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Los derechos de la infancia y el acceso a la

justicia
Módulo III Tema VI
El impacto de los mecanismos de defensa
Analía Castañer
psicológicos ante las características estructurales Oficina de Defensoría de los Derechos de la
Infancia A.C.
de niños, niñas y adolescentes México D.F. 2013

Resumen

El presente artículo resume la función e impacto de las emociones y los mecanismos de defensa en la realidad psicológica de niños, niñas y
adolescentes, de acuerdo con las habilidades con las que cuenta el ser humano, según la etapa evolutiva en que se encuentra. Posteriormente, presenta
una comparación entre el impacto de las emociones y las funciones de los mecanismos de defensa en la realidad mental de los niños, niñas y adolescentes
y de los adultos. Por último, vincula estos hechos con la necesaria actuación especializada de los adultos ante la irrupción de emociones y mecanismos
de defensa en niños, niñas y adolescentes.

Introducción

Nuestro primer contacto como seres humanos con la realidad es afectivo1. El niño o niña pequeño vive en un mundo de necesidades y afectos.
Las emociones que dominan su experiencia son las primarias o primitivas (ansiedad-miedo, angustia, ira-rabia, placer-juego) y es sobre ellas que se
construye el desarrollo, el pensamiento y el control de las propias acciones2. Si nos imaginamos la realidad mental de los seres humanos, se trata de
una serie de recuerdos, imágenes, sensaciones, “huellas” en la memoria y en la experiencia que provocan diferentes efectos. En esa “vida psicológica”
existe una dinámica que busca un equilibrio; un “estado de bienestar”.

El equilibrio de la realidad psicológica es impactado, sin embargo y, permanentemente, por la irrupción de angustia. A mayor angustia, mayor
desestructuración de la vida psicológica y, por lo tanto, mayor necesidad de disminuirla para regresar y mantener la dinámica en niveles de equilibrio, de

1 Jorge Barudy, et.al. Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Ed. Gedisa. 4ª. Edición. España. 2007
2 Papalia, D.; Olds, S.; Feldman, R. , Desarrollo Humano, McGraw Hill/Interamericana Editores: México D.F. 2010

El impacto de los mecanismos de defensa psicológicos ante las características


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calma3. Un psiquismo excesivamente angustiado deja de ser funcional porque no es posible desempeñar conductas, ni pensar, ni interactuar con otras
personas cuando el nivel de angustia es excesivo.

La dinámica de la realidad psicológica del ser humano, entonces, se estructura en gran parte para controlar y minimizar la angustia. Los
mecanismos de defensa psicológicos tienen esta función en la realidad psicológica: cuando la angustia presente en la realidad psicológica es demasiado
alta, se activan para disminuirla. Se trata de mecanismos inconscientes activados por la dinámica psicológica “en automático” como medida de
emergencia, y su activación no está sujeta a la voluntad (consciente) de las personas4.

Sabiendo que ésta es la realidad psíquica ante la angustia, y la función de los mecanismos de defensa psicológicos ante ella, es importante
ahondar en qué efectos tienen los mismos en la realidad psicológica de un niño, niña o adolescente, y en la de un adulto, de acuerdo con las capacidades
que tienen unos y otros para controlar emociones.

Características estructurales de la infancia y adolescencia

La infancia y adolescencia tienen características específicas que los hacen más vulnerables a la angustia y el temor 5 . Los niños, niñas y
adolescentes están expuestos a múltiples experiencias, situaciones y pensamientos que los angustian y atemorizan. Veamos algunos ejemplos:

La dependencia de los adultos

Durante la infancia, los niños y niñas necesitan la presencia de adultos para poder sobrevivir. Esto es muy claro si pensamos en un bebé recién
nacido, quien no podría proveerse de abrigo y alimento por sí mismo. La dinámica psicológica se construye a partir de esto (necesito a mis adultos para
sobrevivir) y ello implica que emocional y psicológicamente la idea de perder a un adulto significativo es igual a morir, con toda la contundencia e impacto
que esto conlleva.

3 Jorge Barudy, J. El dolor invisible de la infancia, una técnica ecosistémica del maltrato infantil. Ed. Paidós. México. 1998

4 A. Esquivel, et.al. Psicodiagnóstico clínico del niño. Ed. Manual Moderno. 3ª. Edición. México. 2007

5 Gannezy, N. Stress-resistant children: The search for protective factors. In J. E. Stevenson (Ed.), Recent research in developmental psychopathology (pp. 213-233). Oxford: Pergamon. 1985
Se ha comprobado que uno de los temores más profundos y frecuentes en niños, niñas y adolescentes es el abandono, la pérdida de seres
queridos6. Esto implica que cualquier idea o situación que desencadene este temor que, por supuesto, desequilibra la realidad psicológica porque significa
“muerte”, se desatarán mecanismos de defensa para disminuir la angustia7.

