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Martini, Carlo Maria - Esteban, Servidor y Testigo (Ejercicios Espirituales) PDF
Martini, Carlo Maria - Esteban, Servidor y Testigo (Ejercicios Espirituales) PDF
Servidor y Testigo
Carlos María Martini
ediciones paulinas
PREMISA
Publicamos en este libro el curso de ejercicios espirituales dados, en 1981, por el arzobispo de Milán,
cardenal Carlos María Martini, a los ordenandos diáconos, en el seminario de Venegono.
Queremos así responder a las peticiones de algunas personas especialmente interesadas en las medita-
ciones sobre el primer mártir de la Iglesia.
Pensamos, al mismo tiempo, que el presente libro, con su título: "Esteban, servidor y testigo", puede
constituir una ayuda preciosa y excepcional para tantos jóvenes deseosos de adentrarse en la experiencia de
los ejercicios espirituales y conocer mejor los caminos de la Biblia.
En el segundo programa del bienio pastoral 1988-89 sobre el tema del "educare" 1 , el cardenal Martini
reafirmaba que Biblia es el "itinerario fundamental educativo" y que la lectio divina —o sea, la relectura
orante y meditativa de la Escritura— y los ejercicios espirituales son un valioso instrumento para el camino
de todos los cristianos.
De la lectio divina hemos hablado al presentar las "Escuelas de la palabra "del arzobispo de Milán. De
los ejercicios basta decir que son un "tiempo fuerte" del espíritu, durante el cual llegamos a comprender o
descubrir nuevamente el proyecto de Dios sobre nuestra vida. Los ejercicios, en efecto, favorecen el
encuentro personal del hombre con esa palabra que es parte integrante de la historia de salvación.
Pero, ¿qué relación hay entre Escritura y Ejercicios?
Ante todo hay que recordar la Escritura tiene, de por sí, una riqueza inagotable. En los ejercicios es
importante ofrecer una clave para leerla, pero que sea ella misma palabra de Dios. Por tanto, en los
ejercicios, los textos bíblicos no son siempre comentados línea por línea, sino en forma que permita captar el
mensaje que Cristo me dirige, teniendo siempre presentes los interrogantes existenciales: ¿Quién soy y
adónde voy?, ¿cómo me ubico frente a la palabra que me interpela?
Esta colección ofrece, en efecto, un sugerente y sencillo ejemplo de relación entre ejercicios y Escritura
a la cual se acerca uno en ellos según el método de la lectio divina. El arzobispo sugiere pistas de lectura y
reflexión que cada ejercitante recogerá en forma personal para abrirse a la contemplación y consolación del
Espíritu, para prepararse a la opción, la decisión, la acción. Muy a menudo, en efecto, nos detenemos en una
meditación intelectual sin disponernos a escuchar la palabra "conservándola en el corazón".
En la introducción, el cardenal Martini invita a los ordenandos diáconos a emprender "un viaje con la
palabra", dejándose guiar por Esteban, servidor y testigo. En su largo discurso antes de la muert?, Esteban
vuelve a meditar en las figuras de los patriarcas y reflexiona sobre sí mismo, sobre lo que Cristo ha signi-
ficado y significa para él, sobre el futuro al que está llamado. En esa forma, nos enseria a captar, en los
pasajes del Antiguo Testamento, las constantes del obrar divino, y a ver, en la experiencia de Jesús, nuestra
misión en la Iglesia y en el mundo.
Y llegan las preguntas fundamentales: ¿A que me llama Dios y adonde me llevará esta llamada?,
¿cómo disponerme a lo que Dios me pide?
Se desgrana así una serie de meditaciones y de intuiciones interesantes en extremo, y Esteban se nos
presenta en toda la luminosidad de esa fe total y sin condiciones que nos hace profunda y perfectamente
libres.
El camino de entrega que ningún proceso puede ahogar y ninguna piedra puede detenerse vuelve invi-
tación a fin de que cada uno de nosotros comprenda mejor su propia existencia cristiana, el sentido profundo
de lo que realizamos y el modo en que debemos vivirlo, trátese del servicio fundamental de la oración y la
palabra, o del más humilde y escondido servicio de caridad
1
Cfr Intinerari educativi, segunda carta para el programa pastoral "educar", Milán 1988, Centro Ambrosiano de
Documentación y Estudios Religiosos.
ÍNDICE
Premisa
Introducción
6. ABRAHÁN, EL SOLITARIO
La figura de Abrahán en el discurso de Esteban
Celibato y soledad
Conclusión
7. JOSÉ: LA FRATERNIDAD PASTORAL
Lectura cristológica
Lectura personalística
Lectura eclesial: la fraternidad pastoral
Conclusión
Esta tarde, a modo de introducción a nuestros días de retiro espiritual, quisiera ante
todo decir algo de mí mismo; luego algo de ustedes; algo sobre el tema de las meditaciones;
algo sobre el Espíritu de Dios que actúa en cada uno de nosotros.
1 — ¿Por qué me encuentro aquí? Alguno podría preguntarse, ¿cómo es posible que
el arzobispo, que tiene siempre tantas urgencias pastorales, asuma el trabajo propio de los
predicadores, dejando sus compromisos? Y no me sería fácil responder a la pregunta,
quizás porque toda opción tiene tras de sí reflexiones que no pueden ser del todo
objetivadas. Me sentí impulsado por un deseo muy profundo, que no sé explicar.
Sin embargo, el motivo fundamental —que me pareció mucho más importante que las
urgencias que me esperaban— creo que es la necesidad de comulgar en la palabra de Dios
junto con los futuros diáconos, con los futuros presbíteros.
He venido para ponerme al servicio de la palabra, en servicio de escucha y en servicio
de intercesión.
—El servicio de la palabra. Trataré de leer con ustedes algunos pasajes de la Escritura,
para captar el significado en esta preparación al diaconado que nos hermana en una
responsabilidad participada —suya, mía, de toda la diócesis.
— El servicio de la escucha. En el tiempo de que dispongo, escucharé gustoso a
aquellos de ustedes que quieran hablar conmigo. Haremos, además, en las tardes,
encuentros comunitarios.
— El servicio de intercesión. Oraré por cada uno de ustedes en forma peculiar,
tratando de imitar a Pablo que oraba no sólo con intensidad, sino también con alegría. Me
impresionan, en efecto, sus palabras cuando escribe que recuerda continuamente a los fieles
y "cada vez que pido por todos ustedes siempre lo hago con alegría" (Flp 1,4).
¿Cómo se expresa así el apóstol? Probablemente quiere decir que entra, a través de la
plegaria, en tal comunicación en la esperanza de la gloria de Dios "en cada uno de ustedes",
hasta experimentar la alegría.
Mi condición de servicio está estrechamente vinculada al servicio episcopal que Dios
me llama a prestarles también a ustedes.
