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JUAN RODOLFO WILCOCK

y EL PROBLEMA
DE LA RESTAURACION NEOCLASICA
Ricardo H. Herrera

A nueve años de su muerte, J.R. Wilcock (Bue- vos tradicionales (no es desatinado, a propósito
nos Aires, 1919-Lubrano, 1978) sigue siendo un de su primer poesía, hablar de una regresión órfi-
"caso", un "raro" que parece prestarse a todo tipo ca y de una restauración formal) y expulsa, des-
de mistificaciones. De vez en cuando, alquien que pués de haberles dado asilo, toda mitología senti-
lo vio de lejos llena una página donde describe dos mental e ideológica -talla tendencia de su última
o tres de sus rarezas y el caso sigue su curso. Poco poesía y de sus primeras narraciones. Hay un cen-
o nada se ha escrito sobre su obra: siempre refe- tro en esta vida, una experiencia involuntaria que
rencias generales e imprecisas que concluyen ha- atrae y repele estas polaridades: el peronismo. No
ciendo hincapié en el éxito que alcanzó en Italia. es casual que la poesía órfica y neoclásica de Wil-
Afortunadamente, nosotros no lo conocimos y cock se sitúe antes de 1946, y su despiadada crítica
eso, tal vez, nos permite acercarnos a él como él lo al evemerismo exactamente después. Sintetizaré
deseó, ya convertido en un lenguaje impersonal mi hipótesis: el peronismo objetivó las tendencias
que sólo puede evocar nuestros propios deseos, restauradoras y regresivas que Wilcock venía im-
nuestros propios conflictos. El poeta lírico que se pulsando en su obra, y, al objetivarlas, hizo evi-
volvió contra sí mismo y contra su tiempo con la dente para el autor sus peligros. Esto motivó su in-
furia desmitificadora más implacable, paradójica- mediato giro hacia una postura absolutamente
mente, ha generado un malentendido, es decir, un crítica, es decir, moderna, como única posibilidad
pequeño mito capaz de distraer la atención de la de afirmar la confianza en el significado. Elliris-
cultura periodística de nuestros días. En un país mo de sus primeros libros torció violentamente su
con algunos residuos de seriedad esto hubiera bas- impulso hacia la ironía, y la sublimidad desembo-
tado para hacer imprescindible una reedición de có en el grotesco. Este giro ha desorientado a más
su poesía, en el nuestro no es así. Con la esperan- de uno, precisamente por lo alejado de ambos po-
za de que algo cambie, trataremos de situarlo, los, y ha hecho de la figura del autor una especie
esto es, de volcar la fuerza desmitificadora que lo de monstruo, una extraña mezcla de ángel y bes-
poseyó, sobre el malentendido que, en vez de tia.
aproximarnos, nos distancia cada vez más de su
obra argentina 1• J.R. Wilcock publica su primer libro, Libro de
poemas y canciones, en 1940, a los veintiún años
Es indudable que un escritor que se va a vivir a Ita- de edad, situándose con él a la cabeza de su gene-
lia después de los treinta y cinco años, y cambia, ración. Si queremos ver en el arte formas eternas
no sólo de domicilio, sino también de lengua es al- que retornan en ciclos recurrentes, diremos que
guien que se sintió expulsado o atraído en una me- esa generación -a través de la identificación res-
dida mucho mayor que la habitual. ¿Expulsado verba garantizada por la armonía musical que ciñe
por la realidad política o atraído por las fuentes de el acuerdo profundo entre lo que nombra y lo
su tradición? Expulsado y atraído. Es ésta, creo, nombrado- restituyó a nuestra literatura la con-
la situación de Wilcock. Igualmente ambigua es su cepción órfica del lenguaje poético. Pero si vemos
obra: atrae hacia sí misma formas, temas y moti- en el arte de la palabra alcances más relativos, una
terapéutica de los significados y del mismo len-
1. J.R. Wilcock: Libro de poemas y canciones, Ed. Sudamericana, guaje, entonces diremos que esa generación ha
Os. As., 1940; Ensayos de poesia lirica, 1m. López, Os. As., 1945;
Persecución de las musas menores, 1m. López, Os. As., 1945; Paseo
caído víctima de una regresión órfica. Desde este
sentimentJll, Ed. Sudamericana, Os. As., 1946; Los hermosos dia, último punto de vista, el énfasis puesto en los va-
EMECE, Os. As., 1946; Sexto, EMECE, Os. As., 1953; El caos, Ed. lores fónicos del lenguaje poético conducirá inelu-
Sudamericana, Os. As., 1974. diblemente a una clausura de la función semánti-
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ca: el nombre acabará sobreponiéndose a la cosa; del canto amebeo, un viajero, un muchacho o una
desde el otro, el énfasis puesto en la función se- muchacha que pasan por el espacio de la página,
mántica hará dubitable la definición y el encuen- se detienen y dejan oír un fragmento -tremenda-
tro con la poesía. Sintetizando: esos primeros mente impetuos<r- de su cántico. Ello podría ha-
poemas de Wilcock no se movían en los límites de cer pensar en un cierto alejandrinismo, sospecha
la lírica (el límite de la lírica es siempre la prosa), perfectamente válida y convalidada por el mismo
sino en su centro. Ese centro, como es obvio, era autor en los libros siguientes, pero en este primer
algo antiguo, ya ganado por una tradición cente- libro sería más exacto referirse a la típica deficien-
naria. Este deseo de seguridad, de trabajar en un cia romántica para hallar una forma que se haga
ámbito definido y lo menos ambiguo posible, es cargo del contenido sin recurrir a esquemas clási-
propio de toda la generación del cuarenta: sus te- cos que, por otra parte, apenas si soportan la ma-
mas y motivos son eternos, es decir, inactuales. teria tumultuosa de esa inspiración.
Ese anacronismo revistió características románti-
cas: el anhelo de hallar la infinitud dentro de la Al Libro de poemas y canciones (1940), siguieron
subjetividad. Pero es también romántico, sobre los poemas de Los hermosos días. El volumen fue
todo, el conflicto que esta actitud trajo aparejado, publicado recién a fines de 1946, después de Ensa-
la tensión arte-vida. Ya volveremos sobre él, por- yos de poesía lírica, Persecución de las musas me-
que él está en la base de los cambios que se irán nores y Paseo sentimental, y ello ha dado origen a
operando en esta escritura. la falsa creencia de que en él Wilcock alcanza su
madurez retomando los hilos de su primer poema-
De este primer libro podemos decir que es el que rio. No sólo las piezas publicadas en revistas des-
contiene en estado más puro ese ansia de despla- mienten esta hipótesis, sino que la edición póstu-
zamiento hacia lo inconmensurable de la voz; su ma de su poesía publicada en Italia ha aclarado la
estética es la de la inspiración. Ello genera proble- fecha real de composición (me refiero a Poesie,
mas organizativos graves: los poemas no tienen un Adelphi, Milano, 1980; que seguramente sigue,
verdadero comienzo y un verdadero final, sino en la cronología de la obra castellana, la edición
que disponen de un centro que se desplaza a lo lar- de Guanda publicada en vida del autor). Allí
go de las páginas con interrupciones que señalan nos enteramos que la fecha de su elaboración es
el agotamiento y el recomienzo más que el fin y el 1942. No sorprende, entonces, que el libro sea
inicio. El tema dominante de esta poesía, se ha di- una prolongación depurada del anterior. Mucho
cho y redicho, es el amor. Pues bien, no lo creo, más ceñido que el otro, con el mismo vigor pero
ése es su motivo; el tema es el vértigo ascensional con más delicadeza, este libro ya deja asomar ese
de la voz hacia un cosmos vibrante, puramente paisaje de idealizadas brumas djurnas y límpidas
imaginario, donde ella encuentra su habitat natu- oscuridades nocturnas donde se muestran sus
ral. La noche estrellada, el viento sobre todo, las poetas predilectos: los románticos ingleses y ale-
fuerzas naturales que al desencadenarse dan una manes. El motivo es el amor, pero el tema es el éx-
equivalencia objetiva del anhelo de infinito, son el tasis órfico que en su ascensión musical se des-
tema. El motivo es el amor porque en el amor es prende cuanto existe, salvo la voz: "He muerto ya
posible interiorizar ese desenfreno. No se puede de amor ,1no existo, soy el aire,lestoy en torno
decir que sean poemas logrados, les falta equili- tuyo.! Oh amante! Un nombre como el viento ... "
brio, sobre todo porque el poeta se lo exige: como
en las vastas sinfonías románticas, sólo algunos Confusos por un exceso de inspiración, con los
trozos de plenitud justifican el fárrago del conjun- problemas inherentes a una materia que rehusa
to. Tal el caso de versos como: "Bajo el espacio encauzarse porque halla su plenitud en la desme-
que vive de estrellas en la noche/van los amantes, sura, los poemas de estos primeros dos libros no
reduciendo el mundo hacia su imagen,lterrible- son, sin embargo, caóticos. Si Wilcock no tiene
mente solos e inconscientes, de la mano ... ", o "Ya aún un pleno dominio de la forma, sí lo tiene del
nada existe, y se me vuelve espléndido el espacio/ verso. Son, para decirlo con sus propias palabras,
de voluntad de amor incontrolable, de soni- versos "bien medidos, bien acentuados y bien
dos/para abrazar con destrozados saltos todo el pensados"z. Adhieren con vehemencia a los esta-
viento". dos de su subjetividad, pero no logran en su obje-
tivación toda la autonomía que sería deseable
Los inicios de los poemas hacen evidentes las fa-
llas organizativas de este arte. Como en los idilios
o églogas, pero sin la técnica compositiva que 2. J.R. Wilcock: Cincuentenario de Paul Verlaine. Sur, Bs. As.,
equilibra el entorno natural y el lento transcurrir No. 136. feb/1946.

