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Poder Ejecutivo

del Estado
SAN LUIS POTOSI

SECRETARIA DE EDUCACIÓN DEL GOBIERNO DEL ESTADO


CREN “PROFRA. AMINA MADERA LAUTERIO”
CEDRAL, S.L.P.

ANTOLOGIA DE SEMINARIO DE
ANALISIS DEL TRABAJO DOCENTE II
OCTAVO SEMESTRE

CEDRAL, S.L.P. FEBRERO DE 2009

1
INDICE GENERAL

Página
¿Qué es pensar? Dewey, John 3
Raíces históricas de la enseñanza reflexiva Kenneth M. Zeichner y Daniel P 19
Liston
La relación entre la reflexión y la acción Max Van Manem 29

2
INTRODUCCION

La formación profesional de los estudiantes normalistas se ha convertido


en una preocupación particular de la educación básica, se parte de la idea de que
una buena formación inicial se manifestará en las actitudes de los formadores de
las sociedades del futuro. Se ha apostado a que el maestro reflexione sobre su
propio quehacer docente, analice sus actos pedagógicos a fin de que él mismo
pueda encontrar los medios y recursos para que se mejore su práctica docente.

La licenciatura en educación primaria en el último semestre sigue


centrando su atención en el trabajo docente, el documento recepcional y el
seminario de análisis del trabajo docente. El primero como eje rector de las
actividades formativas del estudiante normalista porque ahí es donde emergen
los elementos para que los docentes en ciernes analicen, revisen los elementos
necesarios para su formación profesional.

Las lecturas que a continuación se presentan, aportan elementos útiles


para que las actividades de reflexión, análisis, crítica a los sucesos del aula a fin
que coadyuve a la elaboración del documento recepcional y construya las
competencias didácticas para ser aplicadas en las aulas de práctica.

La lectura de John Dewey ¿Qué es pensar? Pone a lector a revisar si


forma de actuar realmente implica un proceso de análisis mental; no se limita a la
simple afirmación, por el contrario, a partir de ejemplos concretos el texto va
ilustrando las ideas para que reflexionemos si nuestros actos son pensados o
dejen mucho que desear en es sentido. Se trata pues, de un pensamiento
reflexivo como punto toral.

Kenneth M. Zeichner y Daniel P Liston en Raíces históricas de la enseñanza


reflexiva va conducir al lector sobre la reflexión y el uso de la misma dentro del quehacer
docente como elemento central para que se manifieste en la práctica docente.

Max Van Manem en su lectura “La relación entre la reflexión y la acción”


permite al estudiante comprender cuál es la relación entre ambos conceptos a
partir de los actos de enseñanza que practica el maestro en el aula cómo se
puede reflejar en situaciones de mejora docente.

Estos materiales buscan ante todo que el normalista encuentre elementos


necesarios y útiles para que pueda culminar su formación profesional con los
aportes teóricos que contribuyan a tener los profesionales de la educación que
demanda la sociedad actual.

3
Qué es pensar

Dewey, John (1998), “¿Qué es pensar?”, en Cómo pensamos. Nueva


exposición de la relación entre pensamiento reflexivo y proceso educativo,
Barcelona, Paidós (Cognición y Desarrollo humano, 18), pp. 21-31

1. Diferentes significados del pensamiento

La mejor manera de pensar

Nadie puede decide a otra persona cómo debe pensar, del mismo modo que
nadie nace instruido en cómo ha de respirar o hacer que circule su sangre. No
obstante, es posible indicar y describir a grandes rasgos las distintas maneras en
que los hombres piensan realmente. Algunas de ellas son mejores que otras y se
pueden enunciar las razones por las cuales son mejores. Quien comprende
cuáles son las mejores maneras de pensar y por qué son mejores puede, si lo
desea, modificar su propia manera de pensar para que resulte más eficaz, es
decir, para realizar mejor el trabajo que el pensamiento es capaz de realizar y
que otras operaciones mentales no pueden llevar a cabo con la misma eficacia.
La mejor manera de pensar que se examinará en este libro se denomina
pensamiento reflexivo; es decir, el tipo de pensamiento que consiste en darle
vueltas a un tema en la cabeza y tomárselo en serio con todas sus
consecuencias. Antes de ocupamos de este tema fundamental, sin embargo,
pasaremos brevemente revista a otros procesos mentales a los que a veces se
da el nombre de pensamiento.

La «corriente de la conciencia»

Siempre que estamos despiertos, y a veces también cuando estamos dormidos,


hay algo -como solemos decir- que nos viene a la mente. Si ocurre cuando
dormimos, a este tipo de secuencias las llamamos «soñar». Pero también
experimentamos ensoñaciones, ensimismamientos, construimos castillos en el
aire y somos asaltados por corrientes mentales aún más vanas y caóticas. A
veces a esta incontrolada corriente de ideas que pasan por nuestra mente se le
da el nombre de «pensamiento». Es automático y no está regulado. Más de un
niño ha intentado «detener el pensamiento», es decir, detener ese proceso de
estados mentales. Pero es inútil. Una parte de nuestra vigilia, mayor que la que
casi todos estaríamos dispuestos a admitir, la pasamos en este ocioso
vagabundeo por escenas mentales, recuerdos fortuitos, placenteras pero
infundadas esperanzas, revoloteos constantes e impresiones a medio desarrollar.
De aquí que quien ofrece a penny for your thougts 1 no espera un arduo regateo en
caso de que su oferta sea aceptada; sólo se encontrará con lo que «transita por
1
Frase con la que, en inglés, se pide a alguien que permanece en silencio y con aspecto t..M
meditabundo, que diga lo que piensa. Literalmente significa: «Un penique por tus pensamientos».
[T.]
4
la mente», y lo que así «pasa» difícilmente deja tras de sí algo que realmente
valga la pena.

El pensamiento reflexivo es una cadena

En este sentido, la gente simple y los necios piensan. Se cuenta la historia de un


hombre, en realidad poco inteligente, que, puesto que aspiraba a que lo eligiesen
administrador municipal de su ciudad en Nueva Inglaterra, se dirigió así a un
grupo de vecinos: «He oído decir que no creéis que yo sepa lo suficiente como
para ocupar el cargo. Quiero que sepáis que casi todo el tiempo estoy pensando
en una u otra cosa». Ahora bien, el pensamiento reflexivo se asemeja a ese
fortuito tránsito de cosas por la mente en el sentido de que consiste en una
sucesión de cosas acerca de las cuales se piensa, pero se diferencia de él en
que no basta la mera ocurrencia casual en una sucesión irregular de «cualquier
cosa». La reflexión no implica tan sólo una secuencia de ideas, sino una
consecuencia, esto es, una ordenación consecuencial en la que cada una de ellas
determina la siguiente como su resultado, mientras que cada resultado, a su vez,
apunta y remite a las que le precedieron. Los fragmentos sucesivos de un
pensamiento reflexivo surgen unos de otros y se apoyan mutuamente; no
aparecen y desaparecen súbitamente en una masa confusa y alborotada. Cada
fase es un paso de algo hacia algo. En lenguaje técnico, es un término del
pensamiento. Cada término deja un residuo que es utilizado en el término
siguiente. La corriente o flujo se convierte en un tren o cadena. En todo
pensamiento reflexivo hay unidades definidas ligadas entre sí, de modo que
acaba produciéndose un movimiento sostenido y dirigido hacia un fin común.

La usual restricción del pensamiento a lo que no se percibe directamente

El segundo significado que se da a «pensar» limita esta actividad a las cosas que
no se perciben directamente a través de los sentidos, es decir, que no se ven, ni
se oyen, ni se tocan, ni se saborean, ni se huelen. Si a una persona que nos
narra una historia le preguntamos si ha visto cómo sucedía algún incidente en
particular, es posible que nos responda: «No, sólo lo pensé». Encontramos aquí
una nota de invención, algo bien distinto del fiel registro de la observación. Lo
más importante en este terreno son las sucesiones más o menos coherentes de
incidentes y episodios imaginativos, unidos sin rupturas de continuidad entre sí,
que, por tanto, están a medio camino entre las fugaces impresiones
caleidoscópicas de la fantasía y las consideraciones deliberadamente utilizadas
para establecer una conclusión. Las narraciones imaginativas que cuentan los
niños abarcan todos los grados de coherencia interna: algunas son caóticas;
otras, articuladas. Cuando guardan conexión interna, tienen la apariencia del
pensamiento reflexivo; en realidad, normalmente tienen lugar en mentes de
capacidad lógica. Estas empresas imaginativas suelen preceder al pensamiento
homogéneo y le preparan el camino. En este sentido, un pensamiento o idea es
una imagen mental de algo que está presente en la realidad, y el hecho de
pensar es la sucesión de tales imágenes.
5
El pensamiento reflexivo apunta a una conclusión

Por el contrario, el pensamiento reflexivo tiene un propósito que trasciende la


mera diversión que procura la cadena de agradables invenciones e imágenes
mentales. La cadena debe conducir a algún sitio; ha de tender a una conclusión
que se pueda enunciar al margen del discurrir de imágenes. La narración acerca
de un gigante puede satisfacer simplemente por sí misma. Pero una conclusión
reflexiva según la cual un gigante ha habitado la tierra en una cierta época y en
un determinado lugar, -debe tener una justificación ajena a la cadena de ideas si
ha de ser una conclusión válida o sólida. Probablemente este elemento
diferenciador quede más claro en la expresión común: «Piénsatelo despacio»,
que sugiere un embrollo que ha de ser desenmarañado, algo oscuro que ha de
aclararse mediante la aplicación del pensamiento. Hay una meta que se debe
conseguir, y esta meta impone una tarea que controle la secuencia de ideas.

«Pensar» como sinónimo de «creer»

Un tercer significado que se da al término «pensamiento» lo considera casi como


un sinónimo de creencia. «Pienso que mañana hará más frío» o «Pienso que
Hungría es más grande que Yugoslavia» son equivalentes a «Creo tal o cual
cosa». Cuando decimos «Los hombres pensaban que la tierra era plana», nos
referimos, sin lugar a dudas, a una creencia de nuestros antepasados. Esta
acepción de «pensamiento» es más restringida que las que hemos mencionado
antes. Una creencia se refiere a algo que la trasciende y que al mismo tiempo
certifica su valor; la creencia realiza una afirmación acerca de una cuestión de
hecho, de un principio o una ley. Significa que una situación fáctica particular o
una ley se aceptan o se rechazan, que se trata de algo que merece ser afirmado,
o, al menos, contar con nuestro consentimiento. No es necesario insistir en la
importancia de la creencia. Abarca todas las cuestiones acerca de las cuales no
disponemos de un conocimiento seguro, pero en las que confiamos lo suficiente
como para actuar de acuerdo con ellas, y también cuestiones que ahora
aceptamos como indudablemente verdaderas, como conocimiento, pero que
pueden ser cuestionadas en el futuro, de la misma manera que ocurrió con lo que
en el pasado se tenía por conocimiento y hoy ha quedado relegado al limbo de la
mera opinión o del error.

Concebido como idéntico a la creencia, no hay nada en el pensamiento que


pueda revelar si la creencia está bien fundada o no. Un hombre puede decir:
«Creo que el mundo es esférico». Y cuando se le discute la idea puede no ser
capaz de dar buena prueba de por qué piensa tal cosa. Se trata de una idea que
ha heredado de otros y que acepta, porque es una idea común, pero no porque
haya examinado la cuestión, no porque su propia mente haya tomado alguna
parte activa en el logro y plasmación de la creencia.

Tales «pensamientos» se dan inconscientemente. Son simplemente acogidos, no


sabemos cómo. De oscuras fuentes y por canales desconocidos se insinúan en
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la mente y, de manera inconsciente, se convierten en parte de nuestra estructura
mental. De ellos son responsables la tradición, la instrucción y la imitación, todas
las cuales dependen de alguna manera de la autoridad, o bien redundan en
nuestro beneficio personal o van acompañadas de una intensa pasión. Esos
pensamientos son prejuicios; es decir, ideas preconcebidas, no conclusiones a
las que haya llegado como resultado de la actividad mental personal, como la
observación, el recuerdo y el examen de la evidencia. Aun cuando sean
correctos, su corrección es puramente casual, al menos en lo que concierne a la
persona que los sostiene.

El pensamiento reflexivo impulsa la investigación

De esta manera, y a modo de contraste, nos vemos otra vez enfrentados al tipo
particular de pensamiento que estudiaremos en este volumen: el pensamiento
reflexivo. En los dos primeros sentidos que hemos mencionado, el pensamiento
puede ser nocivo para la mente, porque distrae la atención del mundo real y
porque puede constituir una pérdida de tiempo. Por otro lado, si nos entregamos
a ellas con sensatez, tales formas de pensamiento pueden proporcionamos
auténtico goce y ser incluso una fuente de necesario recreo. Pero, ni en uno ni en
otro caso, han de aspirar a la verdad; no pueden proponerse como algo que la
mente deba aceptar, afirmar y considerar como base de la acción. Pueden
suponer un tipo de compromiso emotivo, pero nunca compromiso intelectual y
práctico. Las creencias, por otro lado, han de superar justamente ese
compromiso y, más tarde o más temprano, como es lógico, exigir nuestra
investigación para encontrar los fundamentos sobre los que se sostienen. Que
alguien piense en una nube como si fuera una ballena o un camello -en el sentido
de «fantasear»- no obliga a nadie a sacar la conclusión de que la persona que
tiene esa idea querría cabalgar en el camello o extraer aceite de la ballena. Pero
cuando Colón «pensó» que el mundo era redondo, en el sentido de que «creyó
que así era», él y sus seguidores se comprometieron con otra serie de creencias
y acciones: con creencias acerca de las rutas hacia la India, acerca de qué
pasaría si las carabelas viajaban por el Atlántico hacia el Oeste, etcétera,
precisamente de la misma manera en que el hecho de pensar que el mundo era
plano había llevado a quienes sostenían tal cosa a creer en la imposibilidad de la
circunnavegación y en que la tierra terminaba en las regiones de la pequeña
parte civilizada que los europeos ya conocían, etcétera.

El pensamiento anterior, la creencia en la naturaleza plana de la tierra, no carecía


de fundamento en la evidencia; se basaba en lo que los hombres podían ver
dentro de los límites de su visión. Pero no se examinó más atentamente esta
evidencia, no se buscaron nuevas evidencias. En última instancia, la creencia se
apoyaba en la pereza, la inercia, la costumbre, la ausencia de valor y energía
para la investigación. La creencia posterior se apoya en el estudio cuidadoso y
amplio, en la voluntaria ampliación del área de observación, en el razonamiento
sobre las conclusiones a partir de concepciones alternativas con el fin de
averiguar qué sucedería en caso de adoptar una u otra creencia. A diferencia del
7
primer tipo de pensamiento, hay en éste un encadenamiento ordenado de ideas;
a diferencia del segundo, una voluntad de control y una finalidad; a diferencia del
tercero, examen, análisis e investigación personales.

Porque no aceptó ciegamente la teoría tradicional en boga, porque dudó e


investigó, precisamente por eso, llegó Colón a ratificar su pensamiento. Escéptico
respecto a todo lo que, por puro hábito, se consideraba lo más seguro, y teniendo
fe en lo que parecía imposible, continuó pensando hasta que pudo deducir
alguna prueba, tanto de su confianza como de su incredulidad. Aun cuando su
conclusión terminara por ser errónea, habría sido un tipo de creencia diferente de
aquella a la que se oponía, pues se había llegado a ella por un método distinto.
Lo que constituye el pensamiento reflexivo es el examen activo, persistente y
cuidadoso de toda creencia o supuesta forma de conocimiento a la luz de los
fundamentos que la sostienen y las conclusiones a las que tiende. Cualquiera de
las tres primeras clases de pensamiento puede evocar este último tipo; pero, una
vez en marcha, éste incluye un esfuerzo voluntario y consciente para establecer
la creencia sobre una firme base de evidencia empírica y de racionalidad.

2. El factor capital del pensamiento

La sugerencia de algo no observado

Sin embargo, entre las operaciones que se acaban de esbozar no hay líneas
divisorias tajantes. El problema relativo a la adquisición de hábitos de reflexión
correctos sería mucho más sencillo si las diferentes modalidades de pensamiento
no estuvieran imperceptiblemente relacionadas entre sí. Hasta aquí hemos tenido
en cuenta ejemplos más bien extremos de cada clase, a fin de desbrozar el
camino. Invirtamos ahora la operación y consideremos un caso de pensamiento
rudimentario, entre el cuidadoso examen de la evidencia y un mero e
irresponsable flujo de fantasías. Imaginemos un hombre que camina en un día
caluroso. El cielo estaba claro la última vez que él lo había observado; pero ahora
advierte, a pesar de estar más atento a otras cosas, que el aire es más fresco. Se
le ocurre que probablemente llueva; al levantar la vista, ve una nube negra que
está ocultando el sol y a continuación aprieta el paso. ¿A qué se puede llamar
pensamiento en esta situación, si es que hay algo que merezca tal nombre? Ni el
acto de caminar, ni la percepción del frío, son pensamiento. Caminar es una
orientación de la actividad; mirar y percibir son otras modalidades de la actividad.
Sin embargo, la probabilidad de lluvia es algo sugerido. El caminante siente el frío;
primero piensa en las nubes, luego mira y las percibe, y más tarde piensa en algo
que no ve: una tormenta. Esta posibilidad sugerida es la idea, el pensamiento. Si se
cree en ella como en una auténtica posibilidad, estamos en presencia de la clase
de pensamiento que se incluye en el ámbito del conocimiento y que requiere
consideración reflexiva.

