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A la hora de ser discípulos de verdad, deberemos, como Pedro, dejarnos interpelar por
la pregunta de Jesús: ¿Qué dices tú, qué digo yo? Y mejor aún: ¿Qué dicen nuestras obras,
nuestros proyectos, nuestras metas, nuestras intenciones? ¿Qué tiene que ver Jesús con nuestra
vida? ¿Cómo es nuestra vida con relación al prójimo? Es ahí donde el Evangelio suena con
fuerza. Con tal fuerza que no podemos sofocar esa pregunta. Porque esa respuesta es nuestra
vida. Y en esa respuesta está la vida de todos los demás. De nuestra respuesta depende el
futuro. Si nos sentimos cristianos, no podemos callar en un mundo injusto, ni encogernos de
hombros ante el hambre, ni ser felices en medio de tanta pobreza e infelicidad. Hemos de dar
respuestas. Tenemos que dar la cara por Jesús y por el hombre, con quien Él se identifica.