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para hacer de ellos obras de arte. Esto no es una ma de Los hermosos dias, la típica queja románti-
afirmación tajante (hay en Los hermosos dias ca por otra parte ("Yo, cantor entristecido por la
poemas memorables; como el que da título al vo- crueldad de las gentes,lquisiera sentir en mis sie-
lumen, o El inminente, del cual citamos recién nes el tierno sol eternamente ... " etc., etc.). La
unos versos, o En el tigre), sino una hipótesis para presentación a Louis Mac Neice retoma más críti-
tratar de comprender el proceso que esta criatura camente la contradicción. Dice allí Wilcock:
iniciaría inmediatamente después de concluida la "Educado en Oxford, con todo lo que tenía de
composición de Los hermosos dias: la restaura- más exagerado la cultura europea, ha debido lle-
ciónforma1. var hasta ahora el terrible desequilibrio del espíri-
tu clásico frente a la vida contemporánea,,4. Que
1942 no es sólo el año en que se escribió ese libro, este terrible desequilibrio es el del propio Wil-
es, además, el momento en el cual Wilcock inicia cock, no caben demasiadas dudas. ¿Cómo conci-
su intervención en la vida literaria con juicios, opi- liar, sino, estos juicios con su nostalgia, con su an-
niones y críticas. Es el momento en el cual funda, helo infinito por un clima más sereno ("el tierno
con Ana María Chouhy Aguirre, la revista Verde sol eternamente"), ese mundo fabuloso y decora-
memoria. Allí, en sus páginas, aparecerán no sólo tivo en que se mueven las voces de sus poemas?
algunos poemas de Los hermosos dias, sino tam- Creo que es aquí, en este intento de superar con
biénexcelentes traducciones suyas, junto a la pre- su conciencia la ensoñación que le vela el mundo
sentación de poetas norteamericanos (Conrad Ai- de la experiencia inmediata, donde debe situarse
ken) e ingleses (Louis Mac Neice), y algunas críti- el inicio del lento giro de su estilo de la sublimidad
cas, como la efectuada a Poemas elementales de a la ironía.
Francisco Luis Bernárdez, que aún hoyes recor-
dada por muchos como una típica muestra de su No obstante, su conciencia no siguió un curso rec-
temperamento agresivo. Esta crítica, junto a las to para conciliar los opuestos; por el contrario,
presentaciones de Aiken y Mac Neice, son un ma- ahondó aún más la contradicción antes de dar el
terial precioso porque nos permiten aproximar- gran salto hacia el único tipo de discurso que po-
nos y comprender, más que a aquellos poetas, al día criticar, y tal vez corregir, una realidad inso-
propio Wilcock. Como es habitual en los tempera- portable: no ya la imagen expresando yexpan-
mentos contradictorios (esos que se niegan sin ce- diendo la emoción, sino la alegoría y la parodia
sar para conciliar sus extremos opuestos), sus am- desmitificando la expresión de las emociones. Es
biciones y carencias están proyectadas en aquellas que los problemas de Wilcock son dos: por un
figuras. lado la irresoluble contradicción arte-vida (con-
tradicción, y contradicción irresoluble, ya lo he di-
Así, en la presentación de Conrad Aiken, encon- cho, sólo para el artista romántico; es decir, para
tramos definidos con justeza los ideales poéticos el que extrae su inspiración precisamente de las
del presentador. Dice allí: "es muy delicado y ar- evoluciones y convulsiones de esta polaridad), y
monioso, lánguido más bien ... Los versos ( ... ) se por el otro la necesidad de alcanzar una forma lo
han quedado flotando en un extraño ensueño, con más férrea posible, lo menos ilusoria posible, para
un ritmo maravilloso y a veces un débil suspiro de ceñir su ilusión. Esta segunda contradicción nos
amor, algo indefinido que muere entre violines. lleva a la recensión de Poemas elementales de Ber-
Parece un niño triste, apasionado, aunque sabe nárdez escrita por Wilcock en elmismo año, 1942,
que nadie lo ha de escuchar. Todo esto, como se y publicada en el número inicial de la mencionada
ve, no tiene nada que ver con la poesía moderna ... revista. Dice allí: "Aparentemente hay cierta dig-
se hace evidente el choque entre la realidad y los nidad, pues casi nunca la expresión es de mal gus-
deseos, conflicto trágico del hombre inteligente. to. Pero, cuántos vestidos hemos visto cuyas cos-
( ... ) ... hermosas canciones levantando su pálida tosas telas delicadas se multiplican espantosamen-
melodía ... Una voz tan suave, reclinada y dorada, te hasta dar la impresión de un desastre. Ciertos
con colores sutiles e imprecisos,,3. Es importante sonetos de Bernárdez parecen una señora vestida
el detalle que señala la contradicción entre reali- a rayas desde el sombrero hasta los zapatos. Y casi
dad y deseos, contradicción que antes denomina- todo se reduce a eso, rayas, rayas equidistantes
mos conflicto entre arte y vida. Este contraste an- durante páginas, entre las cuales veríamos, mi-
gustiante es perceptible como queja en algún poe- rando cuidadosamente, unos dibujitos de gente

3. J.R. Wilcock: Conrad Aiken, Verde Memoria. Bs. As .• No. 2. 4. J.R. Wilcock: Louis Mac Neice, Verde Memoria. Bs. As .• No. 3.
ju1/1942. ag/1942.