Hasta cierto punto, se produce la misma situación cuando alguien que mira una
nube recuerda una cara o una figura humana. En ambos casos -el de la creencia
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y el de la fantasía- el hecho de pensar implica el de advertir o percibir, seguido de
algo más que no se observa, pero que viene a la mente, sugerido por lo
percibido. Una cosa, como suele decirse, nos lleva a la otra. Sin embargo, junto a
este factor de concordancia, hay en ambos casos de sugerencia un factor de
acusada discrepancia. No creemos en la cara que la nube sugiere, no tenemos en
modo alguno en cuenta la probabilidad de que se trate de un hecho concreto. No
hay pensamiento reflexivo. El peligro de lluvia, por el contrario, se nos presenta
como una auténtica posibilidad, pues es un hecho de la misma naturaleza que el
frío experimentado. Dicho de otra manera, no consideramos que la nube
signifique o indique una cara, sino que, simplemente, la sugiere, mientras que sí
consideramos que el frío puede significar lluvia. En el primer caso, al ver un
objeto, nos limitamos a pensar, como suele decirse, en algo más; en el segundo
caso, consideramos la posibilidad y la naturaleza de la conexión entre el objeto
percibido y el objeto sugerido. La cosa percibid a es considerada en cierto modo
como el fundamento o la base de la creencia en la cosa sugerida; posee la
cualidad de evidencia.

La función de significar

Esta función, por la cual una cosa significa o indica otra y nos conduce así a
considerar hasta qué punto puede concebirse como garantía de la creencia en la
otra, es, pues, el factor capital de todo pensamiento reflexivo o caracterís-
ticamente intelectual. Recordando distintas situaciones en que se aplican
términos como significa e indica, el estudiante puede aprehender por sí mismo
los hechos reales denotados. Son sinónimos de estos términos: «señala», «habla
de», «anuncia», «pronostica», «representa», «simboliza», «implica» 2. También
decimos que una cosa augura otra, presagia otra, o es un síntoma, o bien una
clave de ella, o (si la conexión es muy oscura) que da un indicio, contiene una
insinuación o una sugerencia. La reflexión no se confunde con el mero hecho de
que una cosa indique o signifique otra cosa. La reflexión comienza cuando
comenzamos a preguntamos por la veracidad, por el valor, de una indicación
cualquiera; cuando tratamos de probar su autenticidad y de ver qué garantías hay
de que los datos existentes señalen realmente la idea sugerida, de modo tal que
justifique la aceptación de esta última.

La reflexión implica la creencia en /a evidencia

La reflexión, por tanto, implica que se cree en algo (o no se cree en algo), no por
ese algo en .sí mismo, sino a través de otra cosa que sirve de testigo, evidencia,
prueba, aval, garante; esto es, de fundamento de la creencia. En una ocasión, se
siente realmente o se experimenta directamente la lluvia; en otra oportunidad,
inferimos que ha llovido a partir de la apariencia del césped y los árboles, o de
que está a punto de llover, por el aspecto del aire o el estado del barómetro. En
2
El término «implica» se usa más a menudo cuando un principio o verdad general produce la
creencia en alguna otra verdad; las otras expresiones se usan más para denotar los casos en que
un hecho o acontecimiento nos conduce a algún otro hecho o a una ley.
9
una ocasión vemos a un hombre -o suponemos verlo sin ningún hecho que sirva
de intermediario; en otra, no estamos demasiado seguros de lo que vemos y nos
lanzamos a la caza de hechos concomitantes que sirvan como signos,
indicaciones o anuncios de lo que hemos de creer.

En consecuencia, y en lo que se refiere a nuestra investigación, se define el


pensamiento como la operación en la que los hechos presentes sugieren otros hechos
(o verdades) de tal modo que induzcan a la creencia en lo que se sugiere sobre la base
de la relación real entre las cosas mismas, relación entre lo que sugiere y lo
sugerido. Una nube sugiere una comadreja o una ballena; no significa estas
últimas, porque no hay conexión o vínculo real entre lo que se ve y lo que se
sugiere. Las cenizas no sólo sugieren el fuego previo, sino que significan que ha
habido fuego, pues las cenizas son producidas por combustión y, si son cenizas
auténticas, sólo por combustión. Es una conexión objetiva, el eslabón entre las
cosas reales, lo que hace que una cosa sea el fundamento, la garantía, la
evidencia, de la creencia en otra cosa.

3. Fases del pensamiento reflexivo

Podemos proseguir la exposición con la observación de que el pensamiento


reflexivo, a diferencia de otras operaciones a las que se aplica la denominación de
pensamiento, implica: 1) un estado de duda, de vacilación, de perplejidad, de
dificultad mental, en la que se origina el pensamiento, y 2) un acto de busca, de
caza, de investigación, para encontrar algún material que esclarezca la duda, que
disipe la perplejidad.

La importancia de la incertidumbre y de la investigación

En nuestro ejemplo, la bocanada de aire fresco provocó confusión y suspendió la


creencia, al menos momentáneamente. Por ser inesperado, fue una sacudida o
una interrupción que requería explicación, identificación o ubicación. Decir que el
cambio brusco de temperatura constituye un problema puede sonar forzado y
artificial; pero si acordamos extender el significado de la palabra <<problema» a
todo aquello -por trivial y tópica que sea su índole- que asombra y desafía el
espíritu hasta el punto de volver incierta la creencia, no cabe duda de que toda
experiencia de cambio repentino lleva implícita un problema o un interrogante.

Volver la cabeza, levantar la vista, escrutar el cielo, son actividades destinadas a


traer al conocimiento hechos que respondan al interrogante que el frío súbito
suscitó. Los hechos, tal como se presentaron en el primer momento, eran
sorprendentes; sin embargo, sugerían la presencia de nubes. El acto de mirar
tenía la finalidad de descubrir si esta explicación sugerida se sostenía como
válida. Otra vez podría parecer forzado hablar de esta mirada, casi automática,
como si se tratara de un acto de investigación o de búsqueda. Pero, una vez
más, si generalizamos nuestras concepciones acerca de nuestras operaciones
mentales de modo que incluyan lo trivial y ordinario al lado de lo técnico y
10
recóndito, no hay razón para rehusar esta categorización del acto de mirar. En
efecto, la consecuencia de dicho acto es traer a la mente hechos que capaci ten a
una persona para alcanzar una conclusión basándose en la evidencia. Por tanto,
en la medida en que el acto de mirar fue un acto deliberado, esto es, que se
realizó con la intención de conseguir una base externa sobre la cual apoyar la
creencia, ejemplifica de manera elemental la operación de caza, de busca, de
investigación implícita en toda operación reflexiva.

Otro ejemplo, también de orden común, aunque no tan trivial, puede reforzar esta
impresión. Supongamos un hombre que viaja por una región que no conoce y se
encuentra con una bifurcación del camino. Como no tiene un conocimiento
seguro sobre el que apoyarse, queda paralizado por la vacilación y la duda.
¿Qué camino es el correcto? ¿Cómo ha de resolver su perplejidad? Hay dos
alternativas: o bien lanzarse a ciegas por alguno de los dos caminos, confiando
en la suerte, o bien descubrir fundamentos que le permitan concluir que uno de
los caminos es el correcto. Todo intento de decidir la cuestión a través del
pensamiento implicará la averiguación de otros hechos, ya acudan a la mente a
través de la memoria, ya mediante la observación, ya a partir de ambas cosas. El
absorto viajero ha de examinar cuidadosamente lo que tiene delante y exprimirse
la memoria. Busca evidencias que puedan apoyar la creencia a favor de uno u
otro de los caminos, evidencias que provoquen una sugerencia. Puede trepar a
un árbol, puede encaminarse primero en una dirección y luego en la otra, en
busca, en cada caso, de signos, señales, indicaciones. Necesita algo así como
un cartel o un mapa, y su reflexión tiende al descubrimiento de hechos que sirvan
a este objetivo.

El ejemplo anterior puede generalizarse. El pensamiento tiene su arranque en


una situación que muy bien podría denominarse bifurcación de caminos, en una
situación ambigua, que presenta un dilema, que propone alternativas. En tanto
nuestra civilización pasa insensiblemente de una cosa a otra, o en tanto
permitimos a la imaginación alimentar fantasías a su antojo, no se apela a la
reflexión. Sin embargo, la dificultad o la obstrucción del camino que conduce a
una creencia nos imponen una pausa. En el suspense de la incertidumbre,
trepamos metafóricamente a un árbol, tratamos de encontrar algún cartel a partir
del cual podamos obtener indicios adicionales y así, con una visión más amplia
de la situación, decidir cómo se relacionan los hechos unos con otros.

La regulación del pensamiento por su objetivo

La exigencia de solución de un estado de perplejidad es el factor orientador y


estabilizador de todo el proceso de reflexión. Allí donde no se trata de resolver un
problema o de superar una dificultad, las sugerencias se suceden al azar; en tal
caso, estamos ante el primer tipo de pensamiento descrito. Si la corriente de
sugerencias queda simplemente bajo el control de su coherencia emotiva, de su
agradable adaptación a una imagen o un relato en particular, estamos ante el
segundo tipo. Pero un interrogante al que hay que responder, una ambigüedad
11
que debemos despejar, nos imponen una finalidad y conducen la corriente de
ideas por un canal definido. Toda conclusión sugerida es puesta a prueba por sus
referencias con esta finalidad reguladora, por su pertinencia al problema en
cuestión. Esta necesidad de disipar una perplejidad también condiciona el tipo de
investigación que se emprenda. Un viajero cuya finalidad sea el sendero más
hermoso buscará signos de otra clase y someterá a prueba sugerencias sobre
una base muy distinta de la que utilizará si desea descubrir el camino hacia una
ciudad determinada. La naturaleza del problema determina la finalidad del
pensamiento, y la finalidad controla el proceso de pensar.

4. Resumen

Podríamos resumir diciendo que el origen del pensamiento se encuentra en una


perplejidad, una confusión, una duda. El pensamiento no es una cuestión de
combustión espontánea; no se produce sólo sobre «principios generales». Algo
debe provocado y evocado. Los llamamientos generales al pensamiento dirigidos
a un niño (o a un adulto), sin tener en cuenta si tiene experiencia directa de
alguna dificultad que lo inquiete y le turbe, son tan inútiles como aconsejarle que
salga adelante por su propio esfuerzo.

Dada una dificultad, el paso siguiente es la sugerencia de algún camino, esto es,
la elaboración de algún plan provisional o proyecto, la adopción de alguna teoría
que explique las peculiaridades en cuestión, la consideración de alguna solución
al problema. Los datos disponibles no pueden proporcionar la solución; sólo
pueden sugerida. Entonces, ¿cuáles son las fuentes de la sugerencia? Sin
ninguna duda, la experiencia anterior y un fondo de conocimiento adecuado a
disposición del sujeto. Si la persona ha conocido situaciones similares, si ha
tratado material del mismo tipo con anterioridad, seguramente surgirán
sugerencias más o menos idóneas y útiles. Pero a menos que haya tenido alguna
experiencia semejante, la confusión no se disipa. Aun cuando un niño -o un
adulto- tenga un problema, es completamente inútil urgirle a pensar cuando no
tiene experiencias anteriores que incluyan algunas de las condiciones presentes.

Sin embargo, puede existir un estado de perplejidad e incluso de experiencia


anterior del cual emanen sugerencias, sin que por ello el pensamiento tenga que
ser reflexivo, pues la persona puede no ser lo suficientemente crítica acerca de
las ideas que se le ocurren. Puede alcanzar una conclusión sin cuestionar los
fundamentos sobre los cuales se apoya; puede prolongar o abreviar
excesivamente el acto de caza, de indagación; puede aceptar la primera
«respuesta», o solución, que le venga a la cabeza, sea por pereza e indiferencia
mental, sea por impaciencia. Sólo se puede pensar reflexivamente cuando se
está dispuesto a soportar el suspense y proseguir con la fastidiosa búsqueda. A
muchas personas, tanto la suspensión del juicio como la búsqueda intelectual les
producen malestar, y quieren terminar con ellas lo antes posible. Por tanto,
cultivan un hábito mental superpositivo y dogmático, o tal vez sienten que la duda
puede considerarse como una prueba de inferioridad mental. Cuando el examen
12
y la prueba se convierten en investigación, precisamente entonces, aparecen las
diferencias entre pensamiento reflexivo y pensamiento defectuoso. Para ser
auténticos seres pensantes, debemos estar dispuestos a mantener y prolongar
ese estado de duda que constituye el estímulo de la investigación rigurosa, así
como a no aceptar ninguna idea ni realizar ninguna afirmación positiva de una
creencia hasta que no se hayan encontrado razones que la justifiquen.

Ejemplos de inferencia y de comprobación

En los capítulos anteriores hemos dado una explicación resumida de la


naturaleza del pensamiento reflexivo. Hemos enunciado algunas razones por las
que es necesario utilizar los medios educativos para asegurar su desarrollo y
hemos considerado los recursos intrínsecos, las dificultades y el propósito ulterior
de su adiestramiento educativo: la formación de la capacidad lógica y disciplinada
de pensar. Presentaremos ahora algunas descripciones de casos simples y
reales de pensamiento, escogidos de entre los apuntes de clase de los
estudiantes.

1. Ejemplos de actividad reflexiva

Hemos tenido repetidas ocasiones de advertir que hay circunstancias externas y


circunstancias internas que, hasta cierto punto, reclaman y orientan el
pensamiento de tipo reflexivo. Las necesidades prácticas de conexión con las
condiciones reales existentes, naturales y sociales, invocan y dirigen el
pensamiento. Comenzamos con un ejemplo de este tipo. También hemos
advertido que la curiosidad es un fuerte impulso desde dentro, y en
consecuencia, nuestro segundo ejemplo ha sido extraído de ese campo. Por
último, en una mente ya ejercitada en temas científicos, serán los problemas
científicos los que desencadenen la investigación.

Un caso de deliberación práctica

El otro día, cuando estaba yo en el centro, en la calle 16, me llamó la atención un


reloj. Vi que sus agujas marcaban las doce y media. Esto me sugirió que tenía
una cita a la una, en la calle 124. Pensé que, dado que llegar hasta allí me había
llevado una hora de viaje en autobús, si volvía de la misma manera era muy
probable que llegara con veinte minutos de retraso. Podía ahorrar veinte minutos
con el metro. Pero, ¿había cerca una estación? En caso negativo, perdería más
de veinte minutos buscando una. Luego pensé en el ferrocarril elevado, y vi que
había una línea a dos manzanas. Pero, ¿había estación? Si la estación estaba
varias manzanas más arriba o más abajo de donde yo me encontraba, perdería
tiempo en lugar de ganarlo. Mi mente volvió al metro, y pensé que éste era más
rápido que el ferrocarril elevado. Además, recordé que pasaba más cerca que
este último de la zona de la calle 124 a la que yo quería ir, de modo que, hechas
todas las cuentas, ahorraría tiempo. Concluí a favor del metro, y llegué a mi
destino a la una en punto.
13
Un caso de reflexión acerca de una observación

En proyección casi horizontal desde la cubierta superior del ferry en el que


diariamente cruzo el río, hay una vara blanca y larga con una bola dorada en el
extremo. Cuando la vi por primera vez, me pareció un mástil; el color, la forma y
la bola dorada apoyaban esta idea, razones que me parecieron buena
justificación de mi creencia. Pero pronto se presentaron las dificultades. La vara
estaba en posición casi horizontal, que es una posición extraña para un mástil; en
sus inmediaciones no había polea, anilla ni cuerda con la que fijar una bandera;
por último, en otros sitios había dos astas verticales en las que a veces se izaban
banderas. Parecía probable que la vara no tuviera la finalidad de servir como asta
de banderas.

Entonces traté de imaginar me todas las posibles finalidades de aquella vara, y


de considerar a cuál de ellas se adaptaba mejor: a) posiblemente se tratara de un
adorno, pero como todos los ferrys e incluso los remolcadores llevaban varas,
esta hipótesis fue eliminada; b) tal vez fuera la terminal de un telégrafo sin hilos;
pero las mismas consideraciones lo hicieron improbable. Además, el lugar más
natural para una terminal de esta naturaleza sería la parte superior de la
embarcación, sobre la cabina del piloto; e) podía ser que su finalidad fuese
señalar la dirección en la que la embarcación navegaba.

En apoyo de esta conclusión, descubrí que la vara estaba más baja que la cabina
del piloto, de modo que el timonel podía veda perfectamente. Además, el extremo
era más alto que la base, lo suficiente como para que, desde la posición del
piloto, pareciera proyectarse hacia afuera delante de la embarcación. Además, el
piloto, que estaba cerca de la proa de la embarcación, seguramente necesitaría
esa guía para seguir la dirección adecuada. También los remolcadores
necesitarían varas con ese fin. Esta hipótesis era mucho más probable que las
otras, así que la acepté. Saqué la conclusión de que la vara se había puesto con
el fin de señalar al piloto la dirección en la que la embarcación se movía, y
permitirle su correcta conducción.

Un caso de reflexión que implica un experimento

Al lavar vasos con agua caliente y jabón y colocados boca abajo en una bandeja,
observé que aparecían burbujas en el exterior de la boca de los vasos y luego se
metían adentro. ¿Por qué? La presencia de burbujas sugiere aire, que, según
advertí, debía proceder del interior del vaso. Noté que el agua jabonosa de la
bandeja impedía escapar el aire, salvo que quedara aprisionado en burbujas.
Pero, ¿por qué salía el aire del vaso? No había sustancia alguna que entrara
para obligarlo a ello. Debía expandirse. El aire se expande por aumento de calor
o de presión, o por ambas cosas al mismo tiempo. ¿Podía haberse calentado el
aire una vez estuviera el vaso fuera del agua caliente? Sin duda, no el aire que
ya estaba mezclado con el agua. Si la causa era el aire calentado, debía haber
entrado aire frío al pasar los vasos del agua a la bandeja. Traté de comprobar si
14
esta conjetura era verdadera sacando varios vasos más. Sacudí algunos para
asegurarme de que cogían aire frío en su interior. Saqué otros boca abajo para
impedir que entrara en ellos aire frío. En todos los del primer grupo aparecieron
burbujas en su parte externa; en el segundo grupo, ninguno. Mi deducción debía
ser correcta. Seguramente el aire del exterior se expandió a causa del calor del
vaso, lo cual explica la aparición de burbujas en el exterior.

