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Mi encantadora princesa

Elizabeth Thornton

Prólogo

Londres, marzo de 1816


Tenía miedo de abrir los ojos, tenía miedo de que él estuviera allí, observándola.
No dudaba de la capacidad de ese hombre para la violencia. Ella se había
convertido en una amenaza para él. Tenía que deshacerse de ella.
¿Qué le había contado?
Las palabras le resonaban en la cabeza como un grito silencioso. El sonido tardó
largo rato en apagarse. No debía dejarse llevar por el pánico. Necesitaba pensar
las cosas con calma. ¿Qué le había contado? No se acordaba.
Cuando intentó tragar saliva, un recuerdo borroso cristalizó y fue tomando forma
lentamente. La había encerrado en una habitación y la había sometido obligándola
a beber de una copa que llevaba en la mano. Láudano. Le había hecho beber
láudano. De ahí el dolor de cabeza y la sequedad de la garganta.
Respiró lenta y profundamente, esforzándose en despertarse por completo. Sus
párpados se agitaban, pero le pesaban como plomo y no podía abrirlos. Sin
embargo, sus sentidos iban captando otras sensaciones: el colchón de plumas que
tenía debajo; los cristales de las ventanas que vibraban; el silbido de la lluvia.

La lluvia. Se acordaba de la lluvia. Llovía cuando ella y Gracie salieron sigilosamente


de la casa al amparo de la oscuridad. Un barco las esperaba en la orilla. Era así
como pensaban escapar. Pero él había soltado a los perros, y ella supo que no lo
conseguiría.
-¡Huye! -había gritado a la aterrorizada doncella-. ¡No debe encontrarte conmigo! -
Pero el viento se había llevado sus palabras. Lo intentó de nuevo-. ¡No lo conseguiré!
Dile a lady Octavia que ella es la única que puede ayudarme. -Señaló la orilla y dio
un empujón a Gracie; a continuación se dirigió al cenador. En la oscuridad, los

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perros habían seguido su rastro, y su marido y los mozos habían seguido a los
perros.
¿Cuánto tiempo hacía de aquello? ¿Dos días? ¿Tres? ¿Una semana? No podía
recordarlo.
Lo había planeado todo cuidadosamente, cada uno de los pasos. Había tardado un
mes en tenerlo a punto: la barca, el escondite, el dinero para vivir hasta que su
abogado arreglara sus asuntos. Pero antes de poder marcharse, su esposo había
descubierto lo de sus amigas de la biblioteca y la había encerrado en casa.
Aún así, ella había intentado escapar, pero había perdido. Y cuando él la había
atrapado, habían empezado las preguntas.
-¿Por qué? -le había preguntado él una y otra vez-. ¿Por qué ahora?
Apretaba los labios con una expresión que reservaba solo para ella. En los círculos
del gobierno y en sus clubes, su esposo era famoso por su afabilidad y encanto. -No
lo sé.
-Son esas mujeres de la biblioteca que frecuentas, ¿verdad? Te han metido estas
ideas en la cabeza. -No.
Entonces la había agarrado del brazo y la había arrastrado hasta el espejo.
-Mírate -había dicho con desprecio-. Eres una mujer mayor. Eres lastimosa. No
sobrevivirás sin alguien que cuide de ti. No tienes dinero. ¿Cómo pensabas
arreglártelas? ¿Quién iba a ayudarte? ¿Quién? ¿Quién? ¿Quién?
Ella apenas le oía. Miraba su reflejo en el espejo como si viera a una extraña. La
mujer ojerosa que la miraba era mayor, con los hombros hundidos y una
expresión frágil y derrotada en un rostro que en otros tiempos había sido tan
bello.
Aquella mujer mayor y lastimosa no había cumplido la promesa de la jovencita
cuyo retrato estaba colgado sobre la repisa de mármol de la chimenea en el
comedor de Rosemount House. A los dieciocho años, los ojos le brillaban y
miraban el mundo con la confianza de la juventud. Entonces no sabía que estaba
maldita. Era una heredera, y en los juegos que libraban los hombres era un mero
peón.
Pero él aún no había terminado de despreciarla, y mientras oía sus palabras
injuriosas, algo estalló en su interior. Había algo más en ella que aquella
mujercita aterrorizada del espejo y, si no era así, más le valía estar muerta.

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Así que se lo dijo; no todo, pero sí lo suficiente para borrarle el desprecio de la
cara. Le habló del retrato; le dijo que podía arruinarle la vida si le apetecía.
Luego intentó negociar con él: si la dejaba marchar, ella se llevaría su secreto a
la tumba.
Qué tonta había sido intentando negociar con el diablo. Iba a llevarse su secreto
a la tumba de todos modos. Él estaba demasiado cerca de lograr todo aquello por
lo que había trabajado para permitir que una mujer se lo impidiera.
Ella había estado asustada tantas veces que creía que ya lo sabía todo sobre
miedo. Pero aquello era diferente. Había otras personas involucradas y si él se
enteraba de quiénes eran, ellas también pagarían el castigo por sus pecados.
Oyó pasos en el pasillo, sus pasos, y por fin logró abrir los ojos.
Cuando la llave giró en la cerradura, ella se incorporó. Una rara calma se apoderó de
ella. Se había comportado como una cobarde lacrimosa durante toda su vida de
casada. Pero aquella batalla no pensaba perderla.

Capítulo 1

Cuando Gwyneth dobló la esquina de Sutton Row y vio el landó estacionado frente a
su puerta principal, no tuvo ninguna sensación de presagio, ninguna premonición de
que Jason Radley estuviera a punto de volver a entrar en su vida. Aquel era un día
corriente. Había pasado la mañana en la Biblioteca para Damas de Soho Square,
donde trabajaba tres días por semana, y se había parado camino de casa para
comprar una barra de pan. Era tarde y se apresuraba para llegar a casa a tiempo de
almorzar con su hijo antes de que se presentara su primera alumna de piano.
Entonces vio el landó.

Gwyn no se alarmó en absoluto, más bien albergó la ferviente esperanza de que el


padre de una de sus pupilas hubiera acudido a saldar su cuenta. Sin embargo, al
acercarse al carruaje y observar al lacayo de pie junto a las cabezas de los

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caballos, frunció el ceño. El criado llevaba una levita marrón con alamares plateados
en las charreteras y los puños vueltos.
La librea de los Radley. La reconocería en cualquier parte.
A Gwyn se le aceleró el corazón, pero se obligó a frenar el paso. No estaba
preparada para eso; nunca lo estaría. En cuanto le vino este pensamiento a la
cabeza, se impacientó. Desde que se había mudado a Londres, sabía que existía la
posibilidad de que los caminos de ella y Jason se cruzaran. Había sucedido
demasiado pronto, eso era todo.
Le latía el corazón muy deprisa cuando entró en la casa. Era un hogar modesto,
de dos pisos, y la sala principal hacía las veces de salón de música. Como su casa
era también el lugar donde trabajaba, se había preocupado de crear una buena
impresión en la planta baja. El vestíbulo y el salón estaban amueblados con las
mejores piezas de su mobiliario y la única alfombra que poseía. El resto de la
casa era espartano: suelos desnudos y utensilios utilitarios. No había nada extra.
No podía permitirse extras.
Maddie, la criada, salió de la cocina cuando oyó que se abría la puerta principal.
Cogió la barra de pan de manos de Gwyn y la ayudó a quitarse el abrigo. Maddie
tenía apenas quince años, era limpia como una patena, buenaza y trabajadora. No
vivía en la casa, sino que trabajaba para Gwyn de día, y de noche, para una dama
anciana que vivía en la esquina con Soho Square. Gwyn no podía permitirse tener
a una criada todo el día.
Los ojos de Maddie mostraban una ávida curiosidad. Habló en un susurro:
-Hay un caballero muy elegante que la espera, señora Barrie. Un tal señor
Radley. Me dijo que era su primo. Le he hecho pasar al salón. Espero haber hecho
bien.
Gwyn se mordió la lengua para no decir que en aquella casita no había otro lugar
donde esperar. -Has hecho bien, Maddie -dijo, y se echó un rápido vistazo en el
espejo de la entrada.
El pelo castaño rojizo se le había aplastado debajo del sombrero. Se lo estaba
arreglando, cuando se lo pensó mejor. No tenía importancia la impresión que
pudiera dar a Jason Radley.

Si por lo menos el corazón dejara de latirle tan rápido...

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-Está muy guapa -dijo Maddie. Sus ojos brillantes repasaron el vestido de talle alto
gris de tela cruzada, con el cuello de encaje y manga larga-. Elegante, si me permite
decirlo.
Una criada jamás se habría permitido tanta familiaridad con su señora, pero Gwyn y
Maddie no eran señora y criada en el sentido tradicional. Compartían el trabajo de
la casa a partes iguales y comían juntas. Cuando Gwyn no estaba en casa, Maddie
cuidaba de Mark. Era Maddie, mucho más que Gwyn, la que mantenía una distancia
respetuosa en la relación. A pesar de su corta edad, Maddie comprendía la
necesidad de mantener las apariencias, especialmente frente a los mercaderes
ricos de la ciudad y los profesionales cuyas hijas venían a la casa a recibir lecciones
de piano. Que ella supiera, era la primera vez que Gwyn recibía la visita de un
miembro de su familia. Pero Maddie se dio cuenta de cómo a Gwyn le latía el pulso
en la garganta y su imaginación se echó a volar.
-¿Dónde está Mark? -preguntó Gwyn, ignorando las dificultades respiratorias que
delataban su voz. -Está con el señor Radley. Adelante, entre. Maddie abrió la
puerta del salón y Gwyn ya no pudo echarse atrás. Dio unos pasos dentro de la habi-
tación y se detuvo de golpe. Jason y Mark estaban de rodillas junto a la mesa baja,
frente al fuego, devorando una fuente de bollos y compartiendo una tetera.
Jason fue el primero en verla y se levantó con un ágil movimiento; enseguida Mark
pegó un saltó y corrió junto a ella. Gwyn se concentró en Mark.
-Mamá, ha venido el primo Jason. Es de la familia, mamá. Se enteró de dónde
vivíamos y ha venido a visitarnos. Yo no sabía que teníamos primos.
Aquella ingenua parrafada devolvió un poco de color a las mejillas de Gwyn. Su hijo
no se dio cuenta
-Y el primo Jason dice que puedo dar la vuelta a la plaza en su landó, cuando
termine de hablar contigo. ¿Puedo, mamá? ¿Puedo?
Un lujo tan poco frecuente no era para despreciarlo, aunque ella no quisiera ver a
Jason Radley cerca de su hijo. Miró la carita expectante de Mark, una cara tan
parecida a la suya: ojos grises, hoyuelos que aparecían y desaparecían y la barbilla
puntiaguda.
Sus propios hoyuelos aparecieron al contestar. -¿Por qué no? ¿Has terminado los
deberes que te he puesto esta mañana?
Mark asintió con la cabeza.

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-Pues ve a recoger y ayuda a Maddie en la cocina. Cuando hayamos terminado, te
llamaré.
Mark soltó un largo suspiro. Cuando miró a Jason le brillaban los ojos.
-Se lo agradezco mucho, señor -dijo, y salió rápidamente de la habitación.
Le oyeron llamar a Maddie mientras corría hacia el otro lado de la casa. Gwyn cerró
la puerta con cuidado. Ya no lo podía evitar. Tenía que mirar a Jason.
Decir que era alto y guapo no era hacerle justicia. Era muy apuesto, de una forma
un poco tosca, con unos ojos verdes muy vivos y un físico que un atleta habría
envidiado. Era su primo, un primo segundo, y ya hacía ocho años de la última vez que
había hablado con él. Parecía más delgado y más endurecido, lo que Gwyn se imaginó
que era el resultado de la carga que había asumido Jason al heredar la propiedad de
Haddo Hall. Gwyn había oído que durante los primeros años había esquivado la
bancarrota a base de determinación y trabajo agotador, y ahora era uno de los
hombres más ricos de Londres. No era lo que ella esperaba. Ella creía que tomaría
el camino más fácil y se casaría por dinero. Que ella recordara, no había escasez de
candidatas para la posición de señora de Jason Radley.

¡Maldita sea! ¿Por qué no se había casado nunca? El la observaba con expresión
seria, completamente tranquilo, esperando que ella hablara primero. Gwyn pasó
por su lado para sentarse en el sofá, cerca del fuego. -¿Cómo estás, Jason?
Él apretó un poco los labios, pero respondió con cortesía.
-Bien, gracias, Gwyn. -Se acomodó en el sillón, al otro lado de la chimenea-. No
necesito preguntarte lo mismo. Te veo muy bien. Parece que Londres te sien ta
estupendamente. Tu hijo me ha dicho que lleváis seis o siete meses en esta casa.
Ella inclinó la cabeza.
-¿Y antes vivías con los tíos de Mark?
-Sí. -Como parecía que esperaba algo más de ella, añadió-: Cuando murió mi esposo,
decidí instalarme por mi cuenta.
Había sido su fuga con Nigel hacía ocho años lo que la había apartado de sus
parientes Radley. En todos esos años, únicamente había mantenido la relación con
uno de ellos, Trish, la hermana de Jason, y solo en algunas ocasiones.
Jason dijo lentamente:

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-Lo lamenté mucho cuando me enteré de la muerte de tu marido. Deberías
habérnoslo comunicado. -Escribí a Trish.
-Sí, pero no a mí, y fue hace solo un año.
Como no tenía una respuesta preparada para eso, dijo sin convicción:
-No me pareció... Era un momento difícil para mí. No pensé... lo siento.
Hubo un silencio muy largo. Parecía que él iba a insistir en el tema, pero para gran
alivio de ella, señaló el piano de nogal.
-¿Sigues practicando tanto?
-Tanto como puedo. -Se miró las manos unidas.
Había pasado casi toda su viudedad en ese piano-. No es tan bueno como el piano
de Haddo Hall, pero me sirve.
-¿Y tu hijo? ¿Él también toca?

-Un poco, pero Mark solo tiene siete años. Todavía no está preparado para
estudiar en serio. No puede estar sentado más de unos minutos seguidos.
Él se movió un poco en el asiento, observándola. -Le has educado bien, Gwyn.
Tienes que estar muy orgullosa.
Sus palabras le hicieron preguntarse cuánto rato habría estado a solas con Mark,
y de qué habrían hablado. -Gracias, lo estoy. -Cambió de tema adrede-. ¿Están
todos bien en Haddo Hall? ¿Y Trish y Gerry? Él se relajó en el sillón y estiró las
largas piernas.
-Muy bien, gracias. Vendrán dentro de una semana o dos si la abuela se sale con la
suya. Ella cree que ha llegado la hora de presentar a Sophie en socie dad. Trish y
Gerry están ahora en Haddo con su hijo, Chris, pero Brandon está en la ciudad.
¿Te acuerdas de Brandon?
-Sí, me acuerdo de él.
Se acordaba de todo, de lo bueno y de lo malo. -Sophie tendrá diecisiete años -
dijo. Tenía una imagen en la cabeza de una niña, que era como había visto a Sophie
la última vez, volviendo loca a la abuela de Jason con su comportamiento poco
femenino-. ¿Sigue siendo tan muchachote?
-¡Ojalá! -¿Cómo? -Es una seductora nata.
Los ojos le brillaron divertidos, pero a Gwyn no le hizo gracia. Estaba demasiado
tensa, era demasiado consciente de que estaban hablando a un nivel, mientras
peligrosas corrientes se arremolinaban bajo la superficie. -En cuanto a mí -siguió

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él-, últimamente paso mucho tiempo en Londres, y finalmente me he decidido y he
comprado una casa en Half Moon Street. Me resulta más cómodo para trabajar.
Ella no ignoraba del todo las idas y venidas de Jason. Judith, su buena amiga en
la Biblioteca para Damas de Soho Square, cuya madre vivía en Brighton, no muy
lejos de Haddo, conocía a los Radley, y la mantenía al día de los asuntos de Jason
en todos los sentidos de la palabra.
Él se incorporó un poco en el sillón, hacia ella. -Tienen ganas de volver a verte,
Gwyn. Eres de la familia. Siempre lo has sido y siempre lo serás.
El tono de ella fue seco.
-Esas no son palabras de tu abuela. Él contestó con seriedad.
-Ya no es la tirana que solía ser. Ya no tiene tanta salud y la edad la ha
ablandado. ¿No crees que ha llegado el momento de olvidar el pasado?
Gwyn intentó imaginarse una versión más blanda de la abuela Radley que ella
conocía y fracasó. Había sido una tirana desde el momento que había puesto los
pies en Haddo y había asumido el control de la familia cuando los padres de
Jason murieron durante un brote de gripe. George, el hermano mayor, siempre
había sido el favorito de la abuela Radley.
Cuando George murió en un accidente en el mar, Jason había pasado a ser dueño
y señor de Haddo. Pero se había marchado de Haddo justo después del funeral, y
aquella fue la última vez que le había visto Gwyn; hasta ese día.
La estaba observando.
-Tienes una idea equivocada sobre tu abuela y sobre mí -dijo ella-. No hubo ni
pelea ni distanciamiento. -Te fugaste con un soldado y te marchaste con él de
Inglaterra -apuntó él secamente-. Nadie sabía dónde estabas. Si eso no es
distanciamiento, ya me dirás tú.
-Os escribí a todos... al final.
-Una vez y nunca más. Excepto a Trish.
-Era la esposa de un soldado, y estuve varios años fuera de Inglaterra. Mandar
cartas a casa era bastante complicado. Además, lo pasado pasado está. No vale
la pena que nos peleemos más por eso.
La habitación quedó en un profundo silencio mientras los dos se miraban.
Jason fue el primero en apartar la vista. Se recostó en el sillón y dejó pasear
la mirada por la habitación. Bueno, pensó Gwyn, no va a encontrarle defectos a

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esta sala. El salón no era elegante, pero sí acogedor. El fuego crepitaba en la
chimenea. El mobiliario era de buena calidad y estaba bien conservado. Lo
mismo podía decirse de la ropa que llevaba ella. Y él no tenía por qué saber que
todas sus posesiones materiales estaban expuestas en esa habitación.
Él la miró un momento.
-¿Eres feliz, Gwyn? -preguntó de repente. -Estoy contenta.
-¿Dando lecciones de música a las hijas de los demás?
Lo dijo en un tono que molestó profundamente a Gwyn.
-Me gano la vida y puedo pagar lo que necesito -dijo-. No me avergüenzo de ello.
Y por raro que te parezca, lo disfruto. Algunas de mis alumnas tienen mucho
talento. -Prefirió no hablar de las que eran unas manazas y la volvían loca. Un
pensamiento le vino a la cabeza y le echó una mirada furiosa-. ¿Cómo sabes que
doy lecciones de música? ¿Has interrogado a mi hijo?
El le respondió fríamente.
-Hemos hablado mientras esperábamos que llegaras a casa. Y es verdad, sentía
curiosidad. Mark me ha hablado de la Biblioteca para Damas en Soho Square.
No sé si le he entendido mal.
Ella levantó la barbilla.
-Lo dudo. Mark se expresa perfectamente. -¿Trabajas allí? -Parecía incrédulo.
-Tres mañanas a la semana. Soy voluntaria, como todas las damas.
-Pero... -Durante varios segundos la miró en silencio; luego dijo-: La biblioteca
de Soho Square. ¿Se trata de lady Octavia y su Sociedad de Damas? ¿No
pertenecerás a ese grupo?
Era un típico comentario masculino, y lo había oído a menudo, pero aun así la
sacó de quicio.
-Lady Octavia -dijo- solo intenta que la gente sea consciente de las injusticias
que sufren las mujeres por culpa de nuestras anticuadas leyes de matrimonio.
Y ayuda a mujeres con dificultades. La admiro y estoy orgullosa de pertenecer
a su grupo.
-Parece que he tocado un tema delicado. -Su tono era claramente divertido.
No había ninguna duda. Hacía una hora, ella estaba satisfecha con la vida que
había creado para Mark y para sí misma. Pero vista a través de los ojos de Ja-
son, no parecía tan buena. Esperaba sinceramente que Mark no le hubiera

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contado a Jason que aquella noche estaba comprometida para tocar el piano en
una cena en Park Lane. Se creería que pasaba unos apuros terribles. No iría muy
desencaminado, pero no deseaba que Jason lo supiera.
-No me gusta que ridiculicen a mis amigas, eso es todo -dijo con calina-. Pero tú
no has venido para hablar de lady Octavia. ¿Para qué has venido, Jason? ¿Cuál
es el auténtico propósito de tu visita?
-¿No te alegras de verme? -¿Debería alegrarme?
Jason tenía la costumbre de entornar los ojos cuando se molestaba. Ahora lo
hizo.
-Esperaba un recibimiento más cálido después de ocho años. ¿Me estás
castigando, Gwyn? ¿Se trata de eso? ¿Todavía me culpas de lo que le ocurrió a
George? Aquello la sorprendió sinceramente.
-¡No! Nunca te culpé, Jason. No fue culpa tuya. ¿No te lo dije durante el funeral?
Él se encogió de hombros.
-¿Lo dijiste? Fue un momento difícil para todos. No lo recuerdo.
-Pues deja que te lo diga ahora. No te culpo por lo que le sucedió a George. Ni te
culpé entonces ni te culparé nunca.
-Gracias.
La sometió a otro largo escrutinio, antes de decir amablemente:
-¿Fuiste feliz con Nigel?
Ella se obligó a no expresar nada con su mirada. Nadie tenía derecho a conocer su
vida privada, y mucho menos Jason Radley.
-Muy feliz.-Pues me alegro por ti. Ella siguió rápidamente: -Todavía no me has
dicho por qué has venido. Él suspiró, pero finalmente se rindió a sus deseos. -Has
heredado algo de dinero, Gwyn, un legado de un benefactor anónimo. No es una
fortuna, diez mil libras, pero si eres cuidadosa, podría ser suficiente para ti y
para Mark.
-Un benefactor anónimo... -Le miró como si creyera que había perdido el juicio-.
¿Un legado? No lo comprendo. ¿Es parte de un testamento?
-No. Es tal como te lo he dicho. Alguien que desea mantener el anonimato te ha
destinado una suma de dinero.
El corazón de Gwyn empezó a latir lentamente pero con fuerza.
-¿Quién haría tal cosa?

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-Dímelo tú. -La miraba con una expresión que ella no supo interpretar, pero había
entornado los ojos. -No tengo ni idea. -Su voz sonó natural, lo que la sorprendió.
-¿No tienes admiradores secretos, Gwyn? ¿Alguien que se sienta obligado a
mantenerte, o que crea que te debe algo?
-Que yo sepa... -Cuando comprendió el significado de sus palabras, se puso rígida
de repente-. No seas absurdo -soltó-. Soy viuda y tengo un hijo que mantener. No
he tenido ni tiempo ni ganas para admiradores. ¿Y dónde encontraría alguno?
Todos los hombres que conozco ya están casados. Enseño a sus hijas, por el amor
de Dios.
Él empezó a sonreír desde las comisuras de los labios hasta que poco a poco la
sonrisa se extendió a los ojos. Aquella sonrisa la irritó más que sus palabras insul-
tantes. Además le trajo recuerdos. Volvían a ser niños, y él siempre se divertía
tomándole el pelo.
-¿Tú cómo lo sabes, Jason? ¿Quién te ha hablado del legado?
Antes de que pudiera responder, entró Maddie, con una bandeja en la que llevaba
una botella de jerez y dos copas de cristal. La dejó sobre la mesa, frente al
fuego.
A Gwyn le dedicó una mirada de reproche por haber olvidado las obligaciones de
una anfitriona con un caballero, y a Jason una sonrisa tímida.
-Gracias, Maddie -dijo él, cogiendo la botella-. Me has leído el pensamiento.
Maddie murmuró algo incomprensible en voz baja, lo que no sorprendió mucho a
Gwyn, en vista de que Jason había desplegado su encanto. En resumen, había
dedicado a Maddie una de sus escasas sonrisas, íntima, humorística, como si
compartieran una broma privada.
Aquella sonrisa simpática era un arma letal que debería estar prohibida por ley, en
opinión de Gwyn.
Aceptó la copa de jerez que Jason le sirvió y esperó a que Maddie se llevara el
servicio del té. Cuando estuvieron solos, dijo:
-¿Cómo te enteraste de este misterioso legado? -Es un jerez excelente -dijo él.
-Gracias. -No le dijo que había sido un regalo de Navidad del padre de una de sus
alumnas-. El legado, Jason -insistió.
-Recibí una carta de un abogado de Pall Mall, un tal Benjamin Armstrong.
-Nunca había oído hablar de él.

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-Eso me han dicho. En todo caso, él no sabía cómo localizarte y pensó que yo
podría ayudarle. Por supuesto, no podía. No te molestaste en informar a Trish de
que te habías mudado a Londres. He tenido mucho trabajo para localizarte.
-Le habría escrito a Trish algún día. -Se calló, hizo un ruido como si se
atragantara, dejó la copa de jerez, y se puso en pie de un salto-. ¡Era eso! ¡Eras tú
el que me observaba y me seguía! ¡Creía que estaba imaginando cosas, y resulta
que eras tú!
Jason la miró con el ceño fruncido. -¿Alguien te ha estado observando?
-Venga, ¡no finjas que no lo sabes! Tú personalmente, no, por supuesto, pero sí
alguien que trabajaba para ti. ¿Qué pretendías conseguir con eso? No tengo nada
que ocultar.
-¡Siéntate, Gwyn! -dijo él con una voz desagradable.
Ella agitó la falda, pero finalmente se sentó.
-No te he hecho seguir. ¿Lo entiendes? -Esperó hasta que ella asintió con la
cabeza y luego siguió-: Brandon me dijo dónde encontrarte. Tenéis una amistad en
común, la señorita Judith Dudley. Cuando le mencionó a su amiga Gwyneth Barrie
de Sutton Row, Brándon supo que se trataba de ti.

A modo de respuesta ella cogió la copa y se la acercó a los labios.


-Brandon me dio tu dirección ayer y hoy he venido -siguió Jason-. No he pagado a
nadie para que te siguiera. -Se recostó en el sillón-. Ahora cuéntame qué sucede.
Ella le miró, pero apartó la vista rápidamente. -Lo siento -dijo-. Ha sido una
tontería. Sé que tú no harías nunca una cosa así. No pretendía ofenderte. -No me
he ofendido -concedió él amablemente-. Ahora cuéntame qué sucede.
Quedaron en silencio mientras ella intentaba encontrar el modo de esquivar la
pregunta. Como no se le ocurrió nada, dijo, de mala gana:
-Maddie cree que me imagino cosas, y puede que tenga razón.
-¿Qué cosas?
-Es más una sensación que otra cosa; como cuando sientes que te pica la nuca y
te vuelves y encuentras a alguien mirándote. Solo que nunca hay nadie
mirándome. O estoy volviendo a casa y oigo pasos, pero cuando me vuelvo, no hay
nadie.
-¿Nada más? -Parecía desconcertado.

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Ahora que lo había dicho, se sentía ridícula. Había habido más cosas: la huella de
la mano de un hombre en el parterre de flores del jardín trasero, y un
desconocido había hablado con Mark para preguntarle direcciones. Y, en una
ocasión, pensó que alguien había entrado en la casa, buscando algo, pero no se
habían llevado nada. Ahora, observando el escepticismo de Jason, se dio cuenta
de lo tonta que parecería si lo contaba.
Así que dijo animadamente:
-Tienes que comprender que las mujeres que vivimos solas nos volvemos
desconfiadas.
-Más razón aún para que vengas a casa. La expresión de ella se enfrió.
-Me estabas hablando de ese legado. ¿Cómo puedo reclamarlo?
Él la miró con intensidad. -¿Y bien?
Parecía dispuesto a discutir con ella, pero finalmente se rindió.
-Armstrong está en Bristol en este momento -dijo-. Cuando vuelva, te concertaré
una cita. -Me parece bien.
-No es tan fácil. Verás, Gwyn, este legado tiene ciertas condiciones. Soy una de
ellas.
-¿Tú? ¿Qué tienes que ver tú? Apuró el jerez y se puso de pie.
-Me han nombrado tu administrador, o sea que, te guste 0 no, a partir de ahora
nos veremos más a menudo.

Capítulo 2

-El primo Jason me ha dicho que podía volver a dar una vuelta con él, y que cuando
fuéramos a Haddo Hall me enseñaría a montar.
Estaban en el dormitorio de Mark, y Gwyn se encontraba junto a la ventana con
una mano en cada cortina. Fuera estaba oscuro, con solo las farolas de los porches
y las lámparas de los vehículos que pasaban para iluminar la calle. Unos pocos
peatones volvían apresuradamente a casa, y una de las criadas de la casa de la es-
quina se despedía de su joven amigo.

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Nada estaba fuera de lugar. Nada daba pie a sentir alarma. Y ahora Gwyn se
estaba castigando mentalmente por haber mencionado sus raras fantasías a
Jason. Pensaría que lo de vivir sola le había ablandado el cerebro. Y la verdad es
que quizá tenía razón.
Corrió las cortinas y miró hacia la cama. Mark estaba recostado en las almohadas,
y bebía lentamente de una taza de chocolate caliente. El chocolate era un lujo que
reservaban para antes de acostarse. Maddie ya se había marchado a casa de la
señora Jamieson.
-¿Eso te ha dicho Jason? Qué simpático. -Sí que es simpático, ¿verdad, mamá?
Aquella inocente respuesta le oprimió el corazón. Se acercó a la cama.
-Sí, Jason puede ser muy simpático -dijo sencillamente.
Lo decía sinceramente. Lo que no añadió era que la simpatía, por bien intencionada
que fuera, podía tener su lado cruel. Que los Radley se llevaran a su hijo a Haddo
Hall no tendría ninguna gracia.
Le tocó el pelo claro con los dedos y le apartó el que le caía sobre la frente.
-Tengo que cortarte el pelo -dijo.
-No quiero que me lo cortes. El primo Jason no lleva el pelo corto.
-Pues me ofreceré a cortarle el pelo a él también. Aparecieron los hoyuelos y
Mark se atragantó de la risa. El sonido de aquella risa, la felicidad tan pura que
transmitía, la llenaron de placer. Había habido pocas risas en sus vidas. Su
solemne pequeño empezaba a ver el lado alegre de las cosas, y ella daba las
gracias a Dios por eso.
Se aclaró la garganta.
-¿Qué te parecería -dijo-, si te dijera que podemos ir a pasar unos días junto al
mar? Ahora mismo no; en verano, cuando haga calor.
Las vacaciones junto al mar irían a cuenta del legado del benefactor anónimo.
Todavía sentía los restos del terror helado que la había paralizado cuando Jason
había hablado del legado. Su primer pensamiento había sido que él estaba detrás
de todo. Pero se había mostrado muy natural y, cuando lo había acompañado a la
puerta, la había interrogado un poco más, y sin mucho tacto, sobre los conocidos
que podían haber sucumbido a su encanto. Sus ojos, además, estaban entornados,
por lo que ella supo que estaba un poco molesto, o quizá solo eran imaginaciones
suyas.

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La verdad era que conocía a bastantes personas acomodadas. Muchas de las damas
que frecuentaban la biblioteca tenían fortunas propias. Se había roto la cabeza
intentando adivinar cuál podía ser su benefactora, y había decidido que solo
podían ser lady Octavia y su amiga, Judith Dudley. Pero ambas sabían dónde
vivía, y Jason había dicho que tuvo que localizarla. Ellas le habrían dado su
dirección al abogado, sin duda. A menos que quisieran echar una cortina de humo.
¿Y por qué Jason como administrador?
Meneó la cabeza. No se imaginaba a lady Octavia eligiéndola a ella de aquella
manera. A la biblioteca acudían muchas mujeres que estaban en una situación mu
cho peor que la suya. Y tampoco se imaginaba a Judith como su benefactora, a
pesar de que todo el mundo sabía que era una de las mujeres más ricas de
Inglaterra. Dos lores ilustres habían reivindicado su paternidad, a pesar de que
la madre de Judith, la hija de un conde, no se había casado con nadie. Y, cuando
habían muerto, dejaron todo su dinero a Judith.
Pero a Judith no le importaba el dinero. No le interesaban los vestidos, ni los
muebles o carruajes caros. Como muchas personas que tenían dinero para
comprar lo que querían, no quería comprar nada de nada. De hecho, era más bien
desaliñada, como su madre. No se le pasaría por la cabeza que alguien pudiera
tener problemas económicos.
Oh, ser tan rica, pensó Gwyn, y suspiró.
Tendría que dominar su impaciencia hasta que pudiera hablar con el abogado.
Entonces sabría qué tenía que ver Jason con todo aquello. Un administrador, que
ella supiera, se nombraba para impedir que el protegido se gastara el capital en
cosas extravagantes. En su caso, Jason no tendría de qué preocuparse. Ella
seguiría ganándose la vida, y el legado se mantendría intacto hasta que Mark
llegara a la mayoría de edad.
Miró a Mark. -¿Qué has dicho?
-He dicho si también podíamos ir a Haddo Hall.
-Solo podemos hacer unas vacaciones.
-Está cerca de Brighton, y eso está en el mar, ¿no? -Brighton estará lleno de
gente. Está demasiado de moda, y será demasiado caro.
-¿No quieres volver a casa, mamá?

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-Haddo Hall nunca fue realmente mi casa. -Eso le sonó mal, y lo modificó
enseguida-. A ver, fue más que un segundo hogar para mí. Mi madre solía llevar
me allí cada verano a visitar a mis primos, y cuando mi madre... cuando me
quedé huérfana, me quedé a vivir allí.
Era un lugar mágico cuando fue por primera vez, pero después, cuando su madre
ya no estaba, ya no lo fue tanto. Los padres de Jason podían tener unos
corazones más grandes que el mar. Nunca sintió que fuera una carga para ellos.
De hecho, ni siquiera se lo planteó. Su padre, que era marinero, había muerto
en el mar cuando ella tenía dos años. Era una Radley. Tenían que encargarse de
ella.
Pero después de que la epidemia de gripe se llevara a los padres de Jason, la
abuela Radley se encargó de llevar la casa. Sus ideas sobre cómo debían
comportar se las niñas eran diametralmente opuestas a las de la señora Radley.
Era rígida y autoritaria, y toda la alegría desapareció de Haddo Hall.
Había algo por lo que podía estar agradecida a la abuela Radley: su amor por la
música. ¡Cuánto se había rebelado contra aquellas horas de prácticas al piano!
Algún día me lo agradecerás, decía la abuela Radley.
Ni en un millón de años, había pensado ella. Pero había resultado que estaba
equivocada.
-El primo Jason dice que te enseñó a montar. -Sí, supongo que sí.
-¿Era tu primo favorito?
-Ni mucho menos. Trish, la hermana de Jason, era solo un año mayor que yo.
Éramos prácticamente inseparables. De todos modos, Jason y George pasaban casi
todo el año en la escuela. Yo solo los veía en las vacaciones. -¿Quién es George?
Gwyn mantuvo la voz neutral.
-Era el hermano mayor de Jason. Murió en un accidente en el mar. Después de eso,
Jason se convirtió en el dueño de Haddo.
Mark tragó un poco más de chocolate y se pasó la lengua por los labios.
-¿Quién es la Encantadora Princesa?
La pregunta le provocó un sobresalto. Encantadora Princesa era como la llamaba
Jason, queriendo decir lo contrario, por supuesto.
-¿De dónde lo has sacado?
-Le pregunté al primo Jason por qué no se había casado y...

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-¡Mark, cómo has podido! Es una pregunta personal. Sabes que no está bien.
-Pero es que él me hacía muchas preguntas. -¿Ah, sí? -Su tono de voz hizo que Mark
arrugara la frente. Se recuperó rápidamente y siguió sonriendo-. Era de esperar,
supongo. En fin, somos primos, y hacía mucho que no nos veíamos.
Arregló las sábanas de la cama de Mark. Le dobló la ropa. Colocó la toalla en el
lavamanos. Finalmente, perdió la paciencia y preguntó:
-¿Y bien? ¿Qué contestó Jason cuando le preguntaste por qué no se había casado?
-Ah, dijo que esperaba que llegara la Encantadora Princesa.
Gwyn soltó una risa breve.
-Pues tendrá que esperar al juicio final. -Pero ¿quién es ella, mamá?
-Es la mujer perfecta y, como sabe cualquier mujer en su sano juicio, no existe. -
Como Mark le miraba desconcertado, siguió explicando-: Era la forma de decir que
no había encontrado a la mujer con quien desea casarse.
-Oh.
Mark se acabó la taza, se la alargó y se metió debajo de las mantas.
-Si solo tenemos unas vacaciones -dijo enfáticamente-, quiero ir a Haddo Hall.
Ella no siguió con el tema. Le abrazó, y le besó en la mejilla. Recordó a su madre
haciendo más o menos lo mismo y la conocida pena le oprimió el corazón. Si algo le
sucediera a ella, ¿qué sería de Mark? No dudaba ni por un momento que los Radley
de Haddo Hall le acogerían, pero ella no quería que su hijo fuera el pariente pobre
de nadie.
Sintió una punzada de culpabilidad, especialmente por Trish. Habían sido íntimas
una vez, y ella tenía gran parte de la culpa de que se hubiera mantenido a
distancia. Cuando ella y Nigel habían vuelto a Inglaterra, Trish le había
preguntado si podía ir a visitarla, pero ella le había dado largas. No quería que
nadie viera en qué se había convertido su vida. Y si hubiera dejado a Nigel para
visitar a alguien, él no le habría permitido llevarse a Mark, y nada podía haberla
impulsado a prescindir de su hijo.
Así que ella y Trish se habían distanciado. Miró a Mark. Nunca habían sido más
felices, y ahora el legado lo haría todo un poco más fácil.
-Esta noche tengo que salir -dijo-, pero la señora Perkins se quedará contigo por
si te despiertas. -Gwyn se refería a su vecina más cercana, una viuda mayor que

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había criado a siete hijos en su tiempo, y que estaba encantada de cuidar de Mark
siempre que Gwyn tenía que salir.
-Ya me acuerdo -dijo Mark-. Vas a tocar en una fiesta. ¿Ganarás mucho dinero,
mamá?
-Suficiente para comprarte un helado en la tienda de Gunther el sábado.
-Mmm. -Cerró los ojos-. Eso casi me gusta tanto como pasear en el carruaje del
primo Jason.
Otra vez Jason. Con un pequeño resoplido de exasperación, Gwyn apagó las velas,
y bajó. Después de ordenar la cocina y añadir carbón al fuego, llenó una jarra con
agua caliente y se fue a su habitación a arreglarse para la fiesta. Logró dejar de
pensar en Jason hasta que terminó de vestirse y se sentó en el tocador para
peinarse.
No tardó mucho en perder los nervios. Sabía con precisión cómo quería que le
quedara el pelo, pero aparte de fijarlo a la cabeza, no se le ocurría qué más
podía hacer. Lo fue sujetando con una horquilla tras otra, jurándose
interiormente que un día de esos dominaría su abundante cabellera
afeitándosela.
Jason siempre se había reído de su pelo. Cáscara de Zanahoria la llamaba cuando
eran niños. A ella no le importaba, ya que a veces, solo a veces, si Jason no tenía
a nadie más con quien jugar, le permitía seguirle. Siempre había sido el más
aventurero de sus primos. George no apartaba la cabeza de los libros; Trish
prefería el escenario doméstico; Sophie todavía no había nacido, y a Jason le
gustaba salir a explorar.
Y cuando Jason salía a explorar, ella le seguía, aunque tuviera que hacerlo a
hurtadillas, lo que ocurría con frecuencia.
Todo cambió cuando cumplió quince años. Él no la quería cerca por nada del
mundo. Trish le explicó por qué. Por lo que parece, Jason había descubierto a las
chicas, no a las niñas delgaduchas como ellas, sino a las mujeres mayores, de
dieciocho o diecinueve, mujeres a quien no era probable que conocieran en el
saloncito de su madre.
En resumen, Trish le contó con una risita, mujeres malas, y cuanto más malas
mejor.

