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El preseminario es una excelente opción para descubrir el llamado de Dios. Hay promotores
vocacionales en nuestra diócesis que son los más adecuados para ayudarnos a discernir, pero en
ocasiones es el sacerdote el que nos invita, o algún amigo cercano a la Iglesia, o incluso nuestra
misma familia es la que nos invita a descubrir el llamado. Sea quien sea el que nos invite a un
encuentro vocacional, podemos decir que es un instrumento de Dios para acercarnos a Él.
Yo asistí a un encuentro vocacional llamado preseminario motivado por mi párroco y animado por
mi familia. Cuando asistí, mis amigos me cuestionaban sobre qué es lo que hacía en tal “espacio” o
cual era mi finalidad de asistir, yo reducía este encuentro vocacional a una experiencia agradable y
de conocimiento de otros jóvenes, pero que al fin y al cabo eso no era para mí. Sin embargo, Dios
poco a poco va realizando su obra y va moviendo corazones, incluso, de los adolescentes más
rebeldes, confundidos y “pecadores”.
El ser pre seminarista es ya toda una aventura, pero el aceptar la invitación de Cristo y adentrarse a
la formación sacerdotal y a la vida comunitaria es una experiencia solo para valientes. Digo para
valientes porque permanecer es un reto diario. Tus horarios se ajustan. Ahora duermes menos y
estudias mucho más. Te desconectas un poco del mundo y te concentras en Dios, en tu llamado y
en el servicio a la Iglesia. Ser seminarista es una alegría constante de entrega generosa a Cristo y a
la Iglesia. Ser seminarista es confiar a Dios mi traqueada adolescencia, mi impetuosa juventud y
todo lo que él disponga. Oren constantemente por nosotros que desde aquí nosotros oramos por
todos ustedes.