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Formación de los Operadores Jurídicos

“FORMACIÓN DE LOS OPERADORES JURÍDICOS”

De Augusto M. Morello

SUMARIO: I. Introducción, II. Reseña de la obra, III. Referencias derivadas a otras

lecturas, IV. Impacto en el proyecto de investigación, V. Consideraciones finales, y

VI. Fuentes de consulta.

I. Introducción.

Para la construcción del presente reporte, fue sugerida la lectura de la obra titulada:

“Formación de los operadores jurídicos” (2005), que contiene una serie de reflexiones

que guardan relación con la temática del proyecto de investigación del doctorado, que es

la educación judicial.

La citada obra es autoría del argentino Augusto Mario Morello, distinguido jurista y

académico fallecido en al año 2009, quien fue autor de diversas obras y artículos jurídicos,

entre ellos, la publicación que se comenta y la denominada: “La reforma de la justicia”;

se graduó como abogado en la Universidad Nacional de la Plata y se doctoró en

jurisprudencia en la Universidad de Buenos Aires, siendo profesor emérito de la primera

y doctor honoris causa por la segunda, así como por la Universidad del Salvador; además

de haber sido designado miembro de la Suprema Corte de Justicia de la provincia de

Buenos Aires (consulta 11-02-2011).

Resulta destacable su labor como promotor de un pacto de estado para modernizar el

servicio de justicia y consolidar la efectividad de la tutela de los derechos fundamentales

(consulta 11-02-2011).
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Inicialmente, el autor señala que el servicio de justicia argentino no marcha al paso y con

la calidad que exige la sociedad, ya que la imagen de la justicia sólo tiene el beneplácito

del 10% de la ciudadanía, por lo que considera necesario hacer frente a algunos desafíos

de la modernidad, conjuntamente con el deber de ordenar con disciplina, inteligencia,

sentido común y perseverancia, las políticas e implementaciones en la formación y

capacitación jurídica, y a fortiori, es decir, con mayor razón, en la excelencia del servicio

de justicia.

Al referirse a los operadores jurídicos, hace alusión a aquellos que trabajan en los asuntos

de la abogacía, la justicia y la investigación jurídica, lo cual nos permite tener una visión

más amplia de hacia quienes debe ir dirigida la formación jurídica, ya que en el proyecto

de investigación el centro de atención son los funcionarios judiciales, sin embargo, es

cierto que en la buena marcha de la administración de justicia, se encuentran involucrados

otros actores.

Sostiene que su formación debe estar abierta para acceder a los nuevos y diversos

conflictos sociales, enfrentando el riesgo del inmovilismo, de la quietud que invade

diversos espacios. Por ello, hace énfasis en que es necesario vencer las resistencias, lo

establecido, la rutina y el “no se podrá”, menciona que si se puede, pero ello demanda

intentar hacerlo; lo cual resulta inspirador en nuestro caso, en lo que respecta a la

educación judicial.

Si bien en el texto se hace referencia a la situación en Argentina, el autor no es omiso en

señalar que aunque se tenga que estar a las particularidades de cada país, la comprensión

de los retos y provocaciones y el tratamiento de las respuestas son semejantes, con lo cual

se coincide.
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II. Reseña de la obra.

Una vez realizada la lectura y análisis de la obra, se pueden destacar diversas

proposiciones del autor, es así que afirma que ningún sector es ajeno a una mejor

formación, capacitación y especialización en búsqueda de la excelencia, y tratándose de

la impartición de justicia es claro que estas resultan una tarea esencial; como diría el autor

citando el mensaje de los griegos: todo en su medida y armoniosamente.

Al iniciar realizando: Una lectura de la sociedad en que vivimos, hace referencia a la

importancia de los datos cuantitativos de las estadísticas, más no como acumulación de

información, sino para encontrar y explicar el sentido del porqué de las cosas, como apoyo

al enfoque teórico, de ahí que se señale que ver no es lo mismo que comprender, por lo

que resulta esencial entender en primera instancia cómo es nuestra sociedad, que

problemáticas y retos enfrenta.