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Ella, Gwyn, había sucumbido inmediatamente a una rabieta monumental. Ya no la
querían, ni siquiera era tolerada, y eso dolía. De hecho, estaba destrozada.
Pasaron los años, y su adoración del héroe Jason se desvaneció. Cuando cumplió
los dieciséis, estaba tan escandalizada como la abuela Radley por la reputación
de Jason. Escandalizada y fascinada. Había visto cómo miraba Jason a las
mujeres y cómo le miraban ellas, y le removía algo raro por dentro.
Asqueroso, pensaba; mientras miraba en las fiestas de campo cómo se desvivían
las mujeres por la atención de Jason. Entonces decidió que ella sería la única
mujer que no sucumbiría al hechizo de Jason Radley. Y, para demostrarle lo
inmune que era, se hizo íntima de George.
Como si a Jason le importara.
-No se casará contigo, Gwyn -le dijo Jason un día-. ¿Es que no lo entiendes?
George tiene que casarse por dinero. En cambio yo, soy el hijo menor. A na die le
importa con quién me case yo. ¿Por qué no pruebas esas miradas patéticas
conmigo para variar? Por supuesto tendríamos que, esperar un poco, hasta que
hayas crecido.
Los ojos le brillaban burlones. Ella se marchó furiosa. Después de eso, ella le
había tratado con un desdén silencioso, y a veces no tan silencioso, y entonces
fue cuando él empezó a llamarla Encantadora Princesa.
Pasó el tiempo y Jason empezó a pasar cada vez más tiempo en Londres. Trish se
casó y se marchó. Ella y George se unieron más que nunca. Quería a George, pero
no estaba enamorada de él, ni él de ella. Además, había conocido al amigo de
George, el guapo y deslumbrante capitán Nigel Barrie, que estaba destinado en
Brighton, y ella se sentía Halagada con sus atenciones.
En la última visita de Jason, este trajo a un grupo de amigos, tan alocados y
despreocupados como él, a Haddo para celebrar su cumpleaños. Una noche,
algunos de ellos salieron a navegar, y George se fue con ellos. De repente estalló
una tormenta. Jason cayó por la borda, y George se ahogó intentando salvarle.
Una niebla de recuerdos fragmentados inundó la cabeza de Gwyn. Las crueles
palabras de la abuela Radley; Jason, con el rostro ojeroso, saliendo de la habita-
ción; mucho más tarde, ella buscándole desesperadamente; el viento, la lluvia, la
sofocante oscuridad. Finalmente, la cabaña de pescadores abandonada al pie del
risco.

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Si podía evitarlo, nunca permitía que sus pensamientos pasaran de este punto. El
recuerdo estaba encerrado en la parte más profunda de su psique. Que ella su-
piera, Jason nunca había llegado a descubrir que fue ella quien le encontró
aquella noche, y no quería que lo descubriera.
Miró su reflejo sin verlo realmente.
A partir de ahora nos veremos más a menudo. Ella tenía veintiséis años. Había
sido la esposa de un soldado. Había visto cosas, había hecho cosas, que la
mayoría de mujeres no podían ni imaginarse. No pensaba permitir que las
palabras despreocupadas de Jason la asustaran.
Era hora de marcharse. Se levantó sin prisas y dio la vuelta a la casa
comprobando que todas las puertas estaban cerradas y las cortinas echadas para
impedir las miradas curiosas.

Capítulo 3

No esperaba que Gwyn cayera en sus brazos al verle. Había demasiadas cosas
entre los dos, demasiados reproches. Pero la frialdad de ella le había hecho
perder la paciencia.
Diablos, ¿qué esperaba? Él era el otro hermano, la otra cara de George; el que se
metía en líos, la oveja negra de la familia. El había sobrevivido y había ocupado el
lugar de George como señor de Haddo. A pesar de todo lo que había salido a la luz
tras la muerte de George, era normal que estuviera resentida con él.
Jason se terminó el brandy de la copa y se sirvió otro de una bandeja que uno de
los lacayos le había ofrecido. Pero el brandy no le estaba ayudando a quitarse a
Gwyn de la cabeza, y tampoco creía que aquella casa de mala reputación le ayudara
a hacerlo.
No era exactamente un burdel. La casa pertenecía al Honorable Bertie Sackville,
un soltero y miembro trabajador del Parlamento, trabajador y totalmente inepto.
Su mayor motivo para ser famoso eran las fiestas que organizaba. Los invitados
entraban solo con invitación. Las mujeres no eran solo cortesanas caras. Algunas
de ellas, las que llevaban máscaras, eran damas de sociedad que se atrevían con

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cualquier cosa por vivir una emoción. Estaban allí para ver una representación, algo
impúdico y altamente estimulante, y tras la representación, podían elegir entre
participar en la orgía o marcharse. Jason apoyó un codo en el aparador y dejó vagar
la mirada sobre la multitud. Había pocas velas encendidas, con la intención -era de
imaginar- de aumentar el ambiente ilícito. La conversación se mantenía en un tono
bajo; las risas eran bruscas, rayando en lo nervioso. Se había vaciado un espacio y
se había colocado una tarima de madera en el centro de la sala. Todos parecían
estar a la espera, conteniendo el aliento, de que empezara la representación.
No era la primera vez aquella noche que Jason se preguntaba qué diablos hacía allí.
Conocía vagamente a su anfitrión, pero solo porque ambos eran miembros del Club
para Caballeros Blancos. Se imaginaba que casi todos los hombres que estaban en la
casa lo eran, y en el club era donde le habría gustado estar en ese momento.
Entonces, ¿por qué estaba allí?
Estaba de un humor terrible cuando su primo Brandon lo había invitado a la fiesta.
Su encuentro con Gwyn por la mañana lo había provocado. ¿Por qué no?, había
pensado, sintiéndose temerario como antaño. Era soltero y no tenía que responder
ante nadie, y menos ante Gwyn. «¿Por qué no?»
-Pareces inquieto esta noche, Jason.
Jason se volvió para mirar a Brandon. Tenían la misma edad y el físico de los
Radley: pelo oscuro y ojos verdes. Durante la adolescencia, se habían metido jun tos
en un lío tras otro hasta que sus padres habían tenido la idea de mandarlos a
escuelas diferentes. Jason había sido mucho más íntimo de Brandon que de su
propio hermano.
El tiempo había cambiado su amistad, el tiempo y sus intereses divergentes. Como
señor de Haddo, Jason tenía responsabilidades que Brandon no le envidiaba en
absoluto. Este disfrutaba de lo mejor de la vida, como su traje inmaculado
mostraba sin lugar a dudas. El problema era que Brandon no tenía dinero para
pagarse sus gustos caros.
-¿Inquieto? -preguntó Jason.
-Llevas cinco minutos tamborileando con los dedos sobre el aparador.
Jason dejó de menear los dedos. Se llevó la copa a los labios y tomó un buen
sorbo.

21
-No estoy inquieto, Brandon, estoy aburrido. La voz de Brandon se tiñó de
diversión.
-No puedo creer lo que oigo. ¿Cómo puede aburrirse un hombre de sangre caliente
con tanta belleza junta?
-Prefiero a una mujer, un hombre y una puerta cerrada.
-¿No me digas que nunca habías estado en una fiesta de Bertie?
-En varias. Pero de eso hace años. Creo que ya he madurado.
-Entonces, ¿por qué has aceptado mi invitación? -No tenía nada que hacer.
Brandon aspiró un poco de rapé y miró a Jason con curiosidad. Jason tenía solo
veintitrés años cuando George murió en un accidente en el mar, y lo único
memorable que había hecho en la vida, o eso había dicho a Brandon en ese
momento, era en los burdeles de Saint James, y con los magistrados y alguaciles
de la oficina de Bow Street. Todo eso cambió cuando se convirtió en señor de
Haddo. Apenas habían echado la última palada sobre la tumba de George cuando
llegaron los primeros acreedores. La familia descubrió que George había
frecuentado malas compañías en Brighton, y que en un solo mes lo había perdido
todo en las mesas de juego. Perder Haddo no habría sido tan terrible, pero todo el
patrimonio que había estado en posesión de los Radley durante generaciones
tendría que venderse para evitar la bancarrota.

Lo primero que penco Brandon al enterarse del estado de cosas que había dejado
George fue que había tomado el camino más fácil porque no podía enfrentare a la
vergüenza de ser descubierto. Pero no era así. Parecía que había quedado con
varios banqueros en Londres, aunque lo que pensaba utilizar como aval para
conseguir un préstamo era un misterio para todos. A diferencia de Jason, no era
un personaje romántico. No había ninguna dama rica esperando entre bastidores
para rescatarle. Pero, a pesar de todo, había muerto mientras intentaba salvar
heroicamente a Jason de morir ahogado. Heroica y tontamente, en opinión de
Brandon, porque George no sabía nadar. Al final fue Jason quien tuvo que intentar
salvar a George. Podrían haberse ahogado los dos. Los demás ocupantes del bote
estaban demasiado aterrados o demasiado borrachos para arriesgarse a meterse
en las agitadas aguas.

22
Durante aquel primer año, Jason había sido como un hombre poseído, intentando
idear un plan para satisfacer a los acreedores. Había vendido todo lo que poseía
per sonalmente, incluida una pequeña finca en Derbyshire. Se había hablado de
matrimonio con una dama rica que estaría encantada de cambiar su fortuna por
llevar el anillo de Jason en el dedo. Y él también lo habría hecho, en caso
necesario. Pero fuera por su encanto, por su facilidad de palabra, o por el rumor
de su ventajoso matrimonio, había convencido a los acreedores para que le dieran
una oportunidad. Y había funcionado.
Así que Jason había cambiado de comportamiento y se había resignado a ocupar el
lugar de George como señor de Haddo. Sin embargo, esta noche se parecía más al
antiguo Jason, y Brandon se preguntaba por qué.
Cerró la tapa de la caja de rapé con un chasquido y dijo, como si nada:
-Deduzco de tu presencia aquí que tú y Daphne habéis roto.
-Ni por asomo. Daphne y yo tenemos un trato. Los dos somos libres de hacer lo
que nos plazca. -¿En serio? Cuán civilizados. -El tono de Brandon era seco. No se
trataba de Daphne, pues. Al poco rato, hizo chasquear la lengua-. ¿Sigue tan
hermosa o ha engordado demasiado?
La palabra «¿quién?» estuvo a punto de salir de los labios de Jason, pero una
mirada a los ojos de Brandon le hizo rectificar. Y se limitó a decir:
-Apenas ha cambiado.
Aquella había sido su primera impresión, cuando ella había entrado en la sala
donde él la esperaba con Mark. Su hermoso pelo rebelde que, según recordaba
Jason, era una cruz para ella, le rozaba la frente y las mejillas. La misma línea de
pecas le cruzaba el puente de la nariz. Había olvidado los hoyuelos. Pero nunca
podría olvidar aquellos hermosos ojos y cómo traicionaban sus pensamientos. Él
siempre sabía cuándo Gwyn estaba contenta o triste o enfadada.
Y fue entonces cuando había empezado a notar el cambio en sus ojos. Ya no
expresaban nada. Y había notado otros cambios: estaba demasiado delgada,
demasiado seria, y parecía demasiado frágil tras aquella calma aparente. Pero
había descubierto algo. No había ningún hombre en la vida de Gwyn. La mentira
que había utilizado para extraerle esa información no le preocupaba en absoluto.
¡Como si un admirador secreto fuera a nombrarlo a él administrador! No lo haría
si estaba en su sano juicio. Le había producido un gran placer verla volver a la

23
vida: los ojos verdes que podían enfrentarse a cualquier tempestad, y la boca
abierta por la sorpresa. Había deseado taparle los labios con los suyos y as-
pirarle el aliento y tragárselo.
-Lamento oír eso -dijo Brandon.
-¿Qué? Jason había perdido el hilo de la conversación.
-Que no haya engordado. No creo que te lo dijera nunca cuando éramos
pequeños, pero estaba totalmente loco por Gwyn. Amores de niños, supongo.
Evidentemente los dos sabemos que solo tenía ojos para George. -Brandon
suspiró-. No creo que lo haya superado nunca. Pero si hubiera engordado o se
hubiera vuelto fea, bueno, eso sería diferente, ¿verdad?
Jason volvió la cabeza y miró detenidamente a su primo con cara de pocos
amigos. Brandon estaba apoyado en el aparador, y, por tenue que fuera la luz,
no podía ocultar el brillo de sus ojos ni la sonrisa de su cara.
-Cuidado, Brandon -advirtió Jason-. Recuerda que soy el señor de la casa.
-¿Y eso qué?
-Si te estás ofreciendo para casarte con Gwyn, puedo tomarte la palabra.
Brandon abrió la boca.
-¡Era broma! ¡Sabes que bromeaba! Gwyn nunca me gustó especialmente. No es
mi tipo.
-En eso aciertas -dijo Jason burlón-. No tiene suficiente dinero para mantener
el estilo de vida al que estás acostumbrado.
-Esto -dijo Brandon- se está poniendo feo.
A continuación los dos hombres sonrieron. En los viejos tiempos aquellas pullas
mutuas habrían acabado en un amago de boxeo amistoso. Para entonces, todos
los asaltos se resolvían verbalmente.
Después de un rato, Jason dijo:
-Brandon, ¿qué diablos estamos haciendo aquí? Brandon se encogió de hombros.
-Creí que necesitabas desahogarte. Creí que los dos lo necesitábamos.
-Si tus acreedores te están persiguiendo -dijo Jason seriamente-, estaré
encantado de ayudarte. -¿Cuándo no me están persiguiendo mis acreedores?
No, no, no voy mal de dinero, pero gracias de todos modos. La suerte todavía
me acompaña en las mesas de juego. Lo único que sufro es un ataque prolongado
de aburrimiento.

24
-Comprendo -dijo Jason, incorporándose un poco-. Vayamos a una de las
tabernas del puerto e insultémonos con estibadores y marineros. Eso nos
animará un poco.
-Demasiado tarde -dijo Brandori-. Creo que la representación está a punto de
empezar. Y ya sabes lo que eso significa. Las puertas estarán cerradas.
-Necesito otra copa -dijo Jason, buscando a un lacayo con la mirada.
-No la necesitas. Corre el rumor de que las bebidas llevan algo más, ya sabes,
para volver más viriles a los hombres y a las mujeres más complacientes.
-No bromees -dijo Jason.
-Luego no digas que no te lo advertí.
Jason frunció el ceño ante la cara sonriente de Brandon. No le creía, pero
apartó al lacayo con un gesto y no cogió otra copa. Se volvió y dedicó su
atención al escenario.
Las conversaciones cesaron cuando el anfitrión se levantó para dirigirse a los
espectadores. Bertie Sackville tenía cuarenta y tantos años, y estaba tan
atocinado como los sillones y los sofás de su magnífico salón, que también
servía de galería de pinturas. Sonreía y no dejaba de frotarse las manos.
-Las normas de la casa son las siguientes -dijo-. Tras la representación, son
libres de irse o de quedarse. -Esto fue recibido con risotadas, silbidos y una
ronda de aplausos.
El hombre levantó la mano.
-Si deciden quedarse, recuerden que las habitaciones de los criados están
fuera de los límites.
-Eso -dijo Brandon divertido, en un aparte, a Jason- es para impedir que las
féminas acosen a los lacayos. No es que a los lacayos les importara. Son los
caballeros invitados los que ponen objeciones.
-¿Y las criadas? -preguntó el caballero situado al otro lado de Brandon.
Brandon volvió la cabeza lentamente. -Es una conversación privada -dijo. -Sí, sí,
¿pero las criadas, qué? Brandon soltó un suspiro.
-No hay ninguna. En esta casa todo el servicio son hombres.
Sackville continuó:
-Y todas las habitaciones principales de la planta baja también están fuera de
los límites. De hecho, las puertas están cerradas.

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El curioso dio un codazo a Brandon en las rodillas. -¿Y eso por qué?
-Ladrones -contestó Brandon fríamente. Se acercó más a Jason-. Tengo
entendido que en una de las fiestas de Bertie, entraron ladrones y se llevaron
toda la plata.
El ávido curioso estalló en carcajadas. -¡Que empiece la función! --gritó
Sackville.
A continuación, las puertas del salón se abrieron de par en par y se oyó un
suspiro colectivo mientras los actores se acercaban a la plataforma.
Era una historia sencilla de piratas y vírgenes cautivas. Las mujeres,
escasamente tapadas, estaban perfectamente formadas: pechos altos y llenos y
cinturas finas que daban paso a caderas generosas. Los jóvenes que las
acompañaban estaban dotados como sementales en celo. Lo que faltaba era
elegancia. La primera «virgen» fue desflorada casi inmediatamente, y a los pocos
minutos, todos estaban en lo mismo, unos sobre las mesas, otros en el suelo, de
todas las formas obscenas imaginables, jadeando, empujando, gimiendo y
quejándose.
A pesar de que parecía bastante real, los actores y actrices eran todos
prostitutas de los burdeles de la ciudad, y los espectadores lo sabían. Aun así, la
representación ejercía un poderoso efecto sobre el público. No todos los
pesados jadeos y gemidos procedían de los actores en el escenario. La excitación
crecía a medida que los piratas invitaban a los caballeros del público a unírseles.
Por Dios, pensó Jason, ¿qué me pasa? Debería estar a punto de estallar. Debería
desear agarrar a la mujer más cercana y poseerla.
Pero la única mujer que realmente deseaba era Gwyn y eso le hacía rechinar los
dientes. Con las mandíbulas apretadas, hizo un gesto a un lacayo para que se
acercara, cogió una copa de brandy y se la llevó a los labios.

Gwyn pagó el coche de alquiler y se volvió a mirar la casa. No había luces que
iluminaran las ventanas de la planta baja, pero el chófer le había asegurado que
aquella era la residencia del señor Sackville. La puerta se abrió antes de que
tuviera tiempo de llamar.
-Soy la señora Barrie -dijo al lacayo que le abrió la puerta-. Invitada del señor
Sackville.

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Sackville era el tío y tutor de una de sus alumnas de música, Sally Sackville.
El lacayo la miró de arriba abajo y luego miró la invitación.
-Creo que ha habido un error -dijo.
Gwyn levantó los hombros e intentó no parecer ofendida. Evidentemente el
criado se había dado cuenta enseguida de que no era una invitada más. Su ropa
no era elegante, pero estaba presentable. Habló con un punto de acidez.
-He venido a tocar el piano para los invitados del señor Sackville después de la
cena -dijo.
El lacayo tenía una lista de invitados y la repasó.
-Su nombre está en la lista. -Parecía sorprendido-. Por favor, sígame.
Cerró la puerta detrás de ella y la guió arriba.
Un estallido de risas masculinas seguidas de aplausos procedentes de una de las
habitaciones de arriba hicieron que Gwyn se detuviera y mirara abajo.
-¿Es una fiesta solo para hombres? -preguntó al lacayo.
Tampoco le importaba mucho, pero le habían dicho que después de la cena tendría
que tocar para los amigos del Parlamento del señor Sackville y sus esposas. En
cualquier caso, le pagarían bien por sus servicios, y eso era lo importante.
-Oh, no -dijo el lacayo, como si le pareciera divertido-. Hay más mujeres que
hombres. Mi amo no lo permitiría de otro modo.
Cuando Gwyn entró en la sala de música, soltó un gritito de alegría. Habían
colocado un candelabro sobre un gran piano, y era un piano magnífico'. Se acercó a
él y
tocó las teclas respetuosamente, sin apretarlas. Era tal como se lo había contado
el señor Sackville. El piano lo había fabricado John Broadwood e Hijos, de Great
Pulteney Street, los mejores fabricantes de pianos de Inglaterra. Había sido la
posibilidad de tocar un piano así lo que había decantado la balanza en favor de
trabajar aquella noche. Le gustaba bastante el señor Sackville, pero era
olvidadizo. Siempre tenía que recordarle que pagara las clases de Sally. Esperaba
que no olvidara pagarle después de la actuación, pero no contaba mucho con ello.
-¿Le traigo algo de beber, señora? -preguntó el lacayo.
Ahora empezaba a comportarse. -Gracias -dijo amablemente.
El lacayo había olvidado recogerle el abrigo. Después de pensarlo un minuto, se lo
quitó y lo dejó doblado sobre una silla. Debajo llevaba su mejor vestido de noche,

27
el que se ponía para los bailes cuando Nigel estaba destinado en Portugal. Era
rojo, de seda, y a pesar de tener cinco o seis años, ella lo había arreglado para
adaptarlo a la moda: el talle alto y un corpiño bajo con mangas holgadas. Incluso le
había subido el dobladillo unos cinco centímetros.
Solo un mes antes, llevaba ropa de luto, y cuán hipócrita se sentía. Tal vez la seda
roja fuera demasiado atrevida, pero era el único vestido de noche que tenía. En
cuanto a los vestidos de luto -se estremeció solo de pensarlo-, los había prestado
a la hermana de una vecina, y le daba lo mismo si no volvía a verlos jamás.
Se esperaba encontrar a otros músicos y se preguntó por qué no habría nadie.
También le pareció raro que las velas del candelabro no estuvieran encendidas,
solo las del piano y los candelabros de los extremos de la chimenea. En la
chimenea ardía un buen fuego.
El lacayo volvió con las bebidas, y después de dejar la bandeja, se marchó
haciendo una inclinación. Como no tenía nada mejor que hacer, Gwyn se acercó a la
mesita donde le habían dejado la bandeja con una botella de vino tinto y un plato
de pasta. Al cabo de un rato, se sirvió un vaso de vino y tomó un poco, luego otro
poco, pero sus ojos no dejaban de mirar el piano. ¿Le importaría a alguien si
practicaba algo? Al menos hasta que llegaran los demás músicos. Se decidió al oír
un estallido de carcajadas y largos aplausos abajo. Nadie la oiría de todos modos.
Había memorizado las piezas y, sin pensarlo más, se sentó al piano, flexionó los
dedos y empezó a tocar. La orgía se denominaba «el escondite».
-La señal para que nos marchemos -dijo Jason. Casi todas las damas enmascaradas
se habían marchado ya a sus casas. No todas se reían. ¡Algunas parecían
asqueadas! Evidentemente, aquel despliegue tan gráfico de lascivia masculina
había sido más real de lo que esperaban. Arriba, alguien tocaba el piano.
--¿Marcharnos? ¿Qué? ¿Ahora? -Brandon estaba estupefacto-. Bromeas, por
supuesto.
-Tú mismo.
-No puedo creer que no te haya afectado la representación que acabas de
contemplar.
Estoy muy afectado, pensó Jason. Trastornado no era una palabra exagerada.
Pero la representación que había contemplado estaba básicamente en su
cabeza.

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Creía que la había olvidado. Maldita Gwyn por haber vuelto a su vida, v maldito
el donante del legado que los había vuelto a unir.
-¡Espérame! -Brandon se apresuró para atrapar a Jason.
-¿Por qué? Creía que deseabas quedarte.
-Lo que quería -dijo Brandon indignado-, era animarte. Adonde vas tú voy yo.
-No necesito que me animen.
-Estupendo. Entonces puedes animarme a mí. Estaban en el vestíbulo y eran los
últimos en marcharse. Solo faltaba que los lacayos les trajeran los abrigos. De
repente, las puertas del salón se abrieron y una horda de ninfas chillonas salió
en tropel y se dirigió a las escaleras. Su anfitrión, Bertie Sackville, corría tras
ellas. Luego las puertas del salón se cerraron desde dentro. Sackville saludó
con la mano a Jason y Brandon. -Como soy el anfitrión -dijo-, tengo derecho a
ser el primero. -Vio que se ponían los abrigos y frunció el ceño-. ¿No os
apuntáis a la diversión?
-Ya habíamos quedado -dijo Brandon. Miró furioso a Jason.
Sackville empezó a subir las escaleras. Brandon murmuró algo ininteligible y se
fue hacia la puerta. Jason se quedó traspuesto, mirando el rellano del primer
piso donde había aparecido un grupo de mujeres bulliciosas, agitándose como una
bandada de mariposas intoxicadas. Una de esas mariposas era alguien a quien
conocía. Gwyn.
Ella miraba a Sackville subiendo las escaleras y le alargaba la mano. Luego sus
ojos se posaron sobre Jason y bajó la mano.
Parpadeó rápidamente. Respiró varias veces aceleradamente. Cuando él se
adelantó, se abrieron las puertas del salón y se le vino encima una horda de
hombres dando alaridos. Gwyn abrió la boca, se abrió paso a codazos, y subió
como una tromba el siguiente tramo de escaleras.

Capítulo 4

No fue el ver a Jason lo que aterrorizó a Gwyn. De hecho, aunque le había


mirado, no le había visto del todo. Estaba demasiado oscuro al pie de las

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escaleras. Se había vuelto y había corrido porque había visto la expresión
desolada en el rostro de su anfitrión cuando se había dado cuenta de su
presencia, y aunque no pudo oír sus palabras, sí pudo leerle los labios. ¡Señora
Barrie! ¿Qué es lo que está haciendo aquí? Entonces se abrieron las puertas del
salón y vio la horda de hombres.
Se hizo la luz en su cabeza como si le hubieran arrancado una venda de los ojos.
Aquella no era una fiesta respetable. Era una de esas reuniones viciosas contra
las cuales su buena amiga Judith la había advertido; una de esas fiestas alocadas
a las que asistían hombres aburridos de clase alta para aplacar sus insaciables
apetitos carnales.
Cruzó la primera puerta que encontró, la puerta de la escalera hacia los
aposentos de los criados, y rápidamente la cerró. También habría pasado la llave
de haber habido una en la cerradura. Como no la había, tiró de la manilla con
ambas manos y rezó por que, si alguien intentaba abrirla, creyera que estaba
cerrada con llave por dentro. Escuchó hasta que los grititos de las mujeres se
desvanecieron, pero se puso rígida al oír voces de hombres que pasaban frente a
la puerta.
No temblaba de miedo, temblaba de rabia. No se trataba de un descuido con las
fechas; era una interminable confusión en el blando cerebro de Sackville. De bería
haber desconfiado. Nunca hacía nada a derechas, nunca recordaba el día de la
clase de Sally, ni entendía una sencilla factura. Siempre tenía que explicárselo
todo. Cómo había llegado a ser miembro del Parlamento era algo incomprensible
para ella.
La semana siguiente. Era entonces cuando la esperaba a ella. Eso era lo que le
había dicho en principio, hasta que había cambiado de parecer. Bien, pues la si-
guiente semana la esperaría en vano.
Desde que había entrado en la casa, había tenido la sensación de que ocurría algo
raro: la forma como la había mirado el lacayo, la escasez de velas, las carcajadas,
los gritos. Imaginaba que el sonido del piano los había ahogado en parte hasta que
había sido tan obvio que no había podido ignorarlo.
Entonces había salido en busca de su anfitrión para preguntarle qué sucedía. Una
visión de cerca de las «damas» que había encontrado en el rellano la había

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incomodado, pero decidió que se estaba comportando como una mojigata. Hasta
que se había encontrado con su anfitrión y le había leído los labios.
En aquel momento le habría abierto la cabeza encantada con un atizador. Si corría
la voz que había asistido a una fiesta como esa, perdería a todos sus alumnos. Una
dama que enseñaba a los hijos de los demás debía mantener una reputación
respetable.
Tenía que salir de allí antes de que alguien la reconociera.
Estaba bajando la escalera cuando oyó el seco sonido de una puerta que se abría y
cerraba unos pisos más abajo. Se le pusieron tensos todos los músculos del
cuerpo. Dejó de respirar. Alguien más había entrado en la escalera de los criados.
Esperó, temblando, escuchando. No se oían pasos. Cuando la puerta se abrió y ce-
rró otra vez, y el silencio se alargó, soltó un suspiro de alivio. Quien fuera había
decidido probar suerte en otra parte.
Moviéndose lo más silenciosamente de que era capaz, bajó al siguiente rellano.
Allí se detuvo, indecisa. El problema era que no recordaba exactamente en qué
piso estaba. Esperaba que fuera la planta baja. Así podría salir a la calle en
cuestión de minutos.
Miró por encima de la baranda. No había velas en aquella parte de la escalera, y
no veía hasta dónde llegaban los escalones. Pero algo se movía por abajo. Cuan do
oyó gemidos y gruñidos, no supo si sentirse aliviada o asqueada. Lo estaban
haciendo allí mismo, ¡en la escalera!
Volvió el pomo de la puerta del rellano y cuidadosamente se introdujo en una
pequeña habitación. Las brasas del fuego en la chimenea daban suficiente luz
para ver que la habitación estaba vacía y que se trataba de un saloncito
escasamente amueblado. El salón del ama de llaves, dedujo. Cómodo, pero sin
lujos. Entonces detectó un ligero olor a humo de tabaco. No era el salón del ama
de llaves, sino del mayordomo. ¿Dónde estaba el mayordomo y dónde estaban los
criados?
Se dirigía a la otra puerta cuando esta se abrió de repente. Sobresaltada, saltó
hacia atrás y gritó al golpearse la cadera con una mesa.
-¿Gwyneth? Sé que eres tú.

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Por un momento pensó horrorizada que era el padre de uno de sus alumnos, pero
no la llamaría por su nombre. Entonces él repitió su nombre y ella le reconoció la
voz.
-Jason? -susurró.
-Por supuesto. ¿Quién iba a ser?
Se le llenaron los ojos de lágrimas de puro alivio.

Sentía un nudo terrible en la garganta. No había estado tan contenta de ver a


alguien en toda su vida. Soltó un sollozo contenido.
-Me alegro de que me encontraras.
Cuando lo tenía a un metro de distancia, presintió que estaba enfadado. No,
enfadado no era lo bastante exacto. Lívido.
Gritó cuando él la agarró por los hombros.
-¿Se puede saber qué diablos haces aquí? -exigió. -Vine a tocar el piano -gritó
ella-. Ha sido una confusión. ¡Sackville debió de equivocarse de fecha! ¿No
creerás que he venido por gusto?
-Ni por asomo.
Temblando se llevó una mano a la sien.
-Estoy marcada. ¿Crees que le han puesto algo al vino?
-No me sorprendería. -Su tono se dulcificó considerablemente-. Eres
demasiado inocente para tu conveniencia. ¿No habías oído hablar de las
famosas fiestas de Sackville?
-No. ¿Quién iba a hablarme de ellas? Para mí solo es el tutor cabeza loca de
una de mis discípulas.
A Jason se le escapó una carcajada. Meneó la cabeza. -Gwyn -dijo-, oh, Gwyn.
Estaba más angustiada de lo que había creído, porque cuando él la rodeó con
sus brazos, no le apartó. Hizo todo lo contrario. Se acurrucó contra él. Se
sentía floja como un pañuelo de seda. De no haberla sostenido él, se habría
caído al suelo.
El abrazo le trajo miles de recuerdos, algunos infantiles, otros no tanto. Lo
único que sabía era que se sentía estupendamente abrazada a él. Jason, susurró

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mental mente, y el eco de su nombre en la cabeza le hizo un nudo en la
garganta. Después de marcharse de Haddo, nunca había llorado por lo que
podría haber sido, ni una sola vez. Ahora estaba a punto de echarse a llorar.

Cerró los ojos y se sintió mareada, flotando, cayendo, pero los brazos de Jason
estaban allí para sostenerla. Cuando abrió los ojos, se encontró en el regazo de
él, y él estaba sentado en uno de los sillones.
Las manos con que se cubría la cara temblaban. Levantó la mirada con ojos
interrogantes, pero había demasiadas sombras para interpretar su expresión.
Hubo un instante de silencio y después él la besó.
Tenía que poner fin a aquello, decía una voz en su cabeza, pero desafiando la
razón, sus manos se fueron hacia sus hombros y los dedos se enredaron en su
pelo.
Él era el único hombre que le había hecho sentir aquel deseo, el único hombre al
que había querido. Pero aquello era una locura. Solo podía conducir al desastre.
¿Por qué no podía apartarle?
Se dijo que el vino que había bebido le había nublado el juicio. Pero había algo
más. Él la quería a ella, Gwyneth. Todo el dolor que había encerrado tan cui-
dadosamente en su interior se estaba escurriendo fuera de ella.
Otro pensamiento intentó abrirse camino en su cabeza. Tenía que marcharse de
allí enseguida, porque... porque... porque...
Las manos que debían apartarle lo atrajeron más hacia ella. Abrió la boca
cediendo a la insistencia de él. Cuando él le apartó la falda e introdujo la mano
lenta
mente hacia el tobillo, subiendo por la pantorrilla y el muslo, un hilo de cordura
intentó abrirse camino, pero él la besó de nuevo. La inundó una sensación de
calidez, que llenaba el vacío que sentía dentro. Se sintió viva de nuevo.
Jadeó cuando él la levantó de repente y la depositó en el sillón. A continuación se
volvió y se colocó frente a ella, mirando hacia la puerta, con los pies preparados
como para saltar. Había alguien en la puerta. La puerta se abrió y Jason relajó la
postura.

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-Ah, eres tú, Brandon -dijo.

Brandon estaba sin aliento y tardó un momento en contestar.


-Te he buscado por todas partes. Esta casa tiene por lo menos cien habitaciones,
maldita sea. -¿Buscándome? No entiendo por qué.
-¿No lo entiendes? ¿Por qué está tan oscuro aquí dentro?
Brandon se acercó de una zancada a la chimenea y encendió una vela con las
brasas del fuego. Después de dejarla en el candelabro, se volvió lentamente para
mirar a Jason.
-Aparta, Jason. Quiero ver a quién has invitado a esta fiesta privada.
-Brandon -dijo Jason, con una voz peligrosamente apacible-, no digas una palabra
más. Vete y métete en tus cosas. Yo llevaré a casa a la dama.
Brandon ignoró la amenaza.
-Es Gwyneth, ¿no es así? La viste en la escalera y no podías creer en tu suerte. -
Hizo un gesto como un latigazo cuando Jason intentó interrumpirle-. No in
tentes jugar conmigo. Te has pasado la vida deseándola. Te convenía pensar lo
peor de ella.
-¿Yo? ¿Pensar lo peor de Gwyn? ¿Te has vuelto loco? Vine a rescatarla.
-Tranquilo, Jason. -Gwyn se puso de pie lentamente-. Puedo hablar por mí misma.
Hubo un momento de indecisión, tras el cual, jurando por lo bajo, Jason se hizo a
un lado, dejando que Brandon viera claramente a Gwyn. Ella tenía las mejillas
encendidas, pero se obligó a mirar a Brandon a los ojos. Se sentía muy
mortificada por ser descubierta de aquel modo, especialmente por un primo a
quien no veía desde hacía años. El habitual intercambio de saludos sería ridículo
en aquella situación. También se sentía desorientada por aquella conversación
que no comprendía. Pero todo aquello no tenía importancia. Brandon pensaba mal
de Jason, y ella debía arreglarlo. Brandon habló primero. Con una voz
curiosamente amable, dijo:
-Gwyn, ¿estás bien?
-Por supuesto. -Miró de soslayo a Jason.
Él estaba de espaldas a la chimenea, con un brazo apoyado en la repisa. Su
postura era relajada, pero ella presintió que podía estallar en cualquier momento.
Volvió a mirar a Brandon.

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Jason vino a rescatarme. No sé cómo supo que yo estaba aquí. Tal vez me vio
entrar en la casa...
Se quedó callada cuando su cerebro empezó a relacionar las ideas con claridad.
Miró a Jason, luego a Brandon. No se había preguntado en ningún momento por la
presencia de ellos en la casa. No había pensado en absoluto.
Soltó un bufido.
-¿Sois invitados de Sackville, no es así? Por eso estáis aquí. Y creías que yo
también era una invitada. Jason se apartó de la chimenea.
-No seas absurda. -¿No estás invitado?
-Sí, estoy invitado -la miró desafiante-, pero juro que jamás se me pasó por la
cabeza que tuvieras la menor idea de la clase de fiesta en que te encontrabas.
Ella se sentía como si una mano le estuviera oprimiendo el pecho. Estaba tan
enfadada que no podía pensar con sensatez; estaba tan avergonzada que no podía
mirarles a los ojos. Solo el orgullo le permitió mantener la cabeza alta y la
columna derecha.
Miró vagamente en dirección a Brandon. -Brandon, ¿me acompañas a casa? He
dejado mi abrigo arriba, en la sala de música.
Brandon ya no se mostraba ultrajado. Más bien avergonzado.
-Claro, por supuesto. Espérame aquí, Gwyn, iré a buscarlo.
-No -dijo Gwyn-. Prefiero esperar en cualquier sitio menos aquí.
Salió de la habitación del brazo de Brandon. -¡Demonios! -fue lo único que dijo
Jason.

