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LOS TRES MOSQUETEROS

CAPITULO XX.
El viaje
El viaje inicio entonces, ellos iban delante y sus criados bien armados detrás. Todo iba bien hasta
Chantilly en donde decidieron pararse para comer, allí ocurrió el primer percance en donde Porthos se
quedó rezagado peleando contra un hombre que demostraba su devoción por el cardenal y retando a
Porthos a una pelea porque este último quería brindar pero por el Rey; lo dejaron entonces peleando
con aquel hombre y le pidieron que en cuanto pudiera los alcanzara. Hicieron una parada nuevamente
para esperar a Porthos dos horas pero este no llego, alli hubo una nueva riña en la que perdieron a
Mosquetòn, el criado de Porthos cayò herido aunque no de gravedad pero tuvieron que dejarlo porque
no podían arriesgarse tanto; dos horas después Aramis les confesó que no podía mas ya que tenía
una herida de la riña anterior, decidieron dejarlo con Bazin para que lo cuidará. Continuaron el viaje
entonces solo cuatro hombres, se alojaron en un hostal y en la madrugada Grimaud el lacayo de Athos
sufrió un ataque por los mozos que se habían quedado con èl junto a los caballos porque al parecer no
les gusto que este se levantara muy de madrugada a preparar a los caballos, además los caballos
estaban ya cansados; Athos fue luego atacado por los hombres del hostelero quien lo acuso de
pagarle con monedas falsas entonces D'Artagnan y Planchet no tuvieron otra alternativa que salir
huyendo con dos caballos que estaban bien equipados en la entrada del hostal, así entonces
continuaron solo dos con la campaña. Al llegar a Calais los nuevos caballos ya no pudieron dar paso,
tuvieron entonces que continuar a pie hasta la ciudad para luego correr al puerto para pasar a
Londres, antes de ellos paso un hombre con su lacayo pero le dijeron que nadie podía pasar si no
poseía un permiso del cardenal, el hombre le dijo que no había problema con eso porque el llevaba
ese permiso, pero antes de pasar debía ir con el gobernador a su casa de campo para que aprobara el
visado. D'Artagnan y Planchet entonces fueron por ese permiso pidiéndolo primero con amabilidad al
hombre que era un tal conde de Wardes y luego ya se fueron a la pelea, finalmente lograron quitarle el
permiso aunque D'Artagnan además logro una herida en el pecho, así entonces partieron donde el
gobernador a validar dicho permiso dejando detrás al conde medio muerto y a su lacayo amarrado a
un árbol. El gobernador sello la carta que llevaba D'Artagnan; luego èl y Planchet se subieron al
navìo que los llevaría a Londres, llegando allí a las diez y media de la mañana. Planchet ya estaba
muy cansado y D'Artagnan continuo en la búsqueda del duque de Buckingham para entregarle la carta
recibió entonces la ayuda de Patrice el hombre de confianza del duque con quien además pudo hablar
más fácilmente ya que hablaba Francés como D'Artagnan. Asi pues D'Artagnan entrego la carta al
duque.

CAPITULO XXI.