Citando a Innerarity (2004), menciona que “cuando no se percibe ningún desplazamiento

sobre lo habitual, dicha inmovilidad provoca sospechas, ya que cuando todos están de

acuerdo, se puede suponer que no ha sido adecuado el procedimiento para forjar una

opinión común” (p. 17); ello resulta interesante, toda vez que en el ámbito judicial, en

ocasiones nos enfrentamos a dicha quietud.

En atención a lo expresado sobre la cultura jurídica por el Dr. Guillermo Jaim Etcheverry,

rector de la Universidad de Buenos Aires, y autor de la obra “La tragedia educativa”

(consulta 11-02-2011), la relación entre lo aguardado y lo producido el déficit es notable,

por lo que urge remontarlo (Morello, 2004, p. 18).

Lo anterior, es aplicable al ámbito judicial, así como a la educación al interior del mismo,

destacando a decir del autor, la importancia de que la misma tenga carácter humanista.
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Al entrar al análisis de: La Enseñanza del Maestro, el autor menciona que el sistema del

Derecho se nutre fundamentalmente de valores, mismos que deben ser transmitidos por

lo docentes.

Señala que los desafíos a que condiciona la formación de los alumnos y los deberes de

los docentes, impactan en los planes de estudio así como en la metodología de enseñanza-

aprendizaje. De igual forma, menciona que se asiste a un proceso de evaluación de las

universidades; el cual se debe ver como el instrumento útil para medir de forma objetiva

los rendimientos y una continua superación en los objetivos propuestos: búsqueda de

permanente calidad y excelencia en la educación.

A las universidades les critica la falta de capacidad para reformar ágilmente sus planes de

estudio, aunado a que conforme a lo expuesto por el autor de la obra, autorizadas

opiniones se han pronunciado en cuanto a la divergencia o brecha existente entre los que

la universidad enseña y lo que la sociedad reclama. En cuanto al papel de los colegios de

abogados, considera que deben trabajar a la par de las universidades, ya que no se trata

de dividir, sino de sumar esfuerzos, de aportar desde diferentes ángulos que convergen en

una gestión conjunta, por lo que es interesante analizar la influencia que pueden tener en

la formación de los operadores jurídicos.

Precisa, a nuestro parecer de forma acertada, que la universidad no debe formar sólo un

estilo de abogado, el que se desempeñe en lo adversarial, es decir, en el enfrentamiento,

la lucha para vencer al otro, ya que en la actualidad la sobrecarga de conflictos obliga a

recurrir a los métodos alternativos de composición de la litis; por lo que se enfatiza la

importancia de generar desde las universidades una cultura encaminada no sólo a hacer

justicia sino a asegurar la paz social, una convivencia normal que no sea dominada por

las tensiones y conflictos, en los que haya un vencedor y un perdedor, sino que sea guiada
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por el diálogo. Es así que concordamos en que el abogado debería desenvolverse también

en el ámbito de la mediación y la prevención o disuasión de conflictos.

Se necesitan abogados mejor preparados para el uso del derecho y con clara convicción

de armonizar paz social con justicia, como objetivos y criterios de interpretación

finalistas; dispuestos a prevenir y resolver los conflictos sociales.

Se busca que el resultado final sea una tutela efectiva realizada en tiempo razonable y a

un costo accesible, ya que el núcleo central del derecho son las personas a las cuales debe

brindar una tutela adecuada; ello se consigue a través del debido proceso legal, que

comprende entre otras cuestiones, el derecho a una asistencia letrada competente.

Señala que tanto la capacitación como las severas exigencias éticas son obligaciones y

guías a las que el abogado debe perseverancia, y las cuales deben ser permanentes.

En el apartado denominado: El reloj de los operadores del proceso judicial, inicialmente

se hace referencia a la crisis del servicio (poder) de administrar justicia, mencionando que

procurará advertir sobre dos elementos sociológicos: tiempo y aptitud o idoneidad

profesional, que no pocas veces se omiten considerar en la trascendente significación que

ellos portan en las características o rasgos con que se dibuja el escenario en el que los

operadores jurídicos actúan y que condicionan sus manifestaciones.

