida con la
indulgencia excesiva. Debemos señalar, sin embargo, que la acción de la madre sea cual
sea, no anula su falla inicial en su intento de adaptarse a las necesidades yoicas del bebé.
Por lo común la madre puede atender los reclamos compulsivos del infante, aplicando
así una eficaz terapia contra el complejo de deprivación, cercana a su punto de origen.
Casi cura al bebe porque le permite expresar su odio, siendo que ella, la terapeuta, es en
verdad la madre deprivadora.
Como se advertirá, aunque el bebé no está obligado en absoluto hacia la madre
porque ella haya respondido a su impulso de amor primitivo, la terapia materna crea en
él cierto sentimiento de deuda, entendiéndose por terapia materna la buena disposición
de la madre a atender los reclamos derivados de la frustración que empiezan a tener
cierta capacidad de causar fastidio. La terapia materna puede curar al bebé, pero no es
amor maternal.
Este modo de ver la actitud indulgente de la madre entraña una enunciación del
quehacer materno más compleja que la comúnmente aceptable. A menudo se concibe el
amor materno en función de esta actitud indulgente que, en realidad, es una terapia con
respecto a una falla del amor maternal. Insisto en que es una terapia, una segunda
oportunidad que se da a las madres, pues no siempre se puede esperar que tengan éxito
en su tarea inicial de amor primario, que es la más delicada. Si una madre hace esta
terapia como una formación generada por sus propios complejos, decimos que es
demasiado indulgente con el bebé, que lo malcría. Esta terapia suele dar buenos
resultados en tanto la madre sea capaz de practicarla porque percibe la necesidad de
atender a los reclamos del niño, de complacer su voracidad compulsiva. Quizá
comprometa no sólo a la madre, sino también al padre y al resto de la familia. Desde el
punto de vista clínico, existe una delicada zona fronteriza entre la terapia materna eficaz
e ineficaz. Con frecuencia observamos cómo una madre malcría al bebé y sabemos que
esta terapia no tendrá éxito, porque la deprivación inicial ha sido demasiado grave para
"curarla de primera intención", como diría un cirujano refiriéndose a una herida.
Así como la voracidad puede ser una manifestación de la reacción ante la
deprivación y de una tendencia antisocial, lo mismo puede decirse de la enuresis, la
destructividad compulsiva y la tendencia a fastidiar o armar líos. Todas estas
manifestaciones están estrechamente relacionadas entre sí. En la enuresis (una afección
muy común) se pone énfasis en la regresión en el momento del sueño, o bien en la
compulsión antisocial a reclamar el derecho a orinar sobre el cuerpo de la madre.
Para estudiar más a fondo el robo tendría que referirme al deseo compulsivo de salir
a comprar algo, una manifestación común en la tendencia antisocial que encontramos en
nuestros pacientes psicoanalíticos. El terapeuta puede hacer un análisis prolongado e
interesante de un paciente sin alterar este tipo de síntoma, que no pertenece a las
defensas neuróticas o psicóticas del paciente, sino a una tendencia antisocial originada
como reacción ante una deprivación específica, ocurrida en un momento determinado.
De esto se infiere con claridad que los regalos de cumpleaños, así como el dinero que se
da a los niños o adolescentes para sus gastos personales, absorben parte de la tendencia
antisocial normalmente previsible.

87
Siempre desde el punto de vista clínico, dentro de la misma categoría a que
pertenece el salir a comprar algo encontramos las salidas sin finalidad alguna, a modo
de rabonas, manifestaciones de una tendencia centrífuga que reemplaza el gesto
centrípeto implícito en el robo.

LA PÉRDIDA ORIGINAL

Deseo señalar un punto en especial: en la base de la tendencia antisocial hay una


buena experiencia temprana que se ha perdido. El bebé ha adquirido la capacidad de
percibir que la causa del desastre radica en una falla ambiental; ésta es, sin duda, una
característica fundamental de la tendencia antisocial. El conocimiento correcto de que la
depresión o desintegración obedece a una causa externa, y no interna, provoca la
distorsión de la personalidad y el afán de buscar una cura por medio de una nueva
provisión ambiental. El grado de madurez del yo que este tipo de percepción posibilita
hace que se desarrolle una tendencia antisocial, en vez de una enfermedad psicótica. Los
niños presentan muchas compulsiones antisociales que sus padres logran tratar con éxito
en sus etapas tempranas. Empero, los niños antisociales presionan constantemente para
obtener esta cura mediante una provisión ambiental, pero son incapaces de
aprovecharla. (Dichas presiones pueden ser inconscientes, o tener motivaciones
inconscientes.)
Parecería que la deprivación original acontece durante el período en que el yo del
infante o niño de corta edad está en vías de fusionar las raíces libidinales y agresivas (o
de la motilidad) del ello. En el momento de esperanza el niño hace lo siguiente:
Percibe un nuevo medio, dotado de algunos elementos confiables.
Experimenta un impulso que podríamos llamar de búsqueda de objeto.
Reconoce que la incompasión está a punto de convertirse en una característica.
Por consiguiente, agita el ambiente que lo rodea, en un esfuerzo por inducirlo a
mantenerse alerta frente al peligro y organizarse para tolerar el fastidio que él le cause.
Si la situación persiste, debe poner a prueba una y otra vez la capacidad de ese
ambiente inmediato de soportar la agresión, prevenir o reparar la destrucción, tolerar el
fastidio, reconocer el elemento positivo contenido en la tendencia antisocial, y
suministrar y preservar el objeto que ha de ser buscado y encontrado.
En circunstancias favorables- o sea, cuando no hay un exceso de locura, compulsión
inconsciente, organización paranoide, etc.- es posible que con el tiempo, y gracias a esas
circunstancias, el niño pueda encontrar a alguien a quien amar, en vez de continuar su
búsqueda presentando reclamos sobre objetos sustitutos que han perdido su valor
simbólico.
En la etapa siguiente el niño tiene que ser capaz de experienciar la desesperación
dentro de una relación, en vez de limitarse exclusivamente al sentimiento de esperanza.
Más allá de esto se extiende para él la posibilidad real de tener una vida propia. Cuando
los celadores y el personal especializado de un albergue guían a un niño a través de
todos estos procesos, hacen una terapia sin duda comparable al trabajo analítico.
Por lo común, los padres llevan a cabo esta tarea completa con uno de sus hijos. No
obstante, progenitores perfectamente capaces de criar y educar a niños normales
fracasan con el hijo que manifiesta una tendencia antisocial.
En esta enunciación he omitido adrede las referencias a la relación entre la tendencia
antisocial y:
La actuación (acting out)
La masturbación.
El superyó patológico y el sentimiento inconsciente de culpa.

88
Las etapas del desarrollo libidinal.
La compulsión de repetición.
La regresión a la fase previa a la preocupación.
La defensa paranoide.
Los vínculos de la sintomatología con el sexo.

TRATAMIENTO

En suma, el psicoanálisis no es el tratamiento indicado para la tendencia antisocial.


El método terapéutico adecuado consiste en proveer al niño de un cuidado que él pueda
redescubrir y poner a prueba, y dentro del cual pueda volver a experimentar con los
impulsos del ello. La terapia es proporcionada por la estabilidad del nuevo suministro
ambiental. Los impulsos del ello sólo cobran sentido si el individuo los experiencia
dentro del marco de las relaciones del yo; cuando el paciente es un niño deprivado, las
relaciones del yo deben obtener el soporte de la relación con el terapeuta. Según la
teoría aquí expuesta, el ambiente es el que debe proporcionar una nueva oportunidad
para las relaciones del yo, por cuanto el niño ha percibido que su tendencia antisocial se
originó en una falla ambiental en el soporte del yo.
Si el niño es un paciente psicoanalítico, el analista tiene dos alternativas: 1) hacer
posible que la transferencia cobre peso fuera del marco analítico; 2) prever que la
tendencia antisocial alcanzará su máxima potencia dentro de la situación analítica y
estar preparado para soportar el impacto.

89
15. PSICOLOGÍA DE LA SEPARACIÓN

(Artículo escrito en marzo de 1958 para uso de los asistentes sociales)

Recientemente se ha escrito mucho sobre el tema de la separación y sus efectos;


éstos pueden enunciarse basándose en los resultados de la observación clínica. Hoy en
día se ha llegado a un acuerdo considerable con respecto a qué se puede esperar cuando
se separa de la figura parental al bebé, o niño de corta edad, por un lapso demasiado
prolongado. Se ha comprobado que existe una relación entre la tendencia antisocial y la
deprivación.
A continuación intentaré estudiar la psicología de la reacción ante la pérdida,
aprovechando los grandes aportes hechos a nuestra comprensión del tema desde que
Freud publicó su trabajo Duelo y melancolía, influido, a su vez, por las ideas de Karl
Abraham.
Para comprender a fondo la psicología de la angustia de separación, es necesario e
importante que procuremos relacionar la reacción ante la pérdida con. el destete, la
aflicción, el duelo y la depresión.
Quienes trabajan con niños deprivados deben adoptar ante todo, como base teórica
de su labor, el principio de que la enfermedad no deriva de la pérdida en sí, sino de que
esa pérdida haya ocurrido en una etapa del desarrollo emocional del niño o bebé en que
éste no podía reaccionar con madurez. El yo inmaduro es incapaz de experienciar el
duelo. Por tanto, cuanto haya que decir acerca de la deprivación y la angustia de
separación debe fundarse en una comprensión de la psicología del duelo.

PSICOLOGÍA DEL DUELO

El duelo en sí es un indicador de madurez en el individuo. Su complejo mecanismo


incluye el siguiente proceso: el individuo que ha sufrido la pérdida de un objeto
introyecta a éste y lo odia dentro del yo. Desde el punto de vista clínico, lo muerto del
objeto introyectado varía de un momento a otro, según predomine el odio o el amor
hacia él. Durante el duelo el individuo puede ser feliz por un tiempo, como si el objeto
hubiese resucitado, porque ha revivido en su interior, pero aún tiene por delante más
odio y la depresión volverá tarde o temprano. Algunas veces vuelve sin una causa obvia;
otras, retorna traída por sucesos fortuitos o aniversarios que recuerdan la relación
mantenida con el objeto y subrayan, una vez más, el modo en que le falló al individuo al
desaparecer. Con el tiempo, en los individuos sanos, el objeto interiorizado empieza a
liberarse del odio (tan poderoso al principio) y el individuo recobra la capacidad de ser
feliz pese a la pérdida del objeto y a causa de su resurrección dentro del yo.
Un bebé que no ha alcanzado determinada etapa de madurez no puede llevar a cabo
un proceso tan complejo. Hasta el individuo que ha llegado a esa etapa necesita que se
cumplan determinadas condiciones para poder elaborar el proceso de duelo. El ambiente
que lo rodea debe prestarle apoyo y sostén mientras efectúe esa elaboración; asimismo,
el individuo debe estar libre del tipo de actitud que impide experimentar tristeza. A
veces los individuos que ya son capaces de hacer el duelo se ven impedidos de elaborar
los procesos por falta de comprensión intelectual, como sucede cuando en la vida de un
niño se teje una conspiración de silencio en torno a la muerte. En algunos de estos
casos, una información simple sobre el hecho basta para posibilitarle al niño el
cumplimiento del proceso de duelo; de lo contrario, caerá en la confusión. Lo mismo
puede decirse con respecto a la información que se da a un niño acerca de su adopción.

90
Se ha señalado convenientemente que una parte del odio hacia el objeto perdido
puede ser consciente; sin embargo, cabe prever que habrá más odio del que se siente.
Cuando este odio y la ambivalencia hacia el objeto perdido son hasta cierto punto
conscientes, no hay duda de que nos hallamos una vez más ante una señal de buena
salud.
Podemos examinar globalmente el tema de la deprivación basándonos en esta breve
enunciación de la psicología del duelo, y percibir que el asistente social trata el efecto
de la pérdida(ya ocurrida o en curso) que el yo inmaduro del individuo es incapaz de
afrontar con madurez, o sea, mediante el proceso de duelo. El asistente social necesita
tener un diagnóstico. En otras palabras, tiene que ser capaz de comprender en qué etapa
de su desarrollo emocional se hallaba el bebé o niño cuando ocurrió la pérdida, para
poder evaluar el tipo de reacción que ella ha provocado. Por supuesto, cuanto más cerca
esté el niño de poder hacer el duelo, tanto mayor será la esperanza de que pueda recibir
ayuda aun cuando padezca alguna enfermedad clínica grave. Por otro lado, cuando la
pérdida activa unos mecanismos muy primitivos, el asistente social quizá deba admitir
que está sujeto a una limitación fundamental con respecto a la ayuda que puede prestarle
a ese bebé o niño. Este no es el lugar adecuado para las reacciones primitivas ante una
pérdida, que indican un grado de madurez insuficiente para el duelo. No obstante, puedo
dar algunos ejemplos. A veces podemos demostrar que la pérdida simultánea de la
madre y su pecho crea una situación en la que el bebé pierde no sólo el objeto, sino
también el aparato para utilizarlo (la boca). La pérdida puede ahondarse hasta abarcar
toda la capacidad del individuo, en cuyo caso, más que una desesperanza de redescubrir
el objeto perdido, habrá una desesperanza basada en la incapacidad de salir en busca de
objeto.
Entre estos dos extremos - reacciones muy primitivas la pérdida y duelo- hay toda
una escala de fallas de comunicación atormentadoras. Dentro de este campo se observa
clínicamente toda la sintomatología de la tendencia antisocial; el robo aparece aquí
como una señal de esperanza, quizá bastante temporaria pero positiva mientras dure,
antes de que el individuo recaiga en la desesperanza. A medio camino entre los dos
extremos descritos hay un tipo de reacción ante la pérdida que indica la anulación de lo
que Melanie Klein dio en llamar el establecimiento de la posición depresiva en el
desarrollo emocional. Cuando todo marcha bien, el objeto (la madre o figura maternal)
permanece cerca del bebé hasta que éste llega a conocerlo plenamente, en el momento
de su experiencia instintiva, como una parte de la madre que está siempre presente. En
esta fase el individuo experimenta un aumento gradual de su sentido de preocupación; si
en su transcurso pierde a la madre, el proceso se revierte. El hecho de que la madre no
esté allí cuando el bebé se siente preocupado provoca la anulación del proceso
integrador, de manera tal que la vida instintiva queda inhibida o disociada de la relación
general entre el niño y el cuidado que le prestan. En tal caso, el sentido de preocupación
se pierde; en cambio, cuando el objeto (la madre) continúa existiendo y desempeñando
su rol, el sentido de preocupación se robustece paulatinamente. El florecimiento de este
proceso da como resultado esa madurez que denominamos "capacidad de hacer el
duelo".

91
16. AGRESIÓN, CULPA Y REPARACIÓN

(Disertación pronunciada ante la Liga Progresiva el 8 de mayo de 1960)

Deseo de mi experiencia como psicoanalista para exponer un tema recurrente en el


trabajo analítico, que ha tenido siempre gran importancia. Concierne a una de las raíces
de la actividad constructiva: la relación entre construcción y destrucción. Tal vez
ustedes lo reconozcan al punto como un tema desarrollado principalmente por Melanie
Klein, quien reunió sus ideas al respecto bajo el título de "La posición depresiva en el
desarrollo emocional". No viene al caso establecer si es o no un título acertado. Lo
importante es que la teoría psicoanalítica evoluciona en forma constante, que Melanie
Klein fue quien tomó la destructividad existente en la naturaleza humana y empezó a
explicarla y encontrarle sentido desde el punto de vista psicoanalítico. Fue un adelanto
importante, acaecido en la década siguiente a la Guerra Mundial; muchos de nosotros
tenemos la impresión de que no podríamos haber llevado a cabo nuestro trabajo sin este
agregado importante a lo dicho por Freud acerca del desarrollo emocional del ser
humano. Melanie Klein amplió lo enunciado por Freud sin alterar los métodos de
trabajo del analista.
Podría suponerse que el tema atañe a la enseñanza de la técnica psicoanalítica. Si no
me equivoco, esto no les molestaría a ustedes. Empero, creo sinceramente que es un
tema de vital importancia para toda la gente pensante, sobre todo porque enriquece
nuestra comprensión del significado de la expresión "sentimiento de culpa", asociándola
a éste, por un lado, con la destructividad y, por el otro, con la actividad constructiva.
Todo esto parece bastante simple y obvio: surge la idea de destruir un objeto,
aparece un sentimiento de culpa y el resultado es un trabajo constructivo; pero si
ahondamos en la cuestión descubrimos que es mucho más compleja. Cuando se intenta
ofrecer una descripción completa del tema, se debe recordar que el momento en que esta
secuencia simple empieza a cobrar sentido, a ser realidad o a tener importancia
constituye un logro dentro del desarrollo emocional del individuo.
Es típico de los psicoanalistas que, al tratar de abordar un tema como éste, siempre
piensen en función del individuo en proceso de desarrollo, lo cual significa remontarse
a una etapa muy temprana de su vida para ver si se puede determinar el punto de origen.
Por cierto que la más temprana infancia podría concebirse como un estado en que el
individuo es incapaz de sentirse culpable. En consecuencia, y refiriéndonos siempre a
una persona sana, cabe suponer que más adelante podrá tener o experienciar un
sentimiento de culpa quizá sin registrarlo como tal en su conciencia. Entre estos dos
puntos se extiende un período en que la capacidad de experienciar un sentimiento de
culpa está en vías de establecerse. A él me referiré en esta disertación.
Aunque no es necesario dar edades y fechas, diría que a veces los progenitores
pueden detectar los inicios de un sentimiento de culpa antes que su hijo cumpla un año,
si bien nadie pensaría que la técnica de aceptación de una responsabilidad plena por las
ideas destructivas propias queda firmemente establecida en el niño antes de los cinco
años. Al ocuparnos de este desarrollo, sabemos que hablamos de la niñez en su totalidad
y, en particular, de la adolescencia ... y si hablamos de la adolescencia también nos
referimos a los adultos, ningún adulto lo es en todo momento. Las personas no se
limitan a tener su edad cronológica; hasta cierto punto, tienen todas las edades, o no
tienen ninguna.
Diré de paso que, a mi entender, nos resulta relativamente fácil llegar a la
destructividad que llevamos dentro cuando la vinculamos con la rabia por una

92
frustración o el odio contra algo que desaprobamos, o cuando es una reacción ante el
miedo. Lo difícil es que cada individuo asuma plena responsabilidad por la
destructividad personal que en forma inherente atañe a una relación con un objeto
percibido como bueno o, dicho de otro modo, con la destructividad que se relaciona con
el amor.
Aquí viene al caso hablar de integración, porque si es dable imaginar una persona
totalmente integrada, esa persona asumirá plena responsabilidad por todos los
sentimientos e ideas propios del estar vivo. En cambio, la integración fallará si nos
vemos obligados a encontrar los objetos que desaprobamos fuera de nosotros y a un
precio: la pérdida de aquella destructividad que en realidad nos pertenece.
Por eso digo que todo individuo debe desarrollar la capacidad de responsabilizarse
por la totalidad de sus sentimientos e ideas. La palabra "salud" (en el sentido de una
buena salud) está estrechamente ligada al grado de integración que posibilita asumir esta
responsabilidad plena. La persona sana se caracteriza, entre otras cosas, por no tener que
aplicar en gran medida la técnica de la proyección para hacer frente a propios impulsos
y pensamientos destructivos.
Comprenderán que paso por alto las etapas más tempranas, lo que podríamos llamar
los aspectos primitivos del desarrollo emocional. No hablo de la primeras semanas o
meses de vida, porque un derrumbe en esta área del desarrollo emocional básico
ocasionaría una enfermedad mental que requeriría la internación del individuo; me
refiero a la esquizofrenia, que no entra en el tema de esta disertación. Aquí doy por
sentado que en cada caso los padres han provisto lo imprescindible para que el bebé
inicie una existencia individual. Lo que quiero decir podría aplicarse tanto al cuidado de
un niño normal durante una etapa determinada de su desarrollo como a una fase del
tratamiento de un niño o adulto, pues en psicoterapia nunca sucede nada
verdaderamente nuevo. En el mejor de los casos, alguna parte del desarrollo de un
individuo que no había sido completada originariamente se completa, hasta cierto punto,
en el curso del tratamiento.
A continuación citaré algunos ejemplos tomados de tratamientos psicoanalíticos, en
los que omitiré todo detalle ajeno a la idea que procuro exponer.

Caso I

Este ejemplo ha sido extraído del análisis de un hombre que ejerce la psicoterapia. Empezó
una sesión contándome que había ido a ver el modo en que se desempeñaba en sus tareas un
paciente suyo; en otras palabras, había abandonado el rol del terapeuta que trata al paciente en el
consultorio y lo había visto en su lugar de trabajo. El paciente tenía mucho éxito en su trabajo,
que era muy especializado y requería movimientos muy rápidos. Durante las sesiones de terapia,
el paciente también ejecutaba movimientos rápidos (que en ese ámbito carecían de sentido) y se
revolvía en el diván como un poseso. Mi paciente dudaba de si había sido acertado o no visitar a
su paciente en el lugar de trabajo, aunque creía probable que tal acción lo había beneficiado a
él.
A continuación se refirió a sus propias actividades durante las vacaciones de Pascua. Tiene
una casa de campo, le gustan mucho los trabajos físicos, cualquier actividad constructiva y los
aparatos y herramientas, que sabe usar. Me describió diversos sucesos de su vida doméstica que
no creo necesario relatar con todo su colorido emocional; diré tan sólo que volvió a referirse a
un tema que ha tenido importancia en la fase más reciente de su análisis, y en el que
desempeñan un gran papel varios tipos de herramientas mecánicas. En camino hacia mi
consultorio, suele detenerse a contemplar una máquina-herramienta expuesta en una vidriera
cercana a mi casa y provista de unos dientes espléndidos. Este es el modo en que mi paciente
llega hasta su agresión oral, al impulso de amor primitivo con toda su crueldad y destructividad.
Podríamos llamarlo "comer"(eating). En su tratamiento tiende a esta crueldad del amor

93
primitivo y, como supondrán, la resistencia a enfrentarla era tremenda. (Diré de paso que este
hombre conoce la teoría y podría ofrecer una buena explicación intelectual de todos estos
procesos, pero hace psicoanálisis de postrado porque necesita ponerse verdaderamente en
contacto con sus impulsos primitivos, no como una cuestión mental, sino como una experiencia
instintiva y una sensación corporal.) En la hora de sesión pasaron muchas otras cosas, incluido
un examen de la pregunta: ¿podemos comer nuestra torta y, al mismo tiempo tenerla? 

Sólo deseo extraer de este caso la siguiente observación: cuando salió a la luz este
material nuevo, relacionado con el amor primitivo y la destrucción del objeto, ya se
había hecho alguna referencia al trabajo constructivo. Cuando le hice al paciente la
interpretación de que necesitaba de mí y quería destruirme "comiéndome", pude
recordarle lo que él había dicho acerca de la construcción. Le recordé que así como
había visto a su paciente desempeñando su trabajo, advirtiendo entonces que sus
movimientos espasmódicos tenían sentido dentro de su oficio, yo podría haberlo visto a
él trabajando en su jardín y utilizando artefactos mecánicos para embellecerlo. Podía
abrir brechas en las paredes y talar árboles, disfrutando enormemente con ello, pero esta
misma actividad, aislada de su meta constructiva, habría sido un episodio maníaco
carente de sentido. Esta es una característica constante de nuestro trabajo y constituye el
tema de mi disertación de hoy.
Tal vez sea cierto que los seres humanos no pueden tolerar la meta destructiva
presente en su forma más temprana de amar. Sin embargo, el individuo que trata de
llegar hasta ella puede tolerar la idea de su existencia si comprueba que ya tiene a mano
una meta constructiva, que otra persona le puede recordar.
Al decir esto, pienso en el tratamiento de una paciente mía. En una etapa inicial de
su terapia cometí un error que estuvo a punto de arruinarlo todo: interpreté el sadismo
oral, o sea el acto de devorar cruelmente el objeto, como perteneciente a una forma
primitiva del amor. Poseía muchas evidencias de ello y mi interpretación fue en verdad
acertada ... pero la di demasiado pronto: tendría que haberla formulado diez años
después. Aprendí la lección. En el largo tratamiento siguiente la paciente se reorganizó y
se convirtió en una persona real e integrada, capaz de aceptar la verdad con respecto a
sus impulsos primitivos. Al cabo de diez o doce años de análisis diario, estuvo
preparada para recibir esa interpretación.

Caso II

Al entrar en mi consultorio, un paciente vio un grabador que me habían prestado. Esto le


inspiró algunas ideas. Mientras se acostaba en el diván y cobraba fuerzas para la hora de trabajo
analítico que tenía por delante, me dijo: "Me gustaría suponer que una vez terminado el
tratamiento, lo que haya ocurrido aquí conmigo tendrá valor para el mundo de un modo u otro".
Anoté mentalmente que este comentario podría indicar que el paciente estaba al borde de otro
de esos ataques de destructividad que yo había debido tratar, una y otra vez, en sus dos años de
terapia. Antes de que transcurriera la hora de sesión, el paciente accedió en verdad a un nuevo
conocimiento de la envidia que me tenía por ser un analista relativamente bueno. Tuvo el
impulso de darme las gracias por ser bueno y capaz de hacer lo que él necesitaba que yo hiciera.
Ya habíamos pasado por todo esto en otras ocasiones, pero ahora el paciente estaba más en
contacto con sus sentimientos destructivos hacia lo que podría denominarse un objeto bueno.
Una vez que quedó plenamente establecido todo esto, le recordé su esperanza - expresada al
entrar en el consultorio y ver el grabador- de que su tratamiento en sí resultara valioso y


Traducimos literalmente esta pregunta para que se note su nexo con la referencia al
acto de “comer”. Es un dicho popular inglés cuyo equivalente en español podría ser “no
se puede oír misa y andar en la procesión”. (N. del T.)

94
constituyera un aporte al acervo general de las necesidades humanas. (Por supuesto no era
necesario que yo se lo recordara, pues lo importante era lo que había sucedido y no la discusión
de lo que había sucedido.)
Cuando relacioné estos dos puntos, mi paciente dijo que mi interpretación le parecía
correcta pero que habría sido horrible si yo la hubiese hecho basándome en su primer
comentario, o sea si le hubiese dicho que su deseo de ser útil indicaba un deseo de destruir. Era
preciso que él llegara primeramente al afán destructivo pero, eso sí, que lo hiciera a su modo y
en el momento que le resultara oportuno. No cabe duda de que, si pudo acceder a un contacto
más íntimo con su destructividad, fue gracias a su capacidad de pensar que en definitiva lo suyo
sería una contribución. Pero el esfuerzo constructivo es falso -y esta falsedad es peor que la falta
de sentido- a menos que, como dijo mi paciente, el individuo llegue primero a establecer
contacto con su destructividad. Le pareció que cuanto había hecho hasta entonces en la terapia
carecía de bases adecuadas y, como él mismo me lo recordó, en realidad venía a tratarse
conmigo para sentar esas bases.
Diré de paso que este hombre ha hecho un trabajo muy bueno, pero siempre que se acerca al
éxito experimenta un sentimiento creciente de futilidad y falsedad, una necesidad de demostrar
que no vale. Esta pauta ha regido su vida.

Caso III

Una colega comenta el caso de un paciente suyo, que accede a un material que podría
interpretarse correctamente como un impulso de robarle a su analista. De hecho, tras haber
pasado por la experiencia de un buen trabajo analítico, le dijo: "Ahora he descubierto que la
odio por su agudeza intelectual, que es justamente lo que necesito que usted me dé. Siento el
impulso de robarle ese don, o lo que sea, que la capacita para hacer este trabajo". Ahora bien,
estas palabras habían sido precedidas por un comentario, dicho al pasar, sobre lo agradable que
sería ganar más dinero para poder pagar unos honorarios más altos. Aquí vemos lo mismo que
en el caso anterior: el individuo alcanza una plataforma de generosidad y la usa de tal modo,
que desde ella se puede vislumbrar la envidia y el impulso de robar y de destruir al objeto
bueno, todos ellos subyacentes bajo esa generosidad y correspondientes a la forma primitiva de
amar.

Caso IV

He extraído la siguiente viñeta de la extensa descripción del caso de una adolescente cuya
terapeuta es a la vez su cuidadora: la muchacha se aloja en el hogar de la terapeuta, quien cuida
de ella como si fuera una hija más. Este régimen de atención tiene sus ventajas y desventajas.
La adolescente había padecido una enfermedad grave y, en la época en que ocurrió el
incidente que relataré, salía de un largo período de regresión a la dependencia y a un estado
infantil. Podría decirse que ya no había regresión en su relación con el hogar y la familia, pero
todavía se encontraba en un estado muy especial en el reducido ámbito de las sesiones
vespertinas de terapia, que se efectuaban dentro de un horario fijo.
Llegó un momento en que la adolescente expresó el odio más profundo hacia su terapeuta-
cuidadora, la señora X. Todo iba bien durante el resto de las 24 horas, pero en la sesión de
terapia la muchacha destruía total y reiteradamente a la señora X. Resulta difícil dar una idea de
hasta qué punto la odiaba como terapeuta y, de hecho, la aniquilaba. Este caso no era similar al
del terapeuta que iba a ver al paciente en su lugar de trabajo, por cuanto la señora X tenía a la
joven bajo su cuidado constante; ambas mantenían dos relaciones independientes y simultáneas.
Durante el día comenzaron a suceder toda clase de incidentes novedosos. La adolescente
empezó a manifestar su deseo de ayudar a limpiar la casa, lustrar los muebles y ser útil. Esta
ayuda era algo absolutamente nuevo; nunca había integrado la pauta personal de la muchacha
cuando vivía en su propio hogar, ni aun antes de contraer aquella enfermedad grave.
Creo que debe haber pocas adolescentes que hayan prestado tan escasa ayuda efectiva en su
hogar: ni siquiera ayudaba a lavar la vajilla. Esta colaboración fue, pues, un rasgo muy
novedoso en ella. Emergió calladamente, por decirlo así, como un elemento paralelo a la

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destructividad total que la adolescente empezaba a descubrir en los aspectos primitivos de su
amor, a los que accedía en su relación con la terapeuta durante las sesiones.

Como ven, aquí se repite la misma idea que afloró en los casos anteriores. Por
supuesto, la toma de conciencia de la destructividad por parte de la paciente posibilitó la
actividad constructiva manifestada durante el día, pero en este momento quiero que
ustedes vean el proceso a la inversa: las experiencias constructivas y creativas
posibilitaban el acceso de la adolescente a la experiencia de su destructividad.
Observarán que de estos ejemplos se extrae un corolario: el paciente necesita tener
una oportunidad de contribuir, de cooperar en algo, y aquí es donde el tema de mi
disertación se enlaza con la vida cotidiana. La oportunidad de practicar una actividad
creativa, un juego imaginativo, un trabajo constructivo, es precisamente lo que tratamos
de proporcionar a todas las personas de manera equitativa. Volveré sobre esto más
adelante.
Ahora intentaré las ideas expuestas en forma de casos ilustrativos.
Estamos tratando un aspecto del sentimiento de culpa que nace de la tolerancia de
nuestros impulsos destructivos en la forma primitiva del amor. Dicha tolerancia genera
algo nuevo: la capacidad de disfrutar de las ideas, aun cuando lleven en sí la
destrucción, y de las excitaciones corporales correspondientes. (Hay una
correspondencia mutua entre estas excitaciones y las ideas.) Tal avance proporciona
espacio suficiente para la experiencia de preocupación, base de todo lo constructivo.
Notarán que podemos utilizar varios pares de términos, según la etapa de desarrollo
emocional que describamos:

aniquilación creación
destrucción recreación
odio amor fortalecido
crueldad ternura
ensuciar limpiar
dañar reparar
etcétera.

Permítanme formular mi tesis del siguiente modo. Si les agrada, pueden observar
cómo una persona hace una reparación y comentar con sagacidad: “¡Ajá! Eso indica una
destrucción inconsciente". Empero, si proceden así no prestarán gran ayuda al mundo.
La alternativa es interpretar esa reparación como un acto mediante el cual esa persona
está fortaleciendo su self, posibilitando así la tolerancia de su destructividad inherente.
Supongamos que ustedes bloquean la reparación de algún modo. Esa persona quedará
incapacitada, hasta cierto punto, para responsabilizarse de sus impulsos destructivos y,
desde el punto de vista clínico, el resultado será la depresión o una búsqueda de alivio
mediante el descubrimiento de la destructividad en otra parte (o sea, utilizando el
mecanismo de la proyección).
Concluiré esta breve exposición de un tema muy extenso enumerando algunas
aplicaciones cotidianas del trabajo en que se funda lo dicho hasta aquí:
a) La oportunidad de contribuir, de un modo u otro, ayuda a cada uno de nosotros a
aceptar esa destructividad básica, vinculada con el amor, que es parte integral de
nosotros mismos y que llamamos "comer".
b) Proporcionar esa oportunidad y ser perceptivo cuando alguien tiene momentos
constructivos no siempre da resultado; es comprensible que así sea.
c) Si le damos a alguien esa oportunidad de contribuir, podemos obtener tres
resultados:

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1. Era exactamente lo que esa persona necesitaba.
2. El individuo da un uso falso a la oportunidad y sus actividades constructivas
cesan, porque él siente que son falsas.
3. Si le ofrecemos una oportunidad a un individuo incapaz de acceder a su
destructividad personal lo sentirá como un reproche y el resultado será desastroso
desde el punto de vista clínico.
d) Podemos utilizar las ideas aquí tratadas para obtener cierta comprensión
intelectual acerca del modo en que actúa un sentimiento de culpa cuando está a punto de
transformar la destructividad en constructividad. (Debo señalar que el sentimiento de
culpa al que me refiero suele ser silencioso y no consciente. Es un sentimiento latente,
anulado por las actividades constructivas. El sentimiento de culpa patológico, que se
percibe como una carga consciente, es harina de otro costal).
e) A partir de esto llegamos a comprender, en cierta medida, la destructividad
compulsiva que puede aparecer en cualquier parte, pero que es un problema específico
de la adolescencia y una característica constante de la tendencia antisocial. La
destructividad, aun siendo compulsiva y engañosa, es más sincera que la
constructividad, cuando ésta no se funda como corresponde en un sentimiento de culpa
derivado de la aceptación de los propios impulsos destructivos, dirigidos hacia un objeto
que se considera bueno.
f) Estas cuestiones se relacionan con los procesos importantísimos que se
desarrollan (de manera poco discernible) cuando una madre y un padre proporcionan a
su hijo recién nacido un buen punto de partida para su vida.
g) Por último, llegamos al fascinante y filosófico interrogante: ¿podemos comer
nuestra torta y, al mismo tiempo, tenerla?

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17. LUCHANDO POR SUPERAR LA FASE
DE DESALIENTO MALHUMORADO

(Trabajo basado en una conferencia dictada ante el


personal superior del Departamento de Menores del
Concejo del Condado de Londres, en febrero de 1961.
Revisado y publicado en 1963)

El actual interés mundial por la adolescencia y sus problemas denota las


circunstancias especiales de la época en que vivimos. Si deseamos explorar este campo
de la psicología, bien podemos comenzar por preguntarnos a nosotros mismos si los
adolescentes de uno y otro sexo desean ser comprendidos. Creo que la respuesta es:
"No". En realidad, los adultos deberían comunicarse entre sí, secretamente, lo que han
llegado a comprender acerca de la adolescencia. Sería absurdo escribir un libro sobre la
adolescencia destinado a los adolescentes, porque es un período de la vida que debe ser
vivido. Fundamentalmente es un período de descubrimiento personal, en el que cada
individuo participa de manera comprometida en una experiencia de vida, un problema
concerniente al hecho de existir y al establecimiento de una identidad.
Sólo hay una cura real para la adolescencia: la maduración. Combinada con el paso
del tiempo produce, a la larga, el surgimiento de la persona adulta. No se puede
apresurar el proceso aunque, por cierto, se lo puede forzar y destruir con una
manipulación torpe, o bien puede deteriorarse desde adentro cuando el individuo padece
una enfermedad psiquiátrica. A veces necesitamos que se nos recuerde que si bien la
adolescencia es algo que siempre llevamos adentro, cada adolescente se hace adulto en
pocos años. Es fácil provocar la irritación del adulto ante los fenómenos de la
adolescencia con sólo referirse a ésta, por descuido, como un problema permanente,
olvidando que cada adolescente está en vías de convertirse en un adulto responsable que
se interesa y preocupa por la sociedad.
Si examinamos los procesos de maduración, veremos que en esta fase de la vida el
niño o niña debe hacer frente a cambios importantes, relacionados con la pubertad;
adquiere capacidad sexual y aparecen las manifestaciones sexuales secundarias. El
modo en que el adolescente afronta estos cambios y las angustias que ellos generan se
basa, en grado considerable, en una pauta organizada en su temprana infancia, cuando
atravesó por una fase de rápido crecimiento físico y emocional. En esta fase más
temprana, los niños sanos y bien cuidados adquirieron el llamado "complejo de Edipo”,
o sea la capacidad de hacer frente a las relaciones triangulares, de aceptar en toda su
potencia la capacidad de amar y las complicaciones consiguientes.
El niño sano llega a la adolescencia equipado con un método personal para
habérselas con nuevos sentimientos, tolerar la desazón y rechazar o apartar de sí las
situaciones que le provoquen una angustia insoportable. Ciertas características y
tendencias individuales, heredadas o adquiridas, derivan igualmente de las experiencias
vividas por cada adolescente en su temprana infancia y su niñez; son pautas residuales
de enfermedad asociadas al fracaso (más que al éxito) en el manejo de los sentimientos
propios de los dos primeros años de vida. Las pautas formadas en conexión con
experiencias vividas durante la infancia y la niñez temprana incluyen, por fuerza,
muchos elementos inconscientes y no pocas cosas que el niño ignora porque aún no las
ha vivenciado.
Siempre surge el mismo interrogante: esta organización de la personalidad, ¿cómo
hará frente a la nueva capacidad instintiva? ¿cómo se modificarán los cambios propios

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de la pubertad para amoldarlos a la pauta de personalidad de cada adolescente? Es más:
¿cómo abordará cada uno algo tan novedoso como el poder de destruir y aun matar, un
poder que no se mezclaba con sus sentimientos de odio cuando era un pequeñuelo que
daba sus primeros pasos?
En esta etapa de la vida el ambiente desempeña un papel importantísimo, a tal
extremo que en un informe descriptivo lo mejor es presumir la existencia e interés
continuados de los padres biológicos y la organización familiar más amplia. Gran parte
del trabajo de un psiquiatra concierne a problemas relacionados con fallas ambientales
producidas en alguna etapa de la vida; este hecho subraya la importancia vital del
ambiente y el medio familiar. Podemos dar por sentado que la gran mayoría de los
adolescentes viven en un ambiente suficientemente bueno. La mayoría de ellos alcanzan
de hecho la madurez adulta, aun cuando en su proceso de maduración les den dolores de
cabeza a sus padres. Con todo, hasta en circunstancias óptimas, con un ambiente que
facilite los procesos de maduración, cada adolescente aun tendrá que superar muchos
problemas personales y fases difíciles.