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que come, duerme y tiene hijos, y Bernárdez di- ma y el endecasílabo campea en casi todas las
ciéndoles a todos ¡Hermanos, hermanos! La téc- páginas.
nica poética es tan pobre, que sólo encontramos, y
ya va para muchos años de lo mismo, que todas las Pero eso no sería nada. Formas aún más ilustres
rayas son, o los endecasílabos de los sonetos, o y exquisitas que ese "mueble provenzal", como la
esos versos largos constituídos monótonamente estrofa de alejandrinos pareados o la sáfica, se
por dos impares pegados. Aparte de no prestarse dan la mano con el más refinado y decadente ale- '
el idioma castellano para esas medidas peligrosa- jandrinismo que pudiera concebirse. La chocante
mente aburridas, qué puede pensarse dé un poeta y afectada melifluidad al servicio del clima poéti-
reducido al soneto, desde hace mucho la forma co, más que de la poesía, nos hacen imaginar la
más sencilla de la preceptiva moderna, especie de voz como una Venus, una Psiquis o un Cupido.
mueble provenzal de la poesía ... " . De la música de las esferas, de la armonía pitagó-
rica del ensueño órfico del primer Wilcock nada
Hay tres elementos importantes en este párrafo: queda, todo se resuelve aquí en una mascarada de
la adhesión y el rechazo simultáneos del buen gus- yeso y elegancia forzada donde las lágrimas ame-
to, el énfasis puesto en el dominio de la técnica nazan con ahogamos. Por otra parte, las máscaras
poética, y el desagrado por la medida y la forma que el poeta utiliza para expresar esta inconteni-
clásica por excelencia, el endecasílabo y el soneto. ble inundación castálida pertenecen al más vetus-
Es la primer protesta de Wilcock contra el idioma to de los mausoleos: los dioses y héroes del Parna-
castellano (la última está en el cuento El escriba, so clásico. Los Dióscuros, los Troyanos, Helena,
de El caos: "recuerde que usted escribe en caste- Eneas, Anquises, Ulises, Circe, Perséfona, Lan-
llano, a todas luces una lengua muerta"). Es posi- celote, Tristán, Dafnis, Hero y Leandro, son ape-
ble que la furia de Wilcock esté motivada, en par- nas unos pocos de los convidados de piedra a estas
te, por su propia dificultad al lidiar con el polisila- estrofas donde encontramos versos como estos:
bismo de las palabras castellanas y con formas que " ... en la página inicial dese%frendarte del verde
él ya había manejado en sus dos primeros libros: Mausoleo/del pasado, esta rama de laureles ... "
en el Libro de poemas y canciones también hay Incluso los elementos, el mar, el viento, que antes
versos largos (no tan largos como los de Bernár- encamaron el impulso ascencional de una voz in-
dez, es cierto) constituidos por dos de medidas saciable de infinito y la vastedad envolvente que la
distintas pegados -en el Primer poema, por ejem- acogía, son ahora figuras mitológicas pintadas en
plo- junto a seis sonetos que tienen sus defectos el techo del "verde Mausoleo": "Oh viento como
(las típicas adjetivaciones superfluas a que obliga un ave que fuera el cielo inmenso,lpasas, y en los
la rima: canto "paralelo", sangre "desplegada", alcores las altas hierbas, leves,len un glauco olea-
etc.). Se diría que la música que persigue necesita je de esmeralda conmueves ... " "La majestad de
de palabras más aéreas, tal vez los monosílabos de un mundo de piedra", dice otro verso del mismo
la lengua inglesa, la lengua de sus grande modelos poema (La ofrenda de Persecución de las musas
(Keats, Swinburne, Tennyson, Eliot), y que no menores).
halla una forma más liviana y elástica, para lograr
este cometido, que el maldecido soneto. Digo Tanto Eduardo González Lanusa como Carlos
esto porque a partir de las palabras citadas me re- Mastronardi, dos lectores de estos libros, perci-
sulta imposible circunscribirme a los Poemas ele- bieron la restauración neoclásica; el primero con
mentales de Bernárdez. Por otra parte Wilcock en simpatía, el segundo con ironía. Escribió Gonzá-
este momento cruza el canal: abandona las bru- lez Lanusa a propósito de Ensayos de poesía líri-
mas de su Inglaterra ideal, la estética de la inspira- ca: "noble artesanía, una convicción de quien re-
ción, su regresión órfica, para adoptar un clasicis- pasa su programa de ingreso al Misterio, sabiendo
mo a la francesa cuya estética es la de la técnica, el de antemano que es arduo e interminable su
oficio y el gusto. Inicia, a partir del año 1943, lo aprendizaje"s. Y Mastronardi sobre Persecusión
que se podría llamar una restauración neoclásica. de las musas menores: "El poeta invoca realidades
Tres libros contienen este proyecto y sus escasos abstractas: dialoga con los sucesivos crepúsculos,
logros: Ensayos de poesía lírica, Persecución de con lejanas ternuras y con la prestigiosa gente ho-
las musas menores (publicados ambos en 1945 mérica ... Los románticos y los simbolistas ingleses
pero escritos en 1943 y 1944 respectivamente) y ejercen dadivoso poderío sobre el dilatado espíri-
Paseo sentimental (publicado en 1946, junto con
Los hermosos días, pero escrito el año anterior).
El fustigador del endecasílabo y el soneto acumu- 5. Eduardo González Lanusa: J. R. Wilcock, Ensayos de poes{a [{ri-
la en estos libros treinta y siete piezas con esa for- ca, Sur, Bs. As.• No. 132, octl1945.