La contundencia de los temores y fantasías

La vida emocional de un niño o niña se ve impactada todo el tiempo por temores y fantasías que se viven como reales; es decir, para un niño o
niña escuchar la amenaza “ya no te quiero” o “te va a llevar el hombre de la bolsa si te portas mal” implica perder a sus adultos significativos, y el impacto
que ello provoca es sentido como real. Provoca miedo y mucha angustia. Aunque en la realidad externa parezca “obvio” que no es cierto, la realidad
emocional indica lo contrario. La angustia y el temor sentidos y experimentados (y con ello, reales) por un niño o niña son muy altos.

Lo mismo ocurre con las fantasías que se construyen alrededor de los temores. Nos referimos a fantasía como una expectativa que el niño o niña
se construye. No significa que el niño o niña fantasea todo (o miente sobre las cosas), significa que a partir de un temor, puede construir la expectativa
de que “alguien viene y me lleva” y por ello actúa con temor hacia algún adulto que le parezca “el hombre de la bolsa”. El temor y la fantasía tienen efectos
reales y concretos para el niño o niña.

Primacía de la emoción por sobre la razón

Todo niño o niña posee al nacer la capacidad de sentir toda la gama de emociones que un adulto puede sentir. Sin embargo, no posee aún
información para nombrarla, comprenderla ni controlarla8 porque el estadio de desarrollo cognitivo9 en que se encuentra no le permite abstraer, observarse
a sí mismo, etc. Con el pensamiento egocéntrico y concreto que posee durante la infancia, el niño o niña está centrado en lo que ve, siente, toca, sin
posibilidad de abstraer y razonar objetivamente (es decir, en función de información independiente de lo que siente o percibe en el momento).

6 Stefano Cirillo, et.al. Niños maltratados. Diagnostico y terapia familiar. Ed. Paidós. México. 1991

7 John Bowlby, J. Attachment and Loss, Nueva York, 1982, 2nd Ed

8 M. Malacrea. Trauma y reparación. El tratamiento del abuso sexual en la infancia. Ed. Paidós. Buenos Aires. Argentina. 2000

9 Jean Piaget, Seis estudios de Psicología, Barcelona: Editorial Seix Barral , 1967

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Durante la infancia y adolescencia el ser humano está expuesto a la irrupción de emociones10. El impacto de las emociones en la realidad
psicológica es mayor y más potente que el uso de la razón y la posibilidad de sacar conclusiones lógicas.

Si un niño o niña siente miedo, no puede hacer el esfuerzo cognitivo necesario para calmarse a sí mismo por medio de la razón. El niño o niña
es totalmente vulnerable a la irrupción del temor o la angustia, expuesto por completo a las impresiones sensoriales que las emociones provocan, sin
posibilidad de minimizar su impacto (controlarlas) por sí mismo11.

Durante la adolescencia sucede algo parecido, aún cuando el adolescente posee más habilidades cognitivas y ha acumulado más información a
lo largo de su vida. Esto se debe a que aún no se desarrolla por completo la capacidad de juicio crítico (que se completa alrededor de los 23 años de
edad si el desarrollo de la persona ha sido adecuado) y a que la adolescencia implica, en términos físicos, una irrupción enorme de hormonas (de
crecimiento, sexuales, etc.) que provocan grandes reacciones emocionales. Por último, la adolescencia como etapa de desarrollo implica lograr
habilidades sociales12 en grupos de pares (pertenencia y aceptación) lo cual genera altos niveles de angustia que, sumado a las dos razones anteriores,
refuerzan las dificultades para controlar la angustia y los temores.

Además, si atraviesa una situación traumática y angustiante, las habilidades cognitivas del adolescente se ven afectadas por un mecanismo de
defensa específico: la regresión. Este mecanismo provoca que la dinámica mental se retrotraiga a una etapa anterior de desarrollo que ya logró superar
y en las que se siente más protegido y controlado pero que implican el “bloqueo” de habilidades cognitivas superiores, con la consecuente vulnerabilidad
ante la irrupción de emociones.

