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Introducción:
Estamos viviendo en un mundo difícil, la violencia está por las nubes, la
destrucción de los ecosistemas disparado, la delincuencia ni se diga; en
cualquiera de las grandes metrópolis del mundo la violencia y la delincuencia
alcanzan niveles inimaginables. La pobreza está excesivamente elevada a
nivel mundial, la desigualdad es evidente, el desplazamiento forzado por
violencia y hambre se da en la gran mayoría de los países que existen, en
pocas palabras, vivimos en un escenario complicado. Lo triste es que todos
somos conscientes de la realidad pero no hacemos nada para mejorarla, para
cambiarla, para transformar la sociedad. Las noticias nos saturan de
reportajes crueles, inhumanos, los seres humanos no se tratan como tales, por
decirlo de otra manera, estamos deshumanizando a la humanidad, puede
sonar triste pero es lo evidente. De alguna forma todos participamos de este
desastre, precisamente porque todos vivimos en este planeta, hermoso aún,
llamado tierra, así que todos somos conscientes de lo que acontece, toleramos
lo cruel y ya no nos inmuta tanta violencia en el mundo.
Esto origina grandes grupos de pobreza que suelen habitar en las periferias
de las grandes ciudades. La falta de empleo es motivo de delincuencia, ya
que las condiciones para acceder a la educación se hacen menos favorables
para quienes tienen que trabajar desde niños para llevar sustento a los
hogares. Muchos de estos niños terminan en pandillas, donde ven que
pueden obtener mejores ganancias en el mundo de la delincuencia.
Jesús y su prójimo
Así que Jesús empieza a observar una marcada desigualdad marcada por los
que tenían mucho y vivían en casas lujosas viviendo del trabajo de la gran
mayoría de la población que eran pobres, los cuales tenían que vivir en
condiciones precarias, inhumanas e injustas. Eso ve Jesús, así que nos lo
encontramos preocupado por la gente, por los pobres.
Son ellos los que están cercanos a Dios y su acción gira en torno a ellos. Jesús
también observa la crueldad de Roma, su “pax romana”, principio impuesto
por Augusto, es una extraña paz y una seguridad que se mantienen gracias a
la violencia con la que Roma trataba a sus enemigos. Para Plutarco y Tácito
esta “paz romana” estaba llena de “Sangre y Cadaveres”. Otro aspecto que
observa Jesús es la forma tan deshumanizante en la que son tratados los
enfermos, olvidados y apartados por una sociedad que veía cualquier
enfermedad de la piel como lepra, como castigo del creador, lo que lo hacía
ceremonialmente impuro, es decir, retirado de lo sagrado, de Dios mismo.
Jesús se da cuenta de la forma tan deshumanizante con la que es tratada la
mujer. Esto es lo que observó Jesús en su contexto.
Todo lo anterior nos lleva a comprender las palabras pronunciadas por Jesús
en medio de su predicación, de su ministerio itinerante “Ama a tu prójimo
como a ti mismo (Marcos 12,31; Lucas 10,27; Mateo 19,19)”, es un grito
desgarrador de Dios hacia los hombres y mujeres de su época, es el deseo del
Creador de que cada ser humano entienda que no es el centro de la creación,
es una parte del todo y que por lo tanto de su respeto, de su amor al prójimo
dependerá su existencia.
¿Quién es mi prójimo?
Para Jesús es claro que el prójimo es todo aquel que no soy yo, y desde esa
perspectiva le ayudo, siento compasión de él, no tengo en cuenta su
condición social, raza, religión o sexo (Lucas 10,25-37). Veo en el prójimo la
manifestación visible de Dios, su obra perfecta. Jesús empieza a enseñar esto
a sus discípulos, a recrear en ellos la antigua alianza, donde todos eran
iguales entre sí y donde las pirámides sociales no existían. Ente ellos no debe
repetirse el modelo social imperante, piramidal, jamás. De hecho el mayor no
es al que le sirven, sino el que sirve; todo un mensaje revolucionario para su
época. El maestro enseña con el ejemplo. Recuerden a la mujer que estuvo a
punto de ser apedreada; una ley sentenciaba su ejecución, pero él pone por
delante la ley superior, la mayor de todas, el amor. Así que sus palabras,
“Ama a tu prójimo como a ti mismo”, no son solo una expresión de un
hombre amoroso, sino de alguien que comprende que este principio va en
contra de todo el orden social, económico y político, orden por cierto tiránico,
excluyente, pues solo piensa desde la individualidad y no desde la
colectividad.
Para Jesús, este mensaje breve pero profundo es una invitación a comprender
el Reino de Dios, es decir a comprender que la justicia, la igualdad, el amor, el
respeto, la tolerancia, son principios del reino, “Yo deseo que tengan vida y la
tengan en abundancia (Juan 10,10)”.
Jesús nos invita a la reflexión en este mundo tan caótico. Jesús no habla, nos
sigue diciendo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.