La condesa de Winter
Al leer la carta el duque salió como alma que lleva el diablo hacia el palacio, allí entro en una
habitación en donde tenía una especie de altar dedicado a Ana de Austria allí tenía un retrato y bajo
este el cofre que ella le había dado con los tan ansiados herretes de diamantes dentro; mientras
tomaba el cofre le pidió a D'Artagnan que se acercará a donde él estaba; abrió el cobre y le mostro el
contenido, pero después de querer besar cada uno de los herretes con gran fervor pego un grito
desesperado ya que se dio cuenta que habían contado la cinta que sostenía los herretes y que
además faltaban dos de ellos, al hacer memoria se dio cuenta que la ladrona había sido la condesa de
Winter que había estado con él en una fiesta y se le había acercado, seguramente esta mujer era una
espía del cardenal porque desde ese día ya no la había vuelto a ver. Como primera medida el duque
de Buckingham ordeno no dejar salir a nadie del puerto para que si los herretes robados no habían
sido todavía sacados de Londres no salieran antes de que D'Artagnan llegara a Francia aun sabiendo
que eso sería una señal directa de guerra contra Francia; luego ordeno a su orfebre de confianza que
hiciera los dos herretes de diamantes lo más rápido posible por lo cual pago millares pero para él no
era nada con tal de que la reina no corriera más peligro. Dos días después D'Artagnan partió hacia
Francia, el duque dio instrucciones para que el pudiera salir libre y rápidamente de Londres además de
darle cuatro caballos que le serían entregados uno a uno en el camino; estando en el puerto ya para
partir D'Artagnan creyó ver a la bella mujer que había visto conversar con el conde de Rochefort la
noche que le robaron la carta pero como él iba tan rápido seguramente ella no lo alcanzo a ver.
Después de cuatro relevos finalmente llego a las nueve al palacio del señor de Trèville, había hecho
casi sesenta leguas en doce horas. Al llegar el señor de Trèville le ordeno que debía ya incorporarse a
su puesto con su cuñado el señor Des Essarts.

CAPITULO XXII.
El ballet de la Merlaison
Al siguiente día no se hablaba de nada más que del baile en donde sus majestades bailarían el ballet
de Merlaison el favorito del rey, todos en el palacio estaban dedicados a esa fiesta ya que los invitados
empezarían a llegar desde las 6 ese mismo día. El rey llego a media noche pidiendo disculpas por el
retraso y diciendo que se había atrasado porque antes había resuelto algunos asuntos de estado con
el cardenal. Media hora después llego la reina solo que sin los herretes puestos, el cardenal sintió una
alegría que dejo ver con una sonrisa diabólica mientras el rey estaba enfurecido, el rey entonces
ordeno a la reina que mandará a traer esos herretes lo más pronto posible antes que comenzará el
ballet. Luego de ese suceso extraño entre los reyes el cardenal se acercó al rey le entrego una caja en
cuyo interior habían dos herretes de diamantes y le pidió al rey que contara los herretes de la reina y si
encontraba solo diez que le preguntara quien tendría los otros dos; de pronto la reina salió con los
herretes puestos, después del baile el rey pudo acercarse y le ofreció los otros dos herretes que le
había dado el cardenal haciéndole saber que la parecer algo raro pasaba porque ella seguramente
solo tenía 10 herretes en su poder, pero ella se hizo la desentendida y agradeció los dos nuevos
herretes y exclamando que ahora tenía 14 herretes con esto el cardenal perdió nuevamente la disputa
ante el rey y la reina pudo asi regresar ya más tranquila dentro. D'Artagnan despues de la salida de la
reina del salón fue conducido por su amada Constance hacia una habitación oscura en donde la reina
no pudo màs que mostrarle la mano en señal de agradecimiento y en el momento en que el la tomo
para besarla como gesto de respeto ella le dejo en su mano una anillo como recompensa a sus
servicios, Constance luego entro y le dijo que se marchará pronto y que en su casa encontraría una
nota en la que le hacía saber cuándo podría verla de nuevo.

CAPITULO XXIII.
