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El liberalismo es una doctrina política que defiende la libertad individual, preconiza el Estado

limitado (restringe la intervención del Estado en la vida social, económica y cultural), promueve
la iniciativa privada, propugna por la igualdad ante la ley y aboga por la paz.1

Asimismo, se identifica como una actitud que proponga la libertad y la tolerancia en las
relaciones humanas, fundamentada en el libre albedrío y en el principio de no agresión (vid.
Escuela de Salamanca). Promueve, en suma, las libertades civiles y económicas y se opone al
absolutismo, al despotismo ilustrado, al conservadurismo, los sistemas autoritarios,
dictatoriales y totalitarios. Constituye la corriente en la que se fundamentan tanto el Estado de
derecho como la democracia representativa y la división de poderes.

Desde sus primeras formulaciones, el pensamiento político liberal se ha fundamentado sobre


tres grandes ideas:2
Los seres humanos son racionales y poseen derechos individuales inviolables, entre ellos, el
derecho a configurar la propia vida en la esfera privada con plena libertad, y los derechos a la
propiedad y la felicidad. Esto se basa en los tres derechos naturales de John Locke: vida,
libertad y propiedad privada.

El gobierno y, por tanto, la autoridad política deben resultar del consentimiento de las
personas libres, debiendo regular la vida pública sin interferir en la esfera privada de los
ciudadanos.

El Estado de derecho obliga a gobernantes y gobernados a respetar las reglas, impidiendo el


ejercicio arbitrario del poder.

El liberalismo está inspirado en parte en la organización de un Estado de derecho con poderes


limitados —que idealmente tendría que reducir las funciones del gobierno a seguridad, justicia
y obras públicas— y sometido a una constitución, lo que permitió el surgimiento de la
democracia liberal durante el siglo XVIII, todavía vigente hoy en muchas naciones actuales,
especialmente en las de Occidente.

El liberalismo europeo del siglo XX ha hecho mucho hincapié en la libertad económica,


abogando por la reducción de las regulaciones económicas públicas y la no intervención del
Estado en la economía. Este aspecto del liberalismo ya estuvo presente en algunas corrientes
liberales del siglo XIX opuestas al absolutismo y abogó por el fomento de la economía de
mercado y el ascenso progresivo del capitalismo. Durante la segunda mitad del siglo XX, la
mayor parte de las corrientes liberales europeas estuvieron asociadas a la comúnmente
conocida como derecha política.

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