Durante cientos de años, los matemáticos se habían ocupado de utilizar
demostraciones lógicas para construir desde lo conocido hacia lo desconocido. El progreso había sido prodigioso, con cada nueva generación de matemáticos edificando sobre la magnífica estructura y creando nuevos conceptos de números y de geometría. Los matemáticos destacan por ser rigurosísimos cuando se trata de llegar a una demostración absoluta antes de aceptar cualquier afirmación. Los lógicos matemáticos comienzan cuestionando ideas que otros matemáticos han dado por sentadas durante siglos. Así, la ley de la tricotomía establece que todo número es o bien negativo o bien positivo o bien igual a cero. Los lógicos notaron que, hasta que la ley de la tricotomía no se probara cierta, podría ser falsa, y si ocurriera esto último, la totalidad de un edificio del conocimiento, todo lo basado en dicha ley, se colapsaría. Por suerte para los matemáticos, al final del siglo pasado la ley de la tricotomía se demostró como cierta. Sin embargo, cada verdad debía deducirse de otras verdades. Estas verdades, a su vez, tendrían que demostrarse antes a partir de otras verdades aún más básicas, y así siempre. Al cabo de cierto tiempo, los lógicos se encontraron ocupándose de unas cuantas premisas fundamentales, tan esenciales que ya no pudieron ser demostradas. Estas presunciones constituyen los axiomas matemáticos. Se considera que este y un puñado de otros axiomas son evidentes en sí mismos y pueden ponerse a prueba con facilidad si se los aplica a números concretos. El matemático alemán Hermann Weyl resume el espíritu de la época: “La lógica es la higiene que practican los matemáticos para mantener sus ideas sanas y robustas”. Además de depurar lo que ya se conocía, confiaban en que este enfoque fundamentalista también arrojaría luz sobre problemas que hasta ahora no se habían resuelto, entre ellos el ultimo teorema de Fermat. El programa fue dirigido por la figura más eminente de la época, David Hilbert. Hilbert creía que en matemáticas todo podía y debía probarse a partir de los axiomas básicos. El resultado de ello sería demostrar de manera concluyente los dos elementos básicos del sistema matemático. El 8 de Agosto de 1900, Hilbert pronuncia una conferencia histórica en el Congreso Internacional de Matemáticos de Paris. Hilbert pretendía sacudir a la comunidad para que lo ayudara a realizar su sueño de crear un sistema matemático libre de toda duda e incoherencia. Gottlob Frege fue una de las figuras más destacadas del llamado programa de Hilbert, si bien en ocasiones fue un amargo rival de éste. Frege se dedicó durante más de una década a deducir cientos de complicados teoremas a partir de los axiomas básicos, y sus éxitos lo llevaron a creer que estaba en el camino correcto para llegar a completar una parte considerable del sueño de Hilbert. “Triplicidad” es la cualidad abstracta que poseen los grupos o series de objetos que contienen tres objetos. Frege notó que había numerosos grupos que manifestaban “triplicidad” y utilizo la idea de los conjuntos para definir el “3” en sí. En 1902, el método de Frege pareció llegar a su fin cuando se dispuso a publicar Grundgesetze der Arithmetik (“Fundamentos de la aritmética”), una obra gigantesca y prestigiosa que intento establecer un nuevo patrón de certeza dentro de las matemáticas. Al mismo tiempo, el lógico ingles Bertrand Russell, que también estaba contribuyendo al gran proyecto de Hilbert, realizaba un descubrimiento devastador. El trabajo de Russell causó un perjuicio considerable al sueño de crear un sistema matemático libre de duda, incoherencia y paradoja. Fue irónico que la contradicción de Russell surgiera de las series o grupos más queridos por Frege. Las matemáticas no pueden tolerar inconsistencias, paradojas o contradicciones. El trabajo de Russell sacudió los cimientos de las matemáticas y arrastro el estudio de la lógica matemática a una situación de caos. Los lógicos eran conscientes de que una paradoja que acechara las bases de las matemáticas podría alzar tarde o temprano su ilógica cabeza y causar enormes problemas. Junto a Hilbert y los otros lógicos, Russell emprendió la tarea de intentar remediar la situación y restaurar la salud de las matemáticas. Hilbert se retiró en, estaba bastante seguro de que las matemáticas estaban bien encaminadas hacia su recuperación. Pero ocurrió en 1931 un matemático desconocido de veinticinco años de edad hizo público un artículo que destruiría para siempre las esperanzas de Hilbert. Kurt Gödel iba a forzar a los matemáticos a aceptar que las matemáticas nunca llegarían a alcanzar una lógica perfecta y sus trabajos llevaban implícita la idea de que problemas como el del ultimo teorema de Fermat pudieran ser imposibles de resolver. Paul Cohen, un matemático de veintinueve años de la Universidad de Stanford, desarrolló un método para determinar qué problema concreto es indecidible y cual no lo es. Sin embargo no fue él la primera persona en descubrir cuestiones específicas que fueran de verdad indecidibles. La obra de Gödel, reforzada por los enunciados indecidibles de Cohen, lanzó un mensaje inquietante a todos aquellos matemáticos, profesionales y aficionados, que aun persistían en el intento de demostrar el ultimo teorema de Fermat. Demostrar el ultimo teorema de Fermat podría ser algo más difícil, podría ser imposible. Si fuera indecidible, los matemáticos habrían pasado siglos buscando una prueba que no existe. Curiosamente si el ultimo teorema de Fermat resultara ser indecidible, eso implicaría que tendría que ser cierto. Si el ultimo teorema fuera en verdad falso, sería imposible demostrarlo localizando una solución. Y en tal caso el ultimo teorema seria decidible. Ser falso seria incoherente con ser indecidible. En cambio, si el ultimo teorema fuera cierto no tendría por qué existir un camino tan inequívoco para demostrarlo o, lo que es lo mismo, podría ser indecidible. En conclusión, tal vez el ultimo teorema de Fermat fuera cierto pero quizá no hubiera ningún modo de demostrarlo. Referencia Bibliográfica: