M Retrospectivamente, puede decirse que la división de clases
A N (o para el caso la división de géneros) fue una consecuencia C del acceso desigual a los recursos necesarios para hacer I efectiva la autoafirmación. Las clases se diferenciaban en P cuanto al espectro de identidades que ofrecían y en cuanto a A la facilidad de elegirlas y adoptarlas. Las personas dotadas C I de menores recursos, y por lo tanto con menos opciones a su Ó disposición, debían compensar su debilidad individual con N el "poder de la cantidad" -cerrando filas e involucrándose en acciones colectivas-. Como lo señalara Claus Offe, el accionar colectivo de clases era algo tan natural para aquellos que se encontraban en los escalones más bajos de la escala social como lo era para sus empleadores la persecución individual de sus objetivos de vida.
Las privaciones "fueron sumando", por así decirlo, hasta
cristalizarse bajo la forma de "intereses comunes" que sólo parecían poder ser tratados con un remedio colectivo. El "colectivismo" fue la estrategia privilegiada de aquellos que eran blanco de la individualización pero incapaces de autoafirmarse como individuos por encontrarse librados a sus propios recursos, obtenidos individualmente y ostensiblemente inadecuados.
La conciencia de clase de los más acomodados, por el
contrario, fue un efecto parcial y en cierto modo derivado; mayormente, surgió cuando la distribución desigual de los recursos fue desafiada y puesta en peligro. En cualquiera de los casos, sin embargo, los individuos de la modernidad "clásica", una vez "desarraigados" por la descomposición del orden estamental, desplegaron sus nuevas atribuciones y sus nuevos derechos a actuar de manera autónoma en la búsqueda frenética del "rearraigo". No es que escasearan lugares donde acomodar de inmediato a esos individuos. La clase, si bien era algo construido y negociable más que algo heredado o a lo que uno "nacía", como sucedía con los estamentos, tendía a sujetar a sus miembros con tanta fuerza y rigor como lo hacían los estamentos hereditarios de la sociedad premoderna. La clase y el género se cernían más allá del espectro de las opciones individuales; escapar de su sujeción no era mucho más fácil que desafiar el lugar de uno en la "divina cadena del ser" de la premodernidad. A todo efecto y propósito, la clase y el género eran "hechos de la naturaleza" y la labor dejada a la autoafirmación de la mayoría de los individuos era la de "encajar" en el nicho que se les había asignado, comportándose tal y como lo h hacían los otros ocupantes. Es precisamente esto lo a que diferencia la "individualización" de antaño de la c forma que ha tomado en Risikogesellschaft, en í tiempos de la "modernidad reflexiva" o "segunda a n modernidad" (como alternativamente denomina Ulrich Beck a la época contemporánea). No existen canteros previstos donde "rearraigarnos", y en tanto l o postulados y buscados, esos canteros demuestran s ser frágiles y con frecuencia se desvanecen antes de que el trabajo de "rearraigo" esté terminado. Existe o más bien una variedad de "juegos de las sillas" en t los que dichas sillas tienen diversos tamaños y r estilos, cuya cantidad y ubicación varían, obligando a o hombres y mujeres a estar en permanente s movimiento sin prometerles "com-pletud" alguna, ni el descanso o la satisfacción de "haber llegado", de o haber alcanzado la meta final donde uno pueda c deponer las armas, relajarse y dejar de preocuparse. u No existen perspectivas de "rearraigo" al final del p camino tomado por individuos ya crónicamente a desarraigados. n No nos equivoquemos: ahora, como antes -en la t e modernidad tanto en su etapa líquida y fluida como s en su etapa sólida y pesada-, la individualización es . un destino, no una elección. En la tierra de la libertad individual de elección, la opción de escapar a la individualización y de rehusarse a tomar parte de ese juego es algo enfáticamente no contemplado. La autocontención y la autosuficiencia del individuo pueden ser también otra ilusión: que los hombres y mujeres no tengan a quien culpar de sus frustraciones y preocupaciones no implica, hoy más que ayer, que puedan defenderse de sus frustraciones utilizando sus electrodomésticos o que puedan escapar de sus problemas, al estilo barón Munchausen, sirviéndose de los cordones de sus zapatos. Y además, si se enferman, se presupone que es porque no han sido lo suficientemente constantes y voluntariosos en su programa de salud; si no consiguen trabajo, es porque no han sabido aprender las técnicas para pasar las entrevistas con L éxito, o porque les ha faltado resolución o porque o son, lisa y llanamente, vagos; si se sienten inseguros respecto del horizonte de sus carreras y los ator- h menta su futuro, es porque no saben ganarse amigos e en influencias y han fracasado en el arte de seducir n e impresionar a los otros. Esto es, en todo caso, lo que se les dice en estos días y lo que han llese ha e llegado a creer, de forma tal que se comportan como si fuera de hecho así. Como lo señala acertada y agudamente Beck, "el modo en el que uno vive se i vuelve una una solución biográfica a n contradicciones sistémicas f