EL AISLAMIENTO DEL INDIVIDUO

El adolescente es esencialmente un ser aislado. Cuando se lanza hacia algo que


puede dar como resultado una relación personal, lo hace desde una posición de
aislamiento. Las relaciones individuales, actuando de a una por vez, son las que con el
tiempo lo conducen hacia la socialización. El adolescente repite una fase esencial de la
infancia: el bebé también es un ser aislado, al menos hasta que puede afirmar su
capacidad de relacionarse con objetos que escapan al control mágico. El infante
adquiere la capacidad de reconocer y acoger con beneplácito la existencia de objetos
que no forman parte de él pero esto es un logro. El adolescente repite esta lucha.
Es como si debiera partir de un estado de aislamiento. Primero debe poner a prueba
sus relaciones sobre objetos subjetivos. De ahí que a veces los grupos de adolescentes
de menor edad nos parezcan aglomeraciones de individuos aislados que intentan -todos
a la vez- formar un conjunto mediante la adopción de ideas, ideales, modos de vestir y
estilos de vida mutuos, como si pudieran agruparse a causa de sus preocupaciones e
intereses recíprocos. Por supuesto, pueden llegar a constituir un grupo si son atacados
como tal, pero es una agrupación que cesa al terminar la persecución. No es
satisfactoria, porque carece de dinámica interna.
Este fenómeno del aislamiento y la necesidad de asociarse basándose en los
intereses mutuos imprimen un matiz especial a las experiencias sexuales de los
adolescentes más jóvenes. Por lo demás, ¿no es cierto acaso que en esta etapa el
adolescente no sabe todavía si será homosexual, heterosexual o simplemente narcisista?
En verdad, puede ser doloroso para un adolescente percatarse de que sólo se ama a sí
mismo; esto puede ser peor para el varón que para la muchacha, porque la sociedad
tolera la presencia de elementos narcisistas en la adolescente, pero se muestra
intolerante con el muchacho que se ama a sí mismo. A menudo ellos y ellas pasan por
un largo período de incertidumbre acerca de si llegarán a tener impulsos sexuales.
En esta etapa, la masturbación compulsiva puede ser un esfuerzo reiterado por
liberarse del sexo, más que una forma de experiencia sexual. En otras palabras, puede
ser un intento reiterado de abordar un problema puramente fisiológico que se torna
apremiante, antes de empezar a comprender a fondo el significado de lo sexual. Las
actividades heterosexuales u homosexuales compulsivas también pueden servir, por
cierto, para liberar la tensión sexual cuando aún no se ha adquirido la capacidad de
unión entre dos seres humanos completamente desarrollados. Es más probable que esta

99
unión aparezca primero en el juego sexual con meta inhibida, o bien en una conducta
afectuosa que haga hincapié en la dependencia o interdependencia.
Nos hallamos una vez más ante una pauta personal que aguarda el momento
oportuno para unirse a los nuevos desarrollos instintivos; empero, en el largo período de
espera, los adolescentes tienen que hallar el modo de desahogar su tensión sexual. Por
eso es previsible que los más jóvenes recurran a la masturbación compulsiva, aunque tal
vez se sientan molestos por la insensatez de ese acto que ni siquiera les produce
necesariamente placer y tiene sus complicaciones. Por supuesto, el investigador rara vez
llega a conocer la verdad acerca de estas cuestiones tan secretas; un buen lema para él
sería: "Quien haga preguntas debe prever que le contestarán con mentiras".

EL TIEMPO OPORTUNO PARA LA ADOLESCENCIA

El hecho de que los adolescentes puedan serlo en el momento correcto, o sea, a la


edad que abarca el desarrollo de la pubertad, ¿no indica acaso una sociedad sana? Los
pueblos primitivos ocultan los cambios de la pubertad bajo diversos tabúes o bien
transforman al adolescente en adulto en el lapso de algunas semanas o meses valiéndose
de ciertos ritos y pruebas severas. En nuestra sociedad actual, el adulto se forma
mediante procesos naturales a partir del adolescente que avanza impulsado por las
tendencias de crecimiento. Esto significa muy probablemente que hoy en día el joven
recién llegado a la edad adulta es un individuo fuerte, estable y maduro.
Claro está que debemos pagar un precio por esto, en tolerancia y paciencia. Además,
este adelanto somete a la sociedad a una nueva tensión: para los adultos a los que les ha
sido birlada su adolescencia, es afligente verse rodeados de muchachos y chicas que
gozan de una adolescencia floreciente.
A mi entender, hay tres progresos sociales principales que, actuando en forma
conjunta, han alterado todo el clima en que se desenvuelven los adolescentes.
Las enfermedades venéreas ya no son un factor disuasivo
El fantasma de estas enfermedades ya no asusta a nadie. Las espiroquetas y los
gonococos ya no son los agentes de un Dios castigador (como se creía, por cierto, hace
cincuenta años). Ahora se pueden combatir con penicilina y otros antibióticos
adecuados.
Recuerdo muy bien el caso de una muchacha a la que conocí después de la Primera
Guerra Mundial. Conversando conmigo, me dijo que el miedo a las enfermedades
venéreas había sido el único freno que le impidió convertirse en prostituta. Comenté que
tal vez, algún día, esas enfermedades podrían prevenirse o curarse, y ella replicó
horrorizada que no imaginaba cómo podría haber superado la adolescencia -apenas
había dejado atrás- sin ese miedo del que se había valido para no desviarse del camino
recto. Ahora es madre de una familia numerosa y se diría que es una persona normal,
pero debió librar la lucha de su adolescencia y enfrentar el desafío de sus instintos.
Fueron tiempos difíciles para ella; robó y mintió un poco, pero emergió como un adulto.
Los anticonceptivos
El avance de las técnicas anticonceptivas le ha dado al adolescente la libertad de
explorar. Es una nueva libertad, que le permite descubrir la sexualidad y la sensualidad
no sólo aunque no desee ser padre o madre, sino también cuando expresamente quiere
evitar que venga al mundo un bebé no deseado, que no tendrá buenos padres que lo
críen. Por supuesto, siempre ocurren y seguirán ocurriendo accidentes que derivan en
abortos desgraciados y peligrosos, o en el nacimiento de hijos ilegítimos.

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No obstante, creo que al examinar el problema de la adolescencia debemos aceptar
que el adolescente moderno, si tiene ganas de hacerlo, puede explorar todo el campo de
la vida sensual sin sufrir la agonía psíquica provocada por la concepción accidental. Si
bien ésta es una verdad a medias, por cuanto aún resta la agonía psíquica vinculada al
miedo a tener un accidente, este nuevo factor ha alterado el problema en los últimos
treinta años. Ahora percibimos que la agonía psíquica no deriva tanto del miedo como
del sentimiento de culpa individual. No quiero decir con esto que todo niño nazca ya
con un sentimiento de culpa, sino que el niño sano adquiere (mediante un proceso muy
complejo) un sentido de lo bueno y de lo malo y la capacidad de experienciar un
sentimiento de culpa. Además, cada niño tiene ideales propios y una noción de lo que
desea para su futuro.
Aquí entran en juego poderosísimos factores conscientes e inconscientes,
sentimientos y miedos antagónicos que sólo pueden explicarse en función de la fantasía
total del individuo. Por ejemplo, una muchacha se sintió compelida a endilgarle a su
madre dos hijos ilegítimos antes de sentar cabeza, casarse y fundar una familia. Lo hizo
motivada, entre otras cosas, por un deseo de venganza relacionado con el lugar que ella
ocupaba en su familia y por la idea de que le "debía" dos bebés a su madre; obligada a
saldar esta deuda antes de iniciar una vida independiente. A esta edad -y, a decir verdad,
en todas las edades- las motivaciones conductuales pueden ser extremadamente
complejas y cualquier simplificación faltaría a la verdad. Por suerte, en la mayoría de
los casos de adolescentes en dificultades, la actitud de la familia (de por sí compleja)
refrena las actuaciones alocadas y ayuda al adolescente a superar los episodios
desagradables.
Se terminaron las guerras
La bomba de hidrógeno tal vez esté produciendo cambios aun más profundos que las
dos características de nuestra época que acabo de mencionar. La bomba atómica afecta
la relación entre la sociedad adulta y la marea de adolescentes que parece entrar
permanentemente en ella. La nueva bomba no es tanto el símbolo de un episodio
maníaco, de un momento de incontinencia infantil expresado mediante una fantasía
hecha realidad: el furor convertido en destrucción efectiva. La pólvora ya simbolizó
todo esto, así como los aspectos más profundos de la locura, y hace ya mucho tiempo
que el mundo fue alterado por la invención de ese polvo que transformaba la magia en
realidad. La consecuencia más trascendental de la amenaza de una guerra nuclear es que
de hecho significa que no habrá otra guerra. Se argüirá que en cualquier momento
podría estallar un conflicto en algún lugar del mundo, pero, a causa de la nueva bomba,
sabemos que ya no podremos resolver un problema social organizándonos para librar
una guerra. Por consiguiente, ya no hay nada que justifique impartir una severa
disciplina militar o naval. No podemos proporcionarla a nuestros jóvenes, ni justificar
su inculcación en nuestros niños, a menos que apelemos a una parte de nuestra
personalidad que debemos llamar cruel o vengativa.
Ya no tiene sentido tratar a nuestros adolescentes difíciles preparándolos para luchar
por su patria y su rey. Hemos perdido un recurso que estábamos habituados a usar, y tal
pérdida nos retrotrae violentamente a este problema: existe algo llamado adolescencia,
que constituye de por sí un hecho concreto, y la debe aprender a convivir con ella.
Podría decirse que la adolescencia es un estado de prepotencia. En la vida
imaginativa del hombre, la potencia no es una mera cuestión de rol activo y rol pasivo
en el acto sexual, sino que incluye la idea del hombre que triunfa sobre otro hombre y la
admiración de la adolescente por el vencedor. Creo que ahora tendremos que envolver
todo esto en la mística de café y los ocasionales tumultos en que se echa mano al
cuchillo. Hoy en día la adolescencia tiene que contenerse -más aún: debe contenerse

101
como nunca se vio obligada a hacerlo hasta ahora- y hemos de tener en cuenta que
posee un potencial bastante violento.
Cuando pensamos en las atrocidades que comete de vez en cuando la juventud
moderna, debemos contraponerle todas las muertes y crueldades que ocasionaría esa
guerra que ya no estallará, toda la sexualidad liberada en cada guerra que hemos tenido
y que ya no tendremos. Así pues, la adolescencia ha venido para quedarse ... y con ella
han venido la violencia y la sexualidad inherentes.
Los tres cambios enumerados se cuentan entre los que están actuando sobre
nuestras actuales preocupaciones sociales. Una de las primeras lecciones que debemos
aprender es ésta: el adolescente no es un personaje al que podamos echar del escenario a
empellones, valiéndonos de tejemanejes falsos.
La lucha por sentirse real
La negativa a aceptar soluciones falsas, ¿no es acaso una característica primordial de
los adolescentes? Su feroz moralidad sólo acepta lo que se siente como algo real. Esta
moralidad, que caracteriza igualmente a la infancia, llega mucho más hondo que la
perversidad y tiene por lema "Sé fiel a ti mismo". El adolescente está empeñado en
tratar de encontrar ese self o “si-mismo” al que debe ser fiel.

Esto se relaciona con un hecho que ya he mencionado: la cura para la adolescencia


es el paso del tiempo, lo cual significa muy poco para el adolescente que rechaza una
cura tras otra porque encuentra en ellas algún elemento falso. Una vez que puede
admitir que transigir es una actitud permisible, quizá descubra diversos modos de
suavizar la inflexibilidad de las verdades esenciales. Por ejemplo, una solución es
identificarse con figuras parentales o alcanzar una madurez sexual prematura; puede
producirse un desplazamiento del énfasis de la violencia a las proezas deportivas, o bien
de las funciones corporales a los logros o realizaciones intelectuales. Por lo general los
adolescentes rechazan estos tipos de ayuda, porque todavía no son capaces de aceptar la
transigencia. En cambio, tienen que atravesar lo que podríamos denominar una fase de
desaliento malhumorado, durante la cual se sienten fútiles.
Al decir esto pienso en un muchacho que vive con su madre en un departamento
pequeño. Es muy inteligente, pero desperdicia las oportunidades que le brinda la escuela
secundaria. Pasa las horas tendido en su cama, amenazando con tomar una sobredosis
de algo y escuchando melancólicos discos de jazz. A veces echa llave a la puerta del
departamento y su madre debe llamar a la policía para que la ayude a entrar. Tiene
muchos amigos; cuando vienen todos, trayendo comida y cerveza, el departamento se
anima La fiesta puede durar toda una noche o un fin de semana y en ella abunda
bastante el sexo. El muchacho tiene una amiga estable y sus impulsos suicidas se
relacionan con las ideas que le rondan por la supuesta indiferencia de ella.
Le falta una figura paterna pero, en realidad, ignora esta carencia. No sabe qué
quiere ser, lo cual aumenta su sentimiento de futilidad. No le faltan oportunidades, pero
las pasa por alto. No puede dejar a su madre, pese a que ambos están cansados de
soportarse mutuamente.
El adolescente que evita toda de compromiso, en especial el recurrir a
identificaciones y experiencias debe partir de la nada, desechando por entero los
trabajosos logros de la historia de nuestra cultura. Los vemos pugnar por empezar desde
el principio, como si no pudieran tomar nada de nadie. Forman grupos basándose en
uniformidades de menor importancia y en ciertos aspectos superficiales visibles de cada
grupo, que varían con la edad y el lugar de residencia. Buscan una forma de
identificación que no los traicione en su lucha por conquistar una identidad, por sentirse
reales, por no amoldarse a un rol asignado por los adultos y, en cambio, pasar por todos

102
los procesos y experiencias necesarios, sean cuales fueren. Se sienten irreales, salvo en
tanto rechacen las soluciones falsas, y eso los induce a hacer ciertas cosas que son
demasiado reales desde el punto de vista de la sociedad.
Por cierto que la sociedad queda atrapada, y en grado sumo, en esa curiosa mezcla
de desafío y dependencia que caracteriza a los adolescentes. Quienes se ocupan de ellos
se preguntan, perplejos, cómo pueden mostrarse desafiantes hasta cierto punto y, al
mismo tiempo, manifestar una dependencia pueril y aun infantil. Además, los padres se
dan cuenta de que están desembolsando su dinero para posibilitar la actitud desafiante
de sus hijos aunque, por supuesto, son ellos quienes sufren las consecuencias de esos
desafíos. Este es un buen ejemplo de cómo los que teorizan, escriben y hablan operan en
un estrato diferente de aquel en que viven los adolescentes. Los progenitores o sus
sustitutos afrontan apremiantes problemas de manejo. No les preocupa la teoría, sino el
impacto recíproco entre el adolescente y su padre.
Por consiguiente, podemos hacer una lista parcial de las necesidades que
atribuiríamos a los adolescentes:

La necesidad de evitar la solución falsa, de sentirse reales o de tolerar el no sentir


absolutamente nada.
La necesidad de desafiar, en un medio en que se atiende a su dependencia y ellos
pueden confiar en que recibirán tal atención.
La necesidad de aguijonear una y otra vez a la sociedad, para poner en evidencia su
antagonismo y poder responderle de la misma manera.

SALUD Y ENFERMEDAD

Las manifestaciones del adolescente normal guardan relación con las de varios tipos
de enfermos. Por ejemplo, la idea de repudiar las soluciones falsas se corresponde con la
incapacidad de transigir del paciente esquizofrénico; con esto contrasta la ambivalencia
psiconeurótica, así como la impostura y el autoengaño que hallamos en personas sanas.
Hay una correspondencia entre la necesidad de sentirse real, por un lado, y los
sentimientos de irrealidad asociados a la depresión psicótica y la despersonalización,
por el otro. También la hay entre la necesidad de desafiar y un aspecto de la tendencia
antisocial, tal como se manifiesta en la delincuencia.
De esto se infiere que en un grupo de adolescentes las diversas tendencias suelen ser
representadas por los individuos más enfermos. Un miembro del grupo toma una
sobredosis de una droga; otro guarda cama, afectado por la depresión; un tercero echa
mano fácilmente a su navaja. En cada caso, detrás del individuo enfermo, cuyo síntoma
extremo ha hecho intrusión en la sociedad, se agrupa una pandilla de adolescentes
aislados. Aun así, la mayoría de estos individuos –lleguen o no a participar en acciones
grupales-, aunque tienen una tendencia antisocial, carecen del impulso suficiente por
debajo de ella, para traducir el síntoma en actos molestos y provocar una reacción
social. El enfermo tiene que actuar por los otros.
Digámoslo una vez más: si el adolescente ha de superar esta etapa de su desarrollo
por medio de un proceso natural, debemos prever que ocurrirá un fenómeno al que
podríamos llamar "fase de desaliento malhumorado del adolescente". La sociedad tiene
que incluir este fenómeno entre sus características permanentes, tolerarlo e ir a su
encuentro, pero no debe curarlo. Cabe preguntarse si nuestra sociedad es lo bastante
sana como para hacer esto.
Un hecho viene a complicar la cuestión: algunos individuos (ya sean
psiconeuróticos, depresivos o esquizofrénicos) están demasiado enfermos para alcanzar
una etapa de desarrollo emocional que pueda denominarse adolescencia, o sólo pueden

103
llegar a ella de un modo muy distorsionado. Me ha sido imposible incluir en esta breve
exposición un cuadro de la enfermedad psiquiátrica grave, tal como se presenta en este
nivel de edad. No obstante, hay un tipo de enfermedad que no se puede dejar a un lado
en ninguna exposición referente a adolescencia: la delincuencia.
Aquí volvemos a percibir una estrecha relación entre las dificultades normales de la
adolescencia y la anormalidad que podríamos denominar "tendencia antisocial". La
diferencia entre ambas no radica tanto en sus respectivos cuadros clínicos, sino más bien
en la dinámica (o sea, en el origen) de cada una. En la base de la tendencia antisocial
siempre hay una privación. Quizás haya consistido simplemente en que, en un momento
crítico, la madre se hallaba deprimida o en un estado de retraimiento, o bien se
desintegró la familia. Hasta una deprivación leve puede someter las defensas
disponibles a una tensión y esfuerzo excesivos y acarrear consecuencias duraderas, si
ocurre en un momento difícil de la vida de un niño. Detrás de la tendencia antisocial
siempre está la historia de una vida hasta cierto punto sana, en la que se produjo un
corte tras el cual la situación nunca volvió a ser como antes. El niño antisocial busca de
una manera u otra, con dulzura o violencia, el modo de lograr que el mundo reconozca
la deuda que tiene hacia él; para ello, trata de a reformar la estructura o marco roto. Lo
repito una vez más: la deprivación está en la base de la tendencia antisocial.
No podemos decir que en la base de una adolescencia sana (tomada en un sentido
general) haya una deprivación inherente; con todo, hay algo difuso, igual a la
deprivación pero cuyo grado de intensidad no llega a imponer una tensión y esfuerzo
excesivos a las defensas disponibles. Esto significa que los miembros extremos del
grupo con el que se identifique el adolescente actuarán en nombre de todos sus
integrantes. La dinámica de este grupo que se sienta a escuchar blues, o lo que esté de
moda, tiene que contener toda clase de elementos propios de la lucha del adolescente: el
robo, los cuchillos o navajas, las fugas y las violaciones de domicilio.
Si no pasa nada, los jóvenes que integran el grupo empiezan a sentirse inseguros de
la realidad de su protesta; con todo, en sí mismos no están suficientemente perturbados
como para cometer un acto antisocial. Pero si en el grupo hay una chica o muchacho
antisocial que esté dispuesto a cometer un acto de tal índole que provoque una reacción
social, todos los demás se sentirán inducidos a unírsele, se sentirán reales, y esto le
proporcionará al grupo una estructura temporaria. Cada uno será leal al individuo
antisocial que haya actuado en nombre del grupo y le prestará apoyo, aunque ninguno
habría aprobado lo hecho por él.
Creo que este principio se aplica al uso de otros tipos de enfermedad. La tentativa
de suicidio de un miembro del grupo es muy importante para todos los demás; lo mismo
puede decirse cuando uno de ellos no puede levantarse de la cama, paralizado por la
depresión. Todos están al tanto de lo que está sucediendo. Este acontecer pertenece a
todo el grupo. La composición de éste varía, sus integrantes pasan de un grupo a otro,
pero por alguna razón cada uno de estos adolescentes utiliza a los miembros extremos
del grupo para ayudarse a sí mismo a sentirse real, en su lucha por soportar este período
de desaliento malhumorado.

Todo se reduce al problema de cómo ser adolescente durante la adolescencia. Serlo


es todo un desafío para cualquiera. Esto no significa que nosotros, los adultos, debamos
decir constantemente: “!Miren a esos queridos muchachitos que pasan por su
adolescencia! Tenemos que tolerarles todo y dejar que rompan nuestras ventanas". El
meollo del asunto no es éste, sino que ellos nos desafían y nosotros respondemos al reto
como parte de las funciones de la vida adulta. Insisto en señalar que respondemos al
desafío, en vez de dedicarnos a curar algo intrínsecamente saludable.

104
La gran amenaza del adolescente es la que va dirigida a esa pequeña parte de
nosotros mismos que no ha tenido una adolescencia efectiva. Ese pedacito de nuestro
ser hace que miremos con resentimiento a quienes son capaces de tener su fase de
desaliento malhumorado, y que deseemos encontrar una solución para ellos. Hay
centenares de soluciones falsas. Todo cuanto digamos o hagamos estará mal. Nos
equivocaremos al prestarles apoyo y nos equivocaremos al retirárselo. Quizá nos
atrevamos a no ser "comprensivos". Con el tiempo, descubrimos que ese muchacho o
esa chica ha salido de la fase de desaliento malhumorado y ya es capaz de identificarse
con sus progenitores, con grupos más amplios y con la sociedad, sin sentirse amenazado
de muerte, sin temor a desaparecer como individuo.

105
18. LA JUVENTUD NO DORMIRÁ

(Escrito para New Society, 1964)

"Desearía que no hubiese edad intermedia entre los 16 y


23 años o que la juventud durmiera hasta hartarse, porque
nada hay entre esas edades como no sea dejar embarazadas a
las chicas, agraviar a los ancianos, robar y pelear." Cuento de
invierno

Esta cita pertinente apareció hace poco en The Times, incluida en una
correspondencia por lo demás necia sobre el tema de los jóvenes pandilleros. La
situación actual es realmente peligrosa, y el peor resultado a que podría llevar la
actual tendencia de los adolescentes a practicar la violencia en grupos sería empezar
un movimiento comparable a la fase inicial del régimen nazi, cuando Hitler resolvió
de la noche a la mañana el problema de los adolescentes ofreciéndoles el papel de
superyó de la comunidad. Fue una solución falsa, como se advierte al echar una mirada
retrospectiva, pero que resolvió de manera temporaria un problema social que
presentaba algunas semejanzas con nuestro problema actual.
Todos preguntan cuál es la solución. Personas importantes proponen varias
respuestas alternativas, pero lo cierto es que no hay solución alguna, salvo que cada
adolescente de uno u otro sexo crezca y madure con el tiempo hasta hacerse adulto (a
menos que esté enfermo). Quienes no comprenden —como lo hizo Shakespeare—
que aquí interviene el factor tiempo, reaccionan de un modo nocivo. En verdad, la
mayor parte de la alharaca proviene de individuos incapaces de tolerar la idea de
dejar que el tiempo resuelva el problema, en vez de recurrir a una acción inmediata.
Si aprehendemos la situación en su totalidad notaremos que, por supuesto, hay
factores favorables. El que infunde más esperanzas es la capacidad de la inmensa
mayoría de los adolescentes para tolerar su propia posición de "no saber hacia dónde
ir". Esos jóvenes idean toda clase de actividades interinas para hacer frente al aquí y
ahora, mientras cada uno aguarda el momento en que adquirirá el sentido de existir
como una unidad; para que esto suceda, es preciso que el proceso de socialización se
haya desarrollado suficientemente bien durante la niñez y en esa fase que a veces se
denomina "período de latencia". Si observamos cómo juegan los niños a "¡Yo soy el
rey del castillo, tú eres el sucio bribón!", percibiremos que convertirse en un
individuo y disfrutar la experiencia de la autonomía plena es de por sí un acto
violento.
La publicidad dada a todo acto de vandalismo cometido por pandillas se explica
porque, en realidad, el público no quiere enterarse (por vía oral o escrita) de las
actividades emprendidas por adolescentes que carezcan de una predisposición
antisocial. Es más: cuando sucede un milagro, como lo fueron los Beatles, algunos
adultos dan un respingo, cuando podrían suspirar aliviados... si no envidiaran a los
jóvenes en esta época en que se privilegia la adolescencia.
Vale la pena señalar un titular aparecido en The Obseruer el 24 de mayo (de
1964): "Mantienen a raya a roqueros".  Es una sobria explicación de cómo funciona la
autoridad, con los dos fenómenos —la policía que "sostiene" ("holding") y la
sociedad que contiene— inherentes a la eterna dialéctica de los individuos que crecen


En el original: "Rockers Held". "Held" es el participio pasado del verbo inglés lo hold que significa indistintamente
"asir, contener, retener, sostener, detener, mantener a raya"; de ahí el comentario del autor. (N. del T.]

106
en una sociedad de adultos que han logrado identificarse con ella por las buenas o
por las malas. (A veces este logro es precario y depende de la existencia de un
subgrupo social.)
El hecho de que exista un elemento positivo en la actuación antisocial puede
ayudarnos mucho en nuestro examen del elemento antisocial, actual en algunos
adolescentes y potencial en casi todos. Este elemento positivo pertenece a la historia
personal completa del individuo antisocial. Cuando la actuación es muy compulsiva,
se relaciona con una falla ambiental experienciada por el individuo. Así como en el
robo (si tenemos en cuenta el inconsciente) hay un momento en que el individuo
abriga la esperanza de saltar hacia atrás, por encima de una brecha, y alcanzar algo
que le reclama a un padre con pleno derecho, del mismo modo en la violencia hay un
intento de reactivar un sostén firme, perdido por el individuo en una etapa de
dependencia infantil. Sin ese sostén firme un niño es incapaz de descubrir los
impulsos, y los únicos impulsos disponibles para el autocontrol y la socialización son
los que se descubren y asimilan.
Cuando una pandilla empieza a cometer actos de violencia a causa de las
actividades compulsivas de algunos muchachos y chicas verdaderamente
deprivados, siempre existe en los otros adolescentes leales al grupo la violencia
potencial en espera de esa edad que Shakespeare (en el pasaje citado) fijó en los 23
años. Hoy en día, desearíamos más bien que "la juventud durmiese" desde los 12
años hasta los 20, y no desde los 16 hasta los 23, pero la juventud no dormirá. La
tarea permanente de la sociedad, con respecto a los jóvenes, es sostenerlos y
contenerlos, evitando a la vez la solución falsa y esa indignación moral nacida de la
envidia del vigor y la frescura juveniles. El potencial infinito es el bien preciado y
fugaz de la juventud; provoca la envidia del adulto, que está descubriendo en su
propia vida las limitaciones de la realidad.
O bien digamos, para citar una vez más a Shakespeare, que algunos no tienen
"juventud ni vejez, sino una especie de letargo de sobremesa que con ambas sueña"
{Medida por medida).

107
Tercera parte

LA PROVISIÓN SOCIAL

108
INTRODUCCIÓN DE LOS COMPILADORES

La Tercera Parte es en muchos sentidos una continuación de la Primera, ya que se


ocupa principalmente del manejo práctico de los niños difíciles, a la vez que subraya la
necesidad de que el asistente profesional posea algún conocimiento del desarrollo
emocional normal. Comienza con una carta dirigida a un juez de menores en 1944,
donde le sugiere que observe al delincuente juvenil procurando establecer, con ayuda de
dichos asistentes profesionales, qué tipo de provisión social existente resultaría más útil
para ese caso específico. Winnicott insiste sobre todo en la necesidad de crear más
albergues y de que los magistrados participen en su dirección. El segundo trabajo es un
artículo de fondo del British Medical Journal (1951) en el que reseña la monografía de
Bowlby Maternal Care and Mental Health (Cuidado materno y salud mental),
publicada por la Organización Mundial de la Salud, y sus conclusiones sobre los efectos
que provoca en el niño su separación de los padres y del hogar, derivadas de estudios
estadísticos. Winnicott sugiere el posible uso de estas conclusiones como una especie de
medicina preventiva.
Los dos capítulos siguientes, "El niño deprivado y cómo compensarlo por la pérdida
de una vida familiar" (1950) y "Las influencias grupales y el niño inadaptado" (1955) se
refieren específicamente a niños tomados en custodia y están destinados a los
responsables de su cuidado. El primero traza pautas para la evaluación de los factores
personales y sociales de la deprivación, y expone el tipo de suministro que se proveerá
conforme al diagnóstico individual. El segundo sienta las bases de la formación del
grupo desde el punto de vista de la integración del individuo, y contrasta los grupos
maduros con los que necesitan una cobertura superpuesta para que sus miembros,
tomados individualmente, accedan al autovalimiento. Termina con una clasificación de
los niños según el grado de integración personal que hayan alcanzado.
Cada uno de estos trabajos expone con claridad un aspecto determinado de la teoría
del desarrollo emocional normal: el primero tiene especial interés, pues contiene una
descripción formal muy temprana del uso de objetos y fenómenos transicionales que es,
quizás, el concepto que más fama ha dado a Winnicott. Hemos incluido la reseña de la
autobiografía de Sheila Stewart, porque trata en tono más informal la creencia de
Winnicott en que un comienzo suficientemente bueno puede capacitar al niño para
afrontar la pérdida de su vida familiar.
"Comentarios en torno al 'Informe del Comité sobre los Castigos en Cárceles y
Correccionales'" (1961) es un trabajo inédito que aborda el conflicto entre las ideas de
castigo y de terapia. Contiene un pedido de que se estudie en forma teórica el tema del
castigo; asimismo, formula opiniones acerca del tráfico clandestino de tabaco en las
cárceles y los correccionales, las evasiones y la interferencia externa en el manejo de los
correccionales.
El capítulo sobre las escuelas progresivas se compone de una disertación
pronunciada en 1965 durante un congreso en Dartington Hall, y algunas notas tomadas
por Winnicott durante su viaje de regreso en tren. Señala la necesidad de establecer un
diagnóstico personal y social de los niños que concurren a estas escuelas, a fin de que el
personal especializado tenga conciencia del número de casos en que está haciendo
terapia con niños antisociales. Investiga el significado del adjetivo "progresivas" en sus
aspectos positivos, negativos y prácticos, y examina la naturaleza de la destructividad.
El capítulo final es la Conferencia David Wills, pronunciada en 1970 ante la
Asociación de Asistentes Sociales y Judiciales para Menores Inadaptados, y hasta ahora

109
inédita. Fue la última disertación pública del doctor Winnicott y se comprende
fácilmente el inmenso placer con que fue escuchada. Es una mirada retrospectiva a un
albergue de la época de la guerra, que escoge aquellos aspectos de importancia más
duradera para el cuidado de los niños deprivados y hace una evaluación final del trabajo
social más exigente: la atención asistencia! en internados.

110
19. CORRESPONDENCIA CON UN MAGISTRADO

(Cartas publicadas en The New Era in Home and School,


enero de 1944, a raíz de un artículo de Winnicott aparecido en mayo de 1943)

Granja Fincham,
Rougham,
King's Lynn, Norfolk.
Estimado doctor Winnicott:
Me dirijo a usted con referencia a su artículo "Investigación de la delincuencia" y el
breve trabajo de la doctora Kate Friedlander sobre el mismo tema, que me envió el
Instituto para el Tratamiento Científico de la Delincuencia, a cuyos conceptos me
suscribo. Siempre me ha interesado la aplicación del psicoanálisis al crimen y la
delincuencia; mi interés ha tomado un cariz muy práctico desde que me nombraron juez
y presidente de las Quarter Sessions. Me interesa lo que usted dice acerca del ambiente
y los factores externos, porque el procedimiento más habitual de un tribunal consiste en
modificar el ambiente que rodea a un delincuente. Fuera de Londres es muy difícil
disponer lo necesario para que un delincuente sea analizado, por lo que el tribunal se ve
obligado a considerar otras alternativas: multa, prisión, libertad condicional o bajo
fianza (esta última sujeta o no a alguna condición), internarlo en un correccional o
enviarlo a una escuela de readaptación social. El problema está en que el magistrado —
al decir esto hablo por mí, pero creo ser un caso típico— no sabe casi nada de los
correccionales o escuelas de readaptación, y no conoce mucho los métodos y
experiencia de los agentes de vigilancia judicial a cargo de los menores en libertad
condicional; sólo puede juzgar a estos últimos por los resultados que obtengan.
Hoy en día hace falta tender un puente entre los conocimientos psicoanalíticos
modernos, tal como se ejemplifican en su artículo, y el procedimiento y práctica
corrientes de los tribunales en lo penal. En su consultorio, usted puede concentrar su
atención en el bien del paciente; en un tribunal, tenemos que pensar asimismo en el bien
de la comunidad, y esto complica las cosas. Los jueces disponemos de instrumentos
muy toscos y burdos, y cuesta establecer un equilibrio entre el deseo de convertir a la
persona que tenemos delante en un miembro valioso de la sociedad, por un lado, y el
deseo de disuadir a otros malhechores por el otro. Personalmente no creo mucho en el
efecto disuasivo del castigo, pero algunos magistrados sí creen en él y debo tener en
cuenta sus opiniones. Días pasados tuve un caso desalentador: un muchacho de unos 17
años, que muy poco tiempo atrás había cometido varios hurtos y a quien había tratado
con indulgencia recurriendo a la prédica, compareció otra vez ante el tribunal como
reincidente. ¿Qué hemos de hacer en casos como éste? En esta región poco poblada,
situada a más de 160 kilómetros de Londres, nuestras alternativas de acción son
limitadas. Si alguna vez tiene tiempo de estudiar estos problemas de carácter más bien
general pero extremadamente práctico y comunicarme sus opiniones, le quedaría muy
agradecido.
Atentamente, Roger North
Calle Queen Anne 44, Londres, W. 1.

Estimado señor North:



Instancia judicial típicamente británica; es un tribunal de limitada jurisdicción penal y civil y de
apelación, instalado trimestral mente por jueces de paz en los condados y por notarios en los municipios.
(N. del S.]

111
Me agrada enterarme de que usted, como magistrado, se ha interesado por mis
comentarios sobre la delincuencia y por el artículo de la doctora Friedlander. Reconozco
abiertamente que el psicólogo tiene poco que ofrecer a los magistrados. Por cierto que
en mi artículo señalé lo siguiente: el magistrado tiene que expresar la venganza
inconsciente del público (el procedimiento judicial es un intento de prevención del
linchamiento); el psicólogo debe efectuar largos estudios para poder comprender a
fondo la labor que efectúan, en forma intuitiva, los buenos magistrados, agentes de
vigilancia judicial, etc.; se duda de que el tratamiento psicoanalítico efectivo de los
delincuentes y criminales resulte alguna vez valioso para la comunidad, porque es
mucho lo que debe hacerse en él, para cambiar fundamentalmente a un solo individuo.
El psicoanálisis de un delincuente sólo tendría justificación sociológica desde el punto
de vista de la investigación; por eso soy un firme partidario de él. Me permito subrayar
una vez más nuestro reconocimiento de que nosotros, los psicólogos, podemos ofrecer a
los magistrados una cantidad limitada de ayuda en forma de terapia directa.
Su carta me estimula a formular algunas sugerencias más prácticas que tal vez
podrían prestar ayuda efectiva al magistrado que, como usted, procura comprender los
factores intervinientes más profundos. Lo cierto es que las medidas útiles tomadas por
un tribunal, sea cual fuere, siempre resultan ser muy personales. Podemos desarrollar
toda clase de ideas y planes, pero en la práctica el buen trabajo siempre lo hace algún
individuo que mantiene estrecho contacto con el menor en dificultades.
A mi entender, un tribunal sólo tiene las siguientes alternativas de acción posible:
1) En algunos casos, no muchos, el hogar del menor es bueno. En tal caso lo mejor
es dejar al menor en ese hogar, donde unos padres fuertes y unidos están dispuestos a
manejarlo y pueden hacerlo. Cuando un menor se mete en dificultades en tales
circunstancias, suele ser porque algún otro niño o adolescente menos afortunado lo ha
descarriado. Aunque rara vez se puede recurrir a esta solución, siempre debemos
recordar que es la mejor y que los padres son los custodios adecuados de sus propios
hijos.
2) Con mucho mayor frecuencia, el menor pertenece a un hogar que apenas si es lo
bastante bueno para dejarlo en él bajo el cuidado personal de un buen agente de
vigilancia judicial, quien se convierte en la persona que "establece la diferencia" al
proveer algo que faltaba en el hogar: el amor respaldado por la fuerza (en este caso, la
fuerza de la ley). No debemos olvidar que el agente de vigilancia judicial sólo puede
tomar a su cargo un determinado número de casos, debido al excesivo esfuerzo y
tensión emocionales a que lo somete su trabajo; tampoco debemos olvidar su necesidad
indudable y forzosa de tener horas libres y vacaciones.
3) A menudo el hogar del menor no es lo bastante bueno como para dejarlo en él, ni
siquiera con la ayuda de un agente de vigilancia judicial. Hay que buscar un buen
albergue, capaz de proporcionar el cariño y el manejo enérgico que estos menores
claramente necesitan. En la actualidad, los albergues establecidos para los niños
evacuados difíciles de alojar son casi los únicos adecuados. En mi opinión, es
importante y significativo que estos albergues sean patrocinados por el Ministerio de
Salud Pública y no por el Ministerio del Interior, lo cual significa que aquí no interviene
la venganza pública.
4) Cierto porcentaje de los menores que comparecen ante la justicia han llegado
demasiado lejos en su conducta y escapan a las posibilidades de un manejo de un
albergue; sólo se los puede controlar con mano dura, y esto sería muy nocivo para los
menores que no estén tan enfermos. Aquí interviene la venganza pública y el Ministerio
del Interior debe responsabilizarse por ellos.