4 — La atmósfera en la cual les invito a vivir este viaje con la palabra, es la convicción
fundamental que debe guiarnos en toda la escucha de la Escritura, es que la fuerza de la
palabra en nosotros es obra del Espíritu.
No nos queda sino poner humildemente las condiciones para que el Espíritu haga vivir
en nosotros la palabra. Condiciones exteriores de desapego de las cosas, de silencio, de
contemplación, de conocimiento de nuestra incapacidad de orar y meditar.
"Señor, realiza en mí la obra de tu palabra a través del don del Espíritu. Suscita en mí
la capacidad de servir. Haz de mí un servidor y testigo. Haz, oh Señor, que saboree la
hermosura de tu llamada y sienta cómo es ella para mí. Haz que yo sienta qué bello es
dejarlo todo para servirte y dar testimonio de ti".
Invoquemos la intercesión de Esteban y también de María, que vivió la primera
persecución de la Iglesia, los primeros temores, la primera muerte violenta de un hombre
bueno en la Iglesia.
Con Esteban, en efecto, la Iglesia advierte la seriedad de ser testigo y servidor:
comprende que el abandonarse a Dios no salva de la muerte, pero sí permite pasar a través
de la muerte contemplando la gloria de Dios; reconoce de qué nos salva y nos libera Dios,
de qué no nos libera y a qué nos prepara.
"Señor, danos poder contemplar esa experiencia fundamental para la Iglesia
primitiva. Haz de mí un servidor tuyo, un testigo tuyo. Dame la gracia de servir y
testimoniar como Esteban sirvió y testimonió. Dame participar en su alegría y en su visión,
en la intuición que tuvo del significado de toda la historia, de toda su vida en ti".
Esta será también mi oración por cada uno de ustedes en estos días de los ejercicios.
El Dios de Esteban
¿Cómo capta Esteban en sí mismo, la presencia de Dios, en el momento supremo de su
muerte?
Quisiera subrayar sobre todo las siguientes expresiones del texto:
— "Lleno de Espíritu Santo"'(v 55). Es la primera expresión de la presencia de Dios en
Esteban.
—"Fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios" ( v 55).
En la plenitud del don divino que lo colma, ve sobre sí la gloria.
—Vio a "Jesús de pie a la derecha de Dios" (v 55), expresión repetida
inmediatamente:
"Veo el cielo abierto y al Hijo del Hombre de pie a la derecha de Dios" (v 56).
Tratemos de captar mejor las tres indicaciones: Dios en él, Dios sobre él, Dios junto a
él.
1 — Esteban experimenta que está lleno del Espíritu Santo, que tiene la fuerza de Dios
dentro de sí.
Quisiera hacer notar lo extraordinario de estas palabras, porque la plenitud del Espíritu
Santo es característica de los tiempos nuevos. No existe una experiencia así en el Antiguo
Testamento, sólo el deseo, la profecía: "profetizarán", "derramaré mi espíritu sobre todo
hombre" (ver Jl 3, ls).
Tenemos aquí un don excepcional de Dios, ese mismo don que tenía Jesús: "Jesús...
lleno de Espíritu Santo... fue llevado por el desierto" (Lc 4,1). Para el evangelista Lucas, la
plenitud del Espíritu es propia de los grandes momentos en que se reconoce la relación
entre la historia del hombre y la gloria de Dios, en que se hace manifiesta la dirección que
asume la historia a través de una plenitud interior, no a través de una instrucción.
La clave del comportamiento de Esteban no se halla en un grado de conocimiento
adquirido: es el don del conocimiento profético de Dios y del sentido de la historia en
forma plena. Es un "quid" que lo inserta a uno desde dentro de sí mismo en la esfera de la
acción divina, en forma que esa acción se le haga familiar y pueda expresarla.
Se trata por tanto de una gracia fundamental para el testigo, para el que habla
impulsado por una plenitud interior. Y conocemos bien la diferencia que existe entre repetir
una lección aprendida de memoria, por obligación o por imposición desde fuera, y hablar
de una realidad porque estamos inmersos en ella.
La primera experiencia de Esteban es pues ésta: Dios está ciertamente dentro de él.
2 — En la plenitud del Espíritu Santo, "vio la gloria de Dios". Frase sencillísima pero
extraordinaria. Es suficiente pensar en el libro del Éxodo, cuando Moisés pide ver la gloria
de Dios y sólo se le concedió un reflejo de ella (Ex 33,18-20). Nadie, según el texto
sagrado, puede ver la gloria de Dios y seguir viviendo.
Podemos recordar también el prólogo del Evangelio de Juan: "Contemplamos su
gloria: gloria de Hijo único del Padre, lleno de amor y lealtad" (Jn 1,14). Se trata, sin
embargo, en este caso de una gloria vista indirectamente, en el Verbo encarnado, y, por lo
mismo, presentada pero aún velada por la humanidad de Jesús.
A Esteban le es concedido el culmen de la vocación del hombre: la visión de la gloria
en sí misma, el sublime conocimiento de Dios, más allá de cualquier experiencia humana.
Pablo con tal de llegar a ella, lo considera todo como una pérdida (ver Flp 3,8).
Pero, ¿qué significa —nos preguntamos— ver la gloria? Es claro en la economía del
pasaje, que se habla de la gloria del Padre, de la presencia y poder del Padre que se
manifiestan al hombre. Es el conocimiento de la raíz amorosa y misericordiosa de toda la
realidad, y de la cual deriva cualquier otro conocimiento. Un don inestimable, que Esteban
nunca habría podido pedir o esperado alcanzar.
3 — Por último, el Dios de Esteban es Jesús —a quien luego se llama el Hijo del
Hombre— crucificado y muerto, resucitado, que se encuentra ahora a la diestra en la esfera
divina, y está de pie. Dios mismo, Jesús se halla ahora dispuesto a ayudar al hombre, a
permanecer junto a él, a testimoniar con él en la suprema confesión.
En conclusión, Esteban logra la experiencia de la Trinidad, de la cercanía, de la
trascendencia y de la inmanencia de Dios en la historia. Desde el momento que vive desde
dentro la realidad de la que ha hablado siempre, llega al punto culminante de su misión de
testigo servidor.
Digamos en oración: ¿Cuál es mi conocimiento de Dios? ¿Es tal que me llene desde
dentro, que me permita conocer su trascendencia más allá de cualquier cosa, y, a la vez, que
su presencia en mi vida en todo momento de la historia?
Debemos desear la experiencia de Esteban porque es la única que puede defendernos
del ateísmo que nos rodea y que penetra sutilmente hasta dentro de nosotros. Ateísmo
hecho de indiferencia, de mentalidad, de cultura, de gestos cotidianos, que asaltan la vida
del sacerdote, asediándolo en los sentimientos, en los juicios, en los modos de obrar y de
hablar. No podremos superarlo eficazmente sin el poder de Dios en nosotros que
continuamente nos permite rehacernos en el sentido de su trascendencia y de su presencia
en la historia. Quizás hablemos de Dios y mostremos tener de él cierto conocimiento, pero
concretamente actuaremos y nos moveremos como si Dios no existiera, o mejor como si no
estuviera a disposición del hombre.