Posibilidad de control de la angustia durante la adultez

Para comprender esto es útil pensar en nuestra propia infancia, contestando las preguntas que siguen: ¿Qué nos daba miedo a los 3 años?
Probablemente evocarán cosas como monstruos, la oscuridad, estar solos, etc. ¿Qué hacíamos cuando nos daba miedo a los 3 años? Tal vez recordarán
soluciones como dejar la luz encendida, gritar y llorar, acompañarnos de un muñeco, escondernos bajo las cobijas.

Y ahora, ¿qué nos da miedo como adultos? ¿La violencia y los riesgos que implica, por ejemplo? ¿Qué hacemos como adultos cuando nos da
miedo? Si estamos en una calle oscura y tememos ser asaltados, seguramente buscaremos el camino más corto para salir de allí, mientras nos calmamos
mentalmente para guardar la calma y actuar. O evitamos pasar por lugares que podrían implicar riesgos.

10Durante los primeros años de la infancia y la adolescencia, se aprende a comprender y controlar emociones (separarse de personas significativas, tolerar la angustia, confiar en las personas que les rodean,
controlar impulsos, etc.), y el éxito en el logro de tales tareas depende en gran medida de las experiencias que tenga con adultos significativos y con el contexto en general.

11 E. Sullivan, et.al. El sexo que se calla. Dinámica y tratamiento del abuso y traumas sexuales en niños y adolescentes. Ed. Pax México. México. 1997
12 E. Herrenkohl, et.al. Resilient early school-age children from maltreating homes: Outcomes in late adolescence. American Journal of Orthopsychiatry, 64, 301-309, 1994
Si comparamos los dos escenarios, los temores de los niños y sus soluciones son “menos racionales”. En los adultos es posible encontrar la
posibilidad de autocontrol frente al temor y la angustia. El autocontrol es resultado del conocimiento que el sujeto tiene acerca de las relaciones funcionales
que controlan su comportamiento para lo cual es necesario analizar, abstraer, manejar hipótesis, deducir, etc. respecto de las variables que influyen en
la conducta para, finalmente: 1) generar y evaluar respuestas posibles o alternativas, 2) inhibir las respuestas inapropiadas y 3) exhibir la respuesta que
se ha decidido es la más adecuada o beneficiosa. Un adulto puede, además:

 Acudir mentalmente a información que le permite calmarse.


 Analizar objetivamente una situación aunque en ese momento sienta miedo.
 Autoobservarse; darse cuenta que siente miedo y escoger una acción para solucionarlo.
 Apelar al conocimiento adquirido y a la mayor capacidad de juicio para controlar sus emociones.

Ninguna de las habilidades cognitivas mencionadas arriba para controlar la angustia y el temor está disponible y totalmente funcional durante la
infancia y adolescencia ante una situación que le provoque angustia.

El papel de los mecanismos de defensa durante la infancia y adolescencia

El control voluntario de las emociones y, con ello, la posibilidad de minimizar conscientemente la angustia sólo pueden manifestarse una vez que
la persona posee el desarrollo cognitivo13 necesario para poder manejar variables abstractas, formular autoinstrucciones, autoobservarse y autoevaluarse.

Un niño o niña no podrá considerar y analizar el panorama general, reconocer y nombrar sus emociones, evaluar las diversas formas de
expresarlas y prever las consecuencias de tales expresiones. Mucho menos podrá controlarlas o seleccionar una emoción descartando las demás e
impidiendo que las demás le afecten, para adecuarse a lo que la situación requiera.

El niño, niña o adolescente, por el contrario, estará regido y centrado en lo que siente en el momento antes que pudiendo analizar objetivamente
las situaciones externas. Ante estas realidades diferentes, sustentadas en las diversas etapas de desarrollo, el miedo es controlable 14 para los adultos,
pero no para los niños, niñas y adolescentes.

Por otro lado, como se mencionó al inicio del artículo, durante la infancia y adolescencia, las personas están mucho más expuestas y vulnerables
ante la angustia y el miedo. Y por lo tanto, se necesita de manera mucho más contundente la aparición de mecanismos de defensa psicológicos que,
automática e inconscientemente, minimicen el dolor que la irrupción de la angustia provoca en la realidad mental.

