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CAP˝TULO XIII

RENOVACIN

Durante todo el tiempo en que se desarrollaba en las Iglesias


de la reforma este lento trabajo de descubrimiento ¿ quØ suceda
con la eucarista en la Iglesia catlica?
Aqu, evidentemente, con el canon eucarstico y su cortejo de
prefacios, la antigua eucarista estaba siempre presente. Pero si no
tena necesidad de ser recuperada, la tena de verse desembarazada
de un cœmulo de revestimientos inadecuados y de lograr una es
tructuracin que se prestara a una utilizacin inteligente.
En el primer punto la obra del Concilio de Trento y de san
Po y, no obstante una relativa timidez, llevarÆ a cabo las reformas
mÆs necesarias. El misal romano moderno, sin excluir totalmente
las apologas y las otras oraciones de devocin medievales, las
restringirÆ por una parte a la preparacin del celebrante y de sus
ministros, al ofertorio y a la comunin. Por otra parte, slo guar
darÆ de ello lo mejor. En cuanto a los tropos, desaparecerÆn sin
remedio, aunque, desgraciadamente, para reaparecer bajo una forma
todava mÆs abusiva en la Øpoca en que nos hallamos, en un exceso
de parÆfrasis inadmisibles de los cantos del ordinario, y de comen
tarios ociosos.
Por lo que hace a la inteligencia de la oracin eucarstica, le-
vendo comentarios de la misa como los de Lessio, de Lugo y de
otros muchos, podra tenerse la sensacin de que la teologa de la
contrarreforma, lejos de excluir las concepciones medievales err
neas, se aplic sobre todo a defender y sistematizar algunas de las

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mÆs insostenibles. Con todo, sin desconocer las aportaciones muy


positivas de los Tallhofer, de La Taille, Lepin, Vonier, Masure y
otros, hay quizÆ que reconocer que Østos caricaturizaron un tanto
las teoras que queran precisamente superar. La consagracin eu
carstica del pan partido y del cÆliz implica una referencia inmediata
a la pasin de Cristo, que estas teoras mÆs modernas, por seduc
toras que sean, no tienen quizÆ siempre suficientemente en cuenta.
Podra, por tanto, suceder que nuestros sucesores no fuesen mÆs
transigentes con estos sistemas de lo que somos nosotros con los
que les precedieron.
Pero sobre todo no hay que olvidar que la contrarreforma no
es sino una parte de la reforma catlica nacida de lo mÆs slido del
humanismo cristiano de los siglos xv y xvi. En el terreno litœrgico
la obra de los grandes eruditos de fines del Renacimiento y del
siglo XVII dista todava mucho de ser apreciada como se merece. El
De sacrificio Mi-smc del cardenal Bona es una primera resurreccin
del sentido tradicional de la eucarista fundada en un primer acceso
a los antiguos sacramentarios. Su publicacin por el cardenal Tom
masi, y luego la de los Ordines romani, descubiertos por Mabillon,
harÆ que se dØ un paso decisivo en el redescubrimiento de la euca
rista antigua y de su significado. No menos importancia tendrÆ la
publicacin de las liturgias orientales por Renaudot y Tos Assemani.
Si queremos darnos cuenta de las riquezas doctrinales que estos
trabajos restituiran a la teologa y a la espiritualidad eucarsticas
desde comienzos del siglo xviii, nos basta con leer la Explication...
des priØres de la Messe del padre Lebrun. Lo menos que se puede
decir es que los trabajos modernos no hacen, ni mucho menos,
superflua su lectura.
Los misales para los fieles, con magnficas traducciones y co
mentarios con frecuencia excelentes, desde la segunda mitad del
siglo XVII ponan todo esto al alcance de un vasto pœblico. Pese a
ciertas precipitaciones y a algunos errores de los que no hemos
salido todava, la reforma de los libros y de la prÆctica litœrgica,
particularmente, pero no exclusivamente, en Francia en los siglos
XVII y xviii serÆn producto de las mismas investigaciones. Podemos

decir sin exagerar que en Østas se anticipaban ya todas las reformas


esenciales, sin excepcin, del concilio Vaticano u.

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Es innegable que lo que se puede llamar el primer movimiento


litœrgico lleg en aquella Øpoca a producir, por primera vez en la
Iglesia de Occidente desde la mÆs alta edad media, una suficiente
inteligencia de la eucarista por parte de los sacerdotes y de los
fieles, y una prÆctica viva de la que todava podramos sacar no
pocas sugerencias. El mejor indicio de este hecho se halla quizÆ en
los nuevos prefacios compuestos entonces y que se han mantenido
en uso. Redactados por personas plenamente familiarizadas con los
tesoros de los sacramentarios antiguos y de los misales medievales,
tomaron y conservaron de ellos lo que se estim mÆs duradero, en
oraciones que con frecuencia pueden rivalizar con los mÆs bellos
formularios de la antigedad cristiana.
El prefacio de la dedicacin, con su alabanza a Dios por la edi
ficacin de la Iglesia, cuerpo y esposa de Cristo, es quizÆ la obra
maestra de estos liturgistas modernos. El prefacio de todos los
santos, cuyo augustinismo tan paulino sacaba de sus casillas al
pobre dom GuØranger, no es menos bello ni menos sustancioso, con
su evocacin de la nube de testigos lavados y glorificados en la
sangre de Cristo.
Cuando se comparan estas magnficas eucaristas con las mez
quinas producciones entradas recientemente en el misal romano,
nos llevamos las manos a la cabeza. Algunas expresiones paulinas
salvan el prefacio del sagrado Corazn, pero no as el de Cristo
rey. ¿ QuØ decir de la indigencia que se observa en el prefacio del
pobre san JosØ? Aqu se sei’iala el nivel mÆs bajo a que haya podido
descender la liturgia romana. Sin embargo, el que se compuso para
las misas de requiem en el pontificado de Benedicto xv es una
magnfica excepcin. Da prueba de que todava existe la posibilidad
de expresiones de la eucarista dignas de los mejores tiempos de
la antigua Iglesia. El tacto con que en este prefacio se recort y se
retoc una illatio mozÆrabe, hizo de Øl, gracias a un annimo golpe
de genio, el equivalente de las mÆs bellas piezas antiguas, en el que
casi parece descubrirse la mano de un san I,en.
Pero el legado mÆs precioso de esta reforma catlica de los
siglos xvii y xviii es el inmenso esfuerzo de investigaciones, de
anÆlisis, de interpretacin de la tradicin litœrgica que con ella se
inaugur. Todo lo que hemos podido hacer en nuestro estudio ha