Pero, ¿por qué entraban luego? El frío contrae. El vaso se enfriaba y también el
aire que contenía. La tensión desaparecía, y, en consecuencia, las burbujas
aparecían en el interior. Para estar seguro de ello, probé colocando un cubito de
hielo sobre el vaso mientras todavía se formaban burbujas en el exterior. Pronto
se invirtieron.

Los tres casos forman una serie

Estos tres casos han sido seleccionados a propósito para que formen una
serie desde el de reflexión más rudimentaria al más complicado. El primero
ejemplifica el tipo de pensamiento que realiza todo el mundo durante el
quehacer diario, en el cual, ni los datos ni la manera de tratarlo, escapan a
los límites de la experiencia cotidiana. El último ofrece un ejemplo en el que,
ni el problema ni la manera de solucionarlo podían habérsele ocurrido a nadie
que careciera de una cierta formación científica previa. El segundo caso
constituye una transición natural; su material se encuentra dentro de los
límites de la experiencia cotidiana, no especializada; pero el problema, en
lugar de estar directamente relacionado con el quehacer de la persona, surge
indirectamente de lo que hace en ese momento y da lugar a una suerte de
interés teórico e imparcial.

En el próximo capítulo daremos una explicación analítica de lo que los tres


casos tienen en común. Por ahora, comentamos cómo todos ellos
ejemplifican la naturaleza de la operación de inferencia que constituye el
corazón de toda acción inteligente, y, en segundo lugar, cómo el objetivo y el
resultado del pensamiento es en todos los casos la transformación de una
situación dudosa y desconcertante en una situación clara, esto es, determinada.

2. Inferencia hacia lo desconocido

Sin inferencia no hay pensamiento

En todos los casos de actividad reflexiva, una persona está ante una situación
dada, actual, a partir de la cual tiene que llegar a, o concluir, algo que no está
presente. Este proceso de llegar a una idea de lo que está ausente sobre la base
de lo que está a mano, es la inferencia. Lo presente lleva o transporta la mente a la
idea y, finalmente, a la aceptación de algo más. De la consideración de los
hechos establecidos de localización y hora del día, la persona del primer ejemplo
realiza una deducción relativa a la mejor manera de viajar a fin de llegar a tiempo
15
a una cita, que es un acontecimiento futuro y, en principio, incierto. A partir de
hechos observados y recordados, la segunda persona infiere el uso probable de
una vara. De la presencia de determinadas condiciones de las burbujas y de un
sólido conocimiento de hechos y principios físicos, la tercera persona deduce la
explicación o causa de un acontecimiento particular, previamente desconocido, a
saber, el movimiento del aire en forma de burbujas desde el exterior del vaso a su
interior.

La inferencia implica un salto

Toda inferencia, precisamente porque trasciende los hechos investigados y


conocidos, que o bien se dan en la observación, o bien son fruto de conocimien-
tos previos, implica un salto de lo conocido a lo desconocido. Implica un salto más
allá de lo dado y de lo preestablecido. Como ya hemos observado, 1 la inferencia
tiene lugar por o a través de la sugerencia que surge de todo cuanto se ve y se
recuerda. Ahora bien, mientras la sugerencia irrumpe en la mente, sus
características concretas dependen de la experiencia del sujeto, y ésta, a su vez,
del estado general de la cultura de la época. Por ejemplo, las sugerencias que
hoy en día se dan más comúnmente habrían resultado imposibles en una
mentalidad salvaje. En segundo lugar, las sugerencias dependen de las preferen-
cias, los deseos, los intereses e incluso el estado emotivo inmediato del sujeto.
La inevitabilidad de la sugerencia, la fuerza vital con que surge ante la mente, la
tendencia natural a aceptada siempre que sea plausible o los hechos no la
contradigan manifiestamente, indican la necesidad de controlar la sugerencia que
se ha convertido en la base de una inferencia en la que hay que creer.

Probar es verificar

Este control de la inferencia previa a la creencia, o en su nombre, constitu ye la


prueba. Probar algo quiere decir ante todo verificarlo. El huésped invitado a un
banquete de bodas se excusaba porque tenía que probar sus bueyes. Se dice
que las excepciones confirman (prueban) la regla. En efecto, tan extremos son
los ejemplos que proporcionan, que ponen con la máxima severidad a prueba su
aplicabilidad; así, si la regla supera esa prueba, no hay ya razón para dudar de
ella. Mientras no se ha probado una cosa, no se conoce su valor verdadero.
Hasta ese momento, muy 'bien puede tratarse de una mera pretensión o de una
simple baladronada. Pero lo que sale triunfante en una verificación o
comprobación alcanza ya un cierto prestigio; es aprobada porque se ha probado.
Su valor ha quedado claramente de manifiesto, patente, es decir, demostrado. Lo
mismo ocurre con las inferencias. El mero hecho de que la inferencia en general
sea una función inestimable no garantiza la corrección de ninguna inferencia
particular, ni constituye una ayuda para ella. Toda inferencia puede errar el
blanco; como hemos visto, siempre hay influencias suficientes para conducirla a
error. Lo importante es que toda inferencia sea una inferencia verificada; o -ya
que esto no es siempre posible- que distingamos entre creencias que descansan
en una evidencia comprobada experimentalmente y creencias que no, y estemos
16
en guardia respecto del tipo y grado de asentimiento o creencia justificados.

Dos tipos de comprobación

Los tres ejemplos manifiestan la presencia de operaciones de comprobación que


transforman en actividad reflexiva lo que de otra manera habría sido mero
pensamiento desarticulado. El examen revela que hay dos clases de
comprobación. Las inferencias sugeridas se comprueban en el pensamiento para
ver si los diferentes elementos de la sugerencia son coherentes entre sí. Y
también, una vez adoptado uno, se verifican mediante la acción para ver si las
consecuencias anticipadas en el pensamiento tienen lugar de hecho. Un buen
ejemplo de este segundo tipo de prueba se encuentra en el primero de los casos
citados, en el cual el razonamiento conducía a la conclusión de que la utilización
del metro permitiría al sujeto llegar a tiempo a su cita. El sujeto trató de
comprobar la idea actuando de acuerdo con ella, y el resultado, al hacer real lo
que se había inferido, la confirmó.

En el segundo caso, la comprobación por la acción sólo podía hacerse si el


sujeto se imaginaba a sí mismo en el sitio del piloto que se valía de la vara para
dirigir la embarcación. La comprobación de coherencia o consistencia salta aquí
a la vista. Las sugerencias de mástil, adorno y telégrafo sin hilos fueron todas
rechazadas porque, apenas se reflexionaba sobre ellas, se veía con claridad que
no se adaptaban a los elementos de los hechos observados. La idea de que la
vara se utilizaba para señalar la dirección del movimiento de la embarcación, por
el contrario, parecía de acuerdo con una cantidad de elementos importantes,
tales como a) la necesidad del piloto, b) la altura de la vara, c) las localizaciones
relativas de su base y su extremo.

En el tercer ejemplo se emplean ambos tipos de comprobación. Una vez


alcanzada la conclusión se actuó de acuerdo con ella mediante un experimento
adicional, no sólo imaginado, sino real. Se colocó un cubito de hielo sobre el vaso
y el comportamiento de las burbujas fue exactamente el que debían tener en
caso de que la inferencia fuese correcta. Por ende, ésta quedaba confirmada,
corroborada, comprobada. En el proceso tuvieron lugar otros actos de
comprobación mediante el uso de diferentes maneras de sacar los vasos del
agua. La comprobación de la solidez del pensamiento tuvo lugar mediante la
reflexión acerca de la naturaleza de la expansión en relación con el calor y
mediante el análisis de si los fenómenos observados concordaban con los
hechos que debieran desprenderse de este principio. Es obvio que el uso de
ambos métodos de comprobación de una deducción propuesta es mejor que el
de uno solo de ellos. Los dos métodos, sin embargo, no son distintos por
naturaleza. La comprobación mental de la consistencia implica actuar en la
imaginación. El otro modo lleva lo imaginado a la acción abierta y pública. La
verdadera inferencia se define ante todo como salto a una conclusión sugerida, y
en segundo lugar como comprobación de la sugerencia para determinar su
concordancia con las exigencias de la situación. El modelo original de la acción
17
reflexiva es el que proporciona los casos que implican una necesidad imperiosa
de hacer algo, y en los que el resultado de lo que se hace comprueba el valor del
pensamiento. A medida que se desarrolla la curiosidad intelectual, la conexión
con la acción abierta se vuelve indirecta e incidental. Sin embargo, persiste en la
imaginación, aunque sólo sea en ella.

3. El pensamiento pasa de una situación dudosa a una situación estable

Surge de una situación directamente vivida

El examen de los ejemplos mostrará que en cada caso el pensamiento surge de


una situación directamente vivida. Las personas no piensan en general; las ideas
no surgen de la nada. En un caso, un estudiante está ocupado en un lugar de la
ciudad y recuerda que tiene una cita en otro lugar. En el segundo caso, una
persona viaja en un ferry y comienza a pensar acerca de un detalle de
construcción de la embarcación. En el tercer caso, un estudiante con formación
científica previa está ocupado lavando platos. En cada caso, la naturaleza de la
situación tal como se la vive en realidad formula interrogantes y desencadena la
reflexión.

En este sentido no hay nada peculiar en los ejemplos que hemos dado.

Vaya el lector en busca de su propia experiencia y no encontrará ni un solo caso


en que el pensamiento haya partido de la nada. A veces, la cadena de
pensamientos lo habrá llevado tan lejos del punto de partida que le resultará
difícil volver hasta ese punto previo del cual surgió el pensamiento. Pero si sigue
el hilo lo suficiente, encontrará alguna situación directamente vivida, algo que ha
sucedido, que ha hecho o padecido, y no sólo algo en lo que ha pensado. Es
precisamente el carácter de esta situación primaria lo que ocasiona la reflexión.
No es que la reflexión nazca de ello, pero a ello se refiere retrospectivamente. Su
objetivo y su resultado son decididos por la situación de la cual surgió.

Es probable que las causas más frecuentes por las que la escuela no consigue
asegurar el pensamiento auténtico de los estudiantes es que no consigue
asegurar la existencia de una situación vivida y de tal naturaleza que estimule el
pensamiento del modo en que lo estimulan estas situaciones extraescolares. Un
maestro estaba preocupado porque sus alumnos, al tratar problemas aritméticos
de multiplicación con decimales, no acertaban a colocar correctamente la coma.
Los guarismos eran correctos, pero los valores, todos equivocados. Por ejemplo,
un estudiante podía decir 320,16; otro, 32, 016; y un tercero, 3201,60. Este
resultado muestra que, aunque los alumnos podían manejar correctamente las
cifras, no pensaban. Pues si hubieran usado el pensamiento, no habrían
presentado variaciones tan arbitrarias al manipular los valores implicados.
Consecuentemente, envió a los alumnos a una carpintería a comprar tablas para
usar en el taller de trabajo manual, tras haber convenido con el vendedor que
serían los niños quienes calcularían el coste de sus compras. Las operaciones
18
numéricas que debían realizar eran las mismas que las de los problemas del libro
de texto. No hubo ningún error en la colocación de la coma decimal. La situación
los indujo por sí misma a pensar y controlar los valores en cuestión. El contraste
entre el problema del libro de texto y las exigencias de la compra real en la
carpintería suministra un excelente ejemplo de la necesidad de una situación
auténtica a fin de inducir y orientar el pensamiento.

Se mueve hacia una situación estable

El examen de los tres casos también muestra que cada situación es, en cierto
modo, incierta, desconcertante, preocupante, aunque sólo fuera porque

19
Raíces históricas de la enseñanza reflexiva3

Kenneth M. Zeichner y Daniel P Liston

Para iniciar nuestra exploración de la enseñanza reflexiva, nos centraremos en


algunas de las contribuciones de John Dewey (1904/1965, 1933, 1938) para
promover la acción reflexiva de los maestros. Dewey, como filósofo educativo de
principios del siglo XX, hizo contribuciones fundamentales al pensamiento sobre
la educación. Fue uno de los primeros teóricos educativos en los Estados Unidos
que consideró a los maestros como profesionales reflexivos con la capacidad de
desempeñar papeles muy activos en el desarrollo de programas y en la reforma
educativa. La obra de Dewey fue el fundamento para el siguiente pensador que
tomaremos en cuenta, Donald Schon (1983, 1987) y su visión de la práctica
reflexiva. Schon ha escrito mucho sobre la práctica reflexiva y destaca sus usos
en áreas como la arquitectura y la medicina, entre otras. Tras haber estudiado las
contribuciones de Dewey y Schon, continuaremos con un análisis del trabajo
reciente en la literatura sobre la enseñanza reflexiva. Nuestro propósito no es
proporcionar un estudio exhaustivo de las concepciones sobre la reflexión, sino
ofrecer un punto de vista bien perfilado y defendible sobre la enseñanza reflexiva
y los aspectos que la distinguen de otras concepciones.

La contribución de Dewey: ¿qué es la enseñanza reflexiva?

Según Dewey, el proceso de reflexión empieza para los maestros cuando se


enfrentan con alguna dificultad, algún incidente problemático o una experiencia
que no se puede resolver de inmediato, lo que Hugh Munby y Tom Russell (1990)
califican como los acertijos de la práctica. Impulsados por una sensación de
incertidumbre o incomodidad, los maestros tratan de tomar distancia para
analizar sus experiencias. Como veremos, este "tomar distancia" ocurrirá ya sea
durante la acción o después de completarla.

Mucho de lo que Dewey decía a los maestros sobre el concepto de la enseñanza


reflexiva se puede encontrar en su libro Cómo pensamos (How we think, 1933)4 En
este libro, el autor hace una distinción importante entre la acción rutinaria y la
acción reflexiva. De acuerdo con él, la acción rutinaria está motivada
principalmente por la inercia, la tradición y la autoridad. Afirma que en toda
escuela existen una o más definiciones de la realidad que se asumen sin ser
cuestionadas y un "código colectivo" conforme al cual los problemas, metas y
medios para alcanzarlas son definidos de una manera específica (como suele

3
"Historical roots of reflective teaching", en Reflective Teaching. An lntroduction, Nueva Jersey,
Lawrence Erlbaum Associates, 1996, pp. 8-18. [Traducción realizada con fines didácticos, no de
lucro, para los alumnos de las escuelas normales.)
4
John Dewey, Cómo pensamos. Nueva exposición de la relación entre pensamiento reflexivo y proceso
educativo, Marco Aurelio Galmarini (trad.), Barcelona, Paidós (Cognición y desarrollo humano),
1989. [How we tl1ink, Lexington, Health and Company, 1933.]
20
decirse, "este es el modo de hacer las cosas en nuestra escuela"). Mientras los
eventos se desenvuelvan sin alguna alteración mayor, esa realidad se percibirá
como no problemática, lo que sirve de barrera para el reconocimiento y la
experimentación de posiciones alternativas.

Para Dewey, los maestros que son irreflexivos sobre su enseñanza con
frecuencia aceptan esta realidad cotidiana sin protestar en sus escuelas y se
dedican a encontrar los medios más efectivos y eficientes para resolver los
problemas que se les plantean a través de este código colectivo. Es frecuente
que estos maestros pierdan de vista el hecho de que su realidad cotidiana es
sólo una de muchas alternativas, una selección dentro de un universo más
grande de posibilidades. Asimismo, es común que pierdan de vista cuáles son los
propósitos y fines que motivan su trabajo, se conviertan en simples agentes de
los otros y se olviden de que hay más de una manera para delimitar cada
problema. Los maestros irreflexivos aprueban automáticamente el punto de vista
comúnmente aceptado sobre algún problema específico en una situación
determinada.

En la definición de Dewey, la acción reflexiva implica la consideración activa,


persistente y cuidadosa de cualquier creencia o práctica, tomando en cuenta las
razones que la sostienen y las consecuencias que puede tener a futuro. La
reflexión no consiste en una serie de pasos o procedimientos que serán utilizados
por los maestros, es más bien una forma holística de atender y responder a los
problemas, una forma de ser maestro. La acción reflexiva también es un proceso
que requiere de ir más allá de los procesos racionales y lógicos de resolución de
problemas. Involucra intuición, emoción y pasión y no es algo que se pueda
empaquetar ordenadamente como una serie de técnicas para que el maestro las
aplique (Greene, 1986).

Debe recalcarse este rasgo holístico. Muchos de nosotros nos adentramos en el


ámbito de la enseñanza porque tenemos ideas y sentimientos muy fuertes acerca
de cómo mejorar las condiciones del aprendizaje de los niños. Creemos que
podemos influir de forma importante en las vidas de nuestros estudiantes y
cuando reflexionamos sobre ello en nuestros salones de clases, tenemos que
aprender a escuchar y aceptar muchas fuentes del entendimiento. Necesitamos
utilizar de modo similar nuestras cabezas y corazones, nuestras capacidades de
razonamiento e intuiciones emocionales. El arte de enseñar cuenta con muchos
recursos y fuentes. No debemos descontar o limitar innecesariamente las
herramientas que sirven como fuentes y recursos de nuestra labor. En la acción
reflexiva, al contrario que en la rutinaria, se usan simultáneamente la razón y la
emoción. Para Dewey, hay tres actitudes básicas para esta acción: mente abierta,
responsabilidad y honestidad.

Mente abierta

La mente abierta implica tener un deseo activo de escuchar varios puntos de


21
vista, prestar atención a las alternativas y reconocer la posibilidad de estar
equivocado incluso en nuestras creencias más arraigadas. Los maestros que
tienen la mente abierta constantemente examinan las razones que fundamentan
lo que se toma como natural y correcto y se ocupan de buscar elementos que
demuestren lo contrario. Los profesores reflexivos se preguntan a sí mismos por
qué están haciendo lo que hacen.

