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FORMACIÓN EN EL SEMINARIO.

Anécdota de un pre-seminarista, ahora seminarista


Francisco Contreras Sánchez

Regularmente se escucha que la vida de un adolescente es complicada. Lo dicen, porque el que


está dejando de ser niño resulta conflictivo, inestable, y es que, como dijera la psicología, “la
persona está adoleciendo, está sufriendo cambios”. A esta realidad del adolescente, le sumamos la
exigencia de los estudios académicos, que maestros y padres ahora ya no sugieren, sino que
exigen. La constante lección es: estudia para que seas alguien en la vida.

A estos “problemas de adolescentes”, normalmente a esta edad, se le suma el descubrimiento del


llamado vocacional. Es decir, todos somos amados por Dios, y porque somos amados, somos
llamados a la felicidad en un estilo de vida concreto. ¿Cómo descubrir ese estilo de vida?, ¿será
posible que si no descubro “bien” mi vocación, no seré feliz? Esto no es un problema, es un reto
para la edad y para toda persona.

El preseminario es una excelente opción para descubrir el llamado de Dios. Hay promotores
vocacionales en nuestra diócesis que son los más adecuados para ayudarnos a discernir, pero en
ocasiones es el sacerdote el que nos invita, o algún amigo cercano a la Iglesia, o incluso nuestra
misma familia es la que nos invita a descubrir el llamado. Sea quien sea el que nos invite a un
encuentro vocacional, podemos decir que es un instrumento de Dios para acercarnos a Él.

Yo asistí a un encuentro vocacional llamado preseminario motivado por mi párroco y animado por
mi familia. Cuando asistí, mis amigos me cuestionaban sobre qué es lo que hacía en tal “espacio” o
cual era mi finalidad de asistir, yo reducía este encuentro vocacional a una experiencia agradable y
de conocimiento de otros jóvenes, pero que al fin y al cabo eso no era para mí. Sin embargo, Dios
poco a poco va realizando su obra y va moviendo corazones, incluso, de los adolescentes más
rebeldes, confundidos y “pecadores”.

El ser pre seminarista es ya toda una aventura, pero el aceptar la invitación de Cristo y adentrarse a
la formación sacerdotal y a la vida comunitaria es una experiencia solo para valientes. Digo para
valientes porque permanecer es un reto diario. Tus horarios se ajustan. Ahora duermes menos y
estudias mucho más. Te desconectas un poco del mundo y te concentras en Dios, en tu llamado y
en el servicio a la Iglesia. Ser seminarista es una alegría constante de entrega generosa a Cristo y a
la Iglesia. Ser seminarista es confiar a Dios mi traqueada adolescencia, mi impetuosa juventud y
todo lo que él disponga. Oren constantemente por nosotros que desde aquí nosotros oramos por
todos ustedes.

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