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tu de Wilcock, cuyas modalidades creadoras rehu- brio histórico imponía, desde entonces, que la se-
yen la experiencia directa para detenerse con gozo gunda mitad del siglo fuera un período de recons-
en las grandes tradiciones poéticas .... No es aven- trucción, no de destrucción; una reconstrucción
turado afirmar que la mitología y la jardinería son que, sin embargo, ya se dejaba entrever como un
los ambientes de arte más frecuentados por Wil- mosaico ensamblado, de cierta forma, con los pe-
cock ... Con deliberación notoria, ciñe su labor dazos rotos del pasado, de la era de la inocencia.
poética a los grandes modelos, como si hallara de- A cada quien el deber de reconstruir, con los pe-
leite en el ejercicio del pasado y en la exhumación dazos que por casualidad le habían tocado. Es por
de los más dignos arquetipos literarios. ...Una ese motivo que el poeta usa tan libremente el me-
efusividad por momentos ilusoria y una sencillez tro tradicional, la rima primigenia y el sentimiento
expresiva que llega a ser ostentosa encuentran fá- cristalizado, los cuales, además de la necesidad
cil cauce en este variado y encomiable libro .... La histórica, funcionaban sobre todo como astutos
forma priva sobre el contenido, pero no siempre instrumentos, necesarias máscaras para esconder
sus recursos formales se identifican con los goces provisionalmente el rostro y no confundirse con la
audibles,,6. He citado extensamente a Mastronar- multitud desorientada de los retardatarios saltari-
di porque sus juicios son tan acertados que no tie- nes de la poesía sin sentido a la poesía comprome-
ne sentido repetirlos con otras palabras. Ahora tida, ramas del ran árbol, entonces tambaleantes
bien, ¿cómo es posible que un escritor que tenía
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y luego caídas" .
plena conciencia del distanciamiento que su estilo
estaba operando sobre la experiencia inmediata Evidentemente, para el Wilcock de 1940-1945,
de la vida, la realidad, como suele decirse con én- aún era posible hacer "un llamado al orden". El
fasis, haya tomado el camino más opuesto a las in- planteo, sin duda alguna honesto, era totalmente
dicaciones y alarmas de su conciencia? Mi hipóte- ingenuo: la experiencia realizada era de esas que
sis, justificada en parte por el propio autor, como vedan para siempre el Paraíso, "la inocencia".
se verá, es que ello se produjo en vista de su recha- Era como si Europa, después de ambas guerras,
zo profundo por las estéticas que en su tiempo se hubiera propuesto volver a la política del impe-
cumplían ese cometido -el surrealismo francés (el rio austro-húngaro para recuperar su hegemonía.
argentino comenzó cuando la lección de aquél ha- El mundo perdido, y con él el arte perdido, era
bía concluido haciéndose trizas contra la "reali- irrecuperable: el concepto de identidad, las filoso-
dad" socialista) y la poesía comprometida-, prefi- fías antropocéntricas que lo sustentaban, habían
riendo pasar por un intempestivo a adaptarse a las volado hechas polvo y, junto con ellas, la inmuta-
modas que ya llegaban a nuestro país. Pienso que ble eternidad donde las obras bellas se alineaban.
tal vez lo que él defendía era, sobre todo, su pro- Las retóricas dejaron de ser un fondo común para
pia intimidad, su íntimo y amoroso conocimiento convertirse en fenómenos individuales, privados,
de la tradición occidental, y quiso, a su manera, poseídos por un furor historicista desconocido
rendir un orgulloso "antihomenaje" al espíritu de hasta el momento. Tal vez era posible aún escribir
la época y a las leyes de la manada. Veinte años en el "gran estilo", pero imposible esperar ser leí-
después, ya instalado en Italia, es decir, en el país do: ya nadie, ni siquiera los mismos artistas, po-
que era la fuente de la tradición que él había he- dían o querían hacerlo. El tiempo comenzó su
cho suya, escribió: "Las cuatro colecciones que acelerada carrera hacia la insignificancia, el des-
van desde 1940 hasta 1945" -se refiere a Los her- garramiento, y las más variadas formas de arte sin
mosos días, Ensayos de poesía lírica, Persecusión arte. Es el año 1945, Perón se acerca al poder, y
de las musas menores y Paseo sentimental- "pare- Wilcock concluye su quinto libro de poemas: Pa:
cen estar justificadas, en gran medida, por la sole- seo sentimental. En él, el éxtasis retórico deja en-
dad, por la falta de periódicos y de otros medios trever, sin embargo, las primeras resquebrajadu-
ae información transitoria, por la contemplación ras por las que la "realidad" comenzará a filtrarse.
de la naturaleza y por la diaria invención de los Con menos mitología, vuelve Wilcock a definir
sentimientos. En aquella época, es decir, durante aquella Stimmung romántica con la cual había co-
los años de la segunda guerra mundial, la vanguar- menzado su obra (" Así crecí en un mundo apasio-
dia literaria ya había agotado su tarea de repre- nado/respirando la esencia de los pinos,ly conocí
sentar, ante los ojos del mundo, la destrucción en los ámbitos marinos/el sentimiento de lo ilimi-
causada por la primera guerra mundial; el equili-

7. J.R. Wilcock: Poemas (Introducción a Poesías Españolas).


6. Carlos Mastronardi: J.R. Wilcock, Persecución de las musas me- Prólogo, selección y traducción: Ana María del Re, Fundarte, Cara-
nores, Los Anales de Ruenos Aires, Bs. As., Año 1, No. 3 cas, 1985.

