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El Ejercicio Socialmente Responsable de La Ciudadania PDF
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del cual se concretan, en las acciones y las decisiones, los imperativos éticos (Fines, principios e
intenciones) que guían el comportamiento humano en relación con los otros y por ende de sus
consecuencias.
Es así como el tipo de responsabilidad social, frente a las acciones ciudadanas planteada en este
documento está relacionada con dos tipos de posturas: en primer lugar, se considera que la acción
debe guiarse hacia el sentido de lo que se podría considerar una vida buena (en términos
aristotélicos) o bienestar a largo plazo para todos, de acuerdo con criterios culturales y, en segundo
lugar, con actos en sí mismos que lleven al compromiso y la responsabilidad con los otros; en este
sentido, se aboga por partir de una ética de mínimos comunes, procedimentales, consensuados y en
permanente re-‐significación.
Finalmente, cabe aclarar que cuando se habla de responsabilidad social, lo social se entiende como el
campo en donde se juegan las relaciones políticas, económicas y ambientales entre los seres humanos
y los no humanos. Es así como la responsabilidad social ciudadana puede entenderse como un hacer
colectivo, un proceso en el que la colectividad y los individuos van generando aquellas pautas de
conducta y aquel carácter que permite un mejor desarrollo de la convivencia y una mayor expansión
de la autonomía y libertad del ser humano. (Villoria, 2000. p. 19).
Ciudadanía Socialmente Responsable
Cualquiera sea la perspectiva desde la cual se aborde el concepto de ciudadanía, éste necesariamente
se remite a un conjunto de derechos y responsabilidades de los individuos. En consecuencia, la
ciudadanía adquiere sentido y contenido en el marco de las relaciones entre el Estado y la sociedad
civil. El concepto de ciudadanía, así como otros relacionados (democracia, política y sociedad civil) son
conceptos determinados históricamente por las diferentes corrientes teórico-‐filosóficas que los
sustentan. Por consiguiente, requieren ser permanentemente confrontados con la dinámica de
relaciones y el debate teórico-‐político de cada época y país, pues es en ese marco que adquieren su
significado más pleno y desde allí es posible cuestionarlos, actualizarlos y enriquecerlos.
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Propuesta liberal. La ciudadanía socialmente responsable se circunscribe al ejercicio de la libertad,
basada en el cumplimiento de los derechos civiles, políticos y sociales que garantizan la libertad
individual, la igualdad de los ciudadanos y los valores democráticos. John Rawls, uno de los más
importantes representantes del “liberalismo igualitario”, considera que aunque el ciudadano sigue
siendo principalmente un sujeto de derechos, su condición de sujeto libre e igual que disfruta
predominantemente de derechos, se ve sujeta a la “obligación” de ser una persona razonable y tener
un sentido del deber. (Rawls, 1993. p. 8)
Propuesta Republicana. Los teóricos de la ciudadanía republicana y en particular Jürgen Habermas,
consideran que el ciudadano socialmente responsable es aquel que participa activamente de la vida
pública, lo que lleva a que el ciudadano amplíe sus deberes. Pues según Habermas, para ser
verdaderamente libres (autonomía), además de poder regir nuestra vida en el ámbito privado,
también hemos de poder regir (intersubjetivamente) nuestra vida en la esfera pública. (Habermas,
1999, p. 197). En este sentido, no son suficientes los derechos y deberes liberales, sino que deben
complementarse con el uso de los derechos y los deberes de participación y comunicación en la
esfera pública.
Propuesta de los teóricos de la virtud liberal. Uno de sus representantes, Galston, considera que para
que el ciudadano ejerza cabalmente su ciudadanía de manera responsable, debe poseer y desarrollar
virtudes de cumplimiento del deber público. (Galston, 1991, pp. 217 y 244)
Pero para Galston no se trata sólo de cumplir con los deberes de manera individual, implica
principalmente participar en la vida pública de manera argumentativa, como base de una política de
persuasión y no de manipulación o de coerción. (Galston, 1991, p. 227). Es importante señalar que
este tipo de propuestas se originan a partir de planteamientos propuestos, entre otros, por Nicolás de
Maquiavelo, quien puso su mayor énfasis en la construcción de un ciudadano virtuoso, autónomo,
comprometido y responsable con la república y con las libertades públicas, resistente a la
manipulación, a la amenaza, a la corrupción y a la violencia.
