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El Fin de La Historia en Las Novelas de Hugo Wast PDF
El Fin de La Historia en Las Novelas de Hugo Wast PDF
tiempos en las
novelas de hugo
wast
Alberto Caturelli
C.S 1
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Este artículo del Dr. Alberto Caturelli estudia, medita y expone el contenido de las
novelas apocalípticas "Juana Tabor / 666 " de Hugo Wast, poniendo luz a su contenido
doctrinal y sin dejar de tener en cuenta la situación del mundo en el tiempo en que fueron
escritas.
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Indice
Introducción ................................................................................... 5
Edición Digital
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Introducción
Las novelas de Hugo Wast, Juana Tabor y 666 aparecieron en 1942; de modo
que puedo creer que fueron escritas, muy probablemente, hacia 1941. No se trata de una
obra de exégesis bíblica, la que tiene una riquísima tradición desde los Padres
Apostólicos hasta hoy y ha producido una bibliografía inmensa; menos todavía, de un
tratado sobre los Novísimos. Nadie lo sabía mejor que el propio autor que solamente
pretendió escribir dos novelas (o una en dos tomos) y su obra se acerca así a la de Robert
Benson, El amo del mundo (principios del siglo XX); hasta cierto punto al breve Relato
sobre el Anticristo de Vladimir Soloviev publicado en 1900; también podría recordar
pasajes inolvidables de Los hermanos Karamazov de Dostoievski (1879).
Nuestro Hugo Wast escribió una gran novela; pero no era posible ni siquiera
pensable sin el conocimiento y la reflexión sostenida de las fuentes escriturísticas y un
minimun suficiente de formación teológica. Por eso, sin sacar su obra del escenario
"artístico" como diría Castellani, merece una exposición de las líneas doctrinales
esenciales que el relato supone, y una consideración crítica que tendrá en cuenta el
aporte, el valor y la actualidad de su obra sobre el fin de los tiempos.
I
El Contenido Doctrinal
Narra nuestro autor el diálogo terrible entre fray Plácido y Voltaire, que es como
una voz que anuncia lo que está por venir, a la vez que confiesa su obstinación en el mal:
"yo cogí la sentencia, gime Voltaire, que Él no quería firmar, y yo fui mi propio juez"
pues "ninguna condenación lleva la firma del Cordero" (J.T., 26). Fray Plácido sospecha
que ha saltado ya el sexto sello y que "las estrellas del cielo cayeron a la tierra" (Ap 6, 12
y 13) (alusión a los apóstatas); esto ocurrirá cuando haya venido el Anticristo, que
Voltaire anuncia como el vencedor del Infame y de sus santos (J. T., 27), porque le será
permitido "hacer guerras a los santos y
vencerlos" (Ap. 13, 7).
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Alude a la Bestia del mar, el Anticristo, "con diez cuernos y siete cabezas, y en
sus cuernos diez diademas, y en sus cabezas nombres de blasfemia" (Ap 13, 1). En la
novela de Hugo Wast reaparece la antigua cuestión de si el Anticristo será un ser
colectivo o personal; el novelista, correctamente, sostiene que será una persona singular
("el hombre de pecado") que arrastrará consigo una multitud. Alude también a la Bestia
de la tierra que "tenía dos cuernos como un cordero, pero hablaba como dragón" (Ap 13,
11): es decir hablaba como Satán; es, por eso, el falso profeta (II Tes 2, 9 ss) que hará
adorar a la Bestia primera y que, en la novela, es Simón de Samaría.
Pasaron diez años. Mientras la Iglesia Católica, aislada, mantiene el latín, todo el
mundo habla el esperanto y se unifica la moneda. Proféticamente, Hugo Wast imagina un
mundo en el cual la natalidad decrece (J.T., 34-35) y la secularización llega a la
abolición del calendario gregoriano. Fray Plácido sueña aquel sueño de Daniel, el de las
cuatro bestias surgidas del Mar (el mundo gentil): león, oso, leopardo y una cuarta
"espantosa y terrible" con dientes de hierro, diez cuernos y uno pequeño con ojos como
de hombre "y una boca que profería cosas horribles" (Dan 7, 1-8). Se produce aquí la
segunda aparición de Voltaire en cuya boca pone el autor la interpretación. Sin
detenerme en una exégesis intrincada, difícil y frecuentemente hipotética, la cuarta bestia
es para muchos, figura del Anticristo; mientras para los antiguos exégetas, los cuatro
imperios tienen un sentido histórico, en la novela lo tienen espiritual y representarían la
masonería, Escandinavia e Inglaterra, el judaísmo carnalizado y el Anticristo (J.T., 41).
