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SISTEMAS DE PARENTESCO Y ESTRUCTURAS

FAMILIARES EN LA EDAD MEDIA

Mª Isabel Loring García


Universidad Complutense.

Dado que me ha correspondido abrir esta semana de estudios sobre la Familia


en la Edad Media, me ha parecido oportuno comenzar ocupándome del propio títu-
lo de mi conferencia e incluso del de estas jornadas. El objetivo no es otro que el
de precisar lo que se entiende o mejor lo que se debe entender por “sistemas de
parentesco”, “estructuras familiares” y “familia” y, al mismo tiempo, ir abordando
las estructuras de parentesco de la Europa medieval a partir del análisis de todos
estos conceptos y términos.

Es obvio, que todas las expresiones citadas hacen referencia a redes de rela-
ciones, en las cuales la consanguinidad desempeña un papel importante. Sin embar-
go, el elemento biológico no es el único que esta presente en el parentesco, sino que
los factores sociales tienen tanta o mayor importancia, siendo ésta una de las prin-
cipales razones por la que no existe un único modelo de parentesco y por el con-
trario prima la diversidad, tanto si atendemos a los sistemas de parentesco existen-
tes en la actualidad, como si comparamos éstos con los que existieron en el pasado.

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Mª ISABEL LORING GARCÍA

SISTEMAS DE PARENTESCO

Esta expresión designa todo sistema de relaciones sociales, donde se combinan


consanguinidad y afinidad o alianza. Es decir, de una parte intervienen elementos
biológicos, los derivados de la filiación, término éste que hace referencia a los lazos
que unen a los progenitores con sus hijos y a éstos entre ellos; de otra, elementos
sociales, situándose en primer lugar los lazos derivados de la relación conyugal o
matrimonio, que no están determinados por la biología, sino por las conveniencias
sociales y por ello son calificados de lazos de afinidad o alianza; por ultimo, pue-
den intervenir otros lazos sociales, que vienen a superponerse a los anteriores y que
son calificados de manera genérica como parentesco artificial, pero que en el caso
medieval reciben, dada sus características, el calificativo de parentesco espiritual.

Filiación

Los lazos de consanguinidad, es decir, los que unen a los progenitores con sus
hijos y a éstos entre ellos, pueden establecerse a través de un único sexo, siendo
entonces calificados de unilineales, patrilineales o agnaticios si se hacen a través del
varón y matrilineales o uterinos si se hacen a través de la mujer. Pero también pue-
den establecerse conjuntamente a través del padre y de la madre: en estos casos los
vínculos de consanguinidad son calificados de bilineales o bilaterales, siendo tam-
bién frecuente, especialmente entre los historiadores, calificarlos de cognaticios,
palabra que deriva de la latina cognatio, que en su sentido clásico aludía a la tota-
lidad de los consanguíneos, tanto por línea paterna como materna1.

En la Europa medieval, al ser tan amplio tanto el arco cronológico como el


espacio abarcado, coexistieron, especialmente en las épocas mas tempranas, siste-
mas de filiación cognaticios con otros unilineales, tanto agnaticios como uterinos.

1
Cfr. J. Goody, La evolución de la familia y el matrimonio en Europa, Barcelona, 1986, pp. 302-
303.

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No obstante, el sistema bilateral o cognaticio, que ya era dominante en el mundo


romano al menos desde el Alto Imperio, fue el sistema más generalizado y el que
terminó por imponerse de forma hegemónica.

En el mundo romano, ya desde el siglo I a.C. la mujer tuvo derecho a la heren-


cia familiar y dejó de pertenecer al grupo de su marido. Esta evolución, plenamen-
te consolidada en la siguiente centuria2, hizo posible que el papel de la mujer y de
los ascendientes uterinos pudieran tener tanto o mayor relieve que la de los con-
sanguíneos por parte de padre. Ahora bien, esta elevada posición alcanzada por la
mujer y los parientes maternos durante la época imperial no fue sólo consecuencia
del paso de un sistema unilineal agnaticio a otro bilateral, como de que el sistema
de transmisión de bienes incluyera tanto a hombres como a mujeres. Este hecho,
según ha señalado el antropólogo J. Goody, es el realmente significativo y se cono-
ce de acuerdo con el concepto que el mismo acuñó como sistema de transmisión
divergente3. Este sistema de transmisión puede concretarse bien a través de la asig-
nación de una dote a las mujeres en el momento de contraer nupcias, bien a través
de su participación junto con el resto de los hermanos en el reparto de la herencia
en el momento de producirse la sucesión, incluso bajo ambas modalidades. Por otra
parte, la primera fórmula, la dote al contraer matrimonio, de ningún modo signifi-
ca excluir a las mujeres de la herencia, sino por el contrario asignársela por antici-
pado4.

La última gran dinastía imperial, la dinastía teodosiana, que inició su carrera


cuando Teodosio el Grande ocupó el trono de Oriente en 378 tras la muerte del
emperador Valente en la desastrosa campaña de Adrianápolis frente a los godos,
proporciona un excelente ejemplo a lo que se acaba de exponer. Esta dinastía se pre-
senta como un grupo cognaticio, donde el acceso al trono imperial viene determi-
nado no tanto por el antiguo método de la sucesión agnaticia o en su caso de la aso-
ciación previa adopción, como por las alianzas matrimoniales y la filiación, con

2
Cfr. Y. Thomas, “Pères citoyens et cité de pères (II a.C.- II d.C)”, en VV. AA., Histoire de la
famille, 1, Mondes lointains, mondes anciens, Paris, 1986, p. 201.
3
J. Goody, La evoluci—n de la familia...., pp. 41-42.
4
Ibidem, pp. 330-331.

3
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independencia del sexo del sucesor5. Así el general romano Constancio llegó al
trono imperial de Occidente en 421 tras ser asociado al trono por el emperador
Honorio, hijo de Teodosio el Grande, respetándose así la fórmula clásica; pero lo
importante no fue el hecho de su asociación, sino el de su matrimonio con Gala
Placidia, la hija aquél. En la parte oriental del Imperio, también ocurrió algo seme-
jante y el general Marciano alcanzaría el trono imperial en 454 al ser asociado al
trono por Pulqueria, hermana de Teodosio II muerto sin descendencia. La empera-
triz Pulqueria es también la primera mujer en alcanzar personalmente el trono impe-
rial, pues fue ella misma quien asoció al trono a Marciano, con quien por supuesto
se casaría.

El ejemplo de la emperatriz Pulqueria permite además diferenciar dentro del


sistema de transmisión de bienes entre la sucesión en los patrimonios, que se rige
por la fórmula divergente, y la sucesión en los cargos o dignidades que, sobre todo
por comportar mando militar, podían ser transmitidos a las mujeres. Pero éstas no
llegaban a ejercerlos directamente, sino que los delegaban en sus maridos o actua-
ban como regentes de sus hijos.

En el caso de los primeros reinos germánicos ocurre algo semejante, pues las
sociedades germánicas estaban también fuertemente marcadas por el sistema cog-
naticio y la transmisión de bienes también incluía a las mujeres. Esta realidad se
constata tanto en el caso de los primeros pueblos que se establecieron en el interior
del Imperio y que experimentaron por tanto con mayor fuerza la impronta romana,
como entre los más netamente germánicos, caso de los anglosajones y lombardos6.
Para ilustrar esta realidad podemos citar el ejemplo de Teodorico el ostrogodo,
quien al no contar con descendiente varón fue sucedido en 526 por su nieto Atala-
rico, que por ser menor de edad estuvo bajo la regencia de su madre Amalasunta.
En realidad fue esta hija de Teodorico la que realmente gobernó y en quien poste-
riormente recaería el trono a la muerte sin descendencia de su hijo, si bien para

5
Cfr. P. Guichard y J.P. Cuvillier, ÒLÕ Europe BarbareÓ, en Histoire de la famille, 1, Paris, 1986,
p.283.
6
Ibidem, pp. 330-331.