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tado.l/Sabía que esos mágicos paseos/me llevaban aunque sea un arte que ya no le interesa a nadie,
a un límite, impaciente;/tu muerte era esa última que nadie puede apreciar (porque ¿cómo es posi-
rompiente,lde allí descienden todos mis deseos.") ble gozar de un arte cuya convencionalidad se ig-
y el motivo que siempre le había servido de divisa, nora?). Pero tal vez no debí decir quejumbroso la-
el amor. Ya hay una cierta ironía, que irrumpe mento, porque ello podría hacer pensar que este
dentro de la más elevada sublimidad, en llamar poema no lo es. Por el contrario, es lamento; pero
"paseo" al éxtasis místico, ¿pero qué decir del tí- lamento "órfico", tal como Wilcock lo entiende,
tulo de una de las secciones del libro, Castigo de es decir, encantamiento, seducción absoluta, y,
delincuentes? No hay ironía, ciertamente, en estos por lo tanto, lo contrario del llanto.
versos del soneto La esperanza incluido en aque-
lla sección: "Entrabas por las puertas misterio- Hay también, en este libro, otra realidad que se
sas,ly me traías siempre tus razoneslhasta aque- asoma por primera vez: la realidad política. Lo
llas adúlteras regiones,/y ~.la humedad nefasta de hace en un solo breve poema que aparece total-
esas fosas". Adúlteras, nefastas, castigo, delin- mente desubicado dentro del contexto sentimen-
cuentes ... El amor ha entrado, sin duda alguna, tal que lo rodea, es el poema Ocupación de las au-
en otra órbita; no ya la del misticismo órfico. La las. Allí el peronismo recibe el calificativo de
realidad o, al menos, una cierta realidad comienza "violencia fascista". Antes de entrar de lleno en
a ejercer su presión. Tal vez se deba a la presencia este tema, quiero adelantar otros datos. A fines
negativa de esa realidad el mayor control de la de 1945 Wilcock inicia su segunda aventura como
elocución en este libro, la mayor eficacia de la propulsor de una revista. Esta vez funda y dirige
función semántica. Ese inesperado contrapeso al solo, durante dos años, las diez sucesivas entregas
"sentimiento de lo ilimitado" otorga a algunos de de Disco, que tal es el nombre de la publicación.
estos textos un equilibrio y diafanidad totalmente Se trata de cuadernillos pulcra mente impresos
nuevas en Wilcock. Cito un breve y admirable que siguen el criterio de Verde memoria: poesía
ejemplo (El poeta) de esta "música callada", ver- argentina reciente, clásicos y modernos de otras
sos que parecen escandidos por el más puro y do- lenguas (traducidos o en el original) y breves críti-
loroso silencio, como sutilísimos -y sin embargo cas a publicaciones contemporáneas. En el centro
nítidos- arpegios que se alejan: de la tapa, un sol; y en torno de él, una leyenda:
"¡Oh sol, cómo te atreves a iluminar esta tierra de
Oh noche. confiere crímenes!". Dos memorables traducciones publi-
tus labios helados caría Wilcock allí: El barco ebrio de Rimbaud y el
al alma que muere. Canto de amor de J. Alfred Prufrock de Eliot
jardines cerrados. (poema, este último, imprescindible para com-
fuentes silenciosas
entre blancas rosas. prender el Epitalamio de Sexto). En el No. 5 de
Disco, junio de 1946, se puede leer esta frase de
Otorga el olvido Tocqueville situada en medio de una página blan-
al más desolado ca: "El despotismo me parece particularmente te-
y al más escondido.
mible en tiempos de democracia. Yo creo que en
que sólo ha soñado
las vanas figuras cualquier época habría amado la libertad, pero en
de las aguas puras. esta época nuestra me siento más bien inclinado a
adorarla". En el No. 3, enero de 1946, en el co-
Cubre los espejos mentario a los Espacios métricos de Silvina acam-
con largos encajes. po, había deslizado esta frase: "la admirable Re-
y enciende a lo lejos
los nuevos paisajes pública Argentina, hoy enferma y descuidada".
de tus vidas. Probablemente el enfermo y descuidado es el pro-
también prohibidas. pio Wilcock ("Oh noche, confiere/tus labios hela-
dos/al alma que muere ... ", rezaba El poeta): una
Verdaderamente "la poesía es un monstruo -como larga crisis comienza a gestarse en su interior. Su
ha escrito Montale-: música hecha con palabras y próximo y último libro de poesías escritas en cas-
hasta con ideas ... " La contradicción arte-vida, el tellano, Sexto, le llevará seis años de dedicación
angustioso contraste realidad-deseo, ya no se re- (1945-1951) y será publicado recién en 1953.
suelve en un quejumbroso lamento, sino que cola-
bora eficazmente en la objetivación de la subjeti- Dije antes que Wilcock calificaba al peronismo de
vidad, dotando a algunos textos de este libro de fascismo. Es probable que este calificativo fuera
una autonomía absoluta, haciendo de ellos, como un lugar común de la oposición política de la épo-
en el ejemplo citado, verdaderas obras de arte, ca, y se podría alegar que Wilcock lo usa irrespon-
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sablemente. Puede ser, pero lo dudo. Wilcock no monio de la crisis de su clasicismo. Por supuesto
era un hombre común y, en su arte (su propia poe- que el barroquismo de Wilcock no tiene nada que
sía o la traducción de la ajena, e incluso sus juicios ver con la moderna teoría del mismo. Nada más
y opiniones), cualquier cosa menos un irresponsa- alejado de "lo real maravilloso" y de "la expresión •.
ble. Dueño de una gran cultura, no podía ignorar americana", por ejemplo. Su barroquismo no es
lo que la palabra fascismo significaba: fundamen- programático ni mimético, sino que nace del ago-
talmente "restauración" . No vamos entrar a anali- tamiento de su expresión clásica, que se atormen-
zar ahora si el peronismo fue o no un fascismo, ta a sí misma buscando nuevas modulaciones y,
baste saber que para Wilcock lo fue. Evidente- paradójicamente, conduce a la poesía a tocar su
mente comprendió que la restauración no podía inanidad, y, también, del horror vacui ante ese
ser la misma que la italiana (no había un "orden" mundo en extinción que el poeta se apresura a lle-
milenario por restaurar), pero debe haber sentido nar con grandes, y cada vez más complejas, arqui-
esa tendencia al ocultamiento de las contradiccio- tecturas verbales. En efecto, en Sexto encontra-
nes por el énfasis retórico ("pueblo", "patria", mos los textos más extensos de Wilcock: El triunfo
etc.), y esa inclinación a resolver las crisis con ca- del tiempo, veintiuna sextinas endecasílabas, y
tegorías completamente acríticas, como mito y Epitalamio, poema de ciento sesenta y cinco ver-