2. EL NO CONOCER A DIOS
Hemos visto que el punto de llegada del camino de Esteban es esa inefable experiencia
de Dios, de su presencia en la vida del hombre y en la historia, de la que habla también
Pablo cuando dice que lo considera todo como basura ante la "sublimidad del conocimiento
de Cristo Jesús, mi Señor" (Flp 3,8).
Mientras seguimos manteniendo la mirada fija en ese don que nos hace perfectos
testigos, queremos ahora preguntarnos sobre el punto de partida de Esteban.
—¿Quién era Esteban?
— .¿De dónde procedía? ¿De qué mentalidad fue convertido?
El corazón dócil
En la "sección de los panes" del Evangelio de Marcos, fuera de los ejemplos de
corazones indóciles, hallamos la voz de aquellos que tienen un corazón dócil. Son los
pobres, aquellos que corren a millares para hacerse curar de Jesús, sin muchos problemas,
sin todas las desconfianzas de los nazaretanos, sin las preguntas de una señal que plantean
los fariseos.
La masa de gente que corre a Jesús para tocarlo, para ponerse a su sombra, para decirle
una palabra, está constituida por los pobres del reino, por hombres y mujeres humildes y de
corazón dócil (ver Me 6,53-56).
Pero quizás la imagen más hermosa la tenemos en la mujer sirofenicia (ver Me 7,24-
30). No pertenece al pueblo de Israel, no había tenido instrucción alguna ni sobre la Biblia
ni sobre la palabra, pero siguiendo el instinto del corazón, el impulso del Espíritu que habla
dentro de ella, tiene una inmensa confianza en Jesús y en su poder. Por esto no desiste,
vuelve a la carga, no se ofende, no se enfría. Su corazón es extraordinariamente libre y
puede por tanto desafiar la mala figura, la impopularidad, postrándose a los pies del Señor,
y repitiendo la demanda hasta que es escuchada.
Es un ejemplo estupendo del corazón dócil que llega al atrevimiento de luchar con
Dios. En cambio, es típico de la espiritualidad farisaica y del discípulo imperfecto tratar a
Dios con una especie de distancia, con guantes pudiéramos decir, para estableces incluso
exteriormente la defensa. La mujer sirofenicia está llena de confianza, de audacia, de amor.
Ella, en medio de tanta incomprensión, ha comprendido quién es Jesús, cómo es Jesús para
nosotros y cómo la misericordia es y tiene la última palabra. La dureza de corazón diserta
sobre todo de la justicia de Dios y de la dignidad del hombre; la mujer sabe que el camino
es la apelación a la misericordia.
Para reflexionar ulteriormente, en la meditación personal, sobre la docilidad del
corazón, pueden recordar el episodio de María en las bodas de Cana (ver Jn 2,1-12): la
madre lucha con el Hijo, lo asalta, va más allá de sus palabras, porque tiene esa visión de
Dios a la que Esteban llegó en el punto culminante de su experiencia: Jesús, en pie, listo
para ayudar al hombre, aunque la apariencia sea contraria.
Sería interesante releer estas dos figuras de mujer (la sirofenicia y la Virgen María) a
la luz de la lucha de Jacob con el ángel (ver Gn 32,23-33), Jacob, en efecto, comprendió
que Dios es alguien sobre quien uno puede lanzarse para hacerle violencia, porque debe ser
poseído con amor y no exorcizado desde lejos a través de un sistema ideológico. Dios debe
ser experimentado en un contacto existencial por lo cual la muerte misma asume otro
sentido. Así aconteció para Esteban.
La docilidad del corazón es creer en la misericordia sin límites, más allá de las
evidencias inmediatas, es tener un conocimiento exacto de Dios.
Es la gracia que pedimos los unos para los otros, porque en esta gracia está el secreto
de ser verdaderos testigos y servidores.
3. LA LLAMADA AL SERVICIO
Aunque Esteban no sea nunca llamado "diácono" en el libro de los Hechos de los
Apóstoles, sin embargo el verbo y el vocabulario del servicio aparecen muchas veces en la
descripción del momento en que es colocado en estado de servicio.
En el c 6 se habla de la diaconía cotidiana con que servían a las viudas (ν 1); de
diakonéin a las mesas (v 2); y, por oposición, de diaconía de la palabra (v 4).
Con razón, pues, se vincula a Esteban con el tema de la diaconía y se le llama
"diácono".
Para ayudarles a penetrar mejor en el espíritu del servicio, el del riesgo que conlleva y
de su misterio, he pensado en otros dos pasajes del Nuevo Testamento: el episodio de Marta
y María en el Evangelio de Lucas (10,38-42), donde se dice que Marta "se distraía con el
mucho trajín (diaconía)"; el relato de la primera multiplicación de los panes en el Evangelio
de Marcos (6,30-44). Los apóstoles, en efecto, son colocados al servicio de las mesas en el
desierto realizando así el requerimiento que se hace a Esteban para las mesas de Jerusalén.
Podemos reflexionar según el siguiente orden:
— Esteban llamado a servir (Hch 6).
— El riesgo del servicio (Lc 10).
— El misterio del servicio (Mc 6).
4. EL SERVICIO DE LA PALABRA
Queremos ahora reflexionar sobre Esteban servidor de la palabra. En efecto, desde
siempre, han observado los exegetas que es ordenado para la diaconía de las mesas, pero
luego desempeña la diaconía de la palabra, es un evangelista y muere como testigo.
El texto de los Hechos de los Apóstoles coloca juntos los dos servicios, y el c 6, a
partir del ν 8, habla propiamente de la oposición que encuentra Esteban en el ministerio de
la palabra. Esa insistencia en una situación específica, que no debe hacerse determinante,
tiene su valor pedagógico. Pero viene vinculada a un cuadro más amplio: "nosotros nos
dedicaremos ante todo al aspecto positivo del servicio y en un segundo momento a las
"calificaciones de Esteban".
El servicio de la palabra
La expresión aparece sinceramente en el pasaje de los Hechos: "Nosotros nos
dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra" (6,4).
5. LA PALABRA CONTESTADA
Queremos ahora releer y meditar Hechos 6,8-14, con el deseo de comprender,
partiendo de la contradicción hecha a Esteban, la última partida en la que el hombre se
encuentra frente a la palabra: la victoria sobre el temor a la muerte.