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poder seguir ejerciendo el poder le fue impuesto el matrimonio con su primo


Teodato7.

Si nos trasladamos algo más en el tiempo, concretamente a la época carolin-


gia, ocurre otro tanto. La mujer sigue teniendo acceso a la herencia e incluso, sino
ostenta, al menos detenta la capacidad de transmitir cargos y dignidades. Así, el pri-
mero de los reinos surgidos de la fragmentación del imperio carolingio que no estu-
vo regido por un miembro de la dinastía, fue el reino de Provenza, nacido el año
879 cuando Boso duque de Lyón se hizo proclamar rey por los condes y obispos
bajo su autoridad. Ahora bien, el duque Boso estaba emparentado con la familia
carolingia por matrimonio con Ermengarda, nieta del emperador Lotario, en quien
originariamente habían recaído esos territorios de la Francia Media, que sirvieron
de base territorial a este primer reino de Provenza.

El sistema de sucesión en los primeros reinos germánicos, que necesariamen-


te guarda una estrecha relación con el sistema de filiación, va a ser tratado en una
comunicación con carácter monográfico en estas mismas jornadas y, por tanto, no
es necesario tratarlo aquí con detalle. No obstante, sí convenía aludir al mismo para
dejar constancia de que la importancia de la mujer en la época tardorromana y en
los primeros siglos medievales, no era una mera consecuencia de que el antiguo sis-
tema de filiación agnaticio hubiera dado paso a un sistema de filiación bilateral o
cognaticio, sino sobre todo del sistema divergente que regía en la sucesión de los
patrimonios. Más tarde, cuando en los tiempos más avanzados de la Edad Media
ese papel de la mujer decrezca, será consecuencia de la progresiva implantación del
sistema de primogenitura agnaticia en la sucesión, no sólo de cargos y dignidades,
sino también de los patrimonios, y no porque se modifique el sistema de filiación,
que continuará siendo bilateral o cognaticio durante toda la Edad Media, para per-
petuarse en la Edad Moderna y alcanzar hasta la actualidad.

Ahora bien, como se dijo al principio este sistema de filiación coexistió con
otros de carácter unilineal, aunque estos últimos sólo están constatados con nitidez

7
El posterior asesinato de Amalasunta por orden de aquŽl provoc— una importante crisis suceso-
ria e incluso fue el detonante de las guerras justinianeas, las llamadas guerras g—ticas que pusie-
ron fin al reino ostrogodo.

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en las sociedades célticas periféricas, es decir, en la gaélica o irlandesa y en la esco-


cesa de tradición céltica, durante los primeros siglos medievales. En el caso celta,
el sistema de parentesco se estructuraba en torno al clan, no muy bien conocido,
pero que en todo caso venía determinado por un sistema de filiación patrilineal.
Este sistema de parentesco se mantendrá en Irlanda y Escocia a lo largo de toda la
Edad Media, pero ya en coexistencia con fórmulas nuevas de tipo bilateral, al no
permanecer ajenas ni Irlanda ni Escocia a la influencia en éste y otros campos del
resto de la Europa Medieval, donde el sistema de filiación cognaticia era el domi-
nante.

Algo más complejo resulta el caso de otros pueblos periféricos, como es el de


astures y cántabros del norte de la Península Ibérica. En los tiempos coetáneos a los
de su conquista por Roma, de acuerdo con las noticias que proporciona el geógra-
fo Estrabón, que escribió en el siglo I d.C., eran sociedades matrilineales, en las que
los vínculos de consanguinidad se determinaban a partir de las mujeres. Muy posi-
blemente, este sistema iría evolucionando paulatinamente hacia nuevas fórmulas
bilaterales o cognaticias a partir de su sometimiento a Roma. De todos modos, en
los albores de la Edad Media el sistema de sucesión al trono en el primitivo reino
astur refleja, tal como pusieron de relieve los que fueran mis maestros Abilio
Barbero y Marcelo Vigil, que las mujeres desempeñaban un papel destacadísimo,
papel que ellos atribuyeron a formas residuales del antiguo sistema de filiación
matrilineal8.

Es posible que en la actualidad las conclusiones de estos autores deban ser


sometidas a revisión a la luz de los nuevos conocimientos que vamos adquiriendo
sobre los sistemas de parentesco y que ese importante papel desempeñado por las
mujeres en la transmisión del trono astur, que ellos supieron detectar, pueda ser
resultado de un sistema de filiación bilateral con transmisión de bienes y dignida-
des a los herederos de ambos sexos, tal como ocurría con la dinastía Teodosiana o
la de Teodorico el ostrogodo. En todo caso, de subsistir entre los astures fórmulas

8
A. Barbero, M. Vigil, La formaci—n del feudalismo en la Pen’nsula IbŽrica, Barcelona, 1978,
pp. 279-353.

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unilineales de filiación, éstas tendrían un carácter residual, a diferencia de lo que


ocurría con las celtas, entre los cuales durante estos primeros siglos medievales el
clan patrilineal se encontraban plenamente operativo a la hora de estructurar su sis-
tema de parentesco.

Afinidad o alianza

Una vez analizado el sistema de filiación es preciso detenerse en los lazos de


afinidad pues, como se dijo al principio, en el parentesco a los vínculos de consan-
guinidad derivados de la filiación se vienen a sumar los derivados de la relación
conyugal o matrimonio. Es decir, aquellos otros lazos que unen a los progenitores
entre sí, vínculos que en este caso no están determinados por la biología sino por
acuerdos o conveniencias sociales y que por ello son calificados de afinidad o alian-
za.

En la Europa medieval las severísimas prohibiciones canónicas que extendían


hasta el 4º e incluso hasta el 7º grado los límites al matrimonio entre parientes para
no caer en el incesto, incluyendo además en estas limitaciones no sólo a los parien-
tes estrictamente consanguíneos, sino también a los afines, es decir, a los consan-
guíneos de los cónyuges, así como a los parientes espirituales, supuso la implanta-
ción de un sistema exogámico tremendamente abierto. El cómo se llegó a estas
limitaciones plantea problemas, pues ni en la antigua Grecia, ni en el mundo roma-
no, ni en el judío estaba prohibido el matrimonio entre primos.

Para entender estas transformaciones es importante tener en cuenta que entre


los siglos V y VI el sistema romano de cómputo generacional dio paso al llamado
“sistema germánico”9 y quizás fuera éste uno de los motivos que multiplicó por dos
las limitaciones. Así, la iglesia empezó en el siglo IV prohibiendo el matrimonio

9
Escribo llamado porque no esta nada clara su filiación germánica.

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3er grado (bisabuelo/a)

2º grado
4º grado 4º grado
(abuelo/a)
(tía abuela) [3ª] (tío abuelo) [3.ª]

1er grado
3er grado (tía) [2º] (padre/madre) 3er grado (tío) [2º] 5º grado [3º]
tíos segundos

EGO
2º grado [1º] 2º grado [1º] 4º grado [2º] 6º grado [3º]
hermana hermano primos primos
hermanos segundos

1er grado 3er grado [2.º] 5º grado [3º] 7º grado [4º]


hijos/as sobrinos/as hijos de hijos de
primos hermanos primos segundos

2º grado 4º grado [3º]


nietos/as hijos de hijos
de hermanos

3er grado 5º grado [4º]


biznietos/as hijos de nietos
de hermanos

Diagrama romano limitado al séptimo grado por línea colateral, límite fijado por el derecho suce-
sorio, y en el que se han incluido en negrita y entre corchetes los grados de acuerdo con el cóm-
puto llamado germánico.