La cita
Saliò entonces rápidamente hacia su casa aunque ya eran las 3 de la mañana de un nuevo dìa, al
llegar Planchet le informo que había una carta en su habitación D'Artagnan la leyò, en ella decía que
se encontrarían a las 10 diez de la noche en Saint Cloud. Al dia siguiente le dijo a Planchet que se iba
a ausentar todo el día y que quedaba libre, pero que las 7 de la noche lo quería allí con cuatro caballos
preparados, al salir de la casa se encontró con su casero con el cual tuvo una rara conversación en la
que el señor Bonacieux parecía tratar de saber en dónde había estado todos esos días ya que no lo
había visto en mucho tiempo ni a él ni a sus amigos; luego se fue hacia el palacio de Trèville allí le
contó lo sucedido con la reina y como le había entregado ella un anillo como recompensa a sus
servicios, el entonces le dio dos recomendaciones, la primera que se debía cuidar del cardenal porque
seguramente buscaría venganza y dos que vendiera ese anillo lo más pronto posible por el precio que
fuera porque no era más que una prueba de todo lo sucedido y eso lo pondría en peligro mortal. Le
pidió que tomará desde ahora todas las precauciones necesarias, que se cuidará de todo lo que
representará peligro incluso de las peleas innecesarias, y que no confiará ni en su sombra y menos en
su amante si es que la tuviera ya que eran las amantes las mejores aliadas del cardenal ya que
vendían a sus amados por una buena cantidad de monedas. Después Trèville le preguntó por Athos,
Porthos y Aramis, D'Artagnan le contò lo que había pasado en el camino y que desde entonces no lo
había visto incluso le contó que había dejado herido a un conde que según el capitán Trèville era fiel
del cardenal y primo de Rochefort. Trèville le recomendó que hiciera tiempo y que era mejor que se
alejarà un poco de Parìs y que aprovechando fuera en busca de sus amigos. Regreso a su casa mas
temprano de lo previsto y hablando con Planchet este le dijo que el sentía una seria sospecha sobre
esa carta que habían encontrado en su cuarto y que algo tenía que ver con ella el señor Bonacieux,
que además parecía muy descompuesto al estar hablando con D'Artagnan en la mañana, según
Planchet era mejor que el joven no prosiguiera con lo previsto esa noche porque podría ser una
trampa, pero D'Artagnan tan enamorado como estaba no hizo caso de su lacayo, lo único que le dijo
antes de volverse a ir que era mejor entonces que se encontrarán los dos en palacio en vez de en su
casa para proseguir con la cita de esa noche, así que D'Artagnan fue mejor donde un cura amigo suya
como prevención para no ir a su casa antes que llegará la hora de la cita con su amada.
CAPITULO XXIV.
El pabellón
D'Artagnan entonces se dispuso a su cita, fue entonces acompañado por Planchet quien no dejo de
advertirle que se cuidase porque ese asunto de la carta y la cita que tenía parecía sospechoso
además de la conversación con el señor Bonacieux, en donde había percibido algo raro, antes de
llegar al pabellón en donde según el lo esperaba Constance le ordeno a Planchet que se fuera y que
buscara alguna taberna en donde se pudiera refugiar hasta las 6 de la mañana hora en que se
encontrarían de nuevo. D'Artagnan espero a que llegarà Constance pero parecía no haber ni un alma
en los alrededores, al asomarse al único lugar donde había luz se dio cuenta que estaba totalmente
desordenado, como si había habido una lucha en ese lugar, luego de esperar tanto se dio cuenta que
algo raro había ocurrido allí horas antes y no fue hasta que un viejo que vivía cerca de allí le conto lo
que había pasado que se dio cuenta que Constance había estado allí pero una hora antes de lo
pactado y que al parecer nuevamente la habían raptado y sin duda había sido nuevamente el duque
de Rochefort acompañado de otros hombres y entre ellos el señor Bonacieux. D'Artagnan se sentía
desesperado sin saber que hacer ahora no tenía ni siquiera a sus amigos cerca para que le ayudaràn
así que salió en busca de su lacayo al que no encontró sino hasta las 6 de las mañana como ya
habían quedado.

CAPITULO XXV.