112
El psicólogo debería ser capaz de prestar ayuda práctica al magistrado en la tercera
alternativa (albergues), por cuanto está en condiciones de formular los principios en
juego y brindar sugerencias prácticas con respecto a la organización y manejo del
albergue.
Yo les aconsejaría encarecidamente a los magistrados que participaran en la
organización y manejo de un albergue similar a los ya existentes para niños evacuados
difíciles de alojar, pues sólo así podrán familiarizarse con los problemas reales que se
plantean en las escuelas de readaptación social adonde deben enviar, en cierto modo a
ciegas, a tantos muchachos y chicas que quedan bajo la jurisdicción de su tribunal.
Podrían asignar a ese tipo de albergue a algunos de los menores comprendidos en la
tercera categoría de la clasificación precedente.
Quienes hemos tenido experiencia práctica con tales albergues y hemos pasado de
los fracasos (totales o parciales) a los éxitos relativos podemos ayudar al magistrado a
seguir adelante con cierta posibilidad de éxito inmediato, lo cual significa salvar a
algunos niños de su derivación a una escuela de readaptación social recurriendo a los
albergues.
No quiero decir con esto que todas las escuelas de readaptación social sean malas,
pese a que inevitablemente estas instituciones son propagadoras de una educación
delictiva (igual que las cárceles), pero la lista de espera es muy larga y no hay nada peor
para un niño o adolescente que permanecer por tiempo indefinido en un Hogar de
Derivación.
Podemos decir desde ya que un albergue debe ser pequeño (de 12 a 18 menores)
para que resulte útil, que su política debería ser mantenerlos allí hasta su egreso de la
escuela y que todo depende del director. Este debería ser casado y ambos cónyuges
deberían ser codirectores del albergue. Tendrán la fortaleza suficiente para poder
manifestar un cariño profundo; el sentimentalismo quedará absolutamente prohibido.
El psicólogo debe visitar el albergue y entrevistarse con el director y la totalidad del
personal; es indispensable que mantenga conversaciones informales sobre los menores
internados. Sólo así el personal podrá pensar en cada menor como un ser humano cabal,
con una historia de desarrollo, un ambiente hogareño y un problema actual.
La selección del cocinero y jardinero sólo es inferior en importancia a la elección
del director. En verdad, todo miembro del personal —incluida la criada por horas— es
una gran ayuda o un gran estorbo.
Hay que seleccionar cuidadosamente a los menores antes de derivarlos al albergue;
un solo menor inadecuado para estar allí puede arruinarlo todo y provocar la rápida
degeneración de una situación interna por lo demás bien controlada. La mejor base para
una clasificación es una evaluación del hogar al que pertenece el menor, que contemple
su existencia o inexistencia y la estabilidad relativa de la relación conyugal de sus
progenitores. Más vale guiarse por esto que por la malignidad de los síntomas o por las
faltas que hayan motivado la remisión del menor ante la justicia.
Salta a la vista que al magistrado le sería imposible hacerse enteramente responsable
del albergue, por cuanto los intereses de éste no serían idénticos a los del tribunal y sus
fracasos no deben empañar la dignidad del mismo. No obstante, pienso que el
Ministerio del Interior apoyaría con gusto la idea de que los magistrados se interesaran
por este tipo de albergue patrocinado por el Ministerio de Salud Pública, pues así cada
juez podría integrar la Comisión Directiva de "su" albergue.
Estos principios generales, y muchos otros, podrían asentarse fácilmente por escrito.
Este es, a mi juicio, el modo en que el psicólogo puede ofrecerle al sagaz magistrado de
un Tribunal de Menores una ayuda definida y práctica.

113
Atentamente,
D. W. Winnicott

114
20. LAS BASES DE LA SALUD MENTAL
(Artículo de fondo publicado en el British Medical Journal.
el 16 de junio de 1951)

Aun siendo una prolongación del trabajo corriente en materia de salud pública, la higiene
mental va más allá que ésta, por cuanto altera el tipo de personas que componen el mundo.
Resulta significativo que el informe de la segunda sesión del Comité de Expertos en Salud
Mental de la Organización Mundial de la Salud (OMS) 11 se ocupe principalmente del manejo
de la infancia y la niñez, dando por sentado algo que los médicos quizá no habrían aceptado
cincuenta años atrás: las bases de la salud mental del adulto se echan en su infancia y niñez y,
por supuesto, en su adolescencia.
La introducción al informe comienza con la siguiente enunciación: "El principio individual
más importante a largo plazo para el futuro trabajo de la OMS en el fomento de la salud
mental, contrapuesto al tratamiento de los trastornos psiquiátricos, es alentar la incorporación
al trabajo de salud pública de todo lo conducente a promover tanto la salud física como la
salud mental de la comunidad". A continuación, el informe examina los servicios de
maternidad, el manejo del bebé y el niño en edad preescolar, la dependencia de éste respecto
de su madre, la salud escolar en sus aspectos más amplios y los problemas emocionales
derivados de la discapacidad física y el aislamiento de los niños afectados por enfermedades
infecciosas, como la lepra y la tuberculosis. El Comité reconoce que el asistente de salud
mental en formación tiene más por hacer que por aprender. Afronta "un problema emocional a
causa de la naturaleza misma del tema, con total independencia de cualquier dificultad
intelectual para comprender los hechos. Su primer impacto emocional es mucho mayor que el
provocado por la sala de disección o el quirófano".
La publicación de este informe va acompañada de la edición de una monografía de la
OMS sobre el cuidado materno y la salud mental escrita por el doctor John Bowlby, asesor de
salud mental de la OMS, como aporte al programa de las Naciones Unidas para el bienestar de
los niños sin hogar.12 En su trabajo en la Clínica Tavistock, el doctor Bowlby ya ha
demostrado que reconoce la necesidad de presentar los conceptos psicológicos de manera tal
que induzcan al asistente científico con formación profesional a adoptar el enfoque estadístico.
Podemos decir desde ya que su informe posee interés y valor notables. Las investigaciones
que dan resultados bien definidos son pocas y muy espaciadas, en comparación con la
magnitud alcanzada en todo el mundo por la práctica de la psicoterapia individual; quizás
haya algunos aspectos de la psicología que no pueden arrojar resultados utilizables por el
investigador estadístico.
El éxito de la monografía se debe en parte al tema elegido: el efecto que provoca en el
desarrollo emocional de los bebés y niños la separación del hogar y, específicamente, de la
madre. Como dice el doctor Bowlby, esas criaturas "no son pizarrones de los que se puede
borrar el pasado con un plumero o esponja, sino seres humanos que llevan consigo sus
experiencias previas y cuya conducta actual se ve profundamente afectada por los sucesos
pretéritos". Bowlby logra demostrar, citando cifras convincentes, cómo la separación puede
aumentar la tendencia a desarrollar una personalidad psicopática. Ha descubierto que casi
todos cuantos han trabajado en este campo llegaron a la misma conclusión: "Se cree que el
requisito esencial para la salud mental es que el bebé y el niño de corta edad experimenten una
relación cálida, íntima y continua con la madre (o su sustituta permanente), que proporcione a
ambos satisfacción y goce". Esto no es una novedad: es lo que sienten las madres y padres, y

11
WHO Technical Reports Series, ns 31, Ginebra, 1951.
12
Maternal Care and Mental Health, Ginebra, 1951.

115
lo que han descubierto quienes trabajan con niños. Lo novedoso de este informe es su intento
de traducir la idea en cifras.
Hay tres fuentes principales de información: los estudios que parten de la observación
directa de los bebés y niños de corta edad; los estudios basados en la investigación de las
historias tempranas de personas enfermas; los estudios de seguimiento de grupos de niños
deprivados, clasificados en varias categorías. El resultado más importante de estas
investigaciones— en especial cuando hayan sido confirmadas y ampliadas— será quizá servir
la lección para la profesión médica, incluidos los administradores. Por fuerza, a los
especialistas en salud física siempre les será difícil tener presente el hecho de que la salud
mental es más importante. ¡Es tan fácil perturbar el desarrollo emocional!... Tal vez sea
encantador tener en una sala de hospital a un niño internado que ha olvidado a su madre y ha
llegado a una etapa en que traba amistad con el primero que venga, pero está comprobado que
un niño, sobre todo si es de corta edad, no puede olvidar a un padre sin que su personalidad
resulte dañada. Por suerte, hoy en día se tiende a permitir la visita diaria a los niños internados
en salas u hospitales pediátricos. Reconocemos que esta política ocasiona grandes
inconvenientes a las enfermeras, pero aun el pequeño volumen de trabajo, meticulosamente
controlado, que Bowlby puede presentar con referencia a este aspecto limitado del tema indica
hasta qué punto vale la pena tomarse esta molestia adicional.
El efecto que provoque en el niño la separación de su madre dependerá, por supuesto, del
grado de deprivación y la edad del niño. Saltaba a la vista la necesidad de reformar los
métodos de cuidado de los bebés criados en una institución desde sus primeros días de vida.
En nuestro país, la opinión pública respaldó con firmeza a la Comisión Curtis y la siguiente
Ley de Menores de 1948. Está ganando creciente aceptación la idea de que en lo posible no se
debe apartar a ningún niño del cuidado de su madre. Esta enunciación simple no debe ser
empañada por el hecho secundario de que una minoría de padres sean personas enfermas
desde el punto de vista psiquiátrico y, por ende, nocivas para sus hijos.
Sería una larga tarea enseñar a los padres y madres del mundo a ser buenos padres, sobre
todo porque la mayoría de ellos ya lo saben... y sus conocimientos al respecto son mucho
mejores que los que nosotros podríamos impartirles jamás. Resulta, pues, apropiado que la
OMS emprenda su estudio de la salud mental por el polo opuesto, donde la enseñanza puede
dar resultados. Se llega así a dos conclusiones importantes: 1) la crianza impersonal de los
niños tiende a producir personalidades insatisfactorias y aun caracteres antisociales activos; 2)
cuando existe algo parecido a una buena relación entre el bebé o niño en desarrollo y sus
padres, se debe respetar la continuidad de esta relación y no interrumpirla nunca sin motivos
justificados. Bowlby compara la aceptación de estos hechos con la de ciertas realidades de la
pediatría en su faz física (p. ej., la importancia de las vitaminas en la prevención del escorbuto
y el raquitismo). La aceptación del principio señalado por las estadísticas de Bowlby podría
derivar en una reducción de las tendencias antisociales —y del sufrimiento que se esconde tras
ellas— exactamente del mismo modo en que la vitamina D ha disminuido el porcentaje de
casos de raquitismo. Tal resultado constituiría un gran logro de la medicina preventiva aun sin
tener en cuenta los aspectos más profundos del desarrollo emocional, tales como la riqueza de
la personalidad, la fuerza del carácter y la capacidad de alcanzar una autoexpresión plena,
libre y madura.

116
21. EL NIÑO DEPRIVADO Y COMO
COMPENSARLO POR LA PERDIDA
DE UNA VIDA FAMILIAR

(Conferencia pronunciada en la Asociación


Guardería Infantil, julio de 1950)

Como introducción al tema que trata del cuidado que debe dispensarse al niño que se ha
visto deprivado de una vida familiar, es importante no perder de vista que la comunidad debe
ocuparse, básicamente, de sus miembros sanos. Debe dárseles prioridad a los hogares buenos,
por el simple motivo de que los niños criados en su propia familia serán miembros útiles de la
comunidad: el cuidado de estos niños es, por lo tanto, provechoso para la sociedad.
Si aceptamos esto, deducimos dos consecuencias. Primero, debemos preocuparnos ante
todo de que el hogar corriente cuente con los medios indispensables en cuanto a vivienda,
alimentos, ropa, educación y recreación, así como también con los medios adecuados para
desarrollar su cultura. Segundo, no debemos inmiscuirnos en la vida privada de una familia,
que es una empresa en marcha, ni siquiera en su propio beneficio. Los médicos tienen
particular tendencia a interponerse entre las madres y sus bebés, o entre padres e hijos,
siempre con la mejor de las intenciones, y con el fin de prevenir la enfermedad y promover la
salud; y los médicos no son los únicos en cometer ese error. Por ejemplo:
Una madre divorciada me pidió consejo en la siguiente situación. Tenía una hija de seis
años, y una organización religiosa, con la que el padre de la niña estaba vinculado, deseaba
separar la niña de la madre y ubicarla como pupila en una escuela, incluso durante el período
de vacaciones, porque dicha organización no aprobaba el divorcio. De modo que era preciso
pasar por alto el hecho de que la niña se sintiera bien y segura junto a su madre y a su nuevo
padrastro, y sumirla en un estado de deprivación nada más que para obedecer un principio que
sostenía que una criatura no debe vivir con una madre divorciada.
Numerosos niños deprivados son en la práctica manejados de una u otra manera, y la
solución radica en evitar el mal manejo.
No obstante, debo aceptar que yo mismo, como tantos otros, soy un decidido destructor de
hogares. Son múltiples las ocasiones en que apartamos a los niños de sus familias. Por
ejemplo, en mi clínica tenemos todas las semanas casos en los que es preciso sacar
urgentemente al niño de su hogar, si bien es cierto que rara vez se dan estos casos en niños
menores de cuatro años. Todos los que trabajamos en este campo conocemos el tipo de caso
en que, por un motivo o por otro, se ha creado una situación tal que, a menos que el niño se
aleje durante unos días o semanas de la casa, la familia se desintegrará o el niño terminará
compareciendo ante un tribunal de menores. A menudo es posible pronosticar que el niño se
beneficiará lejos de la casa y que lo mismo ocurrirá con la familia. Hay muchos casos
angustiosos que se resuelven por sí mismos si podemos tomar estas medidas con suficiente
rapidez, y sería lamentable que todo lo que estamos realizando por evitar la destrucción
innecesaria de buenos hogares significara, de alguna manera, menoscabar los esfuerzos de las
autoridades que son responsables de proporcionar alojamiento, a corto o a largo plazo, para el
tipo de niños que considero aquí.
Cuando digo que tenemos casos como éstos todas las semanas en mi clínica, me refiero a
que en la gran mayoría de los casos logramos ayudar al niño dentro del marco ya existente.

117
Esta es, desde luego, nuestra meta, no sólo porque resulta económica, sino también porque
cuando el hogar es suficientemente bueno, constituye el lugar más adecuado para asegurar el
crecimiento del niño. La gran mayoría de los niños que requieren ayuda psicológica padecen
trastornos relacionados con factores internos, trastornos en el desarrollo emocional, que en
gran medida se deben al simple hecho de que la vida es difícil. Tales trastornos pueden tratarse
sin separar al niño de su familia.

EVALUACIÓN DE LA DEPRIVACIÓN

A fin de descubrir cuál es la mejor manera de ayudar a un niño deprivado, debemos


comenzar por determinar qué grado de desarrollo emocional normal tuvo inicialmente gracias
a la existencia de un medio suficientemente bueno: i) relación madre-hijo, ii) relación
triangular padre-madre-hijo; y luego, a la luz de lo que se ha logrado establecer, debemos
tratar de evaluar el daño ocasionado por la deprivación, en el momento en que comenzó y
durante el período en que se mantuvo. Por lo tanto, aquí la historia del caso es de gran
importancia.
Las seis categorías que enumero a continuación pueden resultar útiles como métodos para
clasificar los casos y hogares deshechos:
a) Un hogar bueno corriente, desintegrado por un accidente sufrido por uno de los
progenitores o por ambos.
b) Un hogar deshecho por la separación de los padres, que son buenos como tales.
c) Un hogar deshecho por la separación de los padres, que no son buenos como tales.
d) Hogar incompleto, por ausencia del padre (hijo ilegítimo). La madre es buena; los
abuelos pueden asumir un rol parental o contribuir en alguna medida.
e) Hogar incompleto, por ausencia del padre (hijo ilegítimo). La madre no es buena.
f) Nunca hubo hogar alguno. Además suelen hacerse clasificaciones mixtas:
a) Según la edad del niño, y también la edad que tenía cuando ese medio suficientemente
bueno dejó de existir.
b) Según el temperamento y la inteligencia del niño.
c) Según el diagnóstico psiquiátrico del niño.
Tratamos de evitar toda evaluación del problema basada en los síntomas del niño, o en el
grado en que el niño se convierte en una molestia, o en los sentimientos que su situación
despierta en nosotros, pues tales consideraciones suelen inducir a error. A menudo la historia
es incompleta o deficiente en sus aspectos esenciales. Además, y con suma frecuencia, la
única manera de determinar la existencia de un medio temprano suficientemente bueno
consiste en proporcionar un medio bueno y ver de qué manera lo utiliza el niño.
Aquí conviene hacer un comentario especial sobre el significado de las palabras "de qué
manera utiliza el niño un medio bueno". Un niño deprivado es un niño enfermo, y el problema
nunca es tan simple como para que la mera readaptación ambiental baste para que el niño
recupere la salud. En el mejor de los casos, el niño que puede beneficiarse con un simple
cambio ambiental comienza a mejorar, y a medida que ello ocurre se vuelve cada vez más
capaz de experimentar rabia por la deprivación pasada. El odio contra el mundo está allí,
oculto en el interior del niño, y la salud no se alcanza hasta haber experimentado ese odio. En
no pocos casos, se llega efectivamente a experimentar odio, e incluso esta pequeña
complicación puede provocar problemas. Sin embargo, este resultado favorable sólo
sobreviene si todo es relativamente accesible para el self consciente del niño, cosa que rara
vez sucede, puesto que, sea en pequeña o en gran medida, los sentimientos correspondientes a
la falla ambiental no son accesibles a la conciencia. Cuando la deprivación tiene lugar luego
de una temprana experiencia satisfactoria puede sobrevenir ese resultado favorable y es

118
factible llegar a sentir el odio correspondiente a la deprivación, como se ilustra en el siguiente
ejemplo:
Se trata de una niña de siete años, cuyo padre murió cuando ella tenía tres, a pesar de lo cual
superó exitosamente esa dificultad. La madre la cuidaba muy bien y volvió a casarse. Fue un
matrimonio feliz y el padrastro quería mucho a la niña. Todo anduvo bien hasta que la madre quedó
embarazada, momento en que el padre modificó su actitud con respecto a la hijastra. Se dedicó por
completo a su propio hijo futuro y retiró a la niña todo el afecto que había depositado en ella. Las cosas
empeoraron después del nacimiento del bebé, y la madre se encontró en una difícil situación de
lealtades conflictivas. La niña no podía prosperar en esa atmósfera pero, como pupila en una escuela,
posiblemente pueda progresar e incluso comprender las dificultades surgidas en su hogar.
En cambio, el siguiente caso muestra los efectos de una experiencia insatisfactoria
temprana:
Una madre me trae a su hijo de dos años y medio. El niño tiene un buen hogar y sólo se siente feliz
cuando cuenta con la atención personal del padre o de la madre. No puede separarse de ésta y, por lo
tanto, no puede jugar por su cuenta, y siente terror frente a los desconocidos. ¿Qué sucedió en este
caso, considerando que los padres son personas normales y corrientes? El hecho es que el niño fue
adoptado cuando tenía cinco semanas de vida y ya por ese entonces estaba enfermo. Existen algunas
pruebas de que la encargada de la institución en que nació le dedicaba particular atención, ya que
intentaba ocultarlo de las parejas que acudían en busca de un niño para adoptar. El traspaso a las cinco
semanas de vida provocó un severo trastorno en el desarrollo emocional del niño, y sólo ahora los
padres adoptivos están comenzando a superar gradualmente las dificultades, que sin duda no
esperaban, teniendo en cuenta que el niño que adoptaron era casi un recién nacido. (De hecho, trataron
por todos los medios de conseguir un bebé que tuviera aun menos tiempo de vida, digamos de una o
dos semanas, porque sabían que podían surgir complicaciones.)
Debemos saber qué cosas ocurren en el niño cuando un buen marco se desbarata y también
cuando ese marco adecuado jamás existió, y ello implica estudiar todo el tema del desarrollo
emocional del individuo. Algunos de los fenómenos son bien conocidos: el odio se reprime o
bien se pierde la capacidad de amar. Otras organizaciones defensivas se establecen en la
personalidad infantil. Puede haber una regresión a algunas fases tempranas del desarrollo
emocional que fueron más satisfactorias que otras, o bien un estado de introversión patológica.
Con mucho mayor frecuencia de lo que generalmente se cree, se produce una disociación de la
personalidad. En su forma más simple, ello hace que el niño presente una fachada exterior,
sobre la base del sometimiento, mientras la principal parte del self que contiene toda la
espontaneidad se oculta y está permanentemente enfrascada en relaciones misteriosas con
objetos idealizados de la fantasía.
Aunque resulta difícil hacer una formulación simple y clara de estos fenómenos, es
menester comprenderlos a fin de poder distinguir cuáles son los signos favorables en los casos
de niños deprivados. Si no entendemos qué sucede cuando el niño es muy enfermo, no
percibimos, por ejemplo, que una depresión en un niño deprivado puede constituir un signo
favorable, sobre todo cuando no está acompañada de intensas ideas persecutorias. En todo
caso, una simple depresión indica que el niño ha conservado la unidad de su personalidad y
tiene un sentimiento de preocupación, y que sin duda está asumiendo la responsabilidad de
todo lo que le ha salido mal. Asimismo, los actos antisociales, como mojarse en la cama y
robar, indican que, al menos por el momento, existe todavía alguna esperanza de redescubrir
una madre suficientemente buena, un hogar suficientemente bueno, una relación entre los
padres suficientemente buena. Incluso la rabia puede indicar que hay esperanzas y que, por el
momento, el niño es una unidad capaz de sentir el choque entre lo que tal vez imagine y lo que
concretamente encontrará en eso que denominamos realidad compartida.
Consideremos el significado del acto antisocial, por ejemplo robar. Cuando un niño roba,
lo que busca (me refiero al niño en su totalidad, incluyendo al inconsciente) no es el objeto
robado, sino a la persona, la madre, a quien el niño puede robarle con todo derecho,

119
precisamente porque es su madre. En realidad, cada criatura puede inicialmente afirmar de
buena fe su derecho de robarle a su madre porque fue él quien la inventó, la ideó, la creó a
partir de una capacidad innata de amar. Por el solo hecho de estar allí, la madre le fue
entregando a su hijo, poco a poco y en forma gradual, su mismísima persona como material
para que el niño creara, le diera forma, de modo que al final, la madre subjetiva creada por él
se parece bastante a la que todos podemos ver objetivamente. De la misma manera, lo que
busca el niño que se moja en la cama es la falda de la madre, que está allí para que él la moje
en las primeras etapas de su existencia.
Los síntomas antisociales son tanteos en busca de una recuperación ambiental, y lo que
indican es esperanza. Fracasan, no porque estén erróneamente dirigidos, sino porque el niño
no tiene conciencia de lo que sucede. El niño antisocial, por lo tanto, necesita un medio
especializado que posea una meta terapéutica, capaz de ofrecer una respuesta real a la
esperanza que se expresa a través de los síntomas. Con todo, para que esto produzca un
resultado terapéutico eficaz, es necesario que se lo desarrolle durante un período prolongado,
puesto que, como ya dije, gran parte de los sentimientos y los recuerdos del niño permanecen
en un nivel inconsciente. Además, el niño debe también adquirir un considerable grado de
confianza en el nuevo medio, en su estabilidad y su capacidad para mostrarse objetivo, antes
de decidirse a renunciar a sus defensas contra la intolerable angustia que cada nueva
deprivación puede volver a desencadenar.
Sabemos, entonces, que el niño deprivado es una persona enferma, con una historia de
experiencias traumáticas y una manera personal de hacer frente a las consiguientes angustias y
también una persona con una capacidad de recuperación mayor o menor conforme al grado en
que ha perdido toda conciencia del odio pertinente y de su capacidad primaria para amar.
¿Qué medidas prácticas pueden adoptarse para ayudar al niño deprivado?

LA AYUDA- AL NIÑO DEPRIVADO

Evidentemente alguien tiene que ocuparse del niño. La comunidad ya no niega su


responsabilidad con respecto a los niños deprivados, sino que actualmente rige la tendencia
contraria. La opinión pública exige que se haga todo lo posible por el niño que carece de una
vida familiar propia. Muchos de nuestros problemas actuales obedecen a las dificultades de
orden práctico relacionadas con la aplicación de los principios que nacen de esta nueva
actitud.
Nunca llegaremos a darle a un niño lo que éste requiere promulgando una ley ni poniendo
en marcha la maquinaria administrativa. Todo esto es necesario, pero no es más que una etapa
inicial y precaria. En todos los casos, el manejo adecuado de un niño incluye a seres humanos,
y es preciso elegirlos cuidadosamente; asimismo, a todas luces contamos con un número
limitado de personas capaces de cumplir esa tarea. Dicha cantidad aumenta si la maquinaria
administrativa proporciona también intermediarios, individuos que pueden por un lado hacer
frente a las autoridades y, por el otro, mantenerse en contacto con quienes efectúan realmente
la tarea, apreciar sus cualidades, reconocer el éxito cuando éste se logra, permitir que el
proceso educativo fermente y haga interesante el trabajo, examinar los fracasos y sus motivos,
y estar dispuestos a ofrecer su ayuda cuando es preciso apartar en corto plazo a un niño de un
hogar adoptivo o un albergue. El cuidado de un niño es un proceso que absorbe todo el tiempo
de una persona y que la deja sin la suficiente reserva emocional para enfrentar los
procedimientos administrativos o los problemas sociales que en algunos casos plantea la
policía. En cambio, quien está capacitado para controlar y manejar los aspectos
administrativos o policiales no suele ser el más indicado para encargarse del cuidado de un
niño.

120
Al entrar a considerar ahora cuestiones más específicas, resulta esencial recordar el
diagnóstico psiquiátrico de cada niño al que nos proponemos ayudar. Como ya señalé, este
diagnóstico sólo puede hacerse después de haber tomado una cuidadosa historia personal o
quizás al cabo de un período de observación. Lo importante es que un niño deprivado de su
marco familiar tal vez haya tenido un buen comienzo en su infancia e incluso haya disfrutado
de los albores de una vida familiar. En ese caso, las bases de la salud mental del niño quizás
estén ya bien establecidas, de modo que la enfermedad provocada por la deprivación se
produjo en un período de salud. En cambio otro niño, que tal vez no parezca ser más enfermo,
carece de toda experiencia sana que pueda redescubrir y reactivar en un nuevo ambiente y,
además, puede haber existido un manejo tan complejo o deficiente de la temprana infancia,
que las bases para la salud mental en términos de estructura de la personalidad y sentido de
realidad sean muy escasas. En estos casos extremos, es necesario crear por primera vez un
buen medio, o quizás este medio adecuado no resulte tampoco eficaz porque el niño es
básicamente enfermo, e incluso exista por añadidura una tendencia hereditaria a la demencia o
a la inestabilidad. En los casos extremos, el niño es demente, aunque esta palabra nunca se use
para referirse a una criatura.
Es importante tener en cuenta este aspecto del problema, pues de lo contrario quienes
evalúan los resultados pueden sentir cierta extrañeza al comprobar que se dan fracasos incluso
con el mejor de los manejos, y que siempre existen niños que al crecer se convierten a la
postre en adultos dementes, o en el mejor de los casos, antisociales.
Una vez establecido el diagnóstico, en términos de la presencia o ausencia de rasgos
positivos en el ambiente temprano y en la relación del niño con él, el próximo aspecto a
considerar es el procedimiento. Quisiera señalar aquí (y lo hago en mi condición de
psicoanalista de niños) que el principio básico para el manejo de niños deprivados no es el
tratamiento psicoterapéutico. La psicoterapia es algo que eventualmente, según esperamos,
podrá agregarse en algunos casos a todas las otras medidas adoptadas. En términos generales,
la psicoterapia personal no constituye en este momento una medida práctica. El procedimiento
esencial consiste en proporcionar al niño una familia. Podemos clasificar lo que le ofrecemos
de la siguiente manera:
i) Padres adoptivos, que quieren dar al niño una vida familiar como la que le hubieran
ofrecido sus verdaderos padres. En general se acepta que ésta es la solución ideal, pero
debemos apresurarnos a agregar que es esencial que los niños puedan en estos casos responder
a todo lo bueno que se les ofrece. Esto significa, en la práctica, que en algún momento de su
pasado hayan tenido una vida familiar suficientemente buena y hayan podido responder a ella.
En su hogar adoptivo encuentran la oportunidad de redescubrir algo que tuvieron y perdieron.
ii) En la segunda categoría figuran pequeñas instituciones a cargo, de ser ello posible (pero
no necesariamente), de matrimonios, cada una de las cuales alberga niños de diversas edades.
Estas instituciones pueden agruparse, lo cual resulta ventajoso tanto desde el punto de vista
administrativo como desde el punto de vista de los niños, que adquieren así primos, por así
decirlo, además de hermanos. También aquí se intenta alcanzar el resultado óptimo, por lo
cual resulta esencial descartar a los niños que no pueden aprovechar algo tan bueno. Un niño
inadecuado para ese medio puede destruir la labor de todo un grupo. Debe recordarse que una
buena labor resulta emocionalmente más difícil que otra no tan buena, y si se fracasa, los que
han tomado a su cargo esa tarea tienden automáticamente a adoptar tipos de manejo más
fáciles y menos valiosos.
iii) En la tercera categoría los grupos son más numerosos; el albergue tal vez pueda
hospedar hasta dieciocho niños. Los encargados o custodios pueden mantener contacto
personal con todos ellos, pero cuentan con ayudantes y el manejo de estos últimos constituye
una parte importante de su labor. Las lealtades están divididas, y los niños tienen oportunidad
para enemistar a los adultos entre sí y explotar los celos latentes. Aquí el nivel de manejo ya
no es tan bueno. Pero, en cambio, nos ofrece el tipo de manejo indicado para lidiar con el tipo

121
menos satisfactorio de niño deprivado. La forma en que se manejan las cosas es menos
personal, más dictatorial, y las exigencias con respecto a cada niño también son menores. Una
criatura que vive en una institución de este tipo tiene menos necesidad de contar con una
experiencia favorable previa que le sea posible revivir; en ella hay menos necesidad que en las
instituciones pequeñas de que el niño adquiera la capacidad de identificarse con la institución,
al tiempo que conserva su impulsividad y espontaneidad personal. El nivel intermedio de
eficacia es suficiente para estas instituciones más amplias, es decir, una fusión de la identidad
con los otros niños del grupo, lo cual implica pérdida de la identidad personal y pérdida de la
identificación con el marco hogareño total.
iv) En nuestra clasificación se ubica luego el albergue de mayor tamaño, donde los
encargados se dedican sobre todo al manejo del personal y sólo indirectamente al manejo
minucioso de los niños. Aquí existen ventajas, en tanto es posible hospedar a un número
mayor de criaturas. El hecho de que el personal sea más numeroso significa que hay más
oportunidades de que sus miembros intercambien ideas, y también de que los niños formen
equipos y desarrollen así una saludable competencia. Pienso que este tipo de albergue apunta a
una forma de manejo capaz de lidiar con los chicos más enfermos, es decir, aquellos que
tuvieron muy pocas experiencias buenas en el comienzo de su vida. El director, una figura
bastante impersonal, puede mantenerse en un segundo plano como representante de la
autoridad que estos niños necesitan, porque son incapaces de conservar a un mismo tiempo la
espontaneidad y el control sin ayuda exterior. (O bien se identifican con la autoridad y se
convierten en pequeños colaboracionistas, o bien actúan en forma impulsiva, dejando
completamente el control en manos de la autoridad externa.)
v) Tenemos, por último, la institución aun más amplia, que hace lo que puede por los
chicos en condiciones realmente intolerables. Durante algún tiempo seguirá siendo necesario
contar con este tipo de instituciones. Es preciso dirigirlas con métodos dictatoriales, y lo que
es provechoso para el niño individual ocupa aquí un papel secundario, debido a las
limitaciones impuestas por lo que la sociedad puede proporcionarle en forma inmediata.
Constituyen una excelente forma de sublimación para los dictadores en potencia; y hasta
podríamos encontrar otras ventajas en esta indeseable situación pues, al poner el acento en los
métodos dictatoriales, es posible impedir, durante períodos bastante prolongados, que los
niños muy difíciles se vean envueltos en dificultades con la sociedad. Los niños
verdaderamente enfermos pueden ser más felices aquí que en instituciones mejores, y pueden
llegar a jugar y aprender, tanto que el observador no informado se sentirá indudablemente
impresionado. En tales instituciones resulta difícil reconocer a los niños que ya están en
condiciones de pasar a un tipo de manejo más personal, que fomente su creciente capacidad de
identificarse con la sociedad sin perder su propia individualidad.

Terapéutica y manejo

Quisiera ahora comparar los dos extremos del manejo, el hogar adoptivo y la institución de
grandes dimensiones. En el primero, como ya dije, la meta es verdaderamente terapéutica,
pues se confía en que el niño, con el correr del tiempo, se recuperará de la deprivación que, sin
ese manejo, no sólo le dejaría una cicatriz sino también una verdadera invalidez psíquica. Para
que ello ocurra, se necesita mucho más que la respuesta del niño frente a su nuevo ambiente.
Es probable que al comienzo el niño responda sin demora y que quienes se ocupan de él
lleguen a pensar que ya no habrá más problemas. Pero cuando el niño adquiere mayor
confianza, evidencia una creciente capacidad para experimentar rabia con respecto a la falla
ambiental previa. Desde luego, no es demasiado probable que las cosas tomen exactamente
este cariz, sobre todo porque el niño no tiene conciencia de los cambios revolucionarios que
tienen lugar en ese momento. Los padres adoptivos comprobarán que periódicamente se
convierten en el blanco del odio del niño, y tendrán que hacerse cargo de la rabia que poco a

122
poco el niño está comenzando a poder sentir y que corresponde a la falla de su verdadero
hogar. Es importante que los padres adoptivos comprendan esta situación a fin de que no se
sientan descorazonados, y los inspectores encargados de supervisar las condiciones de vida del
niño también deben estar advertidos con respecto a tal situación, pues de lo contrario
censurarán a los padres adoptivos y creerán las historias de los chicos acerca de que allí se los
castiga y se los mata de hambre. Si los padres adoptivos reciben la visita de un inspector
dispuesto a encontrar todo tipo de defectos, tal vez se sientan excesivamente ansiosos y traten
de seducir al niño para que se muestre alegre y cordial, con lo cual lo privarán de una parte
muy importante de su recuperación.
A veces un niño se las ingenia para lograr que lo castiguen o lo traten con crueldad, en un
intento de introducir en la realidad presente una maldad que le permita enfrentarla por medio
del odio; entonces el progenitor adoptivo que se muestra cruel es en realidad amado debido al
alivio que el niño experimenta al poder transformar el "odio versus odio" encerrado en su
interior en un odio que sale al encuentro del odio externo. Por desgracia, es probable que el
grupo social al que pertenecen los padres adoptivos juzgue erróneamente esta situación.
Pero hay maneras de encontrar una salida. Por ejemplo, algunos padres adoptivos trabajan
sobre el principio del rescate. Para ellos, los verdaderos padres del niño fueron realmente
malos y lo repiten una y otra vez para que el niño lo oiga, con lo cual logran desviar el odio
que aquél siente contra ellos. Este método puede resultar bastante eficaz pero pasa por alto la
situación de la realidad y, de cualquier manera, perturba algo que es característico de todo
niño deprivado, esto es, la tendencia a idealizar su propio hogar. Sin duda, es más conveniente
que los padres adoptivos puedan soportar las oleadas periódicas de hostilidad y sobrevivir a
ellas, e ir estableciendo una nueva relación con el niño, cada vez más segura, porque es menos
idealizada.
En cambio, el niño ubicado en una gran institución no es objeto de un manejo que tiene
como meta curarlo de su enfermedad. Los objetivos son, en primer lugar, proporcionar techo,
comida y ropa a los niños abandonados; segundo, establecer un tipo de manejo a través del
cual los niños vivan en una situación de orden y no de caos; y tercero, evitar que el mayor
número posible de niños entren en conflicto con la sociedad hasta el momento en que sea
necesario devolverlos al mundo, es decir cuando tengan aproximadamente dieciséis años. De
nada sirve falsear las cosas y tratar de crear la impresión de que en este extremo de la escala se
hace algún intento por formar seres humanos normales. En tales casos, lo que se impone es un
manejo estricto, y si a esto se le puede añadir cierta dosis de humanidad, tanto mejor.
Debe recordarse que incluso en las comunidades muy estrictas, en tanto haya congruencia
y justicia en el manejo, los niños pueden descubrir rasgos humanos entre ellos y hasta llegar a
valorar la actitud estricta porque implica estabilidad. Las personas comprensivas que trabajan
con este tipo de sistema pueden encontrar diversas maneras de introducir momentos de mayor
humanidad. Por ejemplo, una de ellas consistiría en seleccionar algunos niños apropiados y
permitirles que periódicamente se pusieran en contacto con el mundo exterior, a través de
visitas a tíos sustitutos en los que se pueda confiar. Siempre se encontrarán personas
dispuestas a escribir al niño en el día de su cumpleaños e invitarlo a sus casas para tomar el té
tres o cuatro veces por año. Estos son sólo algunos ejemplos, pero nos dan una idea del tipo de
cosas que pueden hacerse, y que de hecho se hacen sin perturbar el marco estricto en que
viven los niños. Debe recordarse que si la base del sistema es la severidad, les creará
confusión a los niños que ese marco tan riguroso presente excepciones y fisuras. Si es
inevitable que el marco sea estricto, entonces también debe ser congruente, confiable y justo, a
fin de poder encerrar valores positivos. Además, siempre hay niños que abusan de los
privilegios, de modo que a veces no existe otro remedio que suprimirlos, sacrificando con ello
a los niños que sabrían aprovecharlos bien.
En este tipo de institución en gran escala, y para asegurar la paz y la concordia, se acentúa
la importancia del personal directivo, como representante de la sociedad. Dentro de este

123
marco, es inevitable que, en mayor o menor grado, los niños pierdan su propia individualidad.
(No paso por alto el hecho de que en las instituciones de tipo intermedio se puede permitir el
crecimiento gradual de los niños que son bastante sanos como para crecer, a fin de que les sea
posible identificarse cada vez más con la sociedad, sin perder la identidad.)
Habrá también algunos niños que, precisamente por ser lo que yo llamaría dementes
(aunque se supone que no deberíamos emplear esa palabra), constituyen siempre fracasos, por
más que se les ordene lo que tienen que hacer. Para esos niños debería existir algún
equivalente del hospital psiquiátrico para adultos, y creo que aún no hemos logrado
determinar qué medidas debe adoptar la sociedad para ayudar a esos casos extremos. Son
niños tan enfermos que el solo hecho de comenzar a mostrarse antisociales indica en su caso
un principio de mejoría.
Quiero concluir esta sección refiriéndome a dos cuestiones de gran importancia en lo
relativo a las necesidades del niño deprivado.