Puede resultar útil comparar el concepto de mente abierta de Dewey con los
conceptos del sociólogo C. Wright Milis sobre las creencias y los creyentes. Milis
sostenía que hay tres tipos de creyentes: vulgares, sofisticados y críticos (Valli,
1993). Los creyentes vulgares no tienen interés en escuchar argumentos que se
opongan a lo que creen ni en analizar sus propias creencias, y en sus acciones
sólo se distinguen razonamientos prefabricados y estereotipados. Por su parte,
los creyentes sofisticados sí se interesan en conocer otros puntos de vista, pero
con el único fin de refutarlos; no se abren a la posibilidad de que su sistema de
creencias tenga fallas. Sin embargo, los creyentes críticos están dispuestos a
tomar el lugar de sus oponentes porque se dan cuenta de que todos los sistemas
de creencias tienen debilidades que se pueden fortalecer a través de la
confrontación con otras diferentes. El concepto de mente abierta de Dewey es
paralelo a la idea de los creyentes críticos de Milis. Una mente abierta acepta los
puntos fuertes y las limitaciones de las diferentes maneras de ver a los
estudiantes, al aprendizaje y a los métodos de enseñanza. Un individuo que esté
abierto, no intenta ser el portavoz de una y sólo una perspectiva y no se acerca a
otros puntos de vista con afán de argumentar. Por el contrario, este individuo
escucha y acepta las fortalezas y debilidades de sus propias perspectivas y de
las de los demás.

Responsabilidad

La segunda condición necesaria para la acción reflexiva, según Dewey, es una


actitud de responsabilidad que implica considerar con mucha atención las
consecuencias de cada acción. Los maestros responsables se preguntan por qué
actúan, de cierta manera, más allá de la pregunta inmediata (por ejemplo,
"¿funcionará esto?") y se preocupan por las formas en que funciona, por qué y
para quién está funcionando.

Esta actitud responsable requiere que se consideren al menos tres diferentes


tipos de consecuencias de la enseñanza de un maestro: a) personales: los
efectos de su enseñanza sobre los autoconceptos de los alumnos; b) académicas:
los efectos de su enseñanza sobre el desarrollo intelectual del estudiante, y e)
sociales y políticas: los efectos proyectados de sus enseñanzas en las
oportunidades para varios alumnos. (Si desea profundizar en estos tres últimos
puntos, véase Pollard y Tann, 1993).

La responsabilidad de la reflexión requiere que se examinen estos puntos y más.


No sólo se trata de contestar la superficial pregunta de si los objetivos de uno se
22
han cumplido. Es necesario reflexionar acerca de los resultados inesperados,
porque la enseñanza, incluso en condiciones óptimas, siempre tendrá resultados
esperados e inesperados. Los maestros reflexivos evalúan su enseñanza a
través de preguntas más amplias: "¿son buenos los resultados?, ¿para quién?,
¿de qué manera?"; y no solamente: "¿se han cumplido mis objetivos?".

Honestidad

Para Dewey, la honestidad es la tercera actitud necesaria para la reflexión. Al


decir honestidad, Dewey se refería a que la mente abierta y la responsabilidad
deben ser los componentes centrales de la vida profesional del maestro reflexivo.
Los maestros honestos examinan sus propias suposiciones y creencias de forma
periódica y evalúan los resultados de sus acciones mientras conservan la actitud
de que pueden aprender algo nuevo de cualquier situación. Como maestros,
continuamente buscan comprender su propia enseñanza y cómo ésta influye en
sus estudiantes. Hacen esfuerzos conscientes por apreciar las situaciones desde
diferentes perspectivas. Las actitudes de mente abierta, responsabilidad y
honestidad, combinadas con el dominio de las capacidades de investigación
como la observación y el análisis, definen para Dewey al maestro reflexivo. La
reflexión:

[ ... ] nos libera de la actividad meramente impulsiva y rutinaria [ ... ] nos permite
dirigir nuestras acciones con previsión y planear de acuerdo con las metas que
deseamos alcanzar tomando en consideración los propósitos de los cuales
estamos conscientes. Nos permite saber qué queremos lograr cuando actuamos
(Dewey, 1933, p. 17).

Sin embargo, saber qué buscamos al actuar no necesariamente logra que


siempre salgan bien las cosas, que involucremos y alcancemos a todos los
alumnos o que estemos llenos de intuiciones poco comunes sobre nosotros
mismos, nuestros estudiantes o la comunidad escolar. Los maestros reflexivos
son falibles. Los maestros reflexivos no son una especie de súper mujer o súper
hombre, simplemente están comprometidos por completo en la educación de
todos sus estudiantes y en la suya propia. Cuando se equivocan no son
demasiado duros consigo mismos. Siguen adelante. La disposición de una mente
abierta, responsabilidad y honestidad los empujan hacia un análisis que es a la
vez un apoyo y una crítica de sus capacidades como educadores.

 Como estudiante, ¿sería usted capaz de distinguir estas cualidades en sus


maestros? Como nuevo maestro o como estudiante practicante, ¿sería
usted capaz de distinguir estas cualidades en usted o en sus colegas?
 ¿De qué forma la organización de los salones de clases y las escuelas
contribuye a desalentar y lo alentar la reflexión de los maestros?

La reflexión y las presiones de enseñar

23
 Hay quienes señalan que la enseñanza es una tarea demasiado rigurosa y
compleja como para exigir a los maestros que sean muy reflexivos sobre su
trabajo. ¿Cuál es su opinión?

Las ideas de Dewey acerca del concepto de la enseñanza reflexiva pueden


parecer un poco idealistas y divorciadas de la realidad compleja e incierta del
trabajo docente. Después de todo, si se pudiera elegir, ¿quién no querría ser
considerado un maestro reflexivo? Pero, ¿y qué pasa cuando nos transportamos
al mundo del salón de clases donde las cosas son urgentes y complejas? Se ha
señalado con frecuencia que los salones de clases son medios donde las cosas
ocurren a gran velocidad y de forma impredecible, lo cual obliga al maestro a
tomar cientos de decisiones instantáneas al día. Además, hay restricciones
institucionales que aumentan la complejidad del trabajo del maestro, como la falta
de tiempo, la cantidad de alumnos por grupo y la presión por cubrir un programa
obligatorio y definido de forma muy general. Es común que se comente que los
docentes no tienen tiempo de reflexionar porque se ven obligados a responder
rápidamente en el ambiente acelerado y limitante de un aula.

¿Es ésta una crítica adecuada de la enseñanza reflexiva? A nosotros no nos lo


parece. Dewey no sugería que los maestros reflexivos reflexionaran sobre todo y
todo el tiempo. Obviamente no es adecuado, ni posible, que éstos tomen sólo
una actitud contemplativa; Dewey buscaba un equilibrio entre la reflexión y la
rutina, entre el pensamiento y la acción. Un poco de rutina es necesaria para que
nuestras vidas sean manejables. Sin rutina, sin algunas suposiciones seguras, no
seríamos capaces de actuar o de reaccionar. Necesitamos lograr algún tipo de
equilibrio entre la aceptación y la crítica de los supuestos y las rutinas que nos
guían cotidianamente. Dewey sostenía que es necesario que los maestros
busquen el balance entre la arrogancia que rechaza ciegamente lo que es
aceptado como verdad común y el servilismo que aprueba sin objetar. Para
Dewey, es ciego actuar sin cuestionar las verdades recibidas y es arrogan cia
cuestionar todo, durante todo el tiempo. De verdad es posible pensar las cosas
demasiado, como cuando una persona no puede llegar a una conclusión
definitiva y vaga sin rumbo entre la amplia gama de elecciones que le presenta
una situación. Por otra parte, afirmar que el mundo atareado y complejo del salón
de clases hace imposible la reflexión para los maestros, es distorsionar las ideas
de Dewey sobre la práctica reflexiva.

El punto principal en esto es: hasta qué grado, si es que así sucede, las
decisiones de los maestros están sobre todo dirigidas por otros, por inercia o por
convenciones, sin llegar a una decisión consciente de cuáles son las cosas
correctas que se deben hacer o, por otro lado, si se están haciendo cosas que se
quieren y se decidieron de forma consciente. Muchos seguidores de las ideas de
Dewey sobre los maestros como profesionales reflexivos, ven a éstos como
líderes educativos que pueden aprender de otros y a veces incluso aceptar su
dirección, pero que no dependen de quienes no están involucrados en el salón de
clases. El difunto Lawrence Stenhouse, del Reino Unido, describió esta tensión
24
entre la dirección externa e interna en la vida de los maestros de forma muy clara
y apoyó el tipo de acciones reflexivas que Dewey promovía:

Los buenos maestros son necesariamente autónomos en su juicio profesional.


No necesitan que se les indique qué hacer. No son profesional mente
dependientes de los investigadores o los superintendentes, de los innovadores o
los supervisores. Esto no significa que no estén abiertos a ideas generadas por
otras personas, en otros lugares o en otros momentos. Tampoco rechazan los
consejos, consultoría o apoyo. Sin embargo, saben que las ideas de la gente no
son muy útiles sino hasta que se digieren al punto en que el maestro puede
aplicar su propio juicio. En resumen, es la tarea de los educadores fuera del aula
servir a los maestros. Sólo ellos están en la posición de generar una buena
enseñanza (Ruddick y Hopkins, 1985, p. lo4).

 Piense en esto. ¿Está de acuerdo o en desacuerdo? ¿Qué implicaciones


específicas ve usted sobre su propia técnica de enseñanza en los puntos de
vista de Stenhouse?

Histórica y conceptualmente, Dewey proporciona las bases para nuestra


comprensión de la enseñanza reflexiva, sus ideas forman parte importante para
el entendimiento sobre este tipo de enseñanza. Las nociones de mente abierta,
responsabilidad y honestidad son los factores claves de un maestro reflexivo. No
obstante, si nos detuviéramos en la visión de Dewey no tendríamos una idea muy
detallada acerca de la reflexión. Dewey es útil porque sus puntos de vista nos
muestran la dirección correcta. Pero otros, especialmente Schon, han adoptado
la noción de la práctica reflexiva y nos han ayudado a definir cómo puede
utilizarse más claramente en nuestro trabajo diario.

Schon: "reflexión sobre la acción" y "reflexión en la acción"

Otro pensador importante en el movimiento de la práctica reflexiva es Donald


Schon, académico del Instituto Tecnológico de Massachussetts (HIT, por sus
siglas en inglés). En su multicitado libro, El profesional reflexivo (The Reffective
Practitioner, 1983),5 nos presenta una minuciosa crítica de la racionalidad técnica
que ha permeado la práctica profesional durante casi todo el siglo XX. No
queremos profundizar aquí en esta crítica, sino enfocarnos en su punto de vista
sobre la práctica reflexiva. Según Schon, la reflexión se puede ver desde dos
marcos temporales diferentes. En primer lugar, puede darse antes y después de
la acción, y la llamó reflexión sobre la acción. En la enseñanza, ésta se da antes de
la clase, cuando planeamos y pensamos en lo que impartiremos, y después de la
instrucción, al evaluar lo que ha ocurrido. La reflexión también puede darse
durante la acción. Con frecuencia, los profesionales se acercan de forma
reflexiva a la resolución de problemas, esto es, intentan definir/os y resolver/os
5
Donald A. Schon, El profesional reflexivo. Cómo piensan los profesionales cuando actúan, José Bayo
(trad.), Barcelona, Paidós, 1998. [Tlze Reflective Practitioner. How Profesionals Think in Action, Harper
Collins Publishers,1983.]
25
en el momento en que éstos surgen. Al enseñar, es frecuente toparnos con
alguna reacción o percepción inesperada de un alumno. En ese momento,
intentamos ajustar nuestra instrucción de manera que tome en cuenta esas
reacciones. Schon llamó a esto la reflexión en la acción. Según él, los profesionales
reflexivos reflexionan tanto "en" la acción como "sobre" la acción.

Estos conceptos acerca de la reflexión en y sobre la acción se basan en un punto


de vista sobre el conocimiento y el entendimiento de la teoría y la práctica que
son muy distintos a los tradicionales que han dominado el discurso educativo. En
la visión tradicional de la racionalidad técnica, existe una separación entre la
teoría y la práctica que debe resolverse de alguna forma. Aquí se presenta la
creencia de que las teorías se generan exclusivamente en las universidades y los
centros de investigación y que la práctica sólo se da en las escuelas. El trabajo
del maestro, según este punto de vista, es aplicar la teoría de la universidad en
su práctica en la escuela. Se da poco reconocimiento aquí al conocimiento que
está implícito en las prácticas del maestro, es decir, lo que Schon denominó el
conocimiento en la acción. Schon sostiene que la aplicación de la investigación
externa en el mundo de la práctica profesional no es muy útil para ayudar a los
profesionales a resolver los problemas importantes a los cuales se enfrentarán en
el diario batallar de su trabajo. Escribe:

En la variada topografía de la práctica profesional, existe un terreno alto y sólido


donde los profesionales pueden hacer uso efectivo de la teoría y la técnica
basadas en la investigación, y existe un terreno bajo y pantanoso donde las
situaciones son enredos muy confusos a los cuales no se les puede aplicar una
solución técnica. La dificultad es que los problemas de los terrenos altos,
independientemente de su gran interés técnico, suelen no ser importantes para
los clientes o la sociedad en general, mientras que lo que ocurre en el pantano
son los problemas que más conciernen a los seres humanos (Schon, 1983. p.
42).

 ¿Está usted de acuerdo con este comentario?


 ¿Cuáles son las implicaciones que este comentario tiene en las relaciones
de los maestros con la investigación educativa que se realiza en
universidades y centros de investigación?

Según Schon, hay acciones, formas de entender y juicios en relación con los
cuales saber cómo actuar espontáneamente. No tenemos que pensar antes o
durante la acción. Con frecuencia no estamos conscientes de cómo aprendimos
estas cosas. Simplemente las hacemos. Es común que no sepamos explicar este
conocimiento en la acción. Una de las formas en que se puede abordar la
enseñanza reflexiva es pensar en hacer más conscientes algunos de estos
conocimientos tácitos que con frecuencia no expresamos. Al hacerlos salir a la
superficie, los podemos criticar, examinar y mejorar. Un aspecto de la enseñanza
reflexiva y una forma de la teorización educativa es el proceso de articulación de
estos entendimientos tácitos que llevamos con nosotros y someterlos a críticas
26
(Elliot, 1991).

 ¿Cuáles son algunas de las cosas que usted hace de manera automática, sin
pensarlo, en el salón de clases?
 Si se acerca a usted un estudiante que está molesto con otro o que está
llorando y se siente mal sobre algo, ¿cuál es su primera reacción? ¿Qué otras
reacciones podría esperar? ¿Alguna vez ha reaccionado de manera diferente
ante los estudiantes (o sus padres) por razones de género, raza o condición
social?

Además del conocimiento en la acción que los maestros acumulan con el paso
de los años, también crean conocimiento de manera continua al pensar acerca
de la enseñanza y en el momento mismo de enseñar. Las estrategias que los
profesores utilizan en el salón de clases son la expresión de las teorías sobre las
formas de comprender los valores educativos. La práctica de cada maestro es el
resultado de una u otra teoría, reconocida o no. Los docentes están teorizando
todo el tiempo conforme se presentan los problemas en el salón de clases. Con
frecuencia, éstos surgen porque hay una especie de "brecha" entre lo que se
espera de una clase y los resultados reales. En muchos aspectos, la teoría
personal del maestro sobre por qué una tarea de lectura o de matemáticas
funcionó o no como estaba planeada, es tan teoría como las teorías públicas
generadas en las universidades sobre la enseñanza de la lectura.

 ¿Está usted de acuerdo con este punto de vista de la teoría educativa? ¿Por
qué o por qué no?
 ¿Qué ejemplo de una teoría educativa acerca de la enseñanza resulta de su
propia experiencia como maestro? ¿Cómo se relaciona con las teorías
públicas sobre este asunto que aparecen en la literatura educativa?

Definir y redefinir los problemas

Schon enfatiza la importancia de los profesionales reflexivos como maestros que


definen y redefinen los problemas con base en la información que han adquirido
a partir del medio ambiente en el que trabajan. De acuerdo con él, la reflexión en
la acción y la reflexión sobre la acción son los mecanismos que utilizan los
profesionales reflexivos para poder desarrollarse de forma continua y aprender
de sus propias experiencias. Schon sostiene que este proceso de reconstrucción
de experiencias a través de la reflexión implica el planteamiento de un problema
y su resolución, ya que en la vida real, como Schon (1983) mismo dice:

Los problemas no se presentan al profesional como algo dado. Deben construirse


a partir de los materiales de situaciones problemáticas que son confusas,
agobiantes e inciertas… Cuando se establece el problema, seleccionamos lo que
deseamos tratar como "cosas" en la situación, establecemos las Iimitantes de
atención que tendremos y le impondremos alguna coherencia que nos permita
decir qué está mal y en qué dirección se tiene que cambiar. El planteamiento de
27
problemas es un proceso en el cual, de manera interactiva, nombramos las cosas
que atenderemos y definimos el contexto en que las atenderemos (p. 40).

Según Schon, mientras los profesionales continúan reflexionando en y sobre la


acción y aprendiendo de la práctica, el proceso de reflexión pasa por las etapas
de apreciación, acción y reapreciación. Los profesionales interpretan y enmarcan
(aprecian) sus experiencias a través de los diferentes conjuntos de valores,
conocimientos, teorías y prácticas que ya han adquirido. Schon llama a estos
conjuntos los sistemas apreciativos. Más adelante, durante y/o después de sus
acciones, reinterpretan y redefinen la situación con base en su experiencia al
tratar de cambiarla. Cuando los maestros entran al proceso de redefinición, ven
sus experiencias desde una nueva perspectiva. Munby y Russell (1990)
describen la importancia de este proceso de la siguiente manera:

Al reinterpretar algo se describe el proceso conocido en el cual un evento que


nos ha puesto a pensar por un tiempo, repentinamente se "ve" desde otro punto
de vista y de una manera que sugiere un nuevo enfoque al problema. La
importancia de reinterpretar estriba en que coloca el problema en otra posición y
es frecuente que lo haga de una forma que no sea lógica y parece rebasar
nuestro control consciente (p. 116).