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entre primos hermanos, pero los primos hermanos, que resultaban parientes en 4º
grado según el cómputo romano, lo son en 2º grado según el cómputo germánico y
la legislación romana sí prohibía el matrimonio entre parientes de 2º grado; más
tarde, en el siglo VI, la iglesia también prohibió el matrimonio entre primos segun-
dos, es decir, entre los descendientes de un mismo abuelo, pero aquí ocurre otro
tanto, pues los primos segundos en el cómputo romano ocupaban el grado 6º, mien-
tras que en el germánico ocupan el 3º y la legislación romana también prohibía el
matrimonio entre consanguíneos de 3er grado.

En todo caso, ya fuera como consecuencia de la aplicación por extensión de las


antiguas prohibiciones romanas a los nuevos sistemas de cómputos generacionales,
ya por razones de otro tipo, el resultado fue que entre los siglos V y VI quedó prohi-
bido el matrimonio entre primos hermanos y primos segundos, que algo más tarde
también se extendió la prohibición a los hijos de los primos segundos, que queda-
ron incluidos en el 4ª grado, y que incluso la iglesia trató, aunque vanamente, de
extender estas limitaciones hasta el 7º grado.

De todos modos, la iglesia contó con enormes dificultades para imponer su


modelo. Según algunos estudiosos, en la etapa de las prohibiciones más severas, la
Alta Edad Media, el papel de la iglesia en la regularización del matrimonio era
todavía muy limitado. Es más, su modelo concurría con otros modelos, los nobilia-
rios, que podemos considerar los dominantes, y que no excluían el matrimonio
entre primos, ni el concubinato, ni el divorcio. Precisamente en época carolingia los
esfuerzos de la iglesia no estuvieron dirigidos tanto a imponer esas severas limita-
ciones en el terreno del incesto, como a eliminar el concubinato y establecer el
carácter indisoluble del matrimonio. Así, es célebre la intervención de Luis el
Piadoso, cuando al llegar al palacio de su padre Carlomagno en Aquisgrán, tras la
muerte de éste, expulsó del mismo a todas sus concubinas.

También lo es el complicado asunto del divorcio de su nieto Lotario II. En 860


Lotario inició un proceso de divorcio contra su mujer legítima, con la que no tenía
descendencia, y al mismo tiempo intentó legitimar su relación con Walrada, concu-
bina a la que se hallaba muy unido y que además le había dado hijos, llegando a
casarse con ella en 862 y haciéndola también coronar reina. Sin embargo, el nuevo
matrimonio suscitará una fuerte oposición entre algunos de los mas notables obis-
pos del reino, oposición a la que vendrán a sumarse sus tíos Carlos el Calvo y Luis

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el Germánico, que aspiraban a repartirse la Lotaringia, es decir, las tierras entre el


Mosa y el Rhin que habían correspondido a Lotario II a la muerte de su padre
Lotario I, ante la falta de descendencia legítima de aquél. Lotario, contando con el
apoyo de su hermano Luis, que reinaba en Italia y además ostentaba el título impe-
rial, aceptó someter su causa al papado, pero Nicolás I se mantuvo igualmente
intransigente y Lotario terminó viéndose obligado a separarse de Walrada. A la
muerte de Lotario en 869, sin haber logrado el reconocimiento de su matrimonio ni
la legitimación de su bastardo, fue Carlos el Calvo quien en un golpe de fuerza
entrará en el reino y se hará coronar en Metz como rey de la Lotaringia.

Este ejemplo de Lotario II sirve también para esclarecer las razones de la fuer-
te oposición que encontró la iglesia para imponer su modelo pues, como se ha visto,
éste entraba en confrontación con las estrategias hereditarias de la nobleza. Así el
divorcio y el concubinato permitían asegurar la descendencia y la continuidad al
frente de esos mismos patrimonios, mientras que el matrimonio entre primos per-
mitía conservar los bienes de las mujeres dentro de la familia. La iglesia realmente
no comenzó a implantar su modelo más que a partir del siglo X y no logró impo-
nerlo de forma efectiva hasta los tiempos de la Reforma de la Edad Media Central.
Este triunfo final del modelo eclesiástico fue posible gracias a que con el tiempo se
impuso una cierta transacción con los sectores de la nobleza laica, pues si éstos ter-
minaron por aceptar la intervención y control de la iglesia sobre el matrimonio y en
consecuencia sobre sus estrategias hereditarias, como contrapunto lograron arbitrar
fórmulas para participar de los ingentes bienes que fue acumulando la iglesia a tra-
vés de las donaciones testamentarias de los propios laicos y al mismo tiempo pusie-
ron límites a las prohibiciones eclesiásticas en materia de incesto.

A lo largo de toda la Alta Edad Media los laicos dotaron profusamente a la


iglesia, pero también lograron ejercer mediante los vínculos generados por el paren-
tesco espiritual un estrecho control sobre esas mismas iglesias, objeto de sus dona-
ciones, mediante diversos expedientes: reserva del cargo abacial para la familia del
fundador durante sucesivas generaciones, mantenimiento de derechos sobre los
bienes donados, percepciones de rentas en determinadas circunstancias, etc...10.

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Por otra parte, las transferencias a favor de la iglesia contaban con importantes limitaciones y
sólo podían realmente llevarse a efecto cuando los lazos espirituales que se establecían con los

10
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Todas estas fórmulas permitían convertir las donaciones a la iglesia en un método


para recomponer los patrimonios laicos, patrimonios que debido a los reducidos
lazos de consanguinidad admitidos en el campo de las alianzas matrimoniales esta-
ban siempre sujetos a descomposición.

Por otra parte, cuando la iglesia de la Reforma exigió un estricto cumplimien-


to del celibato a los clérigos, también reforzó sus exigencias sobre el incesto a los
laicos. Sin embargo, éstos lograron limitarlas, de forma que en 1215, con ocasión
del IV concilio de Letrán, las prohibiciones de matrimonio entre parientes queda-
ron definitivamente restringidas a los cuatro primeros grados. Al mismo tiempo, la
iglesia iría arbitrando una serie de fórmulas dispensatorias, pero ya bajo su control,
que de manera excepcional admitía matrimonios entre parientes próximos o inclu-
so separaciones en caso de matrimonios sin descendencia, como, por ejemplo, ocu-
rrió con la separación de Urraca de Castilla y Alfonso el batallador de Aragón a
comienzos del siglo XII. Por último, añadir que este sistema de exogamia tan abier-
to tampoco resultaba contrario a los intereses de la nobleza que de este modo, a tra-
vés de las alianzas matrimoniales, trascendía los ámbitos locales para extender sus
tentáculos y relaciones de poder a marcos mucho más vastos.

Ahora bien, la sociedad medieval como la mayoría de las sociedades históricas


estaba estructurada en clases y a menudo las estructuras y estrategias familiares pre-
sentan diferencias acusadas según el grupo social analizado. A este propósito, es
importante traer aquí a colación el caso del sistema de alianzas matrimoniales entre
la clase campesina. Así, mientras la iglesia trataba de imponer, con más o menos
éxito, unas fórmulas exogámicas particularmente abiertas a la clase nobiliaria desde
los primeros siglos medievales, en lo que concierne a la clase campesina coincidía
en defender junto a la nobleza laica un modelo que podemos calificar de endogá-
mico.

centros receptores venían a suplir los lazos de consanguinidad. Personalmente me he ocupado


de estos temas en “Nobleza e iglesias propias en la Cantabria altomedieval”, Studia Historica,
Hª Medieval, V (1987), en especial pp. 108-111 y 114-116 y en “Dominios monásticos y paren-
telas en la Castilla altomedieval: el origen del derecho de retorno y su evolución”, R. Pastor
(comp.), Relaciones de poder, de producción y parentesco, Madrid, 1990, pp.13-49. Véase tam-
bién J. Goody, La evolución de la familia...., pp. 152 ss.