El hombre de pecado tendrá como maestro al diablo; pero es libre, "podría hacer el bien si
quisiera" y salvarse; el sentido del sueño de Daniel no sería el de cuatro naciones sino
cuatro doctrinas que se aliarán al fin de los tiempos y culminarán en el satanismo (J. T.,
44).
El novelista puede dar libertad a su imaginación para "construir" una trama, cosa
que no puede hacer el exégeta. Pero el novelista no puede permitirse una "construcción"
fantástica en pugna con el texto revelado y la exégesis más seria. Hugo Wast no cae en
esta falta. Imagina el origen y la genealogía del Anticristo en Ciro Dan que llegará a ser
una suerte de emperador del mundo (J.T., 55-73); imagina también que es descendiente
de un tal Naboth Dan. Y puede hacerlo por referencia a la pequeña tribu israelita de Dan,
pues este Dan es hijo de Jacob y de su sierva Bilhá (Gn 30, 5-6)). Lo cierto es que Ciro
Dan adviene bajo el Signo de Satanás en Roma (es el "hijo" del "padre") señalado por su
"profetiza" y reconocido como el Mesías por los judíos carnalizados (J.T., 59-65).
a adorar a Satanás (la Serpiente antigua) y a venir al mundo "en su propio nombre" (J.T.,
65). El lector adivina que esta Izébel es Juana Tabor que es vehículo, gracias al robo de
una Hostia consagrada por el Papa, de una ceremonia satánica (J.T., 68-73).
El nombre de Juana Tabor, invento del novelista, parece, sin embargo, hacer
referencia al monte Santo, al sudeste de Nazaret, donde se transfiguró el Señor (Mt 17,
1-9) pero tomado en un sentido invertido. Ella seduce a fray Simón de Samaría en medio
de un mundo totalmente secularizado en el que los sexos se confunden, la rebeldía es la
norma, la comunicación (empírica) es instantánea y la inmortalidad es reemplazada por
un "congelamiento" que prolonga la vida (J.T., 77-102). Hugo Wast imaginaba todo esto
en 1941 y hoy podemos decir que el novelista era un buen "profeta".
La Iglesia "del porvenir" con la que sueña fray Simón es una Iglesia sincretista
en la que "caben todos" (J.T., 105-112); así se va perfilando poco a poco la imagen de un
gran apóstata, el "falso profeta del Anticristo" tentado por medio de Jesabel (J.T., 117) y
anunciado quizá por la trompeta del tercer ángel: "Y se precipitó del cielo una grande
estrella" (Ap 8, 10) llamada Ajenjo que es nombre de amargura.
X) que nada tiene de santo y sí un gran parecido con la "globalización" actual que anula
las Patrias singulares e instaura un totalitarismo planetario. En la novela, la siete cabezas
de la Bestia del mar simbolizan los sistemas filosóficos inmanentistas que van
preparando el "adviento" del anticristo (J.T., 185-6).
El capítulo XIII del Apocalipsis concluye con las misteriosas palabras que
aluden al número de su nombre con el que hay que marcar a todos en la mano derecha o
en la frente: "quien tiene entendimiento calcule la cifra de la bestia. Porque es cifra de
hombre: su cifra es seiscientos sesenta y seis" (Ap 13, 18). Las interpretaciones del
simbolismo de este número son múltiples y a veces inverosímiles. No creo necesario
detenerme en este tema salvo indicar como conjetura que la repetición del 6 que nunca
llega a ser 7, signo de la perfección, puede ser interpretado como signo de la imperfección
y de la indignidad mayor, de la maldad sin atenuantes. Quizá Hugo Wast así lo haya
pensado.
En 666, Hugo Wast pasa de los signos a los hechos. Nos describe una sociedad
totalmente secularizada (666, 191-203) en la cual fray Plácido, que representa la fe
católica sumida en las catacumbas, cree que cinco de los siete ángeles del Apocalipsis
han derramado sus copas sobre el mundo: el primero sobre la tierra que produjo una
úlcera horrible y maligna; el segundo sobre el mar que se convirtió en sangre; el tercero
en los ríos y en sus fuentes, el cuarto sobre el sol que abrasó a los hombres, el
quinto sobre el trono de la Bestia que "se cubrió de tinieblas" (Ap 16, 110).