Importancia de la historia temprana del niño

La primera de estas cuestiones se refiere en particular al asistente social especializado en


el cuidado infantil, sobre todo en tanto una de sus funciones consiste en vigilar de cerca la
nueva situación. Si yo me ocupara de dicha tarea, ni bien destinaran un niño a mi cuidado,
desearía reunir inmediatamente toda la información posible acerca de la vida de ese niño hasta
el momento presente, por insignificante que fuera. Esto siempre resulta perentorio porque, a
medida que transcurre el tiempo, cada vez es más difícil obtener el material indispensable.
Recuerdo lo desesperante que era, durante la Segunda Guerra Mundial, al tratar de subsanar
las fallas del plan de evacuación, comprobar que había niños acerca de los cuales jamás
podríamos obtener ningún tipo de información.
Sabemos que los niños normales preguntan a veces en el momento de acostarse: "¿Qué
hice hoy?", y entonces las madres les responden: "Te despertaste a las seis y media y jugaste
con tu osito hasta que tu padre y yo nos despertamos, y después te levantaste y saliste al
jardín, y luego desayunaste, y luego...", y así sucesivamente, hasta que el niño logra integrar
todo el programa del día desde afuera. El niño posee en realidad toda la información, pero
prefiere que lo ayuden a tomar conciencia de ello; eso lo hace sentir bien y real, y lo ayuda a
distinguir la realidad del sueño y del juego imaginativo. Esto mismo, pero en gran escala,
estaría representado por la forma en que un progenitor corriente rememora todo el pasado del
niño, tanto las partes que éste apenas recuerda como las que ignora por completo.
Carecer de esto, que parece tan poco importante, constituye una seria pérdida para el niño
deprivado. Sea como fuere, siempre debería haber alguien que esté en posesión de todos los
datos pertinentes. En los casos más favorables, quien está oficialmente a cargo del niño podrá
mantener una larga entrevista con la verdadera madre, permitiéndole que gradualmente vaya
revelándole toda la historia de su hijo a partir del nacimiento de éste, y quizás detalles
importantes acerca de sus propias experiencias durante el embarazo y también las que
desembocaron en la concepción, las cuales pueden haber determinado o no gran parte de su
actitud para con el niño. A menudo, sin embargo, el encargado del niño se verá obligado a
recurrir a múltiples y variadas fuentes para obtener información; y hasta el nombre de un
amigo que el niño tuvo en la institución de que proviene puede ser valioso. Luego debe
encarar la tarea de establecer contacto con el niño, una vez que se ha granjeado la confianza
de éste. Habrá que encontrar la manera de hacer saber al niño que allí, o en un archivo en la
oficina de ese funcionario, está la historia de la vida que ha llevado hasta ese momento.
Quizás el niño no quiera enterarse de nada por el momento, pero puede ocurrir que esos
detalles hagan falta más tarde. En particular, el niño que es hijo ilegítimo y el que pertenece a
un hogar deshecho son los que eventualmente necesitan enterarse de los hechos, como
requisito indispensable para lograr la salud —y doy por sentado que tal es la meta en el caso

124
del hijo adoptivo—. El niño ubicado en el otro extremo, manejado mediante métodos
dictatoriales en un grupo numeroso, cuenta con menos posibilidades de alcanzar un grado de
mejoría que le permita asimilar la verdad con respecto a su pasado.
Debido a todo esto, y a que existe una gran escasez de trabajadores sociales de este tipo, la
tarea debe iniciarse en el extremo más normal. Aun así, es probable que tales personas
consideren que, a pesar de sus buenos deseos, no pueden afrontarla por estar recargados de
trabajo. Lo que quiero decir es que estos expertos deben negarse terminantemente a tomar más
casos de los que pueden manejar. No hay medias tintas en lo que se refiere al cuidado de los
niños; es cuestión de dedicarse de lleno a unos cuantos chicos y enviar a los demás a la
institución con métodos dictatoriales, hasta tanto la sociedad encuentre alguna otra salida
mejor. Para que el trabajo sea eficaz debe ser personal, pues de lo contrario resulta cruel, tanto
para el niño como para el experto que lo toma a su cargo. La tarea será provechosa sólo si es
personal y si quienes la cumplen no están sobrecargados de trabajo.
Debe recordarse que si los trabajadores sociales especializados en el cuidado infantil
aceptan demasiado trabajo es forzoso que se produzcan fracasos, y a la larga aparecerán los
expertos en estadística y se apresurarán a demostrar que todo está mal enfocado y que los
métodos dictatoriales son más eficaces para proveer de obreros a las fábricas y de servicio
doméstico a las familias acomodadas.

Fenómenos transicionales

La otra cuestión a la que quiero referirme puede examinarse considerando primero al niño
normal. ¿A qué se debe que los niños corrientes puedan tolerar verse privados de sus hogares
y de todo lo que les es familiar sin enfermar? Diariamente ingresan niños a los hospitales,
niños que luego salen, no sólo físicamente curados, sino sin haber padecido ningún trastorno e
incluso enriquecidos por la nueva experiencia. Los niños se alejan repetidas veces de su hogar
para pasar una temporada con tíos y tías, y de todos modos acompañan a sus padres cuando
éstos abandonan el círculo de su comunidad para trasladarse a un ambiente desconocido.
Se trata de un problema muy complejo, que podemos encarar de la siguiente manera:
imaginemos a algún chico que conozcamos bien, y preguntémonos qué se lleva ese niño a la
cama para que lo ayude en el tránsito de la vigilia al mundo de los sueños: un muñeco, o quizá
varios; un osito; un libro; un trozo de aquel antiguo vestido de la madre; un pedazo de frazada
vieja; o tal vez un pañuelo que reemplazó al babero en una determinada etapa del desarrollo
infantil. En algunos casos, es posible que no haya existido un objeto de este tipo, y el niño
simplemente succionó lo que tenía más cerca; el puño, y luego el pulgar o dos dedos; o tal vez
realizara alguna actividad de tipo genital que muy bien podría considerarse como
masturbación; o al estar boca abajo sobre la cama, quizás efectuara movimientos rítmicos,
demostrando la naturaleza orgiástica de la experiencia a través de la transpiración en la
cabeza. En algunos casos, a partir de los primeros meses de vida, el niño exige la presencia
personal de un ser humano, probablemente la madre. Existe una amplia gama de posibilidades
que es dable observar con frecuencia. Entre los diversos muñecos y ositos que pertenecen a un
niño, puede haber uno en particular, posiblemente blando, que recibió cuando tenía diez, once
o doce meses, al que trata de una manera brutal y al mismo tiempo afectuosa y sin el cual no
puede siquiera concebir la idea de irse a la cama; sin duda, si fuera preciso alejar al niño,
habría que asegurarse de que se llevara consigo ese objeto; y si llegara a perderse, sería
catastrófico para él y, por lo tanto, para quienes lo cuidan. Es improbable que alguna vez
llegue a regalar ese objeto a otro niño y, de cualquier manera, ningún otro niño tendría interés
en poseerlo, ya que, con el correr del tiempo, se convierte en un objeto roñoso y maloliente, a
pesar de lo cual nadie se atrevería a lavarlo.
Este objeto es lo que yo denomino un objeto transicional, lo cual me permite ilustrar una
dificultad que todo niño experimenta y que consiste en relacionar la realidad subjetiva con la

125
realidad compartida que es posible percibir objetivamente. Cuando pasa de la vigilia al sueño,
el niño salta de un mundo percibido a un mundo creado por él mismo. En la zona intermedia
experimenta la necesidad de todo tipo de fenómenos transicionales, esto es, de un territorio
neutral. Yo describiría este objeto tan preciado diciendo que existe un acuerdo tácito en el
sentido de que nadie pretenderá afirmar que ese objeto real forma parte del mundo, ni
tampoco que ha sido creado por el niño. Se acepta que ambas cosas son ciertas: el niño lo creó
y el mundo se lo proporcionó. Esta es la continuación progresiva de la tarea inicial que la
madre común y corriente permite que su niño emprenda cuando, mediante una muy delicada
adaptación activa, se ofrece ella misma, o quizás su pecho, mil y una veces, en el momento en
que el bebé está en condiciones de crear algo similar al pecho que ella le da.
La mayoría de los niños que corresponden a la categoría de inadaptados no han tenido un
objeto de este tipo, o bien lo han perdido. Pero estos objetos deben representar algo, lo cual
significa que no es posible curar a estos niños mediante el simple recurso de proporcionarles
un nuevo objeto. Con todo, un niño puede llegar a depositar tanta confianza en la persona que
se ocupa de él, que los objetos que son profundamente simbólicos de esa persona aparecerán
espontáneamente, y eso se experimentará como una buena señal, como por ejemplo poder
recordar un sueño o soñar con un acontecimiento real.
Todos estos objetos y fenómenos transicionales permiten al niño soportar frustraciones,
deprivaciones y la aparición de situaciones nuevas. ¿Estamos del todo seguros de que, en
nuestro manejo de los niños deprivados, respetamos los fenómenos transicionales que ya
existen? Creo que si examinamos en esta forma el uso de los juguetes, las actividades
autoeróticas, los cuentos y canciones a la hora de dormir, comprobaremos que, mediante estos
recursos, los niños han adquirido cierto grado de capacidad para soportar que se los deprive de
todo aquello que les es familiar, y aun de aquello que les es necesario. Un niño que ha sido
trasladado de un hogar a otro o de una institución a otra podrá tal vez superar la situación, si
se le permite llevar consigo un objeto blando o un trozo de tela, o se le entonan canciones
conocidas a la hora de dormir, que le permitan vincular el pasado con el presente, o si sus
actividades autoeróticas son respetadas, toleradas e incluso valoradas como un aporto positivo.
Sin duda, en el caso de niños que viven en un medio perturbado, estos fenómenos asumen una
importancia especial y su estudio debería ayudarnos a aumentar nuestra capacidad para ayudar
a estos seres humanos zarandeados de un lado a otro, antes de que hayan podido aceptar lo
que nosotros aceptamos sólo con enorme dificultad, esto es, que el mundo nunca es como
nosotros quisiéramos crearlo y que lo mejor que puede ocurrimos es que haya una
coincidencia suficiente entre la realidad externa y lo que podemos crear. Nosotros sí hemos
podido aceptar que la idea de una identidad entre ambos es tan sólo una ilusión.
Quizás a la gente que ha tenido experiencias ambientales afortunadas le resulte difícil
comprender todas estas cosas; no obstante, el niño trasladado de un lugar a otro debe enfrentar
este tremendo problema. Si deprivamos a un niño de los objetos transicionales y perturbamos
los fenómenos transicionales establecidos, le queda sólo una salida, una división de su
personalidad, en la que una mitad se relaciona con un mundo subjetivo y la otra reacciona
sobre la base del sometimiento frente al mundo. Cuando se establece esta división y se
destruyen los puentes entre lo subjetivo y lo objetivo, o bien cuando éstos nunca fueron muy
estables, el niño es incapaz de funcionar como un ser humano total.13
En cierta medida, esta situación existe siempre en los niños que son puestos bajo nuestro
cuidado porque carecen de una vida familiar. Aun en los casos que confiamos en poder enviar
a padres adoptivos o a pequeñas instituciones siempre se encontrará cierto grado de
disociación. El mundo subjetivo tiene para el niño la desventaja de que, si bien puede ser
ideal, también puede ser cruel y persecutorio. Al principio, el niño traducirá en estos términos
todo lo que encuentre, y entonces el hogar adoptivo será maravilloso y el hogar verdadero
13
Para un examen más detenido de este tema, véase "Transitional Objects and Transitional Phenomena", en
D. W. Winnicott, Collected Papers, Londres, Tavistock Publications, 1958, cap. XVIII, y Hogarth Press, 1975.

126
horrible, o viceversa. Al final, sin embargo, si todo sale bien, el niño podrá fantasear acerca de
hogares buenos y malos, y soñar y hablar acerca de ellos, y hacer dibujos que los representen
y, al mismo tiempo, percibir el hogar que le proporcionan sus padres adoptivos tal como es en
realidad.
El hogar adoptivo real tiene la ventaja de no oscilar bruscamente de lo bueno a lo malo y
viceversa. Se mantiene siempre como algo medianamente decepcionante y medianamente
tranquilizador. Quienes manejan niños deprivados podrán cumplir mejor su tarea si reconocen
que cada niño tiene, en cierta medida, la capacidad de aceptar un territorio neutral, localizado
de una u otra manera en la masturbación, en jugar con un muñeco, en disfrutar de una canción
infantil o algo parecido. Así, a partir del estudio de lo que proporciona placer a los niños
normales, podemos descubrir qué es lo que los niños deprivados necesitan en forma
apremiante.

127
22. LAS INFLUENCIAS GRUPALES Y EL NIÑO INADAPTADO:
EL ASPECTO ESCOLAR

(Conferencia pronunciada en la Asociación de Profesionales para los Niños Inadaptados,


abril de 1955)

Me propongo estudiar aquí algunos aspectos de la psicología de los grupos, lo cual tal vez
nos ayude a comprender mejor los problemas inherentes al manejo grupal de los niños
inadaptados. Consideremos en primer lugar al niño normal, que vive en un hogar normal, tiene
metas y asiste a la escuela con el deseo de aprender, y que es capaz de encontrar su propio
ambiente e incluso ayudar a mantenerlo, desarrollarlo o modificarlo. En cambio, el niño
inadaptado necesita un medio donde se ponga el acento en el manejo más que en la enseñanza,
la cual constituye algo secundario y a veces especializado, que se asemeja más a la enseñanza
diferencial que a la instrucción en asignaturas escolares. En otras palabras, en el caso del niño
inadaptado, "escuela" tiene el significado de "albergue"; y por tal motivo los que se ocupan
del manejo de niños antisociales no son maestros que caprichosamente añaden un pequeño
toque de comprensión humana, sino psicoterapeutas de grupo que aprovechan la ocasión para
enseñar algo. Por lo tanto, los conocimientos sobre la formación de grupos son de gran
importancia para su trabajo.
Los grupos y la psicología de los grupos constituyen un tema muy amplio, del que he
seleccionado una tesis central: la base de la psicología grupal es la psicología individual, y en
particular la de la integración personal del individuo. Por ende, comenzaré con una breve
descripción de la tarea que significa la integración individual.

EL DESARROLLO EMOCIONAL INDIVIDUAL

La psicología surgió de un tremendo caos a partir de la idea, ahora aceptada, de que existe
un proceso ininterrumpido de desarrollo emocional, el cual se inicia antes del nacimiento y se
mantiene durante toda la vida, hasta que llega la muerte como consecuencia de la vejez. Esta
teoría constituye la base de todas las escuelas de psicología y brinda un principio que resulta
aceptable para todas ellas. Tal vez existan violentas discrepancias con respecto a uno u otro
punto, pero esta simple idea de continuidad en el crecimiento emocional sirve para
mancomunarnos a todos. Partiendo de esta base, podemos estudiar la forma que adopta el
proceso y las diversas etapas en las que existe peligro, sea que éste tenga un origen interno
(los instintos) o externo (las fallas ambientales).
Todos aceptamos la afirmación general de que cuanto más nos internamos en la
exploración de este proceso individual, más importancia asume el factor ambiental. Esto
implica aceptar el principio de que el niño pasa de la dependencia a la independencia. En
condiciones normales, esperamos que el individuo llegue gradualmente a identificarse con
grupos cada vez más amplios, sin perder su propia identidad ni su espontaneidad individual. Si
el grupo es demasiado grande, el individuo quedará aislado; y si es demasiado restringido,
perderá su sensación de pertenecer a una comunidad.
Nos esforzamos enormemente por ofrecer ampliaciones graduales del significado de la
palabra grupo cuando tratamos de crear clubes y otras organizaciones adecuadas para los
adolescentes, y juzgamos los resultados en la medida en que cada niño llega a identificarse
sucesivamente con los diversos grupos sin experimentar una pérdida excesiva de su
individualidad. Organizamos asociaciones de niños exploradores y guías para los

128
preadolescentes, con sus correspondientes divisiones infantiles para niños de 8 a 11 años, o
sea aquellos que están atravesando el período de latencia. La escuela primaria constituye una
ampliación y una prolongación del hogar. Cuando se trata de proporcionar una escuela al niño
de menos de dos años, vemos que aquélla está integrada con el hogar y que no atribuye
demasiada importancia a la instrucción, porque lo que un niño necesita a esa edad son
oportunidades organizadas para el juego y condiciones controladas para iniciarse en la vida
social. Aceptamos que para el niño de esa edad el verdadero grupo es su hogar y, en lo que
respecta al bebé, sabemos que una interrupción en la continuidad del manejo familiar resulta
desastrosa. Si examinamos las etapas iniciales de este proceso, vemos que el bebé depende
enormemente del cuidado de la madre, de su presencia permanente y de su supervivencia. La
madre debe hacer una adaptación suficientemente buena a las necesidades del niño, pues de lo
contrario éste inevitablemente desarrollará defensas que distorsionarán el proceso; por
ejemplo, la criatura deberá asumir las funciones del medio si éste no resulta confiable, de
modo que existe un self verdadero que está oculto, y no vemos más que un falso self dedicado
a la doble tarea de ocultar al auténtico y someterse a las exigencias que el mundo le plantea
permanentemente.
En un período más temprano, el bebé está en brazos de la madre y sólo comprende el amor
que se expresa en términos físicos, es decir, a través de ese sostén humano y vital. Aquí
encontramos la dependencia absoluta, y en esta etapa tan temprana no existen defensas contra
las fallas ambientales, salvo la suspensión del proceso del desarrollo y la psicosis infantil.
Consideremos ahora lo que ocurre cuando el medio tiene una actitud adecuada, que
siempre responde a las necesidades concretas de ese momento. El psicoanálisis se ocupa
fundamentalmente (y así debe hacerlo) de la satisfacción de las necesidades instintivas (el yo
y el ello), pero en este contexto nos interesa más la provisión ambiental que posibilita todo lo
demás, esto es, en este momento nos interesa concretamente la madre que sostiene al bebé y
no la madre que alimenta al bebé. ¿Qué es lo que se manifiesta en el proceso del crecimiento
emocional individual cuando este sostén y el manejo general son suficientemente buenos?
De todo lo que observamos, lo que nos interesa fundamentalmente aquí es esa parte del
proceso que llamamos integración. Antes de la integración, el individuo no está organizado, es
un mero conjunto de fenómenos sensorio-motores, a los que el ambiente otorga cierta
cohesión. Después de la integración, el individuo ES. O sea, el bebé se ha convertido en una
unidad, puede decir YO SOY (si pudiera hablar). Ahora el individuo tiene una membrana que
lo delimita, de modo que repudia todo lo que no es él mismo, y lo vuelve externo a él; tiene
ahora un "adentro" en el que pueden acumularse recuerdos de experiencias y construirse la
estructura infinitamente compleja inherente al ser humano.
No importa que este desarrollo se realice de golpe o gradualmente a lo largo de un
prolongado período; lo cierto es que existe un antes y un después, y que, de por sí, esto hace
que el proceso se convierta en un hecho trascendental.
No cabe duda de que las experiencias instintivas contribuyen en gran medida al proceso de
integración, pero también es fundamental que exista ese medio suficientemente bueno, alguien
que sostenga al niño y se adapte a sus necesidades cambiantes. Esa persona sólo puede estar
movida por el tipo de amor que conviene a esta etapa, un amor que entraña poder identificarse
con el bebé y sentir que vale la pena adaptarse a sus necesidades. Decimos que la madre se
consagra a su hijo, temporaria pero auténticamente; y ella está dispuesta a hacerlo con todo
gusto, hasta tanto su bebé deje de necesitarla.
Sugiero que ese momento en que el niño puede decir YO SOY es un momento muy
doloroso; el nuevo individuo se siente infinitamente expuesto. Sólo puede soportar, o más bien
arriesgar, ese YO SOY si se siente rodeado por los brazos de alguien.
Quisiera agregar que en ese momento es conveniente que la psique y el cuerpo ocupen los
mismos lugares en el espacio, de modo que la membrana que lo delimita no sea tan sólo un

129
límite para la psique en un sentido metafórico, sino también la piel de su cuerpo. "Expuesto"
equivale entonces a "desnudo".
Antes de la integración hay un estado en que el individuo sólo existe para quienes lo
observan. Para el niño, el mundo exterior no está diferenciado, ni hay tampoco un mundo
personal o interno ni una realidad interna. Después de la integración el bebé comienza a tener
un self. Antes de la integración, lo único que puede hacer la madre es prepararse para el
momento en que el bebé la repudie; después de ella, puede ofrecerle apoyo, calor, cuidado
amoroso y ropas (y pronto comenzará a satisfacer los instintos del bebé).
También en este período previo a la integración existe un área entre la madre y el niño que
es madre y niño a la vez. Si no se presentan inconvenientes serios, esta zona se divide poco a
poco en dos: la parte que el niño a la larga repudia y la que en un determinado momento
reclama. Pero es inevitable que subsistan vestigios de esta área intermedia, cosa que
observamos más tarde en la primera posesión a la que el niño se aferra afectivamente, y que
tal vez sea un trozo de frazada, una servilleta, un pañuelo de la madre, etc. A los objetos de
este tipo los he denominado "objetos transicionales", y lo importante aquí es que dichos
objetos son, simultáneamente, una creación del niño y una parte de la realidad externa. Por tal
razón, los padres los respetan aun más que a los ositos, las muñecas y los juguetes que
aparecen poco después. El niño que pierde ese objeto transicional pierde al mismo tiempo la
boca y el pecho, las manos y la piel de la madre, la creatividad y la percepción objetiva. Este
objeto es uno de los puentes que ponen en contacto a la psique individual con la realidad
externa.
Del mismo modo, resulta inconcebible que, antes de la integración, el bebé pudiera existir
siquiera sin un quehacer materno suficientemente bueno. Sólo después de la integración
podemos afirmar que, si la madre falla, el niño muere de frío, o decae cada vez más, o estalla
como una bomba de hidrógeno y destruye al self y al mundo a un mismo tiempo.
El niño recién integrado está, entonces, en el primer grupo. Antes de esta etapa sólo existe
una formación primitiva pre-grupal, en la que los elementos no integrados se mantienen
unidos gracias a un medio del que aún no se han diferenciado, y que es la madre que sostiene
al niño.
Un grupo constituye un logro del YO SOY, y constituye una hazaña peligrosa para el bebé.
En las etapas iniciales necesita protección, a fin de que el mundo externo repudiado no tome
represalias contra el nuevo fenómeno y lo ataque desde todos los sectores y en todas las
formas concebibles.
Si continuáramos este estudio de la evolución del individuo, comprobaríamos de qué
manera el crecimiento personal cada vez más complejo complica el cuadro del crecimiento
grupal; pero, por el momento, sigamos examinando las consecuencias de nuestro supuesto
básico.

LA FORMACIÓN DE GRUPOS

Hemos llegado a la etapa de una unidad humana integrada y, al mismo tiempo, la de


alguien que podríamos llamar la madre que proporciona protección, y que conoce muy bien el
estado paranoide inherente a esa nueva integración. Confío en que lo que quiero decir
resultará claro si utilizo los términos "unidad individual" y "protección materna".
Los grupos pueden originarse en cualquiera de los dos extremos implícitos en estos
términos:
i) Unidades superpuestas,
ii) Protección.
i) La base de la formación grupal madura es la multiplicación de unidades individuales.
Diez personas, todas ellas bien integradas, superponen sus diez integraciones y, en cierta

130
medida, comparten una membrana demarcatoria. Dicha membrana representa ahora la piel de
cada miembro individual. La organización que cada individuo aporta en términos de
integración personal tiende a mantener desde adentro la entidad grupal, lo cual significa que el
grupo se beneficia con la experiencia personal de los individuos, cada uno de los cuales ha
sido cuidado durante el momento de la integración y protegido hasta alcanzar la capacidad de
protegerse a sí mismo.
La integración del grupo implica al comienzo cierta amenaza de persecución, por lo cual
cierto tipo de persecución puede producir en forma artificial la formación de un grupo, pero
no de naturaleza estable.
ii) En el otro extremo, un conjunto de personas relativamente no integradas puede recibir
protección, y ello da lugar a que se forme un grupo. Aquí el funcionamiento grupal no nace de
la acción de los individuos sino de la protección. Los individuos pasan por tres etapas:
a) Se alegran de recibir protección y adquieren confianza.
b) Comienzan a explotar la situación, se vuelven dependientes y hacen una regresión a la
etapa de no integración.
c) Cada uno de ellos por su cuenta comienza a alcanzar cierta integración, y en esas
circunstancias utiliza la protección que le ofrece el grupo y que necesita debido a sus temores
de persecución. Los mecanismos de protección se ven sometidos a un tremendo esfuerzo.
Algunos de estos individuos alcanzan la integración personal y están así en condiciones de
pasar al otro tipo de grupo, en el que los individuos mismos instrumentan el funcionamiento
grupal. Otros no pueden curarse con la terapia de protección únicamente, y siguen necesitando
ser manejados por una institución pero sin identificarse con ella.
Al examinar un grupo es posible determinar cuál de los extremos predomina. La palabra
"democracia" se utiliza para describir el agrupamiento más maduro, y la democracia sólo
puede aplicarse a un conjunto de personas adultas en el que la gran mayoría ha alcanzado
integración personal, además de ser maduras en otros sentidos.
Los grupos adolescentes pueden alcanzar cierto grado de democracia bajo supervisión,
pero es un error esperar que la democracia madure entre los adolescentes, aun cuando cada
uno de ellos sea maduro. En el caso de niños sanos, la protección debe ser manifiesta, al
tiempo que se proporciona a los individuos todas las oportunidades necesarias para que
contribuyan a la cohesión grupal mediante el empleo de las mismas fuerzas que promueven la
cohesión en las estructuras yoicas individuales. El grupo limitado favorece la contribución
individual.

EL FUNCIONAMIENTO GRUPAL CON EL NIÑO INADAPTADO

El estudio de las formaciones grupales constituidas por adultos, adolescentes o niños sanos
ayuda a comprender el problema del manejo grupal con niños enfermos, entendiéndose por
ello inadaptados.
Esta desagradable palabra, inadaptación, significa que, en algún momento del pasado, el
medio no logró adaptarse adecuadamente al niño, por lo cual éste se vio obligado a hacerse
cargo de la protección y a perder así identidad personal, o bien debió obligar a alguien a
hacerse cargo de esa protección, a fin de contar con una nueva oportunidad para alcanzar
integración personal.
El niño antisocial tiene dos alternativas: aniquilar su verdadero self o convulsionar a la
sociedad hasta que ésta le proporcione protección. En el segundo caso, si encuentra protección
el verdadero self puede aflorar nuevamente, y es mejor vivir en una prisión que aniquilarse en
un sometimiento carente de sentido.
En términos de los dos extremos descritos, resulta evidente que ningún grupo de niños
inadaptados se mantendrá unido merced a la integración personal de sus miembros. Ello se

131
debe en parte a que el grupo está compuesto por adolescentes o niños, que son seres humanos
inmaduros, pero sobre todo a que tales niños, en mayor o menor medida, no están integrados.
Por lo tanto, cada uno de ellos experimenta una necesidad de protección anormalmente intensa
porque está enfermo—precisamente por esa causa— esto es, por alguna falla en este aspecto
del proceso de integración que tuvo lugar en algún momento del pasado.
¿Qué podemos hacer, entonces, para asegurarnos de que lo que les brindamos a estos niños
se adapta a sus necesidades cambiantes a medida que avanzan hacia la salud? Existen dos
métodos posibles:
i) Según el primero, un albergue aloja al mismo grupo de niños y es responsable de ellos;
les proporciona lo que necesitan en las diversas etapas de su desarrollo. Al comienzo, el
personal les brinda protección y el grupo es un grupo de protección. En él, los niños (después
de un período de "luna de miel") empiezan a empeorar y, con suerte, llegan al nivel más bajo
de la no integración. Por fortuna, éste es un proceso lento en el que los niños se usan
recíprocamente, de modo que por lo común siempre hay un niño que está peor que los otros en
un momento dado. (¡Qué tentador resultaría poder ir librándose cada vez de ese niño en
particular, con lo cual se fallaría siempre en el momento crítico!)
Gradualmente, y uno tras otro, los niños comienzan a alcanzar la integración personal y, en
el curso de cinco a diez años siguen siendo los mismos, pero se han convertido en una nueva
clase de grupo. Se puede entonces comenzar a abandonar la técnica de protección, y el grupo
empieza a integrarse en virtud de las fuerzas tendientes a la integración que existen en cada
individuo.
El personal está siempre preparado para restablecer la protección, como sucede cuando,
por ejemplo, un niño roba en su primer empleo, o de alguna otra manera manifiesta síntomas
del temor inherente al logro tardío del YO SOY o del estado de independencia relativa.
ii) Utilizando el otro método, un grupo de albergues trabaja en forma conjunta. Cada uno
de ellos es clasificado conforme a la naturaleza de la tarea que realiza, y conserva su tipo. Por
ejemplo:
El albergue de tipo A proporciona un 100% de protección. El albergue de tipo B
proporciona un 90% de protección. El albergue de tipo C proporciona un 65% de protección.
El albergue de tipo D proporciona un 50% de protección. El albergue de tipo E proporciona un
40% de protección.
Los niños conocen los diversos albergues que constituyen el grupo a través de visitas
intencionalmente planeadas, y se realizan asimismo intercambios de personal. Cuando un niño
en un albergue de tipo A alcanza cierto grado de integración personal, pasa al que le sigue en
la escala. Así, los niños que evolucionan llegan finalmente a un albergue de tipo E, que está en
condiciones de proteger al adolescente que se lanza al mundo.
En tal caso, el grupo de albergues está protegido a su vez por alguna autoridad y por una
comisión especial.
Lo embarazoso del segundo método es que los miembros de los distintos albergues no
lograrán comprenderse recíprocamente a menos que se reúnan y se los mantenga plenamente
informados en cuanto al método utilizado y su eficacia. El albergue de tipo B que ofrece un 90
por ciento de protección y se encarga de las tareas más desagradables será objeto de cierta
desvalorización; en él habrá escapadas y momentos de alarma. El albergue de tipo A estará en
mejor situación porque allí no existe la libertad individual; todos los niños parecerán felices y
bien alimentados, y los visitantes los seleccionarán como la mejor entre las cinco categorías.
Su director se verá obligado a ser dictatorial, y sin duda pensará que los fracasos en los otros
albergues obedecen a una falta de disciplina. Pero los niños que viven en el albergue de tipo A
ni siquiera han emprendido la marcha; simplemente se están preparando para iniciarla.
En los albergues de tipo B y C, donde los niños están tirados en el suelo, no pueden
ponerse en pie, se niegan a comer, se hacen caca en los pantalones, roban toda vez que
experimentan un impulso amoroso, torturan a los gatos, matan ratones y los entierran para

132
poder tener un cementerio adonde ir a llorar, debería haber un aviso: no se admiten visitas.
Los directores de estos albergues tienen a su cargo la permanente tarea de proteger almas
desnudas, y son testigos de tanto sufrimiento como el que puede observarse en los hospitales
mentales para adultos. ¡Qué difícil resulta conservar un buen personal en semejantes
condiciones!

RESUMEN

Entre todo lo que podría decirse acerca de los albergues como grupos, he preferido
referirme a la relación que existe entre el trabajo grupal y el mayor o menor grado de
integración personal de los niños individuales. Creo que se trata de una relación básica: en el
caso positivo, los niños traen consigo sus propias fuerzas integradoras; en el negativo, el
albergue proporciona protección, que es algo así como proveer de ropa a un niño desnudo y
sostener en forma humana y personal a un bebé recién nacido.
Si existen confusiones en cuanto a la clasificación del factor de integración personal, es
imposible que un albergue cumpla eficazmente su tarea. Las enfermedades de los niños
inadaptados predominan, y los más normales, que podrían contribuir al trabajo grupal, no
cuentan con una oportunidad para hacerlo, ya que es necesario proporcionar protección todo el
tiempo y en todas partes.
Creo que esta excesiva simplificación del problema se verá justificada si puedo ofrecer un
lenguaje simple para una mejor clasificación de los niños y de los albergues. Quienes trabajan
en estos últimos se convierten en blanco permanente de la venganza, ante hechos provocados
por innumerables fallas ambientales tempranas en las que no tuvieron la menor intervención.
Para que puedan resistir el tremendo esfuerzo que significa tolerar esto e incluso, en algunos
casos, corregir las fallas pasadas gracias a su tolerancia, deben al menos saber qué es lo que
están haciendo y por qué no siempre tienen éxito.

CLASIFICACIÓN DE LOS CASOS

Partiendo de la base de que se aceptan las ideas que he propuesto, podemos entonces
internarnos gradualmente en la complejidad del problema de los grupos. Concluiré con una
clasificación esquemática de los distintos tipos de casos.
a) Los niños que están enfermos en el sentido de que no han logrado integrarse en
unidades, por lo cual no pueden aportar nada a un grupo.
b) Los niños que han desarrollado un falso self, cuya función es establecer y mantener
contacto con el medio y, al mismo tiempo, proteger y ocultar el verdadero self. En estos casos,
hay una integración aparente, que se pierde en cuanto se la acepta como real y se le exige una
contribución.
c) Los niños que están enfermos en el sentido de mostrarse retraídos. Aquí se ha
alcanzado la integración y la defensa consiste en una reorganización de. las fuerzas benignas y
malignas. Estos niños viven en su propio mundo interno, que es artificialmente benigno
aunque alarmante debido a la acción de la magia. Para ellos el mundo externo es maligno o
persecutorio.
d) Los niños que conservan una integración personal mediante un énfasis exagerado en la
integración, y una defensa frente a la amenaza de desintegración que consiste en establecer
una personalidad fuerte.
e) Los niños que han contado con un manejo temprano suficientemente bueno y han
podido utilizar un mundo intermedio con objetos que asumen importancia porque representan,
a un mismo tiempo, objetos valiosos externos e internos. No obstante, han experimentado una
interrupción de la continuidad en el manejo al punto de impedir el uso de esos objetos

133
intermedios. Estos niños son las criaturas "complejas deprivadas" habituales, cuya conducta
desarrolla cualidades antisociales toda vez que vuelven a abrigar esperanzas. Roban y anhelan
recibir afecto y pretenden que aceptemos sus mentiras. En el mejor de los casos, hacen una
regresión general o localizada, como mojarse en la cama, lo cual representa una regresión
momentánea en relación con un sueño. En el peor de los casos, obligan a la sociedad a tolerar
sus síntomas de esperanza, aunque no pueden obtener beneficios inmediatos de sus síntomas.
No encuentran lo que anhelan a través de los robos pero, eventualmente, y debido a que
alguien tolera esos robos, en cierta forma pueden renovar su convencimiento de que tienen
derecho de reclamarle algo al mundo. Este grupo incluye toda la gama de la conducta
antisocial.
f) Los niños que han tenido un comienzo pasablemente bueno pero sufren los efectos de
figuras parentales con quienes sería inadecuado que se identificaran. Aquí encontramos
innumerables subgrupos, algunos ejemplos de los cuales son:
i) Madre caótica.
ii) Madre deprimida.
iii) Padre ausente.
iv) Madre ansiosa.
v) Padre que aparece como una figura severa sin haberse ganado el derecho a serlo.
vi) Progenitores que se pelean, a lo cual se le suma el hacinamiento y el hecho de que el
niño duerma en la habitación de los padres, etc.
g) Niños con tendencias maníaco-depresivas, con un elemento hereditario o genético, o
sin él.
h) Niños que son normales excepto cuando se encuentran en fases depresivas.
i) Niños con temores de persecución y una tendencia a dejarse avasallar o a avasallar a los
demás. En los varones, esto puede constituir la base de actividades homosexuales.
j) Niños que son hipomaníacos, en los que la depresión está latente o bien encubierta por
trastornos psicosomáticos.
k) Todos los niños que están suficientemente integrados y socializados como para padecer,
cuando enferman, las inhibiciones, compulsiones y organizaciones defensivas contra la
angustia y que, en general, se clasifican bajo el término de psiconeurosis.
1) Por último, los niños normales, por los que entendemos aquellos que, frente a
anormalidades ambientales o situaciones de peligro, pueden utilizar cualquier mecanismo de
defensa, pero que no se ven llevados a utilizar un tipo particular de mecanismo de defensa
debido a distorsiones en el desarrollo emocional personal.