Capítulo 5

Cuando la puerta se cerró, Jason metió una mano en el bolsillo, encontró un


cigarro, y lo encendió con la vela de la repisa. No recordaba haber estado nunca
tan enfadado. Si Brandon no se hubiera marchado cuando lo hizo, le habría
estrangulado. En cuanto a Gwyn, se merecería una buena sacudida.

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El humo que inhaló salió de su boca como el fuego de un dragón. Era inconcebible
que pudieran imaginar que se le había pasado por la cabeza que Gwyn fuera la
clase de mujer que habría asistido conscientemente a una de las orgías de
Sackville. No decía mucho en favor del carácter de Brandon o de Gwyn.
Lo peor que se podía decir de él era que, al abrazar a Gwyn, había perdido la
cabeza. No, lo peor que podía decirse de él era que había perdido la cabeza cuando
Gwyn había respondido a su ardor.
No eran ellos mismos. Los dos habían ingerido alguna clase de narcótico que se
había añadido a las bebidas.
«La has deseado durante toda tu vida.» Eso era una asquerosa mentira.
La había deseado hacía mucho tiempo, pero Gwyn solo tenía ojos para George. No
había ocultado que era demasiado buena para hombres como él, Jason. De modo
que la había apodado Encantadora Princesa para bajarle un poco los humos, y
después se había acostado con una mujer hermosa tras otra para borrarla de su
cabeza.
Y había funcionado.
Pero, claro, no era tan sencillo.
Sus sentimientos hacia Gwyn habían oscilado entre la ira y la culpabilidad desde
que ella se había fugado con el soldado poco después de la muerte de George.
Nunca había estado seguro de si ella era una mujer voluble más, o si no podía
soportar vivir en Haddo ahora que él era el dueño, y había aprovechado la
primera oportunidad de escape. Si George estuviera vivo, razonaba, si le hubiera
salvado, nada de aquello habría sucedido.
Era demasiado tarde para ir tras ella. Ya estaba casada. Él tenía suficiente
trabajo con mantener Haddo a flote. Y se sumergió en el trabajo, pero a veces,
cuando menos lo esperaba, se formaba una imagen de ella en su cabeza. Entonces
su imaginación volaba, y la veía rendida, sentía su carne tersa y satinada entre
sus dedos, oía los grititos de placer al moverse dentro de ella.
Y esto lo dejaba consternado. Gwyn no era más que un capricho de adolescencia.
Lo había superado hacía años. El problema era que había demasiados re cuerdos
malditos para poder librarse totalmente de ella. Pues formaba parte del tejido
de su vida desde que era niño.

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El legado los había vuelto a unir. Él nunca la habría buscado por propia voluntad.
Y no podía negar que esperaba con ilusión tener algo que decir sobre la forma
como la señora Gwyneth Barrie dirigía su vida.
Pero la mujer que había encontrado aquella mañana no era la mujer que esperaba
encontrar. Trish le había mantenido informado de la vida de Gwyn con Ni gel
Barrie. Gwyn era inmensamente feliz, decía Trish. Todo había salido bien. No
recibía muchas cartas de Gwyn, pero eso era de esperar cuando ella estaba en
Portugal mientras su marido servía a las órdenes de Wellington. Las cartas eran
divertidas y repletas de anécdotas sobre fiestas, bailes y cacerías.
Le había dolido, por supuesto. Mientras él apenas podía levantar la cabeza de los
libros de contabilidad, Gwyn se lo pasaba en grande.
Entonces hirieron gravemente a Barrie en Vitoria. Volvieron a Inglaterra y
fueron a vivir con el hermano mayor de Barrie. De nuevo, Gwyn volvía a caer de
pie.
En una finca considerable en las afueras del pueblo de Lambourn, en
Buckinghamshire.
Después las cartas habían empezado a escasear, pero algo quedó diáfanamente
claro. Gwyn no quería que ninguno de sus parientes Radley la visitara. La excusa
era que su marido estaba mortalmente enfermo y precisaba toda su atención.
Tuvieron que conformarse. Pero una mujer que tenía que mantener a su hijo dan-
do lecciones de piano a los hijos de los demás no había caído de pie. No sabía qué
deducir de eso, a menos que también se hubiera distanciado de la familia de
Barrie. Tal vez el legado procedía de la parte de la familia del marido. Tal vez
era su forma de compensarla por alguna pelea que había obligado a Gwyn a hacer
las maletas y marcharse a Londres. Tenía que ser anónimo, por supuesto, porque
Gwyn era demasiado orgullosa para pensar en sí misma. No era engreimiento. Era
lo contrario. No soportaba estar en deuda con nadie. Había pensado mucho en el
donante del legado. No podía ser cualquiera. Tenía que ser alguien que los conocía
a él y a Gwyn, alguien que quería volver a unirlos, o que confiaba que él haría lo
mejor por ella.
¡La persona lógica era él mismo! La idea le hizo sonreír.
Pero Gwyn no desearía ser rescatada por él, ni por nadie. Su hijo, Mark, sin
embargo, podía hacerla cambiar de idea. No creía que Gwyn no hiciera todo lo

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que estuviera a su alcance por su hijo. Tal vez no le gustara, pero se tragaría su
orgullo por el bien de Mark.
A él le escocía la culpabilidad, no el orgullo. Mark era tanto un Radley como un
Barrie. Debería haberse ocupado de él bastante antes. Pero no era demasiado
tarde. Era el administrador de Gwyn. jugaría un papel en sus vidas tanto si a ella le
gustaba como si no, aunque tuviera que obligarla a sacudidas.
¿Por qué estaba siempre pensando en sacudirla? No quería hacer daño a Gwyn, solo
quería asegurarse de que estuviera bien.
Se le había apagado el cigarro. Lo encendió de nuevo, inhaló lentamente y observó la
espiral de humo que se formaba frente a su cara. Cuando la había visto en la
escalera, se había quedado pasmado. Su primera idea había sido que Bertie
Sackville la había atraído con algún falso pretexto. La siguiente, que debería haber
sido más desconfiada. Pero solo deseaba protegerla.
La había visto entrar en la escalera de servicio y había adivinado enseguida que
intentaría bajar a la planta baja, de modo que había dado la vuelta y se había
apartado de la gente hasta que encontró la puerta verde de los aposentos de los
criados. Cuando entró en aquella habitación, estaba irritado, temiendo que le
hubiera pasado algo. Entonces la había visto sana y salva, y lo único que había
querido era cogerla y sacudirla por el miedo que le había hecho pasar. Por eso le
había puesto las manos encima y.. .
Ahora estaba seguro de que le habían puesto alguna droga en la bebida, porque
empezaba a sentir compasión de sí mismo.
Estaba expulsando otra nube de humo cuando la casa se llenó de ruidos: un silbato,
cristales rotos, gritos, chillidos y alaridos. Miró al techo. Parecía como si un ejer-
cito estuviera avanzando, o la casa estuviera en llamas. Tal vez la excitación se
había acercado a él. Inspiró un poco más del cigarro y lanzó la colilla a la chimenea.
La puerta se abrió de golpe. -¿Brandon?
No era Brandon quien entró sino otra persona que Jason conocía.
-Oficial Rankin. -Sonrió sinceramente encantado-. ¿Qué le trae por aquí? ¿No
me diga que es una redada?
El oficial Rankin bajó la porra que blandía en la mano. Entró en la habitación y
miró a Jason inquisitivamente.

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-Vaya, vaya, vaya --dijo-. Como en los viejos tiempos. Creía que había superado
estas juergas, señor Radley.
-Y yo creía que usted estaba retirado. Rankin hizo chasquear la lengua. -Parece
que los dos estamos equivocados. Dos hombres que Jason no había visto nunca
antes entraron en la habitación. Eran jóvenes, de veinte y pocos años, y
parecían tan agradables como los invasores hunos. Ellos también llevaban porra.
-Mis colegas -dijo el oficial Rankin a modo de introducción-. Los estoy
adiestrando.
-¿Son agentes de Bow Street? -El tono de Jason era de incredulidad-. ¿De
dónde los ha sacado? ¿De Newgate?
-Más vale que vigile lo que dice -dijo uno de ellos. -O le haremos callar nosotros
-dijo el otro. -Tranquilos, muchachos. Yo y el señor Radley nos conocemos
desde hace mucho. Veréis... ¡Diablos! Jason había hecho un gesto grosero y,
antes de que Rankin pudiera impedirlo, los hombres se le echaron encima. Una
patada en la entrepierna hizo caer a uno, pero el otro lanzó un puñetazo a
Jason que no le alcanzó la cara por poco, aunque le dio en el hombro. Jason
retrocedió; se lanzó encima de él y los dos rodaron por el suelo.
Jason fue el primero en levantarse. Sentía la sangre que le bajaba por las orejas;
notaba el sabor de la pelea en la boca. Y toda la ira que tenía contenida, finalmente,
había encontrado un objeto donde descargarse.
Echó atrás un brazo para soltar un puñetazo, pero antes de poder completar el
movimiento, sintió un dolor insoportable en la espalda y cayó hacia delante mareado.
-Lo lamento, señor Radley. -El oficial Rankin se guardó la porra en el cinturón-.
Siempre fue un poco salvaje cuando bebía.
»Eh!, ¿qué estás haciendo? ¡Guarda la porra! -Este aparte se dirigía al alguacil que
acababa de salir de debajo de Jason.
-Me ha clavado el codo en el estómago. -Se apretó el estómago y gimió para
demostrarlo-. Se merece que le den.
-Alégrate de que esté desentrenado o serías tú al que tendría que reanimar.
¿Quieres dejar de aullar como un gato? -Esto último iba dirigido al alguacil que Jason
había pateado en la entrepierna.
-¡Me ha dado una patada en las partes! -fue la sofocada respuesta.

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-¿Qué esperabas? ¿Una pelea justa? Se trata de un caballero, muchachos. Los
auténticos caballeros son lo peor que hay. Recordadlo, solo juegan limpio entre ellos.
Ayudadme a llevarlo al salón, o como le llamen, con los demás.
Cuando Jason recuperó el conocimiento, descubrió que no se trataba de una redada,
o que no había empezado como tal. Era algo mucho más grave. Habían encontrado
muerto a un joven llamado Johnny Rowland en la escalera del servicio. Le habían
estrangulado con un hilo de carnicero. En la casa, todos eran sospechosos de un caso
de asesinato.

Capítulo 6

El Muy Honorable Hugo Gerrard hizo un esfuerzo considerable para controlarse la


voz, pero era evidente que estaba furioso.
-¿Estás seguro de que Johnny Rowland era el hombre que intentó ayudar a mi
esposa?
El hombre del otro lado de la mesa asintió con la cabeza.
-Lo estaba incluso antes de encontrar su rastro. Te lo dije, los mozos le vieron y le
reconocieron cuando se encendió la linterna. Era Rowland el que iba en la barca, no
hay duda.
-Podrían haberse equivocado. Llovía a cántaros. -Lo admitió... bajo coacción.
-Entonces no me importa que esté muerto. Ralph Wheatley no se sorprendió por la
virulencia del otro hombre. Johnny Rowland había sido lacayo en otros tiempos en la
finca de Gerrard, pero pocos meses atrás se había marchado para aceptar un
trabajo con menos sueldo y más respeto. Gerrard no podía tolerar la deslealtad.
Que encima Johnny hubiera vuelto para ayudar a su esposa fugitiva le había llenado
de ira. Wheatley todavía tenía problemas para creer que lady Mary, aquella
lastimosa nulidad que era casi invisible, hubiera encontrado el valor para rebelarse
contra su marido. Hacía una semana, durante una feroz tormenta, había salido
sigilosamente de la casa con Gracie, su doncella, y casi había llegado a la barca
que la esperaba en la orilla. Johnny llevaba la barca.

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Los mozos habían dado la alarma, y Gerrard les había ordenado soltar a los
perros. Solo habían escapado Rowland y la doncella. Lady Mary estaba ahora se-
dada y encerrada en la habitación de la torre.
Una esposa fugitiva era una cosa, pero aquello era aún peor. Ella tenía algo que
perjudicaba a Gerrard -Wheatley no sabía qué-, un documento de alguna clase
que había escondido detrás de un retrato suyo en miniatura. Solo sabía que un
amigo se lo guardaba, y lo utilizaría para arruinar a Gerrard si algo le ocurría a
lady Mary.
El tenía tanto que perder como Gerrard. Era el abogado de Gerrard y su mano
derecha. También era su hijo natural. Eso era realmente lo que lo mantenía unido
a Gerrard. Lady Mary no había tenido hijos, y un día -Gerrard se lo había
prometido- todo sería para él. Dejó vagar la mirada por la biblioteca de la casa
de Gerrard en el Strand. El suelo de madera estaba cubierto de alfombras
persas. Los libros que se alineaban en las paredes poseían un incalculable valor.
Pero lo que dominaba la sala, como una presencia más, era el retrato colgado
encima de la chimenea. Era un retrato del difunto suegro de Gerrard, el conde.
Cuando él fuera el dueño, pensó Wheatley con un escalofrío, lo primero que haría
sería deshacerse del maldito retrato. Siempre le hacía sentir como si un difunto
le estuviera espiando por encima del hombro.
-Cuéntame otra vez lo que ha sucedido y no olvides nada -dijo Gerrard.
Eran las dos de la madrugada y Wheatley estaba a punto de meterse en la cama.
No sabía de dónde sacaba Gerrard la energía, pero parecía que estuviera arre-
glado para salir. Podían ser padre e hijo, pero nadie lo habría dicho a simple
vista. De haberse puesto una toga, Gerrard podría haber pasado por un centurión
romano. Y no le faltaba planta. En cambio Wheatley sabía que no era tan apuesto
como Gerrard, y se sentía sudoroso y hundido después de que le sacaran de la
cama con la noticia del asesinato de Rowland. No era tan tonto como para
esperar al día siguiente a informar a Gerrard. Este estaba tan obsesionado con
el maldito retrato que había dado órdenes de que se le mantuviera informado de
cualquier novedad a cualquier hora del día o de la noche.
-¿Y bien? -apremió Gerrard con irritación. Wheatley se tragó un suspiro.
-Había puesto a Bloggs y a Kenny a vigilar por turno la casa donde trabajaba
Rowland. Se había despedido, pero tenía que pasar a cobrar su sueldo. Cuando

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fue a cobrarlo, Bloggs lo vio y lo siguió. Pero Rowland no lo llevó a la criada. Fue a
la casa de Sackville y en esa casa no hay criadas.
Gerrard le interrumpió con un pequeño sonido muy revelador, en opinión de
Wheatley. Gerrard era un hombre de elevada moral, o eso le gustaba creer: nada
de fumar, ni beber, ni fornicar, excepto lo necesario para mantener la salud de
un hombre. Despreciaba enormemente a Bertie Sackville. Todos los que eran
alguien sabían qué sucedía en las fiestas de Bertie.
Sí, el Muy Honorable Hugo Gerrard era un hombre muy virtuoso. El problema era
que su moral era ni más ni menos que lo que él decidía que fuera. Wheatley no se
hacía ilusiones acerca de sí mismo. Él era un villano sin remedio, pero al menos lo
sabía.
Gerrard lo estaba observando, y eso le hizo continuar.
-Cuando llegó a la casa de Sackville, Rowland entró por una ventana del sótano.
Bloggs lo siguió, pero Rowland debió de verle, porque le estaba esperando. Hubo
una refriega y Rowland salió peor parado. Bloggs se puso duro, tú ya me
entiendes, y le preguntó por la criada y el retrato, pero Rowland insistía en que
no sabía nada. Como te he dicho, Bloggs no pretendía matarle, pero Rowland no
quería hablar. Lo único que admitió era ser el hombre de la barca y que había
aceptado ayudar a lady Mary por dinero. Parece que ella le prometió una buena
bolsa de dinero si la ayudaba a escapar.
Al mencionar a lady Mary, Gerrard unió los dedos y apretó los nudillos hasta
que se le pusieron blancos. Aquel pequeño gesto convenció a Wheatley de que
en cuanto recuperaran el retrato, los días de lady Mary estaban contados. No
lograba entenderlo, no lograba entender por qué Gerrard no podía presionarla
para que hablara y le dijera lo que quería saber. Era como un perro maltratado.
¿De dónde habría sacado el valor para desafiar a su amo?
-¿Para qué fue Rowland a la casa de Sackville? -preguntó Gerrard.
Wheatley se encogió de hombros. Bloggs no llegó a preguntárselo.
-Tiene que haber una razón. ¿Tú qué crees? -Ver o hablar con alguien que sabía
que estaría allí. La verdad es que no lo sé. Pero mañana será lo primero que
investigaré. Probablemente no tiene nada que ver con el retrato o con la criada.
Tal vez alguien le debía dinero y él iba a cobrarlo. Podría haber muchos moti-
vos. Puede que nunca lo sepamos.

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-¿Qué sabemos de la criada, Gracie? -preguntó Gerrard.
-Podría haber salido de la ciudad ya. Tiene que suponer que la estamos
buscando. Si yo fuera ella, me habría marchado.
-¿Y si no se ha marchado?
-Hay un día de puertas abiertas en la biblioteca el viernes. Podría ser que
intentara ponerse en contacto con una de las damas. El lugar estará repleto de
gente y nosotros estaremos allí.
-Lo crees, ¿pero no estás seguro? Wheatley se encogió de hombros de nuevo.
De repente Gerrard se echó hacia delante, sobresaltando a Wheatley. Al
hombre mayor se le salían los ojos de las órbitas y respiraba ruidosamente.
-Esto no es un juego --dijo-. Esto es cuestión de vida o muerte, y más vale que
no lo olvides. Quiero saber por qué fue Rowland a la casa de Sackville. Quie ro
que encuentres a la criada. Quiero saber quién tiene el retrato. Has tenido
toda una semana, y por ahora lo único que me has dado es un mozo que ha
muerto antes de poder decirnos nada.
Respiraba pesadamente, aspirando con fuerza a través de los dientes.
-Ahora escúchame. Rowland fue asesinado. No me importa que haya muerto,
pero si no encontramos pronto a la criada, pueden ponerse las cosas muy de
sagradables. Quiero que la encuentres. Quiero que te deshagas de ella. Y
quiero ese retrato y que se neutralice a la persona que lo tiene. ¿Me he
expresado con claridad?
Wheatley asintió con la cabeza.
-Mi esposa podría habérselo dado a una de esas arpías de la biblioteca. Son las
únicas amigas que tiene. -Lo tengo en cuenta, y por eso realizamos un registro
concienzudo de la biblioteca y los hogares de todas las mujeres cuyos nombres
constaban en la lista que me diste. No encontramos ningún retrato.
-Pues alguien tiene que tenerlo -rugió Gerrard-, y quiero que lo encuentres.
Wheatley sabía que era mejor no decir nada. Se quedó sentado, esperando
como un ratoncito a que el gato saltara, y se despreciaba por ello. Los ojos de
Gerrard se posaron en el retrato del conde. Tras un largo silencio, volvió a mirar
a Wheatley.
-Creo que la situación exige a una persona con habilidades especiales. Creo que
deberíamos llamar a Harry. Te acuerdas de Harry, ¿verdad?

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Wheatley asintió. -Encárgate de ello.
Cuando Gerrard se levantó, Wheatley le imitó. La entrevista había terminado.
Una vez que Wheatley hubo salido, Gerrard se quedó un largo rato contemplando
el retrato de la chimenea. Solo tenía veintitrés años cuando empezó como secre-
tario privado del conde y pronto llegó a reverenciar a aquel hombre. Cuando el
conde entraba en una habitación, todo el mundo era consciente de ello; cuando
hablaba, los demás le escuchaban. Los que eran tan tontos como para ser sus
enemigos pronto se arrepentían.
No había hombre al que respetara más.
No era un afecto unilateral. El también había impresionado al viejo conde. Se
convirtió en su protegido y, poco después, se casó con su única hija, lady Mary. El
conde había hecho un pacto con él hacía años: si se casaba con lady Mary y
adoptaba el apellido de la familia, el conde promocionaría su carrera, y le haría
heredero de todo a lo que no tuviera derecho algún sobrino olvidado.
Él había mantenido el pacto, lo mismo que el conde. Había renunciado a su
apellido y había adoptado el de Gerrard. Había hecho todo lo que estaba en sus
manos para mantener viva la fe del conde en él. La única amarga desilusión fue
que no hubo hijos, hijos con la sangre del conde para continuar la tradición
familiar. Lo que era inconcebible era que una mujer inútil y lamentable, que ni
siquiera era capaz de tener hijos, los hubiera engañado a los dos. Gerrard apretó
los dientes mientras la furia volvía a apoderarse de él.
¿Por qué había decidido dejarle ahora?, se había preguntado una y otra vez. Y
ahora lo sabía. Había descubierto su secreto. En lo más hondo de su interior, el
resentimiento debió de mantenerse latente, y entró en erupción años más tarde
cuando se puso bajo la influencia de un grupo de mujeres que deberían estar
encerradas por sus puntos de vista incendiarios.
Cuando se enteró de que su esposa visitaba la Biblioteca para Damas dos o tres
veces a la semana, le alegró saber que por fin hubiera encontrado una razón para
dejar de arrastrarse por la casa. Después, un miembro del club le había puesto
en antecedentes. Aquellas mujeres eran subversivas. Pretendían que las mujeres
tuvieran los mismos derechos que los hombres. Agitaban a las buenas mujeres y
las hacían cuestionarse la autoridad de sus maridos.

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Después de eso, la había encerrado en casa, pero aquellas mujeres insolentes
habían tenido la desfachatez de venir de visita. Las habían impedido entrar; a
todas menos a su líder, lady Octavia. Solo de pensar en lady Octavia le
rechinaban los dientes. Lo había amenazado con ir al juzgado si no le permitía
ver a lady Mary. Y los magistrados la escucharían, porque tenía sus contactos.
Además, no daría buena imagen para un hombre en la posición de él tener una
disputa pública con un grupo de mujeres que eran el hazmerreír en todos los
clubes de caballeros.
Pero eso había sido antes de que su esposa intentara dejarle, antes de que le
hablara del retrato. Ahora veía que aquellas mujeres no eran cosa de risa: eran
realmen
te peligrosas. Y una de ellas era la mayor amenaza para sus ambiciones que podía
imaginar. Podía perderlo todo, y era mucho lo que podía perder.
Su estrella estaba en ascenso. Era miembro del gabinete del primer ministro. Su
ambición era ser el siguiente ministro del Interior ahora que Fortesque había di-
mitido, y, más adelante, primer ministro. No permitiría que nada se interpusiera
en su camino.
Contemplando el retrato del conde empezó a sentirse en paz consigo mismo. Lo
que decidiera hacer con lady Mary le parecería bien al conde.
La mandaría lejos de Londres y sus perniciosas amigas. La mandaría a Rosemount,
una finca cercana a Henley, y procuraría que estuviera bien vigilada. Eso no
despertaría sospechas. Todo el mundo sabía que Rosemount era la residencia
preferida de lady Mary, ¿adónde iba a ir sino a recuperar la salud?
Eso le daría tiempo para localizar a la persona que tenía el retrato. Y cuando la
hubiera encontrado, todos pagarían por haberse enemistado con él. Así es como el
conde habría enfocado el asunto.
Con este pensamiento, salió de la biblioteca y subió la escalera de la habitación de
la torre.
Wheatley estaba a punto de estallar cuando subió al coche de alquiler que le
esperaba en el paseo. No era culpa suya que su padre hubiera cometido algún
delito que podría arruinarle. De haber sido al revés, él tendría que oír
interminables reproches por lo que había hecho. Pero no se atrevía a decir ni urca
palabra porque entonces se quedaría sin un penique.

45
Pidió al chófer que le llevara a la oficina de Bow Street. Ya habrían encontrado el
cadáver de Johnny Rowland y si iba a descubrir algo sería con alguno de los
alguaciles o magistrados de guardia. Tal vez se preguntarían qué hacía él allí a
aquellas horas de la noche, pero era abogado. Podía decir que le había mandado ir
algún cliente importante, y reírse de ello corno si fuera una broma cuando el tal
cliente no apareciera.

Una broma. Eso era lo que significaba la Biblioteca para Damas de Sobo Square,
una broma, pero sin duda había sacado de quicio a Gerrard. Parecía ridículo llamar
a al guien como Harry para enfrentarse a un grupito de damas agitadas. Harry era
un asesino. Había que decirle a quién debía asesinar. Y él, Ralph Wheatley, tendría
que señalar a alguien con el dedo. No es que tuviera demasiados escrúpulos. Lo que
le gustaría saber era a quién debía señalar.
Era como buscar una aguja en un pajar. Ninguna de las damas de la lista que le
había dado Gerrard tenía el retrato en su poder. Él había cumplido con su trabajo.
Las habían vigilado a todas, y cuando no había moros en la costa, se habían
registrado sus residencias. No había nada en ellas.
Esto no es un juego. Podían estar seguros de que no lo sería si metían a Harry.
Wheatley estaba convencido de que Harry estaba un poco loco. No tenía muy claro
si Harry mataba por dinero o por placer.
Evidentemente Harry no era su nombre auténtico. Se habían conocido cuando
Harry le pidió a Wheatley que le representara en una ocasión en que era
sospechoso de asesinato. Wheatley sabía que era culpable y basta, y Harry sabía
que él lo sabía. De todos modos, lo salvó de la situación fabricándole una coartada.
No llegaron siquiera a acusarle y nadie llegó a enterarse. Siempre quedó claro
entre ellos que Harry le devolvería el favor algún día.
Y así lo había hecho, no para Gerrard, sino para otros clientes que podían pagar
bien los servicios de Harry. Wheatley ganó más de un caso porque un testigo había
sufrido un accidente inesperado.
Gerrard no era tonto. Había sumado dos y dos y le había interrogado sobre los
desafortunados testigos que habían sufrido accidentes. Él se había jactado de
Harry, y Gerrard había sonreído y se había guardado la información para utilizarla
en el futuro.

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Wheatley había considerado la posibilidad de utilizar a Harry un par de veces
para deshacerse de su padre, pero sabía que no lo conseguiría. Él sería el primer
sospechoso aunque tuviera una coartada a toda prueba. Lo heredaría todo, no
solo la fortuna del difunto conde que había llegado a Gerrard a través de su
esposa, sino la casa del Strand y la finca de Rosemount, cerca de Henley. No era
un indigente, pero nunca se es demasiado rico.
Solo necesitaba cargarse de paciencia y todo sería suyo algún día. Sin embargo si
no localizaba el retrato, era imposible saber lo que podía hacer Gerrard. El muy
bastardo podía incluso cambiar el testamento. Él no permitiría que sucediera
eso. Encontraría el retrato y, con ayuda de Harry, se encargaría de los cabos
sueltos.
Cuando llegó a Bow Street, lo encontró prácticamente desierto. Casi todos los
oficiales habían sido convocados a casa de Sackville cuando descubrieron por
casualidad, mientras investigaban el asesinato de Rowland, que se estaba
celebrando una orgía. Parecía que un limpiabotas, que estaba fumando un cigarro
robado a escondidas en el lavabo, había tropezado con el cadáver de Rowland
mientras volvía a la casa y se había puesto a gritar, no llamando a su amo, sino
aullando, y fue a parar a los brazos de unos agentes que patrullaban por Hvde
Park.
Todavía estaban entrevistando a los testigos en el escenario del crimen. Nadie
encontraría raro que un abogado apareciera en un caso así, de modo que se fue a
la casa y sobornó a uno de los lacayos para que le enseñara la lista de invitados.
Entonces encontró su aguja en el pajar. ¡La señora Gwyneth Barrie de Sutton
Row! No sabía lo que esperaba encontrar en aquella lista, pero no era a una socia
de la Biblioteca para Damas. O bien se había marchado temprano o había logrado
escabullirse entre la confusión, pero eso no le importaba. Había encontrado la
relación entre Rowland y la señora Barrie.
Era circunstancial, pero él había presentado casos y los había ganado con menos
pruebas.
Sin embargo la noche todavía no había terminado para él. Empezaba a pensar que
tal vez había sido demasiado negligente. Era de lady Octavia de quien
sospechaban y era a lady Octavia a quien vigilaban las veinticuatro horas. Ahora
se concentrarían en la señora Barrie. Aunque le fastidiaba reconocer que

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Gerrard tuviera razón en algo, necesitaban a alguien como Harry para llevar la
batuta. Se ocuparía de ello inmediatamente.

Capítulo 7

En el salón de té de la Biblioteca para Damas, Gwyn y su amiga Judith Dudley


estaban concretándolo todo para el refrigerio que se celebraría después del
programa matinal. Hoy era el día de puertas abiertas anual de la biblioteca, y la
sala de conferencias estaba abarrotada de personas que habían desafiado una
lluvia torrencial para oír una charla sobre los apuros de las mujeres en la
Inglaterra moderna.
-Me sorprende que haya venido tanta gente -comentó Gwyn. Era su primer día de
puertas abiertas y no sabía lo que podía esperar.
-Oh, es por la señora Laurie. Es una gran oradora y una de las mejores
anfitrionas de Londres. Todos se mueren por recibir una invitación a una de sus
fiestas. Gwyn dejó la taza y el plato y la miró.
-No parece una buena razón para venir aquí. -Pues lo es. Lady Octavia sabe lo que
se hace. La gente viene aquí por razones diferentes; aquí oyen hablar de nuestra
causa, y lo siguiente es que se ponen de nuestro lado. Fíjate en lady Mary. Vino
por una conferencia... no me acuerdo sobre qué.
-Paisajismo -contestó Gwyn.
-Sí. Paisajismo. Y después de eso, se convirtió en una habitual hasta el mes
pasado.
Las dos mujeres callaron pensando en la pobre lady Mary. Había sufrido una crisis
nerviosa y ahora tenía que guardar cama. Ellas sabían por qué había sufrido la
crisis nerviosa, y no podían hacer nada al respecto. Los esposos que eran tiranos
no podían denunciarse ante el juez.
Judith suspiró, y después continuó:
-Pero cuidado con los hombres. Sobre todo los más jóvenes, solo vienen en busca
de líos.
-¿Cómo? -Gwyn se sobresaltó-. ¿Qué clase de líos?

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-Bromas. Interrumpir a la oradora. El año pasado encendieron un petardo. No
pongas esa cara... Lady Octavia ha llamado a la caballería.
Indicó a tres caballeros que estaban de pie junto a la puerta de cristal de la sala
de conferencias. Gwyn los reconoció como los esposos de tres de las voluntarias
de la biblioteca.
-¿A que están encantadores con las porras en los cinturones? -dijo Judith.
-Parecen facinerosos.
-De eso se trata. Solo un tonto se arriesgaría a provocarlos.
Como Judith no parecía preocupada en absoluto, Gwyn decidió que ella tampoco
debía preocuparse, al menos por las bromas y las interrupciones de los hom bres.
Tenía cosas más graves de las que preocuparse. No podía dejar de pensar en la
fiesta en la casa de Sackville de hacía dos noches. En el periódico de la mañana,
había salido una pequeña columna informando de que el señor Albert Sackville
había sido acusado de regentar un burdel. Seguirían informando en la siguiente
edición del periódico.
Por lo que decían, había habido una redada y ella había escapado por los pelos.
Pero su nombre estaba en la lista de invitados. Estaba al borde del desastre. Lo
veía claro, su nombre en los periódicos. Ningún padre que se preciara desearía que
su hija se viera asociada con una mujer fácil.
Una mujer fácil: así es como la etiquetarían sin duda. Se sobresaltó cuando Judith
le tocó el hombro. -He dicho -repitió Judith- que el señor Ralph
Wheatley parece no poder apartar los ojos de ti. -¿Quién?
-El señor Wheatley, uno de los abogados más afamados de la ciudad.
Gwyn siguió la mirada de su amiga. Vio a un hombre de unos cuarenta y tantos años
agitando el paraguas como si acabara de llegar o estuviera a punto de marcharse.
Cuando sus miradas se cruzaron, Gwyn apartó la vista. -Nunca le había... -empezó,
pero se calló de golpe. Quizá ella no le había visto nunca, pero él podría haberla
visto en aquella horrible fiesta.
-¿Gwyn, qué te pasa? -preguntó Judith.
Gwyn miró a su amiga. Negros tirabuzones enmarcaban una cara que era más
bonita que bella. Los ojos de Judith eran su mejor rasgo, color aguamarina, con
pestañas largas y bien separados: unos ojos que expresaban todos sus
pensamientos. En ese momento expresaban preocupación.

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Gwyn no se lo pensó demasiado. No había nada que pudiera decir que escandalizara
a Judith. Era Judith la que siempre la escandalizaba a ella. Era rebelde y poco
convencional. Se burlaba de todos los que se la tomaban demasiado en serio,
incluso las damas de la biblioteca. A nadie le importaba porque Judith era
encantadora. Haría cualquier cosa por cualquiera que tuviera problemas.
Gwyn estaba buscando las palabras adecuadas para contarle su historia cuando se
ovó una salva de estruendosos aplausos procedente de la biblioteca. Era la señal
para entrar con los servicios del té.
-Te lo contaré más tarde -dijo.
Pusieron el té en las teteras y poco después empezaron a entrar personas en el
salón y a ocupar las mesas. El hombre que Judith le había señalado, el señor
Ralph Wheatley, fue su primer cliente. No le gustó la forma como la miraba, y
todos sus temores volvieron de golpe. Tal vez la había reconocido en aquella
fiesta infame. Tal vez todos los hombres del día de puertas abiertas la habían
reconocido. Jason la había visto. Puede que otros también.
Jason. ¿Qué estaría pensando para dejar que la besara y la tocara de aquella
manera? En aquel momento parecía tan normal, sentir su abrazo, sus labios en los
suyos, los cuerpos tensos...
Levantó la cabeza al oír su nombre. Lady Octavia se abría camino entre la gente.
Tenía cincuenta y tantos años y era de constitución robusta. Su vestuario solo
incluía dos colores, el negro y el blanco. Aquel día iba toda de blanco. Era su
color feliz, decía, y tenía muchos motivos para sentirse feliz. Su hija acababa de
dar a luz sin incidentes a su tercer hijo.
-Una de nuestras visitantes se ha desmayado --dijo lady Octavia-. Está en el
despacho, y Nora Halliday está con ella. Pero Nora no puede quedarse. Resulta
que... bueno, qué más da. Ya sabrás lo que tienes que hacer. ¿Te importaría
sustituirla?
-En absoluto.
Gwyn se fue con ella al despacho. En cuanto vio a la joven que se había
desmayado, todos los pensamientos acerca de Jason y la desgraciada fiesta de
Sackville se esfumaron. La joven estaba acurrucada en un sillón. Su piel estaba
cetrina y temblaba incontrolablemente. -No quiere que llamemos a un médico -

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dijo Nora Halliday-. Dice que se pondrá bien enseguida. Pero no me gusta dejarla
así.
-Puedes irte tranquila -intervino Gwyn rápidamente--. Ya me encargo yo y, si
necesito ayuda, llamaré a Judith.
Lady Octavia soltó un largo suspiro de alivio. -Gracias, Gwyn. Sabía que podía
confiar en ti. Las esposas de los oficiales del ejército son siempre tan capaces...
-Y dirigiéndose a la chica-. Gwyn cuidará de ti hasta que yo vuelva, ¿de acuerdo?
Y Gwyn, creo que se impone un sorbo de brandy medicinal.
La chica hizo un intento patético de levantarse. -¿Lady Octavia?
Cuando se cerró la puerta, Gwyn se acercó rápidamente a la muchacha y la obligó
a sentarse de nuevo. -No haga movimientos bruscos porque puede volver a
desmayarse. -Miró la mano con que había tocado el abrigo de la joven--. Pero si
está empapada... -exclamó Gwyn-. No es de extrañar que se haya desmayado.
Tiene que estar helada. Lo primero es lo primero. Quítese el abrigo.
La muchacha se agarró al abrigo como si estuviera desnuda debajo.
-Oh, no -empezó-, no es necesario.
-Sí lo es -Gwyn habló consoladoramente, como si tranquilizara a un niño asustado,
porque así es como veía a la joven, a pesar de que tendría unos veinte y po cos
años. Le sonrió para animarla-. En serio, se sentirá mucho mejor sin él.
La joven le entregó el abrigo sin discutir y Gwyn lo colgó en un perchero junto al
suyo propio. El sombrero y el paraguas de la muchacha estaban sobre una silla. -
Me llamo Gwyn -dijo-, ¿y usted?
Le contestó en voz tan baja que Gwyn no la oyó y tuvo que pedirle que lo
repitiera.
-Bien, Gracie, ¿ha venido con una amiga, una hermana, con alguien que pueda
acompañarla a casa? Gracie cerró los ojos y meneó negativamente la cabeza.
Gwyn empezaba a alarmarse. La muchacha seguía temblando. No ayudaba mucho
que el fuego no estuviera encendido, pero nadie esperaba tener que utilizar el
des pacho ese día. Tenía que procurar calor a la muchacha. Palpó su abrigo.
Había sido la primera en llegar a la biblioteca para abrirla, como solía hacer los
días que trabajaba allí, y se había ahorrado lo peor del aguacero. Su abrigo se
había secado del todo.

