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EL MANEJO DEL TIEMPO

El manejo del tiempo es esencial, ya que todos somos responsables ante Dios por la manera
como utilizamos nuestro tiempo.

Tengo amigos que pueden hacer el trabajo que realizan tres personas en un solo día, pero
conozco otras que sin importar lo mucho que lo intenten, nunca parecen terminar ni una
sola tarea de sus listas. Ahora bien, la diferencia entre estas personas probablemente no sea
una cuestión de capacidad.

Es que algunas tienen un mejor sentido del manejo del tiempo que otras. Y esta habilidad es
esencial, ya que todos somos responsables ante Dios por la manera como utilizamos nuestro
tiempo. Si queremos lograr todo lo que Él ha planeado, debemos aprender a invertir el
tiempo para los propósitos del Señor. Eso no quiere decir que cada segundo del día tiene
que ser utilizado de cierta manera. Simplemente, que necesitamos tener una agenda
equilibrada.

El objetivo es ser proactivos, no reactivos.

Quienes reaccionan solamente a las exigencias del día son miopes en su actitud. El Señor
tiene un propósito diseñado a la medida de cada persona, y nos ha escogido
específicamente a cada uno de nosotros para llevar a cabo sus planes. En vez de llegar al
final de nuestros días preguntándonos qué hemos logrado, ¿no sería mejor terminar la vida
como el apóstol Pablo, que fue capaz de decir: “He peleado la buena batalla, he acabado la
carrera, he guardado la fe” (2 Ti 4.7)?

Cuando Pablo escribió a los efesios, les dio algunas instrucciones muy útiles sobre el uso
del tiempo: “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios,
aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino
entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (Ef 5.15-17).
La palabra diligencia transmite la idea de poner la mente en un asunto y considerarla con
seriedad. ¿Se ha preguntado alguna vez: Qué quiere el Señor que haga hoy? ¿Estoy
empleando mi tiempo en sus planes, o estoy concentrado en los míos? Como mayordomos
del precioso regalo del tiempo que Dios nos ha dado, siempre debemos considerar si
estamos viviendo de acuerdo con su voluntad, o si estamos simplemente yendo a la deriva
por la vida.

Tiempo bien empleado

¿Qué es una agenda equilibrada?

Aunque algunas personas piensan que una agenda es demasiado restrictiva; en realidad, es
simplemente una forma de presupuestar el tiempo para tener una vida con propósito y vivir
de manera productiva. Puesto que Jesús es la única persona que ha tenido una vida
totalmente equilibrada, consideremos entonces cómo Jesús invertía su tiempo.

• En comunión con el Padre. Marcos 1:35 dice: “Levantándose muy de mañana, siendo aún
muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba”. Ahora bien, si el Hijo de Dios
necesitaba comenzar la mañana con su Padre, ¿cuánto más nosotros? Nuestra prioridad
absoluta para crecer en nuestra relación con Dios y recibir su guía debe ser comenzar el día
de la misma manera. No importa lo mucho que podemos lograr en un día, si no hemos
sometido nuestros planes al Señor e invitado a organizar nuestra agenda como Él tenga a
bien.

• Entablando relaciones. Puesto que para Dios lo más importante son las personas,
tenemos que asegurarnos de que nosotros, también, estemos invirtiendo en ellas. Jesús pasó
sus primeros años con su familia, y los últimos tres con doce hombres que se convirtieron
en sus amigos más cercanos. Para que nuestra relación con nuestros seres queridos se
desarrolle es necesario que estemos disponibles para ellos, y que formemos parte de sus
vidas. Es por eso que debemos evitar dejar que las tareas se vuelvan más importantes que
las personas.
• Trabajando. Esta es la esfera en la que perdemos el equilibrio con mayor frecuencia.
Cuando comencé a servir la obra pensaba que pecaba si no estaba orando, estudiando o
predicando. Estaba tan preocupado que literalmente me enfermé. Pero las instrucciones del
Señor en este punto son muy sencillas: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como
para el Señor y no para los hombres” (Col 3.23). Esto significa que siempre debemos hacer
nuestro trabajo lo mejor que podamos, pero nunca debemos dejar que nuestras profesiones
se conviertan en ídolos.

Jesús sabía exactamente cómo mantener el equilibrio, pues hacía solamente el trabajo que
el Padre le había encomendado (Mr 1.35-39). Sin embargo, veía también las interrupciones
como oportunidades para consolar a las personas (Lc 8.41-48).

• Adorando. A lo largo de su ministerio, Jesús iba frecuentemente al templo para adorar. A


veces, he escuchado decir: “Bien, yo no tengo que ir a la iglesia para ser cristiano”. Aunque
esto es verdad, los creyentes que tratan de vivir aislados de los demás pierden grandes
bendiciones. Cuando nos reunimos con otros, nos regocijamos, recibimos enseñanzas de la
Palabra de Dios, y encontramos aliento, apoyo y compañerismo.

• Relajándose. ¿Se ha preguntado usted alguna vez si Jesús se divertía? Aunque la Biblia
no lo describe explícitamente como riendo y bromeando con sus discípulos, el hecho de que
los niños se sintieran atraídos a Él me hace suponer que sabía jugar y divertirse (Mt 21.15,
16). A Dios le encanta ver a sus hijos gozándose. Después de todo, si estamos viviendo en
santidad y obediencia, tenemos todas las razones posibles para estar felices. Prov. 17.22
dice: “El corazón alegre constituye buen remedio”, y eso es exactamente lo que el Señor
nos receta.

Una agenda equilibrada requiere dedicación.

El primer paso es determinar qué es lo más importante para uno. Tendemos a pensar que
nuestros deseos revelan nuestras prioridades, pero nuestras actividades son una medida más
precisa. Es posible que queramos pasar más tiempo con la familia o con el Señor, pero si no
lo hacemos, entonces no son prioridades.
El siguiente paso es preguntarle al Señor cuál es su plan para nosotros. No podemos seguir
el plan de alguien más, porque Dios nos guía a cada quien individualmente. También
debemos pedirle que nos revele sus metas a largo plazo para nuestras vidas. De esa manera,
tendremos una dirección clara tanto para las próximas horas, como para los próximos años.

Y, por último, necesitamos pedirle que nos ayude a no perder de vista el objetivo. No
podemos asumir que la dirección que nos dio hace algunos años sigue siendo la misma. Lo
que una vez exigía nuestro tiempo podría ser ahora un lugar vacío que Él quiere llenar con
nuevas responsabilidades. Solo recuerde que una agenda equilibrada no restringe nuestra
libertad; nos libera para que lleguemos a ser lo que Dios quiere que seamos, y para que
logremos lo que Él desea. Y eso, hermano, es la manera más maravillosa de emplear
nuestro tiempo.

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