En cuanto a los deberes de los jueces, se señala que están: velar celosamente por el

adecuado y eficaz servicio de justicia; que la preocupación por sus resultados, es propia

del ejercicio de la función judicial, y que debe eliminarse el riesgo de un conformismo

paralizante para obtener una adecuada interpretación de las normas y salvar soluciones

notoriamente injustas (Miguens, 2000, p. 13).

En ese tenor, se señala que se requiere de un juez nuevo que cuente con una especial dosis

de ponderación y una imprescindible formación que adquirirá en la Escuela Judicial,


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ámbito docente donde el opositor es un alumno en prácticas; aquella debe ser el marco

adecuado donde la formación contenciosa, el estudio del caso, a través de la colaboración

que aporten juristas de procedencia profesional diversificada, ha de adquirir su mejor

nivel.

Se trata de proporcionar a la sociedad un perfil de juez y abogado en que prime la facultad

de razonar, y que se aleje de aquellos sacerdotes imbuidos de inhabilidad jurídica y

autoinvestidos de supuestas virtudes morales (Carrillo, 2000, p. 10); ya que la técnica y

arte de jueces y abogados, está al servicio de administrar justicia y ello exige hacerlo bien

y con efectividad.

Se menciona que claro es, en que la formación, la ininterrumpida capacitación, el acceso

a una renovada cultura de múltiples lecturas y saberes, dota a los operadores de un registro

de idoneidad superior, que los instala en los riesgos y desafíos que matizan la complejidad

del presente. De frente a la realidad se demanda una capacitación continua y persuasión,

esfuerzo por superarnos, por querer ser mejores.

Por lo que hace a los retos y respuestas, Cappelletti señala que los albores del siglo XXI

no son días de espera, ni consienten demoras que colisionan y ahuecan los tópicos de la

justicia; la situación es límite y las demandas no pueden posponerse, ya que nada podrá

justificar que una y otra vez gane el inmovilismo y la parálisis (Morello, 2004, p. 54), lo

que conlleva a la demeritación sobre el anacrónico, siempre relegado, disfuncional y mal

visto “quehacer judicial”, lo que se pretende es una justicia creativa y sensible a las nuevas

realidades, ya que pareciera que se encuentra desfasado en el tiempo; se requiere que

adquiera carácter protagónico, que atienda a las voces del contexto social y que

prudentemente activista, se instale, institucionalmente, como la pieza clave en el

ensamble de los Poderes.


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En el apartado subsecuente, el autor aborda el tema de: Los abogados y su adecuada

formación para la reconstrucción de la nación, y de inicio se manifiesta que es notorio el

descenso de la base ética de la vida pública, y las consecuencias a las exigencias

culturales, políticas, educativas y jurídicas; sostiene que es preciso contar con una

sociedad impregnada de valores innegociables que señalen el rumbo al pueblo.

También resalta el acostumbramiento de varias deformaciones, las cuales día a día se

acentúan, donde para abrirse camino y progresar se estima que no es necesario esforzarse

mucho, se puede apagar la inteligencia y la capacitación, se cuestiona el ¿para qué? en un

entorno de condescendencia o del menor esfuerzo.

Por lo que hace a la Investigación Jurídica se enfatiza su necesidad, al citar al doctor

Bossert (2005) quien menciona la importancia de la preparación de los jueces y abogados,

en virtud de que cada vez adquiere mayor complejidad el contenido de los objetos de la

pretensión en los litigios, que demandan tener mayores conocimientos técnicos y

científicos (p. 75).

Llama la atención la constante crítica del autor a la actitud conservadora, rutinaria,

inmóvil de los operadores jurídicos, que han sido contagiados del “para qué cambiar”,

“pero aquí no se podrá” y “estamos bien así”. De ahí que resulte imprescindible encontrar

puntos de partida, para ir en contra de la corriente del conformismo, sustituyéndola por

un tiempo creativo, traducido en emprendimiento; por lo que considera que lo nuestro no

puede sino ser una cultura de la información, del saber.

Villegas López subraya que no vale desdeñar, descalificar, o enceguecerse en la crítica

de la superficie, sobre que no sirve lo existente, sino que es imperioso encontrar un nuevo

punto de partida con posibilidades ya establecidas en la realidad (p. 194).