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sido tratar de digerir los resultados a que haba de llegar la reanu


dacin de este esfuerzo despuØs de un eclipse de mÆs de un siglo.
Es Øste un pensamiento que debera inspirarnos gran reconocimiento
para con nuestros antecesores y... un poco de modestia.
El nuevo brote litœrgico del siglo xx, iniciado por la obra pro
fØtica de dom Lambed Beauduin en BØlgica, proseguido en Ale
mania y en Austria a la vez por dom Odo Casel en Maria-Laach y
Pius Parsch en Klostemeuburg, reanudado y desarrollado despuØs
de la segunda guerra mundial por el Centro de Pastoral litœrgica
fundado en Pars por los padres Roguet y DuployØ, OP., es el
heredero moderno de estos precursores.
La encclica tjediator Dei de Po xit y sobre toda la Constitucin
pastoral sobre la liturgia del concilio Vaticano xi deban extender
este movimiento a toda la Iglesia. Bajo el impulso del Consilium cid
exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia se aguarda una
refundicin que promete ser el resultado de estas iniciativas. Sus
trabajos concernientes a la celebracin de la misa estÆn llegando
a tØrmino y desde ahora se puede apreciar ya su alcance.
En un primer tiempo, la restauracin de la primera parte de
la celebracin eucarstica como proclamacin y audicin de la
palabra divina en la Iglesia ha proporcionado las condiciones nece
sarias para toda restauracin propiamente eucarstica, puesto que
la eucarista no puede comprenderse sino como la respuesta a esta
palabra que slo ella puede suscitar.
Naturalmente, el Consilium ha topado cii su camino con esas
interpretaciones pseudocrticas del canon romano que tenderan ya
a descartado, ya a refundirlo en forma caprichosa y cuya vanidad
hemos mostrado nosotros. Con toda razn se ha negado a meterse
por ese desastroso callejn sin salida. Ha puesto, en cambio, empello
en restituir a la accin de gracias inicial, en los prefacios, toda su
amplitud y su riqueza sustancial. As pues, ha resuelto descartar
el prefacio llamado comœn, del que ya hemos dicho que no es sino
un marco vaco, privado de su contenido esencial - la accin de
gracias- para sustituirlo, o bien por otros prefacios propios aæa
didos a los que ya estÆn en uso, o bien por una variedad de prefa
cios comunes, todos los cuales contengan una glorificacin explcita
de la obra creadora y de la historia de la salud. Estos prefacios vuel

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ven a poner en vigor, a veces con algunas modificaciones o adapta


ciones, lo mejor de! tesoro de los antiguos sacramentarios. Y es
posible que tal o cual composicin nueva que se ha aæadido no
parezca indigna de tal compaæa, como, por ejemplo, este prefacio
para las ferias del. aæo, entretejido de frmulas neotestamentarias:

Es verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable, darte gra


cias en todo lugar y en todo tiempo, Sefior, Padre santo, Dios eterno y
todopoderoso, por Cristo nuestro Seæor, en quien te plugo establecer todas
las cosas, y de cuya plenitud quisiste comunicarnos gracias a todos; el cual,
hallÆndose en la condicin divina se anonad y con la sangre de su cruz
reconcili al universo; por lo cual fue exaltado por encima de todas las
cosas y vino a ser principio de salud eterna para todos los que le obedecen.
Por l etc...

Si a esta refornrn, que se impona, se aæaden los nuevos o anti


guos communicantes y hanc igitur, que restablecerÆn en el canon
romano, juntamente con la conmemoracin de los magnalia Dei,
una expresin nuevamente diversificada de las intenciones de la
Iglesia que presenta al Padre el œnico sacrificio del Hijo eterno,
tenemos razn de esperar que se vuelva a captar por fin toda la
¡ belleza imperecedera de esa joya de la tradicin eucarstica en Occi
dente, que es el canon romano.
Debemos, sin embargo, felicitarnos por que juntamente con
esta restauracin se ha procurado enriquecer la liturgia latina mo
derna con testimonios complementarios de las riquezas de la tra
dicin catlica. Al mismo tiempo se ha puesto la mira en una reno
vacin entre los fieles, del sentido plenario de la eucarista, propo
niØndoles formularios tan explcitos y tan directamente accesibles
como era posible, tanto por su estructura como por su lenguaje.
Mucho tiempo se vacil antes de emprender este camino. Pero el
hecho de multiplicarse estos œltimos tiempos, no slo en Holanda,
sino tambiØn en otras partes, frmulas improvisadas a la buena de
Dios, impona imperiosamente una restitucin, en los textos litœr
gicos oficiales, de los elementos fundamentales de la tradicin en
toda su diversidad, al mismo tiempo que su presentacin a los
fieles en una forma fÆcilmente asimilable.
1. Cf. Col i,16ss; Jn 1,16; Ftp 2,6 y 7; Col 1,20; Ftp 2,9; Het, 5,9.

