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Argentina en palabras del Premio Nobel de Economía,

Joseph Stiglitz
Miércoles 05 de Enero de 2011 16:05

Joseph Stiglitz es profesor en la Universidad de Columbia, y Premio Nobel de Economía. Su último libro:
Caída Libre: El Libre Mercado y el Hundimiento de la Economía Global está publicado en Francés,
Japonés, Alemán y Español.

En el website Project Syndicate, un mundo de ideas, publicó hace unos días una nota con una mirada muy
interesante sobre el desarrollo y la evolución de la economía global en el contexto de crisis, asignándole
una mención muy especial a Argentina y a nuestra reestruración de deuda y a nuestro crecimiento. Lo
dice el Premio Nobel: "...es mi esperanza para el nuevo año: que dejemos de prestar atención a los
supuestos magos financieros que nos metieron en este embrollo –y que ahora piden austeridad y una
reestructuración retardada– y empecemos a usar un poco el sentido común."

NUEVA YORK – Ha llegado el momento de adoptar decisiones para el nuevo año, de reflexionar.
Cuando el año anterior no ha ido demasiado bien, es un momento para abrigar la esperanza de que el
próximo sea mejor.

Para Europa y los Estados Unidos, el de 2010 fue un año de decepción. Ya han pasado tres años desde el
estallido de la burbuja y más de dos desde el desplome de Lehman Brothers. En 2009, dimos un paso
atrás al borde de la depresión y 2010 había de ser el año de transición: cuando la economía volviera a
ponerse en pie, se podría disminuir suavemente el gasto en estímulo.

Se pensaba que el crecimiento podía aminorarse ligeramente en 2011, pero sería un pequeño bache en el
camino a una recuperación sólida. Entonces podríamos volver la vista atrás y considerar la “gran
recesión” una pesadilla; la economía de mercado, respaldada por una actuación gubernamental prudente,
habría demostrado su resistencia.

En realidad, el de 2010 fue una pesadilla. Las crisis de Irlanda y Grecia pusieron en tela de juicio la
viabilidad del euro e hicieron pensar en la posibilidad de una suspensión del pago de la deuda. En los dos
lados del Atlántico, el desempleo siguió pertinazmente elevado, en el 10 por ciento, aproximadamente.
Aunque el diez por ciento de las familias hipotecadas de los EE.UU. ya habían perdido sus viviendas, el
ritmo de las ejecuciones hipotecarias parecía ir en aumento... o habría ido, de no haber sido por la maraña
jurídica que inspiró dudas sobre el tan cacareado “Estado de derecho” de los Estados Unidos.

Lamentablemente, las decisiones del nuevo año adoptadas en Europa y en los Estados Unidos fueron
erróneas. La reacción ante los fallos y el derroche del sector privado que habían causado la crisis, ¡fue la
de pedir austeridad al sector público! La consecuencia será, casi con toda seguridad, una recuperación
más lenta e incluso una mayor demora antes de que el desempleo baje hasta niveles aceptables.

También habrá una disminución de la competitividad. Mientras que China ha mantenido en marcha su
economía haciendo inversiones en educación, tecnología e infraestructuras, Europa y los Estados Unidos
han estado reduciéndolas.

Se ha puesto de moda entre los políticos predicar las virtudes del dolor y del sufrimiento, seguramente
porque quienes sufren las consecuencias son quienes apenas tienen voz y voto: los pobres y las
generaciones futuras. Para poner en marcha la economía, algunos habrán de sufrir un poco, en efecto,
pero la cada vez más sesgada distribución de la renta da una idea clara de quiénes serán:
aproximadamente, una cuarta parte de toda la renta de los EE.UU. corresponde al 1 por ciento superior,
mientras que la renta de la mayoría de los americanos es inferior hoy a lo que era hace doce años. Dicho
de forma sencilla, la mayoría de los americanos no se beneficiaron de lo que muchos llamaron la “gran
moderación”, pero fue, en realidad, la “madre de todas las burbujas”. Así, pues, ¿se debe hacer pagar aún
más a víctimas inocentes y a quienes nada ganaron de la falsa prosperidad?
Europa y los Estados Unidos tienen las mismas personas con talento, los mismos recursos y el mismo
capital que tenían antes de la recesión. Pueden haber valorado excesivamente algunos de sus activos, pero
éstos siguen, en general, ahí. Los mercados financieros privados cometieron equivocaciones en gran
escala al colocar el capital durante los años anteriores a la crisis y el despilfarro resultante de la
subutilización de los recursos ha sido mayor incluso desde que comenzó la crisis. La cuestión es cómo
poner de nuevo a trabajar dichos recursos.

La reestructuración de la deuda –amortizar las deudas de los propietarios de viviendas y, en algunos


casos, las de los gobiernos– será fundamental. Tarde o temprano, se hará, pero el retraso resulta muy
costoso... y en gran medida innecesario.

Los bancos nunca han querido reconocer sus créditos fallidos y ahora no quieren reconocer las pérdidas,
al menos no hasta que puedan recapitalizarse mediante sus beneficios comerciales y el gran margen entre
sus altos tipos de interés y los mínimos costos de su endeudamiento. El sector financiero presionará a los
gobiernos para lograr el pago completo, aunque provoque un despilfarro social en gran escala, un enorme
desempleo y un gran sufrimiento social... e incluso cuando sea consecuencia de sus errores en la
concesión de créditos.

Pero, como sabemos por experiencia, no se acaba la vida después de la reestructuración de la


deuda. Nadie desearía a cualquier otro país el trauma por el que pasó la Argentina en 1999-2002,
pero este país también padeció en los años anteriores a la crisis –años de rescates por parte del FMI
y de austeridad– a consecuencia de un enorme desempleo y tasas de pobreza y crecimiento bajo o
negativo.

Desde la reestructuración de la deuda y la devaluación de su divisa, la Argentina ha tenido años de


crecimiento del PIB extraordinariamente rápido, de casi el 9 por ciento por término medio de 2003
a 2007. En 2009, la renta nacional era el doble que en el peor momento de la crisis, en 2002, y más
del 75 por ciento más que en el momento mejor del período anterior a la crisis.

Asimismo, la tasa de pobreza de la Argentina se ha reducido en unas tres cuartas partes en relación
con el momento peor de su crisis y este país capeó la crisis financiera mundial mucho mejor que los
EE.UU.: el desempleo es elevado, pero, aun así, no supera el 8 por ciento. Sólo podríamos
conjeturar lo que habría ocurrido, si no hubiera aplazado el día del juicio final durante tanto
tiempo... o si hubiese intentado retrasarlo aún más.

Así, pues, ésta es mi esperanza para el nuevo año: que dejemos de prestar atención a los supuestos magos
financieros que nos metieron en este embrollo –y que ahora piden austeridad y una reestructuración
retardada– y empecemos a usar un poco el sentido común. Si tiene que haber sufrimiento, el mayor deben
arrostrarlo los responsables de la crisis y quienes más se beneficiaron de la burbuja que la precedió.

Joseph E. Stiglitz es profesor en la Universidad de Columbia y premio Nobel de Economía. Su ultimo


libro, Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy(“Caída libre. Los mercados
libres y el hundimiento de la economía mundial”), está traducido al francés, al alemán, al japonés y
al español.

Copyright: Project Syndicate, 2011.


www.project-syndicate.org
Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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