Las copas sexta y séptima están por derramarse sobre el mundo. El falso profeta
fue a despedirse de su Obispo, Monseñor Bergman, antes de partir a Roma: el Papa ha
muerto y espera ser elegido Sumo Pontífice con el nombre de Simón I. El Obispo todo lo
espera de él porque fray Simón "es el hombre de esta hora", motor de la transformación
democrática de la Iglesia (666, 247). El programa de la gran reforma es clara: 1.
"Abolición del celibato de los clérigos. 2. Supresión de las órdenes religiosas y de todos
los votos; 3. Elección de los obispos por el clero y los fieles, y del Papa por los cardenales
y los obispos; 4. Uso del esperanto en vez del latín. Democratizada así la jerarquía
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católica, la Iglesia será del pueblo y para el pueblo" (666, 248): tal como después lo han
proclamado Metz, Sobrino, Gutiérrez, Segundo, Cardenal, Boff, Cox, Altiser, Robinson
y otros de por acá, la Iglesia se reconciliará con el mundo (666, 259).
En los últimos capítulos de 666, Hugo Wast concede más libertad a su fantasía
de novelista sin contradecir su fuente de inspiración que son las Escrituras. Un exegeta
riguroso debe reconocer que esa libertad es literariamente legítima y, dicho sea de paso,
con frecuencia parece anticiparse a los acontecimientos futuros. Dejemos por ahora la
palabra al novelista: Juana Tabor recibe sacrílegamente la comunión y exhorta a Fray
Simón a no alejarse físicamente de la Iglesia para reformarla desde dentro. Jesabel, en
realidad, adora al Padre de la mentira de quien ha aprendido la plena autosuficiencia
("ciencia del bien y del mal") que impulsa su deseo de "ser como Dios". La "Iglesia" de
Jesabel es, en verdad, la "Sinagoga de Satanás" anunciada por San Juan (Ap 2, 9). Hugo
Wast pone en labios del fraile apóstata unos bellísimos versículos del Cantar de los
Cantares, pero invirtiendo su sentido: "Morena soy, pero hermosa, / oh hijas de Jerusalén
/ como las tiendas de Cedar, / como los pabellones de Salomón" (Cant 1, 4). La esposa
morena es figura de la nación israelita desposada por Yahvé, anticipo de la Iglesia.
Nuestro novelista, con una suerte de ironía teológica, la pone del revés (666, 296-7).
A medida que la narración se acerca al fin, parece cada vez más dominada por la
idea de sacrilegio. Después de la descripción del Anticristo como el "el más hermoso y el
más sabio de los hombres" que "remedará a Cristo en los milagros" (666, 299) se prepara
el ambiente y el escenario de la Misa sacrílega y de la horrenda Comunión del Anticristo,
que coincide con el martirio de siete fieles. En el celebrante, como en Judas cuando
comió de mano del Señor, "entró en él Satanás" (Jn 13, 27); Ciro Dan bebió de la Sangre
del Cordero mezclada con la de su mártir. Y allí, en el estrado apareció "un dragón color
de sangre, con siete cabezas y diez cuernos, que hizo crujir el trono de la derecha" (666,
331) (Ap 12, 3). Llegamos al final con la aparición de los Patriarcas Henoch y Elías (los
dos testigos) y la tercera visita de Voltaire. Aunque el novelista no lo dice, sabemos que
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este Henoch es el séptimo descendiente de Set, Hijo de Adán (Gn 5, 3-8) que vivió
muchos años unido al Señor y Dios "se lo llevó" (Gn 5, 23-24); figura en la genealogía de
Cristo según san Lucas (Lc 3, 37). En cuanto a Elías, su nombre significa "Yahvé es mi
Dios"; fue fidelísimo defensor de Yahvé bajo el rey Ajab y Jezabel su mujer (I Rey 20, 1
-43) que imponían la adoración de Baal, el "Señor de las moscas", tal vez Beelzebub.
Sabemos de sus milagros y de su desaparición "arrebatado en un torbellino de fuego
sobre una carroza tirada de caballos de fuego" (Ecclo 48, 9; I Mac 2, 58; Re II, 1) y que
fue testigo junto con Moisés de la transfiguración del Señor (Mt 17, 3; Lc 9, 30).
