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BUEN CIMIENTO

Juan Carlos Fernández Menes (Diario de León, 26-VIII-2017)


En el evangelio de este domingo Jesús pregunta a los apóstoles sobre lo que la gente
opina de él. Las respuestas denotan visones parciales, porque solo reconocen su condición de
profeta. Pero no llegan a una válida comprensión de su personalidad. Este sondeo preparó una
pregunta más personal a los discípulos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Pedro
responderá por todos: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". La pregunta nos la dirige Jesús
muchas veces: ¿Quién soy yo? ¿Por quién me tienes? ¿Qué importancia tengo en tu vida?
Nuestra respuesta debe también ser rápida, sincera y osada: Tú eres el Hijo de Dios encarnado
para salvarnos, nuestra esperanza, el Buen Pastor que mima a sus ovejas, el Amigo que da la
vida por sus amigos. Jesús la alaba la fe de Pedro, que describe como un don de Dios. "Eso no
te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo". El regalo siempre
va por delante. Es este caso: Pedro ha cooperado, se ha abierto a la gracia de Dios. Las palabras
de Jesús adquieren un tono solemne: "Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia". Sobre Pedro creyente se construirá el edificio de la comunidad cristiana.
Pedro será el hombre de las llaves, el que tiene una potestad sagrada, referida a la santificación
de los hermanos. El atar y desatar son cualidades destinadas a la vertebración y la comunión del
pueblo de Dios. La tarea de Pedro es importantísima para la Iglesia. La cumple, en la sucesión,
el Papa. A través de este ministerio se mantiene viva la predicación evangélica y el testimonio
de amor que debe ofrecer siempre la Iglesia. Agradezcamos el don de Pedro. Y valoremos el
papel de su sucesor, hoy el papa Francisco. Con la veneración de su persona, la acogida de su
ministerio y la diligencia en seguir su enseñanza. Recordemos que el Papa, con sus palabras,
actitudes, viajes..., tiene la tarea de animar a la Iglesia y hacer de ella una verdadera comunión.
Por eso mismo, pensar hoy en Pedro es ser conscientes que somos Iglesia apostólica,
fundamentada sobre el colegio apostólico que hoy preside su sucesor Francisco.

A la hora de ser discípulos de verdad, deberemos, como Pedro, dejarnos interpelar por
la pregunta de Jesús: ¿Qué dices tú, qué digo yo? Y mejor aún: ¿Qué dicen nuestras obras,
nuestros proyectos, nuestras metas, nuestras intenciones? ¿Qué tiene que ver Jesús con nuestra
vida? ¿Cómo es nuestra vida con relación al prójimo? Es ahí donde el Evangelio suena con
fuerza. Con tal fuerza que no podemos sofocar esa pregunta. Porque esa respuesta es nuestra
vida. Y en esa respuesta está la vida de todos los demás. De nuestra respuesta depende el
futuro. Si nos sentimos cristianos, no podemos callar en un mundo injusto, ni encogernos de
hombros ante el hambre, ni ser felices en medio de tanta pobreza e infelicidad. Hemos de dar
respuestas. Tenemos que dar la cara por Jesús y por el hombre, con quien Él se identifica.

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