mística del líder y las masas. En pocas palabras: sos heptasílabos y endecasílabos alternados.
hay un peligroso paralelismo entre la regresión ór- También Hae Puellae es digno del epíteto de ba-
fica que identificaba cosa y palabra apoyándose rroco, ese poema donde las musas hacen su última'
en una concepción de lo divino ("Yo soy el ver- aparición:
bo") y las mistificaciones de la nueva política.
...hijas de la memoria con flautas y banderas
¡Qué ironía! Cuando el poeta ha hecho suyos to- que en la noche sin término recorren las praderas
donde los unicornios fornican con leones
dos los instrumentos técnicos de una tradición que y las reinas con bestias de grandes proporciones,
concibe el arte poético como elocución de la pala- anotando en cuadernos que la sombra pervierte
bra absoluta, casi sagrada y terriblemente bella, fragmentos del coloquio del hombre con la muerte;
descubre que esa tradición es la tradición de una cariátides sin manos de las quintas latinas,
convención, una convención que sólo sirve para musas que lame el humo del tiempo entre las ruinas.
expresar analógicamente el mundo, es decir, des-
de la aprobación incondicional: la belleza garanti- La imaginería, la agónica percepción de la dura-
za la incondicionalidad de la aprobación de la ex- ción temporal y el pathos teatral de la expresión;
presión, por pesimista que sea. No hay lugar para todo nos indica que estamos ante el último y extre-
la crítica y el juicio. Si lo hubiera no habría belleza mo repechage de una poética. Esta aproximación
y, por lo tanto, no habría poesía. El que critica y de Wilcock al barroco ya era detectable por algu-
juzga pierde su ciudadanía de poeta y está conde- nas insólitas inclusiones en su revista: sonetos de
nado a vagar, sin identidad, en la frontera de este Francisco de Medrano y el Conde de Villamedia-
arte, la prosa. Si la obra de Wilcock se hubiera de- na en el No. 2 de Disco (diciembre de 1945), y A
tenido acá, se podría decir de ella lo que éste dijo Caín de Quevedo y Temporalidad de la poesía (el
de Samain: "no fue un poeta genial, pero, como fragmento de la prosa de Mairena donde se com-
ciertas músicas, y algunas personas que hemos co- paran las poéticas de Manrique y Calderón) de
nocido hace mucho tiempo, participa de nuestro Machado, en el No. siguiente (enero de 1946).
recuerdo y de nuestro afecto. Sus versos son vanos Esta última inclusión revela qlie su aproximación
y suaves, y, semejantes a las cariciones de Duparc, al fenómeno no estuvo exenta de conflictos, ya
nos evocan temporadas y gestos desaparecidos. que, como es sabido, Machado impugna la estéti-
Su estilo consiste en la lograda imitación de algo ca barroca en ese texto.
que no era tan necesario imitar"g.
El tema de Sexto, aunque apenas aparezca, es,
Sexto es el libro barroco de Wilcock: los tonos como siempre, la fusión mística de la sensibilidad
contrastantes, eufonías y cacofonías (recuérdese con las imágenes naturales de lo ilimitado: la no-
la frase de Mastronardi: "no siempre sus recursos che, el viento nocturno donde la luna y las estre-
formales se identifican con los goces audibles") se llas -hae puellae- retozan o huyen despavoridas
mezclan sin fundirse del todo y ofrecen el fiel testi- como Diana y su jauría. El motivo, el amor, se
funde al tema órfico que legitima todos los extra-
víos de la carne, pero esta vez (y he aquí la origi-
8. J.R. Wilcock: Albert Samain, Au Jardin de /'Infante, Sur. Bs. nalidad del libro) desciende -como el albatros
As .• No. 126, abril/1945. baudeleriano- a la noche menesterosa y promis-
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cua, iluminada por los afiches publicitarios, de las Vuelve del mar hacia la capital;
ciudades. La crítica y el juicio se incorporan, en- y la lánguida luna le ilumina
los campos de una incógnita Argentina
tonces, a esta escritura fundamentalmente bella inexpresable mente espiritual.
como repulsivos feísmos. Y son feísmos porque el
autor no abandona en ningún momento las con- Al releer estos versos pienso que muchas de las
venciones de la tradición clásica. Siguiendo el imágenes de Wilcock exigen, para su goce y com-
ejemplo de Baudelaire y los últimos simbolistas, prensión, una larga compenetración con los fenó-
y, sobre todo, la lección del primer Eliot, Wilcock menos naturales, compenetración ya casi inacce-
pasa -por la incongruencia que se genera entre sible para la mayoría de las personas. ¿Quién
forma y contenido- de la sublimidad al grotesco. podría entender estas cosas si sólo conoce la no-
Lo que, por otra parte, hemos llamado regresión che urbana? ¿Quién, para entenderlas, iría como
órfica (sólo en virtud de la evolución de la poesía Rilke a velar la noche entera a los pies de la esfin-
moderna), deja de ser tal para pasar a constituir ge, o, mucho más modestamente, como el perso-
una tácita religiosidad donde se refugia y relam- naje de uno de sus cuentos, a dormir a un terreno
paguea la utopía. Quisiera dar dos ejemplos que baldío? Aquí, en el poema que acabo de citar, hay
permitirán visualizar claramente este último as- algo más que perfección técnica: la claridad lunar
pecto. Cito las estrofas iniciales del tercer soneto ilumina una realidad aún no nacida, solamente
del libro; en ellas encontramos magistralmente adivinada, y la sublimidad no aparece entonces
encarnada la fluyente fuga musical del éxtasis órfi- como una impostura, sino como necesaria compa-
co. Dicen así: ñera de la profecía. Vayamos ahora al otro extre-
mo, al grotesco, la nota dominante del libro. Nos
En ti pienso de noche, alma querida;
cierro los ojos en la sombra y siento concentraremos en un único texto, no sólo para
el.constelado y fabuloso viento no hacer demasiado extenso el análisis, sino por-
del éter que me arrastra en su caída; que es en él donde las intenciones del autor alcan-
zan su mayor eficacia. Epitalamio, último poema
el éter sideral donde impelida de Sexto, está conformado por un proemio inicial
te uniste a mi arbitrario movimiento,
alma de tan virtuoso sentimiento, y siete fragmentos que satirizan y escarnecen los
y en todo instante de piedad vestida.9 "lugares comunes" de la poesía del propio Wil-
cock. El Proemio se sirve del estilo clásico de En-
Nótese como el barroquismo no deja ni la menor sayos de poesía lírica y Persecución de las musas
traza en estos versos. Es que el poeta ha tocado el menores para convocar los materiales que han de
núcleo más vivo de su inspiración y el canto, por constituir el poema. El objeto de la sátira sólo es