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Otro apartado es el relativo a la: Formación del Justiciable para los temas de la justicia,

se refiere el éxito pleno del servicio (poder) judicial a través del proceso justo; sin omitir

que la justicia que se demora es la máxima injusticia o incluso es una denegación de la

misma. Por lo que insta a que se hagan bien las cosas, tratar de hacer la mejor justicia

posible.

Se insiste en que no es posible continuar pensando, en un juez distante con una actitud

cómoda y pasiva, ya que ello no lo permite la complejidad de los fenómenos sociales.

La propuesta del autor es clara y directa, sostiene la necesidad de intensificar no

únicamente los programas de formación judicial o de capacitación continua de los

abogados y jueces, que son los reales operadores jurídicos, sino además de informar y

difundir la cultura jurídica a los justiciables, lo cual facilita el conocimiento y la

interiorización del derecho, así como el rol ordenador y facilitador de éste y del proceso

judicial en el seno de la sociedad.

En ese tenor, menciona que es necesaria una continua labor educativa del litigante, quien

es el destinatario y verdadero consumidor de la justicia.

Asimismo, se señala la importancia de un programa integral moderno de reformas para la

justicia, sobre la base política de carácter democrático, al considerar que debe hacerse

fuerte la formación del justiciable, al hacer conciencia en ellos sobre sus derechos, pero

igualmente acerca de sus deberes.

En resumen, destaca que la cultura jurídica y procesal no debe ceñirse a los operadores,

sino, en reciclaje permanente, abrirse también hacia los litigantes, siendo innegable que

se requiere educarlos, equiparándolos a los ciudadanos responsables que permiten

sostener la democracia, porque saben y ejercen sus derechos, también conocen sus

deberes y los acatan; por lo que el litigante no puede ser extraño al sistema judicial, es
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parte medular de éste, y el éxito de su función depende no sólo de las habilidades y

conocimientos de los operadores letrados, sino del concurso positivo de los titulares de

los intereses en controversia; ello en virtud de que el sistema judicial no puede

conformarse con ser la sombra tardía de la sobrecarga o de resultados poco eficaces.

Al interior, se debe incorporar la formación de los recursos humanos, así como aprovechar

las bondades de la cultura digital, abaratando tiempo, costo y funcionalidad

Es importante reflexionar lo expuesto por Dr. Sousa Dinis (2001), a quien hace referencia

el autor, y que expone que “es peligroso, y termina en frustración, auspiciar reformas que

son para un país ideal, con gente ideal y operadores judiciales ideales” (p. 92). Es por

ello, que cuando hablemos de reforma judicial, habrá que ser objetivos respecto a las

condiciones reales, y así una vez analizado el presente, lo que interesa es superar la

situación actual.

Haciendo referencia a la administración de justicia española, Morello sostiene que no sólo

adolece de una lentitud exasperante, sino que suele ser incomprensible para el ciudadano,

a quien se le escatima la información y no se le presta la atención debida como usuario

de un servicio público esencial, por lo que el autor lo califica de un mal crónico.

En el apartado relativo a: El Despegue menciona que no es de ahora la preocupación por

la adecuada formación de los operadores jurídicos, haciendo alusión al papel que han

desempeñado los colegios de abogados, quienes en su momento impulsaron los cursos y

especializaciones de posgrado, ya que los jóvenes se sabían en inferioridad de armas y de

posibilidades, toda vez que les faltaba mucho para ser y sentirse abogados, tales cursos

eran diversos, como ejemplo tenemos los ofertados bajo la denominación de: Síndrome

de agotamiento profesional, Derecho informático, Negociación y conciliación,

Responsabilidad de los profesionales en Derecho, entre otros.


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Menciona que la crisis de la justicia civil favoreció el desarrollo de los métodos

alternativos de solución de conflictos: ADR (Alternative dispute resolution) y MARC

(Modes Alternatifs de réglement des conflits), por lo que la justicia alternativa ha ido

adquiriendo importancia, al ser concebida como el medio de escape a los inconvenientes

de la justicia ordinaria, como es sabido, lo relativo a su costo, lentitud, complejidad, entre

otros.

