Primer control en base a Herbert Marcuse en su ensayo Un ensayo sobre la
liberación (1969) Por: Fabián Rojas C.
Marcuse, sociólogo y filósofo alemán de la escuela de Frankfurt fundamenta su devenir
marxista por su condición de teoría histórica y por sus conceptos fundamentales que se han ratificado a lo largo de la historia (tales como la concentración del poder económico, la fusión del capitalismo con el poder político, etc), cualidades que pueden manipular, dirigir y controlar consciente, inconsciente y subconscientemente al ser humano. Por ende, junto a la escuela de Frankfurt desde una perspectiva interdisciplinaria considera la psicología como una rama esencial del conocimiento que debería considerar el marxismo, como también analiza como en la cima del progreso técnico se ve opuesto paralelamente al progreso humano a través de una deshumanización, de esta forma definiendo la interacción entre categorías progresivas y represivas. Señalan a la teoría crítica de la sociedad la tarea de reexaminar las perspectivas de que pueda surgir una sociedad socialista cualitativamente diversa de las sociedades existentes, la tarea de redefinir el socialismo y sus condiciones previas. Marcuse se antepone y realiza una revisión ante la visión restrictiva de la teoría crítica de la sociedad a abstenerse de lo que se ha llamado ‘’especulación utópica’’ para los límites del rigor científico. Desde este punto considera que lo que se catalogó como ‘’utópico’’ no es aquello que no tiene lugar dentro de la sociedad y su transcurso histórico, si no que la aspiración que se ve bloqueada por el poder de las sociedades establecidas. La actual sociedad en donde el capitalismo se mueve libremente e impregna su carácter en las dimensiones de la vida pública y privada se antepone como un opulento monstruo ante los miserables del mundo. Por ende, para el autor se hace necesario un análisis crítico que cuente con nuevas categorías morales, políticas y estéticas. Como introducción el autor utilizó la categoría de la obscenidad para referirse a la sociedad en cuanto produce y expone indecentemente una sofocante abundancia de bienes mientras priva a sus víctimas de las necesidades esenciales de la vida. Por tanto, obscena en sus cualidades axiales tanto como políticas, morales, económicas, de sensibilidad, etc; el radicalismo político implica el radicalismo moral de modo que esta sublimación de la moral sea un puente para la liberación del ser humano. El radicalismo se ve como un catalizador de la moralidad que dará paso a una solidaridad que se ha visto reprimida dentro de la sociedad clasista, pero que ahora aparece como una de las condiciones previas de la libertad. De modo que esta concepción tome forma y se entrelace con la ‘’naturaleza humana’’, los cambios en la moralidad pueden sumergirse en la dimensión biológica y modificar la conducta orgánica, así presuponiendo un tipo de humano con una sensibilidad y conciencia diferente, que hayan creado un freno instintivo frente a la crueldad, la brutalidad y la fealdad. Esta transformación instintiva conduciría al cambio social sólo si repercute en la división social del trabajo, las propias relaciones de producción. La nueva imaginación y sensibilidad de las personas convertiría el proceso de producción en uno de creación, una fuerza política que se expande sembrando sus virtudes y cruzando las fronteras de todas las sociedades establecidas. Marcuse considera los valores estéticos y su manifestación como tal se contrapone al principio de realidad en la cultura, que generalmente se antepone como una forma social represiva, de modo que la manifestación estética puede ejercer como un acto de liberación a través de la actuación. La imaginación y la catarsis pura con su exteriorización del sentimiento aparece en el centro de las facultades del ser humano; arte, literatura y música en donde se transfieren conocimientos y verdades que no pueden ser expresadas con el lenguaje ordinario. De ahí a su visión como una dimensión íntegramente nueva, como medio para alcanzar la libertad y a la necesidad de autonomía. A través del ensayo, el autor señala las fuerzas subversivas y su encarnación en el capitalismo como un modo de vivir sin libertad y el sistema democrático de este sistema como una fuerza contrarrevolucionaria dado su representación en el ámbito político perpetuador de las condiciones existentes. A mi parecer, la desigualdad que señala Marcuse está presente en nuestra realidad y el progreso del sistema capitalista a conducido a nuevas y variadas formas para implantar ilusiones: nuevas jaulas y nuevas formas de consumismo que generan la ilusión de más y más necesidades, más mercancía y la explotación indiscriminada de las condiciones de producción, ya sea la fuerza de trabajo con explotación en los horarios de trabajo y sueldos míseros. El progreso humano, desde sus perspectivas científicas, morales y políticas deben redirigir sus metas a modo de la liberación del ser