[ ... ] Un ejemplo de este proceso es Raquel, la persona que estaba estudiando


para maestra en una escuela primaria multicultural y quien primero calificó a seis
estudiantes como problemáticos. Después de pensarlo con más cuidado y de
comentario en su seminario semanal sobre enseñanza que enfatizaba la
dinámica racial y social de la situación en el salón de clases, Raquel empezó a
tomar en cuenta estas dinámicas y a redefinir su tarea como algo que
proporcionaba una instrucción cultural más relevante a su muy diverso grupo de
alumnos. De la misma manera, empezó a distinguir la importancia de ciertos
fenómenos, no se trataba simplemente de los estudiantes sino de características
del contexto inmediato y mediato. También empezó a ver la situación desde otro
punto de vista. Ya no tomaba el problema como simple mala conducta de los
estudiantes, sino que empezó a mirar la situación con conciencia de las
estrategias particulares que deberían ser apropiadas para cada tipo de niño.
Después evaluó su propio énfasis y el de su maestra asistente en la elección del
estudiante, con base en el proceso de redefinición propuesto en el artículo de
Lisa Delpit (1986). Como resultado pudo "ver" la situación desde otro punto de
vista. En vez de tomar el enfoque disciplinario que se centra exclusivamente en el
comportamiento del estudiante, pensó en otro enfoque que les facilitaría y
permitiría tener mejores opciones y uso de su tiempo. Para Raquel y otros
maestros reflexivos, el proceso de interpretar y definir nuestras experiencias de
enseñanza para después reinterpretarlas y redefinirlas es un elemento de crucial
importancia.

Como parte de este proceso de reinterpretar y redefinir se debe tener una actitud

28
que algunas personas han descrito como una concentración casi zen. 6Según
Robert Tremmel (1993), una de las principales cualidades de la noción de Schon
sobre la práctica reflexiva fue su énfasis en que los maestros deberían
entregarse a la acción del momento e investigar y ser artistas en el laboratorio de
la práctica, el salón de clases. Tremmel trazó paralelismos entre esta intensa
atención a la acción en la cual uno está involucrado y la práctica de budismo zen
de la concentración, que define como la capacidad de "prestar atención al aquí y
al ahora y dedicar nuestra completa conciencia y concentración al momento
presente" (p. 443). Tremmel sostiene que aprender el arte de prestar atención, no
sólo a lo que pasa a nuestro alrededor sino también dentro de uno mismo, es un
elemento necesario de la concentración y una parte importante de la enseñanza
reflexiva. Asimismo, sugiere que la concentración es un elemento esencial para el
procedimiento de plantear y/o redefinir procesos.

6
Se refiere a una variante del pensamiento budista.
29
LA RELACIÓN ENTRE LA REFLEXIÓN Y LA ACCIÓN

Van Manem, Max (1998), “La relación entre la reflexión y la acción”, en El tacto
en la enseñanza. El significado de la sensibilidad pedagógica, Barcelona,
Paidós (Paidós educador), pp. 111-135

En general, solemos distinguir entre la acción y la reflexión. Es


importante tener en cuenta la diferencia entre estar activamente
comprometido en la enseñanza de los niños y retirarse a reflexionar
sobre las situaciones pasadas, presentes o futuras. La reflexión es
posible en esos momentos en que somos capaces de recapacitar sobre
nuestras experiencias, sobre lo que hemos hecho o lo que deberíamos
haber hecho, o sobre cuál va a ser nuestra actuación a continuación.

La reflexión es un concepto fundamental en la teoría educativa y en


cierto sentido es sólo un sinónimo de «pensar>. Reflexionar es pensar.
Pero la reflexión en el terreno educativo conlleva una connotación de
deliberación, de hacer elecciones, de tomar decisiones sobre las
diferentes alternativas de actuación. Es lo que ocurre en las frases del
tipo de «enseñanza reflexiva», «práctica reflexiva crítica», <<la reflexión
durante la acción», etcétera. Normalmente, los formadores de futuros
profesores tratan de imprimir a los profesores que empiezan la idea de
que los profesores buenos son los profesores reflexivos; se les enseña
cómo adoptar una postura reflexiva en la práctica. Sin embargo, no se
les suele enseñar que en la vida cotidiana del trato con niños apenas
hay oportunidad para la reflexión, y de esto no tienen la culpa ni los
profesores ni ninguna otra persona. Más bien es una característica
inherente al hecho de vivir juntos en interacción constante, lo que no
permite a los profesores reflexionar críticamente sobre lo que están
haciendo mientras están enseñando. Pero todavía más problemático es
el hecho de que apenas haya oportunidad de reflexionar
concienzudamente con los compañeros sobre la práctica y el significado
de las experiencias pedagógicas. Uno de los desafíos de la profesión de
enseñante es intentar crear esos espacios y oportunidades. Lo cual, en
parte, es un tema de política profesional.

Estas consideraciones nos llevan a hacer una distinción inmediata entre


la reflexión sobre las experiencias y la reflexión sobre las condiciones
que conforman nuestras experiencias pedagógicas. Huelga decir que en
realidad todos los profesores (y los padres también) experimentan en
sus vidas restricciones que con frecuencia parecen dificultar una
influencia significativa sobre los niños o los jóvenes por parte de quie -
nes se sienten responsables desde un punto de vista pedagógico. Mu-
30
chas de estos impedimentos tienen que ver con factores políticos o
institucionales que operan en la vida de la gente. Por ejemplo, una preo -
cupación normal entre los profesores es que las escuelas modernas
tienden a funcionar como los negocios, a llenarse de mediciones del tipo
de «rendimiento de la producción», «cifras de producción», «aumento de
índices de éxito planificado», «efectividad del profesorado», «resultados
de los exámenes objetivos». En consecuencia, la capacidad y la
inclinación de los profesores a reflexionar sobre la naturaleza pe-
dagógica de sus vidas con los estudiantes se atrofia por la cosificación y
las condiciones alienante s en que tienen que trabajar.

En el intento por parte de la administración educativa de mantener los


procesos de instrucción bajo un control cada vez más burocrático y
centralizado, las áreas de los profesores se han ido «racionalizando». El
resultado es que el profesor como profesional ha perdido
progresivamente su capacidad a medida que el currículo se ha vuelto
más prescriptivo y dictado por un control centralizado y que el cuidado
pedagógico de los alumnos se ha fragmentado «<racionalizado») y
dejado en manos de los profesores de refuerzo, los psicólogos, los
consejeros y los administradores de la escuela, muchos de los cuales
apenas tienen contacto con los alumnos, de forma que casi no sirven de
ayuda de forma continua. Como se espera del profesor que trate su
trabajo de enseñar de forma cada vez más técnica, el profesor cada vez
es menos capaz de reflexionar sobre el significado, la finalidad y la
importancia de las experiencias educativas de los estudiantes para
quienes, supuestamente, están pensados la escuela y el currículo.

Últimamente, los teóricos de la educación sugieren que cualquier


situación en la que se puede actuar pedagógicamente está cargada de
teoría. Como vivimos en una sociedad científicamente avanzada, nues-
tra experiencia cotidiana está marcada por los elementos teóricos. Se-
gún éstos, podemos diferenciar entre los diferentes niveles o grados de
reflexión sistemática, algunos de los cuales se entremezclan entre sí. En
primer lugar, existe la reflexión y la acción cotidiana, en parte habituada
y en parte rutinaria, en parte compuesta de racionalidad intuitiva,
prerreflexiva y semirreflexiva. Éste es el nivel de reflexión y actuación dé
sentido común en la vida ordinaria. En segundo lugar, reflexionamos de
forma incidental y limitada sobre nuestras experiencias prácticas en la
vida cotidiana. En este nivel verbalizamos nuestra experiencia y damos
cuenta de nuestras acciones: contamos incidentes, historias,
formulamos, de modo empírico, principios prácticos, qué hacer y qué no,
e ideas limitadas. En tercer lugar, reflexionamos de manera más
sistemática y de una forma más continuada sobre nuestra experiencia.
La experiencia de los demás con el propósito de desarrollar
comprensiones teóricas e ideas críticas sobre nuestras acciones
cotidianas. En este nivel podemos utilizar las teorías existentes para
31
darles un mayor sentido a estos fenómenos. En cuarto lugar, re-
flexionamos sobre la forma en que reflexionamos, sobre la forma en que
teorizamos para llegar a una comprensión más autorreflexiva de la
naturaleza del conocimiento, y para saber cómo funciona este co-
nocimiento y cómo puede aplicarse a la comprensión activa de nuestra
acción práctica. Es importante para los educadores, no sólo actuar de
manera más reflexiva y concienzuda, sino también entender la na-
turaleza y la importancia de las experiencias reflexivas y de los tipos de
conocimiento que emplean.

Naturalmente, la reflexión también es una experiencia. Algunas re-


flexiones están orientadas a una acción futura (reflexión anticipativa o
preactiva); algunas son reflexiones sobre experiencias pasadas
(reflexión recordatoria o retroactiva). Pero, en cualquier caso, la
reflexión es una forma de la experiencia humana que nos distancia de
las situaciones para poder considerar los significados y la importancia
inherente a esas experiencias. Al reflexionar sobre una experiencia
experimento la comprensión y la apropiación de los significados
inherentes a esa experiencia. Inevitablemente, los momentos reflexivos
de la vida implican un retirarse momentáneamente o salirse del
compromiso inmediato que tenemos con el mundo. «Cuando hay
reflexión, hay suspense», dijo Dewey.7 Cuando reflexionamos,
suspendemos nuestro compromiso inmediato a favor de una actitud
más contemplativa. Y, por supuesto, un tipo de reflexión más activo o
interactivo sucede en la mitad de la vida, como cuando nos paramos a
pensar mientras estamos haciendo algo. Todas estas formas de
reflexión regularmente componen la vida que vivimos con los niños:

l. La reflexión anticipativa nos permite deliberar sobre las posibles


alternativas, decidir sobre las acciones a llevar a cabo, planificar las
cosas que tenemos que hacer y anticipar las experiencias que nosotros
o los demás podemos tener como resultado de los acontecimientos
previstos o de nuestras acciones planificadas. La reflexión anticipativa
nos ayuda a afrontar las situaciones y a las otras personas de una
forma organizada, preparada y con unas decisiones previas tomadas.

2. La reflexión activa o interactiva, a veces denominada reflexión en


acción, nos permite aceptar la situación o el problema con el que nos
vamos a enfrentar inmediatamente. Esta reflexión del tipo de pararse y
pensar nos permite tomar decisiones prácticamente sin pensarlas.

3. Existe también una experiencia común compuesta del propio


momento pedagógico interactivo, caracterizada por un tipo diferente de
7
Véase John Dewey (191611973), «Experience and thinking», en J. Dewey (comp.)
(1973), The Philusoplzy O(JUh/l Dell'ey, J. J. McDermotl, Nueva York, G. P. Pulnam's Sons.
pag.502
32
reflexividad: una cierta conciencia. Es esta conciencia la que diferencia
la interacción de los pedagogos que actúan con tacto, de otras formas
de actuación que hemos descrito anteriormente. Mientras estamos
interactuando (hablando, gesticulando, escuchando, trabajando) con
las personas, generalmente no tenemos tiempo ni ocasión de
reflexionar sobre nuestra experiencia de lo que está ocurriendo. Muy
probablemente, la mayor parte de las interacciones pedagógicas con
niños se compongan de una sucesión apresurada y constante de
situaciones y circunstancias pedagógicas. En la inmediatez de nuestras
acciones, la reflexión no ocurre en momentos de acción interrumpida
del tipo de pararse y pensar, ni tampoco ocurre paralelamente a la
acción. Dicho de otra forma, la acción instantánea generalmente no es
producida por la reflexión. Sin embargo, esta experiencia interactiva o
la propia «prisa» puede ser consciente.

4. La reflexión sobre los recuerdos nos ayuda a dar sentido a las


experiencias pasadas y, de esta forma, conseguir perspectivas sobre el
significado de las experiencias que tenemos con los niños. Como
resultado de esta reflexión sobre los recuerdos podemos convertirnos
en profesionales más experimentados como profesores o como padres,
porque nuestras vidas se han enriquecido mediante las experiencias
reflexivas que nos han proporcionado una nueva y más profunda
comprensión.

La reflexión antes de la acción

Existen al menos dos tipos, aunque relacionados entre sí, de reflexión


anticipativa en que se involucran los profesores. Por una parte, existe la
reflexión antes de tratar las situaciones pedagógicas. Por ejemplo, un
estudiante, Len, se está enfrentando a la profesora de una forma que
se está convirtiendo en un problema recurrente. La profesora no está
segura sobre qué hacer ante este tipo de conflictos. Intenta tratar de
imaginarse cómo es esta situación desde el punto de vista de Len. Tras
mantener una charla con él después de clase parece que han llegado a
un entendimiento. Pero, en clase, Len parece que se convierte en una
persona diferente. No deja de interrumpir durante las actividades de
clase y hace que las discusiones entre los diferentes grupos de
alumnos resulten imposibles. La profesora habla con algunos de sus
compañeros para que traten de entender al chico. También llama por
teléfono a la madre de Len para ver si puede obtener alguna idea o si
es posible que se respalde desde casa el hecho de que Len se vuelva
más participativo y aumente su interés por la escuela. La profesora
tiene que decidir cuáles van a ser las acciones más adecuadas para
Len. En otras palabras, la profesora pone en marcha una reflexión
pedagógica anticipativa respecto a cómo debe actuar con Len al día
siguiente.
33
Aquí tenemos otro ejemplo: una madre llamó anoche por teléfono
diciendo que Dorothy no se encuentra bien y que no quiere ir a la
escuela, pero no está segura de si su enfermedad es real o imaginaria.
Sabe que Dorothy estaba triste estos días porque cree que ya nadie
quiere jugar con ella en la escuela. Dorothy cree que hay algunos
niños detrás de este ostracismo general. La profesora le promete
enterarse de lo que ocurre. La situación plantea a la profesora una
serie de acciones alternativas posibles. ¿Debe hablar con Dorothy y
sugerirle que intente hablar abiertamente sobre sus sentimientos con
sus mejores amigas? (¿Será Dorothy capaz de aceptar y hacer esto?
¿Se mostrarán sus amigas receptivas si así lo hace?) ¿Debe hablar
confidencialmente con algunas de sus amigas y tratar de hacerles
entender los sentimientos de Dorothy? (¿Lo entenderán las niñas?
¿Sentirán remordimientos por no haberse mostrado más sensibles con
Dorothy?) ¿O debe la profesora hablar a la clase en general e invitar a
los que lo deseen a contactar con Dorothy? (¿Existe el peligro de que
esto suponga centrar la atención demasiado en el caso de Dorothy?)
¿Debe la profesora tratar de tomar una ruta más indirecta y leer en
clase una historia sobre la amistad y sobre lo que supone sentirse
rechazado? (¿Detectarán los niños que se está intentando referirse a
ellos?) ¿Debería poner el nombre de Dorothy como «estudiante de la
semana», sobre quien los demás niños de la clase escribirán cosas
«agradables»? (¿Podría esto ocasionar el efecto contrario si los
demás niños se burlan de Dorothy?) ¿O debería preguntarle a la
propia Dorothy si sabe de qué forma podría reconciliarse con sus
compañeros? (¿Le molestaría la intervención de la profesora?) Este
tipo de reflexión anticipativa se refiere a esos momentos en que
tenemos que serenarnos y decidir cómo vamos a tratar desde un
punto de vista pedagógico las situaciones de desafío, difíciles o liosas.

Por otra parte, existe la reflexión más sistemática de la planificación de


clases. La planificación es un ejercicio sobre la consideración
anticipativa sistemática. Al planificar, podemos diseñar columnas que
muestren cómo vamos a cubrir la materia de nuestra asignatura. Nos
imaginamos cómo atravesaremos el paisaje del aprendizaje: esto
primero, después lo otro, más tarde las cosas más complejas,
etcétera. Por experiencia sabemos que la planificación y programación
de las clases es más eficaz en las cuestiones de hecho: esta tarea de
lectura, esas preguntas para estudiar, este ejercicio de revisión, las
pruebas. Tratamos de imaginarnos cómo pueden responder los
alumnos al itinerario del curso. ¿Dónde habrá que parar para
descansar? ¿Dónde habrá que parar para valorar lo que han
aprendido?

Mirar hacia delante y planificar las clases y decidir cómo actuar en las
situaciones pedagógicas es una condición sine qua non para una
34
buena enseñanza. Los profesores que no programen sus clases con
antelación no estarán preparados para enseñar. Mediante la planifica-
ción, la consideración de las cosas con antelación, nos colocamos an-
te los niños en situación de disponibilidad de forma significativa. La
ausencia de planificación no resulta práctica. Pero también tenemos
que ver las curiosas consecuencias que surgen de la planificación
cuando el programa planificado se hace demasiado fijo, demasiado in-
flexible, demasiado prescriptivo para la convivencia con niños. Porque
una programación inflexible puede congelar el grueso del conocimiento
que, de no ser así, sería algo dinámico, vibrante y vivo. 44 Este tipo de
planificación tiende a reducir a un esquema lo que de otra forma sería
una asignatura rica y multifacética.

Una de las características inherentes a la planificación es, en cierto


sentido, la conversión de las asignaturas en objetos. Incluso los niños
para los que se programa se convierten en objetos cuyo comporta-
miento y respuestas se toman en consideración desde una perspectiva
más manipuladora y predictora. Incluso el propio programador puede
convertirse en un elemento objetivo del plan o del programa. Cuando
planifico deliberadamente hacia el futuro, yo mismo me proyecto. Por
ejemplo, planeo contar una historia como parte de una clase de ciencias
y en esta consideración anticipativa me vuelvo consciente de lo que
vaya ser, un contador de historias. Y, sin embargo, cuando escri bo mi
comportamiento para la lección del proyecto de ciencias y planifico qué
decir y hacer, me quito parte de mi propia subjetividad y de mi relación
inmediata y activa con el mundo.