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Aparte esta necesidad pastoral inmediata, haba consideraciones


de mayor alcance que militaban en favor de tal iniciativa. En efec
to, lo que no cesamos de llamar «la liturgia romana», vino a ser a
partir de Gregorio vii prÆcticamente la liturgia de si toda la Igle
sia latina. En la Øpoca moderna la expansin misionera del cato
licisnio la ha implantado en el mundo entero. Cierto que, como hemos
dejado dicho, esto no se efectu sin que dicha liturgia absorbiera
a su vez elementos de las antiguas liturgias galicanas. Pero precisa
mente el canon, fuera de algunos prefacios, es uno de los raros
elementos que se ha mantenido exclusivamente romano.
Era, no obstante, muy de desear que, por lo pronto, se reintro
dujera en ella lo mejor del tesoro tradicional de las liturgias cØl
ticas, hispÆnicas y galicanas. Era tambiØn deseable que esta liturgia,
universalizada de hecho en su empleo, se abriera tambiØn a lo que
nos ha quedado de las formas de la eucarista de los primeros siglos
y a los desarrollos mÆs fructuosos de la tradicin oriental.
Sin embargo, ha parecido oportuno, para no desconcertar a los
fieles, conservar en las liturgias renovadas ciertos caracteres mÆs
salientes le la estructura del canon romano, en particular la distin
cin por lo demÆs, original, como hemos comprobado entre una
epiclesis propiamente consacratoria, que corresponde a la oraciJn
aboda-h de la sinagoga, conservada antes del relato de la institucin,
y la epiclesis de la comunin como conclusin de la anamnesis.
Aparte esta reserva, se ha credo, sin embargo, mÆs pedaggico
agrupar en las nuevas oraciones todas las intercesiones y conme
moraciones en la œltima parte, como lo haba hecho la tradicin
siria.
As pues, sobre este esquema se han establecido va tres formu
larios. El primero utiliza la mayor parte de la l’radicin apostlica.
El segundo adopta el desarrollo y algunas de las frmulas mÆs feli
ces de la tradicin galicana y mozÆrabe. El tercero se inspira direc
tamente en los grandes formularios sirios, particularmente del li
bro viii de las Consti&ciones apostlicas, de Santiago y de san
Basilio.

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* *

En la eucarista inspirada por san Hiplito se han inti-oducido


ci sanctus y las intercesiones y conmemoraciones, aunque estas œl
timas conservan una forma muy concisa. En efecto, una vez que el
tipo de formulario conservado por la Tradicin apostlica deba
aplicarse a un Ægape eucarstico que segua inmediatamente, como
sucede hoy da, al oficio de las lecturas, era necesario que los ele
nientos de oracin eucarstica procedentes, corno hemos visto, de
este otro oficio y que lo han acotnpafiado siempre, entre los cristia
nos como entre los judos, fueran incorporados a la eucarista del
Ægape.
La gran accin de gracias por la creacin y la redencin se ha
convertido as como la cosa mÆs natural en una especie de prefacio,
pero de excepcional amplitud:

Realmente es justo y necesario, es nuestro deber y salvacin, darte gra


cias, Padre santo, siempre y e’; todo lugar, por Jesucristo, ni Hijo amado.
Por Øl, que es tu palabra hiciste todas las cosas; tœ nos lo enviaste para
que, hecho hombre por obra del Espritu Santo y nacido de Maria la
virgen, fuera nuestro salvador y redentor. l, en cumplimiento de tu voluntad,
para destruir la imierte y manifestar la resurreccin, extendi sus brazos
en la cruz, y as adquiri para ti un pueblo santo. Por eso con los ngelos
y los santos cantamos tu gloria diciendo: Santo, santo, santo...

Basta con remitirnos al texto de Hiplito para observar que, en


este prefacio, se ha reunido todo lo que dicho texto implicaba
como evocacin de la obra creadora y redentora, suprimiendo œni
camente algunas expresiones arcaicas que hubieran podido extra
fiar a los Lieles sin proporcionarles ninguna ventaja 2,
DespuØs de esto, el sancius-benedictus conduce a la epiclesis con
sacratoria mediante un vere sanctus en la tradicin galicana, cuyo
nœcleo fue reasumido en el postsanctus del Missale Gotkicum para
la vigilia pascual Este texto se ha escogido por la simplicidad de
.

su frmula que se armoniza espontÆneamente con las de Hiplito.


2. As, por ejemplo, la expresin /u,rr aplicada a cristo, y su deigr;aeir, como el
Ver inseparable.
3. Postsanct,,s 27!; cd, Mouiaaao, p 69,

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El relato de la institucin conserva la introduccin de la Tra


dicin apostlica, pero en esta oracin como en las siguientes se
ha vuelto, con algunos retoques, a los verba Christi en la forma
del canon romano. Solamente se han afiadido a la mencin del cuerpo
las palabras: «que serÆ entregado por vosotros», y en cambio se ha
suprimido el aditamento mysterium fidei. ste, en efecto, es de ori
gen y de significado inciertos y complica el quehacer de los traduc
tores imponiendo repeticiones difcilmente tolerables en la mayora
de las lenguas modernas.