134
23. LA PERSECUCIÓN QUE NO FUE TAL

(Reseña del libro de Sheila Stewart, A Home from Home, 1967)

Como aficionado a las autobiografías le doy la bienvenida a este libro por sus valores,
que hacen de él una buena lectura. Como clínico noto con alivio que Sheila Stewart, esa hija
de la desgracia, descubrió que el mundo la iba modelando gradualmente hasta transformarla
en una persona feliz. En su historia se observan todas las espantosas condiciones
ambientales que persiguen y acosan a tantos hijos ilegítimos dándoles buenos motivos para
quejarse, pero también se advierte que por alguna razón esas persecuciones no acosaron a
Sheila. De ahí que la autora no desvíe al lector por la senda atormentadora de las
lamentaciones y, en cambio, lo deje en libertad para espigar verdades de los episodios más
insignificantes y de la secuencia de incidentes. Por ejemplo, el paulatino desarrollo sexual
de Sheila, hasta convertirse en una relación amorosa real que la condujo al matrimonio, es
sumamente instructivo. Mucho de esto dependió del tipo de cuidado parental, a menudo
áspero, que le brindó la directora del internado religioso donde se crió; no podría pedirse
mejor publicidad para cierta sociedad religiosa,  Los pequeños incidentes son, a mi juicio,
los que dan veracidad a la historia. Veamos un ejemplo. Durante la guerra, Sheila y los
demás niños fueron evacuados a Ascot, y ella describe así cómo recolectaban fondos para el
internado: "No me importaba pintar los cartelones que anunciaban ESTACIONAMIENTO
POR 10 CHELINES, pero me sentía una mendiga vendiendo a todos esos caballeros y
damas distinguidos nuestros ramilletes de flores frescas y ramitas floridas para llevar en el
ojal, de confección casera (...), y cuando ellos me decían ´¡Oye, toma esto para tu alcancía!',
yo tomaba el billete estrujado y lo retenía con fuerza en mi mano ardiente de resentimiento,
hasta que todos los vehículos partían (...). Sabía que el billete de cinco libras no era mío,
sino que pertenecía a la 'alcancía' de la Familia, y lo entregaba a la directora junto con las
demás propinas".
Compárese este relato con el incidente narrado por Robert Graves ante la Escuela de
Economía de Londres (¡justamente!) en el Discurso Anual Conmemorativo de 1963, que él
tituló "Mammón": "Me viene a la memoria un incidente ocurrido durante unas vacaciones
cuando, de niño, vivía en Gales del Norte. Nos habíamos detenido a tomar el té en una
granja a orillas del lago. Vi que llegaba un birlocho con más visitantes y corrí a abrir la
puerta de entrada. Uno de los viajeros me arrojó una moneda de seis peniques y, aunque no
la devolví, me chocó que tomaran mi cortesía desinteresada por una búsqueda de propina".
Los comunes denominadores pueden ser unidades muy simples.
En mi carácter de clínico debo añadir una opinión sobre las razones por las que los
elementos persecutorios no acosaron a Sheila, como era de esperar. Sheila tuvo una
experiencia inicial básicamente buena en la costa norte de Devon junto a su "mamá danesa",
que recogía caracoles marinos, y su "papá danés", que era pescador, gozando de la libertad
de las playas. Por eso el final feliz es un eco de la frase con la que principia el libro: "Me
senté tranquilamente en la escollera, balanceando los pies descalzos. Estaba cansada de
recoger caracoles y correr por la arena mojada, para dejarlos en los baldes que Danma había
traído a la playa..."


El autor alude a la Church of England Children's Society, entidad de la Iglesia Anglicana dedicada al
cuidado y asistencia del niño. (N. del T.]

135
24. COMENTARIOS AL "INFORME DEL COMITÉ SOBRE LOS
CASTIGOS EN CÁRCELES Y CORRECCIONALES (BORSTALS )"
(1961)

Este informe, que me parece muy valioso, da la impresión de haber sido redactado tras
una investigación a fondo del tema. He leído con especial agrado el comentario franco sobre
el tráfico de tabaco que formuló un preso, cuya transcripción con todos sus errores
gramaticales le da visos de veracidad.
Deseo hacer cinco observaciones con respecto al informe, la primera de ellas de carácter
general:
1) En otro escrito he llamado la atención acerca del peligro real que encierra la tendencia
moderna a caer en el sentimentalismo, toda vez que se consideran los castigos a aplicar a los
delincuentes. Como psicoanalista me siento inclinado a ver en cada delincuente a una
persona enferma y acongojada, aunque su congoja no siempre es evidente. Desde este punto
de vista, podría decirse que es ilógico castigar a un delincuente, pues lo que necesita es un
tratamiento o un manejo reparador. Pero lo cierto es que ese individuo ha cometido un delito
y la comunidad tiene que reaccionar, de un modo u otro, ante la suma total de delitos
cometidos contra ella en un lapso dado. Una cosa es ser un psicoanalista que investiga por
qué se roba y otra, muy distinta, es ser la persona a quien le han robado la bicicleta en un
momento crítico.
De hecho hay un segundo punto de vista: el psicoanalista es también un miembro de la
sociedad y, como tal, participa de la necesidad de manejar las reacciones naturales de la
persona perjudicada por el acto antisocial. No podemos apartarnos del principio de que la
función primordial de la ley es expresar la venganza inconsciente de la sociedad. Es muy
posible que un delincuente en particular sea perdonado y, sin embargo, exista un acervo de
venganza y miedo que no podemos permitirnos pasar por alto. No podemos pensar
únicamente en el tratamiento individual de los criminales, olvidando que la sociedad
también necesita un tratamiento para los agravios o daños recibidos. En la actualidad, somos
muchos los que nos sentimos inclinados a ampliar cuanto sea posible la gama de delitos que
se tratan como enfermedades. La esperanza en tal ampliación me induce a afirmar de plano
que la ley no puede renunciar de pronto al castigo de todos los malhechores. Si los
sentimientos de venganza de la sociedad fueran plenamente conscientes, ella podría tolerar
que se los tratase como enfermos, pero la parte inconsciente de esos sentimientos es tan
grande, que en todo momento debemos posibilitar que se mantenga (hasta cierto punto) la
necesidad de castigo, aun cuando éste no sea útil para el tratamiento del delincuente.
Aquí hay un conflicto que no podemos eludir simulando que no existe. Tenemos que ser
capaces de percibirlo como algo esencial en cualquier examen serio del tema del castigo. Es
importante que mantengamos constantemente estas cuestiones en primer plano, pues de otro
modo la sociedad reaccionará contra la idea de tratar al delincuente como enfermo aunque se
puedan demostrar las bondades de este procedimiento, como sucede en el caso de la
delincuencia infantil.
Hoy en día se tiende a hacer todo lo posible por el niño delincuente o antisocial, en vez
de vengarse de él. Los adolescentes y adultos jóvenes también entran en esta categoría, salvo
que hayan cometido crímenes realmente graves. Tal vez, con el tiempo, otros sectores de la
comunidad antisocial podrán tratarse como enfermos, más que como individuos sujetos a
castigo. El informe que nos ocupa menciona que la mayoría de los médicos considerarían

Borstal (correccional) es una designación genérica dada en Inglaterra a establecimientos penitenciarios para
delincuentes juveniles, sentenciados a una pena de tiempo indeterminado. El nombre deriva de la ciudad de
Borstal, del condado de Kent, donde por primera vez se instaló un correccional de esa naturaleza. (N. del S.]

136
casos psiquiátricos (y, en especial, maníaco-depresivos) por lo menos al 5% de la población
carcelaria actual.
En suma, quienes nos esforzamos por difundir el principio de que es preferible tratar al
delincuente, antes que castigarlo, no debemos cerrar los ojos al gran peligro de provocar la
reacción de la sociedad al pasar por alto su necesidad de ser vengada, no por un crimen en
particular, sino por la criminalidad en general.
El informe describe con mayor claridad la necesidad de protección que experimenta el
público y el miedo de la sociedad, que el acervo inconsciente de venganza. Me doy cuenta
perfectamente de que este punto de vista es muy impopular en la actualidad. Cada vez que lo
postulo, sé que me comprenderán mal y creerán que pido el castigo de esos enfermos —los
antisociales— más que su tratamiento.
2) Como ya he dicho, lo más valioso del informe es quizá la declaración del preso acerca
del tabaco que, según creo, da pie a un comentario sobre la necesidad de fumar. No hace
falta ser psicoanalista para saber que no se fuma por mero placer. Fumar es un acto muy
importante en la vida de muchas personas, al que no se puede renunciar sin sustituirlo por
otra cosa. Puede tener una importancia vital para los individuos, sobre todo en una
comunidad en la que reina la desesperanza. El psicoanalista está en condiciones de observar
de cerca el consumo de tabaco y, en verdad, hay mucho por investigar al respecto antes de
que se lo pueda comprender clara y adecuadamente. No obstante, ya es dable afirmar que es
uno de los medios de que se valen los individuos para aferrarse a duras penas a la cordura en
circunstancias en que, si dejaran de fumar, perderían el sentido de la realidad y su
personalidad tendería a desintegrarse. (Esto se aplica en especial a quienes se abstienen de
ingerir alcohol u otras drogas.) Por supuesto, el hecho de fumar implica mucho más que
esto, pero pienso que quienes manejan el tema del consumo de tabaco en las cárceles
deberían tener en cuenta que la persistencia de un gran tráfico de tabaco, pese a todas las
reglamentaciones y a cuanto hagan las autoridades por restringirlo, confirma una teoría: los
criminales en general padecen un gran desasosiego y un miedo constante a volverse locos.
Quienes no han experimentado el miedo a la locura —y son muchos— no logran
imaginarse lo que puede significar para un individuo verse privado de una ocupación digna
por un largo período de su vida y estar siempre al borde del delirio, las alucinaciones, la
desintegración de la personalidad, los sentimientos de irrealidad, la pérdida del sentido de
que el cuerpo de uno sea de uno, etc.
La investigación superficial no revelará estas cosas, sino tan sólo la euforia que
acompaña la adquisición de tabaco, y la habilidad y astucia con que actúa toda la pandilla de
traficantes. Sin embargo, no hace falta calar muy hondo para descubrir el miedo a la locura.
Aunque nunca he investigado a presos adultos, el estudio minucioso de muchos niños que,
con el tiempo, engrosarán la población carcelaria me ha enseñado que el miedo a la locura
está siempre presente y que la predisposición antisocial, tomada en su totalidad, es un
complejo mecanismo de defensa contra los delirios de persecución, las alucinaciones y la
desintegración sin esperanza de recuperarse. Hablo de algo peor que la desdicha; en general,
deberíamos sentirnos complacidos cuando un niño o un adulto antisocial llega hasta la etapa
de infelicidad, porque en ella hay esperanza y la posibilidad de prestarle ayuda. El antisocial
empedernido tiene que defenderse hasta de la esperanza, porque sabe por experiencia que el
dolor de perderla una y otra vez es insoportable. De un modo u otro, el tabaco le suministra
algo que le permite ir tirando y posponer la vida para más adelante, cuando el hecho de vivir
vuelva a tener sentido.
De esto se infiere una sugerencia práctica. El informe da a entender que debería
aumentarse el salario de los presos, aduciendo que ha habido un alza real en el precio del
tabaco, en tanto que los salarios se han mantenido estacionarios. Empero, el incremento
propuesto en el salario individual no posibilitará el consumo de 30 gramos de tabaco por
semana. Hay una cantidad mínima (que podría determinarse) que haría la vida soportable

137
para el preso; en mi opinión, hay mucho que decir en favor de una acción que le posibilite a
cada preso disponer, por lo menos, de esta cantidad mínima.
Ante la posible existencia de algunos no fumadores, parecería más sensato permitir la
venta franca del tabaco igual que en la Marina, que aumentar los salarios. En teoría, una
mayor paga colocaría inevitablemente al no fumador en condiciones muy favorables para
convertirse en un "magnate del tabaco", porque sería un hombre rico dentro de la comunidad
carcelaria. Si nadie propone la venta franca del tabaco en las cárceles es, tal vez, porque el
público podría creer que de ahí en adelante los presos vivirán estupendamente bien y, por lo
expresado en el primer punto, es obvio que me doy cuenta de que el público debe saber que
no se los mima. Aun así, debería intentarse esta solución en la medida en que se pueda
educar al público. Creo que si se le señala este hecho, la mayoría de la gente comprenderá
que, para el individuo condenado a largos años de prisión, el hábito de fumar hace que la
vida le resulte simplemente soportable, en vez de convertirse en una tortura mental
constante.
3) Cuando llegó el momento de inspeccionar los correccionales, el comité visitador
quedó evidentemente horrorizado por el estado en que encontró a algunos muchachos. Al
parecer, tenían el cabello revuelto y no se cuadraban inmediatamente cuando algún superior
pasaba a su lado. Quizás el público exija de veras la observancia de una disciplina militar en
los correccionales, pero no lo sabemos con certeza e intuyo que esta parte del informe puede
causar mucho daño. El comité expresa en forma inequívoca que no pide una disciplina
militar pero, probablemente, sólo haya dos alternativas: a) una disciplina militar más bien al
estilo nazi, que hará reinar la paz y el orden, pues mantendrá tan ocupados a los muchachos
que no les quedará tiempo para pensar o crecer; b) una posición extrema, bastante
horripilante, que posibilitará el acceso de los adolescentes a lo más profundo de su
desesperanza, o sea, al fondo de su enfermedad, pero que podrá ser el inicio de su
crecimiento. Si esta segunda alternativa no puede ser explicada en términos comprensibles
para el público, habrá que implantar una disciplina militar... aunque el propósito en que se
basa toda la formación del personal de los correccionales es, precisamente, evitar ese tipo de
disciplina. Como lo señala el comité, dirigir un correccional es una tarea tremenda, que sólo
puede ser emprendida por alguien imbuido de una vocación misional. En verdad, el comité
no criticó en absoluto a los directores de los correccionales, ni retaceó su reconocimiento de
las dificultades de su labor. No obstante, si un director ha de temer que un miembro de una
comisión se presente de improviso y vea a un muchacho con el cabello revuelto, se verá
obligado a implantar una disciplina casi militar. En la segunda alternativa —y estas dos son
las únicas— siempre habrá algunos muchachos que sólo se sentirán sinceros y decentes si
están desaliñados como vagabundos. Cuando llegan a esta etapa, su futuro no es totalmente
lóbrego y su pronóstico encierra cierta esperanza. En cambio, la disciplina militar convierte
a todos los menores internados en casos desahuciados, porque en esa atmósfera ningún
joven puede desarrollar su personalidad y su responsabilidad individual.
En mi opinión, las autoridades responsables de los correccionales deberían confiar
plenamente en los directores y dejarles obrar según su criterio. Si un director no les merece
confianza deberán apartarlo del cargo pero, en tanto lo ocupe, corresponde que le den
libertad para experimentar, buscar a tientas su propio camino y probar la segunda
alternativa. Durante este proceso exploratorio descubrirá a algunos muchachos inadaptables
a todo trato, salvo la disciplina militar o la cárcel; y sus superiores deberían quitárselos de
encima por algún medio. El comité menciona este punto y señala la necesidad de fundar, sin
pérdida de tiempo, un correccional experimental para esa minoría que arruina el trabajo
emprendido en favor de la mayoría de los internados en los correccionales corrientes. Sería
una necesidad apremiante, pues si no se la atiende enseguida, el plan iniciado en los
correccionales fracasará por completo y la disciplina sustituirá a la terapia de manejo.

138
4) El informe trata el tema de las "escapadas" (absconding) y señala que es un término
más adecuado que "evasión" (escaping), por cuanto los correccionales son establecimientos
de puertas abiertas. Sin embargo, echo de menos una investigación de las causas de esas
escapadas. El informe no deja muy en claro si los miembros del comité saben o no que se
han estudiado bastante los aspectos psicológicos de las escapadas. Durante la guerra se
efectuaron muchos estudios al respecto en los albergues para niños evacuados, aunque tal
vez no todos se publicaron. Los menores no se escapan por mera cobardía o porque su
manejo se rige por un sistema equivocado. El hecho de escaparse tiene a menudo rasgos
positivos y representa la confianza creciente del niño en que ha encontrado un lugar donde
sería bien recibido si volviese a él después de haberse ido.
A mi entender, el procedimiento descrito en el informe para tratar a los menores
escapados que vuelven al correccional deja poca libertad de criterio al personal
especializado del establecimiento, que quizá, basándose en su estudio del caso, sabe muy
bien que ese niño o muchacho sólo necesita ser recibido con un abrazo, o bien, si este
recibimiento es demasiado efusivo, que se le permita reintegrarse a la rutina del correccional
sin alharacas... y con un suspiro de alivio. A veces, los muchachos se escapan impelidos por
la convicción de que su madre ha sido atropellada por un vehículo, que su hermana está
hospitalizada con difteria, o algo por el estilo. Desde el punto de vista del observador, tienen
la idea absurda de que podrán averiguar la verdad. En la práctica, cuando logran acercarse a
su objetivo ya han perdido su propósito principal, por lo que a menudo sólo se ve a un
muchacho fugitivo que se enreda con malas compañías y roba dinero para comprarse
comida.
Entre los niños anormales que integran cualquier grupo antisocial siempre abundan los
que desarrollan ideas sorprendentes acerca de cómo es su hogar, cuando han pasado cierto
tiempo lejos de él. Es un hecho muy conocido, pero que vale la pena repetir. Al cabo de
algunos meses de internación en un albergue u otra institución, un muchacho o una chica
que han sido rescatados del hogar más sórdido (p. ej., un subsuelo espantoso, habitado por
unos padres crueles y ebrios) pueden pensar con tal intensidad que el hogar es la suma de
todo lo bueno, que llegue a parecerles estúpido no escapar hacia él.
En tales casos, basta que el niño o adolescente llegue hasta su hogar; luego, se lo podrá
conducir cordialmente de regreso al internado, triste, desilusionado y muy necesitado de un
poquito de afecto. El manejo de estos menores una vez que han vuelto al lugar de
internación, sea cual fuere, siempre es un asunto muy delicado y sólo pueden encargarse de
él las personas que conozcan bien al muchacho o chica. Es improbable que una comisión
visitadora pueda actuar de manera óptima en tales ocasiones.
5) En un informe sobre castigos, parecería importante incluir algún tipo de reflexión
teórica acerca de qué significa el castigo para el individuo que lo recibe y para la persona
que lo aplica. Tal capítulo teórico quizás habría estado fuera de lugar en este informe;
empero, el castigo es un tema que necesita ser estudiado e investigado como cualquier otro.
En todos los casos puede decirse que el problema presenta dos aspectos: por un lado, la
sociedad exige que se castigue al individuo; por el otro, ese individuo está enfermo y, por
ende, no se encuentra en condiciones de beneficiarse con el castigo. En verdad, lo más
probable es que tenga que contraer tendencias patológicas (masoquistas o de otro tipo) para
hacer frente al castigo tal como viene.
El castigo puede dar resultado en casos muy favorables. Supongamos que un padre ha
estado lejos del hogar por varios años, a causa de la guerra, y que su hijo ha llegado a dudar
de su existencia. El niño puede recuperar el sentido de que tiene un padre, si éste se muestra
severo cuando su hijo manifiesta una conducta antisocial. Con todo, estos casos son raros y
es improbable que se encuentren en un correccional El castigo sólo tiene valor cuando da
vida a una figura paternal fuerte, amada y confiable, ante un individuo que ha perdido

139
precisamente eso. Puede decirse que todo otro castigo es una expresión ciega de la venganza
inconsciente de la sociedad.
Podría decirse mucho más, por cierto, acerca de la teoría del castigo. En tanto omita los
fundamentos teóricos del tema, ningún informe sobre los castigos podrá expresar de manera
adecuada las tendencias progresistas de la sociedad moderna.

140
25. ¿LAS ESCUELAS PROGRESIVAS DAN DEMASIADA
LIBERTAD AL NIÑO?

(Contribución a una conferencia sobre "El futuro de la educación progresiva", celebrada


en Dartington Hall los días 12, 13 y 14 de abril de 1965)

En este trabajo me veo obligado a abordar el tema que me ha sido asignado desde el
punto de vista teórico, pues no poseo una experiencia directa de las escuelas progresivas ni
como alumno ni como docente.
Mi especialidad es la psiquiatría del niño basada en el psicoanálisis. Por consiguiente,
debo examinar el tema de las escuelas progresivas teniendo en cuenta el trabajo que he
llevado a cabo con un sinnúmero de niños enfermos y, a veces, con sus progenitores
enfermos.

DIAGNOSTICO

Toda atención médica basa su acción en el diagnóstico. Esta es una verdad indudable
tanto en la psiquiatría general como en la psiquiatría del niño. En ambas el diagnóstico
individual del paciente va acompañado de un diagnóstico social.
En este trabajo, que someto a la consideración de ustedes, sostengo la tesis de que nada
puede decirse con respecto a la Educación Progresiva sin basarse en un diagnóstico bien
fundado.
Se podrá decir, quizá, que la educación propiamente dicha consiste en enseñarle al niño a
leer, escribir y hacer cálculos, presentarle los principios de la física o exponerle los hechos
de la historia, si bien aun dentro de este campo limitado el maestro debe aprender a conocer
al alumno. La educación especial, sea cual fuere, es otra cosa. La finalidad de las escuelas
progresivas trasciende la enseñanza común y corriente y entra en el campo más amplio de
las necesidades individuales. Por lo tanto, se admitirá fácilmente que quienes tratan el tema
de las escuelas progresivas se interesan forzosamente por estudiar la índole de cada alumno.
Empero, no podemos presumir que un pedagogo disponga de una base teórica para
establecer diagnósticos, y es aquí, tal vez, donde el psiquiatra de niños puede prestarle
ayuda.
Por si hiciera falta un ejemplo, tomaré como caso ilustrativo otro problema: el del
castigo corporal. A menudo oímos hablar de los aspectos beneficiosos o perjudiciales del
castigo corporal, o leemos acerca de ellos, y sabemos que su discusión seguirá siendo
irremediablemente inútil, porque nadie trata de clasificar a los niños por el estado de
crecimiento emocional en que se encuentran. Tomemos dos casos extremos: en una escuela
para niños normales, provenientes de hogares normales, la cuestión de los castigos
corporales se considerará, quizá, junto con otros temas de mediana importancia; en cambio,
en una escuela para niños con trastornos de conducta, muchos de ellos provenientes de
hogares deshechos, el castigo corporal debe encararse como una cuestión de vital
importancia y, en verdad, como una técnica de manejo siempre nociva para el alumno.
Sin embargo —y esto es bastante curioso— en ocasiones una comisión directiva puede
prohibir, por mandato, la aplicación de castigos corporales como parte del método de
manejo del primer grupo de niños, pero en el segundo grupo tal vez haya que mantenerla
como una posibilidad, como un recurso que se podría emplear si las circunstancias
parecieran justificarlo (en otras palabras, no se lo prohíbe por mandato de una comisión
directiva).

141
Este es un problema relativamente simple, comparado con el amplio tema de las escuelas
progresivas y el lugar que ocupan en la comunidad, pero quizá podamos utilizar la analogía
en la introducción. Será preciso ir paso a paso, partiendo de la premisa de que el niño es
físicamente sano.

CLASIFICACIÓN A

Niño normal (desde el punto de vista psiquiátrico).


Niño anormal (desde el punto de vista psiquiátrico).
¿Qué se entiende por normal?
La cuestión de la normalidad o buena salud ha sido tratada por muchos autores, entre
quienes me incluyo14. El hecho de que un niño sea sano o normal no implica que esté libre
de síntomas, sino que la estructura de su personalidad presenta unas defensas organizadas de
manera satisfactoria, pero sin rigidez. Las defensas rígidas traban el crecimiento ulterior del
niño y perturban su contacto con el ambiente.
Las señales positivas de buena salud psíquica son la continuidad del proceso de
crecimiento y el cambio emocional efectivo orientado hacia el desarrollo, entendiéndose por
tal:
el desarrollo hacia la integración;
el desarrollo de la dependencia a la independencia;
el desarrollo de los instintos.
A lo que debemos agregar:
el desarrollo en cuanto a la riqueza de la personalidad.
El hecho de que el desarrollo se produzca a un ritmo constante es otra señal positiva, (Es
difícil evaluar la salud en función de la conducta.) Ahora es cuando debe entrar en juego el
diagnóstico social:
Hogar intacto y en funcionamiento.
Hogar intacto con funcionamiento deficiente.
Hogar deshecho.
Hogar no establecido.
y también:
Hogar bien integrado a un grupo social Amplio
reducido
Hogar en proceso de establecerse dentro de la sociedad.
Hogar retraído de la sociedad.
Hogar excluido de la sociedad por decisión de ésta.
Tal vez se admitirá que en una comunidad la mayoría de los niños son:
Sanos y su vida tiene por base una familia intacta, integrada a un grupo social (si bien
este grupo puede ser reducido o aun presentar algún aspecto patológico).
Las escuelas destinadas a estos niños se evaluarán por su capacidad para facilitar:
En lo personal, el enriquecimiento de la personalidad.
En lo familiar, la integración del hogar a la vida escolar.
En lo social, el entrelazamiento inicial con el grupo social al que pertenece la familia, así
como la posible ampliación del grupo social al que pertenezca, como individuo, el niño o
adolescente que está creciendo para convertirse en un adulto independiente.

14
D. W. Winnicott, The Child and the Family, Londres, Tavistock Publications, 1957; The Child, the
Family, and the, Outside World, Londres, Penguin, 1964.

142
Hay que tener en cuenta la existencia de un porcentaje de niños que pueden calificarse
de normales o sanos, pese a que provienen de familias deshechas o con conexiones sociales
"difíciles". La categoría de niños sanos incluye, asimismo, a aquellos que son enfermos en el
sentido de que padecen de:
Psiconeurosis.
Trastornos anímicos.
Interacción psicosomática patológica.
Personalidad con estructura esquizoide.
Esquizofrenia.
La mayoría de estos niños pueden considerarse normales o sanos si pertenecen a familias
intactas y socialmente integradas; se los puede tratar mediante el manejo o la psicoterapia en
el medio hogareño-escolar. Las dificultades que presentan se cuentan entre las corrientes que
surgen, en cada año lectivo, en la comunicación entre el hogar y la escuela, pudiendo
clasificarse junto con las enfermedades infecciosas habituales en la primavera, las
apendicitis agudas y otros casos de emergencia, o las fracturas propias de la práctica
deportiva.
Es obvio que cuando alcanzan un grado extremo, estas enfermedades pueden influir en
la elección del tipo de escuela.

DIAGNOSTICO DE DEPRIVACIÓN

Hay una forma de clasificación que tiene importancia vital para quienes abordan la
cuestión pensando en los sistemas educacionales y que, sin embargo, no siempre ocupa el
lugar debido. Implica un corte transversal de la clasificación por tipo de organización
defensiva neurótica o psicótica y, en un extremo, incluye hasta a algunos niños
potencialmente normales. Tal clasificación se basa en la deprivación.
El niño deprivado (ya sea en forma total o relativa) ha tenido un suministro ambiental
suficientemente bueno que posibilitó la continuidad de su existencia como persona
diferenciada. Luego se vio deprivado de él, en un estadio de su desarrollo emocional en el
que ya podía sentir y percibir el proceso. Este niño queda atrapado entre las garras de su
propia deprivación (adviértase que no me refiero a una privación), y a partir de entonces
debe hacerse que el mundo reconozca y repare el daño; pero como gran parte del proceso se
desarrolla en el inconsciente, el mundo fracasa en su intento... o paga caro su éxito.
Calificamos a estos niños de inadaptados y decimos que son presa de la tendencia
antisocial. El cuadro clínico se observa en:
a) El robo (la mentira, etc.) y el hecho de aventurarse a plantear reclamos.
b) La destrucción, en un intento de forzar al ambiente a reconstruir el marco de
referencia cuya pérdida deprivó al niño de su espontaneidad, por cuanto ésta sólo tiene
sentido en un medio controlado. El contenido no tiene significado sin una forma.
El diagnóstico así establecido tiene máxima importancia cuando se discute el lugar que
ocupan las escuelas progresivas. Puede decirse que un grupo de niños deprivados
1) necesita una escuela progresiva; y, al mismo tiempo,
2) muy probablemente acabará con ella.
En otras palabras, los partidarios de las escuelas progresivas afrontan el siguiente
desafío: estas escuelas tenderían a ser utilizadas por personas que procuran colocar a niños
deprivados. Toda idea de suministrar oportunidades de aprendizaje creativo, o sea, de
impartir una mejor educación a niños normales, quedará viciada por el hecho de que un alto
porcentaje de los alumnos serán incapaces de ponerse a aprender porque estarán ocupados
en otra tarea más importante, como lo es descubrir y afirmar por sí mismos su propia

143
identidad, resurgiendo así del estado de pérdida del sentido de identidad que acompaña la
deprivación.
Con frecuencia un buen resultado no debe medirse en términos académicos; quizá lo
único que hizo la escuela fue retener a un alumno (o sea, no expulsarlo) hasta que llegó el
momento de transferirlo a un ámbito de vida más amplio.
De este modo, en algunos casos la escuela habrá logrado curar (o casi curar) a un niño
deprivado que se obstinaba compulsivamente en ser antisocial. Junto a estos logros habrá,
por fuerza, algunos fracasos atormentadores que llenarán de pesadumbre al personal de la
escuela, por cuanto ha tenido ocasión de ver el lado bueno de la naturaleza del niño, así
como su lado malo (conducta antisocial compulsiva), en sus manifestaciones máximas.
Considero importante describir con la mayor claridad posible este aspecto de la labor
que realiza la escuela progresiva. De otro modo sus responsables se desalentarán y, si eso
ocurre, es probable que su escuela cambie gradualmente hasta convertirse en una escuela
corriente, adecuada para educar a niños sanos provenientes de familias intactas pero que
habrá dejado de ser progresiva.

NOTAS TOMADAS EN EL TREN

(Después de la conferencia en Dartington Hall, abril de 1965)

Primera parte

La calificación de ESCUELAS PROGRESIVAS es un rótulo legítimo que implica:


1) "Tender hacia adelante" (forward eaching).
2) Operar a partir de un elemento creativo, y acaso rebelde, que forme parte de la índole
de una persona. Esto significa que la aceptación general socava la motivación. La torpeza de
los individuos puede ocasionar un derroche de energías, pero la ventaja debe medirse en
términos de originalidad, experimentación, tolerancia del fracaso y liderazgo.
"Tender hacia adelante" significa:
a) Tener una base firme en cuanto a la conciencia de lo actual en términos del aquí y
ahora.
b) Añadir a esta actualidad (a este aquí y ahora efectivos) un avance firme y constante.
(La determinación de los principios ya ganados debe quedar a cargo de la escuela, pero el
rebelde creativo puede encargarse de vigilar su propia conducta al acecho de posibles
reincidencias.)
c) El significado de la palabra avance depende en parte de:
1) el aquí y ahora efectivos;
2) el temperamento del pionero.
Para el movimiento "progresivo", el "avance" podría tener que ver con los siguientes
factores:
Positivos
A. La dignidad del individuo por derecho propio y como base de la dignidad social.
B. Una teoría del desarrollo emocional individual que tenga en cuenta:
1) el potencial heredado;
2) el proceso de maduración (heredado);

144
3) el hecho de que el desarrollo del proceso de maduración depende de la existencia de
un ambiente que lo facilite;
4) la evolución DE LA DEPENDENCIA A LA INDEPENDENCIA, combinada con la
evolución del ambiente, que primero se adapta y luego falla en su intento de seguir
adaptándose (cambio graduado).
C. Una teoría de las fallas humanas (en personalidad, carácter o conducta) que tenga en
cuenta:
l)las anormalidades del ambiente; y
2) las dificultades inherentes al crecimiento humano, al establecimiento del self, y a la
auto expresión. Corolario: suministrar los medios necesarios para aplicar la psicoterapia
individual.
D. Una teoría que repare en la importancia de la vida instintiva y reconozca no sólo lo
que no es consciente, sino también lo reprimido, pues la represión es una defensa que
absorbe energías.
E. Una teoría que encare la sociedad desde el punto de vista de:
1) su historia, su pasado y su futuro;
2) la contribución del individuo (por intermedio de la unidad familiar) a las
agrupaciones y funcionamiento sociales.
Negativos
Desagrado y recelo hacia el adoctrinamiento, entendiéndose por tal:
1) la propaganda flagrante; o bien,
2) la enseñanza desvinculada del aprendizaje creativo; o bien,
3) las técnicas propagandísticas sutiles (que influyen en la conducta, las ideas políticas,
las creencias religiosas, los principios morales y las actitudes en general).
Cuestiones prácticas
(Suministro de oportunidades)
medio rural,
equipamiento,
contacto con la industria local, para la prestación de servicios locales, etc.
Los padres compartirán la responsabilidad con vistas a una actitud general.
Su participación será relativamente directa (participación indirecta en el sistema escolar
público, ya sea por la vía política o por intermedio del Departamento de Educación y los
Centros de Formación Docente).
Problemas
1) Cómo enseñar mejor basándose en la capacidad de aprendizaje del individuo.
2) Cómo combinar:
a) la libertad dada al individuo, con
b) los controles necesarios para que el individuo no establezca sistemas superyoicos
internos (inconscientes) burdos y primitivos, o aun sádicos.
3) Cómo evaluar los fracasos y sacar provecho de ellos (son un elemento esencial del
experimento).
¿Cómo podemos evitar que un pionero se vuelva conservador y obstruccionista?
Interrogantes
1) ¿El rótulo de "progresiva" está vinculado en forma absoluta con la coeducación,
como lo está con la rebelión frente al adoctrinamiento? (Yo diría que no.)

145
2) ¿El rótulo de "progresiva" está ligado a la intolerancia del odio, al afrontamiento del
odio, al control que hace frente a la agresión, a la intolerancia de la competencia (como
eufemismo de "guerra")?
3) El intento de abarcarlo todo que caracteriza a algunas escuelas progresivas, ¿encierra
una huida de la fantasía, en el sentido de que no tienen en cuenta la realidad psíquica interna
del individuo? (El individuo retraído, rodeado de un medio inculto, puede tener una
experiencia personal más plena que algunos individuos que participan en una situación
(extravertida) que presenta un funcionamiento más rico.) Diría que la respuesta es: "En la
mayoría de los casos, no, pero posiblemente sea así en algunos".

Segunda parte

Desarrollo del tema del control

Axioma: No conviene hablar del control, salvo un comentario sobre el diagnóstico del
niño o el adulto que puede quedar bajo control (cf. el párrafo pertinente en mi trabajo para la
conferencia).
La madurez (relativa) del individuo, tal como se detecta en la historia y la calidad de su
relación con el objeto de amor primario que él ha establecido, será un factor importante
cuando se considere la cuestión del diagnóstico de las personas bajo control. Sugiero que la
siguiente especulación podría resultar provechosa:
¿Qué puede hacer un ser humano con un objeto? Al principio la relación es con un
objeto subjetivo. Sujeto y objeto se separan y apartan poco a poco; luego aparece la relación
con el objeto percibido de manera objetiva. El sujeto destruye al objeto.
Este proceso se divide en tres fases: 1) el sujeto conserva al objeto; 2) el sujeto usa al
objeto; 3) el sujeto destruye al objeto.
1) Esta es la idealización.
2) Uso del objeto: es una idea compleja y sofisticada, un logro del crecimiento
emocional sano que sólo se alcanza con el tiempo y la buena salud.
Entre tanto, adviene:
3) que aparece clínicamente como un rebajamiento del objeto desde la perfección hacia
algún tipo de maldad. (Se lo denigra, ensucia, desgarra, etc.) Esto protege al objeto, porque
sólo el objeto perfecto es digno de ser destruido. Esto no es una idealización, sino una
denigración. A medida que el individuo crece, la destrucción puede ser representada
adecuadamente en la fantasía (inconsciente), que es una elaboración del funcionamiento
corporal y de todo tipo de experiencias instintivas. Este aspecto del crecimiento posibilita al
individuo preocuparse por la destrucción que acompaña la relación de objeto y experimentar
un sentimiento de culpa por las ideas destructivas que acompañan al acto de amar.
Basándose en esto, el individuo descubre la motivación del esfuerzo constructivo, el dar y el
remediar (lo que Klein llamó la reparación y la restitución).
En este caso, el problema práctico deriva de la distinción entre:
1) deteriorar el objeto bueno para hacerlo menos bueno y, por ende, menos sujeto a
ataques; y,
2) la destrucción que está en la raíz de la relación de objeto y que (cuando el individuo
es sano) es encauzada hacia la destrucción que acontece en lo inconsciente, en la realidad
psíquica interior del individuo, en su vida onírica, sus actividades lúdicas y su expresión
creativa.
Esta última clase de destrucción no necesita ser controlada. Lo que hace falta, en este
caso, es suministrar las condiciones que posibiliten el constante crecimiento emocional del
individuo, desde su más temprana infancia hasta que, en su búsqueda de una solución
personal, pueda disponer de las complejidades de la fantasía y el desplazamiento.