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La propuesta comunitarista. Charles Taylor considera que el ejercicio de la ciudadanía tiene sentido si
cada ciudadano es capaz de reconocer en los otros los derechos universales, a través también del
reconocimiento social y político de la diferencia del otro. El elemento central se encuentra en la
necesidad de que los ciudadanos construyan procesos culturales a partir de relaciones dialógicas
entre las diferente culturas. (Taylor, 1995, p. 301).
Por su parte, Kymlicka, considera que la ciudadanía socialmente responsable se constituye cuando los
ciudadanos son conscientes de la importancia y relevancia de los derechos colectivos como el marco
que asegura la cohesión social y la convivencia pacífica entre los diferentes grupos culturales. Como él
mismo expresa: “en un Estado multicultural, una teoría de la justicia omniabarcadora incluiría tanto
derechos universales, asignados a los individuos independientemente de su pertenencia de grupo,
como determinados derechos diferenciados de grupo, es decir, un “estatus especial” para las culturas
minoritarias.” (Kymlicka, 1995, p. 19.)
Propuestas contemporáneas. Actualmente han surgido una serie de autores que proponen
elementos, que sumados a los anteriores, amplían las perspectivas de un ejercicio ciudadano
socialmente responsable.
Otfried Höffe aporta los siguientes requisitos para el ejercicio de la ciudadanía responsable en un
mundo cada vez más globalizado (Höffe, 2007. pp. 58-‐65), de tal manera que el ciudadano:
1. Debe atenuar o sobrepasar las barreras físicas y culturales donde se incluye la religión, la
lengua y las fronteras entre países.
2. Está en la facultad de participar de los asuntos internos y externos de Estados que al tiempo
son individuales y formadores de comunidades políticas mayores como por ejemplo la Unión
Europea.
3. Adopta compromisos inter y supraestatales que finalizan en una sociedad cívica global porque
trascienden los valores cívicos internos al plano externo.
Otra propuesta de este índole es la generada por Adela Cortina, quien considera que el ciudadano es:
“aquél que es su propio señor junto a sus iguales, en el seno de una comunidad política que es cada
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vez más global” lo que exige que la ciudadanía se ejerza en un ámbito de autonomía, conquistada con
los otros, e igualdad, construida con los que son sus iguales, solidariamente y en comunidad. (Cortina,
1997, p. 85).
Es así como Cortina propone que un ciudadano activo, y por ende socialmente responsable, es aquel
que dialoga públicamente sobre los problemas comunes y los formula adecuadamente, llevándolos,
en su caso, a la agenda política. Si los ciudadanos activos son capaces de dialogar sobre los problemas,
formularlos claramente y plantearlos al poder político, de modo que éste se vea obligado a tenerlos
en cuenta, habrá una comunicación entre el poder ciudadano y el político, una vinculación de ambos
desde la participación ciudadana. Pero esto, según Cortina, no es suficiente, se requiere
adicionalmente que el ciudadano participe activamente en las distintas esferas de la vida social,
incidiendo significativamente si es posible en actividades y decisiones. (Cortina, 1977. p. 53)
Acciones Socialmente Responsables
Ante un mundo tan congestionado y cada vez más globalizado, los ciudadanos suelen preguntarse por
el tipo de acciones que podrían realizar y que diera cuenta del ejercicio de la ciudadanía socialmente
responsable. Para intentar dar respuesta a dicha pregunta, a continuación se presentan algunas de las
alternativas que pueden ser revisadas y ampliadas por los estudiantes.