Santo eres en verdad, Seæor, fuente de toda santidad: santifica estos


dones con la cf usin de tu Espritu, de manera que sean para nosotros
cuerpo y sangre de Jesucristo, nuestro Seæor. El cual, cuando iba a ser en
tregado a su pasin, voluntariamente aceptada, tom pan, dÆndote gracias,
lo parti y lo din a sus discpulos diciendo: Tomad y comed: porque esto
es ‘ni cuerpo, que serÆ entregado por vosotros. Del mismo modo, acabada
la cena, tom el cÆliz, y dÆndote gracias de nuevo, lo pas a sus discpulos
diciendo: Tornad y bebed todos de Øl: porque Øste es es ci cÆliz de mi
sangre, sangre - de la alianza nueva y eterna, que serÆ derramada por vos
otros y por todos los hombres para el perdn de los pecados. Haced esto
en conmemoracin mia.

En este lugar se ha introducido tina aclamacin del pueblo,


como en mÆs de una liturgia oriental. Repite los tØrminos mismos,
inspirados en el relato paulino, en que se la halla en la anÆfora de
Santiago, de la que haba pasado ya, como hemos visto, al canon
ambrosiano:

Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurreccin.
i Ven, Seæor Jesœs

Sigue luego la anamnesis, que se prolonga directamente en la


segunda epiclesis, la cual conserva de nuevo los tØrminos que pare
cen mejor atestiguados en el texto de Hiplito. Con las palabns mÆs
sencillas, son fuertemente expresivos de la obn del Espritu en la
Iglesia, fruto de unidad de la celebracin eucarstica.

As, pues, al celebrar ahora el memorial de la muerte y resurreccin le


tu Hijo, te ofrecemos, Padre, el pan de vida y el cÆliz le salvacin, y te

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damos gracins porque nos haces dignos de estar en tu presencia celebrando


esta liturgia. Te pedimos, humildemente, que el Espiritu Santo congregue
en la unidad a cuantos participamos del cuerpo y sangre de Cristo.

Sigue naturalmente la intercesin por toda la Iglesia, centrada


en la alusin final a Østa del texto mismo de Hiplito:

cuØrdate, Seæor, de ni Iglesia extendida por toda la tierra; y cori el


papa N., con nuestro obispo N... llØvala a su perfeccin por la caridad.

DespuØs de una breve pausa en silencio, en la que se ora por los


vivos, se pasa a la sœplica por los difuntos:

AcuØrdate tambiØn de nuestros hermanos que durmieron con la esperanza


de la resurreccin y de todos los difuntos: admitelos a contemplar la luz de
tu rostro.

DespuØs de una segonda pausa, la evocacin de los santos enlaza


directamente con estas intercesiones y nos conduce a la perspectiva
escatolgica de la doxologa final:

Ten misericordia de todos nosotros, y as, con Mara, la virgen madre


de Dios, los apstoles y cuantos vivieron en tu amistad a travØs de los
tiempos, merezcamos, por tu Hijo Jesucristo, compartir la vida eterna y
cantar tus alabanzas. Por Cristo, con Øl y en Øl, a ti, Dios, Padre omnipotemue,
en la unidad del Espritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de
los siglos. AmØn.

114a claridad y sencillez de las expresiones bblicas de esta oracin


hacen de ella una verdadera catequesis eucarstica en acto, apro
piada tanto para las celebraciones cotidianas como para las misas
para los niæos o los nefitos.

* *

La segunda de las nuevas oraciones eucarsticas repitÆmos -

lo - toma su esquema y sus expresiones mÆs caractersticas de lo


mejor le la antigua tradicin galicana y mozÆrabe. Conviene par-

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R enovac ln

ticularu,ente, al igual que el canon romano, a todas las celebraciones


dominicales y festivas. Su primera parte estÆ constituida por uno
de los prefacios variables, que se le adaptarÆn tan fÆcilmente como
a la antigua eucarista romana.
El sanctus va seguido de un postsanc tus en dos partes estrecha
mente ligadas entre s. La primera comienza con una frmula mo
zÆrabe asignada al da de la circuncisin, que asocia la creacin en
tera a la alabanza de los espritus angØlicos y de la Jglesia De ah .

se pasa a una mencin del Espritu que opera en la creacin para


reunir en ella a la Iglesia de Cristo, de modo que el tØrmino de la
historia sea la constitucin de ese pueblo de Dios que le ofrecerÆ
la misma y œnica oblacin pura de un extremo al otro del mundo.
Estas perspectivas son las de la mÆs constante tradicin patrstica,
insertada a su vez por san Justino en ]a tradicin juda. Su ampli
tud csmica y universal da a la Iglesia, al mismo tiempo que a la
eucarstica, todas las dimensiones de las grandes berakoth paulinas,
con que se abren las epstolas de la cautividad:

Santo cres en verdad, Seæor y con razn te alaban todas las creaturas, ya
que por Jesucrito, tu Hijo, Seæor nuestro, con la fuerza del Espritu Santo,
das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo sin cesar para que ofrezca
en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso.

En estas œltimas palabras se habrÆ reconocido la alusin a


Mal 1,11, familiar a las liturgias orientales y especialmente a la egip
cia. Ofrece una transicin natural a la epiclesis consacratoria.

Por eso, Sejor, te suplicamos que santifiques por el mismo Espritu estos
doncs que hemos separado para ti, de manera que sean cuerpo y sangre de
jesucristo, Hijo tuyo y Sefior nuestro, que nos mand celebrar estos tnisterios.