ello, mana límpido, incontaminado de esfuerzo y perceptible, por supuesto, para aquel que pueda
teatralidad. En el segundo ejemplo, el motivo del percibir los distintos niveles estilísticos y semánti-
amor ya se habrá subsumido por completo en el cos que se funden para ofrecer --como en El caos-
tema, y este, a su vez, romperá el automatismo de "atrayentes refrigerios, en las tradicionales ban-
la memoria, se transladará del pasado al futuro, y dejas de plata, que luego resultaban ser -pero no
hará de la nostalgia, antes sólo destinada al encan- siempre, porque entonces no habrían causado
tamiento de la desesperación, una promesa donde tanto efecto- sándwiches de gusanos, albóndigas
destella la ilusión sin la cual no puede haber poe- de aserrín, o bocadillos con tajadas de víbora":
sía. Cito el breve poema contenido en la sección
Temas: Convoco arbustos yagua; con pirámides,
con leopardos, con versos latinos, con espejos
La hacienda en la frescura del rocío formo y exorno esta verbal glorieta;
cruza inciertas praderas, silenciosa, hay helados, helechos enlazados,
casi invisible entre la luz verdosa y sombra y sol externo ...
y última de un crepúsculo de estío.
Un dejo del Primero sueño de Sor Juana y toda la
En el vidrio del tren veo al poeta
pompa y vacuidad barroca al servicio de un tema
con un anillo de oro y una pluma;
vuelve de una metrópolis de espuma tan insignificante como los de las soledades gon-
hacia el fulgor de su ansiedad secreta. gorinas: un fin de semana metropolitano de una
pareja de enamorados-Jardín Botánico, helados,
cine, etc. En el fragmento inicial, Primer encuen-
tro, parodiando los epitalamios de Safo y Cátulo,
9. Un diario de este texto puede consultarseen: J.R. Wilcock:His- Wilcock somete la retórica clásica a la insoporta-
toria técnica de un poema, Sur, Bs. As., No. 172,feb/1949. ble contradicción de hacerse cargo, con su lengua-
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je elevado, de la plebeya vida contemporánea. tran descuido, ignorancia del libro presuntamente
Pastoral, segundo fragmento, apunta la ironía so- leído. Lo increíble es que ninguno de los dos haya
bre las acostumbradas escapadas del poeta al cam- percibido el uso que el poeta es~aba hacie!1do de la
po o a la costa: el estilo sublime desdeña la intens.i- tradición clásica. Vasco prácticamente msulta a
dad y se funde a su opuesto, el aburrimiento: Wilcock por adherir a ella, y Murena llega al col-
mo de la ceguera al reprocharle al autor no hacer
Hay un vidrio en el campo, una ventana lo que precisamente éste estaba haciendo, sólo
de vidrio opaco y resistente. El sol
señala en él la sombra de una planta
que con medios distintos a los propugnados por el
y el curso de una mosca "crítico". Los medios expresivos de Wilcock exi-
en cíclicas posturas recurrentes; gían algo más que un conocimiento superficial del
confusos perros que huyen lo atraviesan. patrimonio poético occidenta!, exigía? m~nos
Detrás del vidrio azul y verde, yo. apresuramiento por estar a la page. En smtesls: el
La otra pared muestra mampostería ...
libro, que abría caminos inéditos a nuestra poe-
sía, cayó en el más absoluto vacío.
No voy a seguir todos los pasos de este poema.
Mostraré solamente cómo la cultura clásica ha de- Aparte de Sexto, las innumerables traducciones y
jado de ser una apoyatura de la sublimidad para reseñas de libros, Wilcock ha comenzado por esa
transformarse en su ruina: el contraste entre el so- época (1945-1955) a escribir cuentos; los cuentos
noro vacío de la grandilocuencia y la insignifican- que, más tarde, formarán El caos (editad? en Ita-
cia del presente cotidiano -la vida domesticada, la
lia por Bompiani en 1962 y p?~ Sud~menca~a el~
naturaleza degradada- aniquila el placer de la ex- Buenos Aires en 1974)10.BaSIlIo Unbe nos dice
presión, la fruición lírica, y genera un juicio, una que Los donguis aparecie!on a ~nes del 40 o c~-
valoración. Para ello citaré un último fragmento mienzos del 50 (no he podido ubicar en qué publI-
de Epitalamio, los versos finales del Nocturno, cación); Hundimiento apareció en Sur en 1948. ~s
donde las referencias textuales o veladas juegan posible que haya otros publicados en al.guna reYls-
un papel similar al que les encarga Eliot en su pri- ta y factible que varios de ellos hayan Sido escn~os
mer poesía, el de apuntalar la estructura formal y, antes de que Wilcock abandonara la Argentma
simultáneamente, el de precipitar la significación definitivamente, en 1957. El caos, cuento que da
al abismo de lo anodino. El lector podrá recono- título a la colección, fue publicado por Sur en
cer, entre otras citas no señaladas como tales, el 1960. La escritura de estos relatos señala una cre-
verso inicial del Canto de amor de J. Alfred Pru- ciente ampliación de la función semántica enco-
frock ("Vayámonos entonces, tú y yo"), junto a la mendada a la palabra poética. Del énfasis puesto
paráfrasis de archiconocidos versos de Dante y en los valores fónicos del lenguaje, nada queda
Rodrigo de Caro: ya: Wilcock ha pasado de las simetrías silábicas
más elaboradas a una vigilante desconfianza de
Vayámonos entonces, tú y yo, los signos. La consonancia fónica muestra ahora
pública y mutuamente desposados
a enriquecer los ritos saturnales.
su reverso: la disonancia imaginativa -una diso-
Por aquí se entra en la ciudad moviente; nancia sostenida por una inventiva deslumbrante
imaginemos, mi alma, que esto fue puesta exclusivamente al servicio de la sig~ifica-
hace diez siglos, y que el mundo ha muerto; ción, de la elucidación de los comportamientos
discurramos por tan serenas ruinas humanos y de su lenguaje. Si la poesía que basa su
que un tiempo han sido Itálica famosa.
Aquí fue el Rex, aquí el Politeama,
expresión en la analogía, en el poder encantatorio
inminens regum mors in terra est; de las imágenes, pide, sobre todo, ser gozada a la
cometamos el acto de las sombras luz del conocimiento de la retórica y no de la reali-
sobre las hiedras de los escenarios. dad que ella sublima, la poesía que funda su ex-
presión en la alegoría y la parodia solicita ser in-
Hoy sábado a las once de la noche
tú, mi ternura,
terpretada -a través de la convencionalidad provi-
tu mea cura soria que así misma se ha dado a fin de objetivar
nuevamente ilumina lo deciduo su semanticidad- como juicio y crítica de la reali-
cuando me miras en los vacuos antros dad que la origina.
de la íntima, analgésica cinematografía.