Porthos
Después de tan desdichado suceso fue directamente con el señor Trèville en busca de consejo y para
ver si por medio de él preguntarle a la reina por Constance. Trèville le dijo que por el momento no
podía hacer nada más que ir en busca de los mosqueteros como ya habían quedado porque lo mas
seguro para el ahora era alejarse unos días de Paris y que mientras tanto él le informaría al a reina de
lo sucedido quizás a su vuelta tendría entonces algunas noticias sobre el asunto. D'Artagnan fue a su
casa para preparar su equipaje para el viaje y en la entrada se encontró a su casero y a juzgar por su
aspecto parecía que había estado en el mismo lugar donde había estado èl la noche anterior ya que
ambos tenían las mismas manchas de lodo y tierra en los zapatos, ahora ya no cabía duda que era el
mismo quien participo en el secuestro de Constance. Al entrar a su casa Planchet le informo que el
señor Cavois el capitán del cardenal lo había ido a buscar y le dejo como recado que se presentará
ante su eminencia en el Palace Royal en cuanto regresará supuestamente a una reunión amigable
pero esto olia a leguas a una tramapa, pero Planchet muy sabiamente cubrió a su amo y le dijo a
Cavois que D'Artagnan estaba de viaje lo que su amo agradeció; pero no estaba tan lejos de la verdad
porque en ese momento ambos se dispondrían a viajar en busca de los mosqueteros. Partieron
entonces con cuatro caballos, al llegar al hostal donde habían dejado a Porthos se enterò de varias
cosas, la primera que el seguía allí con una cuenta ya bastante larga que el dueño temian no podría
pagar, que ya había perdido hasta el caballo por el juego y el nombre de la dama con la cual este
fanfarrón mosquetero mantenía una relación era una duquesa de más o menos 50 años llamada
señora Coquenard, además de que 5 dias después de que Porthos se quedará allí su lacayo
Mosquetòn había regresado junto a él para ponerse nuevamente a sus servicios; los más grave de
todo era que Porthos había recibido una estocada de su contrincante lo que hizo que el mosquetero
tuviera que rendirse para no perder la vida esto claro quiere mantenerlo en secreto por eso le pidió al
dueño del hostal que no le contarà lo sucedido a nadie, aunque la herida parecía ser algo bastante
serio, pero eso no era todo la herida la recibió porque el hombre que peleaba contra el pensaba que
Porthos era un tal D'Artagnan. Porthos le había enviado una carta a su amante para que le enviará
algunas monedas para salir del apuro pero no había obtenido respuesta alguna y por eso seguía allí
en espera de la ayuda de su amada, pero esta al parecer estaba molesta con él porque pensaba que
estaba como estaba seguramente por alguna otra amante. D'Artagnan hablo con Porthos y ambos
contaron sus aventuras, finalmente le dijo que se marcharía en ese momento en busca de Aramis y
que un caballo para él estaba cerca del hostal por si necesitaba irse en cualquier momento pero si
decidía esperar el en unos ochos días pasaría por allí nuevamente por podría pasarlo recogiendo.

CAPITULO XXVI.
La tesis de Aramis
Marcho entonces hacia Crèvecceur en donde habían dejado a Aramis y Bazin, en el camino solo podía
pensar en que era de la señora Constance y cuáles serían los planes del cardenal, finalmente llego a
la puerta de la caverna en donde había visto por última vez a su amigo. Cuando llego se encontró con
la dueña de la taberna, le pregunto por Aramis y ella le dijo que el continuaba allí en el hostal pero que
no creía que lo podría recibir porque estaba con el cura Montididier porque según ella después de los
sucedidò el joven se había decidido ya a tornarse a la vida religiosa; eran la desaparición de su
amante la condesa de Chevreuse y la herida sufrida en el hombre lo que lo habían llevado a tomar esa
decisión y su lacayo estaba feliz porque Bazin soñaba con ser el servidor de un religioso y no de un
mosquetero. Al entrar al cuarto de Aramis, D'Artagnan lo encontró junto a dos hombres religiosos
estaba como confesándose, ambos se alegraron de volverse a encontrar y Aramis le pidió su opinión
en una tesis que acababa de plantear y que según los religiosos era el examen antes de la
ordenación, la tesis del mosquetero rezaba literalmente asì: las dos manos son indispensables a los
sacerdotes de órdenes inferiores cuando dan la bendición; ambos religiosos admiraron dicho análisis
mientras D'Artagnan continuò sin sentir ningún sobresalto; después de una hora de escuchar la
conversación poco interesante entre un jesuita, un cura y Aramis, D'Artagnan se sintió ya desesperado
y agradecido de que los religiosos al fin se fueran. Al estar ya solo los dos se dispusieron a comer y ha
hablar de la nueva desiciòn de Aramis quien estaba firme en su decisión y que finalmente e conto a
D'Artagnan que había sido por los celos de un soldado a causa de que el tenia encantado a las
mujeres con sus lecturas bíblicas cuando era un seminarista, por lo que había dejado aplazada por un
año la idea de ser sacerdote ya que le habían culpado de herir a aquel soldado un tiempo antes de
que sus amigos Athos y Porthos le habían iniciado en el oficio de mosquetero. D'Artagnan le dijo
entonces que como había decidido renunciar a todo lo mundano era mejor destruir la carta que le
había enviado una mujer y que el había encontrado en su casa antes de partir a buscarlo. Al leer la
carta Aramis inmediatamente pasa de querer entregarle su vida a Dios a querer seguir consagrando su
vida al Rey; ya que en la carta la condesa confesaba su profundo amor hacia Aramis.