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En efecto, durante la Alta Edad Media las uniones matrimoniales de esclavos,


colonos y demás dependientes, y en los comienzos de la Edad Media Central las
uniones entre los siervos, categoría social en la se vinieron a fundir todas las ante-
riores, estaban sometidas a leyes endogámicas muy estrictas. No sólo era necesario
que la pareja perteneciera a la misma condición social para que pudiera contraer
matrimonio sino, lo que es más importante, que además coincidiera en encontrarse
bajo la dependencia de un mismo señor. Todos los matrimonios fuera de ese grupo
estaban rigurosamente prohibidos, salvo autorización especial, nunca gratuita, pues
el señor en caso de concederla exigía una elevada tasa compensatoria, destinada a
disuadir tal tipo de uniones. Las razones de estas estrictas reglas no eran otras que
las de controlar la mano de obra futura y así cuando se establecía alguna unión con-
yugal entre siervos de señores diferentes, éstas daban lugar a complicadas estipula-
ciones entre los respectivos señores a propósito de la adjudicación de la futura des-
cendencia de la pareja. Se solía imponer el reparto, pero algunos de los monasterios
más famosos y poderosos como Saint-Denis y Saint-Germain-des-Prés llegaron a
reivindicar la titularidad de toda la descendencia producto del forismaritagium, es
decir, del matrimonio fuera del señorío11.

Esta situación no comenzó a cambiar hasta los siglos XII y XIII, cuando en
medio del auge demográfico y del dinamismo económico de la Edad Media Central
los señores, tanto eclesiásticos como laicos, comenzaron a otorgar cartas de fran-
quicia a las comunidades urbanas y también rurales, cartas que significativamente
comenzaban siempre reconociendo a unos y a otros, campesinos y burgueses, las
llamadas libertades personales, que se concretaban en libertad de movimiento y de
matrimonio.

Esta significativa contradicción entre las normas eclesiásticas según se aplica-


ran a una u otra clase social -la caballeresca o la campesina-, es la que ha llevado a
plantear que las reglas canónicas sobre el matrimonio obedecían a algo más que a
unas estrictas exigencias morales, por otra parte nunca respaldadas por los textos
bíblicos, y que en el fondo lo que dejan traslucir son unos claros intereses por con-

11
Cfr. M. Bloch, “Liberté et servitude personelles au Moyen Âge, particulèrement en France”,
Melanges Historiques, I, Paris, 1963, pp. 293-296.

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trolar el sistema social y establecer una claro dominio de la iglesia sobre dicho sis-
tema12.

El parentesco espiritual

Retomando ahora lo enunciado al comienzo de esta conferencia hay que recor-


dar que filiación y matrimonio o conyugalidad son los elementos básicos que arti-
culan todo sistema de parentesco, pero no son los únicos. En el caso ahora aborda-
do, el de la Europa medieval, el sistema de parentesco no sólo estuvo determinado
por lo que puede ser calificado de parentesco real, definido por los dos elementos
ya citados, sino también por lo que suele llamarse parentesco artificial, que en el
caso medieval estuvo especialmente representado por el parentesco espiritual. En el
parentesco espiritual intervenían tres realidades: el padrinazgo, la affinitas o alian-
za de clérigos y monjes con Dios y la iglesia, y las “fraternidades” de diverso tipo
que establecían los laicos con las centros monásticos y sus comunidades o con las
iglesias catedrales y sus capítulos13.

En primer lugar, se encuentra la institución del padrinazgo directamente vin-


culada al sacramento del bautismo. Este venía a ser un segundo nacimiento, que
integraba al bautizado en la iglesia, pero también en una nueva red de relaciones
derivada de la filiación espiritual con sus padrinos. La institución del padrinazgo
data del siglo VI, al generalizarse por entonces el bautizo de los niños, y terminó de
institucionalizarse en época carolingia, por tanto este sistema de filiación espiritual
esta ya presente desde los primeros tiempos medievales. Las obligaciones y dere-
chos que generaba el padrinazgo guardaban un estrecho paralelo con los derivados
de la filiación natural y así en lo que respecta a las prohibiciones matrimoniales
entre parientes próximos, quedaban concernidos tanto los parientes consanguíneos
y afines, como los espirituales.

12
Cfr. A. Guerreau-Jalabert, “Sur les structures de parenté dans l`Europe médiévale”, Annales
E.S.C., 6 (1981), p. 1034.
13
Una buena aproximación metodológica al tema del parentesco medieval, con especial referen-
cia al papel del parentesco espiritual, puede verse en A. Guerreau-Jalabert, “Sur les structures
de parenté.... (1981), pp. 1028-1049 y “El sistema de parentesco medieval (real/espiritual) y su
dependencia con respecto a la organización del espacio”, en R. Pastor (comp.) Relaciones de
poder...,1990, pp.85-105.

13
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En segundo lugar, los cristianos en su vida adulta podían establecer una alian-
za privilegiada con Dios y la Iglesia, affinitas es la palabra latina que mejor la defi-
ne, creando con ello unos vínculos más estrechos que los derivados del bautismo.
Esta alianza, especialmente reservada a clérigos y monjes, guarda un estrecho para-
lelo con la relación conyugal y los ritos que la establecen presentaban y siguen pre-
sentando analogías con el matrimonio. Basta citar cómo el ritual de consagración
de los obispos comportaba y comporta, entre otros elementos, la imposición de un
anillo, símbolo de su unión con Dios, y en el caso de los votos monásticos además
del anillo cuando se trata de monjas el rito también incluía e incluye la imposición
del velo. Esta alianza con Dios y la Iglesia apartaba a clérigos y monjes de las redes
de parentesco real, al menos parcialmente, ya que dejaban de contribuir a reprodu-
cirlas, al quedar excluidos de las relaciones matrimoniales y sexuales en razón de
su celibato, pero al mismo tiempo introducía a unos y otros en una nueva red de
relaciones.

Por último, los cristianos adultos que no optaban por la affinitas podían refor-
zar los lazos con Dios y la Iglesia a través de las confraternidades y fraternidades
de diverso tipo que establecían con los centros eclesiásticos y las comunidades
monásticas. Por ejemplo, entre los siglos X al XII son muy frecuentes las donacio-
nes pro remedio animae, es decir, por la salvación del alma, a favor de un determi-
nado monasterio. Estas donaciones, además de contribuir a incrementar el patrimo-
nio de los centros monásticos, servían de vehículo para que los donantes estable-
cieran una relación especial de “familiaridad” con la comunidad monástica objeto
de sus favores, especialmente con su santo patrono y a través de la intercesión de
éste con la propia Divinidad. Así, era frecuente que los monjes de las abadías dis-
pensaran una serie de privilegios a estos donantes, como oraciones, sufragios, misas
de aniversario, asignación de sepultura en el propio templo, o bien en el claustro o
cementerio contiguo, etc...etc...14. Es decir, esas donaciones permitían integrar de
algún modo a los donantes en la comunidad de fratres, haciéndoles partícipes de
una serie de beneficios espirituales y, tal como se ha apuntado más arriba, también
de otros tantos beneficios materiales. Por ejemplo, reservando el cargo abacial a

14
J. Orlandis, “La elección de sepultura en la España medieval”, en La iglesia en la España visi-
gótica y medieval, Pamplona, 1976, pp. 259-306; S. D. White, Customs, Kinship and Gifts to
Saints, 1988, p. 26.