6. ABRAHAN, EL SOLITARIO
"Ven, te pedimos Señor, en ayuda nuestra en este momento de nuestro retiro, que es
quizás el más delicado, porque el cansancio se hace sentir y puede surgir el sentido de
saturación o la distracción por lo que se espera después. Manifiéstate, Señor, a nosotros
con tu bondad, de suerte que podamos acoger el tesoro que hay en ti, la plenitud que tú nos
das y que se vive con desprendimiento de nosotros mismos y de cuanto superficialmente
sentimos y pensamos. Envía te rogamos, tu Espíritu que nos trasforma en profundidad. Te
lo pedimos, Padre, por Cristo Jesús, nuestro Señor".
Creo, en efecto, que cada uno de nosotros puede vivir un momento difícil y que es
oportuno experimentar en la oración los diversos movimientos —cansancio, repugnancia,
alegría, rechazo, esperanza, aburrimiento— porque así aprendemos a dirigir la nave de
nuestro espíritu en todas las circunstancias.
¿Qué es la vida del sacerdote sino un continuo tratar de enderezarse él mismo hacia
Dios y conducir a los demás hacia él, a pesar de las tormentas y de los tiempos poco
favorables? Es verdad que Dios, que nos lleva siempre de la mano, permanece y pasa
siempre por sobre todas las aguas en borrasca.
Con esta certeza, meditemos en el discurso de Esteban (Hch 7,1-53), el más largo y
misterioso del Nuevo Testamento. Los exegetas no han terminado todavía de descubrir sus
orígenes. Hay quien piensa que procede de otras fuentes y, por lo mismo, tiene poca
relación con el contexto. Otros, en cambio, tratan de encuadrarlo en el conjunto del relato,
con diferentes formas de análisis.
Ciertamente no es kerigmático, en el sentido de los discursos de Pedro o de Pablo.
Tiene una estructura peculiar, que sería superfluo querer investigar ahora.
Prefiero leerlo tal como lo tenemos ante los ojos, sin preocuparnos demasiado de su
posible prehistoria.
Lucas lo presenta como el discurso de un hombre ante la muerte, cuando se dicen sólo
cosas esenciales. Lo podemos comparar con el discurso de Jesús en el cenáculo (Jn 13-17).
O, para ofrecer un ejemplo moderno, con las palabras de Pablo VI, escritas poco antes de
morir, a modo de testamento, reviviendo la existencia trascurrida.
Un discurso, pues, que por una parte es lugar de la verdad y por otra lugar del
autoconocimiento.
—Como lugar de la verdad, Esteban retoma algunas de sus instituciones
fundamentales y del Nuevo Testamento, que ya hemos recordado: la historia es el espacio
del camino de Dios, en que Dios entra a través de sus amigos para conducirla hacia el
cumplimiento de un designio que tiene, de todos modos, una dirección de la muerte a la
vida, de la soledad a la comunidad, del destierro a la patria, de la disgregación hacia la
plenitud. El discurso de Esteban es un lugar de la verdad sobre la historia humana, en la que
Dios se hace inmanente, compañero del hombre. Historia dramática, sacudida por el
rechazo del hombre, donde el rechazo se cambia en nueva afirmación de Dios.
—Como lugar de la autocomprensión, Esteban, Biblia en mano, relee la experiencia
de Israel, relee la experiencia de Cristo y la suya. Una clave interpretativa de este discurso
me parece que es precisamente la experiencia de Esteban, proyectada sobre el fondo de la
historia de la salvación. Es, por tanto, fuente igualmente de autoconocimiento: la Biblia es
el espejo de la experiencia diaconal de Esteban y de todas las pruebas por las que ha
pasado.
Celibato y soledad
A la luz de las figuras de Abrahán y Esteban, es útil introducir algunas reflexiones
sobre la relación entre celibato y soledad.
Ustedes saben naturalmente ya que el celibato por el reino es una realidad muy grande,
positiva, y es también fecunda en el sentido de que conduce a una paternidad espiritual. No
obstante, dejando de lado considerar, en esta sede, la riqueza de valores de la virginidad
consagrada, quisiera dar un paso adelante subrayando que la opción por ese estado de vida
es la aceptación de una soledad que, no rara vez, puede resultar pesada.
Ante todo, podemos reflexionar sobre cuáles son las pruebas γ grados que se
experimentan:
—En el primero o segundo decenio de sacerdocio, o de vida consagrada, la soledad
física predomina y, por tanto, el control de los sentidos, de la carne, de la sexualidad
intensa en su corporeidad.
—En el segundo decenio o veinteno surge gradualmente la soledad afectiva, del
corazón: el hecho de no tener una familia propia dónde descansar, dónde edificarse un
rincón de refugio.
Esta soledad de la vida cotidiana es quizá aún más difícil que la primera. A veces
puede ser mitigada por formas de comunicación, de comunión, pero se mantiene presente.
—En el tercero o cuarto decenio (de los cincuenta años en adelante) se sufre por la
renuncia a una posteridad, a una vejez confortada por los hijos y los nietos.
Estos tres niveles se abren camino en la conciencia, a medida que avanza la edad, y
forman parte de la soledad aceptada a través del celibato. No deben ser infravalorados
porque son experiencias fuertes de la sicología del hombre que madura. A veces, en
diferentes momentos de la existencia, insurgen con tanta violencia que nos dejan
estupefactos, recordándonos que la opción por el reino abarca toda la vida, hasta la muerte.
Debemos por tanto, reconocer que la decisión por la virginidad consagrada es una
opción total y no puede ser compensada con otras, y que humanamente es bastante
increíble.
La gente, en efecto, no cree mucho en la posibilidad de mantenerse fiel al celibato,
precisamente porque la experiencia de la soledad es dificilísima.
No sabría decir cuál de las diferentes pruebas que conlleva sea la más fatigosa, si el
dominio de los sentidos o la resistencia a la soledad afectiva o la renuncia a una posteridad;
probablemente todas son bastante duras. Por otra parte, el equilibrio afectivo no se alcanza
jamás definitivamente, sino que las circunstancias y los acontecimientos lo vuelven a
cuestionar en forma continua, por lo cual debemos estar siempre empeñados en rehacerlo.
Por esto, la opción del celibato es sólo posible por el reino, en el contexto de un amor
inmenso, de un ideal apasionado, de una dedicación incondicional.
Pasando a una segunda reflexión, nos preguntamos: ¿puede el hombre hacer una
opción así?
Ciertamente es importante que lleguemos a maravillarnos que se pueda llegar a una
opción así con los ojos abiertos y no en el entusiasmo de la primera adolescencia.
Aunque la Iglesia enumere justamente los motivos por los cuales la decisión por el
celibato resulta razonable, debemos admitir que debe hacerse a partir de una profunda
afectividad hacia el Señor.