La desobediencia civil. Bove José y Luneau Pilles, plantean que la desobediencia civil, sustentada en la
noviolencia, es más poderosa que otro tipo de armas o hechos violentos que a lo único que han
llevado es a ampliar las brechas y a perpetuar la violencia. Es así como la desobediencia cívica,
reconocida como el rechazo no violento y organizado a formas de discriminación, segregación (racial,
política y social), gobiernos totalitaristas y dictatoriales y a medidas en contra de la vida y seguridad
alimentaria, entre otros, han conllevado sin lugar a dudas grandes éxitos en el reconocimiento de
derechos sociales, políticos y culturales, al replanteamiento o inclusive a la eliminación de
normatividades que afectan el bien general sobre el particular y la independencia política y
económica de territorios. Lo cual sólo se ha logrado en la medida en que algunos líderes han
conseguido movilizar una gran cantidad de intereses, necesidades y población en torno a ellos.
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He aquí algunas de las características de los procesos de desobediencia civil que los autores
pretenden develar:
a) Son asumidos por los actores objeto de las denuncias ciudadanas como actos delictivos, por lo
cual en muchos casos terminan o son objetos de reprimendas violentas, que han llevado a parte de
sus ejecutores a la muerte o a la cárcel.
b) Las actuaciones suelen surgir de la defensa de asuntos de interés general, en los que
históricamente se han favorecido los de carácter privado bien sea económicos, políticos o sociales.
c) No tienen un solo ámbito territorial, pues algunos son locales, nacionales, regionales o
inclusive globales (la denuncia contra los OGM, movimientos antineoliberalismo, etc.).
d) Los temas que han centrado el mayor interés de este tipo de movimientos son la lucha por la
independencia, la discriminación o segregación racial, en contra de gobiernos y regímenes
dictatoriales, contra la violencia local o a través de guerras, contra la injusticia social y/o contra las
políticas neoliberales.
e) Siempre hay algunos líderes que por convicciones religiosas, axiomáticas, políticas o sociales
toman la decisión de movilizar a un cierto grupo de personas hacia reivindicaciones públicas, siempre
con actuaciones no violentas.
f) Los métodos utilizados han sido muy creativos, pensados paso a paso y han ido desde
movilizaciones, huelgas (incluidas las del hambre), no cooperación colectiva o resistencia civil con el
gobierno o con empresas o grupos sociales que generan las problemáticas sociales y que suscitan
dichos movimientos o un contrapoder ciudadano, la objeción de conciencia, el no pago de impuestos
o facturas, saboteo a labores productivas o administrativas, panfletos, hasta el uso de elementos
simbólicos contextuales (camisetas o banderas amarillas, tarjetas rojas y blancas, poemas, etc.) y
protestas silenciosas en lugares claves.
g) Los medios de comunicación juegan un papel predominante en la expansión y el conocimiento
nacional e internacional de las denuncias que llevan a estos hechos.
h) La desobediencia civil es vista como un imperativo ético, social y político. Como un deber
social… un acto de solidaridad.
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i) La no violencia es una fuerza a la que no se le ha dado aún el reconocimiento que merece para
la resolución de problemas, a pesar de que muchos de sus promotores han llegado a ganar el premio
Nobel de la Paz, hecho que les ha ayudado a ampliar sus acciones.
Comercio Justo. Existe una práctica ciudadana que plantea una alternativa necesaria y factible al
comercio, por cuanto, en primer lugar, parte de garantizar el bienestar de todos, incluyendo el
desarrollo integral de las zonas de origen de los productos y en segundo lugar, porque surge de una
iniciativa ciudadana que se organiza para actuar de manera directa en la relación comercial que lo
vincula con otros territorios. Es allí en donde surge la propuesta de actuación no gubernamental en el
ámbito de las relaciones comerciales entre el Norte y el Sur: el proceso denominado Comercio Justo.
