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AGNOSTICISMO
En Teología Natural se denomina agnosticismo a la teoría que,
aun admitiendo la existencia de Dios, niega la posibilidad de que
la razón humana llegue al conocimiento cierto de ella a base de
una demostración. En eso radica su diferencia del ateísmo que, a
priori, no admite la existencia de Dios, afirmando, por tanto, la
invalidez de su demostración. El agnosticismo, en cambio,
únicamente suspende el juicio porque ve la imposibilidad, no de
su existencia, sino de su demostración. Este término de
agnosticismo fue acuñado por T. H. Huxley con la significación
de renuncia a saber, enfrentándolo a la tesis gnóstica de que,
gracias al poder casi absoluto de la razón, podemos llegar a un
conocimiento total de Dios. Actitud soberbia la de los gnósticos,
como señala Huxley, que contrasta con la humilde epojé de lo
absoluto, por parte de los agnósticos.
Concepto
En Teología Natural se denomina agnosticismo a la teoría que, aun admitiendo la existencia
de Dios, niega la posibilidad de que la razón humana llegue al conocimiento cierto de ella a
base de una demostración. En eso radica su diferencia del ateísmo que, a priori, no admite
la existencia de Dios, afirmando, por tanto, la invalidez de su demostración. El
agnosticismo, en cambio, únicamente suspende el juicio porque ve la imposibilidad, no de
su existencia, sino de su demostración.
Este término de agnosticismo fue acuñado por T. H. Huxley con la significación de renuncia
a saber, enfrentándolo a la tesis gnóstica de que, gracias al poder casi absoluto de la razón,
podemos llegar a un conocimiento total de Dios. Actitud soberbia la de los gnósticos, como
señala Huxley, que contrasta con la humilde epojé de lo absoluto, por parte de los
agnósticos. Así, pues, en definitiva, la consideración de lo absoluto, del noúmeno,
kantianamente hablando, sería poco menos que colocarse a nivel gnóstico y, precisamente,
de ese noúmeno no tenemos ciencia cierta ya que permanece extraño a nuestro
conocimiento, es algo trascendente y, por tanto, desconocido (agnostos).
Trayectoria histórica
Ya Nicolás de Cusa estableció que frente a Dios la única actitud posible era la de la
doctaignorantia. A Dios, para el Cusano, sólo llegamos por la coincidentiaoppositorum y,
precisamente, ese máximo y ese mínimo absolutos, aun perteneciendo al orden de la
necesidad y de la plena actualidad, se hallan muy lejos del conocimiento humano, que se
mueve en el ámbito de la potencialidad y de la posibilidad. Clara influencia, pues, del
occamismo y la imposibilidad para el hombre del acceso a la realidad divina que, aun
sabiendo su existencia, permanece como quid ignotum para el limitado entendimiento
humano. Algo parecido encontramos en J. Reuchlin (1455-1522) que afirma que sólo
podemos llegar a Dios a través de la cábala, pero no por la razón. Pero podríamos afirmar
que el moderno agnosticismo viene dado por el acercamiento del hombre a la naturaleza y
el planteamiento del problema de la causalidad, no como una necesaria relación
trascendental del efecto a la causa, sino de una complicación de causa-efecto en un mundo
fenoménico. Esto será el nudo gordiano del agnosticismo.
Dentro del tema que tratamos, el pensamiento de Kant vendría a reducirse de la siguiente
forma:
Así, pues, en Kant, hay una omisión de la absolutez del ser divino, por lo que una teodicea
dentro de las coordenadas kantianas es poco menos que imposible e inútil. De Dios no
podemos demostrar su existencia, puesto que no es objeto de intuición sensible y no es un
ser espaciotemporal. Efectivamente, por ese camino es imposible el llegar a Dios, ya que
Éste está absuelto, de ahí su carácter de Absoluto, de relaciones empíricas.