Entramos aquí en un terreno muy delicado, el de la conexión del celibato con el
compromiso diaconal y presbiteral en la Iglesia latina. Me parece, a propósito, que se vaya
aclarando la idea de que la Iglesia confiere ordinariamente el diaconado y el presbiterado a
quienes ya han hecho la opción celibataria por el reino, y por tanto, que no la pone como
condición lateral.
Lo cual significa que se requiere realmente un carisma, un don que lleve al hombre a
caminar fuera de sí, un salto de cualidad del corazón, que la gracia de Dios nos promete
mantener en sus incandescencia, en su genuinidad. Pero, de parte nuestra, debemos
empeñarnos por conservar las condiciones exteriores que son mucho más exigentes hoy que
en el pasado. De aquí la necesidad de una disciplina de los sentidos, de los ojos, de la
curiosidad, de las lecturas, del comportamiento interior; y también la necesidad de
desconfiar de sí mismo, de vivir con seriedad y madurez todas las relaciones.
Una última reflexión sobre la relación soledad y comunicación.
La soledad, hemos dicho es estar con "Dios sólo", expresión usada gustosamente por la
Biblia para hablar de las grandes obras de la salvación: Dios creó el universo él solo, Dios
sólo es misericordioso, Dios sólo sabe qué significa ser fuente de la misericordia, Dios sólo
en su misterio trinitario, es fuente de comunicación.
Entonces, si caminamos por el misterio de la soledad con Dios —que resulta luego el
misterio de la oración contemplativa, de la adoración eucarística, de la meditación
personal—, comprenderemos gradualmente que dicha soledad es madre de la
comunicación.
En realidad, precisamente porque Dios solo ha creado el universo, puede hacer que
todas las cosas se comuniquen y ha puesto en ellas la capacidad de comunicarse.
Entrando en el corazón de Cristo que muere solo en la cruz, podemos participar en su
fuerza comunicativa y creativa de la Iglesia. En nuestra pobreza, somos puestos en grado de
hacer nuestros los sufrimientos más profundos e incomunicables de los hombres; nos con-
vertimos en servidores de todos, de los más profundos retos de la comunicación humana,
disponibles, por tanto, a cualquier confidencia, a cualquier secreto, a cualquier oscuro
fermento íntimo del hombre.
La capacidad de comunicar se hace inmensa alegría, y es la fecundidad del celibato
por el reino. Poder entender a todos y a cada uno, ser de todos, no de algunos, lograr
ganarse la confianza de todos, ofrecer un consejo a cuantos lo piden.
Muy grande es la fecundidad del celibato que es secuela de la soledad con Dios y con
Cristo crucificado.
No obstante, no se la puede defraudar, en el sentido de que no se escoge el celibato por
la comunicación que de él deriva. Sería como si Jesús escogiera la muerte y al mismo
tiempo la resurrección.
El camino es lineal: se acepta la muerte y se recibe la resurrección como don; se acepta
la soledad y se recibe la comunicación. El intento de colocar juntas las dos realidades lleva
a confusiones y, en cierto momento, a componendas. Se aceptan entonces comunicaciones
de corte sospechoso, ambiguo, creyendo que son el fruto de la virginidad consagrada,
mientras que son sencilla y llanamente el sustituto suyo.
Leo aquí todo el problema de las amistades entre sacerdotes, de las relaciones de
sacerdotes con las mujeres, del modo de conversar y tratar con ellas. Es un mundo del todo
delicado y difícil, para el cual sería ingenuo de reglas a priori, y que exige como clarifica-
ción de fondo, la aceptación sincera y total de la soledad en sus tres niveles —en la
juventud, en la segunda y en la tercera edades. Cuando se trasforme, como fruto
espontáneo, en capacidad comunicativa, el hombre no obstante sigue siendo evidentemente
él mismo, con sus riquezas interiores de sensibilidad y de afecto, alcanzará en ellas una
expresión vigorosa y nueva.
Conclusión
Me doy cuenta de que no es fácil expresar con palabras estas realidades. El Señor, no
obstante, nos las pondrá de manifiesto día tras día, a través de un camino progresivo nada
fácil. Considero, sin embargo, que hoy es casi imposible observar el celibato, si no se apoya
en una carga profunda de vida en el Espíritu; es una experiencia que compromete en una
lucha continua, hasta que el corazón quede plenamente purificado en el amor del Señor.
Quien escoge y acoge como don este carisma necesita, además de una disciplina
interior, de un consejero espiritual a quien manifestar libremente los movimientos interiores
del espíritu y las vivencias personales. El nos ayudará a vivir con verdad el don; no hay, en
efecto, tormento mayor que una existencia dividida en este punto, sea porque se recurre a
subterfugios, a una doble vida, sea porque uno vive descontento y resentido por la opción
hecha.
A la luz de la experiencia de Esteban, de Abrahán y de cuantos toman en serio la
palabra de Dios y el servicio de la palabra como diaconía a la cual predicar la integridad del
propio ser, me ha parecido importante proponerles la reflexión sobre el tema del celibato
sacerdotal.
"Danos, Señor comprender la belleza de la virginidad consagrada y amar nuestra
opción que es respuesta al amor infinito con que nos has llamado. Haz que podamos
avanzar por esta senda en sinceridad de corazón y con una alegría que se renueva cada
día y crea auténtica comunicación con todos los hombres".
Lectura personalística
Pero la historia de José es también la historia de Esteban que está a punto de ser
traicionado por envidia, que ha tenido una experiencia de servicio de las mesas, de la
comunidad. Fue traicionado pero Dios está con él y lo librará de todas sus desgracias.
En el antiguo patriarca, rechazado y exaltado por Dios, lee Esteban con inmensa
confianza su propia experiencia: si Dios no abandonó a José, no me abandonará tampoco a
mí y hará de mi propia muerte un servicio a los hermanos.
Quizás a través de este episodio de la historia de salvación intuye que le llaman a
identificarse con la experiencia de Jesús.
Conclusión
La historia de José me trae a la mente un recuerdo de Juan XXIII. El 2 de junio de
1963, cuando murió, me encontraba en Alemania y oí un comentario de un protestante en la
radio alemana que sintetizaba así su figura: Es el que dijo: soy José, hermano suyo.
El que instauró una relación con los obispos sus hermanos, que bajando de lo alto del
pedestal, faraónico donde se encontraba el José en el esplendor de su gloria, se hizo
reconocer y por tanto ha hecho un itinerario de fraternidad.
Se nos estimula también a reflexionar sobre la fraternidad en la Iglesia, sobre la
fraternidad del papa con los obispos, del obispo con los sacerdotes.
Pero el reconocimiento de fraternidad no es cosa anodina o la explicación de una
democratización barata. Se da a alto precio de esfuerzo y don de sí mismo.
Lo cual vale para toda clase de relaciones, incluida la que el concilio ha pedido
instaurar entre el presbiterio y la comunidad a través de todas las formas de colaboración,
de presencia, de participación.