Esta œltima frase es a su vez una reminiscencia de las frmulas


de Adday y de Man, as como de la liturgia de Teodoro de Mop
suesta. stas nos llevan al relato de la institucin. Hallamos aqu las
palabras de Cristo en la misma forma que en la liturgia precedente.
pero con variantes significativas en las frmulas narrativas

4. Cf. Miss&e nixtunl; l’t. 85, col. 222A,

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1 orque Øl mismo, la noche en que iba a ser entregado, tom pan, y dando
gracias te bendijo, lo parti y lo dio a sus discpulos diciendo: Tomad y
comed todos de Øl, porque esto es mi cuerpo, que serÆ entregado por vosotros.
Del mismo modo, acabada la cena, tom el cÆliz, dando gracias te bendijo y lo
pas a sus discpulos diciendo: Tomad y bebed todos de Øl, porque Øste es
e1 cÆliz de ini sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que serÆ derramada
por vosotros y por todos los hombres para el perdn de los pecados. Haced
esto en conmemoracin ma.

Aqu se habrÆ notado la introduccin de la frmula do ben


dijo», que explicita el sentido consacratorio incluido en la accin
de gracias. Por lo demÆs, se ha usado aqu la frmula paulina cia
noche que fue entregado», retenida generalmente por las eucaristas
orientales, as como por la antigua liturgia de extremo Occidente.
La mencin del œnico sacrificio, en el que se realizan las preparacio
nes de los sacrificios figurativos, expresa el enlace de la antigua
y de la nueva alianza en tØrminos que son un eco de la gran visin
de la historia de la salud desarrollada en el postsanctus.
A la consagracin responde la misma aclamacin del pueblo
que hemos visto anteriormente. Viene luego la anamnesis, que
introduce, como en diferentes liturgias orientales, un vnculo expl
cito entre la celebracin del memorial y la espera de la parusa.

Asi, pues, Paclrc, al celebrar ahora el memorial de la pasin salvadora


de tu Flijo, de su admirable resurreccin y ascensin al cielo, mientras espera
mos su venida gloriosa, te ofrecemos, en esta accin de gracias, el sacrificio
vivo y santo.

La segunda epiclesis conoce aqu un desarrollo particular, que


insiste en la unicidad del sacrificio de la cruz. Su bellsima frmula,
tomada dci postpridie mozÆrabe de la 4,5 feria de pascua, es una
expresin acertada del sacrificio eucarstico Es la presentacin
.

por la Iglesia al Padre, del sacrificio mismo de la cruz e la prenda


sacramental que Øl mismo nos dio de Øl. Se alcanza exactamente el
sentido del «memorial» tal como lo interpreta Jeremas. El valor
ecumØnico de esta frmula es evidente. Se puede decir que excluye

5. ci. M33sa1e mLvtum; PL 85, col. 502A.

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los equvocos y las objeciones mÆs graves que mantienen los pro-
testantes que recelan de la doctrina tradicional.

Dirige tu mirada sobre la of renda de tu Iglesia, y reconoce en ella la


vctima hostiam por cuya inmolacin quisiste devolvernos tu amistad, para
que, fortalecidos con el cuerpo y sangre de tu Hijo y llenos de su Espritu
Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espritu. Que l nos
transforme en of renda permanente, para que gocemos de tu heredad...

La relacin en que se pone en este texto la aceptacin de nues


tra ofrenda conjunta con la de Cristo, y de la que Øl mismo es el
œnico oferente, en nosotros como en Øl mismo, con nuestra incor
poracin a su cuerpo y nuestra participacin en el Espritu, acentœa
tambiØn el carÆcter ecumØnico de toda esta oracin. tsta unifica
toda nuestra visin de la eucarista, sacramento, sacrificio y sacra
mento del sacrificio, fusionando los tØrniinos de san Basilio en la
recensin alejandrina con los de una de las mÆs bellas secretas de
la tradicin romana.
La frase continœa empalmando sin ruptura con una conmemo
racin de los santos, de modo que se llega a la gran visin agusti
niana de la Iglesia entera ofrecida al Padre con Cristo y en Cristo.

Junto con tus elegidos: Con Mara, la virgen madre de Dios, los apstoles
y los mÆrtires, san N. y todos los santos, por cuya intercesin confiamos
obtener siempre tu ayuda.

Las intercesiones, aqu como en la liturgia de san Basilio, no


hacen sino prolongar esta conmemoracin de los santos, que a su
vez estÆ asociada, como ya en la tradicin juda, con el memorial
de los mirabilia Dei. Observemos su apertura csmica universal,
que corresponde a la que caracterizaba ya al postsanctus.

Te pedimos, Seifor, que esta victinia de reconciliacin traiga la paz y la


salvacin al mundo entero. Confirma en la fe y en la caridad a tu Iglesia,
peregrina en la tierra: al papa Y., a nuestro obispo N., al orden episcopal,
al clero, y a todo el pueblo redimido por ti. Atiende los deseos de esta
familia que has congregado en tu presencia. Reœne en torno a ti, Padre mi
sericordioso, a todos tus hijos dispersos por el mundo. A nuestros hermanos
difuntos y a cuantos murieron en tu amistad, recibelos en tti reino, donde
esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria, por Cristo
nuestro Seæor, por quien concedes al mundo todos los bienes...