146
En cambio, las acciones compulsivas de denigrar, ensuciar y destruir—que corresponden
a la destrucción que está en la raíz de la relación de objeto— implican una alteración del
objeto con la intención de hacerlo menos excitante y menos digno de ser destruido. Estas
acciones requieren la atención de la sociedad. Por ejemplo, la persona antisocial que entra en
una galería de arte y tajea un cuadro de un gran maestro antiguo no actúa impelida por el
amor a ese cuadro ni, en realidad, es tan destructiva como el amante del arte que preserva el
cuadro, lo usa plenamente y lo destruye una y otra vez en sus fantasías inconscientes. No
obstante, el primero ha cometido un acto de vandalismo aislado que afecta a la sociedad,
obligándola a protegerse. Este ejemplo casi obvio sirve, quizá, para demostrar que existe una
gran diferencia entre la destructividad inherente a la relación de objeto y la destructividad
derivada de la inmadurez de un individuo.
Del mismo modo, la conducta heterosexual compulsiva tiene una etiología compleja y
no se asemeja ni de lejos a la capacidad de un hombre y una mujer de amarse sexualmente,
cuando han decidido fundar un hogar para su eventual prole. El primer caso incluye el
elemento de deteriorar lo perfecto, o de ser deteriorado y perder la cualidad de perfecto, en
un esfuerzo por reducir la angustia.
En el segundo caso, dos personas relativamente maduras han hecho frente a la
destrucción, la preocupación y el sentimiento de culpa que llevan dentro, y han quedado en
libertad de programar el uso constructivo del sexo, sin negar por ello los elementos en bruto
que rodean la fantasía del acto sexual total.
Uno descubre sorprendido cuan poco saben el amante romántico y el adolescente
heterosexual acerca de la fantasía del acto sexual total, consciente e inconsciente, con su
rivalidad, su crueldad, sus elementos pregenitales de destrucción cruda y sus peligros.
Quienes enarbolan la bandera de la educación progresiva tienen que estudiar estas
cuestiones. De lo contrario, caerán con excesiva facilidad en el error de confundir la
heterosexualidad con la buena salud, y aquélla les parecerá conveniente cuando la violencia
no asoma o se muestra tan sólo como el pacifismo irracional y reactivo de los adolescentes,
que tiene poco que ver con las crudas realidades del mundo actual en el que, algún día, esos
adolescentes entrarán como adultos competitivos.

147
26. LA ASISTENCIA EN INTERNADOS COMO TERAPIA

(Conferencia David Wills, pronunciada ante la Asociación de Profesionales para la


Atención de Menores Inadaptados el 23 de octubre de 1970. El doctor Winnicott murió en
enero de 1971)

Gran parte del crecimiento es un crecimiento hacia abajo. Si vivo lo suficiente, espero
consumirme y empequeñecerme hasta poder pasar por ese agujerito que llamamos morir. No
necesito ir muy lejos para encontrar un psicoterapeuta vanidoso: ése soy yo. En la década de
1930, durante mi formación como psicoanalista, tenía la sensación de que con un poco más
de preparación, habilidad y suerte podría mover montañas haciendo las interpretaciones
correctas en el momento oportuno. Eso sería practicar la terapia, una terapia por la que
valdría la pena afrontar las cinco sesiones semanales, su costo y el efecto disruptivo que el
tratamiento de un miembro de una familia puede causar en el resto de ella.
Al ir adquiriendo mayor perspicacia, descubrí que también yo —como mis colegas—
podía trabajar en forma significativa el material de los pacientes a medida que lo
presentaban durante las sesiones; podía infundirles mayor esperanza y, por ende, inducirlos a
comprometerse más y a acrecentar constantemente su valiosa cooperación inconsciente. En
verdad, todo aquello era muy bueno y yo pensaba pasar el resto de mi vida profesional
practicando la psicoterapia. En un determinado momento expresé mi opinión de que no
había otra terapia que la practicada sobre la base de cinco sesiones semanales de 50 minutos
y por el tiempo necesario (que podría abarcar varios años), por un psicoanalista formado en
su especialidad.
Lo dicho parecerá una tontería, pero ésa no ha sido mi intención; sólo quiero decir que es
una especie de comienzo. Tarde o temprano se inicia el proceso de empequeñecimiento; al
principio es doloroso, hasta que uno se acostumbra. En mi caso, creo que empecé a
empequeñecerme cuando vi por primera vez a David Wills. David no se permitiría
enorgullecerse de su trabajo en un viejo asilo de pobres de Bicester. El suyo fue un trabajo
notable y estoy orgulloso de él.
El lugar tenía dos características principales: baños grandes, construidos para que los
viajeros pudieran bañarse con comodidad (originariamente, el conjunto de edificios había
sido destinado a hotel estatal en la ruta de Oxford a Pershore) y por el ruibarbo de color
champaña que crecía silvestre, el qué era más apreciado por el personal del establecimiento
(en el que me incluía como psiquiatra visitante) que por los muchachos.
Era apasionante participar en la vida de ese albergue para menores evacuados con
problemas de conducta, creado a raíz de la guerra. Por supuesto, a él iban a parar los
muchachos más indóciles de la región y era muy común oír la siguiente secuencia de ruidos:
se acercaba un auto a cierta velocidad; alguien tiraba de la campanilla, desencadenando un
estruendo de campanillazos, y abría la puerta de entrada; luego se oía un portazo y el rugido
de un auto que había quedado con el motor en marcha y ahora arrancaba como si lo
persiguiera el demonio. Íbamos hasta la entrada y descubríamos que habían introducido
rápidamente a un niño o adolescente, a menudo sin previo aviso telefónico. Acababan de
encajarle un nuevo problema a David Wills... Tal vez el muchacho sólo había prendido
fuego a una parva de heno u obstruido las vías del ferrocarril, pero estas travesuras eran mal
vistas en la época de Dunquerque, cuando vivíamos sobre el filo de la navaja con respecto al
cariz que tomaría la guerra. Fueran cuales fueren las circunstancias, detrás de aquella puerta
violentamente cerrada siempre había un nuevo huésped.

148
¿Qué papel desempeñé allí? Bueno, aquí es donde trataré de describir el crecimiento
hacia abajo. Al principio, en mis visitas semanales veía a uno o dos menores, en entrevistas
individuales donde ocurrían las cosas más sorprendentes y reveladoras. A veces conseguía
que David y algunos miembros del personal especializado escucharan mi relato de la
entrevista y mis estupendas interpretaciones, basadas en un insight profundo, del material
presentado atropelladamente por chicos ansiosos de recibir ayuda personal. Empero, me
daba cuenta de que mis pequeñas semillas caían en suelo pedregoso.
Aprendí bastante pronto que en aquel albergue ya se hacía terapia. La practicaban sus
muros y techos; los vidrios del invernadero, que servían de blanco a los ladrillazos; los
baños absurdamente grandes, en los que debía quemarse una cantidad enorme de carbón —
tan escaso y costoso en tiempos de guerra— para que los chicos pudieran chapotear y nadar
en las bañeras con agua caliente hasta el ombligo.
La practicaban el cocinero; la regularidad con que llegaba la comida a las mesas; los
cobertores suficientemente abrigados y quizá de colores cálidos; los esfuerzos de David por
mantener el orden pese a la escasez de personal y a un sentimiento constante de futilidad
absoluta, porque la palabra "éxito" era ajena a la labor que cumplía aquel asilo de pobres de
Bicester. Por supuesto, los muchachos se escapaban, robaban en las casas de la vecindad y
se empeñaban en romper vidrios, hasta que la comisión directiva del albergue empezó a
preocuparse en serio. El ruido de vidrios rotos adquirió proporciones de verdadera epidemia.
Por suerte el ruibarbo de color champaña crecía muy lejos de los pabellones, hacia el oeste,
en un lugar tranquilo donde los agotados miembros del personal podían quedarse a
contemplar la puesta del sol.
Cuando empecé a investigar más a fondo lo que sucedía en el albergue, descubrí que
David estaba haciendo cosas importantes, basándose en determinados principios que todavía
hoy estamos tratando de establecer y relacionar con una estructura teórica. Tal vez sea una
forma de amar, sobre la que me explayaré más adelante. Por ahora tenemos que examinar las
prácticas naturales en un medio hogareño, para poder imitarlas deliberadamente y
adaptarlas, de manera económica, a las necesidades individuales de los niños o a la atención
de las situaciones particulares que se presenten.
Sigo hablando de David Wills no sólo porque esta conferencia lleva su nombre, sino
también porque verlo trabajar fue para mí uno de los primeros aldabonazos educativos que
me hicieron comprender la existencia de un aspecto de la psicoterapia que no se puede
describir en términos de hacer la interpretación correcta en el momento adecuado.
Naturalmente, necesité aquella década de estudios en la que exploré a fondo el uso de la
técnica que deriva realmente de Freud y que él ideó para investigar lo inconsciente
reprimido; por supuesto, este objeto de investigación no admitía un enfoque directo. Sin
embargo, empecé a percatarme de que en la psicoterapia es preciso que, al cabo de la
entrevista individual, el niño o adolescente pueda regresar a un tipo de cuidado personal, y
que hasta en el psicoanálisis propiamente dicho— y por tal entiendo el tratamiento basado
en un régimen de cinco sesiones semanales, que estimula el pleno desarrollo de la
transferencia— se necesita un aporte especial del paciente, que podría describirse como
cierto grado de confianza en las personas y en el cuidado y ayuda disponibles.
Por ejemplo, David había organizado una especie de sesión semanal en la que
participaban todos los muchachos y podían hablar con entera libertad. Como se supondrá, su
conducta era desordenada y a menudo exasperante: daban vueltas por el salón; se quejaban
de esto y de aquello; cuando se les pedía que juzgaran a un infractor, sus veredictos solían
ser muy duros y hasta crueles. No obstante, en la atmósfera de extremada tolerancia que
David lograba crear, algunos menores expresaban cosas muy importantes. Uno percibía de
qué modo cada muchacho trataba de afirmar una identidad sin lograrlo en realidad, salvo,
quizá, por medio de la violencia. Podría decirse que cada niño clamaba por una ayuda

149
personal (lo mismo harían las niñas en igual situación), pero ese tipo de ayuda no está
disponible para todos y en aquel albergue se trabajaba a partir del manejo grupal.
Sé que muchos han hecho este trabajo antes que Wills y después de él; David diría que él
mismo lo hizo mucho mejor en otros lugares. Aun así, desde mi punto de vista, en Bicester
se llevó a cabo una labor excelente, imposible de medir con la vara de los éxitos y los
fracasos superficiales. También es cierto que aquel grupo de varones era excepcionalmente
difícil de tratar, por cuanto estaban a medio camino entre la esperanza y la desesperanza. En
general no habían abandonado las esperanzas, pero tampoco podían ver hacia dónde debían
orientar su búsqueda de ayuda para obtenerla. El modo más fácil de conseguir ayuda es
recurriendo a la provocación y la violencia, pero los niños del albergue tenían esta otra
alternativa, tan diferente, que les permitía guardar sus quejas para sus adentros y expresarlas
en las reuniones de los martes a las cinco de la tarde.
A esta altura de mi disertación, es preciso examinar con detenimiento la terapia que
suministran las instituciones asistenciales de internados. Empero, desearía advertir ante todo
que dichas instituciones no son una mera necesidad planteada por la insuficiencia de
personal con formación adecuada para brindar tratamiento individual. La terapia de
internado se creó para suplir la falta de dos condiciones esenciales para la terapia individual,
o bien de una de ellas. La primera es disponer de un medio que posibilite el tratamiento
adecuado a los pacientes como individuos; en el caso de estos niños, el único medio apto
para ese tratamiento es el internado. La segunda es que el niño posea un ambiente interno,
como lo denominó Willi Hoffer15, o sea una experiencia de suministro ambiental
suficientemente bueno que haya sido incorporada y adaptada a un sistema de confianza en
aquello que lo rodea; los niños inadaptados traen consigo una baja cuota de ambiente
interior. Cada caso requiere un doble diagnóstico, personal y social.
Los internados pueden suministrar ciertas condiciones ambientales que, de hecho,
necesitamos comprender para practicar el psicoanálisis, aun en su forma más clásica.
Empero, psicoanalizar a un paciente no significa tan sólo verbalizar el material que él
aporte, listo para ser verbalizado, en una forma de cooperación inconsciente —aunque
sabemos que cada vez que esto se logra, disminuye proporcionalmente el esfuerzo del
paciente por mantener reprimido algo, el cual entraña siempre un desperdicio de energía y
genera síntomas—. Aun en un caso adecuado para el psicoanálisis clásico, lo principal es
suministrar condiciones que posibiliten este tipo especial de trabajo y permitan obtener la
cooperación inconsciente del paciente para producir el material que se verbalizará. En otras
palabras, el requisito previo para que una interpretación clásica y correcta resulte eficaz es
que el paciente adquiera confianza (o como quiera llamársela).
Cuando trabajamos en internados podemos prescindir de la verbalización y del material
listo para su interpretación porque allí se hace hincapié en la provisión total, que es el
medio, pero salta a la vista que hay ciertos elementos imprescindibles. Sólo enumeraré
algunos:
1) Si el internado es bueno, hay en él una actitud general que lleva implícita una
confiabilidad inherente. Ustedes querrán que me apresure a advertir que esta confiabilidad
es humana y no mecánica. Podría ser mecánica, en el sentido de que el servicio puntual de
las comidas ayuda a crear esa confiabilidad, pero, sean cuales fueren las reglas establecidas,
ella será relativa porque los seres humanos no son confiables. Un psicoanalista puede serlo
durante las cinco sesiones semanales de 50 minutos, aunque en su vida privada sea tan poco
confiable como cualquier otra persona; esto es importantísimo, y se aplica igualmente a una
enfermera, un asistente social o quienquiera trate a otros seres humanos. El punto esencial
de la asistencia en internados, cuando se la encara como terapia, es que los niños comparten
la vida privada de los asistentes sociales y, por ende, "se contagian" esa falta de
confiabilidad tan humana. No obstante, hasta en un servicio de 24 horas hay cierta
15
Véase W. Hoffer, The Early Development and Education of the Child, Londres, Hogarth Press, 1981.

150
orientación profesional y, en todo caso, se debe alentar al personal especializado a que se
tome un tiempo de descanso, además de darle la oportunidad de desarrollar una vida
privada.
Si examinamos los fundamentos del papel terapéutico de la confiabilidad, vemos que un
alto porcentaje de los menores que son candidatos a ingresar en un internado se han criado
en un ambiente caótico, ya sea de modo general o en una fase específica de su vida (pueden
darse ambas cosas). Para un niño un ambiente caótico es sinónimo de imprevisibilidad, en el
sentido de que él siempre debe estar preparado para un trauma y esconder el sagrado núcleo
de su personalidad donde nada pueda tocarlo, para bien o para mal. Un ambiente
atormentador confunde la mente y el niño puede desarrollarse en un estado de constante
confusión, sin organizarse nunca en cuanto a su orientación. En el lenguaje clínico decimos
que estos niños son inquietos, carentes de todo poder de concentración e incapaces de
perseverar en algo. No pueden pensar en lo que serán cuando lleguen a la edad adulta. En
realidad, se pasarán la vida ocultando lo que podríamos denominar su verdadero self. Quizá
lleven algún tipo de vida en la periferia del falso self, pero su sentido de estar existiendo
estará vinculado con un self verdadero central e inaccesible (un-get-at-able). Si acaso se les
da la oportunidad de quejarse, se lamentarán de que nada les parece real, esencialmente
importante o una verdadera manifestación del self. Quizás encuentren una solución en el
sometimiento, con una violencia siempre latente y a veces manifiesta. Detrás de su aguda
confusión mental está el recuerdo de la angustia impensable que experimentaron cuando,
por una vez al menos, encontraron el núcleo de su self y lo lastimaron. Esta angustia es
física e intolerable para el individuo que la padece. La describimos como una caída
perpetua, desintegración, falta de orientación, etc., y debemos saber que los niños que llevan
encima el recuerdo de semejante experiencia difieren de los niños que, habiendo recibido un
cuidado suficientemente bueno en los inicios de su infancia, no tienen que habérselas
siempre con esta amenaza oculta.
Con el tiempo, la confiabilidad humana suministrada en un internado puede poner fin a
un grave sentimiento de imprevisibilidad, por lo que podemos describir en estos términos
gran parte de la acción terapéutica ejercida por la asistencia brindada en el internado.
2) Podemos ampliar esta idea en términos de sostén (holding). Al principio es de carácter
físico (el óvulo y luego el feto son "sostenidos" dentro de la matriz); después se le añaden
elementos psicológicos (el bebé es sostenido en los brazos de alguien); más adelante, si todo
va bien, aparece la familia, y así sucesivamente. Si un internado se ve en la necesidad de
suministrar un sostén al niño en una fase muy temprana de su infancia afrontará una tarea
difícil o imposible; empero, muy a menudo la terapia que produce el internado radica en que
el niño redescubre en ese ambiente una situación de sostén suficientemente buena, perdida o
desbaratada en una etapa determinada de su vida. James y Joyce Robertson nos han aclarado
con creces todo esto en sus escritos y películas; por su parte, John Bowlby ha hecho más que
nadie por atraer la atención del mundo hacia la sacralidad de la situación de sostén temprana
y las dificultades extremas con que se topan quienes intentan remediarla. Debemos recordar
en todo momento que cuando un niño está desesperanzado su sintomatología no es muy
molesta; en cambio, cuando abriga esperanzas, sus síntomas empiezan a incluir el robo, la
violencia y reclamos fundamentales que sería irrazonable satisfacer, salvo cuando se refieran
a la recuperación de lo perdido... o sea, el reclamo que hace a sus padres el niño de muy
corta edad.
3) Querrán que mencione el hecho de que la terapia practicada en un internado nada
tiene que ver con una actitud moralista. El profesional puede tener sus ideas con respecto al
bien y el mal. Sin duda, el niño tendrá su propio sentido moral, ya sea en forma latente —en
espera de una oportunidad de convertirse en un rasgo de su personalidad— o bien como un
elemento presente y ferozmente punitivo.

151
Sin embargo, el profesional que trabaja en un internado no hará terapia relacionando la
sintomatología con el pecado. El uso de una categoría moralista, en vez de un código de
diagnóstico, no reporta beneficio alguno, porque el segundo se basa realmente en la
etiología, o sea, en la persona y el carácter de cada niño.
Tal vez sea preciso castigar a los niños "difíciles", pero tal necesidad deriva de las
molestias y la irritación que provoca su sintomatología en quienes tratan de que el internado
cause buena impresión entre los miembros de la comisión directiva que los visiten, pues
éstos representan a la sociedad, que brinda el necesario apoyo económico. En todo caso es
posible que los niños prefieran recibir un castigo limitado, porque es mucho menos
abrumador que el castigo vengativo que prevén. El espíritu vengativo no tiene cabida alguna
en el cuidado del niño y la asistencia en internados, pero todos somos humanos y es posible
que durante el año casi todos hayamos tenido un momentáneo arranque vengativo. Sería una
simple falla humana, ajena a la técnica terapéutica.
4) Aún quedarían por mencionar muchos otros grandes principios. Uno de ellos tiene
que ver con la gratitud. Yo diría que ustedes no esperan recibirla, en la medida en que su
lema sea practicar la terapia. Todo cuanto hacen en tal sentido son actitudes profesionales
deliberadas, fundadas en cuestiones propias del hogar natural, y si un progenitor da por
sentado el agradecimiento del bebé está abrigando falsas esperanzas.
Como es sabido, los padres esperan largo tiempo antes de hacer que un niño diga
"gracias" y, cuando lo hacen, no pretenden que ese "gracias" signifique "gracias" (los
Beatles ridiculizaron muy bien esta idea en su canción "Muchas gracias"). Los niños
descubren que decir "gracias" forma parte del sometimiento y pone de buen humor a las
personas. La gratitud es algo muy refinado, que puede aparecer o no según el rumbo que
tome el desarrollo de la personalidad del niño. Podríamos decir con frecuencia que siempre
recelamos de la gratitud, en especial si es exagerada, pues sabemos cuan fácilmente puede
ser una manifestación de aplacamiento. Por supuesto, no le estoy pidiendo a nadie que
rechace un regalo; tan sólo estoy diciendo que ustedes no hacen su trabajo con miras a
recibir el agradecimiento de los niños. En una reciente asamblea de asistentes sociales, el
director del colegio de Derby citó la siguiente exhortación de San Vicente de Paúl a sus
discípulos: "Rogad a Dios que los pobres los perdonen por ayudarlos". Creo que esta frase
contiene la idea que estoy formulando; cabría esperar que nosotros diéramos gracias a los
niños por estar necesitados de asistencia, aunque al usar la terapia que les suministramos
puedan fastidiarnos y agotarnos.
5) Cuando les va bien, los niños se descubren a sí mismos y se vuelven molestos; ésta es
una parte importante del aspecto terapéutico de nuestra labor. Esos niños atraviesan por
fases en que la violencia y el robo son las únicas formas posibles de manifestar su
esperanza. Todo niño que recibe tratamiento terapéutico en un internado pasa
inevitablemente por una fase en la que se convierte en candidato a chivo emisario. ("Si tan
sólo pudiéramos librarnos de ese chico, estaríamos muy bien"). Este es el período crítico.
Creo que coincidirán conmigo en que en tales períodos la tarea de ustedes no es curar los
síntomas, predicar la moral u ofrecer sobornos, sino sobrevivir. En este medio, "sobrevivir"
significa no sólo salir del trance vivos e indemnes, sino también no verse provocados a
adoptar una actitud vengativa. Si sobreviven, y sólo entonces, tal vez se sientan utilizados
(de manera muy natural) por ese niño que se está transformando en persona y que recién ha
adquirido la capacidad de manifestar un gesto de cariño bastante simplificado.
Hasta es posible que de vez en cuando le oigan decir "gracias", pero por cierto las habrán
merecido, porque han tratado de hacer algo que debería haber sido hecho cuando el niño se
hallaba en una etapa temprana de su desarrollo y que se perdió a causa de las rupturas de la
continuidad de la vida del niño en su hogar natural. Ustedes deben tener por fuerza cierto
porcentaje de fracasos, y también deberán sobrevivir a esto para poder disfrutar de los éxitos
ocasionales.

152
Espero haber puesto en claro que, desde mi punto de vista, la asistencia en internados
puede ser un acto de terapia muy deliberado, hecho por profesionales en un medio
profesional. Puede ser una manera de manifestar cariño, pero a menudo debe parecer una
forma de odio, y la palabra clave no es "tratamiento" o "cura", sino más bien
"supervivencia". Si ustedes sobreviven, el niño tiene una probabilidad de crecer y
transformarse en algo parecido a la persona que habría sido, si el derrumbe de su ambiente
no hubiese acarreado el desastre.

153
Cuarta parte

TERAPIA INDIVIDUAL

154
INTRODUCCIÓN DE LOS COMPILADORES

El primer capítulo de esta Cuarta parte, hasta ahora inédito, contiene una breve
descripción del psicoanálisis y expone, en un lenguaje sencillo, las diferencias entre las
necesidades terapéuticas del individuo psicótico, el psiconeurótico y el antisocial.
El segundo capítulo se refiere específicamente al tratamiento individual de los trastornos
del carácter, vincula a éstos con la deprivación y establece la relación entre la terapia del
individuo antisocial y las dos orientaciones principales de la tendencia antisocial. Este
trabajo, que incluye dos ejemplos clínicos, muestra de manera muy clara cómo se inserta la
teoría de Winnicott sobre la tendencia antisocial en la teoría psicoanalítica, tal como se había
desarrollado hasta ese momento.
Por último, ofrecemos la descripción completa de una consulta terapéutica acerca de una
niña de 8 años que robaba en la escuela. Ella nos demuestra de qué manera la mentira está
estrechamente ligada al robo y, por medio de los dibujos espontáneos de la niña, revela del
modo más vivido y dramático la índole de una deprivación específica.

155
27. VARIEDADES DE PSICOTERAPIA

(Disertación pronunciada en Cambridge ante la Asociación para los Aspectos Sociales y


Médicos de la Enfermedad Mental, el 6 de marzo de 1961)

Ustedes habrán oído hablar con mayor frecuencia de variedades de enfermedad que de
variedades de terapia. Naturalmente, ambas están relacionadas y tendré que referirme
primero a la enfermedad y luego a la terapia.
Soy psicoanalista y no se molestarán si les digo que la formación psicoanalítica es la
base de la psicoterapia. Ella incluye el análisis personal del analista en formación. Aparte de
esta capacitación, la teoría y la metapsicología psicoanalíticas influyen en toda psicología
dinámica, sea cual fuere su escuela.
Con todo, hay muchas variedades de psicoterapia. Su existencia no debería depender de
las opiniones del profesional, sino de los requerimientos del paciente o del caso. Digamos
que en lo posible aconsejamos el psicoanálisis, pero cuando éste es imposible o hay razones
para desaconsejarlo, puede idearse una modificación adecuada.
Aunque trabajo en el centro mismo del mundo psicoanalítico, tan sólo un porcentaje
muy pequeño de los muchos pacientes que, de un modo u otro, llegan hasta mí reciben
tratamiento psicoanalítico.
Podría hablar de las modificaciones técnicas requeridas para los pacientes psicóticos o
fronterizos, pero éste no es el tema que deseo tratar ante ustedes.
Me interesa especialmente la forma en que un analista profesional puede utilizar con
eficacia otra técnica que no sea el análisis. Esto es importante cuando se dispone de un
tiempo limitado para el tratamiento, como sucede tan a menudo. Con frecuencia esas
técnicas parecen ser mejores que los tratamientos que, en mi opinión, causan un efecto más
profundo (me refiero a los psicoanalíticos).
Ante todo, permítanme enunciarles una característica esencial de la psicoterapia: no se la
debe mezclar con ningún otro tratamiento. Por ejemplo, si adquiere importancia la idea de
una posible aplicación de la terapia por electroshock o shock insulínico, será imposible
trabajar con el paciente porque se altera todo el cuadro clínico. El paciente teme y/o anhela
secretamente el tratamiento físico y el psicoterapeuta nunca llega a habérselas con su
problema personal real.
Por otro lado, debo dar por sentado que se suministra una adecuada atención física al
organismo del paciente.
El siguiente paso consiste en preguntarnos cuál es nuestra meta. ¿Queremos hacer lo más
o lo menos que se pueda? En el psicoanálisis nos preguntamos: ¿cuánto podemos hacer? En
el hospital donde trabajo adoptamos la posición opuesta, ya que nuestro lema es: ¿qué es lo
mínimo que necesitamos hacer? Nos induce a tener siempre presente el aspecto económico
del caso, a buscar la enfermedad central o social de una familia para no malgastar nuestro
tiempo (y el dinero de alguien) tratando a los personajes secundarios del drama familiar. Lo
expresado hasta aquí nada tiene de original, pero quizá les guste oírselo decir a un
psicoanalista, ya que los analistas son especialmente propensos a empantanarse en
tratamientos prolongados, en cuyo transcurso pueden perder de vista un factor externo
adverso.
Por lo demás, entre las dificultades que tiene un paciente, ¿cuántas se deben al simple
hecho de que nadie los ha escuchado nunca de manera inteligente? Descubrí muy pronto,
hace ya cuarenta años, que la recepción de la historia clínica de la boca de la madre es de

156
por sí una forma de psicoterapia, si se efectúa correctamente. Debemos adoptar con
naturalidad una actitud no moralista y darle tiempo a la madre para expresar lo que tiene en
mente. Cuando concluya su exposición, tal vez añadirá: "Ahora comprendo de qué modo los
síntomas actuales encajan en la pauta global de la vida familiar de mi hijo. Ahora puedo
manejarlo, simplemente porque usted me dejó relatar toda la historia a mi modo y
tomándome mi tiempo". Esta cuestión no atañe únicamente a los padres que traen a sus hijos
a la consulta. Los adultos expresan otro tanto acerca de sí mismos, y podría decirse que el
psicoanálisis es una larga, larguísima recepción de una historia.
Por supuesto, ustedes están al tanto del tema de la transferencia en el psicoanálisis. En el
medio psicoanalítico los pacientes traen muestras de su pasado y de su realidad interior, y
las exponen en la fantasía correspondiente a su relación siempre cambiante con el analista.
Así, poco a poco, lo inconsciente puede hacerse consciente. Una vez iniciado este proceso y
obtenida la cooperación inconsciente del paciente, siempre hay mucho por hacer; de ahí la
extensión de los tratamientos corrientes.
Es interesante examinar las primeras entrevistas. El analista se cuida de ser demasiado
"inteligente" al comienzo de un tratamiento, por una buena razón. El paciente trae a las
primeras entrevistas toda su fe y su recelo con respecto al analista, quien debe posibilitar que
estos sentimientos extremos encuentren su expresión real. Si hace demasiadas cosas al
principio del tratamiento, el paciente huirá o, impelido por el miedo, adquirirá una estupenda
fe en su terapeuta y quedará casi hipnotizado.
Antes de seguir adelante debo mencionar algunas otras premisas. No puede haber
ninguna área reservada en el paciente. La psicoterapia no formula prescripciones con
respecto a la religión, intereses culturales o vida privada del paciente, pero si éste mantiene
bajo llave (por decirlo así) una parte de sí mismo está evitando la dependencia inherente al
proceso terapéutico. Como verán, esta dependencia lleva implícita la correspondiente
confiabilidad profesional del terapeuta, aun más importante que la confiabilidad del
facultativo en la práctica médica corriente. Es interesante señalar que el juramento
hipocrático, que echó las bases del ejercicio de la medicina, reconoció este hecho con brutal
claridad.
Por otra parte, según la teoría en la que se funda todo nuestro trabajo, un trastorno que
no tiene causas físicas (y que, por ende, es psicológico) representa una traba en el desarrollo
emociona) del individuo. La meta de la psicoterapia es pura y exclusivamente deshacer esa
traba para posibilitar el desarrollo allí donde, hasta entonces, éste fue imposible.
En un lenguaje diferente, aunque paralelo, el trastorno psicológico es sinónimo de
inmadurez, específicamente de inmadurez en el crecimiento emocional del individuo, que
incluye la evolución de su capacidad para relacionarse con las personas y con el ambiente en
general.
Para ser más claro, debo presentarles un panorama del trastorno psicológico y las
categorías de inmadurez personal, aunque ello implique una burda simplificación de un tema
muy complejo. Establezco tres categorías. La primera trae a la memoria el término
"psiconeurosis". Abarca todos los trastornos de los individuos que en las etapas tempranas
de su vida recibieron cuidados suficientemente buenos como para hallarse, desde el punto de
vista de su desarrollo, en condiciones de afrontar las dificultades inherentes a una vida en
plenitud y de fracasar, hasta cierto punto, en sus intentos de contenerlas. (Por vida en
plenitud se entiende aquella en la que el individuo domina sus instintos, en vez de ser
dominado por ellos.) Debo incluir en esta categoría las variedades más "normales" de la
depresión.
La segunda categoría nos recuerda la palabra "psicosis". En este caso algo anduvo mal
en los detalles más tempranos de la asistencia del bebé, provocando una perturbación en la

157
estructuración básica de su personalidad. Esta falta básica, como la denominó Balint 16,
puede haber producido una psicosis durante la infancia o la niñez; también es posible que
dificultades ulteriores pongan en evidencia una falta (fault) en la estructura yoica que hasta
entonces había pasado inadvertida. Los pacientes comprendidos en esta categoría nunca
fueron lo suficientemente sanos como para volverse psiconeuróticos.
Reservo la tercera categoría para los casos intermedios. Son individuos que empezaron
bastante bien, pero cuyo ambiente les falló en un momento dado, o en forma reiterada, o
durante un período prolongado. Son niños, adolescentes o adultos que podrían afirmar con
razón: "Todo marchó bien hasta... y mi vida personal no puede desarrollarse, a menos que el
ambiente reconozca que está en deuda conmigo". Por supuesto, no es habitual que la
deprivación y el sufrimiento consiguiente sean accesibles a la conciencia; por lo tanto, en
vez de un reclamo verbal, encontramos clínicamente una actitud que manifiesta una
tendencia antisocial y que puede cristalizar en la delincuencia y la reincidencia en el delito.
Así pues, por ahora, están observando las enfermedades psicológicas desde el extremo
equivocado de tres telescopios. A través del primero ven la depresión reactiva, relacionada
con los afanes destructivos que acompañan los impulsos amorosos en las relaciones entre
dos cuerpos (básicamente, entre el bebé y la madre), y la psiconeurosis, relacionada con la
ambivalencia, o sea con la coexistencia del amor y el odio, propia de las relaciones
triangulares (básicamente, entre el niño y los padres). Desde el punto de vista experiencial,
estas relaciones son a la vez heterosexuales y homosexuales, en proporciones variables.
A través del segundo telescopio ven cómo el cuidado defectuoso del bebé deforma las
etapas más tempranas del desarrollo emocional. Admito que algunos bebés son más difíciles
de asistir que otros, pero como nuestra intención no es echar culpas, podemos atribuir la
enfermedad a una falla en la asistencia del bebé. Vemos una falla (failure) en la
estructuración del self personal y en la capacidad del self para relacionarse con objetos que
forman parte del ambiente. Me gustaría excavar más este rico filón, junto con ustedes, pero
no debo hacerlo.
Este segundo telescopio nos permite ver las diversas fallas que dan origen al cuadro
clínico de esquizofrenia, o a las ocultas corrientes psicóticas que perturban el flujo parejo de
la vida en muchos de nosotros, que nos ingeniamos para conseguir que nos rotulen de
personas normales, sanas y maduras.
Cuando observamos las enfermedades de esta manera, sólo vemos exageraciones de
elementos de nuestro propio self; no vemos nada que justifique la segregación del enfermo
psiquiátrico. De ahí el gran esfuerzo y tensión que exige el tratamiento o atención
psicológicos de los enfermos, cuando se lo prefiere a las drogas y a los denominados
"tratamientos físicos".
El tercer telescopio nos aparta de las dificultades inherentes a la vida y nos encamina
hacia perturbaciones de otra naturaleza, por cuanto la persona deprivada no puede llegar
hasta sus propios problemas inherentes a causa de cierto rencor, de una exigencia justificada
para que se remedie un agravio casi recordado. Probablemente, los aquí presentes no
entramos en absoluto en esta categoría. La mayoría de nosotros podemos decir: "Nuestros
padres cometieron errores, nos frustraron constantemente y les tocó en suerte introducirnos
en el Principio de Realidad, archienemigo de la espontaneidad, la creatividad y el sentido de
lo Real, PERO nunca realmente nos “dejaron caer". Es este dejar caer el que constituye la
base de la tendencia antisocial. Por mucho que nos desagrade ser despojados de nuestras
bicicletas o tener que recurrir a la policía para prevenir la violencia, vemos y comprendemos
por qué ese niño o adolescente nos obliga a afrontar un desafío, ya sea mediante el robo o la
destructividad.

16
M. Balint, The Basic Fault, Londres, Tavistock Publications, 1968. (Versión castellana: La falta básica,
Buenos Aires, Paidós, 1.982.]

158
He hecho todo cuanto las circunstancias me permitían para erigir un fundamento teórico
que sirva de base a mi breve descripción de algunas variedades de psicoterapia.
CATEGORÍA I (psiconeurosis)
Si las enfermedades comprendidas en esta categoría requieren tratamiento, desearíamos
suministrar una terapia psicoanalítica, un encuadre profesional que brinde confiabilidad y en
el que lo inconsciente reprimido pueda hacerse consciente. Esta transformación se provoca
mediante la aparición, en la "transferencia", de innumerables muestras de los conflictos
personales del paciente. En un caso favorable, las defensas contra la angustia originada en la
vida instintiva y su elaboración imaginativa pierden gradualmente su rigidez, y van
sometiéndose cada vez más al sistema de control deliberado del paciente.

CATEGORÍA II (falla en la asistencia y cuidados tempranos)


En tanto estas enfermedades requieran tratamiento, es preciso darle al paciente la
oportunidad de tener las experiencias propias de la infancia en condiciones de dependencia
extrema. Advertimos que tales condiciones pueden encontrarse fuera de la psicoterapia
organizada; por ejemplo, en la amistad, el cuidado que se preste al individuo a causa de una
enfermedad física y las experiencias culturales (que, en opinión de algunos, incluyen las
llamadas "experiencias religiosas"). La familia que continúa cuidando de un hijo le da
reiteradas oportunidades de regresar a un estado de dependencia, y aun de gran dependencia.
En verdad, este seguir estando disponibles para restablecer y realzar los elementos de
cuidado que inicialmente correspondieron al cuidado del bebé constituye una característica
común de la vida familiar, cuando se halla bien inserta en el medio social. Coincidirán
conmigo en que algunos niños disfrutan de su familia y de su independencia creciente, en
tanto que otros continúan usando a su familia como recurso psicoterapéutico.
Aquí entra en juego la asistencia social a cargo de profesionales como una tentativa de
ofrecer, en forma profesional, la ayuda que los progenitores, las familias y las unidades
sociales suministrarían en forma no profesional. Los asistentes sociales en general no son
psicoterapeutas, en el sentido con que describí a éstos al hablar de los pacientes
comprendidos en la categoría I, pero sí lo son cuando atienden las necesidades de los
pacientes de la categoría II.
Mucho de lo que una madre hace con su bebé podría denominarse "sostén". El sostén
efectivo es muy importante; es una tarea delicada, que sólo puede ser llevada a cabo con
delicadeza y por las personas adecuadas. Es más: una interpretación cada vez más amplia
del término incluye gran parte del nutrimiento del bebé. El concepto de sostén acaba por
abarcar todo manejo físico, en tanto se adapte a las necesidades de un bebé. El niño aprecia
que de a poco se le permita desprenderse, por la época en que los padres le presentan el
Principio de Realidad, que al comienzo choca con el Principio del Placer (omnipotencia
abrogada). La familia continúa este sostén, y la sociedad sostiene a la familia.
La asistencia social de casos individuales podría describirse como un aspecto
profesionalizado de esta función normal de los progenitores y las unidades sociales locales,
un "sostén" de personas y situaciones, mientras se da una oportunidad a las tendencias de
crecimiento. Dichas tendencias están presentes en todo individuo y en todo momento, salvo
cuando la desesperanza generada por una falla ambiental reiterada ha llevado al individuo a
un retraimiento organizado. Las tendencias han sido descritas en términos de integración, de
conciliación y enlace entre la psique y el cuerpo, de desarrollo de la capacidad de
relacionarse con objetos. Estos procesos siguen su curso a menos que sean bloqueados por
fallas en el sostén y en la respuesta a los impulsos creativos del individuo.