humano a través de su fuerza creadora y quitarse los viejos trapos de la subordinación capitalista y su ambición productiva avasalladora. Problema social: educación popular como pedagogía para la transición social Para muchos la colonialidad en América terminó con la construcción de los Estados-Nación formados en la periferia a partir de los movimientos independentistas de los 1800. Sin embargo, como bien han venido desarrollando los autoras/es del proyecto Modernidad/Colonialidad, la permanencia de una jerarquía étnico racial, además de una educación y ciencia cuyas bases siguen siendo europeas, no hacen más que cuestionarnos esa idea y pensar ahora en una “colonialidad global”; regulados ya no por una corona, sino por instituciones de carácter mundial. Está epistemología eurocéntrica y colonial, sitúa a las demás culturas como un antecedente, un eslabón necesario y anterior para la llegada de la ciencia, y la cultura europea como una “forma de ser” superior; asociada a una forma de ser en el mundo, es reproducida e inculcada mediante distintos métodos de subordinación, producción y reproducción social, entre los que se encuentra la escuela, creando una suerte de regla general de cómo educar . La educación es un proceso humano y cultural , en que las personas tienen que aprender lo que no les es innato a través de los otros y de la cultura para garantizar su tránsito por el mundo, mientras que la escuela se ha configurado como un mecanismo de transmisión de “cultura”, reducido progresivamente a una utilidad de conocimiento “científicos” de tipo instrumental para los intereses económicos exigidos por los mercados globalizados y a una transmisión de prácticas sociales de orden, jerarquías, meritocracias y sumisión necesarias para la legitimación del orden político , negando lo popular de la educación y la posibilidad de entenderla como un espacio para construir y reconstruir la teoría en relación con la práctica y los saberes populares. La educación popular, así, se entiende como una pedagogía para la transición social, como una acción cultural, una propuesta educacional de apertura, de redefinición de los actores sociales y sus funciones, que rompe con las formas tradicionales de educación, con las estructuras y la institucionalidad establecida, así como también impone una nueva distribución del poder del pueblo y del acceso público y participativo a la educación. En América, junto con la conquista, también llegó la imposición de una forma de conocer, educarse y de ser: una colonialidad del saber que llega a designar relaciones geopolíticas del conocimiento creando fronteras, decidiendo cuáles conocimientos y comportamientos son legítimos a través de una violencia epistémica que la ciencia occidental crea para justificarse según la visión del colonizador. Pero a pesar de toda esta violencia e imposición los pueblos originarios, y luego los africanos, resistieron a través de prácticas, metodologías y estrategias (pedagogías) de lucha, insurgencia y organización para seguir siendo, haciendo, pensando y viviendo. El siglo XIX en Chile, luego de los movimientos independistas criollos, vino un periodo de inventar la nación, de fundar ese falso universal, ese “uno” moderno/colonial que no aceptaba todas las manifestaciones culturales que tenían lugar dentro de su territorio, sino que, impulsado por la elite criolla, se orientaba en torno a un ideal ilustrado, civilizatorio progresista, que buscaba homogeneizar bajo cualquier medio a las culturas que habitaban el territorio a través de la educación; uno de los métodos más “humanistas” de homogeneizar al país. Los sistemas de educación primarios y secundarios latinoamericanos, tanto como la mayoría de las universidades, no han dejado de basarse en discursos y lógicas modernas-europeas- capitalistas que a nosotros, países periféricos, nos sepultan. Por ejemplo, el sistema educativo chileno, especialmente después de la dictadura, se ha inspirado principalmente en las directrices entregadas por organismos internacionales basadas en lógicas de mercado. Sin embargo, son estas mismas estructuras las que han sido puesto en tela de juicio por parte de los movimientos sociales, quienes, a expensas de cualquier forma de política oficial, evidencian que el modelo educativo chileno es un caso extremo de aplicación sistemática de políticas de mercado y competencia. Esto principalmente a partir de las modificaciones implementadas por la dictadura militar (Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza) y preservadas por los gobiernos que han tenido lugar desde el “retorno a la democracia”. La educación formal ha sufrido una crisis de sentido, dado que la formación básica y secundaria pierde vinculación con el contexto cotidiano de sus poblaciones y se enfoca en el paso rápido de estos sectores al mercado educativo superior. En respuesta al rol de reproducción social que cumple la educación formal es que la educación popular pretende otorgar alternativas.