CAPITULO XXVII.
La mujer de Athos
Luego le conto a Aramis de lo sucedido con Athos y le informó que al día siguiente temprano iba a
buscarlo, Aramis le dijo que trataría de acompañarlo aunque aun no se sentía bien por la herida. La
mañana siguiente D'Artagnan se disponía a viajar en busca de Athos pero Aramis le dijo que no lo
podría acompañarlo debido a que no se sentía con fuerzas aun para hacer ese viaje y que lo mejor
era esperarlo a su vuelta, D'Artagnan entonces le dejo el magnífico caballo ingles bien equipado a su
disposición lo que Aramis agradeció porque le parecía un corcel digno de un príncipe. Planchet y
D'Artagnan se fueron hacia Amiens directo al hostal en donde vieron por ultimo al magnífico Athos,
cuando llegaron se encontraron con el mismo hostelero que lo había acusado de falsa moneda, el
pobre hombre se lamentaba de su equivocación porque lo estaba pagando muy caro, le dijo a
D'Artagnan que había hecho eso porque altos mandos le habían advertido de unos hombres así como
ellos que vendrían con monedas falsas y que en cuanto los viera debía hacerlos apresar y por eso
tenia a su servicio 4 soldados, de estos soldados uno quedo en pie, otro murió y dos mas quedaron
heridos por Athos en la lucha, D'Artagnan en sus adentros pensó que seguramente esta era otra treta
del cardenal. Athos desde ese dia por no confiar ya en nadie y no saber qué hacer se encerró en la
bodega del hostal en donde se guardaban los mejores vinos y comidas para los huéspedes y gracias
eso el pobre hostelero no había podido brindarle comida a ningún nuevo cliente, sentía que si seguía
asi se hiria ala quiebra y no podía desde entonces sacar a Athos de allí porque parecía como una
bestia furiosa que daba miedo lo único que hizo el hostelero como demostración de buena fe y a
pedido de Athos fue enviarle a su lacayo bien armado para que se encerrara con él en la bodega.