Si consideramos que esta fraternidad es cosa fácil, caeremos inevitablemente en las
tentaciones de la fraternidad obvia y natural, que son los brotes de envidia, de
personalismos, de partidos, de tensiones, de jugadas políticas. El Señor, en cambio, nos
pide recibirla y vivirla como don de Dios, fruto del itinerario de purificación de la fe y de la
muerte y resurrección de Cristo en quien ya no hay diferencia alguna. Porque todos somos
uno en Cristo Jesús.
Preguntas prácticas
Quisiera terminar con algunas preguntas útiles para nuestro ministerio.
— ¿Qué presencia se da en nuestras asambleas?
— ¿A quién celebramos? A nuestro deseo de Dios, nuestra tradición, nuestra fe, o
celebramos a Cristo?
— ¿Nuestra economía es trasparente e indicativa u opaca y reductiva?
Esto evidentemente depende más de los corazones que de los signos, porque en los
corazones encuentra la economía sacramental su auténtica interpretación. Pero los
corazones se ponen en armonía con los signos y viceversa.
Ciertamente, la Iglesia histórica camina hacia la plenitud del reino y en su avanzar
debe revisar y tratar de adaptar su economía sacramental. Por otra parte, el trabajo de la
adaptación ha sido sentido en todos los tiempos porque se trata de adecuar la economía
litúrgica a la verdad que significa."
Me ha impactado fuertemente, en la lectura del breviario para la fiesta de san Dámaso
—que trabajó activamente por el culto de los santos y de los mártires en particular— un
pasaje de san Agustín en el "Tratado contra Fausto". Explica el gran doctor cómo honramos
nosotros a los mártires; se pregunta si es posible honrarlos, y responde: sí, pero "con ese
culto que con palabra griega llamamos latría, no honramos ni enseñamos a honrar sino a
Dios sólo, porque es una especie de servicio debido únicamente a la divinidad. Y como a
este culto pertenece la ofrenda de sacrificios —por eso se dice idolatría la que ellos ofrecen
a los ídolos—, en manera alguna ofrecemos o hacemos ofrecer cosas de ese género a
alguno de los mártires ni alma santa o ángel alguno. Y a quien cayere en este error se le
reprende según la sana doctrina para que se corrija y sea liberado de él".
Prosigue explicando cómo también Pablo y Bernabé incurrieron en este error pero lo
corrigieron, y concluye: "Pero una cosa es lo que enseñamos y otra lo que nos toca tolerar;
una cosa lo que debemos enseñar y otra lo que nos vemos obligados a rectificar o impul-
sados a soportar, hasta que no logremos corregirla".
Agustín sentía, pues, la dificultad práctica de inculcar en la forma de obrar de la gente
la rectitud del verdadero culto.
Por esto es útil la pregunta: ¿A quién celebramos en nuestras eucaristías? ¿A nosotros
mismos o a Cristo resucitado, imagen del Dios invisible, trascendente, cuyo nombre no se
puede pronunciar y cuya figura ninguno ha visto ni puede ver?
Podemos pedir, por intercesión de Esteban, que el Espíritu Santo nos enseñe cómo ir
más allá de los signos sacramentales para amar al que merece ser amado
incondicionalmente; cómo fijar la mirada, el corazón, la atención en Jesús Hijo de Dios,
imagen perfecta del Padre, presencia histórica del absoluto, fuente de amor perfecto. El,
únicamente él, nos permite purificar el servicio que estamos llamados a prestar, porque no
hay otra economía histórica sino ésta, después de que Jesús nos ha enseñado el verdadero
significado de la misma.
Reverencia y obediencia
Mientras se le hace la pregunta, el ordenando tiene las manos entre las del obispo, y
este gesto es sin duda alguna símbolo de un compromiso importante.
1. ¿Cómo se podría traducir al griego del Nuevo Testamento la palabra "reverencia"?
Me han acudido a la mente varios términos.
a) Eusébeia, en latín "pietas", es la actitud de respeto ante el misterio de Dios y del
hombre. De por sí, es una virtud laica, tan cierto es que designa a hombres religiosos, no
específicamente cristianos. Los hombres que sepultaron a Esteban son eusebéis, porque
tienen respeto a Dios y al hombre. También el pagano Cornelio, en el c 10 de los Hechos es
llamado ensebes kaifoboúmenos ton theón, piadoso y temeroso de Dios.
La reverencia es, pues, propia del hombre justo, recto; en la tradición latina pagana
pietas es virtud típica que regula la relación de cariño y respeto existente entre marido y
mujer, entre hijos y padres. Podríamos decir, en términos bíblicos, que es una de las
actitudes que se siguen a la alianza: mutuo respeto, hecho de solidaridad, de atención, de
sentido de pertenencia.
En griego, pues, eusébeia, fòbos, eulàbeia también, son palabras que, todas ellas,
tenían un significado profundo en la religiosidad antigua, recogida luego en la tradición y
sintetizada por el estoicismo. Baste pensar en que el mismo Carlos Borromeo leía con gusto
las obras de los estoicos —de Epicteto, por ejemplo— hallando en ellas alimento espiritual
para la impostación de su vida.
b) Otro término está tomado del verbo entrépein, traducido por la Vulgata como
vereor, y utilizado en algunos contextos significativos. En la parábola de los viñadores, por
ejemplo, cuando el padre envía, después de sus siervos, al propio hijo, dice: "A mi hijo lo
respetarán", entrapésontai, en latín verebuntur (Mt 21,37). Es otro modo de indicar las
relaciones de respeto ante un misterio.
c) Interesante es también la negación de esta actitud, en esa extraña figura que es el
juez inicuo que "ni temía a Dios ni respetaba a los hombres" (Lc 18,2). El mismo piensa
para sí: "Yo no temo a Dios ni respeto al hombre, pero esa viuda me está amargando la
vida; le haré justicia para que no venga a reventarme sin parar" (vv 4-5).
Paradójicamente se indica una actitud que resume una integridad de vida.
d) Por último, recuerdo un pasaje de la Carta a los Hebreos, donde se habla de las
relaciones entre padre e hijo: "Más aún, tuvimos por educadores a nuestros padres carnales
y los respetábamos. ¿No nos sujetaremos con mayor razón al Padre de nuestro espíritu para
tener vida? Porque aquellos nos educaban para breve tiempo, según sus luces; Dios, en
cambio, en la medida de lo útil, para que participemos de su santidad. En el momento,
ninguna corrección resulta agradable, sino molesta; pero después, a los que se han dejado
encontrar por ella, los resarce con un fruto apacible de honradez" (Hb 12,9-11). El tema de
la reverencia encuentra una referencia al tema de la corrección humana y divina.
A través de estos textos podemos captar bien la relación de reverencia. Pensando en la
meditación sobre José y sus hermanos y en la del misterio de la sacramentalidad, se puede
quizás decir que la reverencia prometida al obispo avanza en la línea de la fraternidad y de
la sacramentalidad.