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Das pausas, a la mitad y al final de esta frase, se prestan a la


evocacin detallada de los vivos y de los difuntos respectivamente,
por quienes se quiere interceder en particular.
La misma conclusin doxolgica que en el canon romano viene
a rematar esta eucarista:

Por Cristo, con Øl y en Øl, a ti, Dios, Padre omnipotente, en la unidad


del Espritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. AmØn.

*
* *

La tercera y œltima de estas eucaristas es notablemente mÆs


detallada. Como la primera, posee su prefacio propio, o mÆs bien
una primera parte de la accin de gracias, la cual conduce al sanctus,
que se extiende en la evocacin del designio creador. Se ha querido
dar, en efecto, plena expresin a la alabanza de Dios creador y
redentor, en el espritu y con frecuencia en los tØrminos mismos de
las grandes eucaristas orientales, en particular de la del libro viii
de las Constituciones apostlicas y de la de Santiago.
As pues, la accin de gracias inicial halla aqu un desarrollo
inusitado en Occidente, a no ser en algunos textos mozÆrabes o
galicanos. DespuØs del sanctus pasarÆ del designio creador original
a su realizacin final en la historia de la salud hasta alcanzar su
consumacin en el misterio pascual. Si la primera de las tres nuevas
eucaristas presentaba el esquema completo de la eucarista cris
tiana en su forma mÆs clara y mÆs sintØtica, Østa explicita todas sus
implicaciones, pero ateniØndose siempre, a la manera de san Basi
lio, a expresiones todo lo sobrias y escritursticas que era posible.
Esta cucaristia debera abrir a los fieles de hoy el camino para pro
fundizar todas las riquezas tradicionales de la Iglesia cristiana,
puestas a su alcance en un lenguaje que pueden comprender.

Realmente es justo darte gracias, y deber nuestro gloriflcartc, Padre santo,


porque tœ eres el œnico Dios vivo y verdadero que existes desde siempre y
vives para siempre; luz sobre toda luz. Porque tœ solo eres bueno y fuente de
vida, hiciste todas las cosas para colmarlas de tus bendiciones y alegrar su
multitud con la claridad de tu gloria. Por eso, innumerables Ængeles en tu

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presencia, contemplando la gloria de tu rostro, te sirven siempre y te glo


rifican sin cesar. Y con ellos tambiØn nosotros, llenos de alegra, y por nuestro
voz las demÆs criaturas, aclamamos tu nombre cantando: Santo, santo, santo.

Este texto relactona y une la glorificacin de Dios en su ma


jestad trascendente y en la economa creadora, en que se refleja y
se comunica la bondad sin medida del tres veces santo. Desde estas
primeras palabras podernos observar, con la invocacin «Padre
santo», el color joÆnico que adoptarÆ toda esta oracin. Inmediata
mente se introducen los dos temas ya tradicionales en la accin de
gracias juda: la luz y la vida. La luz inaccesible de esta gloria
divina que slo pertenece a Dios es una misma cosa con la vida
que quiso dar al mundo. La mÆs perfecta realizacin de esta vida
en las criaturas conscientes consistirÆ en ver a Dios a su propia
luz y en reflejar su gloria glorificando su bondad.
La segunda parte de la accin de gracias despuØs del sanctus
evoca la historia de la salud, que, pese a la cada original, en la que
pareca hundirse la creacin del hombre y de su universo, realiz
en el misterio redentor del Hijo encarnado, el designio primordial.

le alabamos, Padre santo, porque eres grande, porque hiciste todas las
cosas con sabidura y amor. A imagen tuya creaste al dombre y le encomeji
daste el universo entero, para que, sirviØndote slo a ti, su creador, dorninara
todo lo crcado. Y cuando por desobediencia perdi tu amistad, no lo abando
naste al poder de la muerte: sino que, compadecido, tendiste la mano a todos,
para que te encuentre cI que te busca. Reiteraste, ademÆs, tu alianza a los
hombres; por los profetas los fuiste llevando con la esperanza de salvacin.
Y tanto amaste al inundo, Padre santo, que, al cumplirse la plenitud de
los tiempos, nos enviaste como salvador a tu œnico Hijo. El cual se encarn
por obra del Espritu Santo, naci de Maria la virgen, y as comparti en
todo nuestra condicin humana menos en el pecado; anunci la salvacin a los
pobres, la liberacin a los oprimidos y a los afligidos nwestis con/e el
consuelo.
Para cumplir tus designios, Øl mismo se entreg a la muerte, y, resucitado,
destruy la muerte y nos dio nueva vida. Y porque no vivamos ya para
nosotros mismos, sino para Øl, que por nosotros muri y resucit, envi, Padre,
desde tu seno al Espritu Santo como primicia para los creyentes, a fin le
santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo.

Esta segunda parte subraya la continuidad sin ruptura del de


signio divino, que, no obstante la cada, asegura la predestinacin

452
Renovacin

del hombre a dominar sobre toda la creacin visible sirviendo a su


creador, en el Hijo de Dios hecho hombre. El llamamiento univer
sal a la salvacin, la atraccin de todos los hombres pecadores a
volver a hallar a Dios, que los solicita adelantÆndose con su gracia,
introduciendo las alianzas sucesivas de NoØ, Abraham, MoisØs y
las enseæanzas profØticas que preparan la plenitud de los tiempos
en que deba tener lugar la encarnacin redentora.
Como en la liturgia de san Juan Crisstomo, la cita del texto
joÆnico sobre el inmenso amor de Dios al mundo ilumina la venida
en carne del Hijo œnico. flecho semejante a nosotros en todas las
cosas, excepto el pecado, segœn los tØrminos de la epstola a los
Hebreos, su vida terrena se describe con los de la profeca de Isaas
que Cristo se aplic a s mismo en la sinagoga de Nazaret. La men
cin de la realizacin del desigiiio divino en tØrminos igualmente
joÆnicos nos lleva a la evocacin de su pasin salvadora, descrita
como la victoria sobre la muerte, en una sucesin de expresiones
bblicas y patrsticas que irradian alegra. El envo del Espritu
Santo por Cristo resucitado ascendido junto al Padre, segœn una
œltima frmula tomada de las palabras de despuØs de la cena, cierra
el relato de la obra redentora. En el Espritu se muestra al que
realiza en nosotros la obra misma de Jesœs, santificÆndonos como
Øl mismo se santific por nosotros.
La mencin final de pentecostØs servirÆ de transicin para la
epiclesis consacratoria.