De acuerdo con Fretell y Roca, encontramos que comercio justo se entiende como la red comercial,
que conlleva producción, distribución y consumo, orientada hacia un desarrollo solidario y
sustentable que beneficie principalmente a los productores excluidos o en situación de desventaja,
impulsando mejores condiciones económicas, sociales, políticas, culturales, ambientales y éticas en
este proceso (precio justo para los productores, educación para los consumidores, desarrollo humano
para todos). (Fretell & Roca, 2003)
Dicho proceso se encamina a obtener condiciones más justas para los productores, especialmente
para los más marginados y a hacer evolucionar las prácticas y reglas del comercio internacional hacia
criterios de justicia y equidad con el apoyo de los consumidores. En este sentido, el comercio justo
comprende un conjunto de prácticas socioeconómicas que representan alternativas al comercio
internacional convencional, cuyas reglas son generalmente injustas para los países del Sur, y en
especial para los productores rurales. (Fretell & Roca, 2003)
El comercio justo busca disminuir el número de intermediarios entre los productores y los
consumidores (que generan sobrecostos) y pagar los productos a un precio determinado y estable,
con el fin de facilitar mejores ingresos a los productores así como desarrollar actitudes socialmente
responsables en las entidades participantes en el circuito comercial.
El consumidor debe consentir en pagar un precio “justo” (relativamente más alto) por un producto
fabricado según criterios que conllevan el respeto a las normas de trabajo, del ambiente, de la cultura
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local y de las prácticas democráticas. El productor debe respetar dichas normas y ofrecer productos
de calidad.
Actualmente el concepto de comercio justo se ha ampliado, incorporando esta definición también al
comercio interno (dentro de los países) y a la comercialización entre los países del Sur así como entre
los países del Norte como también Este-‐Oeste, si bien el énfasis del movimiento de comercio justo
está orientado hacia las relaciones de intercambio Sur-‐Norte (y en perspectiva Este-‐Oeste). También
se ha incorporado el reconocimiento de la dimensión territorial, es decir, que el comercio justo opera
desde la escala local y regional (dentro de los países) en una perspectiva de desarrollo integrado o
auto-‐centrado.
Se reconoce la multifuncionalidad del comercio justo, es decir, que no sólo debe analizarse como una
estrategia de comercialización, sino de promoción de la producción local sostenible y sustentable,
generación de empleo, relaciones de equidad entre mujeres y hombres y entre generaciones,
movilización de valores ético culturales, desarrollo desde el espacio local.
Finalmente, el comercio justo implica también desarrollar estrategias de diálogo y debate con los
Estados, las organizaciones multilaterales y las redes sociales, en la búsqueda de incorporar un
estatuto jurídico para el comercio justo en los contextos nacionales e internacional.
Consumo Responsable. Según Adela Cortina, actualmente se exige del comportamiento ciudadano
una ética responsable del consumo que, desde la comprensión de la amplia gama de necesidades
humanas, intente sugerir caminos para que su satisfacción sea justa y conduzca al bienestar individual
y colectivo. Esta visión del consumo en una sociedad industrial tiene el sustento en la convicción de
que el consumidor per se no es necesariamente manipulable, sino que también tiene la capacidad
crítica de reclamar calidad y justicia en los productos que consume (Cortina, 1999. pp. 36-‐43). En este
sentido, el consumo será justo si las personas, al consumir, están dispuestas a aceptar una norma
mínima fundamental de la reciprocidad universalizadora, según la cual sólo se realizarán acciones de
consumo que no dañen ni a los demás seres humanos ni al medio ambiente. (Cortina, 1999. p. 96)
A juicio de Cortina, el primer criterio para discernir si una forma de consumo es o no justa consiste en
considerar si puede universalizarse sin poner en peligro la sostenibilidad de la sociedad y del medio
ambiente. Tal criterio podría expresarse en forma de imperativo ético de la siguiente manera:
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“Consume de tal forma que tus elecciones no pongan en peligro la sostenibilidad de la sociedad y del
medio ambiente”. Este tipo de consumo implica, para Cortina, dos aspectos fundamentales:
En primer lugar, la búsqueda de información y la formación de un pensamiento crítico con la realidad
que nos rodea, con los medios de comunicación y la publicidad, cuestionándonos qué hay detrás de
cada cosa que consumimos y cuáles son sus consecuencias. En segundo lugar, cambiar nuestro hábito
de consumismo, optando por un modelo de bienestar y felicidad no basado en la posesión de bienes
materiales. "No es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita". Es, en definitiva, un cambio
en nuestra escala de valores y en nuestras prioridades.