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-Toma, esto la calentará -dijo, y ayudó a Gracie a ponérselo. A continuación
abrió el cajón de abajo del escritorio, sacó la botella de brandy medicinal, y
sirvió una buena copa.
-Bébaselo -ordenó. Se arrodilló ante el sillón, levantó la copa hacia los labios de
la joven y la sostuvo hasta que tuvo la seguridad de que al menos se había
tragado un poco de brandy.
Pasó un momento hasta que Gracie abrió los ojos, soltó un suspiro y dedicó una
sonrisa temblorosa a Gwyn.
-¿Se encuentra mejor? -preguntó Gwyn.
Gracie asintió. De repente su sonrisa se desvaneció y se incorporó en el sillón,
agarrando con fuerza los brazos.
-Tiene que ayudarme, señorita -dijo-. Tengo que hablar con lady Octavia. Creo
que mi amigo está en un apuro, un apuro grave. No volvió anoche, ni la no che
anterior. Fue a cobrar su sueldo. Seguro que le encontraron y ahora vendrán a
por mí.
Gwyn se apartó un poco. -¿Quién irá a por usted, Gracie?
Gracie se humedeció los labios y meneó la cabeza, angustiada.
-Debo hablar con lady Octavia.
-No tema -dijo Gwyn-. Aquí está entre amigos. -Lo sé, pero... usted no le
conoce, señorita. Hará lo que sea para detenerme.
No era la primera vez que Gwyn oía estas palabras, u otras muy parecidas.
Mujeres desesperadas de todos los círculos de la vida, mujeres que estaban atra
padas en matrimonios intolerables, a menudo acudían en busca del consejo de
lady Octavia. A veces, si no les importaba abandonar el matrimonio con poco más
que lo puesto, o si no había hijos, lady Octavia lograba ayudarlas. Pero más a
menudo se marchaban decepcionadas.
Gwyn lo comprendía perfectamente. Aparte de asesinar al esposo, no había
salida, si ese esposo estaba decidido a obligar a la mujer a quedarse. Ella había
te nido suerte. Era viuda. Para las mujeres como Gracie, no había esperanza.
En una ocasión le había confesado a lady Octavia lo inútil que se sentía.
-Té y un poco de simpatía -dijo lady Octaviaa veces pueden hacer maravillas. Tu
trabajo es escuchar, no aconsejar. Lo que necesitan es aclararse, y a eso pueden
llegar por sí mismas.

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Y eso es lo que hacía casi todo el tiempo, en el salón, repartiendo té y un poco de
simpatía.
Se levantó y dio la copa a Gracie.

-Lady Octavia está presentando a nuestra oradora invitada a los asistentes, pero
en cuanto termine vendrá. Mientras tanto, encenderé un fuego e iré a buscar un
poco de té y unos bocadillos. ¿Qué le parece?
Gracie sorbió por la nariz y asintió.
-Hace mucho que no como nada. Creo que por eso me desmayé.
La caja de yesca estaba sobre la repisa de la chimenea. La yesca prendió al
primer intento de Gwyn, que rápidamente lo acercó a la leña menuda de la
chimenea.
-Lo ha hecho como si hubiera estado sirviendo toda la vida -dijo Gracie,
admirada.
Gwyn sonrió.
-¿Se refiere a encender la yesca? Gracie asintió, y Gwyn se rió.
-Es que tengo mucha práctica. No tengo criados que me enciendan el fuego.
-¿Cómo ha dicho que se llamaba? -Gwyn Barrie.
El rostro de Gracie expresó reconocimiento y dedicó una tímida sonrisa a Gwyn.
-Ella habla de usted sin cesar. Milady, me refiero. Dice que es usted muy
valiente. Tiene un hijo, ¿se llama Mark?
-Sí, pero me sorprende que lady Octavia...
Se calló. El ruido de cristales rotos, seguido inmediatamente de chillidos
aturdidores llegó desde el otro lado de la casa, y voces de hombres que se
gritaban unos a otros. Gracie se puso en pie de un salto.
-No se preocupe -dijo Gwyn tranquilizadoramente-. Son solo unos muchachos
gastando una broma. En serio, no tiene nada que temer. Siéntese en el sillón y yo
iré a buscar té y bocadillos.
Era lo que había imaginado, una broma, aunque nadie se estaba riendo. Vio a dos
de los «guardias», el señor Needham y el mayor Sommerville, reduciendo a un
joven y arrastrándolo hacia la puerta. I_a gente gritaba para hacerse oír, pero
nadie estaba asustado.
Vio a Judith en la entrada del salón de té y se abrió camino hacia ella.
-¿Qué ha sucedido? -preguntó. Judith estaba temblando de rabia.

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-Un bruto, vestido como un caballero, ha lanzado un ladrillo por la ventana del
salón de lectura. No te preocupes, pagará por esto de uno u otro modo. El mayor
Sommerville conoce a su padre, y, según dice, el joven Tommy deseará no haber
nacido.
Gwyn comentó, casi para sí misma: -¿Por qué nos odian tanto?
-Porque queremos cambiar las cosas -respondió Judith- y eso les asusta. No
pueden ganarnos con palabras, por eso nos rompen las ventanas.
Gwyn estaba más inquieta por Gracie que por las ventanas rotas.
-Judith -preguntó-, ¿podrías traer té y unos bocadillos al despacho? Hay una
muchacha que se ha desmayado, y no quiero dejarla sola.
-Por supuesto. Ya me encargo yo.
Gwyn se volvió y se dirigió al despacho. No la sorprendió mucho encontrarlo
vacío. Gracie ya estaba asustada de entrada. No se necesitaba mucho para que
fuera presa del pánico.
Estaba a punto de cerrar la puerta cuando sus ojos se posaron en el abrigo que
colgaba del perchero. Un abrigo azul, como el suyo, pero que no era el suyo. Era
el abrigo de Gracie. No había señales de su abrigo ni del sombrero y el paraguas
que estaban sobre la silla.
Se volvió y fue hacia la puerta principal. Solo vio un mar de paraguas de mujeres
que se apresuraban hacia sus carruajes.
Gracie volvería, pensó Gwyn, no solo para devolverle el abrigo, sino porque todas
volvían
Gracie abrió el paraguas casi antes de cruzar la puerta de la biblioteca y
mantuvo la cabeza baja por si acaso alguien la estaba vigilando. Ahora sabía que
algo terrible le había sucedido a Johnny, y que algo terrible le sucedería a ella si
no se marchaba. Le había visto, al señor Wheatley, el abogado del amo, el
hombre que su señora temía más que a su propio esposo. Le había visto cuando la
señora Barrie abrió la puerta.
Se estremeció, pensando que en cualquier momento podía sentir la mano de él
sobre su hombro. Su instinto le decía que echara a correr, pero estaba atrapada
entre las mujeres que se dirigían a los carruajes estacionados en la plaza y solo
podía dejarse llevar.

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La tentación de mirar atrás era casi irresistible. Pero eso era lo que él estaría
buscando, una mujer que sabía que era perseguida. Tenía que mantener la calma.
No echaría a correr hasta que llegara al último carruaje de la plaza, o hasta que
sintiera el aliento de él en la nuca. Cuando las damas que caminaban a su lado
saludaban a las que subían a sus carruajes, ella hacía lo mismo. Nadie parecía
notar que no era una de ellas. Era lo que ella pretendía, mezclarse con la
multitud para que nadie pudiera distinguirla.
En la esquina de Frith Street entró en acción. Como si su carruaje la esperara a
la vuelta de la esquina y no tuviera ninguna preocupación, se volvió y saludó con la
mano a sus sorprendidas compañeras. A continuación dobló a toda prisa hacia
Frith Street y corrió.
No podría haber elegido mejor, porque Frith Street tenía comercios en casi
todas las fincas. La primera tienda que encontró fue el taller de un pintor. Entró
por delante y salió por la puerta de atrás antes de que nadie pudiera
impedírselo.
El Ángel estaba a cuatro pasos, pero Gracie tomó desvíos y tardó un buen rato
en llegar. Tenía tanto miedo de que la descubrieran que, cuando llegó a la puerta
de su habitación, no se atrevía a entrar, pero oyó los pasos de alguien en la
escalera y eso aún la asustó más. Una vez dentro cerró la puerta con llave y se
apoyó contra ella. Cuando los pasos dejaron de oírse, se arrastró hacia un sillón y
se sentó, abrazándose el cuerpo y castañeteando los dientes.
La esperaban en la Biblioteca para Damas. Johnny le había dicho que los
vigilaban, y que no era seguro ir allí, pero ella había dicho que valía la pena
arriesgarse. Tenía que hacer algo. Porque si alguien podía ayudarla era lady
Octavia.
Gracie recordaba muy bien a lady Octavia. Ella había estado una vez en la casa y
había obligado a Gerrard a permitirle visitar a lady Mary. Pero se había mar
chado creyendo que lady Mary estaba enferma. No lo estaba. Estaba intimidada
y tal vez sedada. Ahora era aún mucho peor, porque poco después ella y Johnny
habían intentado llevarse a lady Mary.
Gerrard haría pagar a su esposa que le hubiera desafiado de formas que Gracie
no quería ni imaginar. Debía hacer saber a lady Octavia que lady Mary estaba

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retenida contra su voluntad. Lady Octavia era su única esperanza, no solo para
salvar a su señora, sino también para encontrar a Johnny.
Lo que no podía comprender era por qué Gerrard estaba tan decidido a
atraparlos a ella y a Johnny. Los amigos de Johnny le habían advertido de que un
personaje de mala catadura estaba preguntando por él y que no se dejara ver.
¡Ojalá no hubiera ido a cobrar su salario! Pero se estaban quedando sin dinero.
¿Qué podía hacer?
Tal vez debería acudir a las autoridades. Pero ¿qué podía decirles? ¿El gran y
poderoso señor Gerrard no deja salir a su esposa de la casa? Les daría igual. No
escucharían a una simple doncella. Y tampoco les importaría que Johnny, un
simple lacayo, hubiera desaparecido. Oyó pasos en el pasillo y se puso de pie de
un salto, con el corazón latiendo alocadamente contra sus costillas. Cuando los
pasos se alejaron y oyó que una puerta se abría y se cerraba, se estremeció de
alivio, y volvió a sentarse en el sillón.
No podía quedarse allí. Había demasiada gente. Pero no tenía amigos, ningún sitio
adonde ir. Sus ojos volaron hacia las maletas.
Su bolsa ya estaba lista, y no solo la suya, también la de lady Mary. La visión de
aquellos bultos hizo que le saltaran las lágrimas. Habían sacado las bolsas, pero
no habían podido sacar a lady Mary. Si hubieran tenido un poco de suerte, ella y
lady Mary estarían ahora en Hampstead, empezando una nueva vida. Todo estaba
previsto. Había una casita, al borde del brezal, donde podrían vivir en paz y
tranquilidad.
-Serás mi compañera, Gracie -había dicho lady Mary-, y, para que se vea, te he
comprado ropa nueva. -Lo siento, milady -susurró Gracie, como si lady Mary
estuviera a su lado. Cuando había visto a Wheatley, no se había detenido a
cambiar los abrigos. Ni siquiera lo había pensado. De modo que ahora el abrigo
más bonito que había poseído en su vida estaba colgado de un perchero de la
Biblioteca para Damas, y dudaba que pudiera volver a verlo.
Se quedó un largo rato acurrucada en el sillón, intentando pensar en una solución.
Cuando había iniciado aquella aventura, le había parecido tan sencillo. Una esposa
que quería abandonar a su esposo no era un crimen capital. Pero ahora todo era
diferente.

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¿Qué debería hacer? ¿Adónde podía ir? Finalmente, se secó las mejillas húmedas
con los puños y respiró hondo. Solo existía un sitio al que podía ir y era la casita
de Hampstead. Johnny la conocía. Y si lady Mary lograba huir de su marido, allí
sería adonde iría. Entonces empezarían la nueva vida que lady Mary deseaba, y
Johnny también estaría a salvo. ¿Y si no aparecían ni milady ni Johnny?
Se cubrió la cara con las manos y se echó a llorar amargamente. No entendía por
qué las cosas habían llegado a aquel punto. Ella solo quería ayudar a su señora.
El ocupante de la habitación contigua a la de Gracie estaba echado en la cama,
completamente vestido, fumando tranquilamente un cigarro. Él también había
estado en la biblioteca y, cuando Ralph le había señalado a la doncella, no se
había perdido ninguno de sus movimientos. Gracie no tenía ninguna posibilidad, en
opinión de Harry, aunque tenía mérito que lo hubiera intentado. Pero una
muchacha con un abrigo azul caminando bajo la lluvia con un paraguas negro,
cuando las personas sensatas estaban a cubierto, no era difícil de seguir. Y él
era el rey del juego.
La había seguido hasta las escaleras del Ángel, había observado en qué
habitación entraba, e inmediatamente había ido a la recepción para alquilar la
habitación contigua. Si le apetecía, podía matarla allí mismo y escabullirse antes
de que nadie se enterara. Pero estaba el detalle del retrato en miniatura.
Wheatley le había dicho que era más que probable que la doncella supiera dónde
estaba escondido y pudiera guiarle hasta él. Si fuera posible, debía conseguir el
retrato antes de matar a la joven. Y lo mismo en cuanto a la señora Barrie.
La señora Barrie podía esperar. Tenía un hijo. No iba a marcharse a ninguna
parte. Se ocuparía de ella muy pronto. Pero la doncella -debía empezar a pensar
en ella como Gracie-, Gracie era presa del pánico. Quería ver qué pensaba hacer
a continuación, a quién intentaba ver o con quién hablaba, adónde se proponía ir.
Miró el reloj. Pasarían horas antes de que la muchacha se pusiera en marcha.
Esperaría a la seguridad de la noche. Bien, a él ya le convenía. Seguro que había
una casita en algún lugar, aislada, pensó, donde una mujer fugitiva y su doncella
no llamarían la atención. Y eso también le convenía.
Si tenía la miniatura, seguro que estaba allí. Especuló sobre la miniatura durante
largo rato y concluyó que tenía que haber algo en ella que podía destrozar la vida
de Hugo Gerrard. No se sintió tentado de ir más allá de la especulación. Tenía un

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negocio lucrativo bien organizado, y el chantaje no haría más que estropearlo.
Eso era lo que significaba para él matar a la doncella y a la viuda: un negocio.
Pero no todos sus asesinatos eran así. Algunos eran un desafío, eran
emocionantes y peligrosos. Sonrió para sus adentros, recordando su último
encargo. De aquel sí podía sentirse orgulloso.
Se había colado en un banquete de boda y había ahogado al novio frente a
centenares de testimonios, en su propia fuente. Todos pensaron que el novio
estaba borracho y el forense había dictaminado muerte accidental. Y él se había
llevado una pequeña fortuna, cortesía de la apenada viuda.
Gracie y la señora Barrie. No podía verle ninguna emoción. Los riesgos eran
mínimos. No le producía ningún estímulo. Cualquier imbécil podía hacer el trabajo.
Se preguntaba qué le habría contado Wheatley a Gerrard sobre él. Todo lo que
pudiera haberle contado era mentira, porque Wheatley no sabía nada de él.
Harry había conocido a Wheatley cuando utilizaba uno de sus muchos alias, y uno
de sus muchos disfraces. Si se presentaba tal como era y miraba a Wheatley
directamente a los ojos, el abogado no podría reconocerle.
Se suponía que él no sabía que Hugo Gerrard le pagaba los honorarios. Bostezó.
Wheatley debía tomarle por tonto, por un cabeza hueca que solo sabía ganarse la
vida de esa manera. Era la impresión que le gustaba dar. Pero él se consideraba
un profesional, además de una especie de artista. Había hecho sus deberes. Y si
algo se torcía, su primera lealtad era consigo mismo.
Una vez fumado el cigarro hasta la colilla, se levantó para echarlo a la chimenea.
Su siguiente tarea era mirarse al espejo, encima del lavabo. Podía cambiarse el
aspec to para adaptarse al papel que representaba, pero en este caso no sería
necesario. Daba lo mismo que la doncella le hubiera visto en la biblioteca. No iba
a describirlo a nadie.
Se le ocurrió que ella podría saber que Rowland había muerto. Pero si lo sabía
seguro que no quería creerlo. Se miró al espejo y ensayó su papel.
-¡Gracie! -Pronunció el nombre en voz baja y en tono urgente-. ¡Gracie! Soy
Johnny. Déjame pasar. No resultaría. Lo intentó de nuevo.
-Gracie, Gracie, ¿me oyes? Soy Johnny. Déjame pasar.

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Capítulo 8

Aquella misma noche, Gwyn estaba en la cocina cortando verduras para el caldo
de ternera que pensaba preparar para cenar, cuando Maddie le trajo una carta
que acababan de entregar en la puerta. Después de secarse las manos en el
delantal, Gwyn rompió el sello y le echó un vistazo.
Era de Armstrong, el abogado, y decía que la recibiría al día siguiente a las dos,
si no era inconveniente para ella, en cuyo caso, la cuestión del legado tendría
que esperar una semana más porque él tenía asuntos en Dover.
Procuraría que no le fuera inconveniente, pues la curiosidad la estaba matando.
-¿Es por lo del abrigo? -preguntó Maddie. -No. Es una carta de mi abogado.
A Maddie no le interesaban los abogados. Estaba admirando el abrigo azul que
estaba colgado de un gancho de una de las cámaras de ventilación frente a la
chi menea, y pasaba la mano respetuosamente sobre el tejido.
-Es un abrigo precioso -dijo-. Un abrigo de señora. De señora de verdad, quiero
decir.
Gwyn dobló la carta, se la guardó en un bolsillo y siguió cortando verduras.
-Ni que fuera de marta -contestó ella-. Quiero recuperar mi abrigo.
-Pues si este abrigo fuera mío -comentó Maddie-, yo también querría recuperar
mi abrigo. No se preocupe, la dueña de este abrigo se le presentará en casa
antes de que termine el día.
-No sabe dónde vivo.
-Bueno, pero puede averiguarlo, supongo. Alguien de la biblioteca se lo dirá.
-La biblioteca está cerrada hasta que arreglen la ventana.
-¿Qué hará, entonces? Gwvn levantó la cabeza. -¿Hacer? ¿Sobre qué?
-Este abrigo. ¿Se lo va a poner hasta que recupere el suyo?
-Por supuesto que no.
-Pero si es el único abrigo que tiene... Ya le advertí que no debía regalar el
abrigo negro.
-No lo regalé. Se lo presté a la hermana de mi vecina. No te preocupes, Maddie,
me pondré la pelliza de verano.
Maddie puso cara de sufrimiento.

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-¿Y este abrigo se quedará aquí muerto de asco, mientras usted tiembla y le
salen sabañones? -Seguro que solo serán un día o dos. Además, no me encontraría
cómoda llevando un abrigo tan bonito. Imagínate cómo me sentiría si se me
estropeara o manchara.
-¿Se lo ha puesto para volver a casa?
-No. Estaba empapado, y una de las damas me ha acompañado a casa con su
carruaje. -Maddie se quedó cabizbaja y Gwyn no pudo evitar sonreír-. Maddie ''
-dijo-, no puedo ponerme un abrigo que pertenece a otra señora. Aunque
estuviera hecho un harapo. Lo traje a casa porque es demasiado valioso para
dejarlo en la biblioteca mientras trabajan los mozos. Podría entrar cualquiera y
llevárselo.
-Uno de estos días -comentó Maddie firmemente-, algún día tendrá un abrigo
como este, estoy segura. -Oh, sí, estoy segura -contestó Gwyn haciendo una
mueca.
Después de esto, Maddie salió de la cocina para ir a casa de la señora Jamieson
en Soho Square, pero volvió casi inmediatamente.
-Lo había olvidado -dijo-. La señora Perkins dice que la otra noche vino un joven
y preguntó por usted. No dijo quién era ni qué quería. La señora Per kins cree
que lo mandaba el casero por alguna reparación.
«La otra noche» debía de ser la noche de la desastrosa fiesta cuando la señora
Perkins se quedó cuidando de Mark, y las «reparaciones» eran un tema amargo
para Gwyn. El casero se mostraba muy comprensivo, pero nunca hacía nada al
respecto.
-¿Va a volver?
-No lo dijo, y la señora Perkins no se lo preguntó. Cuando Maddie se marchó,
Gwyn se afanó en la cocina preparando la cena. No tuvo tiempo de volver a
pensar en el abrigo hasta unas horas después, cuando Mark estaba en la cama y
las velas encendidas.
«Un abrigo de señora -había dicho Maddie-. De señora de verdad.» Gwyn
examinó el abrigo a conciencia en su dormitorio, y no pudo por menos de estar
de acuerdo con Maddie. Era muy superior al suyo, de estambre azul
descolorido. No llevaba etiquetas, nada que la ayudara a localizar a la dueña o al

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fabricante que lo había hecho. Se lo probó y se miró al espejo. Podrían haberlo
confeccionado para ella.
No. Para ella, no. Solo una mujer con gusto y dinero podría haber comprado
aquel abrigo. Y eso extrañaba a Gwyn, porque la joven que había olvidado el
abrigo no le había dado la impresión de ser una señora o de nadar en la
abundancia. La idea que se había formado en su cabeza era la de una joven esposa
con un marido que trabajaba en algún despacho, y los oficinistas no ganaban tanto
dinero como para comprar un abrigo como ese.
Todavía pensando en Gracie, Gwyn se quitó el abrigo y lo dobló sobre una silla.
Había conocido a otras mujeres en la biblioteca que acudían allí por miedo a sus
maridos. Le vino a la cabeza lady Mary Gerrard. Se había presentado en la
biblioteca hacía cuatro meses para asistir a una conferencia sobre jardinería
inglesa y después se había convertido en una asidua. Judith tenía razón. Lady
Octavia sabía lo que se hacía. Organizando conferencias que no tenían nada que
ver con la causa atraía a mujeres a la biblioteca que en condiciones normales no
habrían ido nunca, y, si les gustaba lo que veían y oían, volvían a por más y
contribuían a hacer correr la voz.
Al principio, lady Mary parecía más tímida que la mayoría. Lo único que quería era
amistad y conversación. Había ido al lugar adecuado, porque durante el día el salón
de té estaba siempre abierto, y lady Octavia y sus ayudantes se esforzaban por
recibir bien a las nuevas. Eso es lo que había ocurrido en su caso. Ella pasaba por
delante de la biblioteca dos veces cada día. Una tarde, se decidió a investigar, y
se quedó a tomar el té. Y allí empezó su interés por el trabajo de lady Octavia con
mujeres desafortunadas.
Allí había conocido a lady Mary, en el salón de té, y cuando le había mencionado su
interés por el paisajismo, se rompió el hielo. Lady Mary se olvidaba de la timidez
cuando se trataba de jardinería. Había donado libros de su propia colección para
la biblioteca de referencia. Había visitado todas las grandes casas del sur de
Inglaterra solo para ver los jardines. Pero su orgullo eran sus propios jardines de
Rosemount, jardines que habían sido diseñados por un joven jardinero paisajista
llamado Williard Bryant, que había muerto trágicamente antes de poder cumplir
las esperanzas depositadas en él.

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-Un día -había dicho lady Mary melancólicamente-, abriré mis jardines al público,
y todos sabrán cuánto talento poseía Williard.
No lo haría nunca, aclaró Judith a Gwyn más tarde, porque el esposo de lady
Mary no se lo permitiría. Cualquier cosa que proporcionara placer a su esposa
intere saba poco al Muy Honorable Hugo Gerrard. De hecho, era más probable
que lo prohibiera, pues le gustaba demostrar su poder.
También hablaron de la posibilidad de que Gwyn visitara Rosemount, pero ella y
lady Mary sabían que eso no sucedería nunca. De modo que lady Mary hizo lo que
pudo en lugar de eso. Trajo una caja de dibujos de los jardines y los hizo
catalogar en la biblioteca de referencia de modo que solo se enseñara cuando
hubiera alguien presente, para asegurar que no desaparecía nada. Gwyn vio los
dibujos y supo que lady Mary no había exagerado acerca del talento del joven
Bryannt. Presentía que había habido algún romance, pero lady Mary nunca habló
de ello.
Había bastante más en su amistad con lady Mary que la jardinería. Se había
formado un curioso vínculo entre las dos. Tal vez fuera porque lady Mary sabía
es cuchar, o tal vez era porque las dos reconocían tácitamente que habían
recorrido el mismo camino. Pero su amistad solo se manifestaba en la Biblioteca
para Damas de Soho Square, y eso era suficiente para las dos.
Hacía más o menos un mes las visitas de lady Mary a la biblioteca cesaron de
golpe. Cuando Gwyn y algunas damas fueron a verla, no les permitieron entrar.
Lady Mary estaba indispuesta, les dijeron. Entonces fue cuando intervino lady
Octavia. Ella no era tímida en absoluto. Se negó a dejarse rechazar.
Había vuelto a la biblioteca meneando la cabeza. La pobre lady Mary estaba más
que indispuesta. Sufría alguna clase de demencia. Era muy triste, pero la estaban
cuidando bien.
Gwyn se preguntó hasta qué punto había contribuido el señor Gerrard a la
demencia de su esposa, y eso la sacó de quicio. Era una lotería. Si una mujer se
casaba con un buen hombre, estupendo. Si no, él podía destrozarle la vida.
Ella podía hablar por experiencia. Se había arriesgado con el gallardo capitán
Nigel Barrie, con su atractiva cara y su labia, y lo había pagado más caro de lo
que nadie se podía imaginar, excepto quizá las mujeres que habían jugado y
perdido como ella, mujeres como lady Mary.

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Inquieta, se fue al piso de abajo. Sin ser consciente de ello, se sentó ante el
piano. Tocaría algo animado, decidió, algo que le levantara el ánimo. Pero cuando
sus dedos se movieron por las teclas, no tocaron una pieza animada, sino una
lenta y romántica; una canción de amores perdidos.
De repente dejó de tocar y se llevó una mano a la nuca. Sentía una sensación de
ardor, y se volvió rápidamente y escrutó la habitación con los ojos. Solo ha bía
una vela encendida, pero vio a un hombre sentado en una de las butacas,
observándola. Era Jason.
Por un momento, pensó alocadamente que lo había conjurado ella con su
pensamiento. Él se movió un poco y ella se puso de pie inmediatamente.
-¿Qué haces aquí? -preguntó, acercándose a él-. ¿Cómo has entrado? -Pero
cuando empezó a sentir alivio al no verse en peligro, dio rienda suelta a su en
fado-. ¡Casi me matas del susto! Podría haber tenido una pistola y haberte
matado. ¿Es que has perdido el juicio?
-¿Tienes una pistola? -preguntó él divertido.
-La verdad es que sí, y sé usarla. Fui la esposa de un soldado, por si no te
acordabas.
-Esa es una cosa que no he olvidado nunca -dijo él con calma.
Su expresión era seria, casi severa, demasiado severa para preguntarle qué le
pasaba.
-Siéntate, Gwyn. -Indicó un sillón al otro lado de la chimenea.
Ella se sentó.
-He llamado al timbre de la puerta principal -dijo él-, pero no me ha abierto
nadie.
-No funciona. Deberías haber llamado con el picaporte.
-Entonces fui a la puerta de atrás y la encontré abierta. Oí el piano y supe que
estabas en esta habitación. No me has oído al entrar, y de todos modo, no
deseaba interrumpirte. Siempre me ha gustado oírte tocar. -Gracias -contestó
ella. Ignorando su frialdad, Jason siguió.
-He cerrado después de entrar. Deberías tener más cuidado, Gwyn. Cualquiera
podría haber entrado en tu casa.
Ella le miró furiosa.
-Ha entrado alguien. Tú.

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Jason se frotó el cuello y estiró los músculos de los brazos y hombros.
-Mira, sé que es tarde -dijo-, y me disculpo por haberte asustado. Pero tengo
malas noticias y he preferido venir a contártelas antes de que las leas en el
periódico.
Un estremecimiento le recorrió la columna. -¿Se trata de la fiesta en casa de
Sackville> -Sí.
El hecho de que tardara tanto en contárselo no hizo más que avivar sus temores.
-Mi nombre saldrá en los periódicos.
-No, no, ni mucho menos. -Calló, y después continuó bruscamente-. Después de la
fiesta, encontraron un cadáver al pie de la escalera de los criados, el cadáver de
un lacayo. Le asesinaron, Gwyn, le asesinaron brutalmente. Se llamaba Johnny
Rowland.
Con la cabeza como un remolino, Gwyn casi se levantó del sillón, pero después se
dejó caer hacia atrás. -¡Un asesinato! ¡Qué horror! ¡En la escalera de los criados!
-Sí. Los periódicos no lo mencionaron porque las autoridades querían tener los
datos claros antes de dar ninguna información. Ni siquiera estaba empleado en la
casa de Sackville.
-¿Cómo lo sabes?
-Conozco a uno de los magistrados de Bow Street. Él me lo contó.
-Creo que oí algo -apuntó Gwyn con voz temblorosa.
Jason se incorporó de golpe. -¿Qué?
-Al bajar la escalera. No estaba segura del piso en que me encontraba. Entonces
oí pies que se arrastraban y gemidos. Creí que eran un hombre y una mujer... ya
sabes. De modo que crucé la puerta del rellano para no tener que pasar por su
lado.
-¿Tú...? -Tartamudeó y después rugió-. ¿Te das cuenta de la suerte que has
tenido? De haber bajado aquella escalera, podrían haberte matado a ti también.
Necesitas un guardián. Deberías estar atada. Ninguna mujer decente debería
haberse dejado ver en aquella guarida de iniquidad.
Ella le miró furiosa.
-Fui allí por error. ¿Qué excusa tienes tú? -¡Usa tu imaginación!
Silencio. Gwyn dobló los brazos delante del cuerpo. Él apretó los dientes.

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Poco a poco, los músculos de la espalda de Jason se relajaron y la ira se esfumó
de sus ojos.
-Me disculpo -dijo-. Espero que entiendas que mi ira se debía solo al miedo.
Sus palabras la ablandaron, pero solo un poco. Él le había dicho que usara su
imaginación, y eso era precisamente lo que estaba haciendo. Inclinó la cabeza, y
entonces dijo:
-Supongo que las autoridades querrán interrogarme.
-Ni siquiera saben que existes.
-Pero muy pronto lo sabrán. Yo estaba en la lista de invitados.
-Estabas... -Los ojos de Jason se encendieron, y después dijo rabiosamente-:
Mataría a Sackville con gusto por ser tan estúpido.
Ella tenía la misma sensación, pero no servía de nada.
-Y soy testigo. ¿No debería presentarme voluntariamente?
-No. Espera a que se presenten ellos. Dudo que lo hagan. Tienen a peces más
gordos en esa lista para tirar del hilo. Tú eres un pececito. Puede que no vengan
nunca. Porque tú no viste nada, ¿verdad?
-No.
-Pues olvídate. Lo digo en serio, Gwyn. No quiero verte involucrada en esto a
ningún precio.
Esto la ablandó un poco más. -Gwyn...
-¿Qué?
Jason se echó un poco hacia delante.

-Quiero que vengas conmigo. Ahora mismo. Quiero que hagas las maletas, cojas a
Mark y vengas conmigo a Half Moon Street.
-¿Qué? -Gwyn se quedó boquiabierta. Él le sonrió débilmente.
-Hay algo en todo este asunto que me huele muy mal. Me dijiste que te vigilaban.
Ahora eres testigo de un asesinato. He hablado con el magistrado. He hablado
con Sackville. Volví a la casa y hablé con los lacayos. Fue un asesinato brutal. Lo
que quiero decir es que me sentiría más tranquilo si no vivieras sola.
Estaba conmovida, realmente conmovida, pero no podía aceptar su oferta.
-No puedo dejarlo todo y mudarme a Half Moon Street. Me quedaría sin alumnas.
Jason apretó los dientes.

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-Si te empeñas en dar lecciones de piano, puedes darlas en mi casa tan bien como
aquí.
-Verás qué bonito cuando tu familia venga a la ciudad para la presentación de
Sophie. Como si lo viera. Mis alumnas entrando y saliendo y tropezando con
señoras elegantes que vienen para su visita matinal. -Meneó la cabeza-. Jason, tu
abuela te arrancaría la piel.
Jason chasqueó la lengua.
-Puede que sí, pero parece que al final no va a venir a la ciudad. Sophie se ha
puesto pesada. Hay un joven en Brighton del que dice estar enamorada.
-Pues entonces sí que está del todo descartado. No puedo instalarme en la casa
de un soltero. -Levantó una mano para que no la interrumpiera-. Escúchame -dijo-
, no fui testigo de nada. Tú mismo lo dijiste. Y había docenas de damas en aquella
fiesta. No puedes ofrecerte a cuidarlas a todas.
Él no le devolvió la sonrisa.
Tras un prolongado silencio, Jason se agitó. -Hay algo más que deseaba
comentarte. Inexplicablemente, el pulso de Gwyn se aceleró. -¿De qué se trata?
-Te debo una disculpa por lo de la otra noche. Lo siento si te asusté. Mi única
defensa es que me volví loco cuando te encontré en aquella casa. ¿Podrás
perdonarme?
Era una buena disculpa y merecía una buena respuesta. Dijo, no demasiado
amablemente: -Olvidémonos de ese episodio, ¿entendido? Como si no hubiera
sucedido.
Cometió el error de mirarle a los ojos. Tenía los ojos más irresistibles que
había visto en ningún hombre. Su mirada escrutadora la hizo sentir
transparente como el cristal de una ventana, y eso la puso nerviosa.
Cuando sonrió, Gwyn se alarmó incluso más. -¿Qué? -preguntó.
-No habían puesto droga en tu vino. Se lo pregunté a Sackville. No le habían
puesto nada, Gwyn.
-O sea que mi vino no tenía droga. ¿Y qué? Jason se levantó, se acercó a ella, y
le acarició la mejilla.
-Tú misma -dijo simplemente él, y después sonriendo de oreja a oreja salió de
la sala.

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Y ella lo entendió. Inmediatamente. Otro pensamiento le cruzó la cabeza, y la
oferta de mudarse a la casa de él se volvió tremendamente sospechosa.
Pegó un salto y corrió para alcanzarle. Él ya estaba en la puerta.
-¡No te acerques a mí, Jason Radley! No tengo nada más que decirte. ¡No te
acerques a mí!
Cuando él se volvió de repente para responderle, ella tuvo la mala suerte de
tropezar con él y él se vio obligado a sostenerla agarrándola por los hombros.
La miró con ojos brillantes.
-Sabía que una jovencita tan lista como tú lo comprendería -dijo-. ¿Cómo
quieres que no me acerque a ti? Mañana nos veremos en el abogado a las dos,
¿no es así? Hasta entonces.
La besó rápidamente y, antes de que ella pudiera recuperarse, salió de la casa.
-Y cierra bien la puerta -gritó Jason antes de alejarse.
La sonrisa de Jason duró hasta que dobló la esquina de Soho Square. Cada paso
que hacía alejándose de Gwyn incrementaba su inquietud. Estaba sola, sin
protección, exceptuando la pistola que decía tener. ¿Por qué era tan obstinada?
Bueno, él podía ser igual de obstinado. Si ella no se mudaba a Half Moon Street,
él encontraría otra forma de protegerla. Pero estaba totalmente decidido a no
permitir que siguiera sola hasta que se resolviera el misterio del asesinato de
Johnny Rowland.
Tal vez Gwyn tenía razón, y estaba haciendo una montaña de un puñado de
coincidencias. De todos modos, no pensaba arriesgarse.
Conocía a alguien que podría ayudarle a poner en orden sus ideas: Richard
Maitland, jefe de personal de la División Especial.
Soltó un suspiro. Richard tenía cosas mejores que hacer que investigar el
asesinato de un lacayo. Su campo de operaciones era la seguridad nacional. Pero
los magistrados eran prácticamente inútiles. Si Sackville o uno de los invitados
hubiera sido asesinado, se estarían esmerando por resolver el crimen, pero por
un lacayo no moverían ni una ceja. Se le ocurrió que uno de los invitados de la
lista era un miembro del gabinete del primer ministro. Era posible que Richard
tuviera que involucrarse después de todo.
Estaba a punto de cruzar Piccadilly cuando se detuvo de golpe. Después de una
breve vacilación, volvió sobre sus pasos. Echaría otro vistazo a Sutton Row,

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decidió, para asegurarse de que Gwyn estaba a salvo, y pasaría la noche vigilando
la casa.

Capítulo 9

Cuando Gwyn abrió la puerta trasera, se esperaba encontrar a su criada con el


Courier de la mañana, pero en su umbral había un joven, con aspecto de
trabajador o repartidor. Llevaba encima una caja de herramientas sucia, de piel.
-He venido por lo del yeso -dijo. -¿El yeso?
El joven miró un pedazo de papel que tenía en la mano. -¿Señora Barrie?
-Sí.
-Entonces es aquí.
Gwyn empezaba a entender lo que quería el joven. -No le pedí al casero que me
arreglara el yeso. Es el techo lo que necesita un arreglo. Hay una gotera en el
desván y la humedad ha traspasado uno de los dormitorios.
El joven la miró perplejo.
-Yo no sé nada de eso -insistió-. A mí me dijeron que echara un vistazo al
enyesado y le comunicara a mi jefe lo que iba a costar el trabajo.
-¿Puede arreglarme el tejado primero?
-Ni hablar. Yo no me dedico a eso. Pero se lo diré a mi jefe y él hablará con su
casero.
Gwyn abrió un poco más la puerta.
-Pase. Tiene razón en lo del enyesado. Hay grietas en algunas habitaciones. Pero
ojalá el señor Pritchard pusiera remedio a lo de la gotera. Hasta que no lo arre-
gle, no vale la pena cambiar el yeso.
Le hizo pasar al vestíbulo de atrás, y cerró la puerta con el pestillo.
-¿Cómo se llama?
-Harry. -Ya estaba mirando con ojos de experto las finas grietas del techo-.
Tendré que examinar todas las habitaciones, pero no le ensuciaré nada; al menos
hoy. Solo haré una evaluación.
-Entonces será mejor que empiece por el salón, Harry -comentó Gwyn,
indicándole el camino-, antes de que llegue mi próxima alumna.