10. Horacio Annani: El caos como teor{a de la existencia, La Na-


Conozco solamente dos lecturas de Sexto: la de
ción, Bs. As .• 13/00) 1961.
Juan Antonio Vasco (Letra y Unea No. 3, enero
1954) y la de Murena (Las ciento y una, Año 1, 11. Basilio Uribe: Recuerdo del amigo, La Prensa, Bs. As. ll/junl
No. 1, junio 1953), ambas son erróneas y mues- 1978.

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El caos exigiría un largo ensayo que no es nuestra viste de realeza en el momento mismo en que
intención realizar. Indicaremos, solamente, algu- toma conciencia de su insignificancia. Donde de-
nas líneas interpretativas a efectos de revertir la bería empezar el conocimiento, se lo da por alcan-
negatividad del título y mostrar la total coheren- zado y comienza la simulación estilizada al máxi-
cia de este sistema de juicios y valores que se vuel- mo del mismo, simulación revestida de complica-
ve contra la retórica (y la realidad política que la das formas y formalidades.
sustenta) con una furia ética cuyo horizonte no es
otro que el conocimiento, como si el desenmasca- ¿Cuál es el caos, entonces? El descubrimiento de
ramiento fuera la más alta tarea que la estética se la propia insignificancia, que rehusa transformar-
puede proponer en estos últimos años del siglo. se en significación, y arroja los signos hacia una
convención de significado. No es casual que Wil-
Ya advertidos sobre el error que sería tomar estos cock vuelva a citar a Eliot en un pasaje del cuento
cuentos, como se ha hecho, por "literatura fantás- ("Ha dicho un poeta que nadie puede soportar de-
tica,,12 o "surrealista" 13 , comencemos por el que masiada realidad ... "): la palabra predilecta del
inicia y da título a la colección. El caos narra las vi- pragmatismo totalitario, "realidad", aparece sub-
cisitudes por las que ha pasado una inquietud filo- vertida en el poema de Eliot -la realidad, allí, es la
sófica, la teleología, hasta encaramarse en el po- inutilidad cósmica que nos coptiene y dentro de la
der. La historia que se cuenta, la de un ser mons- cual nuestro orden es una bfoma ridícula. Siem-
truoso que logra dominar su país con fiestas car- pre y cuando no mienta y se diga a sí mismo que es
navalescas llenas de formalidades y convenciona- sólo una convención (convención imprescindible,
lismos, resulta ser una genealogía del dominio ile- por otra parte, para poder objetivar los estados de
gítimo. Los matices del planteo abarcan tanto a la conciencia), el orden es caos encubierto: carnali-
política fascista como a la estética neoclásica. El dad bestial, por ejemplo, en el cuento que le sigue
caos describe la imposibilidad de fundamentar ra- a El caos, La fiesta de los enanos. En él se proyecta
cionalmente cualquier tipo de "orden" o "forma", -desmesurada- lá líbido de una mujer que vive
y, por ende, afirma que esa fundamentación sólo sola con dos gatos, y que ha dejado -por simular
se puede parodiar. De allí se deriva que todo real orden, por llegar fuera de horario- morir de frío a
clasicismo ignora que lo es, y que todo neoclasicis- su marido. Los enanos del título son los gatos que
mo es parodia solemne de aquél. Igual lectura ella --con una tradicional convención- ha antropo-
vale para todo orden político restaurador: se si- morfizado (aquí es donde ingenuamente yerran
mula la identidad (la patria, el pueblo, etc.), pero las lecturas "fantásticas" o "surrealistas", toman-
de hecho no se la tiene; lo único que se tiene es un de por orden imaginario lo que no es más que ale-
tropo, una figura que la sugiere. El cuento es una goría). Wilcock aisla esta convención, ese orden
parodia de la farsa, una negación de la negación: doméstico, y lo prolonga implacablemente --como
muestra la grotesca mascarada que es la sublimi- un perverso geneaólogo- hasta sus últimas conse-
dad y la sanguinaria crueldad de toda bonhomía cuencias. Al hacerlo, la convención muestra su
paternalista. Tanto la estética neoclásica, como el impostura y el orden sus contradicciones, y el rela-
orden que de ella se deriva si se hace del poder po- to, como es lógico, desemboca en el caos que el
lítico, hallan su origen en una clausura gnoseoló- lenguaje y el comportamiento de la viuda encu-
gica: no tanto la imposibilidad de conocer como la brían: una orgía sádica donde las imágenes poéti-
precariedad y limitación de todo conocimiento, y, cas, las alucinaciones eróticas, se corporizan y
luego, el enmascaramiento de esa limitación con destruyen la posibilidad misma de conocer. El tí-
un ritual gnoseológico que consiste en una paro- tulo del cuento, Fiesta ... , emparenta a este relato
dia seria de la lucidez y el equilibrio. Wilcock lo con el anterior (El caos y con Felicidad: fiesta es la
dice claramente: la única certeza de tales órdenes palabra que designa al carnaval sublimado, al de-
es el caos, y, a partir de ella, elaboran una conven- senfreno institucionalizado donde la insignifican-
ción, un sistema de máscaras que impide a la in- cia alcanza la felicidad (en Felicidad, precisamen-
quietud teleológica recaer en el terror de la inme- te, podemos descubrir que estos tres términos
diatez. Tan es así que el personaje de El caos se in- --carnaval, fiesta, felicidad- son sinónimos de or-
den peronista).
12. Daniel Balderston: Los cuentos crueles de Silvina Ocampo y Dije recién que no era casual la mención de Eliot
Juan Rodolfo Wilcock, Revista Iberoamericana, No. 125, oct-dicl
en El caos, veamos por qué. Como es sabido,
1983.
Eliot es un poeta religioso, y, su modalidad expre-
13. E.L. Revol: El orden en "El caos", La Gaceta, Tucumán, 3/novl siva última, y de la cual está sacada esa línea que
1974. cité (Burnt Norton), netamente penitencial. La
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vía de Eliot es la vía purgativa, y no me parece un ,argentino se acurrucaba entre tejidos de lana
equivocado decir que los cuentos de El caos reco- de oveja como los primeros pobladores de Francia
rren el mismo camino. Sólo que el dios de Wilcock que tal vez eran negros, y a pesar de una prepara-
no es idéntico al de Eliot: el de Eliot fue, el de Wil- ción literaria de muchos años, o quizá gracias a
cock tal vez llegue a ser; Eliot purga el alejamien- ella, conseguía percibir la intensidad de la pureza
to, Wilcock su dificultosa ~ improbable- aproxi- nocturna que pudo haber exaltado cualquier ins-
mación. El conocimiento que de él podemos obte- tante de la vigilia del hombre magdaleniano cuan-
ner, lo obtenemos, si somos poetas, mediante la do, exiliado de su cueva familiar por haber infrin-
purgación del significado y los signos, permane- gido un rito religioso, erraba por el valle del Ró-
ciendo en el desamparo de no tolerar ninguna dano no totalmente liberado todavía de los hielos,
convención que no sea provisoria, y rápidamente durmiendo bajo los árboles como Falcone, espe-
purgada a su vez. Hay un cuento de El cao~, a mi rando el ataque de otra familia o el salto letal del
gusto el más extraordinario texto poético de WiI- tigre prehistórico.
cock, donde su orfismo y, dentro de él, su utopía,
desarrollan imaginativamente estos conceptos. Se Al mismo tiempo, aislado por el frío casi poliédri-
trata de La noche de Aix. Cuenta allí Wilcock co en un recinto tan inviolable de aire congelado
unos pocos hechos de la vida de Guido Falcone, que si bien no bastaba para hacerle creer que era
un argentino que se ha ido a vivir a Francia para el único hombre del mundo no le negaba sin em-
"eludir la perspectiva de una existencia monóto- bargo la posibilidad de considerarse como el últi-
na", convencional, ordenada; y que aun en Fran- mo sobreviviente de una campaña de la que todos
cia practica el arte de "tomar decisiones incómo- los demás hubieran desistido, sentía como un sím-
das" para romper la rutina. Una de esas decisio- bolo más de la noche la ausencia absoluta de cual-
nes lo lleva a pasar un fin de semana en Aix, don- quier deseo de expresar su soledad vertiginosa, de
de, por una serie de alternativas, se ve obligado a encarnarla en un esquema comunicativo cualquie-
dormir en un terreno baldío. Sin simetrías silábi- ra que no fuera un título sin más destinatario que
cas, sin sublimidad ni arrobo, el éxtasis místico el gusto de la evocación, por ejemplo, 'La noche
que hizo poeta a su autor vuelve a producirse; la que dormí en un baldío de Aix', o simplemente
música ya no la produce la sonoridad de las pala- 'La noche de Aix'. Y esa certeza suya de que nadie
bras, sino su significado. Se trata de una religiosi- en el futuro comprendería su experiencia, ni si-
dad que, a más de renunciar al énfasis, elude aho- quiera se interesaría en ella, constituía la mejor
ra hasta la comunicación directa: ella se realiza confirmación de la esencia de la experiencia, que
ahora de una manera tangencial, casi meramente era la soledad".
informativa. Tal religiosidad es un acuerdo pro-
fundo entre el ser del hombre -la insoslayable so-
ledad- y la tierra que lo sustenta, acuerdo que no
se produce en una iglesia, sino en un terreno bal-
dío. La afirmación de la utopía como alianza en-
tre el hombre y su sostén, es el reverso inseparable
de la negación del "orden" como crítica de las
ideologías y sus jergas, y ella se pronuncia sin apa-
rato, sin rituales, como algo cotidiano al alcance
de cualquiera capaz de sobreponerse a la incomo-
didad de un percance:

"Así como al vislumbrar por las barbacanas de la


escalera helicoidal de una torre los arbotantes
contiguos, el turista se va formando una idea as-
cendente y teatral de la catedral o castillo que visi-
ta, así constataba Falcone cada vez con más niti-
dez la singularidad poética de la noche. En su ino-
cente, modesto terreno baldío de Aix, donde los
siglos pasados y los futuros parecían superponerse
abolidos por la futilidad de sus acontecimientos
importantes bajo el techo en ese momento helado
de Europa y en el silencio sin ladridos de perros,

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Januario Salgar corta las patas de los "sapistas" mediante el Decreto No. 648 sobre formalidades referentes
a expropiaciones.

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