Según Cortina, esta propuesta de no-‐colaboración con un sistema económico que genera injusticia y
destruye el medio ambiente es un deber moral y político fundamental. El sistema nos necesita como
consumidores, somos el último eslabón de la cadena. El pequeño poder del consumidor puede ser
muy eficaz, sólo habría que comenzar a reivindicar una mayor autodeterminación en apariencia poco
política y heroica, de elección de nuestros alimentos, de nuestras compras para la vivienda, de
nuestros vestidos, del uso de nuestro dinero, Lo que falta es desarrollar una conciencia crítica y
verdaderamente solidaria acompañada de comportamientos más colectivos y políticos: cuando
hacemos la compra no tenemos que dudar que somos poderosos y que las empresas están en una
situación de profunda dependencia de nuestros comportamientos como consumidor.
La inversión socialmente responsable. Actualmente, este movimiento mundial recibe muchos
nombres. En el Reino Unido se le llama “inversión ética”. En Europa se le conoce normalmente como
“inversión sostenible” y como inversión ‘triple-‐bottom line’ o de triple resultado. En Japón se llama
“eco-‐inversión”. Sea cual sea su nombre o la cuestión de interés concreta en la que se centre, son
cuatro los aspectos fundamentales que caracterizan este amplio y heterogéneo movimiento:
inversión, compromiso, transparencia y colaboración.
a) Inversión es invertir los activos financieros siguiendo unos criterios sociales y medioambientales.
b) Compromiso es utilizar al accionario para implicar a la dirección de las empresas en el diálogo y la
comunicación con actores sociales locales y globales, que lleven a promover el cambio social positivo.
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c) Transparencia es recopilar, publicar y evaluar los datos sobre los efectos de las empresas en
nuestra vida cotidiana. La inversión y el compromiso no pueden ser efectivos si no existen datos sobre
las prácticas de las empresas.
d) Colaboración es la cooperación entre el gobierno y las empresas en proyectos sociales y
medioambientales. Se trata de que el gobierno utilice medios distintos de las leyes y normativas para
influir en que las empresas emprendan el cambio social positivo.
A modo de conclusión.
Aunque no existe una única forma de concebir la ciudadanía socialmente responsable, ni una única
forma de ejercerla, como se ha evidenciado en el presente documento, sí es importante señalar que
sea cual sea la postura conceptual o filosófica que se tenga, es fundamental que como universidad
propiciemos dos aspectos que a mi modo de ver llevan a un ciudadano a encaminarse a un ejercicio
socialmente responsable:
El primero de ellos está relacionado con la necesidad de que los ciudadanos desarrollen un
conocimiento profundo acerca de las características particulares de su realidad, desde las que definen
los niveles micro hasta las que definen los niveles macro. Este conocimiento deberá entender que lo
que ocurre a nivel macro no es un simple agregado de lo que ocurre a nivel micro, pero asimismo
deberá entender las complejas formas en las cuales lo macro se manifiesta en lo micro.
Desde un enfoque crítico, adicionalmente, se debería añadir que la construcción de dicho
conocimiento debería permitir contrastar varias concepciones posibles de ciudadanía y de sus
elementos particulares. Adicionalmente, este conocimiento deseado incluye una comprensión de las
maneras en las que las relaciones macro se reflejan en manifestaciones a nivel micro, y en particular
cómo nuestras identidades como ciudadanos y nuestras visiones de la sociedad se van forjando
dentro del marco de esas relaciones.
El segundo de ellos, requiere que el ciudadano identifique que puede y debe ser partícipe activo como
mínimo de las decisiones que le afectan e intente incidir positiva y pacíficamente en ellas. Este
aspecto está ligado, por supuesto, a la puesta en marcha de acciones estratégicas y dentro de éstas a
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la construcción de alianzas entre actores sociales con diferentes posiciones e intereses, tanto a nivel
micro como a nivel macro.
Bibliografía
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