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-¿Cuánto tardará? -Unos cinco minutos. Gwyn se acordó de algo.
-¿Fue usted quién vino a verme hace tres noches? ¿Le mandó el señor Pritchard?
Él meneó la cabeza. -No, no fui yo.
No tenía importancia. El señor Pritchard podía haber mandado a otra persona sin
habérselo mencionado a Harry.
Parecía que el hombre sabía lo que se hacía, o sea que Gwyn le dejó solo y volvió
a la cocina. Mark estaba sentado a la mesa, de espaldas al fuego, con los libros,
lápi ces y papeles preparados para la lección matinal. Casi había terminado con
las sumas que le había puesto su madre antes del desayuno.
Cuando oyó su nombre, levantó la cabeza. -Sobre lo de esta tarde... -empezó ella
cautelosamente.
Al niño se le iluminaron los ojos.
-Me acuerdo. Es sábado v me llevarás a Gunther a tomar un helado.
-Lo haré. Pero ¿te acuerdas que dije que antes tenía que ver al primo Jason y al
señor Armstrong, el y abogado?
Mark asintió con la cabeza. -Para firmar unos papeles.
Gwyn no le había contado a Mark todos los detalles del legado, por si acaso no
todo salía bien.
-El problema es que la única hora que tiene libre para recibirme el señor
Armstrong es esta tarde.
Los ojos del niño se apagaron.
-¿No vas a llevarme contigo? Es sábado.
Ella le miró la carita expectante y no fue capaz de decirle que tendría que
quedarse en casa con Maddie. El sábado por la tarde siempre se lo reservaban
para hacer cosas juntos.
-Supongo que no habrá problema.
-A lo mejor el primo Jason me dejará subir a su coche.
-A lo mejor no lo trae. De todos modos, no debes pedírselo, Mark.
-No se lo pediré. Me prometió que podría volver a subir.
Ella no supo qué contestarle. Para Mark, las promesas tenían la fuerza de un voto
sagrado, que era por lo que ella casi nunca le prometía nada.
-Puede que lo haya olvidado -añadió.

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-No, el primo Jason, no -contestó él, como si conociera a Jason de toda la vida-. A
lo mejor podríamos ir a Richmond. Eso también lo dijo.
Gwyn se echó a reír
-Sí, y podríamos pasar el Canal de la Mancha y llegarnos a París.
-Richmond no está tan lejos.
Ella le cogió la barbilla y le miró a los ojos. -Escúchame, jovencito. El primo Jason
tal vez tenga otras cosas qué hacer. Iremos a tomar un helado en Gunther, y
puedes confiar en esta promesa. ¿Entendido? Y otra cosa, ha venido un
trabajador, un yesero. Estará por aquí un rato. Tú haz tus deberes y déjale tra-
bajar. No le atosigues a preguntas.
-No lo haré.
Gwyn no pudo evitar reírse. Mark nunca podía contener su curiosidad, hasta el
punto de que a veces su pobre madre deseaba que la expresión «por qué» no se
hubiera inventado.
Su alumna llegó en aquel momento, y Maddie venía detrás de ella con el periódico
matutino. Gwyn tardó solo un par de minutos en encontrar lo que quería. La
primera página estaba dedicada a la inminente boda de la princesa Carlota y el
príncipe Leopoldo de Cobourg. Finalmente lo encontró, en una página interior, y le
echó un rápido vistazo. No había información nueva sobre la fiesta en la casa de
Sackville, solo que las autoridades seguían con su investigación.
Gwyn se sintió como si le hubieran quitado un peso de encima.
Cuando terminó la lección de piano, corrió a la cocina a ver cómo le iba a Mark con
los deberes. Se suponía que Maddie estaba planchando, pero Gwyn olió el aroma
apetitoso de algo recién salido del horno en cuanto abrió la puerta de la cocina.
Mark, Maddie y el joven yesero estaban sentados a la mesa disfrutando de unos
bollos con mantequilla y una tetera.
Al ver a Gwyn, Maddie se levantó de un salto y se ruborizó.
-Se... se me ha ocurrido hacer unos bollos -tartamudeó-, antes de ponerme a
planchar.
Harry, el yesero, se levantó tan tranquilo. -Y bien ricos que estaban -dijo.
Por primera vez, Gwyn se fijó en lo guapo que era. -Te acompañaré a la puerta,
Harry -dijo Maddie, ruborizándose de nuevo.

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Y también se fijó en lo guapa que estaba Maddie. Estaban flirteando, en su
cocina. Eso la hacía sentir un poco rara.
Cuando salieron de la cocina, Gwyn se sentó a la mesa y empezó a picotear un
bollo distraídamente, reflexionando sobre cómo podía proteger a su inocente y
joven don cella de los trucos de los hombres guapos. Notando los ojos
inquisitivos de Mark, se volvió a mirarle. -Veamos, jovencito -dijo-, ¿qué tienes
qué decir en tu favor?
Él la miró con cara de preocupación. -¿Estás enfadada conmigo, mamá?
-¿Eres un hombre? -Como él la miraba perplejo, Gwyn se echó a reír, le cogió la
mano y le apartó el pelo de la frente-. Es una broma -dijo-. Una broma de
mujeres. Para entenderlo tienes que ser una mujer. -¡Mujeres! -dijo Mark, e
hizo una mueca
Se oían risas y grititos al otro lado de la puerta. Gwyn se levantó.
-Voy a ver si Maddie se ha acordado de cerrar la puerta -dijo.
Mark miró cómo se marchaba su madre. Estaba a punto de contarle que esta
vez no había sido él quien había hecho muchas preguntas. Esta vez había sido el
yesero, Harry. No eran solo los niños los curiosos.
El primo Jason también había sido curioso, cuando esperaban que mamá volviera
de la biblioteca, y, más tarde, durante el paseo en coche. Pero no le importaban
las preguntas del primo Jason porque era de la familia. Estuvo un buen rato
pensando en el primo Jason. Si traía el landó y no se ofrecía a darle un paseo,
sabría que el primo Jason no era de fiar, no como se podía confiar en mamá.
Tendría que esperar para saberlo.
La oficina del señor Armstrong en Pall Mall estaba justo encima de un zapatero
remendón, y no era en absoluto lo que Gwyn esperaba. Aunque estaba bien situada,
por dentro era sombría y estaba atestada. Solo había un oficinista, un joven,
apenas un adolescente, que se interrumpía a cada frase para estornudar o sonarse
con un gran pañuelo blanco.
-Es el polvo -dijo, a modo de explicación. Jason ya los esperaba, pero el señor
Armstrong, según dijo el joven, llegaría con retraso, aunque aparecería en
cualquier momento. Les hizo pasar a un despacho interior y cerró la puerta.

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Gwyn se sentía molesta y un poco resentida con la tranquilidad evidente de Jason.
Él alabó la pelliza verde de ella, hizo un comentario sobre el tiempo y la invitó a
sentarse.
Jason se había quitado el abrigo de invierno y eso la hacía sentir menos rara con
su pelliza de verano. Por supuesto, la ropa de Jason estaba confeccionada por los
mejores sastres. Su chaqueta oscura se amoldaba a sus espaldas como una
segunda piel. Cuando le acercó una silla, no pudo evitar notar los músculos fuertes
de sus brazos y hombros.
De repente se dio cuenta de dónde la habían llevado sus pensamientos y se
ruborizó. Como Maddie, ¡se había ruborizado! Y cuando vio que Jason levantaba las
cejas inquisitivamente, se aturrulló.
Fue Mark quien la rescató, sin ser consciente de ello. -¿Por qué está tan
desordenado este despacho, mamá?
-No lo sé. -Agradecida de tener una excusa para evitar la mirada de Jason, echó
un vistazo a los libros y papeles que cubrían todas las superficies y parte del
suelo-. Hay gente que no nota el desorden, supongo. -En el caso del señor
Armstrong -comentó Jason-, creo que más bien es falta de interés. El oficinista
me estaba contando que el abogado es un predicador itinerante y pasa más
tiempo dando vueltas por los condados que en Londres.
-¿Y cómo se ocupa de sus clientes? -preguntó Gwyn, no muy convencida.
Jason se encogió de hombros.
-Pronto lo sabremos. Creo que acaba de llegar. Así era, un hombrecillo
rechoncho con las mejillas rojas, una calva reluciente, y rebosante de buen
humor. -Ah -dijo, teatralmente, parándose en el umbral-. ¿Cómo están? Soy
Benjamin Armstrong, y usted debe de ser la señora Barrie, el señor Radley y el
jefe Mark Barrie.
Unió las manos al sentarse detrás de su mesa. -No hay nada que me guste más
que unir a las familias -comentó.
De haber sido el señor Armstrong un vecino o un conocido, a Gwyn le habría
caído bien a primera vista. Su franqueza y bonachonería resultaban muy
atractivas.
Pero como abogado dejaba mucho que desear. Gwyn hizo un gesto con la cabeza
a Mark, que inmediatamente se levantó y pidió permiso para salir.

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-No, no -protestó Armstrong-. Quédese donde está, señor Mark. Los términos
de este legado les afectan a todos, y dado que esto concierne a su futuro,
tiene derecho a oír lo que voy a decir.
A Gwyn se le encendió una alarma. Miró a Jason. Él se encogió de hombros,
indicando su ignorancia, y alargó las piernas. No sonreía, pero a ella le pareció
que se divertía bastante.
-¿Mamá?
Los ojos expresivos de Mark estaban fijos en ella. Gwyn hizo un gesto de
asentimiento y el niño volvió a sentarse.
El señor Armstrong sonrió a todos por turno. -No es necesario que lea el
documento en cuestión -dijo-. Los términos son muy sencillos. Los intereses de
las diez mil libras del legado son para usted de por vida, señora Barrie, y
después el capital pasará directamente a su hijo.
Gwyn se echó un poco adelante.
-Yo no quiero los intereses de por vida. Desearía que el capital pasara a Mark
cuando sea mayor de edad. Armstrong meneó la cabeza.
-Me temo que eso no está en mis manos.
-¿No podríamos... -echó una mirada rápida a Jason, esperando su apoyo, pero él
tenía la mirada fija en sus botas--, no podríamos convencer a este anónimo
benefactor para que cambiara los términos del legado? -Me temo que no. Mis
instrucciones son muy claras. Mi cliente desea mantenerse incomunicado. Eso
significa que él o ella no quiere que se le moleste por ninguna razón.
-Pero... -Gwyn sonrió seductoramente-. ¿No podría escribirle, al menos para
darle las gracias? -No. -Armstrong apretó las manos y las apoyó en la mesa-. Le
gustaría saber quién es su benefactor. Es natural. Mi consejo es que se olvide de
ello. No especule. Cuando alguien desea mantener el anonimato, en casos como
este, normalmente significa que no desea que el beneficiario de su generosidad
se sienta en deuda con él. Si se pone en su lugar, creo que entenderá lo que le
digo.
Gwyn no supo qué contestarle. -¿Jason? --dijo, apremiándole.
-¿Qué? ¡Ah! -Se incorporó un poco en la silla-. Lo que me preguntaba -dijo- es
qué pasa con el legado si la señora Barrie se negara a aceptarlo.
Armstrong levantó las cejas.

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-Eso no es probable que suceda, ¿verdad?
--Por supuesto que no -metió baza Gwyn. Lanzó una mirada gélida a Jason. No era
el momento de hacer bromas. Sonrió al señor Armstrong-. Siga, señor
Armstrong. ¿Qué estaba diciendo?
-Ah, sí. Cuando el donante del legado lo considere oportuno, él o ella se dará a
conocer. Por consiguiente, usted solo deberá contener su curiosidad un poquito
más.
Gwyn se echó hacia atrás.
-¿Un poquito más? No entiendo nada. ¿Por qué esperar? ¿Por qué no decírmelo
ahora?
Armstrong se echó a reír.
-Si se lo dijera, iría en contra de los deseos de mi cliente. Sea paciente, y todo
acabará por aclararse.
Se abrió la puerta y entró el ayudante.
-El título del legado de Barrie, señor -dijo. -Gracias, Thomas. -Armstrong echó
un vistazo al documento de dos páginas-. Como he dicho, está todo muy claro y es
muy sencillo. El señor Radley ha aceptado ser su administrador. -Miró a Gwyn y
ella asintió-. Y su tutor, señor Mark.
-¿El primo Jason será mi tutor? -dijo Mark con cara de felicidad.
Gwyn se quedó estupefacta, y después se puso furiosa. Se puso en pie de un
salto.
-Yo soy la tutora de mi hijo -gritó-. Soy su madre. Sé lo que es mejor para él. -
Se volvió hacia Ja~ son-. ¿Esto es cosa tuya?
Jason se levantó poco a poco y la miró a los ojos. Con una calma letal, contestó:
-Me conoces demasiado bien para pensar eso. De haberlo sabido, te lo habría
dicho.
-Querida señora Barrie -interpuso Armstrong apaciguad oramente-, no me ha
permitido terminar. Por supuesto yo lo he dicho solo como una cortesía y solo en
el caso de que no haya un pariente masculino nombrado por su esposo como tutor
de Mark. Debería haber habido uno, pero Nigel no había hecho ninguna provisión
para Mark en ningún sentido. Sin embargo, Gwyn no pensaba contar su vida
privada a nadie.

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-Nigel... Nigel y yo no lo creímos necesario. Mark no va a heredar ninguna
propiedad ni capital. Solo los ricos necesitan tutores.
-Entendido -dijo el señor Armstrong sonriendo-. Lo único que pretendía mi
cliente era asegurarse de que el pariente masculino más próximo de Mark tu
viera un papel en la educación del muchacho. Y los papeles de administrador y
tutor son prácticamente inseparables. -Miró a Jason-. Estoy seguro de que se lo
mencioné cuando hablé con usted, señor Radley.
Gwyn no esperó las explicaciones que siguieron. Se sentía como si se hubiera
abierto un abismo frente a ella. Acababa de escapar a una tiranía. No pensaba ni
podía aceptar otra. No había suficiente dinero en el mundo para tentarla a
compartir la custodia de su hijo. Y Jason era la última persona a quien quería
cerca de Mark.
-No -dijo, interrumpiendo groserainente al señor Armstrong-. Puede decir a mi
benefactor que los términos de su legado son inaceptables. Mark, levántate. Nos
vamos.
-Pero mamá...
-No pasa nada, Mark. Jason se levantó y cogió a Gwyn por la muñeca-. Tu madre
ha sufrido un disgusto. Yo hablaré con ella. Discúlpenos, señor Armstrong.
Fue la expresión de la cara de Mark lo que hizo que Gwyn se mordiera la lengua.
Tampoco protestó cuando Jason la empujó fuera del despacho de Armstrong, y
pasando por delante del aturdido secretario, hasta el pasillo. Pero en cuanto se
quedaron solos, se despachó a gusto.
-Una cosa es un administrador, pero un tutor, ni que sea por una cuestión de
cortesía, es otra. Mark es mío, mío, y nadie me va decir lo que es mejor para mi
hijo.
El estaba tan furioso como ella.
-¡Has asustado a Mark con tu estallido! ¿Qué es tan horrible de que yo pueda dar mi
opinión sobre la educación de Mark? ¿Es un Radley o no? Yo soy un Radley. Soy el
cabeza de familia.
La agarró por los hombros hasta que la acobardó, y siguió.
-Deberían haberme nombrado su tutor, o el tío de Mark debería haber sido
nombrado en el testamento de tu marido. ¿Estás distanciada de todos tus
familiares? ¿O se trata solo de mí? ¿Qué te he hecho para que me odies tanto?

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Ahora Gwyn ya no sentía furia, sino un miedo gélido.
-Nada -dijo rápidamente-, nada en absoluto. -Pues no es lo que parecía allí dentro.
Estoy seguro de que el señor Armstrong cree que me consideras incompetente para
tener un papel en la vida de Mark. Gwyn era mejor actriz de lo que ella misma creía.
-No seas absurdo -dijo-. No se trata de ti. Se trata de cualquiera. Los hombres
siempre suponen que y las mujeres son incapaces de resolver sus propios asun-
tos. Pues yo no lo soy: soy muy competente, y me ofende de que nadie pretenda
insinuar lo contrario.
La dura expresión de la cara de Jason se suavizó. Cuando la soltó, ella resistió el
deseo de frotarse los brazos donde él le había hundido los dedos. No quería que él
se sintiera culpable. No quería que se disculpara. Solo quería salir de allí y alejarse
de su mirada inquisitiva. Él habló lenta y reflexivamente.
-Estás recitando las ideas de lady Octavia. ¿Eso es lo que has aprendido en la
Biblioteca para Damas? ¿Que no se puede confiar en los hombres?
-No, Jason. Lo que he aprendido de lady Octavia es que los hombres no confían en
las mujeres. Si confiaran, cambiarían las leyes.
Él sonrió entonces, ligeramente, pero sonrió, y así ella se liberó de algo de
tensión.
-¿Renunciarías al legado por este principio? -preguntó él.
Ella no se lo había planteado así, pero, como él le ofrecía una salida, se agarró a
ella.
-Creo que debo hacerlo. Él meneó la cabeza.
-Gwyn -dijo-, sé razonable. Entra allí y dile a Armstrong que aceptas los
términos. Es solo un título honorario. Seguirás teniendo la custodia. No
cambiará nada, solo que me gustaría que me consultaras cuando tomes una
decisión importante, y me mantengas informado de los progresos de Mark.
La imagen la llenó de desánimo. Así es como empezaría. Pero ¿cómo terminaría?
-Lo siento -dijo-, pero ya he tomado una decisión.
-Entonces no me dejas opción. Ella le miró cautelosamente. -¿A qué te
refieres?
-Iré a los tribunales y solicitaré la custodia legal de Mark. -Calló para dejar
que sus palabras calaran-. Y me la darán, Gwyn, porque, sea justo o no, soy un

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hombre, y soy el familiar más cercano de Mark. ¿Qué contestas ahora? ¿Voy a
los tribunales o aceptas los términos del legado?
No solo fueron a Gunther a tomar el helado prometido, sino que más tarde
pasearon por Richmond Park con el coche de caballos de Jason. Aunque el aire
seguía siendo helado y Gwyn llevaba solo la pelliza de verano, no sintió el frío
en ningún momento.
Estaba indignada, y alimentaba su ira para mantenerla en forma. No tenía más
remedio que aceptar los términos de Jason, pero eso no representaba que
tuviera que hacerlo con buena cara. Tenía los brazos cruzados y miraba
fijamente al frente. Solo hablaba cuando se dirigían a ella.
Ahora que Jason había conseguido lo que quería, se mostraba encantador,
señalando puntos de interés, e intentando hacerla participar en la conversación.
Ella respondía brevemente, al borde de la grosería. Mark estaba tan feliz de
estar con Jason en el coche de caballos que no se daba cuenta de la ira de su
madre.
Cenaron tarde, en Chelsea. Mark estaba demasiado excitado para comer mucho.
Estaba fascinado con los mozos de cuadra y los lacayos de los establos y, en
cuanto terminaron, salieron para dejarle explorar.
-¿Me enseñarás a montar cuando vayamos a Haddo Hall? -preguntó Mark. El
lacayo de Jason estaba de pie junto a la cabeza del caballo, mientras Mark le
daba terrones de azúcar.
Jason echó una mirada rápida a Gwvn.
-Si quieres -contestó-. Pero tu madre sabe cabalgar perfectamente. Ella puede
enseñarte.
-¿Me enseñarás, mamá?
-Mmm -dijo ella simplemente. Con halagos no iría a ninguna parte.
-Mamá, ¿podemos visitar la tumba de la abuela? -Y dirigiéndose a Jason-. La
abuela está enterrada en la iglesia de Saint Mark, aquí, en Chelsea.
-Lo sé -dijo Jason-. Yo estaba con tu madre durante el funeral cuando
enterraron a tu abuela.
Y si intentaba ablandarla recordándole cuán unidos estaban de niños, tampoco
se saldría con la suya. -La iglesia estará cerrada -dijo a Mark-. Ya iremos otro
día.

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-¿Conocías a mi abuelo? -preguntó Mark a Jason
-¿A tu abuelo Radley? Oh, sí. Estaba en la Marina. Recuerdo que me llevó a
navegar en una ocasión. Cuando vengas a Haddo, te enseñaré a navegar. Haddo.
Gwyn echó una mirada a Jason que le demostró lo que pensaba ella de esa idea.
Cuando él sonrió, ella se horrorizó al darse cuenta de que le devolvía la sonrisa.
¡No se estaba ablandando! Solo estaba cansada de estar enfadada.
Era de noche cuando salieron de Chelsea, y muy tarde cuando llegaron a Sutton
Row. Durante los últimos kilómetros, Mark se durmió en brazos de su madre,
pero, cuando el coche se detuvo y Jason lo levantó, se despertó.
-¿Vamos a tomar una taza de chocolate, mamá? -dijo bostezando ampliamente.
-Ya deberías estar en la cama -apuntó ella. -Pero estoy despierto. Déjame en el
suelo. Puedo caminar. ¿Lo ves, mamá?
A pesar de lo que sintiera ella, aquel había sido un día muy especial para Mark.
Decidió no estropeárselo. -De acuerdo -aceptó-, pero tú subirás y te prepararás
para meterte en la cama. Yo te llevaré el chocolate. -A lo mejor al primo Jason
también le apetece un chocolate -dijo Mark inocentemente, demasiado ino-
centemente.
Gwyn no quería ser grosera delante de Mark, pero no quería estar a solas con
Jason, en su acogedora cocina, mientras preparaba el chocolate. Podía tener
tenta ciones de asesinarle. No quería hablar con él, no quería discutir con él, al
menos hasta que tuviera tiempo de pensar con calma. Solo quería que Jason se
marchara. Señaló el coche.
-Los caballos estarán cansados, sería una crueldad hacerles esperar con este
frío.
-Eso tiene fácil arreglo-intervino Jason-. Knightly puede llevarlos a casa y
meterlos en el establo.
-¿Y tú cómo volverás a casa? -preguntó Gwyn.
-Caminando, por supuesto. No está muy lejos. ¿Cómo podía haber olvidado lo
obstinado y manipulador que podía llegar a ser Jason? Le miró furiosa. Él no se
inmutó.
-En ese caso -dijo Gwyn-, mientras yo preparo el chocolate, tú puedes ayudar a
Mark a meterse en la cama. Si no es demasiada molestia, por supuesto.

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-Ninguna molestia -respondió él tranquilamente, y luego en voz baja, solo para
ella-: Y luego hablaremos. Consciente de los ojos de Mark sobre ella, se contentó
con respirar hondo, y después se fue hacia la casa. Hasta que no entraron todos
en el vestíbulo y hubo encendido la vela para iluminar la escalera, no se le ocurrió
que Jason descubriría. lo pobres que eran en realidad. Después del rellano del
primer piso, todos los suelos estaban desnudos. En la habitación de Mark había
una cama, una jofaina, una pequeña cómoda y una mesa con soldados de juguete en
formación de batalla. Después de poner la vela sobre la repisa de la chimenea, se
volvió de cara a Jason.
Él dio un repaso a la habitación con una sola mirada. Sus ojos se posaron en los de
Gwyn por un momento, pensativamente, y ella sintió que se le encendían las
mejillas. No había perdido detalle.
Gwyn no esperó a que él dijera nada.
-Prepararé el chocolate -dijo, y se marchó rápidamente.
Diez minutos después, con el brazo dolorido de agitar el espeso chocolate, subió al
piso con una bandeja y tres tazas humeantes. Iba a entrar en la habitación de
Mark pero se detuvo de golpe. Mark estaba debajo de las mantas y Jason encima.
Se había quitado la chaqueta y el cuello duro y tenía un soldado de juguete en la
mano. Los dos estaban dormidos.
-Jason -dijo ella bajito al acercarse a la cama-. ¡Jason!
Él agitó un poco las largas pestañas, pero no se despertó. Gwyn dejó la bandeja
sobre la cómoda y lo intentó de nuevo. Su única respuesta fue un gruñido; a
continuación se dio la vuelta, dándole la espalda, y se acercó más a Mark.
Como no había nadie que la viera, Gwyn no se molestó en disimular sus
sentimientos. Le dolía verles de aquella manera, tan confiados, acurrucados, el
hombre de pelo oscuro y el niño de pelo claro. Y mientras los miraba, en sueños,
Jason alargó su mano de dedos largos y cogió la mano más pequeña de Mark.
Ella se tragó el nudo que tenía en la garganta. ¿Cuánto sabía Jason? Tal vez
conocía la verdad. Tal vez era por eso por lo que quería ser el tutor de Mark.
No. No lo sabía, porque de haberlo sabido, se lo habría soltado en la cara, sin
disimulos. Era la forma de ser de Jason. Era un Radley. Mark era un Radley. Era un
clan muy unido. Si ella necesitaba pruebas de esto, solo tenía que recordar lo bien

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que se habían portado con su propia madre cuando se quedó viuda con una hija que
mantener.
Pero aquello había sido diferente. A su madre le había encantado volver al amparo
de los Radley, mientras que Jason se lo había impuesto a ella. Bajo el encanto y las
sonrisas, él tenía un lado duro que la asustaba. Tenía que ser cuidadosa, muy
cuidadosa, porque ella tenía mucho más que perder que Jason.
Mejor un título honorario que real.
Se volvió y recogió un soldado que había caído al suelo. La ropa de Mark estaba
perfectamente doblada sobre una silla; Gwyn sabía que eso tenía que agradecér
selo a Jason. La pulcritud no era una de las virtudes destacables de su hijo. Dobló
las toallas sobre la jofaina y vació la palangana de agua en el cubo. Era todo tan
doméstico y trivial. Lo había hecho mil veces antes, pero nunca con Jason delante,
nunca con aquella sensación de presagio en la boca del estómago.
Cuando Jason se agitó, se volvió y le miró un largo rato. Finalmente, fue al armario
del pasillo, encontró una manta que no estaba demasiado deshilachada y la extendió
sobre el cuerpo inerte.
Sabía de alguien que estaría encantado cuando se despertara por la mañana. No
estaba tan segura de jason. Era una cama estrecha y, si no tenía cuidado, se caería
al suelo.
Esa idea debería haberla animado, pero no fue así. Con una última mirada de
añoranza, se fue a poner orden en la cocina.

Capítulo 10

Aunque ya era muy tarde, Gwyn hizo algo más que poner orden en el piso de
abajo. Al día siguiente era domingo. Maddie no vendría y todo el trabajo recaería
sobre ella. De todos modos, no pensaba hacer ningún esfuerzo especial porque
hubiera un huésped en el hogar: un huésped no invitado. Jason tendría que
aceptarles tal como eran o marcharse a su casa, donde, sin duda, sería servido a
cuerpo de rey por un ejército de criados.

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Vertió cuidadosamente en una jarra el chocolate que había preparado antes y lo
guardó en la despensa para el desayuno del día siguiente. Acto seguido apartó los
platos y cubiertos que utilizarían y los dejó sobre la mesa. El fuego era la
siguiente tarea, algo bastante tedioso. Barrió la chimenea, la llenó
cuidadosamente de trozos de carbón, y finalmente lo cubrió con el tapafuegos de
metal. Los fuegos no eran su fuerte, pero, con suerte, podría reavivarlo por la
mañana con el fuelle. Después de dejar el fuego preparado, llenó un hervidor
bajo el grifo y lo colgó en la chimenea, no tanto para que hirviera el agua, como
para que no estuviera tan fría cuando se utilizara para las abluciones de la
mañana.
Tuvo dificultades para resistir la tentación de hacer más, como fregar el
fregadero de granito, pulir los muebles Y guardar la ropa que Maddie había
planchado. Se recordó a sí misma que Jason debería aceptarlos tal como eran.
Estaba a punto de recoger la vela cuando oyó que alguien llamaba a la puerta
trasera. Miró el reloj. ¿Quién podría llamar a aquellas horas de la noche? No
podía ser para ella. Debía de ser para Jason. ¿Brandon? ¿Un lacayo?
Cuando volvieron a llamar a la puerta, salió rápidamente de la cocina y cruzó la
sala hacia el vestíbulo trasero. Tardó un momento en reconocer al joven que es
taba en el umbral. No llevaba la ropa de trabajo, sino que iba elegantemente
vestido con un abrigo negro bien cortado y pantalones oscuros.
Era Harry, el yesero. Gwvn le miró fríamente.
-No tiene suerte, Harry -dijo-. Mi doncella no está, ni espero verla hasta el
lunes por la mañana. En cuanto a usted -siguió severamente-, espero no vol ver
a verle hasta que esté preparado para empezar a trabajar en mis paredes y mis
techos.
Él le impidió cerrar la puerta introduciendo el pie en el umbral.
-Señora Barrie -protestó-, no me ha entendido. Sé que Maddie no está. No. He
venido a buscar mi caja de herramientas. Esta mañana me he marchado tan de
prisa que la he olvidado. Tenía que ir a un funeral, sabe, y por eso me había
olvidado completamente de ella. El funeral explicaba el traje elegante.
-¿La caja de herramientas? Él asintió.

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Recordaba haber interrumpido a Maddie y a Harry cuando comían bollos y
tomaban té en la cocina. Es verdad que él se había marchado a toda prisa, pero
solo porque ella había aparecido en escena.
-No he visto ninguna caja de herramientas en la cocina. -Pues tiene que estar
allí. Tal vez Maddie la haya guardado en un armario para que no la tocara su hijo. -
Espere aquí. Iré a ver.
Le parecía raro que Maddie no se lo hubiera comentado, pero no pensaba quedarse
en el umbral discutiendo con aquel hombre cuando solo le llevaría un mo mento
comprobarlo. Al oír los pasos de él tras ella, no sintió alarma sino más bien enfado.
A ese Harry le dabas un dedo y te tomaba el brazo.
Se acercó al armario donde guardaban los víveres. Él había cerrado la puerta de la
cocina tan suavemente que a los oídos de ella sonó cauteloso. Se le erizaron los
pelos de la nuca. Él sabía que Maddie no estaría. No había caja de herramientas o
Maddie se lo habría mencionado. El esperaba encontrarla sola con Mark. No
intentaba nada bueno.
Pero no tuvo tiempo para seguir pensando, aparte de llamarse a sí misma imbécil
por confiar en alguien a quien apenas conocía. Ya se movía por puro instinto. Si se
equivocaba, ya se reirían a gusto a su costa. Pero si estaba en lo cierto, si no tenía
buenas intenciones, no había un momento que perder.
-Si está en el armario -dijo, con toda la naturalidad de que fue capaz-, estará en
el estante de arriba. Buscó el rincón donde guardaba la pistola de Nigel, en el
estante de arriba, fuera del alcance de Mark. Palpó con la mano y tocó la lisa
culata de madera. Lenta, muy lentamente, cogió la pistola.
-No parece que haya... -dijo, y al instante siguiente se quedó sin aliento cuando él
le pegó un puñetazo en la espalda que la mandó disparada hacia delante y se golpeó
la cabeza con el borde de un estante.
Aturdida, intentando recuperar el aliento, cayó de rodillas y la pistola chocó
contra el suelo. No pudo recuperarse ni gritar. Él la agarró del pelo y la obligó a
levantarse. La otra mano se cerró alrededor de su cuello.
-¿En el estante de arriba? -dijo él, riendo bajito-. No lo creo. Si hubiese
confiado en mí, señora Barrie, podríamos haber resuelto el asunto
amigablemente. En cambio ahora ya ve lo que me ha hecho hacer.

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Nunca habría creído que aquella voz refinada pudiera pertenecer al joven que
había flirteado con su doncella. Intentó hablar para preguntarle lo que quería,
pero la garganta se le cerró de terror, y lo único que le salió de la boca fue un
sollozo ahogado.
Cuando la mano alrededor de su garganta se cerró un poco más, se puso rígida.
El habló educadamente, y esto aún la aterrorizó más. -¿Sabe lo que quiero,
verdad, señora Barrie? Espero que sí, porque, si no, no tendrá nada para negociar
su vida. Tiene un hijo estupendo. No le gustaría que le sucediera nada, ¿verdad?
La referencia a Mark la llenó de un nuevo y repentino terror. Olvidó el dolor en
la cabeza y la espalda. Estaba aterrorizada, pero la amenaza sobre Mark la
ayudó a dominarse.
Su mente trabajó como un rayo. Estaba convencida de que el hombre se había
equivocado de casa y de persona, pero no creía que insistir en su inocencia
la salvara. Es lo que había dicho él. Pero quedaba una esperanza. Sabía que
estaba Mark, pero no sabía que estaba Jason. Tenía que encontrar la manera de
alertar a Jason.
El aliento cálido de él le rozaba la oreja, acobardándola, y seguía hablando
suavemente:
-¿Dónde está el retrato, señora Barrie?

En cuanto los dedos de él se relajaron en su cuello, empezó a jadear, como si


tuviera dificultades para respirar, y no era del todo un truco. Pero intentaba
ganar tiempo, encontrar algo que pudiera distraerle.
Si intentaba gritar, los dedos se apretarían alrededor de su garganta y la
ahogarían. La pistola estaba en algún lugar del suelo, frente a ella, pero con la
cabeza hacia atrás y la rodilla de él clavada en su columna, no podía moverse ni
un centímetro. Tenía que engañarle para que relajara un poco su apretón.
-¿Dónde está, señora Barrie? ¿Dónde está la miniatura? Sé que no está en la
casa. Dígame dónde la ha escondido.
-No sé de qué...
Los dedos se apretaron más en su cuello, ahogando sus palabras y ella empezó a
tener arcadas.
-Si no lo sabe -dijo él, añadiendo una nota de humor a su voz-, entonces no me
sirve para nada. ¿Lo intentamos de nuevo? ¿Dónde está, señora Barrie?

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Su miedo estaba ya al borde del pánico. Piensa en Mark. Piensa en Jason. ¿Dónde
estaba Jason?
-Es... es... -Empezó a aspirar grandes bocanadas de aire dentro de los pulmones,
y a continuación, con un pequeño suspiro, se soltó como una muñeca de trapo. -
¿Señora Barrie?
Le dio una fuerte sacudida, pero ella mantuvo los ojos cerrados y los miembros
flojos. Él murmuró una blasfemia entre dientes y la dejó caer al suelo. Gwyn oyó
sus pasos en dirección al fregadero. ¡Espera! ¡Espera!, gritaba mentalmente.
Cuando oyó el grifo, abrió los ojos, cogió la pistola y se volvió de espaldas.
El se lanzó sobre ella, apuntando con el pie a la pistola. La patada la obligó a
soltarla de su mano; golpeó contra el hervidor de la chimenea y resbaló bajo una
silla. No había tiempo para pensar en el dolor que sentía Gwyn en el brazo, ni
tiempo para gritar. Él volvió a levantar el pie para patearla, pero ella se lanzó
contra su pierna, y lo hizo caer de bruces. No era una gran victoria.
Inmediatamente él le cayó encima y los dos rodaron por el suelo.
El miedo le dio una fuerza que ignoraba que poseía. Él no podía ponerle las manos
alrededor del cuello por que ella se había pegado a él como un mono aterrado.
Pero la fuerza de Gwyn no podía competir con la de él. El hombre le empujó la
cabeza hacia atrás y le dio un revés en la cara. A Gwyn el dolor le hizo explotar
la cabeza, pero gritó con todas las fuerzas que le quedaban. Después él le apretó
otra vez la garganta con los dedos, ahogándola.
Cuando ya creía que su vida había llegado a su fin, alguien le arrancó de encima al
agresor de una sacudida. ¡Jason!
Con un rugido de rabia, Jason se lanzó sobre el hombre más joven. Los dos
cayeron sobre sillas y mesas y mandaron platos al suelo que se hicieron añicos.
Gwyn no estaba en condiciones de ayudar a Jason. Estaba doblada, intentando
introducir aire en sus pulmones. La cabeza le daba vueltas. Tenía la sensación de
que estaba a punto de desmayarse.
Intentaba ponerse de rodillas y buscar la pistola cuando Mark entró corriendo
en la habitación. -Mark, vuelve arriba -gritó.
Mark la miró aturdido, con los ojos todavía pesados de sueño.

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Harry se aprovechó de la distracción y le pegó una patada a Jason, dándole en un
costado, y Jason cayó hacia atrás. Entonces Harry metió una mano en el chaleco
y sacó una pistola.
-¡Mark, corre! -gritó Jason-. Tiene una pistola. Mark se volvió y corrió.
Mientras Harry retrocedía hacia la puerta, Gwyn se puso de pie lentamente.
Todo sucedió tan rápidamente, que no tuvo tiempo de tener miedo. Harry la
apuntó con la pistola y apretó el gatillo.
Gwyn sintió como si le hubieran golpeado el costado con un martillo de herrero.
Se le doblaron las rodillas y cayó al suelo. Harry cruzó la puerta y corrió hacia el
vestíbulo trasero.

Gwyn vio la cara afligida de Jason sobre ella. -¿Mark?-gimió-. No dejes que haga
daño a Mark. Le ardía el costado. Se retorció, intentando esquivar el dolor.
Oyó un portazo y la cara de Jason se esfumó en la oscuridad.
A Jason le temblaban las manos al llegar al lado de Gwyn. Tardó solo un momento
en darse cuenta de que la herida no era mortal. Buscó la pistola de Gwyn, la cogió
y corrió al vestíbulo. Mark estaba en la mitad de la escalera con una expresión
aterrorizada, pero no había visto que le habían disparado a su madre.
-Mark -dijo Jason-, nos marchamos enseguida. Vístete, deprisa. -Como Mark se
quedó clavado en su sitio, mirándole fijamente, Jason suavizó el tono de voz-. Tu
madre se pondrá bien. No os dejaré aquí. Podría pasar cualquier cosa. Os llevaré
a mi casa. Allí estaréis a salvo. ¿Me oyes, Mark? -Luego, con más apremio-.
Vístete enseguida.
Mark parpadeó, asintió con la cabeza y corrió escaleras arriba.
Jason volvió rápidamente a la cocina y se arrodilló junto a Gwyn. Le temblaban
los dedos al intentar desabrocharle los botones del vestido. Perdió la paciencia
con su ineptitud, y le desgarró el vestido del cuello a la cintura. Una gran mancha
carmesí de sangre había empapado la combinación y el corsé. Jason apretó los
dientes, levantó a Gwyn con cuidado para colocarla de lado y quitarle el vestido
por los hombros y desabrocharle los lazos del corsé. Después de esto, y de
apartar el corsé, le levantó la combinación. La bala estaba alojada en la parte
más carnosa de la cadera, justo por debajo de la cintura.