CATEGORÍA III {deprivación)

159
Cuando los pacientes se ven dominados por un área de deprivación de su pasado, el
tratamiento debe adaptarse por fuerza a este hecho. Como personas pueden ser normales,
neuróticas o psicóticas. Apenas si podemos identificar la pauta personal porque, no bien
empieza a revivir la esperanza, el niño produce un síntoma (robar o ser robado, destruir o ser
destruido) que obliga al ambiente a reparar en él y actuar. La acción suele ser punitiva pero,
por supuesto, lo que necesita el paciente es un pleno reconocimiento y resarcimiento de su
deprivación. Como ya he dicho, muchas veces es imposible hacer esto porque gran parte del
proceso es inaccesible a la conciencia; con todo, importa señalar que una investigación seria
y profunda, efectuada en las etapas tempranas de una trayectoria antisocial, brinda con
bastante frecuencia la pista y la solución del caso. Un estudio de la delincuencia debería
partir del estudio de los rasgos antisociales de niños relativamente normales, pertenecientes
a hogares intactos. He notado que muchas veces puede rastrearse la deprivación, así como el
sufrimiento extremo que causó y que alteró todo el curso del desarrollo del niño. (He
publicado casos y, si hay tiempo, citaré otros ejemplos.)
La cuestión es que todos los casos no tratados y los intratables quedan a cargo de la
sociedad. En ellos, la tendencia antisocial fue en aumento hasta transformarse en una
delincuencia estabilizada. En estos casos es preciso suministrar ambientes especializados,
que deben dividirse en dos clases:
1) los que abrigan la esperanza de socializar a los menores a quienes sostienen; y,
2) aquellos cuyo único objeto es mantener en orden a sus menores para proteger a la
sociedad, hasta que esos muchachos y chicas sean demasiado grandes para seguir internados
y salgan al mundo convertidos en adultos que se meterán en dificultades una y otra vez. Si
se actúa con sumo rigor, estas instituciones pueden funcionar a la perfección.
¿Se dan cuenta de que es muy peligroso basar un sistema de cuidado del menor en la
labor realizada en hogares para inadaptados y, especialmente, en el manejo "exitoso" de los
delincuentes en los centros de detención?
Fundándonos en lo antedicho, tal vez podamos comparar los tres tipos de psicoterapia.
Se sobrentiende que el psiquiatra clínico tiene que ser capaz de pasar fácilmente de un
tipo de terapia a otro y, si es preciso, de aplicarlos todos a la vez.
En el caso de las enfermedades psicóticas (categoría II) debemos organizar un "sostén"
complejo que, de ser necesario, incluya la atención física. El terapeuta o la enfermera
profesional intervienen cuando el ambiente inmediato del paciente no logra hacer frente a la
situación. Como dijo un amigo mío ya fallecido, John Rickman: "La locura es la
incapacidad de encontrar a alguien que nos aguante". Aquí entran en juego dos factores: el
grado de enfermedad del paciente y la capacidad de tolerancia de los síntomas que
manifieste el ambiente. Esto explica por qué andan sueltos por el mundo individuos más
enfermos que algunos de los internados en manicomios...
El tipo de psicoterapia al que me refiero puede parecerse a la amistad, pero no lo es
porque el terapeuta cobra honorarios y sólo ve al paciente por un tiempo limitado, en
sesiones concertadas de antemano. Además, lo trata por un lapso limitado, por cuanto el
objetivo de toda terapia es llegar a un punto en el que acaba la relación profesional: la vida
del paciente (en todos sus sentidos) toma el timón y el terapeuta pasa a atender otro caso.
El terapeuta observa en su trabajo unas normas de conducta más elevadas que en su vida
privada (en esto se asemeja a otros profesionales). Es puntual, se adapta a las necesidades de
sus pacientes y, en su contacto con ellos, no hurga en sus propias ansias frustradas.
Es obvio que los pacientes muy graves de esta categoría someten la integridad del
terapeuta a una gran tensión, por cuanto necesitan realmente el contacto humano y la
manifestación de sentimientos reales, pero también necesitan confiar absolutamente en una
relación que los coloca en una situación de máxima dependencia. Las mayores dificultades
surgen cuando el paciente ha sido seducido en su infancia, pues en tal caso, durante el
tratamiento, experimentará por fuerza el delirio de que el terapeuta está repitiendo la

160
seducción. Su recuperación depende, por supuesto, de que se deshaga esta seducción de la
infancia que sacó prematuramente a ese niño de su vida sexual imaginaria, para llevarlo a
una vida sexual real, arruinando así el juego ilimitado, requisito primordial de todo niño.
En la terapia para enfermedades psiconeuróticas (categoría I) se puede obtener con
facilidad el medio psicoanalítico clásico ideado por Freud, pues el paciente aporta al
tratamiento cierto grado de fe y capacidad de confiar en su analista. Cuando todo esto se da
por sentado, el analista puede dejar que la transferencia se desarrolle a su modo y, en vez de
los delirios del paciente, entrarán en el material de análisis sueños, ideas e imaginaciones
expresados en forma simbólica, que podrán ser interpretados conforme se vaya
desarrollando el proceso mediante la cooperación inconsciente del paciente.
Esto es todo cuanto puedo decir, por razones de tiempo, acerca de la técnica
psicoanalítica. Se puede aprender y es bastante difícil, pero no es tan agotadora como la
terapia destinada a tratar los trastornos psicóticos.
Como ya he señalado, la psicoterapia para el tratamiento de una tendencia antisocial sólo
da resultado si el paciente está casi en los inicios de su trayectoria antisocial, o sea, antes de
que se hayan afianzado los beneficios secundarios y las habilidades delictivas. Tan sólo en
estas etapas iniciales el individuo sabe que es un paciente y, de hecho, siente la necesidad de
llegar hasta las raíces de su perturbación. Cuando se puede aplicar este método de trabajo, el
terapeuta y su paciente emprenden una especie de investigación policial valiéndose de
cualquier pista disponible, incluido cuanto sepan acerca de los antecedentes del caso.
Trabajan en una delgada capa situada en un nivel intermedio entre lo inconsciente
profundamente enterrado, por un lado, y la vida consciente y el sistema de la memoria del
paciente, por el otro.
En las personas normales esta capa intermedia entre lo inconsciente y lo consciente está
ocupada por los intereses y aspiraciones culturales. La vida cultural del delincuente es
notoriamente escasa, porque sólo tiene libertad cuando huye hacia el sueño no recordado o
hacia la realidad. Cualquier intento de explorar la zona intermedia no conducirá al arte, la
religión o el juego, sino a una conducta antisocial compulsiva, de por sí nada gratificante
para el individuo y dañina para la sociedad.

161
28. LA PSICOTERAPIA DE LOS TRASTORNOS DEL CARÁCTER

(Trabajo leído en el 11º Congreso Europeo de Psiquiatría del Niño, celebrado en Roma
en mayo y junio de 1963)

Pese al título elegido para este trabajo, es imposible abstenerse de discutir el significado
de la expresión "trastorno del carácter". Como lo ha señalado Fenichel 17, cabe preguntarse si
existe algún análisis que no sea un "análisis del carácter". Todos los síntomas son el
resultado de actitudes específicas del yo, que en el análisis aparecen como resistencias y que
han sido adquiridas durante los conflictos infantiles. Así es en verdad y, hasta cierto punto,
todos los análisis son realmente análisis del carácter.
Y añade:
Los trastornos del carácter no constituyen una unidad nosológica. Los mecanismos en
los que se fundan pueden ser tan diferentes como aquellos en los que se basan las neurosis
sintomáticas. Por ende, un carácter histérico será más fácil de tratar que uno compulsivo y, a
su vez, éste será más fácil de tratar que un carácter narcisista.
Salta a la vista que la expresión "trastornos del carácter" es demasiado amplia para ser
útil, o bien tendré que utilizarla de un modo especial. Si opto por la segunda alternativa,
debo indicar qué uso le daré en este trabajo.
Ante todo, la confusión será inevitable a menos que se reconozca que los tres términos
—carácter, buen carácter y trastorno del carácter— traen a la memoria tres fenómenos muy
diferentes. Tratar simultáneamente a los tres sería caer en lo artificioso; sin embargo, los tres
están interrelacionados.
Freud escribió que "un carácter moderadamente confiable" era uno de los requisitos
fundamentales para el éxito del análisis, pero aquí nos estamos refiriendo a la no
confiabilidad como rasgo de la personalidad y Fenichel pregunta: ¿esta in-confiabilidad
puede ser tratada? Podría haber preguntado: ¿cuál es su etiología?
Al observar los trastornos del carácter, me doy cuenta de que estoy observando a
personas totales. La expresión "trastornos del carácter" implica cierto grado de integración
que es de por sí una señal de buena salud, desde el punto de vista psiquiátrico.
Los trabajos que precedieron al mío nos han enseñado muchas cosas y han fortalecido en
mí la idea de que el carácter es algo relacionado con la integración. El carácter es una
manifestación de una integración lograda; un trastorno del carácter es una deformación de la
estructura yoica, si bien se mantiene la integración. Quizá convenga recordar que en la
integración entra el factor tiempo: el carácter del niño se ha formado sobre la base de un
proceso evolutivo constante y, en este sentido, el niño tiene un pasado y un futuro.
Parecería oportuno utilizar el término "trastorno del carácter" para describir el intento de
un niño de adecuar sus propias anormalidades o deficiencias en el desarrollo. Siempre
suponemos que la estructura de la personalidad es capaz de soportar la tensión y el esfuerzo
impuestos por la anormalidad. El niño necesita avenirse a su pauta personal de angustia,
compulsión, modalidad temperamental, recelo, etc., y relacionarla con los requerimientos y
expectativas del ambiente inmediato.

17
O. Fenichel, The Psychoanalytic Theory of Neurosis, Nueva York, W. W. Norton, 1945. (Versión
castellana: Teoría psicoanalítica de las neurosis, Buenos Aires, Paidós, 1964.]

162
En mi opinión, el valor del término radica específicamente en una descripción de una
deformación de la personalidad que se produce cuando el niño necesita adecuar cierto grado
de tendencia antisocial. Esto nos lleva de inmediato a una enunciación del uso que le doy al
término.
Las palabras que utilizo nos permiten centrar la atención no tanto en la conducta, sino
más bien en las raíces de la mala conducta que abarcan toda el área intermedia entre la
normalidad y la delincuencia. Ustedes pueden estudiar la tendencia antisocial en su propio
hijo sano que a los 2 años toma una moneda de la cartera de su madre.
La tendencia antisocial siempre nace de una deprivación y representa el reclamo del niño
de volver, por detrás de ella, a la situación reinante cuando todo iba bien. Me es imposible
desarrollar el tema en este trabajo, pero debo mencionar lo que yo llamo "tendencia
antisocial" porque se la encuentra con regularidad al hacer la disección de los trastornos del
carácter. Al adecuar su propia tendencia antisocial, el niño tal vez la oculta, desarrolla una
formación reactiva contra ella (p. ej., se vuelve escrupuloso), se siente agraviado y adquiere
un carácter quejumbroso, o bien se especializa en tener ensueños diurnos, mentir, orinarse
en la cama, chuparse el pulgar o frotarse los muslos en forma compulsiva, evidenciar una
masturbación crónica leve, etc. Asimismo, puede manifestar periódicamente su tendencia
antisocial por intermedio de un trastorno de la conducta, siempre compulsivo y asociado a la
esperanza, que consiste en robar o en agredir y destruir.
Por consiguiente, desde mi punto de vista, los trastornos del carácter se refieren
principalmente a una deformación de la personalidad intacta provocada por los elementos
antisociales que contiene. El elemento antisocial es el que determina la intervención de la
sociedad (o sea, de la familia del niño, etc.), la cual debe hacer frente al desafío y sentir
agrado o desagrado por ese carácter y su trastorno.
Aquí tenemos, pues, el comienzo de una descripción:
Los trastornos del carácter no son sinónimo de esquizofrenia. En ellos hay una
enfermedad oculta, dentro de una personalidad intacta. De algún modo, y hasta cierto punto,
involucran activamente a la sociedad.
Podemos clasificarlos basándonos en:
El éxito o fracaso del individuo cuando su personalidad total intenta ocultar el elemento
de enfermedad. En este contexto tener éxito significa que la personalidad, pese a su
empobrecimiento, ha adquirido la capacidad de socializar la deformación del carácter para
encontrar beneficios secundarios, o bien para hacerla compatible con una costumbre social.
Fracasar significa que el empobrecimiento de la personalidad va acompañado de una falla en
el establecimiento de una relación con la sociedad en general, debida al elemento de
enfermedad oculto.
La sociedad desempeña un papel efectivo en la determinación del destino de la persona
afectada por un trastorno del carácter. Lo hace de diversos modos; por ejemplo:
Tolera hasta cierto punto la enfermedad del individuo.
Tolera la incapacidad del individuo de contribuir con algo.
Tolera o aun disfruta las deformaciones del modo en que el individuo contribuye con
algo.
O bien enfrenta el desafío de la tendencia antisocial del individuo, con una reacción
motivada por:
1) El deseo de venganza.
2) El deseo de socializar al individuo.
3) La comprensión y su aplicación a la prevención.
El individuo afectado por un trastorno del carácter puede adolecer de:

163
1) Empobrecimiento de la personalidad, sentimiento de agravio, irrealidad, conciencia
de la falta de un propósito serio para su vida, etc.
2) Incapacidad de socializarse.
Aquí tenemos una base para la psicoterapia, porque ella se relaciona con el sufrimiento
del individuo y su necesidad de ayuda. Empero, en los trastornos del carácter, el sufrimiento
interviene tan sólo en las etapas tempranas de la enfermedad; los beneficios secundarios
pronto prevalecen, alivian el sufrimiento e interfieren en el impulso del individuo de buscar
ayuda o aceptar la que le ofrezcan.
Debemos admitir que en lo pertinente al "éxito" (o sea, al ocultamiento y socialización
del trastorno del carácter) la psicoterapia enferma al individuo, porque la enfermedad ocupa
una posición intermedia entre la defensa y la salud del individuo. En cambio, cuando el
individuo "fracasa" en su intento de ocultar su trastorno, en una etapa temprana puede
experimentar un impulso inicial de buscar ayuda pero, a causa de las reacciones de la
sociedad, esta motivación no lo impele necesariamente a buscar un tratamiento para su
enfermedad más profunda.
El indicador con respecto al tratamiento de los trastornos del carácter es el papel que
desempeña el ambiente en la cura natural. El ambiente puede "curar" los casos muy leves
porque la causa del trastorno fue una falla ambiental en el área del soporte del yo y la
protección, producida en una etapa de dependencia del individuo. Esto explica por qué los
niños suelen "curarse" de un trastorno incipiente en el curso evolutivo de su propia niñez
mediante el simple uso de la vida doméstica. Los padres tienen una segunda oportunidad de
sacar a flote a sus hijos e incluso una tercera, pese a las fallas (en su mayoría inevitables)
habidas en su manejo en las etapas más tempranas de su vida, cuando el niño es muy
dependiente. La vida familiar es, pues, el medio que ofrece la mejor oportunidad para
investigar la etiología de los trastornos del carácter. A decir verdad, es en esa vida familiar (o
en su sustituto) donde va formándose de manera positiva el carácter del niño.

ETIOLOGÍA DE LOS TRASTORNOS DEL CARÁCTER

Cuando se estudia la etiología de estos trastornos hay que dar por descontados, por un
lado, el proceso de maduración del niño, la esfera libre de conflictos del yo (Hartmann) y el
movimiento de avance impulsado por la angustia (Klein) y, por el otro, la función ambiental
que facilita los procesos de maduración. En todos los casos, la maduración efectiva del niño
requiere una provisión ambiental suficientemente "buena".
Teniendo presentes estas premisas, podemos decir que hay dos deformaciones extremas
y que ellas se relacionan con la etapa de maduración durante la cual la falla ambiental
sometió, en verdad, a un esfuerzo excesivo a la capacidad de organización defensiva del yo:
En un extremo está el ocultamiento por el yo de las formaciones de síntomas
psiconeuróticos (disposición relacionada con la angustia propia del complejo de Edipo). En
este caso la enfermedad oculta es una cuestión de conflicto dentro de lo inconsciente
personal.
En el otro extremo está el ocultamiento por el yo de las formaciones de síntomas
psicóticos (escisión, disociaciones, deslizamiento fuera de la realidad, despersonalización,
regresión y dependencias omnipotentes, etc.). En este caso la enfermedad oculta está en la
estructura yoica.
No obstante, la intervención esencial de la sociedad no depende de que la enfermedad
oculta sea psiconeurótica o psicótica. De hecho, en los trastornos del carácter está presente
otro elemento más: la percepción correcta por el individuo, en un momento de su temprana
infancia, de que al principio todo iba bien o suficientemente bien, pero luego todo marchó
mal. En otras palabras, el individuo percibe que en un momento dado, o a lo largo de una

164
fase evolutiva, hubo una falla efectiva en el soporte del yo que sostenía su desarrollo
emocional. Esta perturbación provocó en él una reacción que ocupó el lugar del simple
crecimiento. Los procesos de maduración quedaron obstruidos por una falla del ambiente
facilitador.
Si es correcta, esta teoría de la etiología de los trastornos del carácter conduce a una
nueva descripción de su gestación. A lo largo de su vida, el individuo que entra en esta
categoría lleva encima dos cargas separadas. Una es, por supuesto, la carga cada vez más
pesada de un proceso de maduración perturbado y, en algunos aspectos, atrofiado o
postergado. La otra es la esperanza de que el ambiente reconozca y repare la falla específica
que ocasionó el daño; esta esperanza nunca se extingue del todo. En la gran mayoría de los
casos, los padres, familiares o custodios del niño admiten el hecho del "abandono" (tan a
menudo inevitable) y logran que el niño se recupere del trauma haciéndolo pasar por un
período de manejo especial, de mimos o de lo que podríamos llamar cuidado mental.
Si la familia no remedia sus fallas el niño sigue adelante con ciertas desventajas, por
cuanto:
1.) está empeñado en arreglárselas para llevar una vida propia, a pesar de la falta de
desarrollo emocional;
2) está constantemente expuesto a tener momentos de esperanza, en los que le parecería
posible obligar al ambiente a efectuar una cura; de ahí sus actuaciones.
Entre el estado clínico del niño así dañado y la reanudación de su desarrollo emocional
(con todas sus connotaciones desde el punto de vista de la socialización) se interpone la
necesidad de inducir a la sociedad a reconocer y reparar el daño. Detrás de la inadaptación
de un niño siempre hay una falla del ambiente, que no se adaptó a las necesidades absolutas
de ese niño en un momento de relativa dependencia (falla que es al principio una falla en la
asistencia y el cuidado). A ella puede añadírsele ulteriormente una falla de la familia, al no
curar los efectos de las fallas anteriores, y otra de la sociedad, cuando ocupa el lugar de la
familia. Permítaseme subrayar que, en este tipo de casos, es posible demostrar que la falla
inicial ocurrió en un momento en que el desarrollo del niño acababa de posibilitarle la
percepción de la falla como hecho real, así como de la índole de la inadaptación ambiental.
El niño muestra ahora una tendencia antisocial. Como ya he dicho, en la etapa previa a la
adquisición de los beneficios secundarios, dicha tendencia siempre es una manifestación de
esperanza. Puede mostrarla de dos maneras:
1) Planteando reclamos a los otros respecto a: tiempo, preocupación por él, dinero, etc.
(manifestados mediante el robo).
2) Abrigando la expectativa de que alcanzará el grado de fortaleza y organización
estructurales, y de "retorno", esencial para que el chico pueda descansar, relajarse,
desintegrarse y sentirse seguro (manifestada mediante la destrucción, que provoca a su vez
un manejo enérgico del niño).
Esta teoría de la etiología de los trastornos del carácter me servirá de base para examinar
el tema de la terapia.

INDICACIONES PARA LA TERAPIA

El tratamiento de estos trastornos tiene tres metas:


1) Hacer una disección profunda, que llegue hasta la enfermedad oculta que sale a la luz
en la deformación del carácter. Puede haber un período preparatorio, durante el cual se invita
al individuo a convertirse en paciente, o sea, a enfermarse en vez de ocultar la enfermedad.
2) Responder a la tendencia antisocial que, desde el punto de vista del terapeuta,
evidencia la esperanza que alienta el paciente. Se responderá a ella como si fuera un S.O.S.,
un grito del corazón, una señal de socorro.

165
3) Hacer un análisis que tome en cuenta la deformación del yo y la explotación, por el
paciente, de las mociones del ello durante sus tentativas de autocuración.
El intento de responder a la tendencia antisocial del paciente presenta dos aspectos:
Posibilitar sus reclamos de que tiene derechos con respecto al amor y confiabilidad de
una persona.
Suministrarle una estructura de sostén del yo, relativamente indestructible.
De esto se infiere que el paciente "actuará" de tiempo en tiempo; sus actuaciones pueden
ser manejadas e interpretadas en tanto guarden relación con la transferencia. Los problemas
que aparecen en la terapia se refieren a la actuación antisocial que está fuera del mecanismo
terapéutico total, o sea, que involucra a la sociedad.
La enfermedad oculta y la deformación del yo requieren un tratamiento psicoterapéutico,
pero al mismo tiempo se debe tratar de contrarrestar la tendencia antisocial a medida que
vaya manifestándose. Esta parte de la terapia tiene por objeto llegar hasta el trauma original.
Esto debe hacerse durante la psicoterapia o, si ésta no es asequible, durante el manejo
especializado que se suministre.
En el curso de este trabajo, las fallas del terapeuta o de quienes manejen la vida del niño
serán reales y podrán mostrarse como otras tantas reproducciones simbólicas de las fallas
originales. Su realidad es genuina, especialmente en la medida en que el paciente haya
retornado al estado de dependencia propio de la edad en que sufrió la deprivación, o lo
recuerde. El reconocimiento de la falla del analista o custodio capacita al paciente para
experimentar el sentimiento de rabia que corresponde, en vez de sentirse traumatizado. El
paciente necesita retrotraerse a la situación reinante antes del trauma original, a través del
trauma transferencial. (En algunos casos, se da la posibilidad de que el paciente llegue muy
pronto hasta el trauma de deprivación en la primera entrevista). La reacción ante la falla
actual sólo tiene sentido si ésta es la falla ambiental original, desde el punto de vista del
niño. La reproducción de ejemplos en el tratamiento tal como surgen de la falla ambiental
original, junto con la pertinente experiencia de rabia del paciente, liberan los procesos de
maduración de éste. Debemos recordar que el paciente se encuentra en un estado de
dependencia y necesita recibir un soporte del yo, así como un manejo ambiental (sostén),
dentro del encuadre del tratamiento. La fase siguiente tiene que ser un período de
crecimiento emocional, durante el cual el carácter se fortalezca positivamente y pierda sus
deformaciones.
En circunstancias favorables la actuación propia de estos casos queda confinada a la
transferencia, o bien se la puede incorporar a ella en forma productiva interpretando el
desplazamiento, el simbolismo y la proyección. En un extremo está la cura "natural" común,
que acontece dentro de la familia del niño. En el otro están los pacientes con perturbaciones
graves, cuya actuación puede imposibilitar el tratamiento mediante interpretaciones, pues el
trabajo se ve interrumpido por las reacciones de la sociedad ante los robos o actos
destructivos que comete el paciente.
En un caso moderadamente grave se puede manejar la actuación, siempre y cuando el
terapeuta comprenda su significado e importancia. Puede decirse que la actuación es la
alternativa de la desesperación. La mayor parte del tiempo, el paciente desespera de poder
corregir el trauma original; de ahí que viva en un estado de depresión relativa o de
disociaciones que enmascaran la amenaza constante de caer en un estado caótico. Sin
embargo, cuando empieza a trabar una relación de objeto o a investir a una persona, se pone
en marcha una tendencia antisocial, una compulsión a plantear reclamos por medio del robo
o de una conducta destructiva y así activar un manejo duro, o incluso vengativo.
En todos los casos, para que la psicoterapia tenga éxito, el analista debe observar al
paciente durante una o muchas de estas molestas fases de conducta antisocial manifiesta... y,
con excesiva frecuencia, el tratamiento es interrumpido justamente en esos momentos

166
molestos. No siempre se abandona un caso porque la situación se ha vuelto intolerable; es
igualmente probable que se lo abandone porque los padres, familiares o custodios ignoran
que estas fases de actuación son inherentes al caso y pueden tener un valor positivo.
Estas fases del manejo o tratamiento presentan dificultades tan grandes en los casos
graves, que la ley —o sea, la sociedad— se hace cargo de ellos y deja en suspenso su
tratamiento psicoterapéutico. La piedad o la benevolencia dejan paso a la venganza de la
sociedad; el individuo deja de sufrir y de ser un paciente, transformándose en un criminal
con delirio de persecución.
Deseo llamar la atención de ustedes con respecto al elemento positivo contenido en los
trastornos del carácter. El hecho de que un individuo que está intentando acomodar cierto
grado de tendencia antisocial no llegue a tener un trastorno del carácter indica que está
expuesto a sufrir un derrumbe psicótico. El trastorno del carácter indica que la estructura
yoica del individuo puede ligar las energías relacionadas con la atrofia de los procesos de
maduración, así como las anormalidades en la acción recíproca entre el niño y la familia. En
tanto los beneficios secundarios no adquieran importancia, la personalidad con trastornos del
carácter siempre estará expuesta a derrumbarse y caer en la paranoia, la depresión maníaca,
la psicosis o la esquizofrenia.
En suma, podemos describir el tratamiento de estos trastornos partiendo de la premisa de
que es el mismo que se aplica a cualquier otro trastorno psicológico, o sea, el psicoanálisis
(siempre y cuando sea asequible). Tal premisa debe ir seguida de estas consideraciones:
1) El psicoanálisis puede tener éxito, pero el analista debe prever que encontrará una
actuación en la transferencia, comprender su significado e importancia y ser capaz de
asignarle valor positivo.
2) El análisis puede tener éxito pero a la vez resultar difícil por las características
psicóticas que posee la enfermedad oculta, que obligan a que el paciente se convierta en un
enfermo (p.ej., en un psicótico o esquizoide) antes de empezar a mejorar; el analista deberá
echar mano a todos sus recursos para tratar los característicos mecanismos de defensa
primitivos.
3) El análisis puede ir bien encaminado pero, si la actuación no queda confinada a la
relación de transferencia, el paciente será apartado del analista y mantenido fuera de su
alcance, ya sea por la reacción de la sociedad ante su tendencia antisocial o por la aplicación
de la ley. Este caso puede presentar muchas variantes, dada la variabilidad con que reacciona
la sociedad, que va desde la venganza brutal hasta mostrarse dispuesta a darle al paciente la
oportunidad de una socialización tardía.
4) Muchos casos de trastorno incipiente se tratan con éxito en el hogar del niño, ya sea
mediante una o varias fases de manejo especial (en las que se "malcría" al niño) o mediante
un cuidado especialmente personal (o un control estricto) a cargo de una persona que ama al
niño. El tratamiento no psicoterapéutico de los trastornos incipientes o tempranos, por medio
del manejo grupal, es una extensión del método anterior. La misión de estos grupos es
suministrarle al niño un manejo especial que su familia no le puede dar.
5) A veces un paciente llega al consultorio del terapeuta manifestando ya una tendencia
antisocial arraigada y una actitud empedernida, fomentada por los beneficios secundarios.
En tales casos no se recurre al psicoanálisis, sino que se procura suministrar un manejo
firme por personas comprensivas, a modo de tratamiento y antes de que se suministre uno
correctivo por orden judicial. La psicoterapia individual podría servir de tratamiento
adicional, si fuera accesible.
6) Un caso de trastorno del carácter puede presentarse como caso judicial; aquí, la
reacción de la sociedad está representada por la orden judicial que dispone la libertad
vigilada del menor, o bien, su reclusión en una escuela de readaptación social o un
establecimiento carcelario.

167
Cuando se imparte en una fase temprana del trastorno del carácter, la orden judicial de
reclusión puede contribuir de manera positiva a la socialización del paciente. Una vez más
hallamos un paralelo entre la reacción de la sociedad y la cura natural que suele aplicar la
familia del paciente: para éste, dicha reacción es una demostración práctica del "amor" que
le tiene la sociedad, o sea, de su buena disposición para "sostener" su self no integrado y
enfrentar la agresión con firmeza (con el fin de restringir los efectos de los episodios
maníacos) y al odio con el odio (en la medida adecuada y bajo control). Esta última es la
mejor forma de manejo satisfactorio que recibirán jamás algunos niños deprivados; muchos
menores deprivados, antisociales y revoltosos se transforman de fierecillas ineducables en
chicos educables bajo el régimen estricto de un hogar de derivación . Esta mejoría, obtenida
en una atmósfera dictatorial, encierra un doble peligro: que tal sistema produzca dictadores y
aun persuada a los pedagogos de que una atmósfera de severa disciplina, con reglas y
deberes que ocupen hasta el último minuto del día, es un buen tratamiento educativo para los
niños normales... cuando, en realidad, no lo es.

LAS NIÑAS

En términos generales, todo lo dicho hasta aquí se aplica tanto a los varones como a las
niñas. Empero, en la etapa de la adolescencia, la naturaleza del trastorno del carácter difiere
por fuerza de un sexo a otro. Por ejemplo, las muchachas tienden a manifestar su tendencia
antisocial ejerciendo la prostitución, y uno de los peligros de la actuación es que tengan
hijos ilegítimos. En la prostitución hay beneficios secundarios. Uno de ellos es el
descubrimiento, por las adolescentes, de que prostituyéndose pueden contribuir con algo a la
vida de la sociedad, cosa que no pueden hacer por ningún otro medio. Encuentran a muchos
hombres que se sienten solos, que buscan una relación más que el placer sexual y están
dispuestos a pagar por ella. Asimismo, estas muchachas esencialmente solitarias logran
establecer contacto con otras adolescentes prostitutas. El tratamiento de las adolescentes
antisociales que han empezado a experienciar los beneficios secundarios de la prostitución
presenta dificultades insuperables. En este contexto, tal vez no tenga sentido pensar en un
tratamiento. En muchos casos ya es demasiado tarde para aplicarlo. Lo mejor es desistir de
todo intento de curar la prostitución y, en cambio, concentrar los esfuerzos en darles a estas
muchachas techo, comida y la oportunidad de mantenerse sanas y limpias.

EJEMPLOS CLÍNICOS

Un caso común

En un tiempo, tuve bajo tratamiento psicoanalítico a un niño que se hallaba en la etapa


de latencia tardía, al que vi por primera vez cuando tenía 10 años, y que desde su muy
temprana infancia (poco después de su nacimiento y mucho antes de su destete, acaecido a
los 8 meses) había sido muy inquieto y propenso a los estallidos de furia. Su madre era una
neurótica que había pasado su vida en un estado depresivo fluctuante. El niño robaba y solía
tener arrebatos agresivos. Su análisis marchaba bien y, en un año de sesiones diarias,
habíamos llevado a cabo un considerable trabajo analítico franco y directo.
No obstante, cuando su relación conmigo adquirió importancia, se excitó mucho, trepó al
techo de la clínica, inundó el subsuelo e hizo tal alboroto que debimos interrumpir el
tratamiento. A veces su conducta entrañaba un peligro para mí: un día se introdujo por la
fuerza en mi auto, estacionado fuera de la clínica, y lo puso en marcha en primera por medio
del arranque automático, al no tener la llave de contacto. Por la misma época reincidió en los

En inglés: remand home; es una especie de hogar de tránsito para menores que serán derivados a otras
instituciones. (N. del T.]

168
robos y la conducta agresiva fuera del medio terapéutico. El Juzgado de Menores lo envió a
una escuela de readaptación social, precisamente cuando el trata miento psicoanalítico
estaba en su apogeo. Si yo hubiese sido mucho más fuerte que él, tal vez habría manejado
esta fase y tenido la oportunidad de completar el análisis; pero, dada la situación, debí
abandonar el caso. (A este muchacho le fue moderadamente bien en la vida. Entró a trabajar
como camionero —un oficio adecuado a su temperamento inquieto— y, en la época en que
hice el seguimiento del caso, llevaba 14 años en el puesto. Se había casado y tenía tres hijos.
Su esposa se había divorciado de él, tras lo cual él se había mantenido en contacto con su
madre, de quien obtuve los datos para el seguimiento).
Tres casos favorables
Un niño de 8 años empezó a robar. Tenía un buen hogar. A los 2 años había sufrido una
deprivación relativa, cuando su madre quedó embarazada y fue presa de una angustia
patológica. Los padres lograron atender las necesidades especiales del niño y casi habían
llevado a cabo una cura natural. Los ayudé en esta larga tarea haciéndoles comprender, en
alguna medida, lo que estaban haciendo. En una consulta terapéutica, efectuada cuando el
niño tenía 8 años, pude hacerle "palpar" su deprivación. En un salto regresivo, el niño volvió
a una relación de objeto con la madre buena de su infancia y dejó de robar.
Cierta vez me trajeron en consulta a una niña de 8 años, a causa de sus robos. Tenía un
buen hogar y entre los 4 y 5 años había sufrido en él una deprivación relativa. En una sola
consulta psicoterapéutica, la niña retrocedió a su contacto infantil temprano con una madre
buena y, a partir de entonces, cesaron sus robos. También se orinaba y se ensuciaba; esta
manifestación leve de su tendencia antisocial persistió por un tiempo.
Un niño de 13 años, pupilo en una escuela privada muy distante de su hogar (que, por lo
demás, era bueno), estaba cometiendo robos en gran escala, tajeando sábanas y alterando el
orden por diversos medios: metía en líos a sus condiscípulos, escribía obscenidades en los
baños, etc. En una consulta terapéutica pudo comunicarme que a los 6 años había pasado por
un período de tensión intolerable, cuando lo enviaron a la escuela de pupilos. Llegué a un
acuerdo con los padres para que este niño, que era el segundo de tres hermanos, pudiera
tener un período de "cuidado mental" en su propio hogar. Lo utilizó para hacer una fase
regresiva y luego concurrió a una escuela diurna. Más adelante ingresó como pupilo en una
escuela de la vecindad. Sus síntomas antisociales cesaron bruscamente después de esta única
entrevista conmigo y el seguimiento indica que le ha ido bien. Ya ha egresado de la
universidad y se está afianzando como hombre adulto. En este caso resulta particularmente
cierto que el paciente trajo consigo la comprensión de su problema; sólo necesitaba que los
hechos fueran reconocidos y que se intentara remediar, en forma simbólica, la falla
ambiental.
Comentario. En estos tres casos, en los que se pudo prestar ayuda cuando los beneficios
secundarios aún no habían adquirido importancia, mi actitud general como psiquiatra hizo
posible que cada niño declarara un área específica de deprivación relativa. El hecho de que
esto fuera aceptado como algo real y verdadero capacitó al niño para saltar hacia atrás, por
encima de la brecha, y renovar una relación con objetos buenos que había sido bloqueada.
Un caso fronterizo entre trastorno del carácter y psicosis
Un muchacho lleva ya varios años bajo mi cuidado, aunque sólo lo he visto una vez. La
mayoría de mis contactos han sido con la madre, en tiempos de crisis. Muchas personas han
tratado de prestar ayuda directa al joven, que ahora tiene 20 años, pero él pronto se vuelve
reacio a cooperar.
Su cociente intelectual es alto y todos aquellos a quienes ha permitido que le enseñen
algo han dicho que podría ser un actor, poeta, pintor, músico, etc., excepcionalmente

169
brillante. Concurrió a varias escuelas, siempre por períodos breves, pero como autodidacto
se mantuvo muy por delante de sus pares; en la adolescencia temprana su método consistía
en ayudar a sus amigos en sus tareas escolares, como lo haría un preceptor, y luego
mantenerse en contacto con ellos.
Durante el período de latencia fue hospitalizado. Le diagnosticaron una esquizofrenia,
pero él nunca aceptó su condición de paciente y emprendió el "tratamiento" de otros
muchachos. Por último se fugó del hospital y pasó un largo período sin instrucción escolar.
Solía tenderse en la cama y escuchar música lúgubre, o encerrarse con llave en su hogar para
que nadie pudiera llegar hasta él. Amenazaba constantemente con suicidarse, sobre todo a
causa de sus violentas aventuras amorosas. De tiempo en tiempo organizaba fiestas
interminables, en cuyo transcurso a veces se cometían daños contra la propiedad.
El muchacho vivía con su madre en un departamento pequeño. La mantenía siempre
sobre ascuas, sin darle nunca la menor posibilidad de salir de esa situación, por cuanto no
estaba dispuesto a marcharse del hogar, ni a ir a la escuela, ni a concurrir a un hospital, y era
lo bastante listo como para hacer exactamente lo que quería sin caer jamás en el delito, con
lo cual se mantenía fuera de la jurisdicción judicial.
He ayudado a la madre en varias oportunidades, poniéndola en contacto con la policía, el
servicio de libertad vigilada y otros organismos de asistencia social. Cuando el muchacho se
declaró dispuesto a concurrir a determinada escuela secundaria, "tiré de algunos hilos" para
posibilitar su ingreso. Los profesores lo encontraron muy adelantado con respecto de su
grupo etario y lo alentaron mucho, entusiasmados por su talento... pero él abandonó el
colegio antes de terminar sus estudios y obtuvo una beca en una buena escuela de arte
dramático de nivel terciario A esa altura decidió que su nariz respingada era deforme y
acabó por persuadir a su madre de que le costeara una operación de cirugía plástica para
enderezarla. Luego encontró otras razones que le impedían avanzar y triunfar en la vida, sin
darle a nadie, empero, oportunidad alguna de ayudarlo. Esta situación persiste. En la
actualidad, el joven está internado en observación en un hospital psiquiátrico, pero ya
hallará el modo de salir de él y establecerse una vez más en su hogar.
La historia temprana de este joven nos da la pista para explicar la parte antisocial de su
trastorno del carácter. En realidad, el fue el producto de un matrimonio que tuvo un
comienzo desdichado y un rápido fin; a poco de separarse de la madre, el padre se volvió
paranoide. La pareja se había casado inmediatamente después de una tragedia y su unión
estaba condenada al fracaso, porque la mujer todavía no se había recuperado del golpe. Esa
tragedia había sido la muerte de su adorado novio, que ella achacaba a un descuido del
hombre con quien se casó enseguida.