Agrega que cada abogado, sea en la trinchera que se encuentre -litigante, juez, asesor,

legislador, educador-, lo primero que requiere es tener confianza en sí mismo, en su

aptitud e idoneidad, en saberse formado para desempeñarse con dignidad y decoro,

sabiendo lo que hace, y que eso es lo mejor para el cliente y la justicia.

Aunado a lo anterior, es requisito la calidad de la educación y la ética de los operadores,

insiste en que la obtención del título profesional de abogado no es suficiente, que el rigor

de la formación exige un entrenamiento continuo y el esfuerzo, día a día por saber, tener

experiencia y abrirse a los conocimientos, desafíos y complejidades del mundo actual,

que impone nuevos perfiles y exigencias.

Por lo que hace a: Los nuevos desafíos en las instancias judiciales supremas, corrobora la

imperiosa necesidad de adaptación, mejoramiento y capacitación del profesional del

derecho, a decir del autor, de los operadores jurídicos, a quienes invita a sumarse no como

francotiradores, sino como lúcidos protagonistas a la transición, y si para ello, somos más

competentes, mejor formados, la tarea será más fácil y el éxito estará al alcance.

Dentro de: En el camino expone que en la tarea esencial de formar a los operadores

jurídicos cuenta de forma determinante la función de los maestros, quienes a decir del Dr.

Etcheverry (2005), ejerce dos actividades: apoyar y limitar; van a educar, capacitar y

orientar hacia la excelencia y la responsabilidad (p. 130).


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Respecto a la educación, resulta fundamental interiorizar que sin una adecuada

formación, tanto técnica como ética, no se avanzará; se revela con énfasis la capital

importancia de dar forma y estilo a esa obra de capacitación. Ello sin que se pierda por

parte del estudiante el sentido de autoexigencia intelectual y se adopte una actitud

conformista; sin el profesor anquilosado que repite la lección antigua (Massuh, 2005, p.3).

Concluye señalando que es necesario volver a poner la educación como cuestión primera

del relanzamiento argentino, haciéndose cargo del déficit educativo que actualmente

arrastra a los jóvenes.

Sustenta que la formación de los operadores jurídicos es un asunto de todos, porque al ir

alcanzando niveles de perfección, servirán de manera adecuada a las demandas, cada vez

más intensas y complejas, que la sociedad le dispara al derecho.

Por lo anterior, se señala respecto a los operadores jurídicos, que es necesario no

abandonar ni mancillar los valores éticos y la empresa de la educación; la formación

profesional es determinante, se habla de educar con valores que son el piso de

sustentación de la sociedad, al ser compartidos por la mayoría, lo que permite sobrellevar

todas las adversidades; aunado en segunda instancia a la necesidad de no olvidar que no

nos demoremos, ya que cuanto antes lo hagamos mejor nos irá.

III. Referencias derivadas a otras lecturas.

En virtud de lo expuesto en la obra en comento, resultó necesaria la remisión al análisis

de la administración de justicia como servicio público, punto que no había sido estudiado,

ya que dentro del proyecto de investigación ha sido analizada como la función a cargo de

un Poder, en sus dos aspectos: jurisdiccional y administrativa.


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Al respecto, la novedosa concepción de la justicia como tal, sirvió en Francia para

proponer su inclusión en la nómina de los servicios públicos obligados a rendición

periódica de cuentas. Desde una dimensión orgánica, se considera que la justicia se trata

de una administración que presta un servicio público, lo cual se encuentra conectado con

la forma de Estado Social, el cual es un Estado de Servicios Públicos, lo cual implica una

concepción instrumental y no finalista, al estimar que la administración de justicia no es

un fin en sí mismo, sino un medio para la consecución de determinados fines sociales

(Toharia, 2002, p. 37).

Al efecto, se señala que los servicios públicos son funciones básicas del Estado

encaminadas a garantizar una digna calidad de vida de los ciudadanos, y son

encomendados a funcionarios públicos, por lo que el ciudadano va a exigir la correcta

prestación del servicio público judicial. De ahí que se sostenga desde este punto de vista

que se trata de un servicio que se puede modernizar (Ibidem, p. 185).