D'Artagnan fue entonces a sacar a Athos de allí para ya no causar mas riñas dentro del
establecimiento ya que unos huéspedes ingleses ya estaban queriendo pelea por no poder tener vino
y comida en la mesa, Athos al oir a D'Artagnan abrió al fin la puerta pero se encontraba tan borracho
como nunca antes lo subió a un habitación para poder hablar, mientras el hostelero y su esposa
enfurecían de ver todo los destrozos y perdidas que habían tenido en la bodega, D'Artagnan le dijo al
pobre hombre de verlo tan desesperado que tomara el viejo caballo del mosquetero como pago a las
molestias y este acepto encantado. Ya que el hostelero estaba más tranquilo decidieron pedir mas
vino y comida y se pusieron al tanto de todo D'Artagnan incluso le conto del secuestro de Constance y
entre tanto hablar de amores Athos empezó sin querer y por estar demasiado a borracho a develarle la
triste historia de amor que lo había vuelto tan sombrio, le dijo que a su pueblo había llegado una
hermosa joven con su hermano cura un dia y que el enseguida se enamoro de ella, luego la desposo y
la llevo a vivir a su palacio de conde, la hizo la primera dama del pueblo, pero su dicha no duro mucho
porque un día descubrió que la mujer estaba marcada con una flor de Liz por ser una delincuente, una
ladrona y Athos sintiéndose traicionado y con el poder que le era concedido por ser conde decidió
castigar a la traidora con la horca luego fue en busca del supuesto hermano cura que no era más que
su amante pero este ya había huido.

CAPITULO XXVIII.
El regreso
La mañana siguiente ambos hombres se hicieron los desentendidos en cuanto al relato del dia
anterior, D'Artagnan por no hacer sentir mal a su amigo y Athos porque no quería que nadie supiera su
oscuro secreto, los dos se escusaron atribuyéndole a la borrachera la culpa de todo lo sucedido. Athos
le dijo que se había levantado desde muy temprano y que ya había hecho de las suyas, mientras
esperaba que D'Artagnan se despertara decidió jugar a los dados con dos ingleses se jugo todo lo que
el he incluso D'Artagnan poseían, los caballos ingleses, las sillas de los caballos, el anillo de
diamantes que le había dado la reina y hasta a su lacayo Grimaud, después de varias perdidas y
ganancias ahora tenia en su poder las sillas, el anillo y a Grimaud, los caballos los había perdido, pero
convenció a D'Artagnan para que jugara y apostara por un caballo o 100 monedas, afortunadamente el
joven gano la jugada y se quedo con las 100 monedas. Ellos entonces decidieron viajar con los
caballos de sus lacayos y asi emprendieron el viaje mientras Planchet y Grimaud los siguieron a pie
con las sillas en sus cabezas, llegaron pronto a donde estaba Aramis lamentándose porque según el
había tenido que vender su caballo por solo 50 monedas pero al igual que sus amigos se quedo con la
silla, después de unos minutos llegaron Grimaud y Planchet motados en un furgón que los llevaba a
cambio de que ellos le dieran de beber al conductor, Aramis hizó entonces que Bazin subiera al furgón
con la silla junto a los otros dos lacayos y continuaron el viaje en busca de Porthos. Porthos estaba a
punto de empezar a comer cuando llegaron sus amigos, tenía la mesa llena de ricos manjares y
bebidas que había pagado con el dinero que le dieron por vender el caballo aunque este también se
quedo con la silla, cuando les conto lo de la venta estos se rieron, pensaron que por algo tenían que
ser amigos si procedían de la misma manera; mientras comían conversaban sobre sus planes de
regresar a Paris y empezaron a contar cuantas monedas tenían entre todos, porque a pesar de la
venta de los caballos ya no les quedaba mucho ya que cada uno había hecho gastos por su cuenta.
Finalmente se dieron cuenta que juntaban cuatrocientas setenta y cinco libras. Cuando D'Artagnan
llego a Paris se encontró con una carta en donde el señor Tréville le anunciaba que ya había sido
aceptado su ingreso como mosquetero, feliz se fue a contárselos a sus amigos, los encontró a todos
reunidos en la casa de Athos, pero estos estaban preocupados, ellos también recibieron una carta en
la que se les anunciaba que en mayo partirían en una campaña para lo que debían tener un equipo
cada uno y para eso tenían que reunir dos mil libras cada uno, y no contaban mas que con las sillas de
los caballos y el anillo de diamante de D'Artagnan.

CAPITULO XXIX.
La caza del equipo
Quedaban solo quince días para conseguir equiparse, estaban todos muy preocupados no tenían ni
idea de donde iban a conseguir esto, Athos con un aire melancólico decidió encerrarse en la casa,
Porthos caminaba de un lugar a otro con desesperación y Aramis se sumergía en sus pensamientos.