14
SISTEMAS DE PARENTESCO Y ESTRUCTURAS FAMILIARES EN LA EDAD MEDIA

miembros de la parentela de los fundadores o facilitando a los donantes la partici-


pación en las rentas generadas por los ingentes patrimonios monásticos a través de
diversos expedientes15.

En resumen a través de estas tres realidades –bautismo, affinitas, confraterni-


dades- se creaban nuevas redes de relaciones, que venían a superponerse a los vín-
culos generados por la consanguinidad y la conyugalidad. Además, las redes gene-
radas por el parentesco espiritual, dado el peso que la iglesia y lo sagrado tenían en
el mundo medieval, podían alcanzar tanto o mayor relieve que las generadas por los
vínculos del llamado, por contraposición, parentesco natural.

ESTRUCTURAS FAMILIARES

El análisis de esta expresión requiere poco espacio, porque en realidad “siste-


mas de parentesco” y “estructuras familiares” son expresiones equivalentes. Es
decir, ambas hacen referencia a sistemas de relaciones sociales derivados de la filia-
ción y de la alianza o conyugalidad, así como del parentesco artificial, que en el
mundo medieval venía determinado, tal como se acaba de exponer, por el padri-
nazgo, la affinitas y las fraternidades con Dios y la Iglesia.
El uso de una u otra expresión es sólo consecuencia de distintas tradiciones
disciplinares. Los antropólogos prefieren hablar de parentesco y los sociólogos de
familia, por su parte los historiadores, en deuda con unos y otros, se encuentran aún
ante la necesidad de ir precisando su vocabulario y aparato conceptual16. Entretanto,
hay que admitir que los estudiosos procedentes del campo de la historia actuamos
a menudo de forma excesivamente ecléctica, cuando no imprecisa, pues es fre-
cuente utilizar expresiones y conceptos elaborados por los estudiosos de esos cam-
pos afines a la historia, que son la antropología y la sociología, y en muchas oca-
siones esos vocablos y conceptos no se adaptan bien a la realidad de la sociedades
históricas pasadas objeto de nuestro estudio17.

15
Véase supra nota 10.
16
Para estos distintos usos de expresiones, vocablos, conceptos y las consiguientes confusiones
que genera cfr. J. Goody, La evolución de la familia..., p. 21 y L’Oriente en Occident, 1999, pp.
208-211.
17
Sobre este tema pueden confrontarse las observaciones realizadas por A. Guerreau-Jalabert en
los trabajos citados en nota 13, especialmente en el de 1981, pp. 1028-1033.

15
Mª ISABEL LORING GARCÍA

FAMILIA
Un buen ejemplo de lo que se acaba de exponer lo proporciona el vocablo
“familia,” que es el que aparece en el título de esta Semana de Estudios Medievales
y que va a requerir una mayor atención, pues se trata de un vocablo que no sólo
goza, sino que siempre ha gozado de una gran imprecisión, debido no sólo a los
diferentes usos disciplinares, sino sobre todo al carácter polisémico de esta palabra.
En su acepción amplia, de uso frecuente entre los sociólogos, hace referencia
a un conjunto de personas unidas por filiación, matrimonio y parentesco artificial,
y como es fácilmente deducible a tenor de lo que se ha venido exponiendo resulta
equivalente a las expresiones que se acaban de analizar: sistemas de parentesco y
estructuras familiares. Precisamente, es con este sentido con el que aquí se ha
empleado al incluirla en el título de esta Semana de Estudios: La familia en la Edad
Media.
Ahora bien, entre los historiadores suele ser más frecuente utilizar el término
“familia” en su acepción más reducida, aquella que la identifica con la célula
doméstica, es decir, con un conjunto de personas emparentadas que comparten una
residencia, en latín domus de la que deriva la palabra doméstico; residencia que, por
otra parte, puede y suele contar con individuos no integrados en el grupo de paren-
tesco, los criados o servidores, en latín famulus, palabra que precisamente da ori-
gen al nombre latino de familia.

Acepciones del vocablo familia y su evolución

Este carácter polisémico de la palabra familia se remonta a la propia época


romana. En origen la palabra latina familia designaba el conjunto de esclavos y ser-
vidores que residían bajo un mismo techo; más tarde, pasó también a designar a los
habitantes de la casa en su conjunto: al ciudadano romano, pater familias en su vida
privada, a su mujer, sus hijos y los esclavos a sus servicio; y, finalmente, por exten-
sión el mundo romano también utilizó “familia” como sinónimo de gens, para
denominar al grupo de emparentados, tanto por línea paterna como materna18.

18
Cfr. F. Zonabend, “De la famille. Regard ethnologique sur la parenté et la famille”, en VV.AA.,
Histoire de la famille, París, p. 15.

16
SISTEMAS DE PARENTESCO Y ESTRUCTURAS FAMILIARES EN LA EDAD MEDIA

Por tanto, es importante tener presente que la expresión “estructuras familia-


res” y el vocablo “familia” no son siempre intercambiables, pues como se ha visto
el término familia puede hacer referencia a tres realidades diferentes: conjunto de
esclavos y otros servidores residentes bajo un mismo techo; célula doméstica, que
puede incluir personas ajenas al grupo de emparentados; y, finalmente, grupo de
emparentados, ligados entre sí por lazos de consanguinidad y afinidad.

Por otra parte, a lo largo de la Edad Media algunas de estas acepciones irán
evolucionando y otras terminarán perdiéndose. En un principio, durante toda la Alta
Edad Media e incluso durante la Edad Media Central se seguirá utilizando en su
acepción originaria para designar especialmente al conjunto de esclavos, colonos y
demás dependientes de los dominios eclesiásticos, que si bien no residían bajo el
mismo techo habitaban y explotaban un mismo dominio o señorío. No obstante, con
el tiempo este uso, sin llegar a desaparecer, irá perdiendo importancia19.

En su segunda acepción, la de grupo doméstico cohabitando bajo un mismo


techo y regido por el pater familias ocurre algo distinto: pervivirá, pero en concu-
rrencia con otros vocablos. Por ejemplo, durante la Alta Edad Media permanece en
uso para el caso de la domus o casa noble, que además se amplía con respecto a la
época clásica romana para integrar, por una parte, junto a la pareja conyugal y sus
descendientes a otros parientes -descendientes de uniones previas, hijos de concu-
binas, hermanos y hermanas solteros, sobrinos- y, por otra, junto a los esclavos y
otros servidores domésticos y siervos rurales a los miembros de las comitivas o
mesnadas20. Más tarde, especialmente en la Baja Edad Media, el grupo doméstico
nobiliario será preferentemente designado con el vocablo “casa”. Por otra parte,
fuera del ámbito nobiliario el grupo doméstico de corresidentes sólo excepcional-
mente es designado con el vocablo familia y en su lugar se emplean otros vocablos,
casa y casale pueden ser algunos de ellos, pero sobre todo los que se irán impo-
niendo serán los términos latinos focus y focarium, de los que derivan las palabras
romances de “fuego” y “hogar”, palabras que como resulta evidente toman su nom-

19
Ni D. Du Cange, Glossarium mediae et infimae latinitatis, ni J.F. Niermeyer, Mediae latinita-
tis lexicon minus, recogen testimonios con esta acepción posteriores a las primeras décadas del
siglo XII.
20
Cfr. R. Le Jan, Famille et pouvoir dans le monde franc (VII-Xe siècle), París, 1995, pp. 340-
343 y 429.