Una vez diseñado el plan o el programa, antes o después, se debe


poner en práctica. En un sentido, mi planificación para una situación
pedagógica particular se convierte en un compromiso, una tensión
personificada, que, en cierta forma, me orienta hacia esta situación. Por
ejemplo, si programo contar una historia sobre un científico, entonces
proyecto un cierto clima a esta situación futura. De esta forma me
preparo para la situación en la que tengo que actuar como profesor. Si
puedo mantener la cualidad de la intención y el clima del plan, esto me
permite estar preparado casi para cualquier cosa: el humor de los
alumnos, sus preguntas y todo lo demás.

Pero existe un peligro en la naturaleza deliberadora de la planifi cación.


Las programaciones de clases que intentan fijar totalmente la situación
futura me roban la libertad necesaria para permanecer abierto a los
momentos pedagógicos que puedan surgir de esa situación. Cuando la
planificación se hace demasiado fija, las interacciones de los adultos
con los niños corren el peligro de perder la espontaneidad y la
transparencia que caracterizan una gran parte de la interacción humana
cotidiana. La acción planificada puede convertirse en acción escrita.
35
Incluso aunque en las situaciones reales las programaciones rara vez
se siguen al pie de la letra, algunos profesores tratan de mantenerse
apegados a su planificación de clases como si fueran reglas de hierro.

Es necesario darse cuenta de que cuando planificamos cuidadosa-


mente una cierta situación experimentamos esta planificación como una
elección y un compromiso que se apodera de nosotros y que se ac-
tualiza una vez que estamos en la situación para la cual se había hecho
la planificación. Ésta puede ser la razón de que una clase planificada
que tenemos que repetir en otro grupo en el mismo día resulte a me-
nudo menos animada, menos inspirada que la primera. Para que la
clase vaya bien tenemos que aferrarnos al ambiente que la planificación
original generó en una imaginación anticipativa. Además debería quedar
claro que, si enseñamos con la programación de otra persona, puede
que no estemos tan bien predispuestos como cuando hacemos nuestra
propia programación de clase. La verdadera programación de clases
siempre implica este sentido experiencial del compromiso y la
orientación que se apodera de nosotros y que se suelta una vez que he-
mos llevado a cabo la actividad planificada. 45 Si simplemente seguimos
la programación de otra persona, nos convertimos en meros ejecutores
o técnicos de una serie de comportamientos externamente
determinados.

Naturalmente, existen grados o niveles de reflexión anticipativa que


pueden ir desde el repaso poco controlado a las estructuras y se -
cuencias cuidadosamente planificadas. Además, existe un tipo de re-
flexión anticipativa que tiene más que ver con una perspectiva filosófica
total o con un programa educativo amplio que uno va adoptando con el
curso del tiempo. Por ejemplo, cuando adopto un enfoque in-
dividualizado para la enseñanza, entonces me estoy preparando si-
tuaciones pedagógicas que serán muy diferentes en ciertos aspectos
importantes respecto de un enfoque basado en la enseñanza o el
aprendizaje en grupo.

La reflexión durante la acción

Una respuesta a la crítica del profesor como mero ejecutor de una


programación preespecificada de un programa curricular ha sido la
noción del profesor como "profesional reflexivo». Postula que el proceso
interactivo de enseñar es esencialmente una práctica reflexiva. Según
esta idea, el profesor es un profesional que opera dentro de un dominio
(la empresa educativa o pedagógica) igual que otros profesionales lo
hacen en los dominios de la medicina o de la ingeniería.

36
Se ha dicho que el profesional reflexivo es el profesional que reflexiona
en acción mediante la toma de decisiones. En esta toma de decisiones
se le considera guiado por los principios teóricos y prácticos de su
disciplina aunque estos principios pueden estar operando de forma más
o menos tácita. Por consiguiente, algunas de las teorías del profesor
como profesional reflexivo intentan ser sensibles a las características
intuitivas, dinámicas y no racionales del acto de enseñar. Recalcan que
no deberíamos reducir el acto de enseñar a un modelo simple teórico-
práctico de la acción humana. Enseñar no es un proceso de producción
técnico, con inputs, tratamientos v producciones. Sin embargo, la
mayoría de modelos finalmente parecen ofrecer una lógica reconstruida
del momento interactivo de enseñar que parece sorprendentemente
similar al proceso de deliberación racional o de la toma de decisiones.
¿Cómo de precisa es la imagen del profesional reflexivo comparando,
por ejemplo, el médico de cabecera con el profesor de escuela?

Le explico mis dolores al médico. He experimentado una sensación de


parálisis en mi brazo derecho. Aunque ya puedo volver a utilizar el brazo
desde hace unas semanas, todavía sufro síntomas extraños que me
producen ansiedad: debilidad, rigidez en los músculos y tendones,
sensación de cosquilleo en los dedos, y algo de dolor. Todavía no puedo
utilizar los dedos con normalidad y siento molestias al escribir. El médico
escucha y anota algunas cosas. Me hace unas cuantas preguntas y
examina mi brazo. Luego se vuelve a sentar y, mientras espero sus
sugerencias en silencio, me doy cuenta de que el médico está dibujando
columnas en un papel. Ha trazado rápidamente unas líneas verticales y
rellena las columnas con términos médicos. Me siento. Evidentemente,
el doctor está reflexionando sobre cómo tratar mis dolencias y qué línea
de actuación conviene seguir. Espero un poco más y me aclaro la
garganta. Le pregunto al médico qué es lo que está dibujando y
escribiendo en su bloc de notas. El médico me indica que en la primera
columna ha anotado los síntomas que le he indicado: debilidad del
brazo, palpitaciones del corazón, pérdida de sensaciones. En la
segunda columna ha conectado los diferentes síntomas con las posibles
enfermedades. En la tercera columna ha escrito las pruebas que
comprobarían la probabilidad de los diferentes diagnósticos posibles. En
la cuarta columna, ha hecho una lista de los tratamientos que debe
sugerir en el caso de que las pruebas resulten positivas. Según me ex-
plica, está tratando de encontrar el diagnóstico más plausible y así poder
decidir con qué pruebas tiene que empezar. Mientras el doctor rellena un
impreso para alguna prueba de laboratorio, se me ocurre que este
doctor me acaba de mostrar una imagen concreta y activa del pro-
fesional reflexivo en funcionamiento. En la práctica de este profesional
de la medicina hay momentos evidentemente de reflexión separada, de
deliberación sobre las posibles alternativas, para decidir sobre qué
actuaciones conviene llevar a cabo, y luego actuar en consecuencia.
37
Éstos son componentes de una forma reflexiva de actuar, que se
pueden considerar como una clase de «deliberaciones para tomar una
decisión». Los médicos experimentados competentes suelen desarrollar
un ojo clínico perceptivo e intuitivo en la detección de enfermedades.
Para estos doctores el proceso de reflexión se absorbe y se convierte
en una competencia más tácita e intuitiva 8 que se muestra en la
inmediatez de la actuación en la situación médica. Pero incluso este
proceso más tácito de reflexión en acción está condicionada por un
comportamiento de resolución de problemas basado en la ciencia mé-
dica9

¿En qué son comparables esta imagen de la experiencia del profesional


reflexivo, del médico con sus pacientes, y del profesor con sus
alumnos? En el ejemplo de arriba, el médico es un resolutor de
problemas que utiliza su conocimiento médico del cuerpo y de sus
enfermedades para ayudar a que el paciente se recupere y recobre su
estado de salud. ¿Es el profesor o el padre un resolutor de problemas
en el mismo sentido? Algunas veces sí. Evidentemente, los profesores
están comprometidos en una amplia variedad de prácticas. Algunas
veces el profesor trata de resolver problemas tales como repartir unos
recursos materiales insuficientes entre un extenso grupo de estudiantes.
A veces, el profesor prepara y planifica clases, tareas o pruebas. Otras
veces, está implicado en secuencias de enseñanza habituales o
rutinarias. Periódicamente, tiene reuniones con los padres o con las
personas de refuerzo para discutir el progreso o las necesidades
especiales de algunos de sus alumnos. Apenas hay duda de que
cuando un profesor (o un especialista en enseñanza como, por ejemplo,
un consultor de lectura) hace un trabajo de diagnosis con un niño
concreto que parece tener una dificultad específica, como, por ejemplo,
la lectura, este proceso diagnóstico puede mostrar marcadas similitudes
con la práctica del médico de cabecera. De hecho, el problema de la
lectura puede a veces tener una base fisiológica. Por consiguiente, el
especialista en lectura puede implicarse en un proceso de práctica
reflexiva (deliberativa). Sin embargo, aquí no queremos tratar
fundamentalmente las situaciones de diagnosis especializada. Ni
tampoco queremos hablar fundamentalmente de la enseñanza en los
casos en que las rutinas y los hábitos gobiernan el proceso. Más bien,

8
Véase el capitulo 8. «La estructura del tacto de la acción solícita».
9
Por supuesto, las situaciones son también a menudo normativas (morales). Sin
embargo, la cuestión de realizar una amputación de una pierna gangrenada. por ejem-
plo, es una decisión puramente médica para el especialista, en la medida en que el
especialista debe saber qué procedimientos alternativos existen y qué consecuencias o
posibles riesgos conlleva la decisión de amputar la parte enferma de un miembro. Las
dimensiones normativas o morales de las decisiones médicas. generalmente, tienen
que ver con consideraciones en las que también pueden participar personas no
especialistas en medicina, como, por ejemplo, si merece la pena vivir con un miembro
amputado.
38
nos interesa especialmente la realidad interactiva del momento o de la
situación pedagógica. En realidad, la parte menos comprendida en las
teorías educativas es la actuación inmediata, durante el proceso, en el
flujo constante de los momentos pedagógicos.

La situación que mejor refleja la práctica reflexiva de la situación médica


del doctor y el paciente es la situación pedagógica del profesor y el
alumno. Pero, al contrario que el médico, el pedagogo parece menos
implicado en la reflexión de resolución del problema que en reflexionar
sobre el significado pedagógico o la importancia de ciertas experiencias.
Los problemas buscan soluciones, conocimiento «correcto»,
procedimientos eficaces, estrategias de solución, técnicas o métodos
productivos que den resultados. Cuando consulto al doctor sobre una
dolencia física, tengo un problema que espero que el médico pueda
resolver y rectificar.

Pero los problemas de la enseñanza rara vez son «problemas» en este


sentido. Más bien, los profesores tratan con situaciones, apuros,
posibilidades y dificultades. Las situaciones y los apuros se deben mane-
jar de la mejor forma posible, y es preciso detectar y tratar las
posibilidades y las dificultades. En última instancia, los apuros y las
dificultades constituyen «problemas de significado», o más bien
cuestiones de significado. Por ejemplo, si un niño es «difícil» o
experimenta· «dificultad» (lo que a menudo significa una cosa diferente),
rara vez se puede resolver o eliminar la dificultad. Tengo que
preguntarme cuál es el significado de esta dificultad para el niño, y cuál
es la significación pedagógica de ésta para mí como profesor. Las
preguntas de significado no se pueden «resolver» y eliminar enseguida y
para siempre. Son pocos los problemas pedagógicos que se pueden
erradicar en el momento o para el día siguiente. Lo que en realidad hay
que hacer es aprender a seguir adelante y a continuar-conviviendo con
estas situaciones de la mejor manera que podamos.

Las cuestiones de significado pedagógico son profundamente


normativas10 es preciso comprender mejor y más profundamente las
cuestiones que tratan del significado de las experiencias, de manera que
sobre la base de su entendimiento se pueda ser capaz de actuar con
más solicitud y tacto en ésta y en futuras situaciones. Pero los
problemas pedagógicos (cuestiones, apuros, dificultades) nunca se
pueden cerrar. Siempre continúan siendo el tema de conversación.
10
Es fascinante cÓmo algunos de los modelos dominantes de la «enseñanza reflexiva»
o la «enseñanza como reflexión en acción» concluyen de manera sospechosamente
similar al proceso de la propia investigación científica, completa, con «rigor en el
experimento en cuestión», «haciendo hipótesis» y «comprobándolas». Véase, por
ejemplo, D. A. Schón (1983), The reflcctil'e prac¡iticmer: HOl" professio/l(¡ls chillk in actioll,
Nueva York, Basic Books; y (1987), EdllcatÚlg ¡he rejleclÍve practiriorler, San Francisco,
JosseyBass.
39
Tienen que ser apropiados, de una manera personal, por cualquiera
que espere beneficiarse de estas ideas. En otras palabras, la
«dificultad» es algo que tenemos que interpretar, con lo que tenemos
que trabajar y ante lo cual debemos permanecer atentos.

La acción solícita en las situaciones pedagógicas

Al principio de este libro he descrito el momento pedagógico como la


situación en que el pedagogo hace algo apropiado para el aprendi zaje
en relación a un niño o a un joven. Pero las situaciones pedagógicas
generalmente no permiten que el profesor se retire a reflexionar, a
analizar la situación, a deliberar sobre las posibles alternativas, a de-
cidir sobre la mejor acción a realizar, y a actuar sobre esta situación.
Algunos investigadores han calculado que los profesores toman una
media de una decisión por minuto. Quieren decir que el profesor está
actuando constantemente en situaciones siempre cambiantes. Con
mucha frecuencia el momento pedagógico requiere que el profesor ac-
túe instantáneamente. Con la sabiduría que da la experiencia de la
observación racional, esta acción instantánea puede parecer una
especie de decisión tomada sobre la marcha, pero no es realmente una
toma de decisión, en el sentido normal de resolución de problemas y de
deliberación. Se debería insistir en el hecho de que toda reflexión
siempre presume un cierto elemento de tiempo y de distanciamiento de
la experiencia que es objeto de nuestra reflexión. Con este
distanciamiento siempre nos hacemos conscientes de nuestras
acciones de una manera más o menos objetiva. El ego refleja (re-fleja)
el self en una relación Yo-mÍ. Por ejemplo Yo me siento a mí mismo cada
vez más confundido e irritado.

En las interacciones pedagógicas normalmente no experimentamos


una separación entre los dos egos o self, Yo y mí: uno que actúa y el
otro que refleja la acción. Por supuesto, podemos ser totalmente
conscientes de lo que estamos diciendo o haciendo mientras
interactuamos con los niños o con los alumnos. Pero esta conciencia es
generalmente volátil y efímera. Puede incluso pasar que nos pillemos a
nosotros mismos diciendo algo que no deberíamos haber dicho o
manteniéndonos al margen en algo que luego seguramente podríamos
lamentar. Pero estos actos de «auto» (self-conciencia. de conciencia
íntima o tacto, poco se parecen a la práctica de la toma de decisiones
de la reflexión deliberativa. (Es significativo que la conciencia de uno
mismo, que significa la conciencia de los propios actos, se vuelva
fácilmente demasiado tensa, y haga que las interacciones sociales
normales resulten incómodas, artificiales e incluso imposibles.) En
nuestras experiencias pedagógicas con la gente joven nos
involucramos activa e inmediatamente de una manera consciente (en
cuerpo y mente, de cabeza y corazón) y sólo más tarde es posi ble una
40
verdadera reflexión. Cuando nos encontramos con un niño en una
situación que exige una respuesta o una iniciativa por nuestra parte, lo
normal es que hayamos actuado antes de ser realmente conscientes
de haberlo hecho.

La experiencia de la acción pedagógica solícita en las situaciones


pedagógicas tiene una estructura peculiar. No es ni algo común ni una
forma de resolución de problemas, tampoco es totalmente intelectual ni
corporal, tampoco es pura reflexión en un sentido deliberativo ni algo
completamente espontáneo o arbitrario. Vivir el momento pedagógico
es una respuesta personal total o una acción solícita en una situación
particular. Las acciones solícitas se diferencian de las acciones
reflexivas en que son conscientes y están atentas a lo que hacen sin
distanciarse reflexivamente de la situación al considerar o experimentar
las posibles alternativas o las consecuencias de la acción. Por lo tanto,
cuando hablamos de una acción con tacto más que decir que es una
acción «reflexiva» deberíamos decir que es solícita, en el sentido de
«consciente».

Durante el fin de semana he leído una interpretación solícita del poema


de Rilke «La pantera». Es lunes por la mañana y entro en la cla se muy
motivado y pensando con anticipación en la clase que voy a dar sobre
«La pantera». Si fuera un profesor ingenuo y sin experiencia podría
haber pensado que simplemente podía entrar en clase y «enseñar a
Rilke». Si lo supiera todo y lo contara todo, a lo mejor se podría hacer.
El cómo de bien se haga depende del cuidado con que se haya
pensado lo que se debe decir y hacer, y de la medida en que los
estudiantes capten lo que se está tratando de hacer. Pero ahora sé que
no es suficiente con entrar en clase y esperar que los alumnos estén
dispuestos a oír hablar de Rilke, aun cuando estuvieran motivados. Sí,
en parte estoy positivamente tenso sobre esta fascinante interpretación
de «La pantera» de Rilke.

Pero cuando entro en la clase intuitivamente capto de dónde vie nen los
alumnos. Sé que algunos de ellos han estado trabajando a tiempo
parcial durante el fin de semana, otros han tenido buenas o malas
experiencias el sábado y el domingo, algunos han trasnochado y no es
que estén precisamente esperando ansiosos la semana escolar. Sin
embargo, todos estos chicos han logrado subirse al autobús y llegar a
la escuela. Han logrado sentarse en sus asientos a las ocho de la
mañana. Justo ahora no les preocupa en absoluto Rilke ni la poesía.
Por lo tanto, cuando entro en la clase estoy de alguna forma
sensibilizado respecto al ambiente ya la dinámica de grupo (aunque no
tengo esta percepción de forma consciente). Se me ocurre fijarme en
Darryl, cuyos movimientos y risotadas dan sabor de alguna forma al
tono general de la clase. Se percata de que lo estoy mirando y me
41
sonríe. Es como si lo interpretase como una invitación a hacer un
comentario sobre mi interés, pero mueve la cabeza con simpatía, y yo
hago un chiste al respecto. Se intercambian otros comentarios
espontáneos, otros chicos empiezan a sintonizar y parece que la clase
empieza a tomar cuerpo. Se trata de charlas superficiales. Pero
tenemos que conectar de alguna forma antes de poder empezar en
serio.