— En la línea de la fraternidad es el misterio del reconocimiento de José y de sus
hermanos, cuya fraternidad es plenamente restaurada por la obra acogida de Dios. La
reverencia es, por tanto, el sentido de solidaridad, de pertenencia, de relación familiar que
se instaura entre quienes son engendrados por la misma palabra de Dios y llamados por ella
a idéntico ministerio, servicio, aunque en grados y con responsabilidades diferentes.
— En la línea de la sacramentalidad, reverencia significa reconocer que el misterio de
Cristo, que dispone de nuestra vida, pasa sacramentalmente a través de hombres, figuras,
símbolos.
Esto supone haber doblado las rodillas ante el misterio de Dios y su revelación en la
historia. Porque se podrían doblar las rodillas al misterio del Dios trascendente pero no ante
el del Dios que se manifiesta en la encarnación, haciéndose inmanente en la historia: en
Cristo, en la Iglesia, en las personas. Aquí se requiere una fe bíblica, histórica, cristológica,
a la que hay que responder con libertad, como es libre la acción de Dios en la historia.
2. El misterio contenido en la reverencia se especifica aún más en la obediencia.
En el Nuevo Testamento se la expresa fácilmente en el verbo griego up-akoùein, que
se traduciría literalmente por ob-audire en latín.
Se trata de "escuchar con sumisión", de escuchar con obediencia y prontitud.
Uno de los textos fundamentales de referencia para comprender lo que significa
"prometo obediencia", lo hallamos en la Carta a los Romanos: "Es decir, como la
desobediencia (en griego parakoè, oír y dejar pasar) de aquel solo hombre constituyó
pecadores a la multitud, así también la obediencia (en griego upakoè, escucha sumisa) de
este solo constituirá justos a la multitud" (Rm 5,19).
Obedecer quiere decir entrar en el misterio de Cristo sometido al Padre en la
complejidad y tragicidad de la historia humana, que él acoge èn su vida como misión
histórica.
La obediencia es un gran misterio, no explicable simplemente con motivos asociativos
u organizativos. Claro, se necesita el orden, hace falta alguien que mande, es necesaria una
línea: todo esto es cierto, pero la promesa de obediencia es un misterio muy profundo
porque se trata de entrar en la obediencia de Cristo al Padre. Y el Padre ha constituido una
economía sacramental en la que lo divino se revela a través de lo humano; por lo mismo, no
a través de la manifestación directa del Dios solo al hombre solo, sino del Dios solo al
hombre en la historia.
Profundizando en el tema, es posible hablar de obediencia activa y de obediencia
pasiva, dos términos que envuelven la totalidad del hombre y lo configuran a Cristo.
a) Obediencia activa es la ejecución creativa y responsable de las directivas de la
Iglesia: hacer lo que se nos pide hacer, con seriedad de compromiso, asumiendo un
proyecto para llevarlo a término en las circunstancias concretas.
El sacerdote es enviado a una parroquia para que ponga en juego las directivas de la
Iglesia, que son las del obispo, de los concilios, de los sínodos, cuanto la tradición y la
disciplina le ofrecen. Pero la ejecución exige creatividad y responsabilidad para con las
personas. Muy diferente es la responsabilidad del funcionario que puede limitarse a ejecutar
ciegamente una orden, sin preocuparse mucho por las consecuencias.
La obediencia del sacerdote es más delicada, más rica de humanidad. Es verdad que
hay situaciones en las cuales se querría escoger una solución y, en cambio, hay que escoger
el parecer de la autoridad eclesiástica; no obstante, la opción se realiza con espíritu
confiado y colaborativo, no siguiendo la disposición por despecho sino tratando de entrar
en la intención salvífica, amorosa, de quien la propone. El funcionario puede muy bien
ejecutarla por despecho.
En cambio, la obediencia que entra en el misterio de la obediencia de Cristo se
preocupa siempre por las personas, por el resultado. De pronto, sufre una división interior,
pero con amor y buscando adaptarlo todo a lo mejor.
La obediencia que deriva de la reverencia supone, pues, que si ha sido dada una
directiva, debe haber un motivo salvífico profundo y, por lo mismo, hay que buscar
ejecutarla con sencillez de corazón.
Podría ser interesante para la obediencia activa, un punto de referencia
neotestamentario. Se me ocurre la Segunda carta a los Corintios, cuando se habla de Pablo
y Tito. Se habían dado diferentes puntos de vista entre Pablo y la comunidad: se envía a
Tito a los Corintios para adelantar la obra de reconciliación y realizar una obediencia
activa. Si hubiera obrado como simple funcionario, hubiera corrido el riesgo de empeorar la
situación. En cambio, ha mostrado tal delicadeza que restauró la amistad entre los fieles y
el apóstol. "Me alegró mucho más aún lo feliz que se sentía Tito, pues se ha quedado
tranquilo por todos ustedes. En ninguno de los elogios que le había hecho de ustedes quedé
mal, todo lo contrario: lo mismo que a ustedes siempre les he dicho la verdad, también los
elogios que hice a Tito de ustedes resultaron ser verdad. Siente mucho más afecto por
ustedes, recordando su respuesta unánime y con qué escrupulosa atención lo recibieron. Me
alegra poder contar con ustedes en todo" (2Co 7,13-16). La relación entre reverencia y
obediencia está muy bien expresada. Tito obedeció y supo hacerse obedecer y Pablo tiene
ahora la certeza de poder contar con personas que ejecutan sus tareas con creatividad y
responsabilidad.
b) Obediencia pasiva. La expresión es inadecuada, desde el momento en que debemos
poner dentro de la palabra "pasiva" todo lo que se refiere a la passio Christí, que es el
momento más redentivo y activo de su vida.
Nos resulta útil pensar en el texto de la Carta a los Hebreos, donde se lee: "Por la fe
respondió Abrahán al llamamiento de salir para la tierra que iba a recibir en herencia, y
salió sin saber adonde iba" (Hb 11,8). La pasividad es un aspecto fundamental de la
obediencia al obispo y a menudo he oído a sacerdotes que, con ocasión de sus 25 años de
ordenación o de aniversario de la parroquia, recuerdan con sentido de gran dicha interior:
"¡Vine acá hace tantos años enviado por el arzobispo y ni siquiera sabía el nombre del
lugar; hoy se ha convertido para mí en mi casa, en mi familia!".
La obediencia pasiva consiste, pues, concretamente en ir al lugar que te viene
asignado, aceptando esta experiencia de la Iglesia que distribuye las tareas.