Este muchacho podría haber recibido ayuda a edad temprana, quizás a los 6 años,
cuando lo llevaron por primera vez al consultorio de un psiquiatra. En esa ocasión, el niño
podría haber guiado al psiquiatra hasta el material de su deprivación relativa y, a su vez, el
profesional podría haberle explicado el problema personal de su madre y por qué mantenía
con él una relación ambivalente. Pero, en vez de esto, el psiquiatra dispuso su
hospitalización. De ahí en adelante el niño se endureció hasta convertirse en un caso de
trastorno del carácter, en una persona que atormenta compulsivamente a su madre, sus
maestros y sus amigos.
En esta serie de resúmenes de casos no he procurado describir un ejemplo de tratamiento
psicoanalítico.
Los casos tratados exclusivamente por medio del manejo son innumerables e incluyen a
todos los niños que al sufrir algún tipo de deprivación son adoptados, enviados a un hogar
temporario o internados en pequeños albergues dirigidos al modo de las instituciones
terapéuticas, que ofrecen atención personalizada. Si describiera un caso perteneciente a esta
categoría, daría una impresión falsa. En verdad, es preciso llamar la atención con respecto al

170
hecho de que el tratamiento de los trastornos del carácter incipientes siempre tiene éxito,
sobre todo en el hogar y en toda clase de grupos sociales, y con total independencia de la
psicoterapia.
No obstante, el trabajo intensivo con los pocos casos que lo requieren es el que esclarece
el problema de los trastornos del carácter —lo mismo puede decirse de otros tipos de
trastornos psicológicos— y el trabajo de los grupos psicoanalíticos en diversos países es el
que ha echado las bases para una formulación teórica, además de haber empezado a dar a los
equipos de terapeutas especializados una explicación sobre las razones de sus tan frecuentes
éxitos en la prevención o tratamiento de los trastornos del carácter.

171
29. LA DISOCIACIÓN REVELADA EN UNA CONSULTA TERAPÉUTICA

(Capítulo preparado en 1965 para el libro Crime, Law and Corrections)

Me propongo tomar y discutir un detalle del cuadro clínico antisocial, cuya importancia
deriva de la regularidad con que se reitera en las historias clínicas. Para ejemplificar lo que
quiero decir, describiré una entrevista psicoterapéutica a una niña de 8 años que después de
esa sesión puso fin a sus robos reiterados, de lo que cabría inferir que fue significativa. El
detalle que sirve de tema a este estudio aparece hacia el final. El lector deberá tener presente
esto, mientras asimile todo el contenido de una prolongada entrevista en la que se trataron
otras cuestiones.

TEMA EN DISCUSIÓN

En los casos que relatan los padres y maestros, reaparecen una y otra vez declaraciones
como ésta: "El muchacho negó haber robado objeto alguno. No parecía manifestar el menor
sentimiento de culpa, ni de responsabilidad. Sin embargo, al verse confrontado con sus
huellas digitales y tras un interrogatorio persistente, admitió haber robado las mercaderías".
Por lo común, a esta altura de las circunstancias el muchacho sospechoso empieza a
cooperar con el investigador y da muestras de que en todo momento supo lo que negaba
saber. Lo mismo da que el menor bajo sospecha o investigación sea varón o niña.

Ejemplo de disociación tomado de una historia clínica

Los padres de un muchacho de 14 años me relataron detalladamente su temprana


infancia. Su desarrollo había sido normal hasta los 3 años en la que fue hospitalizado a raíz
de una grave enfermedad física. Pareció recuperarse de esta experiencia. Cuando tenía 5
años sus padres se mudaron de la ciudad al campo, por lo que él debió cambiar de escuela.
Su personalidad se alteró. Por un tiempo se reunió con chicos rudos e indóciles, formó un
grupo con ellos y se convirtió en un niño muy difícil. Perdió todo poder de concentración y
de hecho abandonó sus tareas escolares, que había cumplido bien en los diversos colegios a
los que había asistido hasta entonces. La directora de la escuela le tenía simpatía, pero él no
cesaba de importunarla. Por la misma época dejó de relacionarse fácilmente con las mujeres,
se volvió intolerante hacia todas ellas y estrechó su comunicación con el padre. Luego de
este período de dificultades, y a raíz de él, sus padres lo enviaron a una escuela
especializada, porque su retraso intelectual y sus malos modales lo habían vuelto inaceptable
para las escuelas comunes. En todo este lapso el niño siempre había evidenciado poseer, por
lo menos, un nivel medio de inteligencia.
Los padres sabían ahora que tenían ante sí un problema. Renunciaron a sus ambiciones
con respecto al hijo y le buscaron otra escuela muy especializada, con la esperanza de que
allí lo curarían. Me lo trajeron en consulta porque en esta escuela no había tenido ninguna
mejoría.
Pregunté si robaba y me dijeron que no, aunque recientemente habían hallado en su
poder unos sobrantes del dinero para gastos de viaje, que debería haber devuelto. Ante los
primeros regaños, el niño negó todo conocimiento de lo que había hecho. Lo mismo sucedió
cuando le pregunté si destruía objetos. Cierta vez tomó una pistola de aire comprimido del
armario en el que su padre guardaba las armas y aterrorizó con ella a todos. Cuando lo

172
reprendieron pasó un día entero respondiendo con mentiras, hasta que se dio por vencido,
confesó de plano y dijo que había sido un estúpido.
Es indudable que esta familia no maneja al hijo con rigor excesivo. Los padres son muy
capaces de asumir responsabilidades sin exagerar su severidad. El problema radica en el
niño, que se ve compelido a actuar de manera impropia. Ahora tiene 14 años y lo
encontraron fumando. El director de la escuela conversó con él al respecto. El muchacho
confesó, admitió que había infringido las reglas y prometió no reincidir. A los pocos días
volvieron a sorprenderlo fumando y esta vez no tuvo nada que decir.
Este muchacho es un adolescente deprivado y un tanto paranoide que vive en su propio
hogar, con una buena familia. Le cuesta hacerse de amigos; dicen que desea con vehemencia
la amistad de otros, pero es incapaz de conquistarla. Cuando le dijeron que podía ver a un
doctor, supo enseguida a qué se referían y escribió a su familia: "Espero que el doctor pueda
enderezar las cosas". Tenía conciencia de algo que era incapaz de evitar mediante un
esfuerzo deliberado; en otras palabras, padecía de una compulsión que no podía explicar, y
cuando descubría lo que había hecho impelido por esa compulsión, no podía creerlo.
Me propongo fomentar el estudio de esta situación que, de hecho, atrae nuestra atención
hacia aspectos interesantes de la teoría de la conducta antisocial.

FORMULACIÓN PRELIMINAR

Mi tesis es que este tipo de historia clínica ofrece un ejemplo de disociación. El


progenitor o el director de la escuela le habla al niño de una parte disociada y, al
responderle, ese niño no miente. Al negar conocimiento de lo sucedido, el niño está
afirmando algo que es cierto para él como totalidad; para el niño el aspecto del self que
cometió el acto no forma parte de su personalidad total. Algunos dirán quizá que estamos
frente a una escisión de la personalidad. Empero, tal vez sea mejor reservar el término
"escisión" (splitting) para los mecanismos de defensa primitivos subyacentes en la
sintomatología de las personalidades esquizofrénicas o fronterizas, o de individuos con
esquizofrenia oculta, y retener el término "disociación" (dissociation) para describir los
casos en que es posible establecer una comunicación con el self principal sobre una parte de
este mismo self.
Este tipo de desintegración parcial es característico del niño antisocial de uno u otro
sexo. Si se lleva adelante la investigación, es posible que el sospechoso acabe por pasar de
esta área de verdadero "estar siendo" (true being) a otra clase de integración, conforme a su
capacidad de lograr dicha integración en el área intelectual del funcionamiento del yo.
Adviértase que cuando ese muchacho o chica admite haber cometido el acto, el
investigador ya le está hablando al aparato intelectual. A esta altura la integración no resulta
difícil. El individuo es capaz de saber, comprender y recordar; las fuerzas que producen la
disociación han dejado de actuar. Ahora el individuo admite su culpa, pero no la siente.
Su respuesta, que antes era negativa, ahora es afirmativa. Este cambio ha ido
acompañado de una modificación de la relación entre el investigador y el sospechoso. El
segundo se ha vuelto inaccesible, salvo en lo pertinente al aspecto intelectualizado de su
personalidad, y de nada vale ya que el investigador continúe indagándolo, si bien el cambio
puede resultar conveniente desde el punto de vista sociológico. Tal vez convenga llegar
hasta los hechos, pero éstos no tienen valor alguno si se intenta ayudar al sospechoso.
En suma, el psicoterapeuta tiene una posibilidad de ayudar al individuo en tanto éste dé
una respuesta negativa absolutamente sincera, porque es la parte principal de su
personalidad la que necesita ser ayudada. Esa persona, en su totalidad, actuó bajo una
compulsión cuyas raíces eran inaccesibles para su self consciente, por lo que podemos decir
que ella padece de una actividad compulsiva. Donde hay sufrimiento puede prestarse ayuda.

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FORMULACIÓN ADICIONAL

Si desarrollamos aun más esta idea, tendremos que formular o reformular la teoría sobre
la conducta antisocial.
Vale la pena postular la existencia de una tendencia antisocial. El valor de esta expresión
radica en que abarca no sólo aquello que convierte a un niño en un individuo de
temperamento antisocial, sino también los actos delictuosos, leves y graves, propios de la
vida hogareña corriente. En toda familia siempre se cometen delitos leves; es casi normal
que un niño de 2 años y medio robe una moneda del monedero de la madre, o que un niño
de más edad hurte de la despensa algún producto muy especial. Por lo demás, todos los
niños cometen daños contra pertenencias domésticas. Estos actos sólo se tildarían de
conducta antisocial si el niño viviera en un internado.
También debemos incluir en este rubro la enuresis, la encopresis y la pseudología (una
tendencia muy cercana al robo). No existe una separación neta entre estos actos delictuosos
y la tendencia del niño a dar por sentado que le permitirán hacer un poco de barullo,
desgastar su ropa y su calzado, lavar mal las cosas, descuidar su higiene personal y, en el
caso de los bebés, ensuciar un sinnúmero de pañales.
La expresión "tendencia antisocial" puede extenderse hasta abarcar cualquier reclamo de
la energía, el tiempo, la credulidad o la tolerancia maternos o parentales que exceda los
límites razonables. Claro está que un mismo reclamo puede parecerle razonable a un padre e
irrazonable a otro...
Puede aceptarse como un hecho que no hay una clara línea demarcatoria entre la
conducta antisocial compulsiva de un individuo que reincide en el delito, en un extremo, y,
en el otro, las exigencias exageradas casi normales que se les hacen a los padres en la vida
diaria de cualquier hogar. Por lo general puede demostrarse que los padres que tratan a un
hijo con excesiva indulgencia practican con él psicoterapia, habitualmente útil, de una
tendencia antisocial del niño —salvo que lo malcríen por razones propias y no por las
derivadas de las necesidades de la criatura—.

FORMULACIÓN TEÓRICA SIMPLIFICADA

En su definición más simple, la tendencia antisocial es un intento de plantear un


reclamo. Normalmente se otorga lo reclamado. En sicopatología, el reclamo es una negación
de que se perdió el derecho a plantear reclamos. En la conducta antisocial patológica, el niño
antisocial se ve impulsado a remediar la falla olvidada y a obligar a la familia y la sociedad a
hacer otro tanto. La conducta antisocial corresponde a un momento de esperanza en un niño
que en otras circunstancias se siente desesperanzado. La tendencia antisocial nace de una
deprivación; la finalidad del acto antisocial es remediar el efecto de la deprivación
negándola. La dificultad que surge en la situación real tiene dos aspectos:
1) El niño ignora cuál fue la deprivación original.
2) La sociedad no está dispuesta a tener en cuenta el elemento positivo de la actividad
antisocial, en parte porque le molesta verse agraviada o dañada (lo cual es muy natural),
pero también porque no es consciente de este punto importante de la teoría.
Debe hacerse hincapié en que la tendencia antisocial está fundada en una deprivación y
no en una privación. Esta última produce otro resultado: si la ración básica de ambiente
facilitador es deficiente, se distorsiona el proceso de maduración y el resultado no es un
defecto en el carácter, sino en la personalidad.
La etiología de la tendencia antisocial comprende un período inicial de desarrollo
personal satisfactorio y una falla ulterior del ambiente facilitador, que el niño siente aunque
no la aprecie intelectualmente. El niño puede conocer esta secuencia de hechos: "Me iba

174
bastante bien; después, no pude seguir desarrollándome. Sucedió cuando vivía en... y tenía...
años, y ocurrió un cambio". En condiciones especiales (p.ej., en psicoterapia) puede hacerse
actual en un niño este entendimiento basado en la memoria. Mentiríamos si dijéramos que el
niño suele sostener estas ideas conscientemente, pero así sucede a veces y es común que un
niño tenga un conocimiento claro de la deprivación en una versión posterior de la misma:
por ejemplo, un período de soledad insoportable, experienciado a los 7 años de edad y
asociado con la congoja ante una muerte o el ingreso en una escuela de pupilos, con el
consiguiente alejamiento del hogar.
Es obvio que la deprivación no distorsionó la organización del yo del hiño (psicosis),
pero sí lo movió a obligar al ambiente a reconocer el hecho de su deprivación. A menos que
se sienta desesperanzado, el niño siempre debe tratar de saltar hacia atrás por sobre el área
de zozobra intolerable y llegar hasta el período anterior recordado, cuando él y sus padres
daban por sentada su dependencia y el niño hacía a sus padres una demanda apropiada a su
edad y a la capacidad de ellos para adaptarse a las necesidades de cada hijo.
Así pues, la tendencia antisocial puede ser una característica de los niños normales, así
como de los niños de cualquier tipo o diagnóstico psiquiátrico, salvo la esquizofrenia, por
cuanto el esquizofrénico vive en un estado de distorsión asociado Con la privación y, por
ende, no está lo bastante maduro como para padecer una deprivación. La personalidad
paranoide encuadra muy fácilmente la tendencia antisocial dentro de la tendencia general a
sentirse perseguido; de ahí la posibilidad de que contenga una superposición de dos tipos de
perturbación: de la personalidad y del carácter.
La mejor forma de estudiar la tendencia antisocial es observando al niño menos enfermo,
al que se siente verdaderamente perplejo al descubrir que lleva a cuestas una compulsión a
robar, mentir, causar daño y provocar diversas reacciones sociales. Si esta investigación se
combina con una labor terapéutica —como se debería hacer siempre—, es indispensable
tomar las medidas necesarias para establecer un diagnóstico temprano y actuar con la mayor
eficacia y rapidez posibles. De hecho, es preciso que el investigador se mantenga en
contacto con una escuela o un grupo privado y que éstos le deriven los niños ante la primera
manifestación de un defecto del carácter, o de síntomas que provoquen una reacción social,
antes de que entre en juego el castigo. No bien se produce un forcejeo entre la tendencia
antisocial y la reacción social, comienzan los beneficios secundarios y el caso en cuestión se
encamina hacia ese endurecimiento que relacionamos con la delincuencia.

EL DETALLE ESPECIFICO DE LA NEGACIÓN

La etapa temprana y el niño menos enfermo son especialmente adecuados para abordar
esta negación, por cuanto en ambos se la puede tratar como un síntoma indicador de cierta
fortaleza y organización yoicas, con la consiguiente carga positiva en la evaluación del
pronóstico. El niño que no reconoce su acto antisocial es un niño acongojado que necesita
ayuda y puede recibirla. Su zozobra obedece a que se siente compelido a actuar; esta
compulsión de origen desconocido lo enloquece y lo induce a recibir con agrado toda
comprensión y ayuda en esta etapa temprana o predelictiva.
El siguiente informe (resumido) sobre la entrevista a una adolescente esclarecerá esta
idea.
El caso de una muchacha de 17 años
Le pregunté si robaba y ella me respondió: "Bueno... en una sola ocasión, cuando tenía 7
años, pasé por un período en el que agarraba constantemente los peniques y cualquier otra
cosa de ese tipo que encontraba por ahí, en mi casa. Siempre me he sentido muy culpable
por esto y nunca se lo he contado a nadie. En realidad es muy tonto de mi parte (guardar el
secreto). ¡Fue una falta tan pequeña!".

175
A esta altura de la entrevista hice una interpretación. Le dije que la dificultad radicaba en
que ella no sabía realmente por qué había robado esas monedas; en otras palabras, había
actuado bajo una compulsión. Le hablé del tema. Ella se mostró muy interesada y comento:
"Sé que los niños roban cuando han sido privados de algo, pero hasta ahora nunca se me
había ocurrido que, por supuesto, mi problema era que tenía que robar y no sabía por qué.
Lo mismo sucede con las mentiras. Verá usted, es patéticamente fácil engañar a la gente, y
yo soy una estupenda actriz. No quiero decir con esto que podría actuar sobre un escenario,
pero en cuanto me meto en un engaño puedo llevarlo a cabo tan bien, que nadie se da
cuenta. El problema está en que a menudo son engaños compulsivos y no tienen sentido".

LA ENTREVISTA PSICOTERAPÉUTICA

A continuación ofreceré una descripción completa y detallada de una entrevista


psicoterapéutica a una niña de 8 años, traída a la consulta a causa de sus reiterados robos.
(También tenía enuresis, pero este problema no excedía los límites de comprensión y
tolerancia de sus padres.) El lector hallará al final de ella el ejemplo de la negación
representando una disociación.
Derivación: La escuela había advertido claramente que los robos de Ada estaban
causando problemas; si el síntoma persistía, la niña tendría que dejar el colegio.
Ada vivía demasiado lejos como para que yo pudiera pensar en ponerla bajo tratamiento;
podría verla una sola vez, o a lo sumo algunas veces (no muchas). Por consiguiente, debería
hacer todo lo posible por resolver su caso en la primera consulta terapéutica.
Este no es el lugar apropiado para describir la técnica utilizada en este tipo de consultas;
no obstante, enunciaré algunos principios:
1. Para hacer este trabajo se requiere un conocimiento del psicoanálisis clásico.
2. Sin embargo, no se trata de un trabajo psicoanalítico, por cuanto se efectúa en la
atmósfera subjetiva original del primer contacto. El profesional aplica esta terapia no
analítica aprovechando un sueño referente al analista que el paciente puede haber tenido en
la noche anterior a este primer contacto, o sea, basándose en la capacidad del paciente de
tener fe en una figura comprensiva y dispuesta a ayudarlo.
3. Su intención es jugarse el todo por el todo en la primera entrevista o en las tres
primeras. Si el caso requiere un trabajo adicional empieza a alterarse su naturaleza,
convirtiéndose en un tratamiento psicoanalítico.
4. De hecho, la parte principal del tratamiento queda a cargo del propio hogar del niño
y de sus padres, quienes requieren información y apoyo constantes. Ellos están más que
dispuestos a cumplir esta tarea, si pueden hacerlo. Dicho de otro modo, los padres odian
perder la responsabilidad inmediata sobre su hijo... y eso es lo que sienten cuando el niño
inicia un tratamiento psicoanalítico, éste marcha bien y arrecia la neurosis de transferencia.
De esto se infiere que los niños carentes de un medio básico que los apoye, o cuyos
progenitores padezcan una enfermedad mental, no pueden recibir una ayuda concreta
mediante este método rápido.
5. El tratamiento tiene por objeto desenganchar algo que está impidiendo el manejo del
niño por sus propios padres. Debemos recordar que en la inmensa mayoría de los casos los
progenitores no necesitan recibir ayuda, ni consultan a un psiquiatra, porque tienen éxito en
su tratamiento del chico por medio del manejo. Ayudan a sus hijos a superar las fases de
conducta difícil adoptando técnicas complejas que forman parte del cuidado parental. Lo
que no pueden ni deben hacer es emprender con el niño un trabajo psicoterapéutico como
éste, porque en él se llega hasta un estrato que el niño nunca ha revelado a sus padres y que
pone en contacto con su inconsciente.

176
Entrevista: Vi a la niña sin entrevistar antes a la madre, que me la había traído. Actué así
porque a esta altura del caso no me interesaba obtener un relato fiel de sus antecedentes,
sino lograr que la paciente me abriera su corazón, primero lentamente, a medida que
adquiriera confianza en mí, y luego en profundidad, si descubría que podía arriesgarse a
hacerlo.
Nos sentamos ante una mesita sobre la que había dispuesto varias hojas de papel de
tamaño pequeño, un lápiz negro y una caja con algunos lápices de colores.
Estaban presentes dos asistentes sociales psiquiátricos y un visitante.

177
Ada respondió a mi primera pregunta diciéndome que tenía 8 años; tenía una hermana
mayor de 16 años y un hermanito de 4 años y medio. Luego dijo que le gustaría dibujar,
pues era "su pasatiempo favorito". Dibujó varias flores en un florero (fig. 1), una lámpara
que colgaba del techo frente a ella (fig. 2) y la hamaca instalada en el patio de recreo, con el
sol y algunas nubes (fig. 3; obsérvense las nubes).
Comentario: Estos tres dibujos tenían poco valor como tales y carecían de imaginación;
eran figurativos. No obstante, las nubes incluidas en el tercero poseían un significado, como
se verá hacia el final de la serie de figuras.
Ada dibujó luego un lápiz (fig. 4). "¡Oh, Dios mío! -exclamó—-. ¿No tiene una goma de
borrar? Es cómico... algo anda mal en él". Le contesté que no tenía ninguna goma de borrar
y que si estaba mal hecho podría modificarlo; así lo hizo y acotó: "Es demasiado gordo".
Comentario: Cualquier analista que lea esto ya habrá pensado en varios tipos de
simbolismos y en diversas interpretaciones posibles. En este trabajo las interpretaciones son
escasas y, como se verá, se reservan para los momentos significativos. Por supuesto, uno
tenía en mente dos ideas: un pene erecto o el vientre de una mujer embarazada. Hice algunos
comentarios pero ninguna interpretación.
A continuación dibujó una casa con sol, nubes y una planta florecida (fig. 5; obsérvense
las nubes). Le pregunté si podía dibujar una persona. Ada respondió que dibujaría a su prima
(fig. 6) pero, mientras lo hacía, dijo: "No puedo dibujar manos".
A esta altura de la sesión yo confiaba cada vez más en que saldría a relucir el tema de los
robos, por lo que pude apoyarme en el "proceso" de la propia paciente. De allí en adelante,
lo importante no era precisamente lo que yo dijera o no dijera, sino que me adaptara a las
necesidades de la niña y no le pidiera que ella se adaptara a las mías.
El ocultamiento de las manos podía relacionarse con el tema del robo o el de la
masturbación; ambos se relacionaban entre sí, por cuanto el robo sería una actuación
compulsiva de fantasías de masturbación reprimidas. (El dibujo de la prima contenía una
nueva indicación de embarazo, pero este tema no adquirió significación en esta sesión. Nos
habría conducido al embarazo de la madre de Ada, cuando la niña tenía 3 años.)

178
Ada le buscó una explicación lógica al ocultamiento de las manos, y dijo: "Está
escondiendo un regalo". "¿Puedes dibujar el regalo?", le pregunté. El obsequio era una caja
conteniendo pañuelos (fig. 7). "La caja está torcida", comentó Ada. "¿Dónde compró el
regalo?", inquirí. Ella dibujó el mostrador de John Lewis, una de las principales tiendas de
Londres (fig. 8; adviértase la cortina que cae en el centro del dibujo y véase la fig. 21).
Le pregunté por qué no dibujaba a la señora que compraba el regalo, con la evidente
intención de poner a prueba su capacidad para dibujar manos. Ella volvió a dibujar una
mujer con las manos ocultas, vista desde atrás del mostrador (fig. 9).
El lector habrá advertido que los dibujos tienen trazos más fuertes desde que la
imaginación entró a participar en su concepción.

179
180
El tema de la compra y entrega de regalos formó parte de presentación de sí misma que
me estaba haciendo Ada, pero ni ella ni yo sabíamos que adquiriría importancia más
adelante. Yo sabía, empero, que la idea de comprar se empleaba por lo común para encubrir
la compulsión de robar y que, a menudo, la entrega de regalos es una explicación racional
destinada a encubrir esa misma compulsión.
"Me gustaría mucho ver a la señora de espaldas", dije, y Ada dibujó la fig. 10. La niña
quedó sorprendida ante su dibujo, y exclamó: "¡Oh! Tiene brazos largos como los míos; está
tanteando en busca de algo. Lleva un vestido negro de mangas largas; es el que tengo
puesto. En otro tiempo perteneció a mamá".
Ahora, la persona que aparecía en las figuras representaba a la misma Ada. En la fig. 10
la niña había dibujado las manos de una manera especial: los dedos me recordaban el lápiz
demasiado gordo. No formulé ninguna interpretación.
Yo no sabía con certeza cómo evolucionaría la sesión; quizás, esto sería todo cuanto
obtendría de Ada. Durante una pausa, la interrogué acerca de las técnicas que utilizaba para
dormirse —o sea, para hacer frente al cambio del estado de vigilia al sueño—, y a las
dificultades por las que pasan los niños que tienen sentimientos conflictivos con respecto a
la masturbación.

181
182
"Tengo un oso muy grande", dijo Ada. Mientras lo dibujaba con cariño (fig. 11) me
contó su historia. También poseía un gatito de carne y hueso, que encontraba en su cama
cuando despertaba por la mañana. Me habló de su hermano, que se chupaba el pulgar, y
dibujó la mano del niño con varios pulgares para chupar (fig. 12).
Obsérvense los dos objetos, parecidos a los pechos maternos, que ocupan el mismo lugar
donde había nubes en dibujos anteriores. Tal vez esta figura incluía recuerdos del hermano
cuando era bebé, tendido sobre el cuerpo de la madre, cerca de sus pechos. No hice ninguna
interpretación.
El ritmo de nuestro trabajo conjunto decayó, como si se mantuviera en suspenso. Se diría
que Ada se preguntaba inconscientemente si sería seguro (léase "ventajoso") ahondar más en
el tema. Mientras se interrogaba a sí misma sin saberlo, dibujó "un alpinista orgulloso" (fig.
13).

Hacía poco que Hillary y Tensing habían escalado el Everest. Esta idea me proporcionó
cierta medida de la capacidad de Ada de experienciar un logro y, en el campo sexual, llegar
hasta un climax. Pude utilizar esto como un indicio de que Ada sería capaz de plantearme su
problema principal y darme la oportunidad de ayudarla a resolverlo.
En vez de formular interpretaciones, establecí deliberadamente un nexo entre aquel
dibujo y los sueños: "Cuando sueñas —le pregunté— ¿sueñas con escalar montañas y otras
cosas por el estilo?"
Ada respondió relatándome un sueño muy embrollado. En su narración, muy
atropellada, vino a decirme algo así: "Voy a Estados Unidos. Estoy con los indios y consigo
tres osos. El chico de la casa de al lado está en el sueño. Es rico. Me perdí en Londres. Hubo
una inundación; el mar penetró por la puerta de calle. Todos huimos en un auto. Dejamos

183
algo detrás. Creo que... no sé qué era. No creo que haya sido Teddy (su osito de juguete; me
parece que dejamos la cocina de gas".
Me contó que había sido una pesadilla muy desagradable y que, al despertar de ella,
había corrido al dormitorio de sus padres, se había metido en la cama de la madre y había
pasado allí el resto de la noche. Evidentemente, me estaba describiendo un agudo estado de
confusión. Este fue quizás el punto central de la entrevista o el llegar a lo esencial de su
experiencia de enfermedad mental. De ser así, el resto de la sesión podría considerarse un
cuadro recuperatorio a partir de ese estado de confusión.

Luego de este relato, Ada hizo varios dibujos más. He olvidado qué representaba el
primero de ellos (fig. 14).
A continuación dibujó una aspidistra (fig. 15) y pensó en ella mientras me hablaba de
arañas y de otros sueños que había tenido, en los que "bajaban ejércitos enteros" de
escorpiones punzantes "y había uno enorme en mi cama". También hizo un dibujo confuso
que mostraba algo así como una mezcla de casa común (morada fija) y casa rodante (hogar
móvil, que le recordaba las vacaciones familiares; fig. 16). Por último, dibujó una araña
venenosa (fig. 17).

184
La araña tenía ciertas características que la vinculaban con la mano. Probablemente, en
este caso simbolizaba a la vez la mano masturbadora y los genitales femeninos, así como el
orgasmo. No hice interpretaciones.
Le pregunté cuál sería un sueño triste y Ada respondió: "Alguien resultó muerto... mamá
y papá, pero los dos volvieron a ponerse bien".
Luego dijo: "Tengo una caja con 36 lápices de colores". (Fue una alusión a los pocos
lápices que le había suministrado yo y, supongo, a mi mezquindad.)
Habíamos llegado al término de la fase central, si bien debe recordarse que yo no sabía si
acontecería algo más. No obstante, me abstuve de formular interpretaciones y esperé que
operara el proceso preestablecido. Tal vez tomé la alusión de Ada a mi tacañería (referencia
a los lápices) como una señal de que ése sería el momento oportuno para que saliera a
relucir su impulso de robar. Sin embargo, continué absteniéndome de toda interpretación y
me mantuve a la expectativa, por si acaso Ada deseaba seguir adelante.
Al cabo de un rato, Ada dijo espontáneamente: "Soñé con un ladrón".
Había comenzado la etapa final de la entrevista. Se advertirá que de aquí en adelante los
dibujos de Ada son mucho más audaces. Quienquiera la observara dibujar percibiría con
claridad que la niña actuaba impelida por una necesidad y un impulso profundos. Uno casi
se sentía en contacto con su inconsciente.
Ada hizo otro dibujo y dijo: "Un hombre negro está matando a una mujer. Detrás de él
hay algo, una cosa con dedos o algo así" (fig. 18).

185
Después dibujó al asaltante con el cabello erizado; era una figura más bien cómica,
parecido a un payaso (fig. 19). "Las manos de mi hermana son más grandes que las mías —
dijo—. El ladrón está robando las joyas de una señora rica, porque quiere hacerle un lindo
regalo a su esposa. No podía esperar hasta ahorrar el dinero necesario".

186
Aquí reaparece, en un nivel más profundo, el tema representado anteriormente por la
mujer o muchacha que compraba pañuelos en una tienda, para regalarlos a alguien. Nótese
la inclusión de formas que se asemejan a las nubes de algunos dibujos previos, sólo que
ahora parecen indicar una cortina y hay un moño.

No hice ninguna interpretación, pero el moño despertó mi interés: si fuera desatado,


revelaría algo.

187
Estas cortinas y el moño reaparecen en la fíg. 20, que muestra el regalo. Ada miró lo que
había dibujado y añadió: "El ladrón lleva una capa. Su cabello parece unas zanahorias, un
árbol o un matorral. En realidad es muy bondadoso".

Aquí intervine yo y le pregunté acerca del moño. Ada dijo que pertenecía a un circo.
(Nunca había estado en uno.)
Dibujó un malabarista (fíg. 21), en lo que podría interpretarse como un intento de
convertir el problema no resuelto en una profesión, y reaparecieron una vez más la cortina y
el moño. Pensé entonces que este último simbolizaba la represión y me pareció que Ada
estaba preparada para que alguien se lo desatara. Así pues, le pregunté: "¿Alguna vez sacas
(robas) cosas tú misma?".
Aquí aparece el tema de mi estudio en esta descripción de una entrevista terapéutica.
Por este detalle, he invitado al lector a seguir el desarrollo del proceso en esa niña que
aprovechó la oportunidad para ponerse en contacto conmigo.
Mi pregunta provocó una doble reacción, representativa de la disociación.
"¡NO!", contestó Ada y, al mismo tiempo, tomó otra hoja de papel, dibujó un manzano
con dos manzanas y le añadió pasto, un conejo y una flor (fig. 22).
Este dibujo mostró qué había detrás de la cortina. Representaba el descubrimiento de los
pechos maternos escondidos, por decirlo así, detrás de la vestimenta de la madre. Ada había
simbolizado así una deprivación. Debemos comparar y contrastar este simbolismo con la
visión directa ilustrada en la fíg. 12, que contiene un recuerdo del hermano (un bebé) en
contacto con el cuerpo materno.

188
En ese momento hice el siguiente comentario: "¡Oh, ya veo! Las cortinas eran la blusa
de mamá; ahora las has atravesado y has llegado hasta sus pechos".
En vez de responderme, Ada hizo otro dibujo (fíg. 23) y explicó: "Este es el vestido de
mamá que más quiero. Todavía lo tiene".
El vestido databa de cuando Ada era una niña pequeña. Lo dibujó como lo vería un niño
cuyos ojos quedaran, aproximadamente, a la altura de la parte media de los muslos
maternos. El tema de los pechos se continúa en las mangas abullonadas. Los símbolos de
fertilidad son los mismos que aparecieron en el dibujo de una casa (fíg. 5); además, están
transformándose en números.
El trabajo realizado en la entrevista había terminado. Ada gastó un tiempito en "volver a
la superficie", entregándose a un juego que continuaba el tema de los números como
símbolos de fertilidad (figs. 24, 25 y 26).

189
La niña estaba lista para marcharse y, como se mostraba feliz y satisfecha, pude
dedicarle diez minutos a la madre, que había esperado durante una hora y cuarto.

190
En esta breve entrevista me enteré de que Ada se había desarrollado satisfactoriamente
hasta los 4 años y 9 meses. A los 3 años y medio había asumido el nacimiento del hermano
sin alterarse, si bien manifestó cierta preocupación exagerada por él. Cuando Ada tenía 4
años y 9 meses, su hermano (de 20 meses) contrajo una enfermedad grave y nunca recuperó
la salud.
La hermana mayor de Ada le había dispensado muchos cuidados maternales, pero
cuando el hermanito enfermó transfirió toda su atención a él, causándole una grave
deprivación a la niña. Pasó un tiempo antes de que los padres se percataran de que el cambio
en la conducta de la hermana había afectado gravemente a Ada. Hicieron todo cuanto
pudieron por remediar el daño, pero transcurrieron unos dos años antes de que Ada diera
señales de recuperarse.
Por entonces, cuando tenía ya 7 años, Ada empezó a robarle cosas a la madre y, luego, a
cometer hurtos en la escuela. Esta conducta se había convertido recientemente en un
problema grave; no obstante, Ada nunca pudo admitir de plano sus robos. Llegó al extremo
de llevarle a su maestra dinero robado y pedirle que se lo fuera entregando de a poco,
demostrando con ello que aún no se había dado cuenta de todas las implicaciones de sus
hurtos.
El desempeño escolar de Ada se había visto afectado no sólo por estos robos
compulsivos, sino también por su incapacidad para concentrarse en las tareas. Se sonaba la
nariz constantemente y se había transformado en una niña gorda, torpe y desgarbada
(recuérdese la fig. 4 y el comentario: "El lápiz es demasiado gordo.- Algo anda mal en él").
En suma, pese a vivir en su propio hogar y con una buena familia, a los 4 años y 9 meses
Ada había sufrido una deprivación relativa que la dejó en un estado de confusión. Cuando
redescubrió un sentimiento de seguridad, empezó a robar impelida por una compulsión
disociada que no podía reconocer como propia.
Resultado de la entrevista psicoterapéutica
No cabe duda de que la entrevista fue significativa pues, si bien Ada continuaba robando
en el momento en que se efectuó, no cometió más robos en los tres años y medio
transcurridos desde entonces. Su trabajo escolar mejoró rápidamente. (En cambio, la
enuresis nocturna no se resolvió hasta un año después de la entrevista.)
La madre me informó que desde el momento en que habían salido de la clínica Ada
entabló un nuevo tipo de relación con ella, una relación íntima y desenvuelta, como si le
hubieran quitado un obstáculo. Esta recuperación de una vieja intimidad ha persistido; y
parece indicar que durante la entrevista se restableció de veras el contacto perdido cuando la
hermana mayor, en un desplazamiento súbito, volcó hacia el hermano enfermo los cuidados
maternales que hasta entonces había dispensado a la niña.
Aquí tenemos, pues, un ejemplo detallado de la disociación a la que me refiero en este
trabajo. Ada no podía admitir que robaba. Cuando le pregunté si alguna vez lo hacía, me
respondió con un "¡No!" rotundo pero, al mismo tiempo, indicó que ya no necesitaba robar
porque había encontrado lo perdido: el contacto simbólico con los pechos maternos.

RESUMEN DEL CASO


Se describe con detalle una entrevista terapéutica, mostrando cómo se resuelve la
compulsión de robar en una niña de 8 años.
En el momento crítico, la niña negó que hubiera robado alguna vez. Al mismo tiempo,
atravesó la barrera y llegó hasta lo perdido, convirtiendo así su "¡No!" en una verdadera
afirmación. Dicho de otro modo, en ese instante la disociación dejó de ser operativa.
En este caso, no se intentó en absoluto inducir a la niña a admitir su conducta, o sea, a
pasar de la disociación a un área de comprensión intelectual e integración. Se trabajó en un

191
estrato más profundo; allí, la entrevista pudo producir un resultado que no fue el insight
consciente ni la confesión, sino la verdadera curación de una disociación.

FIN

192
Esta edición se terminó de imprimir en
RIPARI S.A.
General J.G.Lemos 248, Buenos Aires en el mes de febrero de 1991

D
nald Woods Winnicott fue uno de los gigantes de la psiquiatría y el psicoanálisis de niños.
Murió en 1971, al cabo de una distinguida carrera de la que dan testimonio sus prolíficos
escritos, algunos de los cuales hoy se consideran clásicos en el campo del desarrollo infantil.
Muchos de sus trabajos permanecen inéditos o se han vuelto inaccesibles para el lector.
La presente compilación se centra en los temas de la deprivación y la delincuencia juvenil.
Los artículos reflejan las ideas de Winnicott sobre la deprivación y el modo en que ésta
favorece la tendencia antisocial (delincuencia juvenil). Buena parte del material se basa en
experiencias del período bélico (segunda guerra mundial), durante el cual Winnicott fue
testigo de muchas clases de deprivación, sobre todo en su trabajo con niños evacuados. Los
artículos se ocupan asimismo de la previsión social que se requiere para el tratamiento de los
niños delincuentes y del empleo eficaz de la terapia individual. En varios pasajes los
compiladores sitúan los artículos en su contexto histórico. El libro incluye una Introducción
de la viuda del autor, Clare Winnicott, quien lamentablemente falleció poco después de
completar el manuscrito. De la obra de Winnicott impresa en castellano, El gesto
espontáneo, Conozca a su niño y Los bebés y sus madres pertenecen a nuestro fondo
editorial.

Paidós
Psicología Profunda

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