17
Mª ISABEL LORING GARCÍA

bre de ese punto central de toda casa, donde se mantiene un fuego destinado a coci-
nar los alimentos y caldear el ambiente. Además, familia en su acepción de grupo
doméstico de corresidentes adquiere también nuevos usos y así por extensión se uti-
lizará en los siglos medievales para designar al conjunto de fratres o conventuales
de un monasterio, que precisamente habitan bajo un mismo techo y se encuentran
bajo la dirección de un abad, cuya autoridad viene a ser equivalente a la del pater
familias.

Por último, en lo que respecta a la palabra familia en su tercera y más amplia


acepción, la de grupo de emparentados, ésta es la que antes desaparece de las fuen-
tes medievales y en su lugar surgen términos nuevos. Uno de ellos será el de “paren-
tela”, cuyo uso empieza ya a generalizarse en el siglo VI para designar al conjunto
de consanguíneos tanto por línea paterna como materna hasta el séptimo grado y
que algo más tarde ampliará su campo para integrar también a los afines, es decir,
a los cónyuges y a los consanguíneos de éstos21. Más tarde, a partir de los siglos XI
y XII, en este contexto de familia entendida como grupo amplio de emparentados
irrumpe otra palabra nueva, “linaje”. Sin embargo, su campo semántico es más
reducido, pues no incluye a la totalidad del grupo de emparentados, sino sólo a los
descendientes en línea directa, prescindiendo de los colaterales y dando prioridad a
la sucesión agnaticia22. La palabra linaje precisamente deriva “del nombre Línea,
porque las sucesiones van descendiendo de padres a hijos y nietos, como por una
línea recta”, tal como recoge el Diccionario de Autoridades23, y su progresiva
implantación y uso se encuentran directamente relacionados con el desarrollo del
sistema de primogenitura y el paso a un primer plano de la línea de descendencia
agnaticia sobre la uterina24.

21
Du Cange, op. cit., sub verbo parens, incluye parentela, presentando un testimonio del siglo VI
(Venancio Fortunato) en que esta voz alterna con la de familia y otro del siglo VII (Edicto de
Rotario) donde se utiliza para referirse a los consanguíneos hasta el 7º grado; Niermeyer, op.
cit., sub verbo perentela incluye un testimonio procedente de los Capitularia Regum Franco-
rum, posiblemente del s. IX, en el que parentela se utiliza tanto para referirse a parientes con-
sanguíneos como afines, con los que se ha entroncado por matrimonio.
22
Niermeyer, op. cit., sub verbo lineagium presenta ya un testimonio de los años 1060-1081.
23
Dicccionario de Autoridades, RAE, 1732, ed. Facsímil, 1976, sub verbo, donde remite a Argote
de Molina y a su obra Nobleza de Andalucía.
24
Los antropólogos emplean la palabra linaje en un sentido diferente para referirse a un grupo de
emparentados ramificado que se articula sobre la base de un sistema de filiación unilineal, tanto

18
SISTEMAS DE PARENTESCO Y ESTRUCTURAS FAMILIARES EN LA EDAD MEDIA

Existe un interesante testimonio que ilustra a la perfección lo expuesto acerca


de la evolución del vocablo familia en la Edad Media. Se trata de un texto proce-
dente de las Siete Partidas, una de las obras cumbres jurídico-legislativa del siglo
XIII salida de ese centro de producción cultural que fue la corte del monarca cas-
tellano Alfonso X el Sabio. En su último Título, el XXXIII, los redactores de la obra
trataron Del significamiento de las palabras et de las cosas dubdosas et de las
reglas derechas, y en su ley VI, que lleva por título Del entendimiento et del signi-
ficamiento de otras palabras dubdosas et obscuras, se ocuparon entre otras de la
palabra “familia”: .....Et aun decimos que por esta palabra familia se entiende el
señor de la casa et su muger, et todos los que viven con él sobre que ha manda-
miento, asi como los fijos, et los servientes, et los siervos et los otros criados. Et
familia es dicha aquella en que viven mas dos homes á mandamiento del señor, mas
dende ayuso non serie familia. Et aquel es dicho pater familias, el que es señor de
la casa maguer non haya fijos: et mater familias es dicha la muger que vive hones-
tamente en su casa o es de buenas maneras. Otrosi son llamados domésticos todos
estos, et demas los labradores que labran sus heredades et los aforrados....”25.

Es decir, para los redactores de las Siete Partidas familia era una palabra oscu-
ra cuyo sentido era necesario aclarar. De algún modo, los juristas castellanos del
siglo XIII vienen a respaldar la estructura de esta conferencia y a demostrar con su
testimonio la importancia que tiene el tratar de esclarecer los términos y conceptos
relacionados con el parentesco. Por otra parte, de este texto se infiere que, en con-
formidad con lo que se ha ido exponiendo, a lo largo de la Edad Media la palabra
familia redujo su campo semántico para designar prioritariamente la célula domés-
tica, célula que incluía al pater familias, la mujer e hijos, pero también a personas
no pertenecientes al grupo de emparentados: et los servientes, et los siervos et los
otros criados.

Esta ley también se encarga de precisar que un grupo de corresidentes consti-


tuido al menos por más de dos hombres bajo mandamiento de un señor también es
llamado familia, lo que significa que este vocablo aún seguía vigente en su acep-

sea agnaticio como uterino, mientras que en su acepción original linaje hace referencia a un
grupo de emparentados en línea directa y vertical, no ramificado pues se prescinde de los cola-
terales, de cáracter preferentemente agnaticio.
25
Las Siete Partidas, tit. XXXIII, l. VI, Madrid, RAE, 1807, 3 vols.

19
Mª ISABEL LORING GARCÍA

ción originaria: conjunto de dependientes y otros servidores residentes bajo un


mismo techo. No obstante, a continuación se añade que son llamados domésticos
todos estos (criados y demás sirvientes de la casa) y también los labradores de las
heredades et los aforrrados (dependientes que han recibido cartas de libertad o
alforría26), de lo que parece desprenderse que la palabra “familia” en su acepción
originaria estaba cediendo paso a otras nuevas como la que aquí se consigna de
“domésticos”.

Por último, es también significativo que no se haga mención alguna, ni a favor


ni en contra, de la palabra familia entendida como grupo de emparentados, sin duda
en este campo no había ya ninguna duda ni oscuridad, pues había dejado de utili-
zarse desde los primeros siglos medievales, siendo sustituida por las de “parentela”
y “linaje”, tal como se ha indicado más arriba.

¿Familia amplia o familia nuclear?

En el caso de la familia entendida como grupo o célula doméstica, acepción


que, como se ha visto, fue la que se mantuvo (si bien conviviendo con otros voca-
blos -casa, casale, fuego, hogar-), una de las cuestiones a plantear es la del eterno
debate entre familia amplia y familia estrecha o nuclear. Es decir, el de si en la Edad
Media el grupo doméstico estaba o no basado en la pareja conyugal.

Una larga tradición sociológica ha venido vinculando este modelo de familia,


que conocemos como nuclear o conyugal, a la revolución industrial y por tanto a las
sociedades contemporáneas. Sin embargo, los antropólogos en sus estudios de las
llamadas sociedades primitivas han puesto de relieve cómo estas sociedades conta-
ban también con familias nucleares, aunque asociadas a grupos de parentesco más
amplios como los clanes. Por su parte, los historiadores también han señalado cómo
los grupos domésticos (hogares, fuegos) de la Europa preindustrial, tanto en la Edad
Moderna como también en los últimos siglos de la Edad Media, eran pequeños,

26
Aforrado, siervo que recibe la libertad de su señor, pero que se mantiene en una estrecha depen-
dencia del mismo, siendo incluso posible que aquél lo hiciera retornar a la servidumbre en
determinadas circunstancias, cfr. Siete Partidas, Part. IV, tít. XXII, ley VI.