13Jean Piaget, op.cit.; Papalia et.al., op.cit


14Se entiende como autocontrol la capacidad del individuo de gobernar su propia conducta para alcanzar ciertos objetivos o metas, guiar el propio comportamiento de manera autónoma, sin necesidad de regirse
por los estímulos externos. Se vincula estrechamente con la capacidad de tolerar la frustración (no todo ocurre en el momento ni del modo en que lo deseamos) y la capacidad de espera (que se contrapone a la
sensación de angustia paralizante y a la desesperación).
El impacto de los mecanismos de defensa psicológicos ante las características
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Si éstos no aparecieran la estabilidad mental del niño, niña o adolescente estaría en riesgo. El dinamismo psicológico de ningún ser humano
puede tolerar grados de angustia excesivos. Si la realidad mental no logra que la angustia se mantenga en niveles tolerables, el individuo podría
desestructurarse y enloquecer.

Los mecanismos de defensa psicológicos también están presentes en la realidad mental de los adultos15, pero éstos están igualmente sujetos a
la autoobservación y el autocontrol. Un adulto puede darse cuenta que con frecuencia utiliza un mecanismo de defensa (la negación, por ejemplo), que
ello está afectando su vida negativamente porque obtiene repetitivamente consecuencias negativas en la interacción con otras personas, y tomar las
acciones necesarias para modificarlo (en un proceso de terapia psicológica o a partir de un autoanálisis y cambio voluntario de sus conductas).

Durante la infancia y adolescencia el papel de los mecanismos de defensa es esencial y necesario como herramienta para afrontar la angustia y
proteger al individuo de una desestructuración que podría ser fatal para la realidad psicológica. Como el niño, niña o adolescente no posee aún habilidades
cognitivas como las del adulto para controlar las emociones, necesita con más frecuencia y mayor contundencia la participación de mecanismos de
defensa psicológicos para disminuir la angustia y el temor, y mantener su realidad mental equilibrada. Y éstos, irremediablemente, afectarán la conducta
que los niños, niñas y adolescentes desempeñan en situaciones que los angustian y atemorizan.

Conclusiones

A la hora de interactuar con niños, niñas y adolescentes es necesario prever y conocer este hecho así como sus efectos: la angustia inunda sin
filtro (cognitivo, racional) la realidad psicológica del niño, niña o adolescente.

Un niño, niña o adolescente interpreta fácilmente situaciones como amenazantes y la percepción de daño inminente será sentida como real.
Cuando enfrenta una situación que le atemoriza se verá inundado por la angustia y no cuenta con instrumentos suficientes para calmarla por medio de la
razón o la acción. Por esta razón, la dinámica psicológica infantil y adolescente recurrirá con mayor frecuencia (y contundencia) a mecanismos de defensa
psicológicos para minimizar la angustia.

Sabiendo que los niños, niñas o adolescente no cuentan con la posibilidad de sobreponerse al temor y la angustia por medio de la autoobservación
y autocontrol conscientes (racional y objetivo), el adulto o adulta con quien esté interactuando debe contar con conocimiento especializado para crear
contextos en los que la angustia no llegue a niveles nocivos que desencadenen mecanismos de defensa psicológicos16. Y de igual modo, conocer
herramientas en la interacción con el niño, niña o adolescente para manejar la aparición de estos mecanismos de manera adecuada.

15 Cabe mencionar que en este artículo se consideran los mecanismos de defensa como parte de la dinámica psicológica del ser humano. No se trata del análisis de los mecanismos de defensas típicos (activos
y recurrentes) en determinadas estructuras de personalidad adulta de acuerdo con la teoría psicoanalítica.
16 Será necesario recordar que los mecanismos de defensa psicológicos no están sujetos a la voluntad del niño, niña o adolescente. Por el contrario, se desatan inconscientemente. Cuando está operando un

mecanismo de defensa inconsciente se puede apreciar:


 un cambio significativo en el comportamiento del niño cuando la conversación y las preguntas se acercan específicamente al punto que le angustia,
 aparición de contenidos de la declaración que parecen absurdos o incoherentes,
Por ejemplo, el niño, niña o adolescente, por sí mismo, no podrá sacar la conclusión de que está frente a un adulto cuya función es ayudarle (de
hecho, es más probable que desarrolle fantasías sobre estar en un juzgado porque “será castigado por la policía; por haberse metido en problemas”). Sin
embargo, sí sentirá el temor y la angustia vinculados a esta fantasía. Y será entonces tarea del servidor público explicar el motivo del contacto para
minimizar el temor con frases que aludan siempre a la protección del niño, niña o adolescente en ese momento (algo inmediato y necesario para el niño,
niña o adolescente que siente temor y angustia).

 conductas que desde el sentido común podrían interpretarse como intentos voluntarios de cambiar de tema o de mentir.

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