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Jason buscó algo con que detener la hemorragia. Había un cesto en el suelo que
se había volcado con la pelea, un cesto de ropa planchada. Encontró una sábana,
la desgarró en tiras, y con una de ellas confeccionó un parche para tapar la herida y
utilizó otra para ven- dar fuertemente el costado de Gwyn. Una vez hecho esto,
le bajó la combinación. Miró el vestido y decidió que no valía la pena volver a
abrocharlo teniendo en cuenta que lo había destrozado. Lo que necesitaba era una
manta, pero no había doncella ni criado a quien pedírsela, y no pensaba dejar sola a
Gwyn ni un segundo.
Con unos pocos pasos se colocó en la puerta. -Mark -gritó-, cuando bajes tráeme el
abrigo. Jason volvió junto a Gwyn, se arrodilló a su lado y le observó la palidez de la
cara.
-¿En qué lío nos has metido esta vez?
Cuando eran niños, siempre le decía lo mismo. Cuando a Gwyn la molestaba algún
bravucón, ella se defendía canturreando. Si me pones una mano encima, mi primo
Jason te hará picadillo. Él la había rescatado de un apuro tras otro. Pero esto era
diferente. Gwyn estaba metida en algo profundamente siniestro, y él debía sacarla
de allí inmediatamente.
Cuando ella hizo un movimiento repentino espasmódico, él le tomó la mano.
-Tranquila -dijo-. Estoy aquí.
Estas palabras la tranquilizaron y se apaciguó. A él se le hizo un nudo en la
garganta. Parecía tan pequeña e indefensa como una niña desamparada asaltada por
unos bandoleros. Se le estaba formando un chichón en la cabeza y tenía una
desolladura en la mejilla. ¿Qué monstruo podía haberle hecho eso?
Habría venganza, se prometió a sí mismo. Ponía a Dios por testigo de que habría
venganza.
Justo cuando Jason se ponía de pie, Mark entró corriendo en la habitación. Abrió
mucho los ojos y se puso pálido, pero a Jason le pareció que no estaba en estado de
shock. Lo mejor sería darle algo que hacer.
Cogió el abrigo de manos de Mark.
-Necesito tu ayuda -dijo-. ¿Puedes ayudarme, Mark?
Mark asintió.
-Bien. Vamos a extender mi abrigo en el suelo y envolveremos a tu madre con él.

86
Con el abrigo extendido en el suelo, Jason volvió a Gwyn delicadamente de un
lado y después del otro, para colocárselo debajo. Después la envolvió con él y la
levantó en brazos. Ella gimió, pero no recuperó la conciencia.
Mark miró a Jason. Su voz temblaba de miedo. -¿Por qué mamá no abre los
ojos?
-Porque se ha desmayado. Pero es mejor así. Confía en mí.
Cuando Jason sonrió, Mark hizo un esfuerzo valeroso por imitarle. La sonrisa
fue tan parecida a la de Gwyn que Jason tuvo que tragar saliva.
-Tu padre estaría muy orgulloso de ti si te viera ahora mismo -dijo
amablemente. Luego con una voz distinta-: Ahora apaga las velas y cierra las
puertas cuando salgamos. Y no te alejes de mí.
-Sí -dijo Mark.
No había vecinos o peatones congregados en la puerta; ninguna señal de que el
ruido del disparo hubiera cruzado la puerta. O los vecinos no lo habían oído,
pensó Jason, o los residentes en Sutton Row no lo habían reconocido. De
cualquier modo, le convenía. Quería sacar de allí a Gwyn y a Mark antes de que
nadie supiera adónde se dirigían.
Sabía que había una parada de coches en Soho Square, pero la suerte los
acompañaba, y antes de que diera más que unos pocos pasos, pasó un taxi por
Sutton Row. Jason soltó un estridente silbido para detenerlo.
-Ha habido un accidente -dijo al conductor, y fue la única explicación que dio
de su desaseado aspecto y de la mujer inconsciente que llevaba en brazos. Hasta
que no tuvo a Gwyn acomodada en el banco, no empezó a reaccionar. Si el disparo
hubiera sido un poco más alto, ahora Gwyn estaría muerta.
Harry se subió a un coche de alquiler y pidió al chófer que le dejara en King
Street. Sonrió mucho, habló articulando mal y tropezó como si hubiera bebido
demasiado: un joven cualquiera que volvía de pasarlo bien. Eso explicaría su
aspecto desaliñado y su chaqueta rasgada.
La sangre le corría todavía rápida y fuerte por las venas. Le había venido de un
pelo. No tenía miedo. Estaba encantado. Apreciaba los riesgos. Vivía al borde del
abismo y eso le hacía sentir superior a todos los memos aburridos que lo miraban
y solo veían lo que querían ver. Otro memo aburrido como ellos.
Se rió en voz alta.

87
Cuando se calmó un poco, empezó a repasar la secuencia de acontecimientos de
aquella noche que habría podido acabar en desastre. Él había afrontado la misión
con su habitual atención por los detalles. Sabía a qué hora se levantaba la señora
Barrie por las mañanas y a qué hora se acostaba por la noche. Sabía que había
sido una invitada en la fiesta de Sackville pero, por lo que le habían dicho la
doncella y el niño, había deducido que, en su propia casa al menos, la señora
Barrie era más pura que la Virgen María. Esa había sido también su impresión. Y
en su papel de yesero, había registrado todas las habitaciones y no había
encontrado nada. Si tenía la miniatura, no la había escondido en su casa.
Sir Galahad le había dado un buen susto cuando apareció en escena. Había
logrado disparar un tiro, pero no creía que hubiera sido fatal. De hecho, estaba
segu ro de que no. El problema era que no estaba en su mejor forma porque
aquella mala pécora de Gracie le había cortado con un cuchillo antes de huir. Se
lo haría pagar muy caro. Y cuando se le hubiera curado la herida de la axila, lo
intentaría de nuevo, y esa vez, se aseguraría de que no hubiera otro sir Galahad
en las inmediaciones.
Se acomodó en el banco y pensó en el protector de la señora Barrie. Si el
hombre tenía dos dedos de frente, se llevaría a la mujer de la casa
inmediatamente. No tenía importancia. Los localizaría y atacaría cuando menos se
lo esperaran.
No había perdido la noche. Al principio había creído que la señora Barrie no sabía
nada del retrato en miniatura. De haberlo sabido, se lo habría dicho, no para
salvarse ella, sino para proteger a su hijo. Ahora se daba cuenta de que la mujer
contaba con que sir Galahad la rescatara.
No, no había terminado aún con la señora Barrie. Ahora para él era mucho más
que un encargo. Era un desafío, parte de un juego. Y ese juego valía la pena
jugarlo porque era peligroso. Ella se defendería, y tenía un protector. Pero
ganaría él, porque era listo. Nadie le ganaba en ese juego.
Wheatley querría un informe completo. Esperaría en vano. Así no era como
trabajaba él. Cuando hubiera terminado satisfactoriamente el trabajo, se lo
haría saber a Wheatley, y no antes.
Cuando el coche se detuvo en King Street, pagó al chófer y fue a la cafetería de
la esquina con Saint James. No entró en la cafetería, sino que subió

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directamente a una habitación del primer piso. Veinte minutos después, el
hombre que salió de la habitación se parecía muy poco al hombre que había
entrado en ella.
Tenía un atizador ardiendo clavado en un costado y sentía que le iba a explotar
la cabeza. El dolor era insoportable, pero con dolor o sin él, aquella voz seguía
repitiéndose en su oído, exigiendo una respuesta. ¿Por qué no la dejaba en paz?
-No puedo darte nada para el dolor -dijo Jasonhasta que sepa si estás bien. Dime
cómo te llamas. Por un momento, Gwyn se puso alerta. Se dio cuenta de que estaba
en una cama desconocida en una habitación desconocida. Se acordó de Mark
saliendo velozmente de la cocina y de su atacante corriendo tras él. -Mark -
susurró, pero de su boca solo salió un pequeño suspiro.
-Dime cómo te llamas.
Ella miró enfadada a los ojos intensos de Jason. ¿Por qué le preguntaba aquello?
Sabía cómo se llamaba. De repente le entró un miedo terrible.
-¿Mark? -gritó.
-Está bien -dijo Jason suavemente-, y duerme en la habitación contigua. ¿Quién es
Mark?
Gwyn tenía ganas de gritar de frustración, pero sabía que no le serviría de nada.
Ya había visto otras veces aquella expresión en la cara de Jason. No había forma
de escapar.
-Mi hijo -dijo lloriqueando. -¿Y mi nombre?
Entre dientes murmuró: Jason, claro.
Él hizo chasquear la lengua. -Buena chica.
Ella cerró los ojos para afrontar una oleada de dolor. Cuando se apaciguó un poco,
dijo lo más clara y articuladamente de que fue capaz:
-Quiero ver a mi hijo.
Jason volvió la cabeza para hablar con alguien que estaba en la habitación. Oyó
otra voz. ¿La de Brandon? No estaba segura. Se abrió una puerta y luego se oyó la
voz de Jason.
-¿Lo ves? Ya te había dicho que Mark estaba perfectamente.
La figura junto a la cama estaba borrosa. Gwyn se esforzó por enfocar la mirada
y vio que era Brandon. En brazos, envuelto en un edredón, llevaba a Mark. -Dile
buenas noches a tu madre -dijo Brandon. Mark se agitó.

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-Buenas noches, mamá.
Ella farfulló un «buenas noches» y los siguió con la mirada mientras desaparecían
por la puerta de la habitación contigua.
-Deja la puerta abierta -dijo Jason, sin apartar la vista de la cara de Gwyn.
Ahora que ya no tenía tanto miedo, volvía a sentir el dolor. Se llevó las manos al
costado, pero Jason la detuvo. Cerró sus fuertes dedos alrededor de las manos
de Gwyn.
-Escúchame, Gwyn -dijo-. Te han disparado. Te vas a poner bien, pero tienes la
bala en el costado. Estamos esperando a que llegue el médico para que te la
extraiga. Te daré algo que te calme el dolor, pero debes intentar tranquilizarte.
Ella gritó cuando él le levantó la cabeza y le acercó un vaso a los labios. No la
ayudó a beberse el amargo líquido; como era habitual en él, la obligó a tragárselo
y le mantuvo la cabeza alta para que no lo escupiera ni se ahogara.
Cuando volvió a apoyarle la cabeza en la almohada, Gwyn susurró:
-Me muero, Jason, ¿verdad?
Las palabras de ella lo sobresaltaron.
-¡No! Gwyn, es una herida superficial. Estarás de pie en un par de días. -Meneó la
cabeza-. ¿Qué te ha hecho pensar esa tontería?
Lo había leído en sus ojos. Debió de decirlo en voz alta porque él murmuró:
-Es muy tarde, Gwyn. Estoy cansado. Eso es todo.
Le pesaban los párpados, pero el dolor no remitía. Apretó los dientes, intentando
mantenerse quieta como quería Jason.
-No va desencaminada-dijo la voz de Brandon-. Pareces loco de miedo.
Jason se incorporó.
-Bueno, solo hay que mirarla: esas marcas en su garganta; la desolladura en la
mejilla. No dejo de pensar en lo que podría haber sucedido de no haber estado
yo allí.
-No puedo creer... Jason saltó.
-Me da igual lo que creas. No pienso arriesgarme. La voz de Brandon subió un
poco de tono.
-No puedes tenerla aquí. Debes entenderlo. Habrá habladurías.

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-No habrá habladurías. Nadie sabe que está aquí. Cuando esté repuesta para
viajar, me la llevaré a Haddo. -Gwyn tendrá su propia opinión sobre esto. -No
pienso pedírsela.
Justo entonces, cuando ella quería estar despierta para decirle a Jason lo que
pensaba, cayó en un sueño torturado.
Volvía a ser una niña, y su madre le sonreía. «Tengo que irme», le decía. «No, no
puedes venir conmigo ahora.» «Pero te gusta estar en Haddo Hall con tus primos,
¿verdad?» Después su madre le había dado un beso.
No había entendido nada. Había salido a montar con Jason y, cuando había vuelto
a la casa, todo había terminado. Aquella noche, se había metido en la cama de
Jason y había llorado abrazada a él hasta dormirse. Le volvieron otros recuerdos
a la cabeza, otras muertes que la habían sacudido desde los cimientos. Pero esta
noche era diferente. Alguien había intentado matarla. Alguien había amenazado a
Mark, alguien que lo intentaría de nuevo, y ella no sabía cómo defenderse.

Jason...
La voz de Jason logró atravesar la niebla de su cerebro.
-Estoy aquí, Gwyn. No pasa nada. No te preocupes. Estoy aquí.
Sentía el peso de las manos de él en sus hombros, que la mantenían pegada al
colchón. Había otro peso sobre sus piernas. Levantó los párpados y miró la cara
demacrada de Jason.
-¡Maldita sea!Jason-. Está recuperando el conocimiento.
Le respondió una voz desconocida.
-Manténgala quieta, señor, o le haré más daño que bien.
El dolor intermitente en su costado de repente se inflamó, envolviéndola como
una hoguera. Con desesperación intentó apartar las manos que la mantenían
inmóvil. Se retorció, se arqueó, pero no había forma de escapar. Se mordió el
labio para sofocar los gritos. -¡Por el amor de Dios, sea rápido! -La voz de
Jason era salvaje de ira.
Su cara delgada y demacrada se acercó a la de ella, entonces los ojos se le
nublaron y la oscuridad volvió a absorberla.

91
Capítulo 11

Poco a poco Gwyn fue recuperando el conocimiento.


Empezó por escuchar los tranquilizadores sonidos de una casa ocupada en sus
tareas domésticas. Una puerta que se abría y se cerraba. Le llegaba el aroma
agradable del Pan recién horneado Y del café recién molido. Tenía la boca seca.
Parpadeó para sacudirse el resto del sueño y abrió los ojos. Entraba la luz del sol
por un gran ventanal.
Había cuadros en las paredes que no reconoció. Cuando se movió un poco, el dolor
sordo en su costado la apuñaló como una hoja de afeitar. Jadeó al intentar in-
corporarse.
Una figura colocaba una bandeja sobre una mesa. Al oír el grito de Gwyn, se acercó
a la cama. Era Maddie, su doncella.
Maddie hizo chasquear la lengua.
-No debería agitarse de esa manera o empezará a sangrar otra vez. -Colocó bien los
almohadones en la espalda de Gwyn para que pudiera apoyarse-. ¿Así está mejor?
Gwyn asintió. Cuando estaba echada y quieta, el dolor remitía.
Mientras Gwyn sorbía el té, echó un vistazo a la habitación desconocida, con la
cabeza hecha un lío. Su último recuerdo claro era el de su propia cocina y la cara
de Jason encima de ella. Esta habitación estaba lujosamente amueblada en tonos
blancos y rosas. La cama donde yacía ella era inmensa, y los colgantes de tercio-
pelo de la cama, con ataduras de borlas, hacían juego con las cortinas del gran
ventanal. El mobiliario era de diseño francés, con dorados, sillones tapizados y
cómodas relucientes de nogal y armarios de cajones. Figurillas y urnas de
porcelana abundaban por doquier.
Era una habitación de mujer. -¿Dónde estoy? -preguntó Gwyn.
-¿No se acuerda? Está en casa del señor Radlev. Gwyn asintió no muy segura.
Empezaba a recordar. Harry había intentado matarla. Mark estaba a salvo. Jason
había prometido quedarse con ella. Dolor. Recordaba el dolor y una presencia
femenina que la bañaba y se ocupaba de sus necesidades.
Miró a Maddie.
-Me pareció oír la voz de Judith, la señorita Dudley, quiero decir.

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Maddie asintió.
-La señorita Dudley apenas se ha levantado de su lado desde aquella noche.
Volverá dentro de poco. Ella y el señor Brandon han salido a pasear con Mark. -
¿Ella duerme aquí?
Maddie señaló una puerta.
-Ella duerme en la habitación principal y Mark en su vestidor.
Gwyn tragó saliva.
—Es muy amable por su parte. Porque tiene muchas obligaciones sociales.
-Dijo que nada podría hacer que se marchara. Y no será por muchos días. Pronto
podrá levantarse. Ahora bébase el té.
Gwyn se terminó el té y devolvió la taza vacía a Maddie.
-¿Qué día es hoy? -Lunes.
-¿Lunes? -repitió Gwyn débilmente.
-Ha estado durmiendo y despertándose dos noches y un día.
-¿Y tú y la señorita Dudley habéis estado aquí todo el tiempo?
-Y el señor Brandon también. Excepto cuando fue a Sutton Row a recoger algo
de ropa. -Maddie sonrió-. Yo soy su doncella personal. El señor Radley lo
dispuso todo. -Se le borró la sonrisa-. ¿Quién iba a pensar que Harry sería tan
malvado? , Gwyn no la oyó. Seguía examinando el entorno.
Maddie recogió la bandeja.
-Iré a decirle al señor que se ha despertado.-¡No! ¡Espera!
Gwyn se sentía vagamente inquieta.
-¿Has dicho que esta era la casa del señor Radley? -insistió-. ¿Del señor
Jason Radley?
Maddie asintió.
-¿No es preciosa? Fíjese en esto. -Gwyn miró obedientemente la pared
empapelada de rosa-. ¿A que no ve la puerta disimulada? Pues bien, al otro
lado hay un vestidor de señora con un baño de porcelana lo suficientemente
grande para toda una familia. -Cuando Gwyn la miró desorientada, Maddie
aclaró-: Para bañarse todos a la vez. ¡Y los espejos! Llegan hasta el techo. -
Maddie soltó una risita-. La señorita Dudley dijo que estaba escandalizada,
pero me guiñó el ojo al decirlo. Es muy agradable, ¿verdad?
Una sospecha espantosa empezaba a formarse en la cabeza de Gwyn.

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-¿Esta casa está en Half Moon Street?

-¿En Half Moon Street? ¿De dónde ha sacado esa idea? No. Esta es una
casita preciosa al borde de Marylebone Fields. Si mira por la ventana, verá
kilómetros de campo y bosque. Es casi como vivir en el campo, pero está a tiro
de piedra de Oxford Road.
Gwyn miró los muebles de la habitación y los vio con una luz diferente. Era una
habitación femenina, excesivamente femenina, pero no, apostaría lo que fuera,
amueblada al gusto de la abuela Radley, o al de cualquiera de las primas Radley.
Se fijó en los cuadros de la pared, y en la abundancia de figurillas de porcelana.
Venus y Cupido estaban generosamente representados.
Apartó las sábanas, y sacó los pies de la cama, apretando los dientes para
resistir la oleada de dolor y no marearse.
-Maddie, ayúdame a vestirme -dijo-. Nos vamos a casa.
Maddie abrió mucho la boca. Pero se recuperó enseguida y dijo con indignación:
-¡Vuelva a meterse en la cama inmediatamente! `Le parece que esta es una
buena manera de compensar al señor Radley por todo lo que ha hecho por
usted?
Nunca había visto a un hombre tan preocupado. ¡Venga! ¡A la cama!
-Porque, si no -interrumpió una voz masculina desde el umbral-, te meteré yo
personalmente. Maddie, dile a Cook que la señora Barrie tomará el desayuno
dentro de diez minutos.
-No tengo hambre -dijo Gwyn encolerizada. -No importa; comerás. Maddie,
apresúrate, por favor.
Maddie lanzó a Gwyn una mirada de profundo reproche, hizo una rápida
inclinación y salió de la habitación.
Gwyn estaba rígida como una de las figurillas de porcelana que adornaban la
habitación. Con los dientes apretados, se levantó, aunque un poco temblorosa.
-Dime que me estoy imaginando cosas, Jason. Dime que esta no es la casa de tu
amante.
-No tengo amante -dijo él tranquilamente. -¡Ja! ¡Seguro que este triste estado
de cosas no durará mucho! ¿Cuántas mujeres has traído a esta casa? ¿Eh? No le
contestó, sino que cruzó la distancia entre los dos y se quedó un momento

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mirándola. Gwyn tenía ojeras oscuras, y el moratón de la mejilla contrastaba
con la palidez de su piel. Las marcas de la garganta estaban desapareciendo.
Deseaba cogerla entre sus brazos, solo para convencerse de que estaba bien,
pero la ira de los ojos de ella le advirtieron que era mejor no intentarlo.
La ira en los ojos de Gwyn significaba que se estaba recuperando y, como
hombre básico que era, esperaba que la ira tuviera un toque de lujuria.
Hizo un esfuerzo para no sonreír.
-Gwyn, lo he dicho en serio. O te metes en la cama o te meto vo.
Como las piernas empezaban a fallarle, no tuvo más remedio que hacerle caso.
Satisfizo su orgullo lanzándole una mirada ofendida, pero se acercó a la cama y
allí se detuvo. No podía sentarse en ella porque el colchón estaba demasiado
alto. Buscaba un escalón cuando los fuertes brazos de Jason la levantaron y la
depositaron en el centro de la cama.
Una punzada de dolor le perforó el costado y gritó. -Lo siento -dijo Jason,
aunque no parecía que lo sintiera en absoluto-, pero si pidieras ayuda cuando la
necesitas podríamos haberlo hecho con cuidado y sin dolor.
Ella se tapó hasta la barbilla.
-Bueno, pues ahora pido ayuda. Quiero ver a mi hijo. Quiero a mi doncella.
Quiero salir de esta... esta... -Echó una mirada a la opulenta habitación y se
encogió de hombros, impotente.
-¿Esta qué? -El tono de él era claramente divertido. -¡Lo que sea! -soltó Gwyn-.
Tengo que marcharme antes de que se sepa que he estado aquí. ¿Te imaginas lo
que diría la gente si supiera que he estado aquí? Esta no es una casa
respetable.
Él cruzó los brazos y la miró reflexivamente. -Nunca he dicho que fuera un
fraile -dijo-. He tenido mujeres. ¿Qué esperabas?
Jason. -Gwyn respiró hondo para calmarse-. No es tu reputación la que está en
peligro, sino la mía. -Calló, no para ordenar sus ideas, sino porque se sentía
como si un torno le apretara el corazón. ¿Cómo podían traicionarla tanto sus
sentimientos?
Él dijo pensativamente:
-¿Crees que alguien podría confundirte con mi amante?
Los ojos de ella brillaron de furia.

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-Si esta habitación es un ejemplo de su gusto, no lo creo posible.
Ahora él estaba seguro de ver malicia en los ojos de ella, y los labios se le
abrieron en una sonrisa. Paseó la mirada por la habitación antes de volver a
mirarla a ella.
-Ahora que me acuerdo, nunca te pareció bien mi gusto en cuestión de mujeres,
¿verdad, Gwyn? Me refiero a cuando éramos jóvenes y vivíamos en Haddo.
-¿Si me parecía bien tu gusto? -Sonrió dulcemente-. Jason, tú no tenías gusto.
Si se movía y llevaba faldas, te caía la baba. Ninguna mujer estaba a salvo de ti,
excepto, por supuesto, las que tenían el matrimonio en mente.
-Y tú.
Captó el instante de emoción en los ojos de ella antes de que los cerrara y la
situación dejó de divertirle. Le tomó la barbilla y le levantó la cara para poder
interpretar su expresión.
-¿Qué te pasa, Gwyn? ¿Por qué pones esta cara?

Ella le apartó la mano y dijo quejumbrosamente: -Tengo el costado en llamas, me


duele la cabeza y esta conversación no lleva a ninguna parte. Te estoy
agradecida, Jason, muy agradecida por venir a rescatarme. -La voz se le volvió
ronca-. De no haber estado tú allí, no sé qué habría sido de Mark y de mí. No
pretendo insultarte. No me corresponde a mí criticar tu forma de vivir. Pero
tienes que entender que no puedo quedarme aquí. Si los padres de mis alumnas se
enteraran de que vivo en esta casa, no volverían a acercarse a mi puerta. ¿Cómo
me ganaría la vida, entonces?
-Ganarte la vida -repitió Jason. Su mal genio empezaba a encenderse. Podía
haber muerto en aquel ataque, y ¿qué era lo único que tenía en la cabeza? Cómo
se ganaría la vida. Solo de recordar lo mal que lo había pasado le venían ganas de
gritarle.
Dejando esto de lado, había tenido ocasión de ver la casa de Gwyn a fondo.
Reconocía la pobreza por disimulada que estuviera. Ella le había engañado al
principio porque no le había permitido pasar del salón. Vivía al día, y el legado
apenas representaría una diferencia porque sabía que Gwyn guardaría el dinero
para su hijo. Apostaría lo que fuera a que ella no se gastaría ni un penique en su
propio interés. Bien, él ya le haría cambiar de opinión. Era una Radley, lo mismo

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que Mark. Él era su administrador, y a fe que no permitiría que Gwyn viviera
como la proverbial parienta pobre.
Los hermosos ojos de ella estaban húmedos. Él no era capaz de reprenderla
cuando la veía a punto de desmoronarse. Cargándose de paciencia, se sentó al
borde de la cama v le tomó las manos.
-Escúchame, Gwyn -dijo-. No puedes volver a casa. Piénsatelo. El hombre que te
atacó no es un ladronzuelo cualquiera. ¿Y si vuelve? Esta vez podría ser que yo no
estuviera para ayudarte. Por eso te traje aquí, no para insultarte, sino para que
tú y Mark estuvierais a salvo. Esta casa está apartada del círculo social. A na-
die se le ocurriría buscarte aquí.
Las palabras de él la ablandaron un poco, pero no del todo.
-¿No podrías haberme llevado a tu casa de Half Moon Street?
-Lo pensé, pero allí hay demasiados criados, demasiadas entradas y salidas.
Solo será por un par de días. En cuanto puedas viajar, te llevaré a Haddo para
que pases la convalecencia.
Ella meneó la cabeza.
-No sé qué decirte, Jason. Haddo está muy lejos. No puedo permitirme el lujo
de perder a todas mis discípulas.
Jason sofocó una maldición y le apretó las manos con fuerza suficiente para
provocarle una mueca. -¿Es que no has oído nada de lo que te he dicho? No
entraron en tu casa a robar. El canalla que te atacó te buscaba a ti, Gwyn, y a
nadie más.
Ella palideció.
-No -susurró, meneando la cabeza-. Se equivocó de casa. Ahora ya se habrá
dado cuenta. No me buscaba a mí. Buscaba un retrato, un retrato en miniatura,
y yo no sé nada de eso.
-¿Un retrato? ¿Qué clase de retrato? ¿Un retrato de un hombre, de una mujer
o de un niño?
-No me lo dijo. -Soltó una risita tensa-. Y no tuve ocasión de preguntárselo.
Jason se lo pensó un momento.
-Tienes que saber algo. Piensa, Gwyn. ¿Alguien te ha enseñado un retrato o te
ha hablado de un retrato, o tú... ? -¡No! -gritó ella-. Por eso pienso que se había
equivocado de casa.

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-Escúchame, Gwyn. --Habló clara y seriamente, intentando hacerle entender la
gravedad de la situaeión-. Últimamente han sucedido demasiadas cosas
extrañas, y tú estás relacionada con todas. El primer día que nos vimos me
dijiste que tenías la sensación de que te vigilaban. Aquella misma noche estuviste
a punto de tropezar con un asesinato en la casa de Sackville. Y ahora te atacan
en tu propia casa. Fue premeditado. Mark dijo que Harry había estado en la casa
aquella mañana y le había hecho muchas preguntas. Maddie dijo lo mismo. Estuvo
en todas las habitaciones de tu casa. Evidentemente, estaba buscando el retrato
y, al no hallarlo, volvió esperando encontraron solos a ti y a Mark. ¿No
comprendes que es demasiado peligroso que vivas sola hasta que encontremos a
ese hombre? Estarás a salvo en Haddo, al menos hasta que estés completamente
recuperada. Después ya veremos.
Gwyn se llevó una mano a la sien como queriendo borrar el recuerdo del ataque.
No lo consiguió, y se puso a temblar. Se sentía débil e indefensa y sentía un
miedo terrible.
Cuando sus enormes ojos empezaron a llenarse de lágrimas, Jason suspiró y la
rodeó con sus brazos. -Puede que haya exagerado el peligro -dijo. Gwyn se
estremeció.
-Harry... amenazó con hacer daño a Mark. -Tragó saliva angustiada por el
recuerdo-. Creo que me habría matado y tal vez también a Mark, tanto si le
hubiera dado el retrato como si no. Fue esa idea la que me dio la fuerza para
defenderme y gritar para que me oyeras.
Como si estuviera volviendo a suceder, Jason pudo sentir el doloroso latido de su
corazón mientras Harry apuntaba a Gwyn con la pistola. Sintió el mismo terror
paralizador cuando la pistola se disparó, y la misma ira asesina posterior.
Furiosamente dijo:
-Nada de esto habría sucedido si no estuvieras viviendo sola. Deberías haber
vuelto con tu familia, donde estarías bien cuidada. Uno de estos días, Gwyn, tu
maldito orgullo te matará. Una mujer sola... -Se calló al notar que ella se
apartaba.
-Eso es injusto -susurró, con voz ronca-. No he hecho nada malo.
-Gwyn -dijo él, un poco menos enfadado, pero todavía con la sangre encendida
por el miedo y la emoción-, no conviertas esto en una batalla de voluntades.

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Hasta que resolvamos este asunto, no puedes vivir sola. ¿Por qué no puedes
reconocerlo?
Volvió a abrazarla y la apretó con fuerza. Su contención empezaba a bajar
peligrosamente de nivel, y luchaba por recuperarla. No quería hacerle daño, ni
asustarla, ni pelearse con ella. Solo quería sentir su cálido cuerpo apretado
contra el de él y saber que estaba a salvo. Gwyn sintió aquellos brazos fuertes
alrededor de su cuerpo y se acurrucó aún más cerca. Cuando era niña y alguien le
hacía daño, Jason siempre estaba allí para consolarla. Pero esta vez, el equilibrio
había cambiado. Era ella la que le consolaba.
Le acarició la espalda.
-Tranquilo -susurró--. Tranquilo. -Le besó la mejilla y la barbilla-. Tranquilo. -
Después le besó en los labios.
Y aquello lo cambió todo.
Por un momento, los labios de él fueron suaves y blandos, después se apretaron
contra los de ella separándolos hasta que se abrieron, y le introdujo la lengua.
Gwyn se quedó un momento sin aliento mientras la lengua de él recorría su boca,
explorándola, saboreándola. No era solo el deseo lo que la movía a ella, sino el
regreso de los recuerdos de toda una vida. Este era Jason. No había nadie como
él. Le había echado de menos. ¡Cómo le había echado de menos!
Jason la depositó sobre las almohadas y apoyó las manos a cada lado de la cabeza
de Gwyn. No podía creer lo que estaba sucediendo. Gwyn era dócil, cálida y
complaciente. No la estaba seduciendo. Ella le había besado. Su sangre hervía
exultante. Tal vez ella no se había dado cuenta todavía, pero acababa de
cambiar las reglas del juego. Un hombre mejor que él le daría tiempo para
decidir si esto era realmente lo que quería. Ese hombre mejor podía irse al
diablo. El la había querido desde que era un niño. Ahora no le permitiría cambiar
de parecer.
Con un cuidado exquisito, besó la herida de su costado a través de la tela del
camisón y el vendaje. -Casi te pierdo -susurró con voz ronca.
Le besó las marcas del cuello, el moratón de la mejilla, y después volvió a unir
los labios a los suyos. Sabía que no podía llegar demasiado lejos. Pasaría mucho
tiempo antes de que ella pudiera aceptar la dura intrusión de su cuerpo. Pero en
ese momento, deseaba que ella fuera consciente de que no habría vuelta atrás.

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Cuando terminó de besarla, levantó la cabeza y la miró. Los párpados de Gwyn
parecían pesados; los labios húmedos e hinchados; los pechos se le levantaban
con cada agitada respiración.
Los dedos de él tocaron los diminutos botones perlados del corpiño de su
camisón. Gwyn abrió mucho los ojos y respiró hondo.
-Tranquila. Tranquila -murmuró Jason-. Deja que te toque. -Le puso la mano
debajo del pecho, sobre el corazón-. ¿Ves el efecto que te produzco? El
corazón se te acelera, como el mío. -Le tomó una mano y la depositó sobre su
propio pecho-. ¿Ves el efecto que me produces? Te deseo. ¿No me deseas tú
también?
Ella se humedeció los labios. -¡Dímelo!
La respuesta de ella fue casi inaudible. -Sabes que sí.
A Jason le temblaban los dedos al desabrochar los botones. Cuando le apartó
los bordes del camisón y le puso la mano sobre uno de sus blancos pechos, Gwyn
se agitó y gimió.
-Calla -dijo él-. Quédate quieta. No quiero que te muevas. No quiero que hagas
nada de nada.
Le rozó el pecho con una mano y a ella se le escapó un gritito feroz. Bajó la
cabeza y con la lengua y los labios, dedicó toda su atención a un pezón
endurecido, y
después a otro. Tenía tan buen sabor, era tan cálido y femenino. Se llenó las
manos de ella, y los sonidos sofocados que emitía hicieron que sus entrañas se
tensaran por el deseo de poseerla. La próxima vez, se prometió a sí mismo,
nadie podría interrumpirlos. La próxima vez, la próxima vez... pero se le estaba
acabando el tiempo.
Se permitió un último beso rápido sobre un apetitoso pecho, y después fue a
buscar sus labios. La besó rápidamente y susurró:
-No te alarmes, cariño, pero creo que tenemos compañía.
Gwyn le veía a través de una neblina. Los ojos verdes de Jason rebosaban
deseo, pero también había una chispa de humor en ellos. Ella intentó atraerle
con los
brazos. Él le cogió las muñecas para impedírselo y chasqueó la lengua.

100
-Compañía -dijo-, es decir, Mark, Brandon y Judith. Están subiendo las
escaleras. ¿No los oyes? Gwyn tardó un momento en recuperarse. Miró a Jason,
después a la puerta, y jadeó. Cuando intentó liberar la mano para poder taparse
los pechos, él se lo impidió estrechando el apretón.
Su voz, aunque divertida, no era del todo firme. -No tan deprisa. No hemos
terminado la discusión.
-¡Jason! -Las voces del otro lado de la puerta se estaban acercando-. ¿Qué
discusión? -Su voz era aguda y alterada.
-Que vendrás a Haddo y te quedarás allí hasta que estés completamente
recuperada. Promételo, Gwyn. Alguien se rió al otro lado de la puerta.
-¿Y bien? --preguntó Jason. No sonreía, su voz era severa-. No te soltaré
hasta que lo prometas. Gwyn forcejeó sin éxito.
-Lo prometo -gritó-. Lo prometo.
Jason sonrió, le subió la sabana hasta la barbilla, y se colocó de pie junto a la
ventana. Judith entró la primera, seguida de Mark y Brandon.
Gwyn no sabía adónde mirar.
-Qué bien, estás despierta -exclamó Brandon-. ¿Cómo te encuentras, Gwyn?
-Bien. Bastante... bien, gracias -dijo Gwyn sin aliento.
Mark saltó sobre la cama.
-Mamá -exclamó-, ¿por qué tienes la cara tan roja?
-Porque... porque aquí hace calor.
Brandon lanzó una mirada hostil a Jason, Judith levantó las cejas
especulativamente, y Jason sonrió. -Vaya -dijo Judith-, a mí me parece que
tienes un poco de fiebre, Gwyn.
Gwyn se arriesgó a echar una mirada a Judith y vio que en sus ojos bailaba la
risa. No fue lo bastante valiente para mirar a Brandon, pero presentía su
hostilidad, no contra ella, sino contra Jason. La mirada, aun contra su
voluntad, se le fue hacia Jason. Como era de esperar, estaba totalmente
relajado, impasible, no solo tras su ardiente escarceo -mientras que el cuerpo
de ella hervía- sino que se mantenía impasible también frente a lo embarazoso
de la situación.
Haciendo acopio de la poca dignidad que le quedaba, dijo, con una calma que la
sorprendió a ella misma:

101
-Caballeros, ¿os importa dejarme a solas con Judith unos minutos? Querría
ponerme presentable antes de recibir las visitas. Debo de estar horrible.
--Estás muy guapa, mamá.
-Lo mismo digo -corroboró Jason.
Judith fue más astuta. Se dio cuenta de que había cosas que una dama no
mencionaba frente a unos caballeros. -Es natural que quieras arreglarte un poco
-dijo-, antes de que llegue el médico para cambiarte el vendaje. -Gwyn aprovechó
que Judith se fue a abrir la puerta, para abrocharse el camisón por debajo de la
sábana-. Ya os avisaré cuando Gwyn esté visible para recibir visitas. Mientras
tanto, Jason, podrías pedir que nos trajeran agua caliente y toallas.
Finalmente los caballeros entendieron el mensaje. $randon fue el primero en
salir.
-Vamos, Mark -dijo Jason.
-Pero yo quiero contarle a mamá lo del poni. Jason se inclinó, susurró algo al oído
de Mark, y sin más preámbulos salieron de la habitación cogidos de la mano.
Judith cerró la puerta tras ellos.
-¿Qué poni? -preguntó Gwyn. Apartó las mantas y se deslizó hacia el borde de la
cama.
-No puedo decírtelo-dijo Judith-. Es la sorpresa de Mark. -Se colocó a los pies
de la cama, con la cabeza ladeada, mirando a su amiga-. Esto es más grave de lo
que creía -dijo.
Gwyn se tocó el vendaje del costado con una mano. -¿Ha empezado a sangrar
otra vez?
Judith se situó delante de Gwyn. -Eso no. Esto.
Judith señaló con el dedo. Gwyn miró, y le subieron los colores a la cara y el
cuello. Los botones de su camisón estaban abrochados de cualquier manera.
Judith apoyó ligeramente las manos sobre los hombros de Gwyn.
-No pongas esta cara. Yo no me escandalizo por nada Pero deja que te dé un
sabio consejo de mi madre. «Mantén los botones abrochados y los cordones atados
hasta que tengas el anillo en el dedo.,> Lástima que ella no siguiera su propio
consejo, pero quizá es por eso que es tan sabia.
Gwyn levantó la cabeza rápidamente, vio la malicia en los ojos de Judith, y sonrió
a pesar de sí misma. -Eres muy mala -dijo-. Ya lo sabías, ¿verdad? -Yo no soy

102
la que fue arrastrada en plena noche a un nidito de amor. -La malicia de los
ojos de Judith desproveía sus palabras de toda censura. Gwyn meneó la
cabeza.
-No sé cómo pudo ocurrírsele a Jason una cosa así.
-No -dijo Judith-, creo que se comportó de una forma muy inteligente. Para
ser un hombre, me refiero. A nadie se le ocurriría buscarte aquí.
--¿De verdad crees que puedo estar en peligro?
-No lo sé, pero ¿para qué arriesgarse? De todos modos, Jason tiene un amigo
que puede ayudarnos a llegar al fondo de esto. Creo que trabaja en el Ministe-
rio de Asuntos Exteriores o quizá era en el Ministerio del Interior.
-¡El Ministerio de Asuntos Exteriores! ¿No sería mejor hablar con los
magistrados?
Judith se encogió de hombros.
-Puede que sí. Pero primero Jason hablará con su amigo.
-Mi vecina estará preocupada por mí.
-No. Jason fue a hablar con ella para vientos por mí, besaría el suelo que pisa.
No sabes la suerte que tienes.
-Sí que lo sé -dijo Gwyn, pensando en Harry. Apoyándose en el brazo de Judith,
Gwyn se puso de pie.
-¿Qué piensa Brandon? Lo pregunto porque me ha parecido enfadado.
-¡Ja! -soltó Judith burlonamente-. Parece tan remilgado que es para morirse de
risa. ¡Sí, Brandon, el más calavera de cinco condados a la redonda! Está en fadado
con Jason por traerte aquí, y está enfadado porque la única dama que conoce que
no se negaría a instalarse en esta madriguera de iniquidad para hacerte de
carabina, ya me comprendes, soy yo. O sea que, ya ves, también está enfadado
conmigo.
-¿También está enfadado conmigo?
-Por supuesto que no. No tuviste ni arte ni parte en el asunto. Además, Brandon te
tiene en un pedestal. En opinión de Brandon, solo hay dos clases de mujeres, las
que están en el pedestal y las otras. A las de mi clase no sabe muy bien dónde
colocarnos. Creo que quiere reformarme.
-¿Reformarte? No hay nada que reformar. Tú eres una bocazas y basta.