20
SISTEMAS DE PARENTESCO Y ESTRUCTURAS FAMILIARES EN LA EDAD MEDIA

contaban con una media de 4,75 habitantes por fuego, y estaban habitados por fami-
lias conyugales27.

Ahora bien, en el caso medieval no es fácil determinar si este tipo de grupo


doméstico, el nuclear, fue el que siempre estuvo vigente o si, por el contrario,
durante el propio período medieval se produjo una evolución tendente a su progre-
siva nuclearización. Dilucidar esta cuestión no es fácil, porque se tropieza con el
problema de las fuentes. En el caso de las fuentes medievales, la documentación
bajomedieval proporciona registros con fines fiscales, que además de atender a la
situación económica de los contribuyentes, también se ocupan de la composición
de los hogares o fuegos domésticos y de la edad de sus miembros. Precisamente,
son estos registros los que permiten constatar ese predominio en época bajomedie-
val de hogares pequeños compuestos por familias nucleares.

Las fuentes altomedievales, por el contrario, son bastante pobres en lo que con-
cierne a la composición de las unidades domésticas y, en cambio, mucho más ricas
a la hora de proporcionar datos sobre las redes de parentesco. De todos modos,
algunos datos hacen sospechar que la célula doméstica era algo más amplia en la
Alta Edad Media. Como ya indicamos más arriba la domus noble, es decir, el grupo
doméstico aristocrático era relativamente amplio, pues, aunque centrado en la fami-
lia nuclear, incluía junto a la pareja conyugal y sus descendientes a otros parientes28.

En el caso de las familias campesinas la situación es mas compleja: los regis-


tros de algunos dominios eclesiásticos de época carolingia, los llamados “polípti-
cos”, muestran que entre las familias campesinas en dependencia predominaba la
familia nuclear de padres e hijos y que las familias de tres generaciones constituí-
an la excepción. Ahora bien, tampoco están ausentes de estos registros células
domésticas que incluyen dos o tres generaciones, por ejemplo algunas en las que

27
Cfr. J. Goody, L’Orient.... pp. 214-215, quien cita para los siglos bajos medievales el caso de
Inglaterra; Klapisch, C., que se ocupó del área Toscana y mas especialment de la ciudad de
Prato, también constata un predominio de la celula doméstica reducida o nuclear durante la
Baja Edad Media, a pesar que de que la contracción demográfica incrementó la probabilidadad
de ampliar dichas células al incluir junto a la pareja paterna a un hijo casado y estimando que
este tipo de hogar pasó del del 11% al al 19% entre 1371 y 1427. “Declin demographique et
structure du ménage. L`exemple de Prato, fin XIVe-fin VXe”, en Histoire de la famille, 1, Paris,
1986, p. 264.
28
Véase supra nota 20.

21
Mª ISABEL LORING GARCÍA

hermanos solteros del marido permanecen también en la casa y otras donde convi-
ven varios hermanos casados con sus mujeres e hijos, si bien todos estos casos pare-
cen constituir la excepción. En todo caso, se piensa que con la expansión demográ-
fica y el crecimiento agrario de la Edad Media Central se acentuó el predominio de
las familias campesinas nucleares29.

En conclusión, quizás sea posible hablar de una progresiva nuclearización,


pero siempre entendiendo que ésta nuclearización sólo afectó a la familia entendi-
da como grupo doméstico, no a las estructuras familiares contempladas globalmen-
te, ya que esta familia nuclear se encontraba integrada en redes más amplias que
trascendían los límites de la casa. Por otra parte, esta nuclearización siempre tendrá
un carácter muy relativo, porque, como ya se ha visto, la célula doméstica podía
contar y por regla general contaba con individuos no integrados en el grupo de
parentesco: criados, servidores, labradores de los predios, miembros de las comiti-
vas o mesnadas, etc.. Además, este modelo no era sólo exclusivo de la casa nobi-
liaria, sino que también era extensible a la casa campesina. Así, los polípticos caro-
lingios muestran que en ocasiones ésta podía verse ampliada con la presencia de
servi y mancipia, presencia que con el nombre de “criados” también se constata en
la Baja Edad Media. De igual modo, a partir del desarrollo de la Edad Media Cen-
tral hace su aparición la unidad doméstica urbana, que cuenta no sólo con criados
o servidores domésticos, sino también con la presencia de aprendices, alojados y
mantenidos por comerciantes y artesanos, pero no remunerados con salario alguno.

EL SISTEMA DE PARENTESCO MEDIEVAL: ALGUNAS NOCIONES

Hasta aquí esta primera parte entre terminológica y conceptual, en cierta medi-
da imprescindible dada la confusión imperante en el vocabulario relacionado con el
parentesco, confusión que como se ha podido constatar ya se daba en el siglo XIII.
Por otra parte, al hilo de todas estas precisiones terminológicas se han ido adelan-
tando algunas ideas básicas sobre las estructuras familiares en la Edad Media, que
a continuación resumimos con objeto de que desde el principio de estas jornadas
queden claramente establecidas algunas nociones:

29
Cfr. W. Rösener, Los campesinos en la Edad Media, Barcelona 1990, pp. 193-194. R.

22
SISTEMAS DE PARENTESCO Y ESTRUCTURAS FAMILIARES EN LA EDAD MEDIA

• Primero, que salvo excepciones el sistema de filiación imperante es de


carácter bilateral o cognaticio, por lo que los vínculos de consangui-
nidad vienen determinado tanto por línea paterna como materna.
• Segundo, que en los sistema de parentesco medieval las mujeres de-
sempeñaron un papel significativo, aunque esto no es tanto atribuible
a que el sistema de filiación fuera bilateral, sino sobre todo a un sis-
tema de transmisión de bienes, calificado de divergente, en el que las
mujeres están presentes junto a los varones.
• Tercero, que la severa legislación canónica contra el incesto supuso la
implantación de un sistema exogámico extremadamente abierto. Sis-
tema que, por una parte, favorecía los intereses de los grupos nobilia-
rios al ampliar sus redes de relaciones, aunque, por otra, propiciaba la
desintegración de los patrimonios familiares, si bien éstos podían ser
parcialmente preservados en su integridad gracias a los nuevos víncu-
los de parentesco espiritual que se establecían con los centros ecle-
siásticos, especialmente monásticos.
• Cuarto, que el estricto sistema exogámico exigido por la iglesia a la
clase nobiliaria contrasta con el endogámico que imponía a la campe-
sina, al menos hasta los siglos XII y XIII, de lo que se desprende que
la legislación canónica respecto al matrimonio no respondía tanto a
unos principios morales, como al interés de la iglesia por controlar el
conjunto del sistema social.
• Quinto, que el sistema de parentesco en la Edad Media es un sistema
bastante complejo, donde a las redes de relaciones derivadas de la
consanguinidad y afinidad o conyugalidad, se superponían otras deri-
vadas del parentesco espiritual y que además estas últimas, dado el
peso que la iglesia y lo sagrado tenían en el mundo medieval, podían
alcanzar tanto o mayor relieve que las primeras.
• Sexto, que hay que abandonar la idea de una evolución lineal, que
conduciría lo largo de la Edad Media de unas estructuras familiares
extensas a otras más reducidas, aunque esta idea no este reñida con la
de una progresiva nuclearización de la familia entendida como grupo
doméstico, ni con el progresivo desplazamiento de la parentela por el
linaje.

23
Mª ISABEL LORING GARCÍA

• Séptimo y último, que el grupo doméstico incorporaba individuos no


integrados en el grupo de parentesco -criados, servidores, labradores,
etc..- y además que este modelo no era patrimonio exclusivo del esta-
mento nobiliario, sino que también la casa-familia campesina podía
contar con criados y que otro tanto ocurría con la casa-familia bur-
guesa, donde junto a los domésticos también figuraban los aprendices.