Por otro lado, ese esencial empirismo kantiano que le lleva a imponerse la regla de no
traspasar los límites de la experiencia, es lo que le lleva a plantearse el problema de la
causalidad a un nivel intramundano. Si existe un ser necesario, tiene que estar
temporalizado. Es decir, la causalidad es causalidad fenoménica, no nos remite, por lo
menos intencionalmente, a ningún punto trascendente. Pero este poner límites al
conocimiento es ya trascenderlo, como afirma N. Hartmann. Así pues, tan sólo desde un
punto de vista de una relación trascendental del efecto a la causa es posible plantearse, por
lo menos a título de posibilidad, la apertura intencional al ser infinito desde nuestra radical
finitud.
Gran influencia kantiana es la padecida por Spencer, quien nos dirá que nosotros, como
seres finitos y, por tanto, limitados, no podemos ni afirmar ni negar la personalidad de Dios,
sino sólo reducirnos con humildad a los límites de nuestro conocimiento. Spencer no
negará a Dios, ya que admite la existencia de un absoluto, de un cierto ideal. Pero, como
afirma, mientras nos mantengamos en un punto de vista lógico, si intentamos conocer ese
absoluto tenemos que tener en cuenta que no podemos afirmar la existencia de noúmenos
fuera de lo fenoménico.
Entre los modernistas más destacados se pueden señalar a Loisy, Tyrrell, Pogazzaro, Le
Roy, etc., quienes aceptan, en general, el presupuesto kantiano de que Dios no puede ser
objeto de ciencia especulativa pura.
Es por ello importante distinguir netamente del agnosticismo la posición -propia de toda la
tradición cristiana y de todo filosofar adecuado- que afirma que, siendo la inteligencia
humana limitada, no puede jamás agotar la infinita cognoscibilidad de Dios. Es lo que
expresan fórmulas como la de Santo Tomás: «De Dios no podemos saber lo que es, sino
más bien lo que no es» (Summa Theologica, 1 q2 a2), o de Escoto Eriúgena: «Nada puede
ser afirmado dignamente de Dios» (De praedestinatione, 9, 1, co1390 A-C). Una forma, pues,
de definir a Dios vianegationis, tomándola de Dionisio el Areopagita y Juan Damasceno. En
todo ello, como se ve, no se niega en modo alguno que conozcamos a Dios por la vía de la
razón, antes al contrario, se afirma expresamente que lo conocemos y que nuestro
conocimiento es válido, pero se subraya que es limitado, poniendo de relieve que, en el
momento en que olvidemos esa limitación y tomáramos nuestro conocer por un conocer
exhaustivo, estaríamos cayendo en el error.
Santo Tomás, recogiéndolo de San Agustín, nos dirá que todas las consideraciones
verdaderamente filosóficas se ordenan al conocimiento de Dios (Summa contra Gentiles, I,
4, 1). Ahora bien, lo que tenemos que hacer, y en esto consiste nuestra tarea, es distinguir
de entre las perfecciones que se encuentran en las cosas, aquéllas que admiten graduación
(trascendentales y no trascendentales); en otras palabras, entre perfecciones puras,
aisladas de materia sensible, y perfecciones mixtas, en contacto con la materia. Una vez
hemos distinguido esas perfecciones hemos de atribuir a Dios esas perfecciones puras,
desligadas de todo contacto sensible. Esta atribución se hace por dos vías: la de remoción,
o negación en Dios. de las perfecciones propias de las criaturas, y por vía de eminencia,
atribuyendo a Dios en un grado sumo las perfecciones puras, sin mezclas de materialidad.
En este aspecto lo dice bien claro Santo Tomás: «Item talem scientiam -quae est de Deo et
de primis causis- aut solus Deus habet, aut si non solus, ipse tamen maxime habet» (In
Metaph. lect. 111, n° 64), o sea, que podemos parafrasear a Santo Tomás afirmando que la
ciencia de Dios visto en sí mismo no es propia del hombre pues, «De Deo non possimus
scire quid est» (Summa Theologica, 1 ql a7). Santo Tomás llegará a la existencia de Dios a
partir de sus efectos. Y, una vez que se sabe de la existencia de una cosa, o que una cosa
es, hay que averiguar cómo es, para llegar a saber en realidad qué es. Es decir, la única vía
para llegar a Dios es en virtud de la analogía. Es esta doctrina de la analogía la que nos
permitirá tener una noción de Dios.
02/06/2005
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