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-Eso... -contestó Judith con indignación- es porque no he encontrado al hombre
adecuado. -¿Qué me dices del sabio consejo de tu madre? -Vaya. Tienes razón.
Supongo que no me han puesto a prueba.
-Creía que te gustaba Brandon.
-¿Brandon? -Judith parecía asombrada-. Le desprecio. Es un hipócrita. Siempre
me encuentra defectos. Pero a eso podemos jugar los dos.
La respuesta de Gwyn no llegó a salirle de los labios porque Judith abrió la puerta
disimulada que Maddie le había indicado. El vestidor, lo había llamado Maddie.
No había exagerado. El bailo de porcelana con las guirnaldas de rosas pintadas a
mano podía haber contenido a toda una familia al mismo tiempo. Las paredes
estaban decoradas con espejos que iban del suelo al techo. Ella y Judith se vieron
reflejadas en todos los espejos, como si hubiera una docena de copias de sí
mismas observando todos sus movimientos.
-¡Qué decadente! -comentó Judith-. Pero no culpes a Jason. Brandon dice que fue
el gusto de la dama lo que abrió los ojos de Jason acerca de su carácter. Ya me
dirás qué clase de mujer podría soportar verse desnuda desde todos los ángulos.
- -Una mujer preciosa -dijo Gwyn.
-Una mujer con un ego monumental -corrigió Judith-. Y hace tiempo que se fue. -
Observó la cara seria de Gwyn, y siguió amablemente-: Un hombre tiene derecho a
tener un pasado, Gwyn; sí, y una mujer también. No hace falta ponerse trágica. -Sí
que hace falta -dijo Gwyn con sentimiento.
-Pero ¿por qué?-Porque me temo mucho que la mujer despreciada que decoró
estas habitaciones se llevó con ella el orinal, y estoy a punto de hacérmelo encima.
Judith la miró estupefacta y luego se echó a reír. Enseguida, Gwyn la imitó
Después de almorzar, Gwyn descansó y cayó en un sueño profundo, y cuando se
despertó ya estaba oscuro fuera y habían encendido las velas. Junto a la cama
había un timbre al que se suponía que debía llamar si necesitaba algo y Maddie
acudiría enseguida. A Gwyn ni siquiera se le ocurrió usarlo. Se levantó de la cama y
con pasos lentos y cautelosos entró en el vestidor de los espejos. Allí también
había velas encendidas: un candelabro sobre una mesa de caoba pulida que servía
de lavamanos.

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Tras verter un poco de agua de un jarro de porcelana en una jofaina también de
porcelana, Gwyn se quitó cuidadosamente el camisón y lo dejó caer al suelo;
después mojó una toallita y se lavó la piel ardiente. Se lavó los ojos, el cuello, los
brazos y los pechos, y no pudo continuar. No podía doblarse ni estirarse, ni
recoger el camisón del suelo y volvérselo a poner, como tuvo que reconocer al
intentarlo.
Eso le pasaba por querer hacerlo todo sola.
Se volvió lentamente, plenamente consciente de que una docena de ninfas
desnudas, sus imágenes en los espejos, la esperaban para saludarla. Y allí estaban,
todas horribles, con oscuras ojeras bajo los ojos y un grotesco vendaje alrededor
de su blanco estómago. Se acercó al espejo y se observó. Era una visión
humillante. El pelo rojizo le caía sobre la cara y los hombros como un estropajo
húmedo. Sus pechos eran demasiado pequeños; las caderas demasiado anchas, y la
piel del abdomen ya no era tan tirante. No entendía cómo ninguna mujer que
hubiera pasado el momento álgido de la juventud podía soportar aquella tortura.
Apretando los dientes, se fue a la cama.

Capítulo 12

Aquella misma noche Jason estaba cómodamente instalado en un gran sillón orejero,
tomando una copa de Madeira en casa de su amigo Richard Maitland, jefe de
personal de la Brigada Especial. Le había contado todo lo que recordaba acerca del
ataque contra Gwyn.
-Tuvo suerte -dijo Jason-. La bala no le hizo mucho daño. Le va a doler una
barbaridad un par de días más, pero el médico dice que se curará guardando cama. -
¿No la llevaste a Half Moon Street, espero?
-No. Está en un lugar seguro donde a nadie se le ocurriría buscarla. Brandon está
con ella, además de una amiga de Gwyn, Judith Dudley. i' -Por ahora lo has hecho
bien.
Las palabras de su amigo contribuyeron a convencer a Jason de que no era el
lunático que Brandon y Gwyn parecían pensar. Como Gwyn, Brandon creía que estaba
haciendo una montaña de la agresión, que el intruso se había asustado o había

105
entrado en una casa equivocada y que nunca más volverían a verle. Sin embargo,
para Jason pesaba más el punto de vista de Richard.Había otra razón por la que se
alegraba de haber ido a verle. Richard ya estaba enterado del caso, porque uno de
los ministros del gabinete de lord Liverpool era uno de los invitados en la fiesta de
Sackville. También había varios miembros del Parlamento y dos jueces, pero a
ellos no los investigaban. Era el asesinato del lacayo, Johnny Rowland, el que debía
aclararse. Richard había creído que sería un asunto de nada que se resolvería en
un par de días, pero lo que le había dicho Jason le había hecho replantearse el
caso.
La amistad de Jason con Richard no era precisamente íntima, en parte porque solo
hacía un año que se conocían, pero también porque Richard no era un hombre fácil
de conocer. Tal vez fuera por su trabajo que era una persona tan reservada o
quizá fuera porque era escocés. Tras cinco minutos en la compañía del hombre,
Jason lo había etiquetado como el típico escocés cerrado, pero eso fue antes de
que se enterara de que Richard era un ávido escalador, como él mismo. Desde
entonces, habían escalado juntos varias veces. Cuando dos escaladores que apenas
se conocen escalan los picos, enseguida aprenden todo lo que necesitan saber el
uno del otro. Tras su primera escalada, Jason supo que Richard no sabía lo que era
el miedo, a pesar de que jamás se precipitaba, y, cuando algo se torcía, no era de
los que perdían la cabeza.
Jason observó cómo su amigo añadía carbón al fuego. Cuando se sentó, Jason dijo:
-¿Qué hago con los magistrados? ¿Se lo cuento? -Te guste o no, tenemos que
contárselo, o iniciarán una investigación que interferirá con la Brigada Especial.
Déjamelo a mí.
Callaron un momento. Por fin, Jason dijo: -Es todo tan extraño.
-¿El qué?
-Que nuestros caminos se hayan cruzado de este modo. Y no entiendo dónde
encaja Gwyn en este asunto. -Quizá no encaje. -Richard tomó un largo sorbo de
madeira-. Háblame de ella.
Jason se encogió de hombros.
-No hay mucho qué contar. Cuando se quedó huérfana, vino a vivir a Haddo...
Le contó a su amigo a grandes rasgos la vida de Gwyn y concluyó hablándole del
legado.

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-Ese es un misterio -dijo Jason- que tengo intención de aclarar cuanto antes.
No creo que esté relacionado con nada de esto. Pero ¿cómo voy a saberlo hasta
que conozca el nombre del donante?
Richard asintió.
-Así es como trabajo. No hacer presunciones y atar todos los cabos. -Después
de un momento, continuó-: Harry es el que más me intriga. Es un tipo atrevido,
el tal Harry. No parecía disfrazado, dijiste.
-No iba disfrazado.
-De un modo que pudiera detectarse. ¿Fue de verdad tan despreocupado para
mostrar su cara a la luz del día y volver por la noche y llamar a la puerta como
si fuera un invitado?
-¿Adónde quieres ir a parar, Richard?
-No estoy seguro. ¿Por qué no vamos a Sutton Row y echamos un vistazo?
Quiero imaginarme con exactitud cómo sucedió la agresión.
-Estupendo -dijo Jason.
Richard se levantó y se dirigió a la puerta abierta. -¡Harper! -gritó.
Harper apareció casi inmediatamente. Tenía unos cuarenta y pico años y un
aspecto maltrecho que a Jason siempre le hacía pensar en un púgil retirado. Se
suponía que era
el guardaespaldas de Richard, y tenía fama de implacable. Si Richard era
hombre de pocas palabras, Harper era directamente mudo, aunque poseía un
extenso repertorio de gruñidos y muecas que representaba que eran su lengua-
je. Jason sabía que exageraba, pero no demasiado.
-¿Lo has oído todo? -preguntó Richard bruscamente.
Harper asintió. ' -Coge a dos hombres y pon a un guardia en la casa, pero sin
que se note demasiado. No hay que ahuyentar a Harry si decide volver.
-¿Y si aparecen los magistrados o los alguaciles? -Harper -dijo Richard
pacientemente-, eres el mayor mentiroso del servicio. Usa tu imaginación. Con
una sonrisa perversa, Harper se marchó. Jason estaba divertido.
-¿Les permites a tus subordinados escuchar tus conversaciones privadas?
-Vaya. Intenta convencer a Harper de que es un subordinado. Él recibe órdenes
del primer ministro y no permite que me olvide de ello. Jason, no bromeo. Lord
Liverpool nombró a Harper mi guardaespaldas, y me guste o no, estoy unido a él.

107
-Calló un momento-. Harper vale su peso en oro, pero no le digas que te lo he
dicho.
Los dos hombres sonreían al marcharse.
-Por cierto -dijo Richard-, no has dejado de llamar Gwyneth o Gwyn a tu prima.
¿Cuál es su nombre completo? -Señora Barrie. Señora de Nigel Barrie.
-Señora de Nigel Barrie. Ese nombre me suena. -Richard se detuvo en la
escalera-. La recuerdo. -Su voz adoptó un tono más cálido-. En Lisboa. Verano
del ochenta y nueve. Me hirieron en primera línea. Tu prima me cuidó de
maravilla. Estaba al cargo de la enfermería improvisada. No podíamos creer
nuestra suerte. Era solo una muchacha. Y todos estábamos enamorados de ella.
»Gwyneth Barrie -siguió suavemente-. Tuvo mala suerte con su marido. No se lo
merecía. -Miró a Jason-. Veamos si hay algo en su casa que nos parezca raro o
fuera de lugar.
La puerta de la casa de Gwyn estaba cerrada y no parecía que nadie la hubiera
forzado. La cocina estaba como la había dejado Jason. La ropa ensangrentada de
Gwyneth seguía en el suelo, junto con los platos rotos y las sillas volcadas
durante la refriega.
-Brandon estuvo aquí -dijo Jason-, para recoger ropa de Gwyn, pero todo parece
estar tal como lo dejamos.
Registraron toda la casa, habitación por habitación, y cajón por cajón. Cuando
terminaron, Richard dijo:
-No tiene recuerdos de su difunto tnarido, nada que pasar a su hijo. Y ningún
retrato en miniatura. Tiene su pistola.
Estaban en el dormitorio de Mark. La cama estaba deshecha y Jason estaba
dando vueltas a un soldado de juguete que había recogido de la mesa. Recordaba
lo que había dicho Gwyn, que Harry la habría matadoella, y después a Mark, tanto
si le hubiera dado el retrato como si no.
Su mano se cerró sobre el soldadito.
-Harry es un asesino -dijo con voz áspera. Miró a Richard-. No creo que sea un
ladrón. No tenía necesidad de disparar a Gwyn. Puede que quisiera el retrato,
pero vino para matarla. Eso es lo que quería enrealidad, matar a Gwyn. -Sí, me
temo que tienes razón -dijo Richard-. Y eso significa que puede volver a
intentarlo. Pero creo que eso ya lo has deducido por ti mismo.

108
-Suena mucho peor cuando te oigo confirmarlo. Richard asintió con la cabeza.
-Me gustaría hablar con ella más adelante. -Pues más vale que lo hagas pronto.
Me la llevaré
a Haddo tan pronto como esté recuperada para viajar. -Me parece razonable.
También puedo ir a Haddo y hablar con ella allí. Mientras tanto, descubre si sabe
algo más. Algo que haya olvidado. Cosas pequeñas que parezcan fuera de lugar.
Por muy insignificantes que sean. Puede que sepa algo del retrato.
-Se lo preguntaré y me aseguraré de que es consciente de la gravedad del
asunto.
-Bien. He terminado aquí. ¿Nos vamos?
-Pasa tú primero. Quiero recoger las cosas que Gwyn y Mark pueden necesitar
para ir a Haddo. -Déjalo para Harper. Podría llevarse la Torre de Londres y
nadie se daría cuenta hasta que fuera demasiado tarde. Lo que quiero decir es...
-Sé lo que quieres decir. Crees que alguien podría estar observando la casa y que
yo podría conducirle hasta Gwyn. No lo haría, ya lo sabes.
Richard se echó a reír.
-Si un día te cansas de ganar dinero -dijo-, ven a verme y te daré un empleo.
A la mañana siguiente, el sargento Harper dejó una bandeja sobre la mesa de su
jefe en la oficina de Horse Guards, y sirvió dos tazas de café. No dijo ni una
palabra. El coronel Maitland tomaba notas, y cuando el jefe estaba pensativo,
todos los que le rodeaban tenían que mantener la boca cerrada. El pensamiento
suavizó el ceño perpetuo que parecía haberse grabado en yeso en la frente de
Harper. Recordaba a Richard Maitland cuando era un joven oficial en su primera
campaña. Todos eran iguales, esos oficiales novatos. No distinguían un zapato de
una alpargata.
¡Había que verlo ahora! No es que Harper no fuera crítico con su jefe. Trabajaba
demasiado y, cuando se tomaba un descanso, en lo único que podía pensar era en
navegar o escalar un pedazo de roca. Tenía que tener a una mujer en alguna
parte, pensaba Harper. Siempre había alguna. A pesar de que su triste
experiencia con las faldas le habían apartado del frente femenino, deseaba algo
mejor para el coronel que la vida de soltería.
Después de todo, era un hombre apuesto de treinta y tantos años. Nunca le
faltaban mujeres bonitas en la cama. Pero nunca se había apegado a ninguna. Por

109
su puesto que tenía que haber una mujer en alguna parte. Richard se movió, dejó
la pluma y miró a Harper. -Bien, Harper -dijo-, ¿qué piensas?
Harper se encogió de hombros.
-Como dijo, es un asunto insignificante. -No sé qué decirte.
-¿Ha cambiado de opinión?

-No lo sé. Puede que se trate de dos casos. Pero lo que me interesa realmente es
Harry. Es un asesino, ¿sabes? --¿Eso es lo que creo?
-Todo apunta a esto. -Richard se echó atrás en la silla y estiró sus entumecidos
músculos-. De modo que, aunque no exista relación entre el lacayo asesina do y la
señora Barrie, la Brigada Especial debe investigarlo. No podemos dejar a un
asesino suelto en Inglaterra, ¿no te parece?
Harper asintió lentamente. Pensaba en otro asesino y otro caso, y en los
estragos que había causado. -¿Cómo lo enfocamos?
-Volveremos al principio y empezaremos de nuevo. Quiero que se investigue el
entorno de Johnny Rowland hasta que le conozcas mejor que a un amigo
íntimo. Y echaremos otro vistazo a la lista de invitados.
Tal vez fue a ver a la señora Barrie o tal vez no. Manda a Landon y a lord Ivan.
Ahora tienen poco trabajo. Les asignaremos esto. Pero sin mencionar el nombre
de la señora Barrie. A ver qué descubren. Por ahora yo mismo investigaré a la
señora Barrie.
-Dudo mucho que el joven Lochinvar sea capaz de descubrir su propio nombre -
comentó Harper.
Richard chasqueó la lengua. Harper no tenía una gran opinión de lord Ivan y
siempre se refería a él en privado como el joven Lochinvar, por el deslumbrante
héroe de la balada de Walter Scott. Harper no tenía tiempo para héroes o
supuestos héroes.
-Bien, esto será como una prueba -dijo-, y si no la pasa, peor para él.
Harper se limitó a gruñir
Diez minutos después, cuando acabó la reunión y estaban bajando la escalera,
lord Ivan preguntó a Landon por qué demonios su jefe se tomaba tantas
molestias por un lacayo asesinado.
Landon sonrió amablemente. En su opinión, lord Ivan era más denso que una
pared, y la única razón por la que lo habían transferido a la Brigada Especial era

110
que su padre y lord Liverpool eran amigos íntimos. No creía que lord Ivan durara
mucho ya que solo estaba allí por el glamour. Landon era más realista. Era un
trabajo duro, y a menudo, aburridísimo.
-Porque habrá surgido algo -dijo-, algo que el jefe no nos ha contado. Hay
informaciones que no pueden divulgarse.
-Entonces, ¿cómo vamos a saber qué buscar? -Haremos lo que nos han ordenado.
Investigamos a Rowland y vemos si podemos encontrar una relación con alguno de
los invitados a la fiesta de Sackville, solo que esta vez lo haremos más
concienzudamente. ¿A qué viene el suspiro?
-Por nada. Por nada en absoluto.
-Yo sé por qué -dijo Landon con la misma sonrisa agradable-. Creías que estarías
desenmascarando traidores y descubriendo conspiraciones cuando entraste en la
Brigada Especial.
-Bueno, supongo que sí. Es un secreto a voces que el jefe desveló el complot para
asesinar a lord Liverpool el año pasado, él y ese gorila que tiene de
guardaespaldas. -Dejó de hablar de golpe cuando Harper se cruzó con ellos en el
rellano y siguió bajando la escalera.
-Por Dios -exclamó lord Ivan-. Espero que Harper no haya oído lo que he dicho.
-Yo de ti vigilaría lo que dices -comentó Landon-. Recuerda que en la Brigada
Especial tenemos un código.
Lord Ivan sonrió.
--Ya lo sé, no hacemos prisioneros, pero es solo una I broma, ¿no es cierto?
-Espero que no tengas que comprobarlo nunca. Veamos, ¿por dónde íbamos? Ah, sí.
Cuando lleguemos a la casa de Sackville, tú empiezas con los criados y yo
me dedico a Sackville.

Capítulo 13

Hay ocasiones en que los acontecimientos cobran el empuje de un río torrencial, y


no hay forma de nadar contracorriente.

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Esto es lo que pensaba Gwyn mientras estudiaba la opulenta habitación y revisaba
las cajas que, como un ladrón al amparo de la noche, había traído Jason de su
casita de Sutton Row. No había necesidad de deshacerlas, había dicho Jason,
porque se marcharían a Haddo al día siguiente, y las cajas que contenían su ropa y
efectos personales irían con ellos. Lo demás se guardaría en la casa hasta que
fuera seguro volver.
Jason parecía pensar que ella corría un peligro mortal. No solo le había devuelto la
pistola, sino que había procurado que no estuviera nunca sola. En ese preciso
momento, él estaba en la habitación contigua, en su vestidor, empacando sus
propias cosas para el viaje a Haddo.
Todo parecía irreal; como si se hubiera introducido en la vida de otra. Aquello no
podía estarle pasando a ella. Su vida era corriente y aburrida.
Jason se había encargado de todo, dijo, para que no tuviera que preocuparse por
sus alumnas, sus vecinos, la policía, o siquiera la pobre señora Jamieson que se
había visto privada de los servicios de Maddie. Lo único que
debía hacer era concentrarse en ponerse bien. Había dormido gran parte del
tiempo, y, mientras dormía, se habían tomado todas las decisiones por ella. Puede
que fuera mejor así. Ella no acababa de comprender lo que estaba pasando.
Se quedó mirando las cajas en el suelo y se preguntó qué habría encontrado Jason
para llenarlas. Ella no tenía tanta ropa y ahora Jason lo sabía. Era muy humillante.
-Es la tercera vez que te oigo suspirar.
Levantó la cabeza y vio que Jason la observaba. Era absurdo, pero se le llenaron
los ojos de lágrimas. Había captado la calidez y la inquietud de su voz, y la expre
sión preocupada de su cara. Sabía que estaba baja de ánimos, pero era un alivio
muy grande tenerlo a su lado, ayudándola a librar sus batallas otra vez.
Se encogió de hombros.
-Es como si no tuviera energía para nada. Ni siquiera puedo pensar como es
debido.
-¿Puedo acompañarte? -Por favor.
Jason se sentó en un sillón frente a ella, al otro lado de la chimenea.
--Eres demasiado severa contigo misma -dijo-. Has hecho estupendos progresos.
Era cierto, pensaba Jason. Solo habían transcurrido tres días desde la terrible
agresión contra ella. Todavía debería estar en cama, y ya estaba levantada y

112
vestida. Se estaba exigiendo demasiado. Parecía pensar que el mundo se vendría
abajo si dormía demasiadas horas. El mundo de Gwyn era su hijo, como había
descubierto Jason. No tenía nada contra esto. No quería quitarle a Gwyn su
mundo. Quería ampliarlo.
Pero aquel no era el momento de enturbiar las aguas con asuntos incompletos.
Ahora mismo Gwyn no necesitaba a un amante, sino a un amigo.
Se relajó contra el respaldo del sillón.
-¿Qué es lo que no puedes pensar como es debido? -Todo. Nada. -Meneó la
cabeza-. Jason, ¿qué voy a hacer con un poni cuando vuelva a estar instalada en mi
casa?
El poni era un regalo de Jason a Mark, y ella había oído toda la historia aquella
mañana, cuando Mark entró como una tromba en la habitación y la había desper
tado. Se llamaba Bouncer, y Mark no podía contener su emoción. Gwyn había
intentado aplacar el entusiasmo de Mark, pero era demasiado tarde, por supuesto.
El mal estaba hecho. Los demás no comprendían su reticencia en aceptar el poni, y
ella no podía explicárselo. Por eso había tomado la vía de la mínima resistencia.
-¿No es prematuro pensar en volver a tu propia casa? -aventuró Jason.
-No pensaba en Sutton Row. Podría encontrar otra casa en otra zona de Londres,
donde no me conozca nadie.
La voz de él perdió algo de simpatía.
-No volverás a vivir sola hasta que descubramos lo que sucede. Creía que lo habías
entendido. En cuanto al poni, es mi regalo para Mark. Yo me ocuparé de encon-
trarle un establo. ¿Te quedas más tranquila?
Gwyn volvió a encogerse ligeramente de hombros. Encogimientos de hombros y
suspiros, solo parecía capaz de esto. Empezaba a odiarse a sí misma.
-Todo parece tan inútil -dijo.
-No es inútil en absoluto. -Enlazó los dedos y se inclinó hacia ella con los brazos
apoyados en los muslos-. Como te he dicho, no estamos solos. Tengo un amigo en
Whitehall. Ha aceptado ayudarnos. Dice que te conoce, Gwyn. Se llama Richard
Maitland.
Ella lo pensó un momento, pero negó con la cabeza. -El nombre no me dice nada.
-Te conoció en Portugal. Entonces era teniente, le hirieron en el frente y tú le
cuidaste hasta que se recuperó.

113
--Oh. -Gwyn arrugó la frente intentando recordar el nombre-. Había tantos
soldados heridos... Lamento no acordarme de él.
Por alguna oscura razón, la respuesta complació a Jason, que sonrió.
Gwyn frunció el ceño
-¿Y bien? ¿Qué te ha dicho? Jason la miró directamente a los ojos. -Dice que
tienes suerte de estar viva.
Esto le llamó la atención, y Jason le contó todo lo relevante de su conversación
con Richard. Casi todo el rato Gwyn le escuchó en silencio, haciendo solo pregun
tas ocasionales. Mientras él hablaba, le quedó clara una cosa. Como jason, Richard
Maitland estaba convencido de que era el blanco de una especie de conspiración.
Cuando jason terminó de hablar, Gwyn se llevó una mano a la garganta y se la
masajeó distraídamente. -Si intentas asustarme -dijo, esforzándose por hablar
con ligereza sin conseguirlo-, lo has logrado. jason sonrió, pero le respondió con
seriedad. -Tener miedo es prudente, Gwyn. Las personas asustadas toman
precauciones y esto es precisamente lo que haremos. Es por eso por lo que tú y
Mark venís a Haddo.
Como ella no protestaba, jason continuó:
-Sería de gran ayuda saber qué retrato buscaba Harry. Piensa en ello, Gwyn.
¿Últimamente ha llegado a tus manos algo, una cosa que no hayas mirado? ¿Alguien
te ha escrito mencionando un retrato? ¿Has comprado algo o recibido un regalo?
-¡No!
-Tiene que haber algo.
-Pues no hay nada. Tú recogiste mis cosas. ¿Encontraste algo?
Él miró las cajas.
-No lo sabría porque no sabía lo que estaba buscando. Pero me pareció raro...
Como se detuvo a media frase, y siguió contemplando las cajas, ella perdió la
paciencia.
-¡Dímelo! ¿Qué es raro?
Él la miró a los ojos, con una mirada reservada, que ocultaba lo que pensaba, y el
corazón de ella empezó a latir rítmicamente.
-Esperaba encontrar recuerdos de tu marido -dijo--. Richard y yo registramos tu
casa como si fuéramos ladrones, y no había nada; ni un retrato, ni un sable,
ningún efecto personal.

114
--No hay ningún misterio. Lo dejé todo en casa de mi cuñado y su esposa. Era más
fácil que... Era más fácil y basta. -Quería dejarlo ahí, pero él esperaba que
siguiera y si ella se mostraba reticente no haría más que despertar sus
sospechas.
Se miró las manos unidas, escrutándose las pecas como si fueran de su máximo
interés.
-Nunca he hablado con nadie sobre la familia de Nigel. No me parecía... bien
hablar mal de ellos después de que nos ofrecieran un hogar cuando Nigel re sultó
herido. -Le miró a la cara-. No nos llevábamos bien, y poco después de la muerte
de Nigel hice las maletas y empecé una nueva vida en Londres. -Sonrió
débilmente-. No mantenemos precisamente una buena relación. El hermano de
Nigel tiene todos los efectos personales de Nigel. Pero algún día serán de Mark.
Y esto es todo lo que deseo decir sobre el tema. -Entendido.
Gwyn oyó una risa infantil. Era Mark, pensó, y sus ojos se fueron hacia la ventana
abierta. El sol brillaba, los pájaros cantaban y el ambiente era agradable, con el
aroma fresco de la hierba recién cortada y los narcisos. No sabía por qué tenía
escalofríos.
Se cansaba con facilidad, pero después del almuerzo hizo el esfuerzo de salir con
los demás al prado de la parte trasera de la casa para ver a Mark montando el poni.
Se dio cuenta de que Jason se tomaba muchas molestias para que estuvieran a
salvo. Su lacayo y los mozos no estaban nunca muy lejos, e iban armados. Pero no
fueron los mozos los que captaron su atención, sino Mark. Aunque ella misma se
había caído del caballo un par de veces antes de aprender a montar, era muy
diferente ver caer a su hijo.
Se le puso el corazón en un puño, pero se calmó cuando Mark se levantó por sí solo.
Jason, Brandon y Judith se quedaron tan tranquilos. Se limitaron a gritar órdenes.
Mark los escuchaba con la frente arrugada por la concentración. Cuando el lacayo
ayudó a Mark a montar otra vez, todos aplaudieron, y Mark sonrió. Su madre le
devolvió la sonrisa, pero con una sonrisa tensa. Apretó las manos con que se
agarraba a la verja al ver que el lacayo ponía al poni al trote.
-Tranquilízate, Gwyn -dijo Jason-, o vas a ponerle nervioso. Ni siquiera le oyó. Tenía
los ojos fijos en Mark.

115
Solo fue vagamente consciente del mozo que se acercaba a Jason y de que, después
de una breve conversación, este se marchaba de repente del prado. Empezaba a
pen- ,I sar que Mark se comportaba con demasiada confianza y que el poni no era
tan importante. Ahora sabía que el animal se llamaba Bouncer. Aunque una parte de
su cerebro le decía que sus temores no tenían fundamento, que los niños podían
caerse sin hacerse el mismo daño que los adultos, otra parte del mismo cerebro es-
I taba ocupada repasando todos los terribles accidentes de equitación de los
que había oído hablar.
Empezó a llover, y Gwyn intentó parecer decepcionada, a pesar de que tenía ganas
de dar gritos de alegría. La clase de equitación debería aplazarse, y esperaba
estar más entera la próxima vez, y no ser la temblorosa mujercita en que se
había convertido en los últimos días. El placer de Mark apenas se empañó. Tenía
que secar al poni y meterlo en el establo. Estaba como pez en el agua.
Gwyn no podía correr ni caminar rápidamente, de modo que, cuando entraron en
la casa, estaban todos empapados. En el vestíbulo, se pararon a quitarse los
abrigos. La puerta del comedor estaba cerrada, y se oían voces airadas, de un
hombre y una mujer. Reconoció la voz de Jason, pero no la de la mujer.
Brandon parecía que se hubiera vuelto de piedra. Judith apenas podía contener
su regocijo.
-¿Cómo ha llegado aquí? -preguntó a Brandon. -¿Quién?
-¡Quién! -resopló Judith-. Sabes perfectamente a quién me refiero. -Después a
Gwyn-. Es la divina lady Daphne, la viuda mundana, la antigua amante de Jason, o
puede que no tan antigua si puede entrar y salir de aquí cuando le apetece.
Brandon volvió a la vida de repente. Lanzó una mirada fulminante a Judith.
-¿Tienes que ser tan vulgar?
-¿Tienes que ser tan estirado? -contraatacó ella. -¡Arriba! -Brandon indicó el
arco que daba a la escalera.
-¿Qué? ¿Y perderme la diversión? Judith meneó la cabeza-. Yo no me muevo de
aquí.
Brandon apretó los dientes.
-Gwyn está empapada. ¿Quieres que pille una pulmonía?
-No estoy tan mojada -protestó Gwyn. Tenía los oídos muy abiertos para captar
la conversación del otro lado de la puerta.

116
-Vamos, Gwyn.

-No.No le dejó opción. Brandon la tomó por el codo y la empujó hacia la


escalera. El sonido de vajilla rota la hizo detenerse de golpe. Se abrió la puerta
del comedor de un empujón que casi la arrancó de los goznes, y una Visión de
pelo oscuro en terciopelo rosa, seguida de cerca de Jason, entró como una
tromba en el vestíbulo. -¡Arriba! -ordenó Brandon al oído de Gwyn.
Pero Gwyn se quedó petrificada en su sitio y se agarró a la barandilla. No
pensaba perdérselo por nada del inundo.
-Me dijiste que no querías volver a verme jamás -dijo Jason a la Visión, en un
tono de aburrimiento mortal-. Me lo tomé al pie de la letra.
Lady Daphne se calló al ver a Judith. Dejó de fruncir el ceño y dibujó una
sonrisa.
-Señorita Dudley, creo.
Judith hizo una pequeña reverencia.
-Lady Daphne. Creo que no nos habíamos visto desde el baile de la señora
Crambe.
La Visión ignoró esa observación mundana. --Espero que me invite a la boda -
dijo amablemente-. Jason y yo somos muy buenos amigos. -Oh, no creo que haya
boda -contestó Judith. Junto a Gwyn, Brandon se puso rígido.
-¿A qué diablos se cree que está jugando? Mañana a primera hora toda la
ciudad creerá que es la nueva amante de Jason.
Gwyn no prestaba atención a Brandon. Miraba a través del arco de la puerta, y
realizaba un concienzudo inventario de lady Daphne. Lo que vio le oprimió el
corazón. Aquella mujer no era solo hermosa; era arrebatadora, la clase de
mujer que hacía volver la cabeza a los hombres cuando entraba en una
habitación. Si tenía algún fallo, era que iba vestida de rosa de la cabeza a los
pies. Gwyn no podía soportar el color rosa.
Jason siempre había tenido debilidad por las bellezas, recordó Gwyn. No había
cambiado nada. -Permite que te acompañe a tu carruaje -dijo Jason.

117
-No será necesario -contestó lady Daphne-. He olvidado algo. ¿Qué era? Ah, sí,
ahora lo recuerdo. Había un hermoso jarrón de Sévres sobre la mesa de la
entrada. Lady Daphne lo cogió y sonriendo como si fuera un amigo recuperado,
exclamó:
-Oh, Dios mío ¡Qué torpe! Mira lo que he hecho. Me ha resbalado de los dedos.
-¡Daphne! -dijo Jason en tono de advertencia. Pero lady Daphne no prestaba
atención a Jason. Dejó caer el jarrón sobre el suelo de mármol donde se hizo
añicos; a continuación, con una sonrisa satisfecha, salió por la puerta.
Con una expresión terrorífica, Jason fue directamente a donde estaban Gwyn y
Brandon en la escalera. Judith le siguió.
-Ese jarrón -dijo-, ese jarrón... oh, no tiene importancia. Los porteros la habrán
dejado pasar. Fue un desafortunado malentendido. -Escudriñó a Gwyn con los
ojos-. Creo que no te ha visto. ¿Qué hacías tú en la escalera, si puede saberse?
En cuanto viste que teníamos visita, deberías haberte retirado a tu habitación.
-No he logrado que se moviera -dijo Brandon. -No -intervino Gwyn-, porque era
muy divertido. Ha aliviado un poco el aburrimiento de mi habitación de enferma.
¿Verdad que sí, Judith?
-Mmm -corroboró Judith.
-Bien... Jason respiró hondo-. Nos vamos a Haddo inmediatamente. No... no creo
que haya motivos para alarmarse. Pero Daphne podría haberte visto. No quiero
que nadie sepa que estás aquí. Salimos dentro de media hora. Voy a ordenar que
preparen el carruaje. Se volvió y salió de la casa.
-¡Bueno! -exclamó Judith, mirando a Gwyn y a Brandon-. Podría haberme dado
las gracias por reaccionar tan rápidamente. Creo que he actuado como una
profesional.
Brandon estaba lívido.
-¿Te das cuenta de lo que has hecho? Has arruinado tu reputación. Todo
Londres creerá que eres la amante de Jason.
Judith suspiró teatralmente.
-Brandon, ¿significa eso que te importa?
-¡No estamos de broma! ¿No podrías hablar en serio por una vez en tu vida?
Judith enlazó su brazo con el de Gwyn y las dos empezaron a subir.

118
-Es tan estirado -dijo en un susurro confidencial-. Pero es encantador. Estoy
pensando en convencerle para que me pida que me case con él.
Brandon parecía a punto de explotar
-¡Casarme contigo! Antes me casaría con una tigresa devoradora de hombres.
Judith hizo pucheros.
-Ahora me has partido el corazón. -Miró a Gwyn y le guiñó un ojo-. Piénsalo
bien, Brandon, somos una pareja perfecta. Tú eres un cazador de fortunas, y
yo soy más rica de lo que podrías imaginar. -¡No soy un cazafortunas!
-¿No? Lástima. Entonces quizá querrás casarte conmigo por mí misma.
Brandon abrió la boca y la volvió a cerrar rápidamente. En un tono más
moderado, dijo:
-Si decido casarme contigo, Judith, seré yo quien lo pida.
-Ya te he dicho que era un estirado -insistió
Judith.
Se sentó en el borde de una silla, dando vueltas en la cabeza todavía a la escena del
vestíbulo con lady Daphne.
Si los porteros habían dejado pasar su carruaje, era porque la habían reconocido
inmediatamente. Eso significaba, por supuesto, que lady Daphne no era un ca pricho
pasajero, sino que había sido amante de Jason durante bastante tiempo.
Pasaron por su cabeza una sucesión de caras sin nombre, las caras de las conquistas
de Jason; todas pálidas copias de lady Daphne. Había sido una fuente ina gotable de
diversión para ella y para Trish observar sus idas y venidas. Las chicas buenas, las
que tenían como objetivo casarse, no tenían ninguna oportunidad.
Echó un vistazo a la habitación y decidió que tenía a lady Daphne estampada por
todas partes. No se había reparado en gastos para amueblarla. En comparación, el
resto de la casa era espartano, como si no se utilizara a menudo. Sus ojos fueron
hacia la enorme cama que presidía la habitación. No hacía falta ser muy imaginativa
para concluir que la casa solo tenía un propósito, y que el tal propósito se resumía
en aquella cama.
Jason se merecía algo mejor, mejor que la lady Daphne de turno. Debería estar
casado desde hacía mucho tiempo. Debería tener una esposa que le amara e hijos
que le veneraran. No quería que estuviera solo, como ella había estado sola. Había
puesto Haddo en orden tras la muerte de George. ¿Por qué no podía poner orden en

119
su vida? El mundo estaba repleto de mujeres jóvenes capaces y dispuestas. ¿Por
qué no tenía el sentido común de casarse con una de ellas, en lugar de vivir así?
Le había dicho a Mark que era porque Jason esperabaque apareciera su
Encantadora Princesa. ¡Encantadora Princesa! Gwyn resopló. La Encantadora
Princesa era tan inútil como lady Daphne. Debería buscar una mujer de carne y
hueso que pudiera ser una buena compañera para él. Ido
Intentó imaginarse a Jason casado con una mujer joven y cariñosa, un espíritu
afín que compartiera la vida con él. La imagen que se formó en su cabeza era tan
cursi que la puso enferma.
Todavía estaba sentada en el borde de la silla, perdida en sus pensamientos,
cuando Mark entró en la habitación como un ciclón. Tenía los ojos brillantes y las
mejillas encendidas.
-¡Haddo! -gritó-. El primo Jason dice que nos vamos a Haddo en cuanto hayamos
hecho las maletas.
No esperó a que le respondiera, sino que entró en el vestidor de Jason, donde
había dormido en una cama plegable las últimas noches. Gwyn oía cómo arrastraba
objetos pesados por el suelo. Poco después, volvió a la habitación.
Mark se acercó a ella y le tomó la mano; con ojos ansiosos la miró a la cara.
-¿No quieres ir a Haddo, mamá?