Las clases de los lunes por la mañana no cuesta mucho empezarlas


porque los alumnos no se han despertado del todo todavía. Cuando nos
levantamos de la cama el lunes por la mañana y nos cepillamos los
dientes y empezamos la nueva semana medio adormilados, tenemos
que intentar facilitar las clases motivando nuestro interés y estimulando
nuestra disposición a pensar. Otros días de la semana, los alumnos
pueden mostrarse menos dispuestos a deslizarse sin darse cuenta
dentro de una clase de lengua sobre conjunciones, o metáforas, o una
novela, una obra de teatro o un poema.

He pensado empezar la clase sobre Rilke con una pregunta en la


pizarra para que toda la clase reflexione y escriba algo antes de que
empecemos las discusiones en grupo sobre algunos temas del poema
de este autor. Pero, por alguna razón, no parece que sea el momento
de empezar todavía, y por tanto empiezo con un reclamo. «Me gustaría
leeros un poema de Rainer Maria Rilke. titulado "La
pantera".»(Conforme estoy hablando tengo ya una sensación de que el
clima no es el idóneo para este tipo de asunto y antes de que pueda
evitarlo digo algo que suena como una disculpa.) «Ya me doy cuenta de
que en vuestras mentes no es lo más importante esta mañana... » (Un
par de chicos me miran con recelo y Marta mueve los ojos como si
dijera: «¡Puedes decirlo otra vez!» ... Pero ahora un sentimiento de
rectitud me embarga. No quiero disculparme y continúo con un poco
más de celo.) «Algunas veces resulta difícil hacer la cosas que nos
hemos dispuesto a hacer y el poema de "La pantera" contiene una
historia que puede conectar e ilustrar este tema.»

Rilke era una persona que vivió su vida muy intensamente y su poesía
refleja un compromiso increíble de explorar la vida lo más
profundamente posible. Para ganarse la vida, Rilke se puso a trabajar
como secretario del escultor francés Rodin en París, pero, como
trabajaba, estaba frustrado porque no podía escribir. Un día, le confió a
Rodin que no había logrado escribir durante varios meses nada de
poesía. Rodin le dio un consejo que cambió el curso de la obra de Rilke.
Le sugirió que se fuera al zoo, seleccionara un animal y le mirara dentro
de su jaula hasta que pudiera verlo de verdad. «Ve y siéntate delante de
la jaula. Unas semanas no se te harán demasiado largas», le dijo
Rodin.' ¡Imaginaos qué debe de ser mirar a un animal con semejante
42
paciencia y atención! Rilke eligió la pantera y al final escribió el poema
que lleva ese nombre. Después de este poema escribió mucha más
poesía basada en ese tipo de observación cuidadosa. Más tarde los
denominó "Poemas visuales». En cada uno de estos poemas está claro
que Rilke veía mucho más de lo que vemos normalmente cuando mi-
ramos a un animal. En el caso de la pantera, Rilke parece haber captado
algo de su alma salvaje.

Mientras les cuento la historia a mis alumnos me doy perfecta cuenta de


quién atiende y quién está inquieto o parece preocupado. Ésta es una
percepción profesoral del contacto que uno está estableciendo con los
estudiantes tanto individualmente como en grupo. Pero, conforme la
historia avanza, parece que va bien y toda la clase está atenta. La
atención de los estudiantes me inspira y me pongo un poco más
dramático en mi relato de la anécdota de Rilke. Pregunto si alguien ha
visto alguna vez las esculturas de Rodin, y hablamos un poco sobre la
forma en que los artistas creativos «ven" las cosas. ¿Pueden ver cosas
que nosotros no podemos ver? Les cuento a los alumnos que el poema
de la pantera siempre me ha impresionado profundamente. «Tengo tres
traducciones de este poema, que originalmente estaba escrito en
alemán, y antes de que os pase los textos me gustaría leerlas en voz
alta. Después tendremos que intentar determinar cuál de las tra-
ducciones al inglés os parece más evocativa y con más fuerza poética.»

No importa lo bien que me haya preparado la clase y lo entusiasta que


me sienta con la materia, la situación interactiva de la clase es tal que
debo ser consciente constantemente de cómo es para los chicos (en la
enseñanza secundaria sólo se ve a los estudiantes durante unos
minutos cada día o cada dos días, y resulta muy fácil caer en un sistema
centrado en el profesor, o en el contenido, pensando y actuando de
forma que se ignore totalmente a los alumnos). Y, sin embargo, esta
percepción es más una solicitud que una reflexión calculadora o
deliberadora, que de todos modos interrumpiría el contacto con los
alumnos porque introduciría aquella distancia que acompaña cualquier
relación interpersonal manipuladora entre profesor y alumnos. Por lo
tanto, cuando interactúo con los alumnos tengo que mantener una
presencia auténtica y una relación personal con ellos. Lo que quiere
demostrar el ejemplo es que la vida en las aulas es contingente, cada
momento es una situación específica. Y la inmediatez de los procesos
pedagógicos interactivos es muy difícil de describir, porque cualquier
descripción tiende a colocar la experiencia a una distancia reflexiva para
que la podamos contemplar.

He aquí otro ejemplo, esta vez de una situación familiar. Mark está
practicando el violín, pero está agotado, nada inspirado y se mueve casi
como un autómata. El violín suena también como cansado. La abuela
43
que ha venido de visita a casa de Mark se asoma a la habitación y le ve
con su violín medio caído sobre su hombro. La cara de Mark refleja
desánimo. Sin molestar, la abuela se desliza en la habitación y se
sienta en una silla en un rincón. En silencio continúa con su labor de
punto. Pero Mark nota su presencia, pues ha enderezado su postura y
el arco roza las cuerdas con más vigor e imprime un repentino
dinamismo en la forma de tocar. Mark en realidad ya no está
practicando. Está actuando para su abuela. Hay un sentimiento en esta
música. Y la abuela está escuchando evidentemente encantada.

Es maravilloso cómo la abuela ha sabido instantáneamente qué hacer.


Si se le hubiera pedido que explicara su acción, puede que dijera que
no había pretendido inspirar a Mark en absoluto. Que ella se ha bía
sentado allí porque parecía que el momento lo requería, y su mera
presencia animó a Mark a hacer un mayor esfuerzo en su práctica con
el violín. ¿Pero en qué sentido estaba la reflexión implicada en su
acción? ¿Pensó en ello antes de sentarse allí? Quizás en un sentido
vago. Más probablemente, se dio cuenta de los beneficios pedagógicos
de su acción justo cuando se sentó. También podría no haber sido así
sino lo contrario. Mark podría haber dejado de tocar y quejarse a su
abuela de que sencillamente no le apetecía practicar. ¿Por qué ha he-
cho esto la abuela? ¿No ha convertido esa situación en otro momento
pedagógico? Quizás, en nuestra vida pedagógica con los niños, nada
es completamente previsible, predecible, planificable, razonable. Y
generalmente no lo es hasta después de que hemos tenido la
oportunidad de considerar reflexivamente la importancia de la situación.

Igual que hay grados o niveles de reflexión anticipativa que pueden ir


desde el repaso libre a los planes cuidadosamente trazados, existen
formas de actuación inmediata que van desde la solicitud intuitiva de la
actuación improvisada inmediata, por un lado, a la solicitud más
consciente de la acción improvisada mediata. En la forma intuitiva
olvidadiza, el «pensamiento» es un verdadero diálogo o conversación
por naturaleza, lo que significa que interactuamos de una manera
abierta, directa y compartida. En la forma más autoconsciente de
actuar, entra en juego una tensión notable entre el Yo o self conversacio-
nal y el Yo reflexivo que mantiene a distancia la naturaleza conversa-
cional de la actuación intuitiva. En algunas situaciones esto puede ser
debido al tipo de tema o a los participantes en la conversación, que me
fuerzan a una solicitud o una reflexión más prudente. Esto ocurre
cuando me doy cuenta, en medio de una conversación, de que no
estoy seguro de mi propia opinión o motivo, lo que me lleva a una auto
percepción aumentada y atenta al detalle. En este caso tomo
conciencia de mi propia actuación mientras estoy actuando. En otras
situaciones, el diálogo espontáneo de la actuación inmediata resulta de
alguna forma forzado cuando me doy cuenta de que no confío en la
44
persona con quien estoy interactuando. Y, entonces, salgo de la
situación de la misma manera en que encuentro mi camino en una hora
punta. Me voy por atajos para buscar el camino más corto. Pero sé que
corro el riesgo de tener que parar en un semáforo y por tanto perder la
ventaja de haber elegido el camino de la izquierda en lugar de! de la
derecha. En e! juicio activo que se hace sobre la marcha en situaciones
de tráfico, estoy enterado de las posibles consecuencias de ciertos tipos
de configuraciones. Sé al instante adónde me puede llevar algo. En las
horas punta de tráfico, no hay tiempo para el proceso de reflexión deli-
berativo.

Un ejemplo más puede mostramos la relación entre la acción inmediata


y la actitud reflexiva. El padre está ocupado con algo, cuando por el
rabillo del ojo nota que su hijo de seis años está escondiendo algo
detrás de un armario. «¿Qué estás haciendo ahí, Tony?», pregunta e!
padre. «No hay que poner las cosas detrás del armario. ¿Por qué no
utilizas e! cajón para guardar las cosas?» Tony se para en seco. Parece
un poco incómodo, culpable incluso, pero dice: «Oh no, no es nada,
papá. Nada importante». Su padre insiste: «¿Pero qué estabas
haciendo detrás del armario, Tony? ¿Me lo enseñas?». Con vergüenza,
Tony saca una navaja pequeña. «Es la navaja de Jeff. Me la ha
prestado hoy. Ni siquiera la abriré. Sólo se la estoy guardando hasta
mañana. La madre de Jeff también lo sabe.» La cara de Tony está roja y
demacrada. Sabe que a su padre no le gusta que juegue con navajas. Y
de hecho su padre le dice: «Vale, Tony, ya sabes que no jugamos con
navajas en esta casa. ¿Se la devolverás, por favor, a Jeff?».

Tony sale de casa. Su padre se ha quedado preocupado. ¿Por qué ha


actuado así? Incluso mientras hablaba con Tony, había empezado a
sentirse incómodo por su posible respuesta. Más tarde habla de! inci-
dente con su mujer. Le dice: «Sabes, lo que más me molesta no es que
tuviera esa navaja. Lo que siento es que intentara ocultarme algo.
Quizás porque pensé que estaba actuando subrepticiamente, y que me
estaba excluyendo de algo. Es como si algo se hubiera interpuesto
entre nosotros. Se le notaba en la cara que le daba vergüenza. Era
como si tuviera una máscara en lugar de su transparencia habitual». El
padre y la madre hablan un rato más sobre navajas y secretos. Al día
siguiente, e! padre coge a Tony aparte y le dice: «Tony, no sabía que te -
ner una navaja significaba tanto para ti. Creo que ya eres lo bastante
mayor como para tener una». Entonces le da a Tony una navaja de
verdad. «Déjame que te enseñe como manejarla para que no tengamos
ningún accidente con ella. ¿Sabes cómo abrirla y cómo cortar? Sí, así
se hace, lo estás haciendo bien ... Sostén siempre la navaja así y corta
siempre desde el cuerpo.»

El padre de Tony le dio a su hijo la responsabilidad de tener una navaja.


45
Pero algo más estaba en juego. Tony había guardado un secreto. La
respuesta del padre a esta nueva experiencia de que su hijo tuviera un
secreto fue directa. Pero, después de reflexionar, llegó a reconocer que
guardar un secreto no era necesariamente algo malo. Desde entonces,
se siente más inclinado a permitir que Tony tenga sus secretos. Ahora,
incluso considera importante que Tony tenga secretos como forma de
crecimiento gradual hacia su independencia.

Estas anécdotas muestran dos situaciones: una en que el adulto


cumple un momento pedagógico (la abuela de Mark); y otra en que un
adulto pierde la oportunidad pedagógica de actuar apropiadamente en
la situación (el padre de Tony). Pero el padre de Tony aprende algo de
esa experiencia, y logrará recobrar una posibilidad pedagógica que ini-
cialmente había perdido. Reflexiona sobre el significado que tiene para
su hijo el hecho de tener una navaja, y reflexiona sobre el significado
que la experiencia del secreto puede tener para Tony. A partir de
entonces, adopta una orientación pedagógica solícita. Si más adelante
Tony vuelve a ocultar algo a sus padres, es posible que éstos se
sientan inclinados a dejado pasar, porque ahora tienen una
comprensión más solícita de la necesidad que tiene un niño de tener
su espacio privado y personal. Pero cuando esto ocurre, no es el
resultado de una acción pensada en el momento sino de una reflexión
sobre la acción.

La reflexión sobre la acción

Por consiguiente, podemos decir que el momento pedagógico requiere


no tanto mucha reflexión en acción como reflexión sobre la acción. Pero
la reflexión sobre la acción es recordatoria; ocurre siempre después de
que la situación ha pasado. Algunas veces reflexionamos sobre lo que
hicimos o lo que dejamos de hacer porque algo de la situación nos
preocupa o nos hace reflexionar. Otras veces reflexionamos sobre
acciones pasadas simplemente porque la pedagogía exige una
orientación reflexiva con respecto a la vida. Cuando estamos
implicados en la pedagogía de los niños o de la gente joven, tendemos
a reflexionar también sobre los aspectos aparentemente insignificantes
y triviales de las situaciones.

Desde un punto de vista general, se puede decir que la reflexión


pedagógica intenta ser consciente de si la acción en la situación
pedagógica era la apropiada (buena, correcta, o la mejor en la
circunstancia concreta). ¿De qué situación se trata? ¿Cómo la vivió el
niño? ¿Cuál es la importancia pedagógica de esta situación? ¿Dije o
hice lo correcto? En otras palabras, la reflexión pedagógica
recordatoria sobre la acción se pregunta: «¿Qué es lo que debería
haber hecho?». Al reflexionar solícitamente sobre lo que debería haber
46
hecho, decido en efecto cómo quiero ser. Dicho de otra manera,
infundo a mi ser y a mi disposición para actuar una cierta solicitud. Y,
sin embargo, puede que no quede claro cómo soy como profesor,
hasta que no haya tenido una nueva oportunidad para actuar de forma
más apropiada. Mi forma de ser profesor depende de lo que yo haga,
de mis posibilidades de actuar solícitamente. Pero mis posibles
acciones no surgen de forma mágica, dependen de la solicitud que he
sido capaz de adquirir en la reflexión recordatoria.

La reflexión recordatoria sobre la acción puede, por supuesto, hacerse


mediante la conversación con otras personas. De hecho, suele ser
conversando con otra persona como mejor podemos reflexionar sobre el
significado de una situación particular (como hicieron el padre y la madre
de Tony). Pero la reflexión mediante la conversación también implica
distanciarse del sujeto de nuestra reflexión. En la vida cotidiana nos
contamos mutuamente historias sobre las experiencias que hemos
tenido con los niños. Este contar y volver a contar anécdotas se puede
ver como una forma de teorización práctica en la que los padres y los
profesores se involucran espontáneamente. Al contar a los demás
nuestras experiencias con los niños, al verbalizarlas, les estamos dando
sentido a estas experiencias. A menudo, cuando nos sentimos frustrados
por nuestras acciones, decimos: «Lo que debería haber hecho es ... ».
No es sólo agua pasada: cuando reflexionamos sobre nuestras
experiencias tenemos la oportunidad de llegar a damos cuenta de la
importancia de estas experiencias.

Reflexionemos, por ejemplo, sobre el significado y la importancia de que


los niños tengan secretos que ocultan a sus padres. Los niños pequeños
suelen responder libre y abiertamente a las preguntas y comunicaciones
de sus padres. Pero, conforme crecen, no es raro que sientan aversión
hacia las preguntas que los padres les hacen con sinceridad. De pronto,
el niño experimenta las preguntas como si los padres estuvieran
husmeando en sus cosas. Ésta es una experiencia nueva para el niño:
¡saber algo que su padre o su madre ni siquiera saben, poseer algo para
él solo! Hay incluso una cierta sensación de poder asociada a mantener
un secreto sin que los padres lo sepan, ¡ellos que son tan
todopoderosos y sabelotodos! Tener un secreto le da al niño una
sensación de identidad personal. En la experiencia de guardar secretos
los niños descubren la interioridad, la privacidad, la invisibilidad interior.
Cuando se oculta algo o se guarda un secreto, el «self~>, de alguna forma,
se disimula; ésa es la razón por la que los secretos confieren un cierto
valor a lo que se guarda en secreto. (Y ésa es la razón por la que la
gente hará cualquier cosa por detectar, desenmarañar o descubrir lo que
se guarda en secreto.)

El hecho de que un niño oculte un secreto es también un signo de


47
crecimiento personal hacia la autonomía y hacia la independencia.
Ahora bien, cuando el niño tiene secretos para sus padres se infringe
una cierta receptividad, mutualidad, transparencia. Al tener un secreto,
ocultar algo, el niño separa el self (el alma) de la familia (la comunidad)11
Por consiguiente, la experiencia de aprender a guardar un secreta es
una parte necesaria de la infancia y de madurar. Es significativo que
muchos juegos de niños lleven asociada una cualidad de secreto. Al
principio, tener un secreto para los padres (y para los hermanos o los
amigos) es una experiencia de emancipación para el niño. Es un
descubrimiento de la privacidad y una afirmación de la propia identidad.
Más adelante, compartir un secreto con el mismo padre o con un amigo
de confianza se convierte en otra experiencia importante en el proceso
del crecimiento personal hacia la independencia. Una persona que no
sabe guardar un secreto carece de independencia, pero también
carece de ella una persona que no sabe compartir un secreto.