La Constitución española en su artículo 24, numeral 1, dispone que: “Todas las personas

tienen derecho a obtener la tutela efectiva de los jueces y tribunales en el ejercicio de sus

derechos e intereses legítimos, sin que, en ningún caso, pueda producirse indefensión”

(Consulta 13-02-2011). Por lo tanto, se señala que al configurar el citado ordenamiento

la tutela judicial como una prestación estatal, es indiscutible que la administración de

justicia como responsable y garante de dicha prestación reviste la dimensión de prestadora

de un servicio público (Tajadura, p. 194).

Entre la clasificación de servicios públicos constitucionales que realiza Araujo Juárez,

destaca los servicios de “primer rango”, los cuales se encuentran vinculados a las

funciones de soberanía del Estado y comprenderá entre otros el servicio público de la

justicia (Araujo, 2009, p. 21).


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Por otra parte, coincidimos en que tal y como sucede con un enfermo, que es requisito

previo la realización de un buen diagnóstico de su enfermedad, tratándose de la

administración de justicia es necesario previamente saber qué es lo que hay que mejorar,

llevar a cabo una evaluación regular y rutinaria del funcionamiento de la justicia, como

un instrumento fundamental (Tajadura, p. 194-195).

En nuestro país, hace más de diez años que se comenta el papel que debe desempeñar el

Poder Judicial en el futuro, desde entonces se ha señalado que las reformas se han

producido de forma aislada, cuando lo correcto hubiera sido insertarlas dentro de una

estrategia global de reformas del Estado. Entre los cambios pendientes, se han señalado

los aspectos de administración de los tribunales (management), el fortalecimiento de la

independencia judicial, a través de la carrera judicial, la capacitación legal de jueces y

abogados, y todo lo referente al acceso a la justicia (Carbonell, 2000, p. 346).

De ahí que siga señalándose que queda un largo camino por andar respecto a la selección,

formación y promoción de jueces y magistrados, toda vez que en México no se ha

planteado el “modelo de juez” que se requiere frente a las nuevas necesidades del Poder

Judicial, ni tampoco se ha analizado la forma de capacitar a los jueces para dotarlos de la

preparación necesaria para el desempeño de su función, por lo que se afirma que dichas

tareas tendrá que afrontarlas el Consejo de la Judicatura (Carbonell, 2000, p. 347).

Por lo que hace a las garantías jurisdiccionales, se recurrió a la consulta de diversos

documentos, entre ellos, la Convención Americana sobre Derechos Humanos “Pacto de

San José de Costa Rica”, que se encuentra vigente en nuestro país, y que en su artículo 8º

dispone lo relativo a contar con un tribunal competente, independiente e imparcial

(Consulta 15-02-2011).
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De igual manera, en el Estatuto Universal de Juez, se encontró referencia al aspecto

presupuestal, señalándose en el artículo 14 que: “corresponde a otros poderes públicos

del Estado proporcionar al poder judicial los recursos necesarios para su actuación”

(Consulta 15-02-2011).

En virtud de lo expuesto en la obra de Morello, se llevó a cabo la remisión a otros textos

que hacen referencia a las políticas públicas judiciales; respecto al uso de tecnologías de

la información, se incorporó el concepto de TIC, ya que en el campo de la docencia se

señala que son útiles, sin embargo no bastan, ya que si bien, son cada vez en mayor

medida condición necesaria para la renovación educativa, no son condición suficiente.

“Tan importante como la infraestructura (los continentes de la información) es la

infoestructura (los contenidos y las capacidades de las personas para usarlos

adecuadamente). En este sentido, las máquinas no sirven cuando el profesorado no está

preparado.” De ahí que el desarrollo formativo de quienes sean docentes es crítico

(Cornella, 2002, p. 32).

En lo que hace a la justicia alternativa, se considera importante mencionar dentro del

proyecto de investigación, los que tienen mayor aplicación, tal es el caso de aquellos en

que “existe la intervención de un tercero, imparcial y neutral, que ayuda a las partes en

controversia a dirimirlas, ya sea facilitando la comunicación entre ellas (mediador),

proponiendo alternativas de solución pacífica de conflictos (conciliador) o resolviendo

las controversias a través de un laudo (árbitro)” (Diana Yasmín Cuevas Cuevas, 2009, p.

73).

