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Sobre G.

Maturo

Arturo García Astrada

Una de las grandes voces de la lírica


argentina, la de Graciela Maturo, quiere
hacer escuchar su palabra poética desde
Córdoba y para ello reúne, en esta edición,
dos libros "Canto de Eurídice" y "Orfeo
canta". El primero fue publicado, hace
unos años, en "Ultimo Reino"; el segundo
se dio a conocer en breve edición de los
Cuadernos de Poesía "Letra Viva" que
dirige el poeta Juan Meneguín en
Concordia, Provincia de Entre Ríos, en
1995.

Sucede que no sólo la palabra poética, sino


la palabra simplemente, con toda su carga
semántica, busca un hipotético refugio,
quizá sólo un ilusorio refugio, para desde
allí, lejos del puro palabrerío y en la
vecindad del silencio, custodiar lo que el
destino le ha señalado. La palabra reconoce
la legitimidad -pero también los límites- de
otras formas de lenguaje y no quiere ni le
interesa entrar en lucha con ellas; sin
embargo, cuando éstas se desbordan y, con
intención totalitaria, pretenden tener la
exclusividad del lenguaje, la palabra busca
la poesía como su morada más auténtica.
Busca el poetizar, la más inocente de las
ocupaciones según Hölderlin, para que allí
se proteja el más peligroso de los bienes
dados al hombre que, según el mismo
poeta, es el lenguaje.

En este final de era que estamos viviendo,


en el cual -entre otras tantas cosas- la
"realidad virtual" reactualiza el mito de la
caverna narrado por Platón, aquella
protección resulta ineludible e imperiosa.
Ahora la palabra ha sido puesta a prueba
de fuego ante el avance del ordenador que
va imponiendo nuevos lenguajes como
consecuencia de combinaciones binarias
entre el sí y el no. Desde la rigidez de esta
dualidad, el ordenador va embotando y
alienando la conciencia del hombre con
una avasallante sucesión de códigos y
siglas, donde el contenido semántico,
acumulado por siglos, es un convidado de
piedra.

La lírica, por esencia, es lo contrario de ese


embotamiento y de esa alienación; su
pretensión es sencilla, aunque quizás exija
la más difícil de las tareas: el encuentro
consigo mismo. Sin necesidad de estarlo
pregonando, pero sí reconociéndolo
tácitamente, la tarea de la lírica está
encuadrada en dos preceptos del
pensamiento griego "conócete a ti mismo",
y "llega a ser el que eres", que constituyen
el ámbito en el cual se desarrolla una vida
auténticamente vivida. Cuando este ámbito
es iluminado por esa extraña luz que es la
belleza, el poeta realiza su obra a través de
su palabra y de su silencio.

Ese es el motivo por el cual la poesía lírica,


desde su raíz, es autobiográfica. Esto no
significa que el lírico desmesure su ego y
caiga en autismo. Por el contrario, trata de
que su yo se deslice hacia un nosotros,
donde cada cual participe de una misma
experiencia. A través de la palabra poética
procura que haga explosión algo que ya
está en la conciencia humana, aunque en
ella esté como oculto o como dormido. El
poeta es el mago que despierta y que
muestra y nombra lo mostrado; el que dona
un mundo y hace que brille su magia. Para
lograrlo, una condición previa es
indispensable: que se done a sí mismo.
Pero esta donación es extraña, pues
simultáneamente supone una ocultación.
No ofrece su ego para que sea contemplado
y admirado, sino que lo ofrece como si
fuera un espejo donde todo se refleja, o
como si fuera un cristal, a través de cuya
transparencia todo se ve.

El poeta tiene sus estrategias para realizar


estas cosas. Una de ellas, como ahora lo
hace Graciela Maturo, es recurrir al mito.
El mito es obra de magia mayor y permite
jugar con lo maravilloso.

Por el mito es posible tomar la parte por el


Todo -pars pro toto-, porque sabe que en la
parte también está el Todo; por el mito es
posible la sincronicidad, y es posible vivir
el instante que es donde la eternidad está
en el tiempo -instante deriva del verbo
latino instare, que significa estar en-; por el
mito los límites se volatilizan, porque éstos
sólo tienen vivencia en el tiempo y en
aquél el tiempo queda desenmascarado.

Así el mito, en el presente, nos permite ver


a Orfeo como un niño que vagabundea en
Paraná, junto al río y abrazado a un
pequeño violín. Y nos permite ver a
Eurídice contemplándolo, sentado en la
barranca alta, mientras los ojos del niño
brillan bajo la gorra gris, y el viento mueve
sus cabellos rubios. Y vemos a Eurídice
-cualquiera sea el nombre utilizado-
danzando, entre girasoles, en las colinas.
También, con maravillosa sincronicidad,
vemos al poeta -a Orfeo- llegando a Santa
Fe con jazmines y poemas y siempre
trayendo música con su violín.

En el mito también está presente la


picadura de la serpiente y la llegada de
Eurídice a un planeta que conoce y llama
tierra, desde donde proclama su soledad y
su desamparo y, recordando a Orfeo,
agrega: "Cada uno de nosotros desciende
solo, amor, hasta ese pozo de sombra".
También está la súplica: "Sálvame de esta
larga, insoportable caída / Sálvame con tu
brazo, con tu beso".

Y también está en el mito la esperanza de


Eurídice: "Sé que vendrás a mí con tu nave
de sueño y poderío. / Sé que despertaré al
escuchar tu canto. / Sé que he de regresar
de esta oscura morada / y transformarme
en la que soy / al son de tu laúd templado
por los dioses".

Y a la esperanza de Eurídice se
corresponde, en el mito, la palabra de
Orfeo "Amor, he vuelto con la primavera
/... He vuelto para abrir un libro amado /
donde juntos hemos encerrado flores vivas
/ que perfuman tus manos. / Para decirte
que nada ha muerto / que la música sigue
colmando los espacios / con el rugido fiel
de la belleza / ... Amor, he vuelto para que
comprendas / que un amor más poderoso
que el nuestro / nos envuelve en su aliento
puro de eternidad / y nos lava del tiempo. /
Escúchame, amor mío escucha el canto
nuevo".

De este modo, a través de su privilegiada


palabra poética, Graciela Maturo va
sacando del mito -como el mago de la
galera- cosas que nos asombran y
maravillan.

Una vez más nuestra poeta ha puesto de


manifiesto su fidelidad a una vocación
concretada en la cátedra, en su labor de
investigación, en sus ensayos y en sus
numerosos libros de poesía.

Arturo García Astrada

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