II
Valoración Crítica
En su tercera y última aparición, Voltaire anuncia que el Hijo del Hombre con su
aliento matará al Anticristo... Y no habrá más tiempo: "aparecerá... el Infame, y todos
vosotros, los que por vuestra dicha habréis perseverado" irán al encuentro de Cristo (666,
351).
Dijo el Ángel: "no habrá más tiempo" (Ap 10, 6). Ontológicamente el tiempo
supone la duración sucesiva. Esto es evidente a la inteligencia con la primera prae(s)entia
del ser que es lo participado en todo ente; en cuanto participado, el acto de ser es causado
(puro don): causado ex- nihilo (creado); por eso es acto presente, no pasado (ya no es) ni
futuro (aún no es) sino presente y, por tanto, temporalidad histórica. En tal caso el tiempo
implica la creación como punto de partida y el fin absoluto como punto de llegada; si así
no fuera habría que sostener un tiempo sin comienzo ni fin (un sinsentido) o regresar al
eterno retorno de los antiguos que se identifica con la necesidad; luego antes de la
creación sólo hay eternidad y después del tiempo sólo eternidad; por tanto el tiempo
histórico, presente del pasado - presente del presente - presente del futuro, se contiene en
el ámbito de la eternidad y la historia se orienta a su fin en el cual deja de existir como
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Las novelas que tienen como tema el fin de los tiempos, como las de Benson y
Hugo Wast, suponen, no sólo que el tiempo histórico termina sino que el fin
supra-histórico es inminente. Cuando el Redentor, en la Cruz, exclamó "todo está
cumplido" (Jn 19, 30) quiso decir que el plan salvífico de Dios se había consumado; en
ese instante comenzaron los últimos tiempos, la última edad de la historia tensa hacia el
fin inminente; el fin ingresa en la zona del misterio que sólo podemos conocer por la
profecía; el lumen propheticum alcanza a todas las cosas, a todos los actos humanos y el
único conocimiento posible del fin, acto singular contingente anticipado en forma de
audiciones y visiones. Así acontece en San Juan, en quien hay primero una visión que
prepara una audición y el todo revela la entrada de la historia en la eternidad: "no habrá
más tiempo". Aunque se realice por medio de un profeta humano, la profecía es del
mismo Jesucristo (Apocalipsis Iesu Christou 1, 1). Cuando un novelista como Hugo Wast
se inspira en estos textos sagrados, sabe - o al menos intuye - que San Juan y los autores
del Apocalipsis sinóptico ven no con los ojos de la carne sino con los ojos del hombre
interior para los cuales un acto es figura de otro (sentido espiritual fundado en el literal) y
también sabe que las mismas cosas (typos) son dispuestas como figuras de otras
(antitypos). A su vez, mientras en el Antiguo Testamento la predicción del en fin debe
mantenerse en secreto ("sella el libro hasta el tiempo prefijado": Dan 12, 24) en el Nuevo
se le dice a San Juan: "no selles las palabras de la
profecía de este libro, porque el tiempo está próximo" (Ap 22, 10). La Parusía es, pues,
para nosotros, siempre inminente.
Sabemos que la historia, en virtud del pecado, es la tensión misteriosa de las dos
Ciudades (civitas Dei - civitas mundi) hasta el instante de la Parusía; por tanto la
negatividad de la historia tiene su propia plenitud intra-temporal en un estado de
iniquidad, en la hora de la tribulación magna (Mt 24, 21); semejante "plenitud" del mal
debe ser precedida por la apostasía hasta que se haga manifiesto el "hombre de iniquidad"
(II Tes 2, 3). Paso por alto los antecedentes veterotestamentarios (Ez 38 y 39; Joel 2,
28-32; Zac 14, 1; Dan 7, 4-8) que Hugo Wast sí tuvo en cuenta en su novela, y con los
textos del Nuevo, podemos decir que es un hombre, enemigo personal de Cristo (II Tes 2,
1-12) cuya aparición es obra de Satanás: un individuo singular y, simultáneamente, un
pueblo que le sigue. En cuanto ungido del demonio, es parodia de la relación del Padre y
del Hijo, mediador del diablo. A su vez, con la aparición de la segunda Bestia, la
imitación de la Trinidad se completa porque su padre es Satanás (el Dragón), el Anticristo
es el Hijo y el Impostor o pseudo profeta es grosero sustituto del Espíritu:
Dragón-Bestia-Impostor, contra-Trinidad diabólica. Estos elementos esenciales son el
trasfondo o la estructura que sostiene la creación literaria. Claro es que después de la
derrota de la bestia y del falso profeta (Ap 19, 19-21) llegará el fin y estaremos en el
Instante: las dos ciudades (trigo y cizaña) serán separadas y el Reino alcanzará su
plenitud (Ap 22, 3-5). Nada más podemos decir: "no habrá más tiempo". Toda la historia
espera ese Instante sin poder saber más: "lo que toca a aquel día y hora nadie lo sabe, ni
los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre" (Mt 24, 36).
