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A PROPÓSITO DE LA CRISIS

¿QUIÉN LE PONE EL CASCABEL AL GATO?


La fábula de Lope de Vega en la que narra las circunstancias por las que un grupo de ratoncitos se
ve en la obligación de convocar un cónclave para analizar que hacer con el gato que depredaba y
atemorizaba a permanentemente a su comunidad pretendía, creo yo, poner el dedo en la llaga
sobre la resolución de los problemas que se presentan para resolver situaciones de naturaleza
diversa, entre ellas, las políticas.
Los adherentes a este congreso parten de algunos logros básicos: reunirse frente al peligro común,
analizar la situación, identificar al enemigo fundamental (de la coyuntura)(más allá seguramente
había otros gatos y más grandes).
Como en todo evento, las posiciones, seguramente, iban desde las pasivas hasta las eufóricas,
llegando a teorizar sobre la salida para terminar con el peligro. La actitud reflexiva de uno de ellos
(narra la fábula), puso en jaque a todos los diletantes…¿y ahora quién le pone el cascabel al gato?.
Si bien es cierto, el primer momento (la unidad en el debate) fue un inicio que podría ser factor de
cambio de la correlación, la pregunta dejaba en claro las debilidades de los concurrentes. Colocarle
el sonajero al gato implicaba diferentes acciones individuales y colectivas: saber que eran más y
que unidos había mayor posibilidad de triunfo; romper con los miedos, tener audacia, arriesgar,
planificar el hecho, conseguir la logística, dejar en el camino a los débiles (que esperan con
resignación, a que se los coma el gato); tener en claro que también se presentaba la posibilidad del
fracaso.
El logro del primer objetivo, permitiría ampliar la base de activistas consecuentes, reducir los
costos en vidas, conocer los movimientos del enemigo y empujarlo a la defensiva. También
pondría en el orden del día, la tarea estratégica (capturar al felino y determinar su futuro) o, a no
dudarlo, se presentarían otras opciones que llamarían a pactar una convivencia pacífica, para que
estos hechos no alteren la tranquilidad del hogar (sistema) que los acogía.
De la resolución (puesta en práctica de las opciones acordadas) dependía, al final de la fábula, que
nuevo escenario nacía y a quién favorecería. Dar el primer paso, siempre implica riesgos, pero no
darlo es dejar en manos de dios, lo que es de humanos (en este caso de gato y ratones) y quedarse
en el ostracismo.
Esta reflexión la hago pretendiendo no abrir, sino más bien cerrar un debate y entrar en la
acción sobre la crisis que vivimos y las analogías o similitudes que pudieran darse con abril del
92.
¿Cerramos el Congreso?
Para llegar a abril de 1992 las circunstancias eran políticamente diferentes a la actual (salvo la
indignación ciudadana). Salíamos del gobierno derechista del APRA y Alan García, desastroso en
todo sentido: depresión económica, corrupción, crisis moral, auge del narcotráfico, masacres,
desapariciones, asesinatos selectivos, comando Rodrigo Franco, violencia política y violencia
terrorista y Congreso e instituciones del estado impopulares.
Frente a toda esa problemática, el ingreso de Fujimori al gobierno (que se anunciaba contrario al
modelo) que la población veía como el emprendedor, trabajador, honrado, creyendo que las cosas
mejorarían, fue aprovechada por el poder real para plantear su estrategia de reanimación del
sistema, coptando al japonés.
El Imperio, no encontró mejor coyuntura para imponer el Consenso de Washington,
implementando inicialmente el shock económico, luego, generando una crisis de relación con el
congreso (que ya venía con un desprestigio histórico), azuzado desde medios aliados (de entonces).
La Constitución del 79 era un gran obstáculo para profundizar con el estado Neoliberal y terminar
de liquidar las conquistas económicas, políticas y sociales que se consiguieron en los 70-80s y
convertir al estado en una dependencia del Mercado.
Para implementar el Consenso era necesario tener una mayoría, en el ejecutivo, Congreso, poderes
del estado y socialmente; tener control de medios e ingentes recursos.
El medio (pretexto) que se usó para dar este golpe fue la debilidad que todas las instituciones
(entre ellas el Congreso) tenían frente al terrorismo. La alianza con las FF.AA. fue determinante
para imponer sus propios objetivos e implementar a través de la Nueva Constitución los cambios
que permitieran el desarrollo del neoliberalismo, la criminalización de la protesta social, el
aislamiento de la izquierda (al identificarla con el terrorismo haciendo uso de todos los medios) y la
reducción del movimiento social organizado. Esta estrategia del poder real Terminó por aplastar
(temporalmente) toda propuesta progresista, nacionalista, socialista o de cambio.
Hoy 2018, luego de la caída del régimen corrupto de Fujimori, desde los sectores populares
organizados, nos damos cuenta, que este hecho (año 2000) no varió sustancialmente la correlación
de fuerzas frente al modelo; este continuó (con otras caras) haciendo de las suyas y profundizando
lo dejado por la dictadura. La autocrítica viene desde no habernos puesto a la cabeza de la lucha,
generando un liderazgo propio (de cambio), hasta habernos sumido o sumado a los llamados
gobiernos democráticos.
Esta grave crisis que vivimos nos pone en el dilema de la pregunta. Hoy es el sistema el que está
enfermo de cólera, la población cada día se va dando cuenta de ello; el fantasma (excusa) del
terrorismo ya no cala; las fuerzas armadas no tienen la aceptación del 92; los poderes del estado
están visto como corruptos, pero que fundamentalmente favorecen a los grandes empresarios,
nacionales o extranjero (con impunidad incluida); este Congreso es percibido como el centro de los
males (defensa de corrupción, entreguismo, desigualdad, ineficiente, antinacional) y centro de
poder (donde se inicia y termina todo el entramado de podredumbre), y reconoce en él a los
partidos mafiosos: Apra, Fujimorismo, APP Acuña, y propone desde las calles su cierre.
Nuestra visión estratégica, Cambio Constitucional, recién va haciendo carne en los sectores más
proclives a la politización (organizados); la campaña electoral está ayudando un poco a poner en la
agenda de debate este tema, pero, lo que queda claro, es que la gente del pueblo pide acciones
concretas que determine el cierre del Congreso (acciones tácticas), sabe que allí está el gato.
Frente al dilema ¿le ponemos el cascabel al gato? ¿O lo dejamos que recomponga su
estrategia?¿que compre o busque aliados?¿que busque un pretexto para distraer la atención?...
Este modelo está con el cólera, no le pongamos suero…y un cascabel al Congreso.

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