Que este mismo Espritu santifique, Seæor, estas ofrendas, para que sean
cuerpo y sangre de Jesucristo, nuestro Seæor, y as celebramos el gran
misterio que nos dej como alianza eterna.

DespuØs de la evocacin de las alianzas sucesivas, la invocacin


del Espritu hace, pues, de su descenso sobre los dones eucarsti
cos la consagracin en ellos de la alianza eterna, en nuestra cele
bracin del misterio de salud, gracias al memorial que Cristo mismo
nos dej de Øl. Una vez mÆs hay convergencia con las expresiones
antiguas de la liturgia siria oriental, en las perspectivas de la alianza
nueva y eterna trazadas por Jeremas y Ezequiel. La evocacin del
precepto de Cristo sirve de introduccin al relato de la institucin,
que acabarÆ de recoger los temas joÆnicos del discurso supremo.

453
Reuovac i ni

Porque 61 mismo, llegada la hora en que habla de ser glorificado por ti,
Padre santo, habiendo amado a los suyos q1e estaban en el mundo, los
am hasta el extremo, Y mientras cenaba con sus discpulos, tom pan, te
bendijo, lo parti y se lo dio diciendo: Tomad y comed, porque esto es
mi cuerpo, que serÆ entregado por vosotros. Del mismo modo, tom ci
cÆliz lleno del fruto de la vida, te dio gracias, y lo pas a sus discpulos
diciendo: Tomad y bel,c’d, porque este es el cÆliz de mi sangre, sangre de la
alianza nueva y eterna, que serÆ derramada por vosotros y por todos los
lu,inlircs para el perdn de los pecados. Haced esto en conmemoracin ma.

En este relato hay que observar el paralelismo entre bendecir,


la primera vez, y dar gracias, la segunda, as como la mencin del
«fruto de la vid», frecuente en las lenguas orientales. Ya hemos
dicho todo el sentido del texto de san I,ucas a que hace alusin
esta frmula.
DespuØs de la aclamacin del pueblo viene la anamnesis que,
al igual que la accin de gracias, reviste aqu una forma lo mÆs
completa posible.

Por eso, nosotros, Sefior, al celebrar ahora el memorial de nuestra reden


cin, recordamos la muerte de Cristo y su descenso al lugar de los muertos,
proclamamos su resurreccin y ascensin a tu derecha; y mientras esperamos
su venida gloriosa, te ofrecemos su cuerpo y sangre, sacrificio agradable
a ti y salvacin para todo el mundo.

As pues, una vez mÆs hallamos, con la insistencia en la uni


cidad del sacrificio salvador, el enlace formal entre la presentacin
al Padre del memorial de la pasin salvadora y la splica expec
tante del retomo en gloria.
La segunda epiclesis subrayarÆ todava mÆs la unicidad de la
hostia salvadora, con el hecho de que la Iglesia, al ofrecer, no hace
sino presentar al Padre lo que Øl mismo nos ha dado.

Dirige tu mirada sobre esta vctima que «1 mismo has preparado a tu


Iglesia, y concede a cuantos compartimos este pan y este cÆliz, que, con
gregados en un solo cuerpo por el Espritu Santo, seamos, en Cristo,
vctima viva para tu alabanza.

La aceptacin del sacrificio eucarstico se ve, por tanto, con


jugada por esta oracin con la aceptacin de nosotros mismos por

454
Renovacin

el Padre, corno sacrificio vivo segœn la palabra de san Pablo, en


el cuerpo mismo de su ui30 y por la virtud de su Espritu.
La segunda epiclesis va ahora a prolongarse en las intercesio
nes, luego en las conmemoraciones, que esta vez, siguiØndolas, nos
llevarÆn a la orientacin escatolgica de la doxologa final.

AcuØrdate, Seæor, de todos aquellos por quienes se ofrece este sacrificio:


de tu servidor ci papa N., de nuestro obispo N., del orden episcopal y de
todo el clero, de cuantos aqu reunidos hacemos esta oblacin, de todo tu
pueblo santo y de aquellos que te buscan eno sincero corazn.

Aqu se puede introducir un memento detallado de los vivos.


A continuacin viene el memento de difuntos.

AcuØrdate tambiØn de los que murieron en la paz de Cristo y de todos


los difuntos, cuya fe slo tœ conociste.

DespuØs de una nueva pausa para una segunda mencin nomi


nal se pasa a la conmemoracin de los santos y a la doxologa.

Padre de bondad, que todos tus hijos nos reunamos en la heredad de tu


renio, con Mara, la virgen madre de Dios, con los apstoles y los santos;
y all, junto con toda la creacin libre ya de pecado y de muerte, te
glorifiquemos por Cristo, Seæor nuestro, por quien concedes al mundo
todos los bienes. Por Cristo, con Øl y en Øl, a ti, Dios, Padre omnipotente,
en la unidad del Espritu Santo, tndo honor y toda gloria por los siglos
de los siglos. AmØn.