Humanamente no es fácil porque frente a una designación podemos sentirnos tentados,
temerosos, recalcitrantes. Creo que es justo, en tales casos, presentar las propias
repugnancias e incluso ciertos deseos. Pero más allá de esto, "se empieza a llegar al nivel
de alerta, al nivel de peligro, por el cual se llega a querer escoger, se obliga a los superiores
a darnos gusto y, al final, se alcanza lo que se quiere, pero la misión resulta carente de su
propia fuerza. En efecto, en los momentos difíciles, la respuesta no es la que se esperaba y
el clima es pesado, no se logra ya aguantar más la situación. Al contrario, si hemos
obedecido pasivamente, incluso frente a las adversidades podemos permanecer tranquilos
sabiendo que, no habiendo buscado esa misión, el Señor nos ayudará.
La fuerza de Abrahán está precisamente en andar obedeciendo a la voz de Dios.
Naturalmente, este tipo de obediencia se ejerce poquísimas veces en la vida; no obstante, es
fundamental, porque califica el modo de estar en un lugar y toda la actitud con que se vive
una determinada situación. Es en cierta forma como la opción por la castidad que, no
obstante estar limitada a algunos momentos, configura todos los otros, envuelve el día y la
noche.
Así pues, mientras la obediencia activa se alimenta de las indicaciones dadas, trata de
traducirlas, de volver a pensarlas, de organizarías activamente, la pasividad es un momento
privilegiado en el que podemos cometer incluso graves errores y necesitamos, por ello, que
nos ayuden y corrijan. Vale, al propósito, el c 12 de la carta a los Hebreos (v 9) donde se
habla de la corrección. Porque esa obediencia supone diversidad de pareceres, posibilidad
de críticas, resentimientos interiores fuertes y violentos, pero constituyen parte de la
experiencia de servicio a la Iglesia. Naturalmente no se dice que la elección que hacen los
superiores sea en todo perfecta y la mejor desde el punto de vista histórico, objetivo. Pero la
Iglesia nos asegura que quien ha puesto su existencia en las manos de Dios no yerra porque
ha encontrado la correcta impostación en el camino. Y ésta es la actitud fundamental,
involucrada en el ofrecimiento de reverencia y obediencia.
Quisiera, por último, subrayar que la reverencia y la obediencia del diácono o del
sacerdote al obispo es también una alianza, o sea, una relación bilateral. El obispo debe
vivir en estado de reverencia y obediencia a la persona, al designio de Dios en ella, al
misterio que se expresa en la vocación.
Es un contrato bilateral que, si introduce al diácono o al sacerdote en una
responsabilidad que a veces asusta, hace también al obispo gravemente responsable y, por
lo mismo, lo compromete en la lucha con Dios y con el ángel, con la persona consagrada. A
veces, tendrá que oponerse a formas de deseo que asumen aspectos inconscientes de
presiones, tratando de hacer comprender a las personas que su bien es otro. Evidentemente
es mucho más fácil dar gusto, pero el obispo no puede traicionar el misterio de Dios sobre
aquel que le ha sido confiado.
Al diácono y al sacerdote, como al obispo, le es necesaria mucha oración, mucha
contemplación y humilde y diaria imploración del Espíritu para no fallar al designio eterno
de Dios en las almas.
Caridad pastoral
— ¿Cómo podemos definir la caridad pastoral y qué conlleva?
Me limito a sugerirles una reflexión que pueden profundizar partiendo de la
experiencia de Moisés, tal como la releyó Esteban.
Se presenta a Moisés siguiendo una sucesión cronológica de su vida, y cada etapa dura
cuarenta años. En los primeros cuarenta es educado y formado en Egipto y sale de ellos
"poderoso en palabras y en obras" (Hch 7,22). En los cuarenta siguientes se lanza y se gasta
por sus hermanos; luego, desilusionado y amargado, huye al desierto (ver Hch 7,23-29). En
la tercera cuarentena, Moisés escucha la voz de Dios que lo llama y se pone al servicio de
los hermanos (ver Hch 7,30-39).
— La respuesta que propongo es la siguiente: la caridad pastoral es la caridad
ejercitada por Moisés en los terceros cuarenta años de su vida.
Mientras en los primeros recibe una formación en la sabiduría de los egipcios
recibiéndolo todo en forma teórica y creyéndose docto, en los segundos se lanza a la reyerta
por iniciativa propia y, al final, se desanima y huye a esconderse, en los terceros, en
cambio, hecho sabio y humilde por las vivencias que había tenido, escucha la voz de Dios
que lo llama.
Subrayo especialmente el ν 34, cuando Dios dice: "He visto lo que sufre mi pueblo en
Egipto, he escuchado su gemido y he bajado a librarlos. Ahora ven acá, que te voy a enviar
a Egipto". Dios es quien actúa, quien ha visto la postración de su pueblo, quien desciende y
comunica a Moisés su misericordia para con
Israel. Nace aquí la caridad pastoral, que no es el impulso, experimentado por Moisés, de
dar muerte al egipcio que maltrataba al hebreo. Claro que era un impulso generoso pero no
fue seguido y el pueblo no lo apreció.
La caridad pastoral comienza cuando recibe la comunicación y participación en la
misericordia del Señor hacia su pueblo. Desde ese momento cumple su servicio entre
dificultades, entre sufrimientos y grandes abatimientos interiores.
La caridad pastoral no consiste en entregar el propio cuerpo para que lo quemen, ni en
dar todos los bienes para ayudar a los pobres. Es, más bien, la participación en el amor de
Dios que el Espíritu que se nos ha dado pone en nuestros corazones (ver Rm 5,5). Es la
participación en la misericordia activa con que Dios nos ha amado, ama a su pueblo, ve
antes que nosotros los sufrimientos de las gentes y a ellas nos envía.
En otras palabras, es la asunción y la participación en el amor con que Jesús, buen
pastor, da la vida por el rebaño. No la conquistamos nosotros: es una gracia que hay que
pedir, un don que hay que aceptar; es el don del Espíritu invocado sobre ustedes en el día
de la ordenación diaconal y sacerdotal.
Quisiera, por último, recordar que la infusión de la caridad pastoral del sacerdote no es
sólo la instantánea del momento de la ordenación, sino también la infusión progresiva que
la comunidad derrama sobre el sacerdote. A través del cariño, la acogida, la reverencia y la
comprensión, la gente forma en la caridad al sacerdote, lo hace crecer y madurar en la
disponibilidad de darse.
Concluyendo, el rito de la ordenación pone en quien lo recibe un sentido de
trepidación, de emoción, una secuencia de sentimientos diversos, porque nos pone frente al
caso grave y nos hace intuir que nos encontraremos en situaciones delicadas y difíciles, en
que nos jugaremos toda nuestra vida.
Pidámosle a María, que con su "sí" ha sabido jugarse una opción radical que la ha
llevado hasta el pie de la cruz del Señor, que esté junto a nosotros para ayudarnos a vivir
con seriedad y tranquilidad los últimos momentos de preparación.