El primero en actuar fue Porthos, decidió ese día ir a la iglesia de Saint Leu, D'Artagnan lo vio desde
lejos y decidió seguirlo, al llegar a la iglesia en ese momento daban el sermón, la iglesia estaba llena
pero pudo ver como su amigo observaba a una señora mayor y ella a él, luego el coqueteaba con otra
hermosa mujer con un cojín rojo que parecía una gran dama debido a sus vestimentas y sus
sirvientes, la señora mayor no era otra que a la que Porthos había pedido ayuda cuando estaba herido
y encerrado en el hostal sin ni una moneda para pagar, pero la mujer nunca acudió en su ayuda. La
mujer mayor era una procuradora, y al parecer ella y Porthos eran bastante conocidos mientras que la
joven y hermosa milady no sabia quien era el mosquetero, pero D'Artagnan pronto reconoció a la
dama como la mujer que había estado conversando con el ladron de su carta en el hostal de Meung.
La estrategia de darle celos a la procuradora de Porthos resulto porque salió del brazo con la señora
de la iglesia, y luego entre galanterías, mentiras y chantajes convenció a la mujer para que lo ayudará
a conseguir el equipaje para ir a la campaña ya que esta lo cito a la hora de la comida en su casa, el
debía presentarse como su primo. Mientras tanto D'Artagnan siguió a la Milady al salir de la iglesia y lo
último que supo de ella antes de que su carruaje se fuera era que se dirigía a Saint Germain.
CAPITULO XXX.
Milady
Fue rápidamente en busca de Planchet y dos caballos, intento antes de ir tras Milady de convencer a
Athos para que lo acompañara, pero este obstinado hombre no se movió por nada, entonces partió
con Planchet hacia Saint Germain; cuando llego rodeo el lugar para ver si miraba a la mujer pero en
vez de eso vieron a Lubin el lacayo del conde de Wardes, D'Artagnan le ordeno a Planchet para que lo
fuera a interrogar y así saber que había sido de su amo, mientras tanto D'Artagnan los observaba
desde lejos; ambos lacayos conversaban pero Lubin por alguna razón de pronto se alejo, mientras la
carroza de Myladi llegaba al mismo lugar y su doncella bajo y se dirigió a donde estaba Planchet para
entregarle una nota urgente que iba dirigida para su amo, este la recibió un poco confundido pero no
se dio cuenta que la doncella lo había confundido con Lubin; luego la carroza se alejo, entonces
Planchet vino corriendo donde su amo a llevarle la carta, en esta Milady pedía un encuentro y que
fuera puesta la hora y el lugar del mismo, que para ello debía entregar la respuesta a su lacayo.
Planchet y D'Artagnan se subieron al caballo nuevamente para alcanzar el carruaje, en poco minutos
lo alcanzaron, estaba estacionado en una calle, en la puerta estaba un hombre discutiendo con Milady
aunque D'Artagnan no entendí nada porque estaban hablando en inglés, D'Artagnan muy
amablemente se acerco para ver si podía ayudar a la dama en apuros pero esta le dijo que no se
preocupara que el hombre no era mas que su hermano Lord Winter, el hombre se enfureció por la
intromisión de D'Artagnan y cuando Milady se alejo en el calor de la discusión pactaron un duelo para
ese dia a las seis en Luxemburgo, pero D'Artagnan reconoció a ese hombre como el mismo que había
jugado con él a los dados cuando perdieron el caballo con Athos. El hombre le dijo que llevaría a tres
amigos mas al enfrentamiento y que era conveniente que D'Artagnan hiciera lo mismo. El joven fue en
busca de sus amigos para informarles de los sucedido, ellos empezaron a preparar entonces para el
encuentro y Athos que nada lo hacía salir del encierro con esto quedo encantado porque era su sueño
batirse a duelo con un ingles.

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