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Libro de las mariposas

“Señora, despierta, ya empieza a amanecer,


es el alba, ya empiezan a cantar las aves
de plumas amarillas, ya andan volando
las mariposas de diversos colores”

Oración náhuatl
No me has encontrado, me anduve empapando
de rocío. Temprano irisado.

Iba cantando, iba contándome, iba abriendo


maizales con el canto al canto.

Los perros lo toreaban a Dios de tan visible.


¡Despierta, viene el día, un pájaro se suelta de
los ríos, despierta!

Le van quedando dos velas a la luna, vela del


sur, vela del oeste, mariposa, mariposa
enloquecida con su sombra descubierta.

¡No queda nadie en casa! ¡No duermas más,


despierta, el agua no tiene imágenes, los caballos
no imaginario!...
Anda con el telegrama por el monte. Voy a su
encuentro, el telegrama tiene una flecha con mi
nombre.

Le queda un poco de luz a la sombra, verde,


sombra del pájaro, y en seguida oscuro y esa voz
con mi nombre.

(Si puediera salirme de mi nombre, entrarme en


el trébol con su oferta de imanes…)

-Una piedra, su caballo casi rueda. Arena ahora.


Agua. Sendero ahora.

Ahora llega aquí donde lo aguardo, desde lo


alto de su oscuro ha de leerme esta palabra.
La mañana vuelve con el árbol. Con el pájaro.
Ciudad extinta, el fósforo se apaga en el pabilo.

Conciliábulo de techos acosados miran beberse


la gota sola, la gota sucia.

¿Vuelve una luz a su tronco de espino?, ¿vuelve


el árbol por su nombre, y donde les dicen no
caminarás no se den vuelta no se den vuelta?

La vertiente se desliza, helada.


¿Quién anda llorando? Me levanto. Salgo a la
noche. ¿Quién suspende estás lágrimas desde tan
alto, tan altas?

El cielo sigue fijo, ausente.

¿Quién de entre todos los que se despertarán


llorando?
Mundo, dije, ten a mis manos: que se fueran
todos.

¿Que se vayan todos?, ¿los hermosos mismos?


¡Esta palabra! Por las puertas abiertas se mira el
campo, estas vertientes para fábula.

Tus cinco gritos, grito, grito, grito.

Tu nochecita por celajes de rosácea.


Cerraron con el cielo. El frío es un lugar, y las
rutas del vereno.

A gritos se contestan, en alguna parte decaen,


ya se levantan los hermosos.

De sendero a sendero.

Ni senda ni sendero.
Tu casa, el río. Onda en la quietud. Mientras
alguien grita arriba, en lo alto, por las cuerdas.

Ese olor.

La escalera que no veo, el pasadizo al sol donde


somos esto poco.

Los remos en el patio, un remo en tierra, su


calladez paisana.
Toda la tarde la casa estuvo soportando
brújulas, el lugar donde alguien muere.

Del lado del camino me buscaste.

Tu lugar de irte.

Tu habitación, tu habitación con esta lámpara.

Las brújulas, el gallo, el hijo.

El hijo y el gallo y las hermanas.

Esa campana.
Dormirás en casa. En el país de las alacenas.
Dos sillas juntadas por la raíz serán la cama.

A la ventana un apagón de estrellas, los perros


junto a la puerta, nosotros.

Subirá la lámpara, el barrilete serenísimo


entregado.

El aire, la madrugada, el rocío.

Y subirá, no, no velverás.


¡Qué grito por tapiales!, ¡qué dentelladas al
hocico del alba!, ¡qué cerrazón de un alba única!,
¡qué montaña en esto ojos, en esto frente, en esto
bosques madre, ultimísima madre!
Mandarte noticias con los barriletes, con el hilo
invisble de las venas.

Oírse la respuesta con el oído sobre la tierra del


campo.

He recorrido al lugar de donde se volaron esos


pájaros, de allí vuelvo, de ese lugar vacío entre
las manos.
-Sube, no me porfíes más, me dejas aquí con la
tierra del campo.

-¿Bajarán, sí, esas estrellas?

-¿Bajará la estrella al aire?

-¿Mañana?, ¿ya mañana?

-Mañana nos volveremos al aire.


No me dejes sin mi silencio, te pedí, no te lo
lleves todo, que no me quede con el tuyo todo,
solo.

Que cuando no me acabe de haber ido me posea


mi silencio mudo.

Porque puedas oírme cuando no me acabe de


haber ido.
¿La mañana? Habíamos quedado en que saldría
de tu mano derecha pero tu mano derecha se ha
dormido, se ha dormido.

¿La mañana?, dijimos: dentro de poco,


descansa un momentito y tus párpados.