EL SISTEMA DE PARENTESCO MEDIEVAL:


RASGOS EVOLUTIVOS
En lo que concierne a la evolución del sistema de parentesco a lo largo de la
época medieval quizás la línea más significativa, como ya señalara en 1974 George
Duby, estaría marcada por el paso de unas estructuras familiares relativamente laxas
hacia otras más rígidas, evolución que vendría determinada, entre otros factores,
por la progresiva indivisión del patrimonio en favor del primogénito y la tendencia
a la primacía de los varones sobre las hembras30.

En la Alta Edad Media se parte de un sistema sucesorio, que como ya se ha


citado Goody califica de divergente y que se caracterizaba por incorporar en la
sucesión de bienes e incluso cargos a todos los varones sin distinción y también a
las mujeres. Por otra parte, la fórmula de la dote permitía excluir de la herencia de
los cargos a las mujeres, aunque durante toda la Edad Media seguirán teniendo
acceso a los mismos en el caso de ausencia de herederos varones y siempre ejer-
ciéndolos indirectamente a través de sus maridos o como tutoras de sus hijos31.
Fruto de este sistema sucesorio serán los continuos repartos y fragmentaciones de
los primeros reinos germánicos, especialmente el del reino franco en su etapa
merovingia, e incluso carolingia, pues la no fragmentación en tiempos de sus pri-

30
G. Duby, “Presentatión de l’enquète”, en Famille et parenté dans L’Occident médiéval, Roma,
1977, p. 10.
31
El apartamiento del trono de Francia de la pequeña reina Juana, hija de Luis X, por su tío y
regente Felipe de Poitiers, que se hizo coronar rey en Reims el 9 de enero de 1317, y la poste-
rior declaración de que la mujer no tenía derecho a ocupar el trono del reino de Francia supu-
so una clara ruptura con la normativa vigente y no sería seguida por ninguna otra monarquía
coetánea, por ello la pequeña Juana pudo en cambio mantener sus derechos al trono del reino
de Navarra.

24
SISTEMAS DE PARENTESCO Y ESTRUCTURAS FAMILIARES EN LA EDAD MEDIA

meros reyes fue fruto del azar biológico: la pronta muerte de Carlomán, hermano
de Carlomagno, y la de los hijos de éste a excepción de Luis el Piadoso, que quedó
como único heredero. Precisamente las guerras internas que asolaron el reinado de
este último estuvieron en parte determinadas por sus intentos de establecer una cier-
ta primacía a favor del primogénito Lotario. Finalmente, a su muerte el reino de los
francos volvería a fragmentarse en el famoso tratado de Verdún de 843.

Más tarde, a partir del siglo X, se fue imponiendo paulatinamente el principio


de primogenitura en lo que respecta a patrimonios y, sobre todo, en lo que concier-
ne a cargos y dignidades, empezando por la dignidad regia, la más elevada de todas
ellas. Primero bajo formas matizadas que consistían en atribuir al primogénito los
cargos y tierras heredadas y a los segundogénitos las adquiridas o ganadas durante
el ejercicio del cargo, además de reservar a algunos de éstos para la carrera ecle-
siástica, tratando así de evitar la dislocación del reino sobre la base de mantener,
podríamos decir, un núcleo duro no sujeto a fragmentaciones, que permitiera dar
continuidad a las dinastías monárquicas o principescas. A lo largo de la Edad Media
Central este sistema fue perfeccionándose y a partir del siglo XII y en especial del
XIII se pusieron en práctica nuevas fórmulas, como la de los apanages del reino de
Francia, que con distintos matices estarán presentes en otros muchos reinos y que
permitían mantener la integridad del reino sin desheredar a los segundogénitos, atri-
buyéndoles la administración de amplios enclaves, que podían transmitir a sus here-
deros, pero que no dejaban de formar parte del reino y que además revertían a la
rama principal en el caso de no contar con descendencia directa.

Estos nuevos métodos de sucesión no fueron exclusivos de las dinastías reales,


sino que alcanzó al conjunto de la clase nobiliaria, que mantuvo similares pautas
tanto en lo que concierne a sus tierras patrimoniales, como en las cedidas o deten-
tadas en calidad de feudo. En este campo la norma de la primogenitura se impuso
bastante pronto, los primeros atisbos son anteriores al siglo X, ya que los señores
no estaban dispuestos a ver comprometidos los servicios que debían prestarles sus
vasallos como consecuencia de la partición de sus dotaciones feudales. Por todo
ello, aunque el sistema de primogenitura tardaría en consolidarse su progresiva
implantación supuso el paso paulatino de un sistema de parentesco relativamente
laxo y horizontal a otro lineal y vertical, que otorga la primacía a la descendencia
agnaticia sobre la uterina y a los primogénitos sobre los segundones, siendo en este
contexto donde hace su aparición el vocablo “linaje” analizado más arriba.

25
Mª ISABEL LORING GARCÍA

Por otra parte, estas transformaciones en el sistema de parentesco a favor del


primogénito fueron uno de los factores que determinaron las continuas guerras feu-
dales. Es de destacar que en el siglo X, estas guerras de la clase caballeresca tuvie-
ran en su proa a las tierras de la iglesia, de ahí los movimientos de Paz y Tregua de
Dios que ésta se vio forzada a poner en marcha. Sin embargo, a partir del XI, las
guerras internas, sin dejar de desaparecer, dieron paso a la apertura de nuevos fren-
tes externos: frente a los musulmanes, las famosas cruzadas, la reconquista de los
reinos hispánicos y la conquista de Sicilia; frente a pueblos aún paganos, eslavos y
bálticos de la Europa central; e incluso frente a cristianos cismáticos como los
bizantinos, que se vieron primero privados en el transcurso del siglo XI de sus pose-
siones en el sur de Italia y finalmente a raíz de la cuarta cruzada de su propia capi-
tal Constantinopla y de gran parte de su imperio.

No tiene aquí sentido extenderse en la descripción de todos estos frentes y sus


avatares, pero si subrayar el papel que desempeñó la progresiva implantación del
sistema de primogenitura en la llamada expansión feudal de los siglos centrales de
la Edad Media, expansión que permitió a los segundogénitos de muchas familias
nobiliarias labrarse nuevos señoríos lejos de sus tierras de origen, donde el acceso
a los mismos se les había ido cerrando. Es también factible, que en paralelo la inten-
sa actividad roturadora que desarrolló la clase campesina se viera igualmente acom-
pañada de transformaciones en sus estrategias sucesorias. Es cierto, que estas estra-
tegias no eran exclusivamente suyas, pues estaban mediatizadas por los intereses de
sus señores, pero éstos se hallaban igualmente comprometidos en unas actividades
roturadoras, que les permitían incrementar sus rentas. En todo caso, la suma de
unos y otros intereses pudieron igualmente favorecer el que también se fuera impo-
niendo en el seno de esta clase social el sistema de primogenitura.

El hecho de finalizar con estos breves apuntes sobre el sistema de primogeni-


tura y su proyección en la llamada expansión feudal de la Edad Media Central, tanto
en el terreno político-militar como en el de las estructuras agrarias, responde al pro-
pósito de subrayar el importante papel que el sistema de parentesco podía llegar a
desempeñar en la sociedad medieval y las implicaciones de todo tipo a que podían
dar lugar sus transformaciones. Por otra parte, también permite destacar como el
estudio de los sistemas de parentesco adquiere su verdadera dimensión cuando se
articula con el del sistema social del que forman parte.

26

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