Para terminar debemos subrayar un rasgo saliente de esta ter


cera liturgia: su conformacin con el plan trinitario, que es una
caracterstica tan mareada de la eucarista siria occidental. No obs
tante, se ha procurado evitar todo esquematismo facticio en la dis
tincin de las tres partes fundamentales correspondientes respec
tivamente a las tres personas trinitarias. La persona del Padre es
desde el principio hasta el. fin no slo aquella a quien se dirige la
oracin, sino al mismo tiempo el principio de todas las misiones
divinas y el tØrmino explcito al que se remontan. La obra santi
ficadora del Espritu aparece igualmente en todas partes como co
rrelativa de la obra redentora del Hijo.

455
Reriovacin

Se habra podido, sin embargo, desear que desde la primera


parte apareciera el Hijo como el primogØnito y el principio de toda
la creacin, y el Espritu como el hÆlito de la vida divina que atra
viesa toda la obra de la palabra creadora y salvadora. Pero ha
parecido mÆs conforme a la progresin de la revelacin bblica no
introducir el Hijo explcitamente sino al final de las alianzas pre
paratorias, como tambiØn el Espritu slo en la consumacin de
su obra saludable.

$ *

Si comparamos estas tres oraciones yuxtapuestas, nos sorpren


derÆ la constancia con que dan al Espritu Santo, tanto a propsito
de la consagracin como de la comunin, el mismo puesto tan am
plio que le fueron asignando progresivamente las liturgias orien
tales. Es Øste un nuevo factor ecumØnico en la proposicin de estos
textos a la Iglesia latina, despuØs de sus expresiones tan bblicas
y patrsticas del sacrificio. Sin duda alguna contribuirÆ al acerca
miento entre Oriente y Occidente, como tambiØn a la reunificacin
del Occidente cristiano.
A esto hay que aæadir el hecho de que estos textos ponen en evi
dencia que la consagracin de la eucarista, si bien tiene su fuente
en las palabras mismas del Salvador, como lo atestiguan en Oriente
un san Cirilo de JerusalØn o un san Juan Crisstomo, sin embargo,
se hace efectiva en cada celebracin en el interior de la oracin
de la Iglesia, donde esta misma se sirve de estas palabras para im
plorar al Padre su cumplimiento por la sola virtud de su Espritu.
As se puede esperar que las mismas contribuyan a hacer que se
concilien los puntos de vista, mÆs complementarios que contrarios,
que durante tanto tiempo han dividido a las respectivas teologas
de Oriente y de Occidente.
La novedad mÆs radical, y a primera vista inslita, de los nue
vos textos estÆ en que su estructura se modela hasta cierto punto
conforme a la refundicin de los mÆs antiguos esquemas euca
rsticos elaborada por la liturgia siria occidental, aun conservando
la antigua y mÆs primitiva distincin entre las dos epiclesis, como

456
Renovacin

en Ja tradicin tanto egipcia como romana, Es Øste un Punto que


quizÆ tenga un interØs no meramente pedaggico, con el fin de
permitir a los cristianos familiarizados con esta œltima tradicin
abrirse a las riquezas complementarias de la tradicin oriental.
Esta factura particular, que no carece de ciertos antecedentes ates
tiguados hoy por formas de transicin de la antigua liturgia de extre
mo Oriente, puede con toda razn interpretarse en su canonizacin
por la Iglesia romana como un reconocimiento de la armona sub
yacente a las dos tradiciones que hasta ahora parecen separadas.
Al mismo tiempo, la presencia conservada del canon romano,
al que se ha restituido su pleno significado con el restablecimiento
de una accin de gracias mÆs explcita, gracias a los prefacios, aun-
que tambiØn a los communicantes y hanc igitur renovados, atestiguarÆ
la continuidad de los desarrollos mÆs fecundos de la tradicin cat
lica con sus fuentes originales.
Vale la pena de sefialar que en el momento mismo en que esta
reforma de la liturgia eucarstica estÆ en vas de realizacin en la
Iglesia catlica, las diferentes provincias de la Iglesia anglicana,
numerosas Iglesias luteranas e incluso no pocas Iglesias protestan
tes que haban perdido casi la totalidad de la antigua tradicin,
emprenden revisiones de sus eucaristas, cuya convergencia con
este renuevo catlico es verdaderamente impresionante. Uno de
los mejores ejemplos es el de la nueva oracin eucarstica que acaba
de ponerse en prÆctica cid experimentum en la Iglesia episcopaliana
de los Estados Unidos. En presencia de estos hechos no es segura
mente un mero entusiasmo superficial el que se ha expresado en
la advertencia de mÆs de un observador anglicano o protestante:
las nuevas eucaristas catlicas podran ser muy bien utilizadas
incluso en no pocas Iglesias actualmente separadas de Roma.
Oscar Cullmann ha hech.o notar mÆs de una vez que la Biblia,
cuyo estudio en el siglo xvi haba separado a los catlicos y a los
protestantes, es hoy, por el contrario, lo que mÆs los acerca. El
mismo retorno a la fuente - retorno crtico, pero en la fe- po
dra producir pronto un acercamiento todava mÆs inesperado en
la eucarista. Nada hay mÆs prometedor de una posible reintegra
cin a la unidad de la Iglesia, querida por Cristo, de las comunida
des cristianas hoy da desunidas.

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