No sé, veo la rosa que se incendia, rosa


incendiándose, fábula de la corona que se yergue.
He dado en esta piedra y el agua anda cerca.
Camino con los últimos colores de la mano.
Vecina y vecino. Agua cercana de fuego, azul
fuego grande, piedra que viene rodando despacio,
despacito, mientras caen los brazos y cae la
cabeza y ruedan hacia ti (¿hacia mí dormido?)
estas palabras en lo solo.
Me extraviaste como a su madre el ladrón, se
cayó, se fue de boca entre las piedras, herido,
acaso muerto.

Ladrón que no salva ni se salva, sin encontrar


acomodo en el leño, incómodo en su muerte.
El rocío sobre esos rosales hasta bien entrada la
mañana, terminarse fácil que tiene el sendero.

Todo lo que es línea. El sol en un trono. Tienes


a los pájaros, el lugar de donde se volaron, el más
breve incendio. De allí vuelvo, lugar vacío donde
mis manos invitaron, dieron sombra.

¡Qué dormirse fácil tiene el verde, la rueda!

En alguna parte ya era no.


Se dieron vuelta las mujeres, “ésta trae trigo
cosechado”, dijeron, “ésta llega en diciembre”. Te
sentaron sobre una colina.

Tiempo destiempo.

Te entraron deseos de contarles porque viste esa


lomada en lo azul: tu madre.
¿Y te están pidiendo que les pongas nombres,
nombres de cada una, nombre damasco, nombre
candeal, sobrenombres como de hacerse anillos
con los yuyos olorosos?

Las buenas mujeres.

¿Les estarás contando?, ¿por cuál verso?, ¿por


cuál entonación habrán bajado los ojos?, ¿en qué
llegar de forastero extraviado’, ¿de qué población
extinta, lluvia, lámparas, taperas?
En los parques que somo, yo, el de más aquí de
los dos, te sacoa pasear, te muestro tu silencio
mudo.

Esta mañana el otoño estaba loco por quemarse,


entonces ha llegado un niño, despaciosamente
incendió las hojas y las hojas.

Dos ancianas cuchichean que el frío ya entró en


otros parques.
Gorrión de las afueras, ¿quién te ha estado
llamando en lo oscuro?, tan quedo te han llamado
que ahora sabes ir por la luz renegrida de ese
grito.

Gorrión de las afueras, reunido contigo,


renegrido, helndo.
Entro en la desmesura de sus casas, en su
comida enfriada, en fogones de ceniza. Enciendo
fuego, abro las ventanas por que acampen las
estrellas.

Les grito que no caminen con botas por la


sementera, que se descalcen para llegar a las
margaritas silvestres.
Los que no nacen.

Madres ocurrentes, galgas de noticias,


entendidas en perfume

Los vanos de las puertas.

El sol grita sol en ese país.

El huerto de un instante, las naranjas ebrias en


el jardín de mediodía.

Países.
Por entre las ramas crece un brocal de espino,
aquellos que no fuimos se mofan en lo oscuro.

Crece, crece hacia un fondo de barro sin un eco,


ni tordo, ni una napa.

¿Crecerá mañana todavía, mañana entre otras,


estas ramas de espino, mañana entre tu mano y
aquellos que no fuimos?
He dicho niño con el agua que pasaba. Se ha
pasado en mi mano y por un instante me ha
rozado un pájaro las sienes, esa luz desmejorada
de ayer tarde que llevabas.

La he dejado acercarse a otras aguas de ríos,


acaso muertas también ellas, diciéndoles “¡niño,
niño triste!” a las ramas y a las hojas.
Hemos caminado, ¿de qué lado estamos ahora?
, esta variante no la conocía. Hemos bailado en la
ladera.

Se me ha perdido, he avanzado por unas piedras


por aguardar el rumbo pero las piedras negras han
virado el alma y son de plata.

No me digas que me vuelva, no me hables de


que es tarde.

Columbro luces y me llamo cerca y te llamas


casi. No quiero verlas. Cierto los ojos,
cuéntamelas, me las vuelves historias.

¿Subes?, ¿es decir, encuentras?

Recuerdo el amanecer sin hojas, el pastizal


helando, tiara extrema sobre amigas inocentes,
mariposas negras en el lugar del nombre. Me
hiciste de un color que oyes, es por segunda vez
la noche, no me reconozco en sus miradas.

Mira, tigres: ¿nuestros gatos desmesurados a


fuerza de tan solos? Te han reconocido, mi color
se eriza. Escuchan el susurro del rescoldo a la
ceniza.
¿Antes de nosotros cuántos nacieron, cuántos
han muerto?, ¿y era de un morir aquel cielo
macollando el facón del duelo, juguete enfurecido
abandonado entre los pasos, aquella sangre que lo
subía límpio de sol, alto, sin culpa, flamante de
nuevo entre los yuyos.

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