Por lo que hace al tema en particular de la educación judicial, corroboramos la

importancia de esta para convertirse en un instrumento fundamental para el cambio, así

como en elemento central de cohesión institucional en torno a sus objetivos futuros;


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precisando que los de la escuela, deben estar en función del tipo de Poder Judicial que se

desea y de cuáles son las habilidades que debe poseer el personal que lo compone, ya que

proporcionarlas, desarrollarlas e incrementarlas será su función primordial (R. Graña,

Eduardo, “Pensando la Escuela Judicial”, pp.8 y 13). Por ello, parece primordial

incorporar el concepto de aprendizaje significativo, como aquél que se logra cuando el

estudiante percibe un tema como importante para sus propios objetivos” (Francisco Javier

Ibarra Serrano, 2001, p. 43); es así que ello se retomará al plantear las medidas de

fortalecimiento de la educación judicial.

La remisión al estudio de la ética judicial fue necesaria, ya que Morello hace alusión a la

necesidad de que esté presente en los operadores jurídicos, a través de una formación

humanista, al efecto que ha señalado Javier Saldaña Serrano (2007) en su obra Ética

Judicial: virtudes del juzgador: “sólo aquel ser humano que se conduce con virtudes

puede realmente ser llamado como tal, porque a través de ellas confirma su humanidad.

Una característica tan ausente en nuestros días, y que se revierte, por desgracia, contra los

más vulnerables de nuestro tiempo” (p. 115).

También se robusteció la importancia de la función del maestro, al señalarse Eduardo

Graña R. que: “en la mayoría de los países, se considera positiva la experiencia de que

sean los propios jueces los que capaciten a otros jueces, en particular en lo relativo a la

práctica judicial, mientras que en lo que hace a las materias teóricas, se suele invitar a

profesores universitarios, abogados y especialistas en otras disciplinas” (p. 5).

En cuanto al rol que desempeñan las universidades frente a la educación judicial, se

considera imprescindible que converjan para formar generaciones de abogados y

servidores judiciales, mediante la argumentación jurídica, para contribuir a la


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construcción de una mejor sociedad y superar las inercias del sistema normativo (María

del Carmen Platas Pacheco, 2010, p. 270).

IV. Impacto en el proyecto de investigación.

Se puede afirmar, que la lectura de la obra, así como la remisión a otros textos, han

resultado útiles para la construcción del marco teórico, ya que permitió incorporar la

teoría relativa a la concepción de la administración de justicia como servicio público.

De igual forma, se complementaron diversos apartados del proyecto de investigación, en

particular en los Capítulos I y III relativos a la función y a la educación judicial,

respectivamente; tal es el caso de las políticas públicas judiciales, que se propone adoptar

dentro de las instituciones de administración de justicia locales: la evaluación del

desempeño, el uso de las tecnologías de la información, el uso de un sistema estadístico,

la justicia alternativa, la ética judicial, y por supuesto, la educación judicial; siendo todas

ellas instrumentos fundamentales para la reforma judicial.

También se enfatizó la vinculación de las universidades en la formación de los operadores

jurídicos, incluyendo además a los colegios de profesionistas; haciendo hincapié en el rol

que debe desempeñar el docente en la escuela judicial.

Por lo antes expuesto, se considera que, a partir de la lectura de la obra, así como de otros

artículos relacionados, se consolida el tema del proyecto de investigación, fortaleciéndolo

con diversas aportaciones sus apartados.

V. Consideraciones finales.

Lo expuesto por el autor a lo largo de los nueve capítulos de la obra, en torno a la sociedad

argentina, así como en particular a la formación de los operadores jurídicos, incluyendo

a los del aparato judicial, no resulta ajeno a nuestro país.


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El objetivo planteado es que se atienda a la expectativa de justicia que tiene la sociedad,

de ahí la necesidad de impulsar una serie de políticas públicas que contribuyan a la mejora

de la administración de justicia, siendo una de ellas, la relativa a la formación de los

operadores jurídicos.

Es así que la escuela judicial deberá cumplir su misión, dando batalla contra el

inmovilismo, la rutina, la indiferencia y el no se puede, que invade la esfera judicial, en

la medida de su alcance.

VI. Fuentes de consulta.

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