Estos párrafos muestran la forma en que la reflexión pedagógica


entiende el significado de ciertas experiencias y lo que se debería ha-
ber hecho en esas situaciones. Por lo tanto, la reflexión pedagógica so -
bre la acción sirve para hacer que la acción subsiguiente sea más
consciente y con más tacto. Cuando algún día el padre de Tony note
otra vez que Tony tiene algún secreto sobre algo, es posible que
muestre más tacto y se sienta inclinado a dejar de correr. Y no porque
haga sobre la marcha una reflexión deliberada sobre la importancia de
que un niño de seis años de edad esté ocultándole algo, sino más bien
porque ha llegado a una conciliación solícita gracias a la reflexión
previa sobre pasadas interacciones con Tony. Dicho de otra forma, las
acciones del padre de Tony ya se han adaptado a las reflexiones
pasadas. Si el padre de Tony está demostrando un mayor tacto en la
vida con su hijo es porque su comportamiento consiste en acciones
sensibilizadas a la importancia pedagógica del deseo del niño de
guardar un secreto. Un padre con tacto querrá respetar la privacidad
del niño, porque husmear en los secretos de un niño es faltar al respeto
a su individualidad y su necesidad de un espacio personal y privado.

Al contrario de lo que ocurría con el médico de cabecera que reflexiona


en acción sobre lo que debería hacer en una situación médica, el
momento pedagógico exige una acción que sea ambas cosas:
«solícita» y «desconsiderada», En otras palabras. las interacciones
pedagógicas de los padres o los profesores con los niños no están
marcadas por la reflexión durante el curso de la acción sino más bien
por la actuación con tacto marcada por la solicitud. La acción realizada
con tacto es «solícita» cuando el educador muestra la sensibilidad
adecuada sobre lo que es bueno y lo que se necesita en una situación
11
En realidad, ]a etimología del término secreto contiene la idea de «separado, dividido.
Aparte».
48
determinada. Pero la acción con tacto es «desconsiderada» cuando
uno no puede retirarse a reflexionar mientras está actuando. La acción
realizada con tacto es una «actuación de pensamiento instantáneo»
que no puede ser completamente reflexiva o. dicho de otra forma. en
realidad no es el resultado de un proceso de resolución de problemas o
una actividad de toma de decisiones.

Las situaciones pedagógicas requieren una respuesta y una partici-


pación inmediata. Normalmente un profesor o un padre no tienen
tiempo para reflexionar, deliberar y luego decidir qué hacer, por lo que
uno a menudo comete errores haciendo o diciendo cosas, o por no decir
o hacer cosas que no parecen adecuadas en ese momento. En esto, la
pedagogía difiere fundamentalmente de la medicina. Cuando un médico
comete un error puede tener serias consecuencias para la salud del
paciente. Cuando un dentista extrae la muela equivocada, la muela ya
no se puede volver a colocar en su sitio. Pero cuando un padre o un
profesor cometen un error casi siempre se puede remediar o rectificar.
De hecho, el admitir que se ha cometido un error, y hablarlo
abiertamente, tiene consecuencias positivas para el desarrollo personal
y para la relación entre el padre o el profesor y el niño.

¿Pueden las acciones habituales y rutinarias ser solícitas?

En este punto deberíamos recordar que en la vida cotidiana, en casa


igual que en la escuela, muchas de nuestras acciones e interacciones
con los niños son, en cierta medida, rutinarias. Además, nos hemos
formado algunos hábitos personales que se han convertido en parte de
nuestras vidas pedagógicas. Resulta bastante posible que, en muchos
casos, la existencia de rutinas y hábitos sea un signo de la inflexibilidad
y monotonía que a menudo gobierna las vidas de los niños. Todos
conocemos a profesores que creemos que deberían ser más reflexivos
e innovadores en su práctica diaria. Algunas veces, los profesores
tienen costumbres irritantes como hablar de manera monótona o abusar
de la palabra «vale ¡Vale, ya!", «Vale, lo que quiero que hagáis ahora es
... ». Pero la existencia de rutinas y costumbres no significa en sí misma
que estas prácticas sean poco razonables o reprensibles desde un
punto de vista pedagógico. En realidad, los buenos profesores
probablemente demuestren una serie de rutinas y hábitos bien
establecidos que tienen su origen en la reflexión cuidadosa. Por
ejemplo, podría haberse convertido en mi «segunda naturaleza»
(hábito) no dirigirme a una clase a no ser que tuviera la atención de
todos los alumnos. Puedo, por costumbre, bajar la voz y hablar más
despacio cuando un grupo de alumnos parece inquieto y agitado.

Dejadme poner otro ejemplo de buenas rutinas. En el Teachers' Co llege


de Holanda discutíamos, como profesores novatos, la importancia de
49
tener siempre presente que no se debe despilfarrar el tiempo de los
niños con clases mal preparadas o con actividades que deberían
haberse organizado de forma que los alumnos se involucraran más. en
lugar de tener que esperar su turno o hasta que el profesor consiguie ra,
al final, que el proyector funcionase. (Media hora de tiempo de clase
perdida en una clase de treinta estudiantes son quince horas de las ~
vidas de los niños.) A propósito de este recuerdo del respeto hacia el
tiempo de los niños, podríamos citar la convicción, entonces
prevaleciente, de que como norma los niños de la escuela elemental
debían empezar cada mañana con el aprendizaje y la práctica de las
matemáticas, ya que la asignatura requiere un alto grado de
concentración y energía. Por el contrario, «el tiempo de lectura libre» se
sugería casi siempre que se hiciese a última hora de la mañana o de la
tarde, cuando los niños podían utilizar la tranquilidad de la experiencia
de la lectura silenciosa. Por ello, «las matemáticas a primera hora de la
mañana» se convirtió en la costumbre generalizada en muchas de las
escuelas de Holanda. Y esta rutina se basaba en un razonamiento
pedagógico defendible.

En cambio, en Canadá y Estados Unidos lo normal es sugerir que en


las escuelas elementales los niños empiecen todas las mañanas con
"la lectura silenciosa continuada e ininterrumpida». Podríamos analizar
cuál de las dos rutinas, "las matemáticas a primera hora de la mañana»
o da lectura silenciosa a primera hora de la mañana», es más
beneficiosa para el niño. Pero aparte de la cuestión sobre cuál de ellas
tiene más sentido, las rutinas y los hábitos no son necesariamente ma-
los desde un punto de vista pedagógico, aunque no se sometan a refle-
xión crítica a diario. En realidad, los niños no sólo necesitan ser moti -
vados con nuevas y desafiantes experiencias de aprendizaje, sino que
también se benefician de la confianza y la seguridad que crean las ru-
tinas y los hábitos basados en las decisiones pedagógicas reflexivas
del pasado. Los hábitos, en su lugar y proporción adecuada, hacen que
la vida en cierta medida sea habitable, predecible, cómoda y fiable.

La vida podría volverse invivible si todas nuestras acciones siempre


necesitaran el resultado de la crítica inmediata, de la reflexión racio nal.
Los profesores, igual que los niños, necesitan poder confiar en las
rutinas, en los hábitos y en las costumbres que son, en principio, pe-
dagógicamente justificables. El que enseñemos a los niños a ser ho -
nestos, amistosos y considerados, o practiquemos rutinariamente una
«lectura silenciosa ininterrumpida» por la mañana, son hábitos que
deberían basarse en la reflexión pedagógica. Por supuesto, estos hábi-
tos siempre deben poder ser revisados y estar abiertos a una mayor re-
flexión pedagógica. A los niños se les puede enseñar hábitos a la vez
que aprenden a reflexionar críticamente sobre esas rutinas.

50
Naturalmente, los hábitos y las rutinas pueden convertirse en un
comportamiento ciego, mecánico, que no tenga sentido. Por ejemplo,
algunas escuelas tienen reglamentos disciplinarios que no tienen en
cuenta en absoluto que las escuelas deben ser instituciones pedagógi-
cas y no colonias penales o salas de justicia cuya función principal es
«el mantenimiento del orden social". El mantenimiento de la disciplina
en las escuelas no debería basarse esencialmente en la jurisprudencia
sino en los principios pedagógicos. La pregunta debería ser siempre:
«¿Qué puede aprender este niño y qué puede aprender de esto toda
nuestra comunidad?».

Las rutinas, los hábitos y las costumbres no están necesariamente


cerradas ante las contingencias de la vida. En realidad, pueden ser
bastante receptivas y adaptarse con facilidad a las circunstancias
siempre cambiantes. De hecho, la propia falta de tacto puede conver-
tirse en un hábito, en una forma de relación con los niños. El profesor
tiene el hábito de tener tacto con los niños, lo que significa que el pro -
fesor tiene tendencia a actuar solícitamente con respecto a los niños en
situaciones que cambian constantemente. E incluso la rutina de ,<las
matemáticas a primera hora de la mañana» significaría que el profesor
es sensible a los requisitos del currículo y a las necesidades de los
estudiantes.

Ciertas características o hábitos de la enseñanza y la relación con los


alumnos se podrían describir mejor con el término estilo. Y el estilo es
más que una forma habitual o idiosincrásica de comportarse y hablar.
De igual forma, el estilo no debe confundirse con la técnica o el método
de enseñanza. El estilo es la personificación externa de la persona. En
algún sentido, tener un estilo es ser tú mismo, ser quien realmente eres.
Cuando alguien dice: «Ése no es mi estilo», la persona que lo dice está
realmente diciendo: «Ésa no es la forma en que yo soy. Ése no soy yo».

Los profesores novatos deben pasar un tiempo descubriendo quiénes


son, cuál es su deber, qué hábitos pueden adquirir. A veces un profesor
tranquiliza a una clase tumultuosa con una simple mirada, o motiva el
interés de los alumnos con una sonrisa enigmática, pero estos
comportamientos no resultan fáciles de imitar. La razón es que deben
de estar animados por la personificación de ese profesor. Los profeso-
res utilizan algunas formas habituales de comportamiento y de
presentarse a sí mismos con los niños y los jóvenes de las cuales ellos
mismos, en el mejor de los casos, son sólo vagamente conscientes. La
teoría educativa rara vez se ocupa de saber en qué consisten estas
características estilísticas de la enseñanza, porque estas características
tienen más que ver con lo que es único y personal que con lo, que es
común y generalizable. Sin embargo, la esencia de una buena
enseñanza puede tener algo que ver con este fenómeno del estilo
51
personal.

La forma concreta en que enseñamos ciencias, arte, literatura o


matemáticas es, en gran parte, una función de la forma en que
personificamos estas asignaturas. Un profesor de ciencias es algo más
que una persona que casualmente enseña ciencias. Un profesor de
ciencias de verdad es una persona que cree en las ciencias, que se
pregunta sobre la naturaleza de las ciencias y las ciencias de la
naturaleza; un profesor de ciencias de verdad es una persona que
personifica las ciencias, que vive las ciencias, que, en cierto sentido, es
ciencias. Y, por tanto, podemos decir si una persona es un profesor de
verdad por la forma en que esta persona «estiliza» lo que enseña.

Los profesores que no creen en los niños, o que no tienen un


sentimiento por la asignatura que enseñan, pueden ser incapaces de
conformar un estilo para estas sutiles y a menudo elusivas
características de los hábitos de la pedagogía. Existe una forma de
inclinarse personalmente por las ciencias que es diferente de la forma
en que nos inclinamos hacia la poesía, por ejemplo. Un buen profesor
a menudo demuestra una forma de cuestionar, de considerar los
problemas, de estar animado por un interés que tiene que ver con la
forma en que este profesor ha llegado a personificar la asignatura a su
propio estilo. Estas formas estilísticas y habituales de enseñar pueden
ser bastante significativas, y sin embargo no se pueden someter con
facilidad a un análisis reflexivo.

La salud pedagógica es la habilidad mental y corporal del tacto

En los apartados anteriores el esfuerzo principal ha sido determinar la


naturaleza de la acción en el trato general con los niños en situaciones
pedagógicas. Por supuesto, en la vida cotidiana, algunos profesores
pueden actuar de forma autoritaria, insensible y desconsiderada. Otros
profesores pueden tratar a los niños de forma que los alumnos los
encuentran superficiales, afectados, estirados, forzados, poco
naturales o distantes. Pero la acción que más trata de mantener la
relación pedagógica en sí misma es la acción que implica una reflexión
solícita. Hemos visto que la acción que caracteriza las experiencias
concretas puede no ser reflexiva (en el sentido de tomar decisiones
deliberativas). Sin embargo, esta acción tiene que ser consciente y
beneficiarse de la reflexión. Esta capacidad para la acción consciente
es a lo que nos referimos como tacto, tacto pedagógico.

El tacto es el lenguaje práctico del cuerpo, es el lenguaje de la acción


en los momentos pedagógicos. Una acción realizada con tacto es una
implicación inmediata en las situaciones en que las debo responder
instantáneamente, como una persona completa, frente a situaciones
52
inesperadas e impredecibles. El tacto, tal y como lo experimentamos
en nuestra vida activa con los niños, es una consciencia sensible de
nuestro self subjetivo mientras actuamos. Dicho de otra forma, cuando
actuamos como profesores o como padres con los niños, no nos
podemos distanciar lo suficiente de nuestra actuación y ser lo bastante
objetivos.

El tacto como forma de la interacción humana significa que nos


mostramos inmediatamente activos en una situación: emocional,
receptiva y conscientemente. Incluso cuando, como pedagogos con
tacto, nos comprometemos sensible y reflexivamente con un niño,
buscando lo que es correcto decir o hacer, sólo somos vagamente
conscientes de nuestras acciones (inconscientes de nosotros mismos
en un sentido autorreflexivo). 12 Y, por lo tanto, filosóficamente hablando,
nuestro pensamiento, nuestro sentimiento, nuestra actuación, están
relativamente atenuados, retraídos, limitados o refrenados por las
posibilidades de nuestro ser corporal y, en consecuencia, también
ciegos a las posibilidades más profundas y de mayor alcance.

Evidentemente, nuestras acciones están siempre gobernadas por


ciertas intenciones, como, por ejemplo, cuando estamos ocupados
poniendo orden, o tratando de explicar un concepto difícil, o estamos
intentando suscitar el interés de los niños y motivados. Sin embargo, el
componente reflexivo de nuestra interacción inmediata con los demás
es limitado. Cuando un niño <<se comporta bien» en clase el profesor,
generalmente, no tiene tiempo de reflexionar sobre lo que es mejor
hacer. Un profesor que se para y delibera durante un tiempo sobre las
acciones alternativas que se pueden tomar sobre un comentario
maleducado de un niño difícil puede ser tenido por vacilante, sin
personalidad y débil. Como profesor, simplemente tienes que hacer
algo, incluso aunque ese algo consista en ignorar o pretender que no te
has dado cuenta del comentario.

De la misma manera, cuando un niño durante una clase hace una


pregunta que demuestra que no entiende aquello que se le está
explicando, el profesor generalmente no se permite el lujo de consultar
un texto sobre cómo tratar este tipo de preguntas de la forma correcta
para el niño (de cualquier forma, un libro probablemente no
proporcionará este tipo de consejo). Lo mismo es cierto para los padres
y otros adultos con responsabilidades pedagógicas. Cuando el niño se
12
Esta conciencia puede ser como la de control de interpretación que caracteriza a los
actores de teatro que dicen que de alguna forma permanecen conscientes de su ac -
tuación aunque la interpretación debería ser una total inmersión en la personalidad del
papel que están asumiendo. Pero, en la actuación, un papel o personaje es, en cierto
sentido, evidentemente, un "falso» yo. Por el contrario, un pedagogo (profesor' o
padre), al actuar con los niños, tiene que ser necesariamente real y fiel a su propia
identidad.
53
cae o se hace daño, o protesta cuando sus padres le recuerdan que es
hora de dormir, no existe la oportunidad de sentarse a decidir qué es lo
que hay que hacer en esa situación. Donde se necesita el tacto, no
existe posibilidad de reflexionar de forma deliberativa y planificada. La
acción que requiere tacto es siempre inmediata, situacional,
contingente e improvisadora. 13

La acción que requiere tacto está siempre enmarcada por una


inclinación especial o un compromiso que define mi relación con los
demás: existe tacto en la amistad, existe tacto entre los amantes, existe
tacto en la forma en que el padre y el profesor se dedican al niño. La
inclinación pedagógica hacia los niños se ve condicionada por la in-
tencionalidad de nuestro amor, nuestras esperanzas y nuestras
responsabilidades. ¿Dónde encuentra el tacto sus recursos? Primero,
recordamos que el tacto es la comprensión pedagógica de prestar
atención a los jóvenes, a través de lo que notamos sobre ellos, en la
forma en que los escuchamos. Ésta no es una manera separada de
observar el comportamiento como un psicólogo podría hacerla. La
comprensión pedagógica, tal y como se practica en la vida cotidiana,
es más normal en la actitud natural de la actuación cotidiana.

Nuestra exploración de la noción de la pedagogía puede, pues, sugerir


que la salud pedagógica presume un sentido de vocación, un amor y
un cariño por los niños, un profundo sentido de la responsabilidad y de
esperanza activa a la vista de la crisis reinante, una madurez reflexiva,
una comprensión pedagógica basada en una capacidad para escuchar
y «ver» a los niños, y una actitud generalmente simpática y confiada
hacia la gente joven. En el siguiente apartado sugeriremos que la
salud pedagógica requiere una sensibilidad llena de tacto hacia los
estados de subjetividad del niño, una inteligencia interpretativa,
intuición moral, resolución improvisadora en el trato con los jóvenes,
pasión por conocer y aprender los misterios del mundo, fibra moral
para mantenerse en las propias creencias, una cierta comprensión del
mundo, un profundo sentido de la disciplina y, por supuesto, no en
menor grado, una imprescindible vitalidad y sentido del humor.

13
Para más comentarios epistemológicos sobre la acción solícita, véase el apartado del
capítulo 8. titulado «La estructura del tacto de la acción solícita».

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