Para crear su novela, Hugo Wast supone y piensa las "señales" o signos que
anuncian el fin. Me parece que el más importante de ellos - desde las primeras páginas de
Juana Tabor- es la apostasía general: "el Hijo del hombre, cuando vuelva, ¿hallará por
ventura la fe sobre la tierra?" (Lc 18, 8).
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Antes de concluir debo señalar dos temas menos seguros y dejo para el final dos
aciertos fundamentales.
Hugo Wast sigue una larga tradición al identificar la perversa Babilonia con
Roma caída en la infidelidad; además dice que Roma será destruida (666, 340), que el
Señor elegirá nuevamente a Jerusalén (ib, 347, 352). A pesar de la venerable tradición
que avala su interpretación, siempre he creído que Babilonia simboliza cierta "plenitud"
de la civitas mundi y la disminución de la fe y de la caridad hasta el mínimo. San Agustín
dice que esta ciudad se llama místicamente "Babilonia", es decir, "Confusión"; su rey es
el demonio a quien están esclavizados los hombres por su impiedad (De Civ. Dei, XVIII,
41, 2).
Otro tema de no fácil interpretación es el momento de la conversión de los
judíos. No se trata de las conversiones individuales, de las que tenemos tan hermosos
ejemplos, sino de la vuelta de Israel como un todo. San Pablo así lo profetiza, pues el
endurecimiento ha venido sobre una parte de Israel hasta que la plenitud de los gentiles
haya entrado y de esa manera todo Israel será salvo (Rom 11, 25); aunque sean ahora
enemigos del Evangelio, son amados por Dios a causa de sus padres con amor de elección
irrevocable; en los últimos tiempos, cuando se haya enfriado la fe hasta la apostasía en los
que fuimos gentiles por nuestro origen, habrá llegado el momento de esa Alianza última y
Nueva, definitiva: "Tendré misericordia de sus iniquidades y de sus pecados no me
acordaré más" (Heb 8, 12). ¿Cuándo ocurrirá esto? No lo sabemos. Algunos conjeturan
que después del reinado del Anticristo, porque lo recibirán como al Mesías; otros
conjeturaron que será antes. Pero, en realidad, no lo sabemos.
Tampoco sabemos con seguridad el significado del famoso texto del capítulo XX
del Apocalipsis sobre el que se funda la siguiente frase de 666: "Se anuncia el día de la
ira, en que el mundo será reducido a pavesas. Pero antes sobrevendrá un período
larguísimo, miles de años. Tal vez miríadas de siglos, en los que el diablo permanecerá
encadenado para que no tiente a los hombres, y reinará Cristo sobre la humanidad
santificada y dichosa" (666, 338). Algunos pueden haber pensado que Hugo Wast era
milenarista en sentido material. No lo creo: el pasaje no es textual sino una glosa
imprecisa. Yo tampoco tengo por qué ocuparme extensamente del capitulo 20. Sólo
indicaré las grandes líneas. Se ha interpretado que existirán dos resurrecciones: una
primera, de los mártires y santos (Ap 20, 5) y otra universal, de buenos y malos en el
Juicio. Pero esa afirmación es muy dudosa pues espiritualmente se entiende la
resurrección por el Bautismo, la misma vida de la gracia. No sabemos entonces si habrá
una resurrección de los justos antes de la resurrección general. En cuanto al milenio,
podría ser rH interpretado como un reinado terrenal de Cristo con los justos, tesis que ha
sido rechazada por la Iglesia; pero si se tiene en cuenta que "mil años" significa largo
tiempo, las innumerables interpretaciones son sólo conjeturales y frecuentemente
erróneas. No podemos interpretar el texto citado de Hugo Wast en el sentido del
milenarismo literal o material. Digamos más bien que lo único seguro es que nada
sabemos de seguro.
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Fin