Gwyn miró los ojos angustiados de su hijo y se sintió profundamente conmovida.


No había escapatoria, tenía que ir a Haddo. Lo menos que podía hacer era ponerle
buena cara. Se estaba volviendo una cobarde lamentable.
-Por supuesto que quiero ir a Haddo -dijo, sonriendo-. Estaba esperando que
viniera alguien a ayu darme a hacer las maletas. A Mark se le aclaró la expresión.
-Yo te ayudaré, mamá.
Gwyn levantó la cabeza en aquel momento y vio a Jason en el umbral de la puerta
del vestidor. Evidentemente había entrado en él por la otra puerta. No dijo nada;
se limitó a mirarla con una sonrisa enigmática en el rostro.
Se marchó sin decir palabra.
En su casa del Strand, Hugo Gerrard dejó el periódico, salió del comedor
dejando la cena a medias y se fue a la biblioteca. No sabía nada de la tal Barrie y
eso le volvía irritable. Había leído los periódicos cada día, pero no aparecía nada

120
de un cadáver descubierto en Sutton Row. Y tampoco se sabía nada de Harry
diciendo que había cumplido su trabajo.
Acababa de sentarse ante la mesa cuando entró Ralph Wheatley. Había mandado
a Ralph a Bow Street para enterarse de si los magistrados o los alguaciles habían
oído algo. Ralph no podía preguntarlo abiertamente, pero su trabajo le llevaba
allí suficientemente a menudo para que su presencia no despertara sospechas y
poder tener los oídos abiertos sin que los demás se dieran cuenta.
-¿Y bien? -preguntó Gerrard.
-Hubo un informe de un robo. Nadie salió herido. No hay sospechosos ni
arrestos, pero nadie sabe dónde está la señora Barrie. Solo me han dicho que se
había marchado a vivir con unos familiares.
Wheatley se sentó sin esperar a que le invitaran. -Me he enterado de algo más.
En Bow Street están todos hartos de la Brigada Especial. Están investigando y
haciendo preguntas sobre la fiesta de Sackville. En Bow Street quieren que lo
dejen, pero no lo dejarán, y tienen el apoyo del primer ministro.
A Gerrard no le hizo ninguna gracia. La Brigada Especial era un organismo nuevo,
un cuerpo policial con responsabilidad especial en asuntos internos. La seguridad
nacional iba a cargo de ellos, no los asesinatos convencionales como el de John
Rowland. -¿Por qué se ha involucrado la Brigada Especial? -Porque uno de los
invitados a la fiesta de Sackville es un ministro del gabinete. No me preocupa.
No podrán relacionar a Rowland con el ministro del gabinete. Su investigación
llegará a un punto muerto en unos pocos días.
-Supongo que podría ser que relacionaran a Rowland conmigo. Tampoco es que sea
importante. Hacía tiempo que no era mi empleado, y no temo responder sus
preguntas. No soy sospechoso.
Al cabo de poco, Gerrard continuó. -¿Quién era el ministro del gabinete? -Sir
James Davenport.
Los labios de Gerrard se curvaron, y Wheatley pensó que esa misma expresión
tendría Calígula cuando era presa de una de sus iras furibundas.
-¿No te gusta? -No quería provocar más a su padre.
-No, no me gusta. Le detesto. No tiene vergüenza. Deberían obligarle a renunciar,
pero es uno de los favoritos de lord Liverpool. -Gerrard miró a Wheat ley con los
ojos entornados-. Creía que habías dicho que Harry era el mejor.

121
-Lo es.
-Pues ¿dónde está la señora Barrie? ¿Dónde está el retrato? ¿Por qué no sabemos
nada de él?
-Se pondrá en contacto con nosotros cuando el trabajo esté hecho -contestó
Wheatley conciliadoramente-. Él trabaja así. Nos mandó un mensaje por lo de
Gracie, ¿no? Estoy convencido de que en pocos días sabremos que ha cumplido
también esta misión. Gerrard tamborileó con los dedos sobre la mesa. -No me
gusta. No me gusta que la señora Barrie haya desaparecido así. ¿Y si intenta
chantajearme? -Existe esa posibilidad -dijo Wheatley cuidadosamente.
-Pues asegurémonos de que no sucede.
Wheatley esperó en silencio a que su padre continuara.
-Creo -dijo Gerrard- que la señora Barrie es peor amenaza para mí que el retrato.
No quiero que me dé problemas. Quiero que nos deshagamos de ella.
Wheatley asintió.
-Haré llegar el mensaje a Harry. -Esto le llevaba a un tema delicado. Se aclaró la
garganta-. Cuando se encuentre el cadáver de Gracie, las autoridades querrán
hablar con lady Mary.
-No le sacarán nada a lady Mary. No está en condiciones de hablar. Además está
en Rosemount. ¿Quién haría ese viaje para hablar con una anciana frágil que no
puede responder las preguntas?
-¿Y si se recupera?
Gerrard se echó hacia atrás y estudió a Wheatley. Finalmente, sonrió, pero no era
una sonrisa simpática. -¿Te crees que soy tonto? No te asustes, Ralph. Cuando
llegue el momento, me encargaré de mi esposa personalmente. Es una promesa que
le hice al conde, y nunca rompo mis promesas.
Cuando Wheatley salió de la casa, todavía tenía los finos pelos de la nuca erizados.
Gerrard también había prometido cuidar de él. Se preguntaba quién estaba más
loco, si Harry o Gerrard.

Capítulo 14

122
Salieron con dos coches, pero Jason y Brandon prefirieron montar casi todo el
camino, dejando a las damas y a Mark en el primer carruaje, y reservando el
segundo para las cajas y baúles.
Judith se fue con ellos, pero no pudieron convencerla para que se quedara en
Haddo con Gwyn. Su madre estaba retirada en Brighton, aclaró, y se llevaría una
gran decepción si su única hija estaba en las cercanías y se alojaba con unos
desconocidos. Acompañaría a Gwyn hasta Haddo, pero después se marcharía a
casa de su madre.
-Además, esto es una reunión familiar -insistió Judith--. Yo estaría de más.
Nada de lo que dijo Gwyn pudo hacerla cambiar de idea.
En circunstancias normales, Jason habría realizado el trayecto hasta Haddo en
seis horas, pero por el bien de Gwyn, lo hicieron por etapas, con paradas frecuen
tes para que ella pudiera estirar las piernas y descansar un poco. A aquel paso,
llegarían a Haddo de madrugada, y Jason decidió que pasaran la noche en el Red
Lion de Cuckfield. Por cortesía de Judith, se reforzó generosamente la cena de
Gwyn con brandy, y en cuanto su cabeza tocó la almohada se quedó dormida.
La última parte del viaje se realizó bajo un cielo azul despejado, un azul que se
reflejaba en los interminables pastos y tierras de cultivo que componían las Downs
del sur de Inglaterra. Gwyn no tuvo tiempo de preocuparse por cómo la recibirían
en Haddo Hall porque Mark no cesó de hacer preguntas y charlar excitadamente.
¿Por qué era azul la hierba? ¿Dónde estaban Brighton y el mar? ¿De quién eran las
ovejas y los corderos de las colinas? ¿Por qué no estaban encerrados?
Cuando doblaron el camino que llevaba a Haddo, a un par de kilómetros de
Brighton, Brandon se adelantó para comunicar a la familia que llegaban enseguida.
Poco después, al llegar a una cima, pudieron ver el mar, y Gwyn le pidió al cochero
que se detuviera. En ese lugar, las colinas descendían hacia los acantilados blancos
como la tiza, y más allá de estos estaba el ilimitado horizonte de mar y cielo. Gwyn
sintió que se le oprimía la garganta. Era su hogar. Podía negarlo hasta la muerte,
pero era su hogar.
Antes de que pudieran detenerla, abrió la puerta del coche, bajó el escalón y se
apoyó en él con cuidado. Mark se incorporó detrás de ella. Cuando el viento le
revolvió la falda, Gwyn se echó a reír.
-Me había olvidado del viento -dijo a Mark. Jason se acercó y desmontó.

123
-¿Qué sucede?-Me había olvidado del viento -repitió ella. -Ajústate el sombrero -
dijo Jason, y sonrió. Entonces también recordó el día en que el viento le arrancó
su primer sombrero de mujer de la cabeza mientras intentaba atarse las cintas, y
Honey, el perro de Jason, se lo había llevado. Ella había perseguido al perro por
los fangosos prados, por los riachuelos y las acequias, hasta que finalmente lo
había atrapado en el patio del establo, donde Jason y unos amigos suyos de la
universidad estaban admirando su coche nuevo. Honey había depositado su
maltratado premio a los pies de Jason. Los dos estaban hechos una pena, ella y su
sombrero, y Gwyn se sintió muy humillada, como solo puede sentirse una
adolescente, cuando Jason y sus amigos se rieron. Con el paso del tiempo, el
recuerdo había perdido acritud, y se podía reír de él como cualquiera.
-¿Por qué sonríes, primo Jason? -preguntó Mark. Mientras Jason contaba la
anécdota del sombrero, Gwyn dio un paseo, con los ojos fijos en el horizonte. El
mar estaba tan hermoso como en un cuadro, con barquitos de vela en miniatura
flotando sobre cintas plateadas centelleantes. Todo estaba en su lugar. Pero era
un cuadro falso. Se estaba formando una nube negra, y soplaba una brisa del
oeste.
-¿Más recuerdos?
Judith estaba de pie a su lado, sosteniéndose el sombrero con una mano, y con la
otra la falda. Parecía pensativa.
Gwyn sonrió débilmente.
-No sé cómo pude dejar que Jason me convenciera para volver aquí.
-¿Te convenció? -¡Todos lo hicisteis!
-No lo creo. Estás aquí porque quieres. Nadie puede convencerte de que hagas
algo que no quieres hacer. En eso eres como yo. -Le tocó la mano a Gwyn-. Ya era
hora de volver a casa, Gwyn, de reconciliarse con el pasado. Gwyn reflexionó sobre
esto y finalmente dijo:
-¿Podemos reconciliarnos con el pasado? -Tú has venido a descubrirlo.
Haddo Hall no era Blenheim o Chatsworth, contó Gwyn a su arrebatado público
mientras el coche entraba en el paseo de la casa, pero podía estar igual de
orgullosa de su antigüedad y su historia.

124
-La finca pertenece a la familia desde hace doscientos años -dijo-, pero los
Radley la perdieron cuando pelearon en el bando equivocado durante la
Rebelión jacobina.
-¿Cómo la recuperaron? -preguntó Mark. -Una viuda rica la compró y la ofreció
a William Radley, el último heredero superviviente, con una condición.
-Que se casara con ella -intervino Judith rápidamente.
Gwyn se echó a reír. -¿Cómo lo has adivinado? Judith soltó una risita burlona.
-Es la forma de llegar al corazón de un hombre. -¿Tú cómo lo sabes, mamá?
Ella lo sabía porque tras la muerte de George, la abuela Radley le había dado
una breve lección de historia para convencerla de que Jason cumpliría con su
de ber, como todos los dueños de Radley habían hecho antes que él. Se casaría
con una mujer rica.
-Me lo dijo la abuela Radley -contestó.
-No parece una historia muy bonita -comentó Maddie.
-Pero lo es -dijo Gwyn-. En realidad es como un cuento de hadas. Mirad,
después de la boda, William se enamoró de su esposa. Tuvieron seis hijos y
ahora hay Radley dispersos por todas partes de Inglaterra. -Miró a Mark-.
Nuestra rama de la familia procede de Wiltshire, pero siempre consideramos
que Haddo Hall era nuestra casa ancestral.
-¿Tengo primos en Wiltshire? -No. Eres el último de tu linaje.
Gwyn se calló al salir el carruaje de un pliegue de la colina, cuando finalmente
pudo ver la casa, disimulada tras la protección de unos tejos. Las paredes de
piedra clara estaban cubiertas de hiedra hasta el tejado, y un elegante
despliegue de grandes ventanales reflejaba los rayos de sol con todo tipo de
formas caprichosas.

-Es la casa más majestuosa que he visto en mi vida -dijo Maddie impresionada.
-Es impresionante -comentó Judith.
Gwyn se había vestido cuidadosamente para la ocasión, con su pelliza ligera de
verano sobre un sencillo vestido de diario del mismo color gris que sus ojos. El
sombrero y los guantes a juego normalmente los reservaba para los servicios
religiosos. Llevaba las perlas de su madre al cuello. Sabía que estaba bien
arreglada v esperaba que ello le diera confianza. Por fuera estaba tranquila, pero

125
por dentro tenía un revoloteo de pájaros que parecían haberse instalado en su
estómago.
Cuando el carruaje se detuvo, Gwyn no supo si había cogido la mano de Mark o
había sido él quien había cogido la suya, pero los dos se agarraron bien fuerte
para bajar al paseo de grava.
-Bienvenidos a casa -dijo Jason.
De repente se abrió la puerta principal, y salieron varios lacayos para hacerse
cargo del equipaje. A partir de entonces todo sucedió de forma borrosa. Estaban
en el gran vestíbulo, y, miseria de miserias, salió a recibirles no solo la abuela
Radley y el resto de la familia, sino un ejército de criados con librea que
esperaban alineados para hacerles una reverencia.
Debía de haber veinte personas en el vestíbulo, pero la abuela Radley tenia mas
presencia que todo el resto juntas. Con el rabillo del ojo, Gwyn vio a Trish, a su
marido Gerry, y a Brandon. Le pareció ver a una jovencita, que supuso que sería
Sophie, pero sus ojos estaban fijos en la diminuta figura que ocupaba el centro
del escenario.
Como siempre, la abuela Radley parecía salida de otra época. Su vestido, de un
encaje verde pálido, se le ajustaba cómodamente a la cintura, y caía en volumino-
sos pliegues hacia el suelo; el pelo plateado estaba generosamente empolvado; las
mejillas estaban cruzadas por finas arrugas pero resplandecían con un juicioso
uso del colorete. Estaba tal como Gwyn la recordaba excepto que en esta ocasión
sonreía y se apoyaba con fuerza en un bastón.
Jason murmuró algo en voz muy baja y después lo repitió en voz más alta.
-Espero que tengas presente que esto no ha sido idea mía.
-Me parece encantador -comentó Judith-. Un recibimiento real.
-Veo que la hija pródiga ha vuelto -dijo la abuela Radley con su habitual dicción
cortante-. Bien, Gwyneth, estoy esperando.
A Gwyn se le puso rígida la columna. Echó una mirada rápida a Jason y vio que
tenía los ojos entornados. Cuando él se puso a caminar, ella apoyó una mano en su
brazo, a modo de contención. Aquella era una batalla que debía librar sola. Pero,
en cuanto se le ocurrió la idea, la descartó. No se trataba de batallar. Tenía que
hacer las paces con una anciana que ya no tenía ningún poder sobre ella.

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Sin soltar la mano de Mark, cruzó la distancia que las separaba. Eran solo unos
pasos, pero su percepción cambió. Había más arrugas en la cara de la abuela Rad
ley; parecía más menuda, y, bajo el colorete, su piel tenía una blancura poco
natural.
-No pongas esa cara -espetó la anciana bruscamente-. Todavía no estoy en el
lecho de muerte. Un poco de artritis, nada más. Mírate a ti, muchacha. A mí no
me ha atacado un ladrón en mi propia casa. Sí, sí, Brandon nos lo ha contado
todo. Bien, al menos estás aquí y eso ya es algo. En Haddo recuperarás enseguida
el color de tus mejillas y pondrás un poco de carne en tu esqueleto. ¿De qué te
ríes?
Gwyn no lo sabía, pero se le escapaba la risa de todos modos. Meneó la cabeza.
-No lo sé. No has cambiado nada. -Besó la mejilla seca y apergaminada que le
ofrecía-. Abuela, ¿puedo presentarte a mi hijo, Mark?
Mark efectuó su reverencia lo mejor que su madre podía esperar, pero seguía
siendo un niño.
-¿Eres mi abuela? -preguntó dubitativo. La abuela Radley soltó una risotada.
-Eso es exactamente lo mismo que me dijo tu madre el día que llegué aquí para
encargarme de la casa. Te diré lo que le dije a ella. Soy la abuela de todos los ni
ños que viven en Haddo. Si no te gusta llamarme abuela, no me importa. Puedes
llamarme tía Radley. ¿Qué decides?
Mark lanzó una mirada a su madre y lo que vio en su cara le hizo asentir.
-Abuela Radley.
Hubo un momento de silencio, pero enseguida empezaron a hablar y a reír todos
a la vez. Trish le dio un abrazo a Gwyri, y luego la abrazó Gerry.
-¿Te acuerdas de Gerry? -preguntó Trish. -¿Cómo iba a olvidarle?
Gerald Churchill era el pretendiente que la abuela Radley había elegido para
Trish y del que ella no quería saber- nada. Trish se quejaba de que era todo lo
que decía la abuela que era -leal, cariñoso, de confianza, constante- y que para
eso ya tenía un perro. No era la figura romántica que Trish deseaba. Quería que
la levantaran del suelo; quería enamorarse. Nunca sería feliz con Gerald
Churchill, decía.
Evidentemente, se equivocaba. Iban cogidos del brazo, y se transmitían
mensajes sin palabras con toda naturalidad cada vez que se miraban.

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Gerry sonrió a Mark.
-Chris estaba deseando conocer a Mark. Está fuera jugando, pero volverá pronto.
-¿Sabíais que veníamos? -preguntó Gwyn. -No exactamente la fecha -contestó
Gerry-, pero sabíamos que vendríais antes de terminar la semana.
Gwyn miró a Jason y descubrió que la estaba observando. Le lanzó una mirada que
esperaba que fuera suficientemente clara. Él se encogió de hombros y se volvió
para disimular una sonrisa.
Trish captó aquel intercambio silencioso y se echó a reír.
-Había olvidado que tú y Jason levantabais chispas -comentó.
Gwyn se ahorró la respuesta porque Sophie perdió la paciencia y apartó a su
cuñado sin contemplaciones. El muchachote que Gwyn recordaba se había converti
do en una jovencita preciosa. Como todos los Radley de Haddo, tenía el pelo oscuro
y unos ojos verdes inteligentes dominaban su rostro. A Gwyn le pasó un fugaz
recuerdo: la pequeña Sophie pisándole los talones de la misma manera que ella
había pisado los de Jason.
-Se me rompió el corazón cuando te fuiste -declaró Sophie apasionadamente. Echó
una mirada a Jason-. Bueno, ya sé que no tenemos que hablar de eso. -Se le
formaron los hoyuelos un instante-. ¿Te acuerdas del día que me empapé el pelo de
zumo de frambuesas para que fuera rojo como el tuyo, y un enjambre de abejas
me persiguió hasta la casa?
Gwyn se acordaba, y de repente se le hizo un nudo en la garganta. Dijo algo, sin
saber muy bien qué, pero afortunadamente no había tiempo para regodearse en el
pasado. La abuela Radley esperaba para presentarle a los criados. Solo había dos a
los que Gwyn recordara, dos a los que respetaba profundamente: la señorita Glen-
nings, rígida como el almidón, y doncella personal de la abuela, y el augusto señor
Harvard, el mayordomo. Ahora no le parecían tan respetables. No estaba segura de
que estuvieran sinceramente contentos de verla, pero con la abuela Radley al lado,
dándole su apoyo, eran todo sonrisas.
Cuando esto terminó, Gwyn soltó un suspiro de alivio. Buscó a Mark con la mirada.
Era el centro de atención, y sus ojos brillantes y su sonrisa fácil deberían haberla
reconfortado
Sirvieron el almuerzo en el comedor de diario. El malestar que pudiera quedar
desapareció del todo cuando llegó Chris, el hijo pequeño de Trish. Mark y él tarda-

128
ron dos minutos en congeniar, y enseguida se pusieron a charlar y a dar la lata para
que los dejaran salir a explorar. Con gran sorpresa de Gwyn, la abuela Radley les dio
permiso, y los niños dejaron la mesa tan rápidamente que todos se echaron a reír.
Los ojos de Gwyn se encontraron con los de Trish por encima de la mesa y las dos
sonrieron con complicidad. En sus tiempos, no les habrían permitido levan tarse de
la mesa hasta que la última persona hubiera terminado de comer.
Tras el almuerzo, los caballeros se retiraron. Jason tenía asuntos que resolver con
el capataz; Gerry quería comprobar qué hacían los niños y, como no pudieron
convencer a Judith para que retrasara su partida, Brandon se ofreció a
acompañarla a casa de su madre, en Brighton.
-Me gustaría que te quedaras unos días -suplicó Gwyn.
Estaban en los escalones esperando que llegara Brandon con el coche.
-Lo dices como si me fuera a los confines de la tierra -dijo Judith-. Somos vecinas,
Gwyn. Podría ir y volver andando a Brighton antes de la cena. Nos veremos tan a
menudo como quieras.
-No es lo mismo.
Judith tocó el brazo de Gwyn.
-Si me quedara, me utilizarías como escudo para mantener a los Radley a
distancia.
-¿Te refieres a la abuela Radley? Judith se rió.
-Precisamente. -Se puso los guantes y siguió más en serio-. Dale una oportunidad,
Gwyn. Al menos podríais encontraros a medio camino.
-Eso deberías decírselo a la abuela, no a mí. Yo soy la parte culpable, no lo olvides.
Soy yo la que me fugué. -A mí me ha parecido que tu abuela se siente más culpable
que tú.
Gwyn miró sorprendida a su amiga. Judith hablaba como si conociera a la abuela
Radley íntimamente. Gwyn sabía que se conocían. Habían coincidido en Brighton.
Ahora Gwyn se preguntaba hasta dónde llegaba la amistad.
Brandon llegó frente a la casa con su landó y se paró al lado de las mujeres.
Judith le echó un vistazo y se echó a reír.
-No sabía que Jason coleccionara antigüedades -dijo.
-Es mi coche -contestó Brandon con los labios apretados.

129
-Ahora lo entiendo. Judith se acercó al coche-. Si te casaras conmigo, Brandon,
podrías tener docenas de coches de caballos nuevos, y todos serían la envidia de
tus amigos.
Él mostró los dientes en una simulación de sonrisa. -También te tendría a ti,
Judith, o sea que ya me perdonarás que decline la oferta.
-Añado un puñado de caballos pura sangre.
Brandon perdió la paciencia.
-¿Quieres hablar en serio? -Se inclinó, le ofreció la mano, y tiró de ella sin
demasiadas contemplaciones-. Uno de estos días, algún imbécil te tomará la
palabra. Y cuando le digas que era una broma, no se quedara de brazos
cruzados. ¿Entiendes lo que te digo? Judith bajó la cabeza.
-Sí, Brandon -dijo humildemente.
Él miró con desconfianza aquella cabeza baja, murmuró algo, tiró de las riendas
y el coche se puso en marcha. Gwyn todavía sonreía cuando entró en la casa. La
esperaba una doncella con un mensaje de la abuela Radley. La informaba de que
servirían el té en la habitación de la señora Radley. Era una invitación que tenía
toda la fuerza de una orden real.
La doncella le indicó el camino, pero no la llevó arriba, como esperaba Gwyn. Lo
que antes era una Balita se había convertido en la habitación de una dama.
-Es por mi artritis -explicó la abuela Radley-. No quiero que los criados tengan
que subirme y bajarme como un saco de patatas. Y quiero estar en el cen tro de
las actividades, no confinada en una habitación de enferma, como una inválida.
La abuela Radley estaba echada en una chaise longue, tomando un té; Sophie
miraba por la ventana, y Trish estaba sentada cerca de la bandeja de pastelitos
y frutos secos, llenándose la boca y sin parar de masticar. Cuando vio que Gwyn
la miraba, tragó lo que tenía en la boca y sonrió.
-Sí, vuelvo a estar embarazada. El médico lo confirmó la semana pasada. Gerry
y yo creíamos que no tendríamos ningún hijo más después de Chris. Pero ya ves.
¿No es maravilloso?
A Gwyn la invadió la emoción.
-¡Qué envidia me das! -exclamó y se acercó a Trish para abrazarla.

130
-Ten la bondad de recordar, Trish -advirtió la abuela Radley-, que tu hermana
pequeña está presente. -¡Puaf! -soltó Sophie desde la ventana y se dejó caer
en un sillón blando-. No soy una niña, abuela. Lo sé todo de los niños.
-En mi época no se consideraba de buen tono... Sophie ahogó las palabras de
su abuela.
-Pero ya no vivimos en tu época, abuela. Ahora es mi época, mis tiempos, y las
muchachas son diferentes. Gwyn esperaba oír una reprimenda, pero la abuela
Radley solo dijo:
-Eso es lo que piensa cada generación, pero ya aprenderás. -Miró a Gwyn-. Ya
ves nuestro dilema. Gwyn se sentó junto a Trish, y asintió cuando Trish le
ofreció la tetera de plata.
-No -dijo-. ¿Qué dilema?
-Verás -dijo Sophie-, mi temporada en Londres. La abuela no puede hacerme
de carabina debido a su artritis, Trish está esperando otra vez, y tú te estás
re cuperando de una herida de bala y debes de estar agotada. -Los ojos le
brillaban-. De modo que la temporada en Londres tendrá que retrasarse un año
más.
Gwyn tomó un poco de té y no dijo nada. Recordaba que Jason había
mencionado algo de que Sophie creía estar enamorada de alguien en Brighton.
-Hay los mismos bailes y reuniones sociales en Brighton -siguió Sophie-. ¿Qué
puede ofrecerme Londres que no pueda encontrar aquí?
-Un cambio de escenario -soltó bruscamente la abuela.
Sin inmutarse, Sophie se levantó y estiró los brazos por encima de la cabeza.
-Te preocupas demasiado, abuela -dijo-.
Mira a Gwyn. Se casó con su apuesto soldado y, aunque eran pobres, eran muy
felices.
Y ahora no sufras un ataque de nervios. No estoy pensando en fugarme. Solo
quiero que le des una oportunidad a David. -Se calló para mirar directamente a
los ojos de su abuela-. Y deja de hacer de casamentera. Nadie me convencerá
para que me case con el señor Hunter.
-No quiero que te cases con nadie -dijo la abuela coléricamente.
-Bien, porque cuando me case, lo haré como Gwyn. Me casaré por amor, y nadie
me lo impedirá.

131
Besó a su abuela en la cabeza, y salió de la habitación, dejando una nube de
silencio que era casi palpable. Gwyn tomó un sorbo de té para aclararse la
garganta. -¿Quién es David? -preguntó finalmente.
-El teniente David Jennings -contestó Trish-, del... no me acuerdo del
regimiento, y el oficial más codiciado de Brighton. Todas las jovencitas están
locas por él. -Miró a Gwyn-. Pero, en serio, no le conviene. Tiene mal genio y es
demasiado alocado. Se bate en duelo por cualquier tontería. Jason nunca
permitiría que Sophie se casara con un hombre así.
Otro silencio.
-Creo que te preocupas por nada, abuela. Sophie es una muchacha sensata -
continuó Trish-. Y confía mucho en Jason. No hará nada contra su voluntad.
La abuela Radley, que parecía sumida en sórdidos pensamientos, saltó ante
estas palabras.
-¡Es una romántica incurable! ¡Gwyn es su ídolo! Y Gwyn se fugó, ¿o no?
Trish dijo rápidamente
-Le prometimos a Jason que no sacaríamos a relucir el pasado.
Gwyn se sintió como si se la estuvieran tragando aguas peligrosas y, por eso,
dijo bruscamente:
-Las circunstancias son diferentes. Cuando yo me fugué, en Haddo había mucha
confusión. Estábamos todos angustiados por la muerte de George. No tenía a
nadie a quien acudir aparte de Nigel. No pretendo disculparme o echarle la
culpa a los demás. Sucedió y ahora no tiene ningún sentido seguir hurgando en
ello.
-Y todo acabó bien -interrumpió Trish, mirando furiosamente a su abuela.
La abuela Radley parecía deseosa de discutírselo, pero al poco rato miró a Gwyn
y dijo simplemente: -¿Hablarás con Sophie, Gwyn? Sé que a ti te escuchará.
-¿Hablar con ella sobre qué? -preguntó Gwyn, sobresaltada.
-Hablar con ella como hermana mayor. A Trish o a mí no nos escuchará. Ella
cree que has tenido una vida emocionante. Te admira. Lo que decimos Trish y
yo, vaya, le entra por una oreja y le sale por la otra.
A Gwyn se le ocurrieron una docena de razones para rechazar aquella petición
absurda, pero fue incapaz de decirlas cuando vio la mirada suplicante en los
ojos de la anciana.

132
-Hablaré con ella -dijo.
-Gracias. -La abuela Radley suspiró y cerró los ojos-. ¿Queréis avisar a mi
doncella? Ha sido un día muy agitado y estoy deseando echar una cabezadita.
Cuando entró Glennings, Gwyn y Trish salieron discretamente, y se retiraron a
sus habitaciones.
Al subir las escaleras, Trish dijo:
-Sophie no sabe la suerte que tiene. ¡Cuando recuerdo cómo temblábamos
nosotras siempre que la abuela levantaba la voz! -Imitó un escalofrío teatral.
-Nunca levantaba la voz -dijo Gwyn-. No le hacía falta. Y aunque temblábamos
como un flan, hacíamos casi siempre lo que nos apetecía.
-¡Habla por ti! -protestó Trish-. Yo hasta me casé con el hombre que la abuela
había elegido para mí-. Rápidamente añadió-. Por supuesto fue todo de
maravilla, pero eso no es lo que cuenta. Debería haber podido elegir. Creo que
este es el peor defecto de la abuela, que le gusta jugar a casamentera. Estoy
segura de que me habría enamorado de Gerry a primera vista si la abuela no me
hubiera cantado sus excelencias. Es lo mismo que sucede con el señor Hunter y
Sophie. Si la abuela la dejara en paz, estoy segura de que Sophie se daría
cuenta de que el señor Hunter es mucho más hombre que el teniente Jennings.
-Sí, pero entonces la abuela no sería la abuela -dijo Gwyn-; si dejara de
entrometerse en la vida de los demás.
Trish se rió. -Eso es verdad.
Se detuvieron frente a la puerta de la habitación de Gwyn, y Trish dijo:
-La abuela no debió pedirte que hablaras con Sophie. ¿Qué puedes decirle que
no le hayan dicho antes? -No lo sé. Pero quiero saber de dónde ha sacado
Sophie esas ideas exageradas acerca de mí y de Nigel. Era un soldado. Yo era la
esposa de un soldado. No hay nada maravilloso en eso.
-Pues de mí no lo ha sacado. Lo único que hice fue dejarle leer tus cartas. -Las
mejillas de Trish se tiñeron ligeramente de rojo-. También se las dejé leer a la
abuela. No fueron tantas cartas, Gwyn, y Gerry me dijo que era lo correcto.
¿Hice mal?
-No, por supuesto que no. No había nada en esas cartas que fuera embarazoso
para nadie.
La expresión de Trish volvió a dulcificarse.

133
-No, en absoluto. Eran muy divertidas. Fue un alivio para todos saber que todo
te iba bien.
La sonrisa de Gwyn se esfumó en cuanto entró en su habitación. Maddie estaba
allí, atareada, guardando la ropa que había desempacado y ahora estaba
esparcida sobre la cama y las sillas. Se habían llevado todas las cajas y el único
sitio vacío donde sentarse era el taburete del tocador, de modo que Gwyn se
instaló en él.
-La señorita Glennings es muy amable -dijo Maddie-. Me enseñará cómo ser la
doncella de una dama de verdad. Hay tanto que aprender. No, no, no necesito su
ayuda. Tengo que hacerlo sola.
La referencia a la señorita Glennings despertó el interés de Gwyn. Recordaba
los viejos tiempos cuando Haddo estaba llena de invitados y sus criados, de don
cellas que desaparecían en cualquier rincón siempre que la señora Glennings
salía en una de sus misiones. Como criada se sentía superior, y no permitía que
nadie lo olvidara, menos que nadie las doncellas de paso.
-Me dijo que su prima, la señora Churchill, le prestaría con mucho gusto alguna
ropa hasta que llegara el resto de su equipaje -siguió Maddie mientras colo
caba respetuosamente el único vestido de noche rojo de Gwyn en el armario.
-De modo que la señorita Glennings ha curioseado en mis cajas -preguntó Gwyn,
dividida entre la diversión y la indignación.
-No -protestó Maddie-. Solo me enseñaba a deshacer las maletas. Pero no tema.
No le dije que toda la ropa que tiene está en las cajas que hemos vaciado. ¿Qué
quiere que haga con esto?
Maddie llevaba doblado sobre un brazo el hermoso abrigo azul que había
acabado olvidado en la biblioteca. Hasta aquel momento, Gwyn se había olvidado
por completo de él. Tardó un segundo en recordar el nombre de la joven que lo
había dejado allí.
-El abrigo de Gracie -dijo-. Bien, Gracie tendrá que esperar a que vuelva a
Londres para recuperar su abrigo.
-La señorita Glennings quedó muy impresionada cuando lo vio -dijo Maddie-. ¿Ve
los botones? -Gwyn miró los extraordinarios botones del abrigo, que estaban
hechos de azabache y cada uno lucía el dibujo de una hoja de roble-. Este
abrigo -siguió Maddieigo lo confeccionó madame... Carry o algo parecido. No sé

134
pronunciar el nombre porque es francés, pero es una modista que tiene una
tienda en Bond Street. La señorita Glennings me ha dicho que solo confecciona
ropa de primerísima calidad para las damas más elegantes.
Era lo mismo que se le había ocurrido a Gwyn cuando había examinado el abrigo,
pero habían sucedido tantas cosas desde entonces que Gracie y su abrigo habían
dejado de interesarla.
-Envuélvelo en papel fino y déjalo en el armario -indicó.
A Maddie le brillaron los ojos.
-No le he dicho a la señorita Glennings que el i abrigo no le pertenecía.
Una vez guardados todos los vestidos, Gwyn se quedó sola, y se puso a pasear por
la habitación, tocando una. cosa tras otra. Aquella siempre había sido su
habitación, desde que ella y su madre habían ido a vivir a Haddo. Las mismas
cortinas floreadas de cretona en las ventanas, con la colcha a juego sobre la
mesa. La alfombra verde era de Axminster, un complemento perfecto para las
paredes verdes y las tapicerías de flores. Como un cenador, había dicho su
madre, y eso le parecía a ella todavía.
Debería sentirse como si hubiera dejado atrás aquella habitación, pero no era
así. Era acogedora y consoladora, y, si había fantasmas, eran todos agradables.
Las cosas que había traído de Londres eran las mismas que se había llevado
cuando se había marchado de Haddo para siempre. El cepillo de plata y el juego
de peines, que habían sido de su madre, estaban sobre el tocador, y la caja de
costura en su lugar habitual sobre la cómoda. Solo la señorita Glennings podía
haberla puesto allí.
Tenía la curiosa sensación de que no había pasado el tiempo, de que seguía siendo
una muchacha y que había salido de la habitación solo un momento.
Con un largo y prolongado suspiro, se sentó en el borde de la cama dejando que los
pensamientos pasearan por su cabeza. El día que había dejado aquel paraíso de
seguridad había cometido el peor error de su vida. Sus cartas eran divertidas,
había dicho Trish. ¿Qué remedio le quedaba? Ella misma se había hecho la cama y
se había metido en ella. ¿No era eso lo que decía siempre la abuela Radley? No
tenía sentido hacer sentir mal a todo el mundo porque ella había cometido un
error. También su orgullo había tenido algo que ver en aquella decisión.

135
Pero su humorístico relato de la vida como esposa de un soldado había tenido un
efecto que no podía prever. Y ahora se encontraba en la envidiable posición de
tener que aclararle algunas cosas a Sophie, y no sabía por dónde empezar.
Se echó en la cama y se le ocurrió otra cosa. ¿Por qué la abuela le confiaba esa
tarea? Ella se había fugado. Se había deshonrado y había deshonrado a su fami lia.
Una persona en su posición era la última persona a quien nadie pediría que
aconsejara a una jovencita sobre asuntos del corazón, y la abuela Radley lo sabía.
La abuela Radley se traía algo entre manos.
Tortuosa, pensó Gwyn con los ojos cerrados. Tortuosa y manipuladora. Podía
parecer que la abuela Radley se había ablandado, pero a ella no la engañaba. Se
traía algo entre manos.
Lo que le faltaba. Otra cosa de que preocuparse. Se obligó a pensar en algo
agradable, pero solo le vino a la mente el legado. No pensaba en el dinero, sino en
lo que había detrás de él. Alguien, en alguna parte, tenía que quererla y admirarla
mucho; alguien que quería que ella y Jason estuvieran juntos. Pensó en Judith, en
Trish, incluso en lady Mary Gerrard. Podría haber añadido a Brandon a la lista,
pero él no tenía tanto dinero. Recordaba que poseía una finca en alguna parte,
pero Trish le había dicho que la había dejado caer en el abandono.
Alguien, en alguna parte, deseaba que Jason y ella estuvieran juntos. De haber
sabido todo el dolor que eso había desencadenado, al menos por parte de ella, se
lo habría pensado dos veces.
Sus pensamientos fueron a la deriva y empezó a pensar en formas agradables de
gastar los intereses del legado. Aquello estaba mejor. Se durmió con una sonrisa
en el rostro.

Capítulo 15

A nadie le sorprendió que, poco después de cenar, Gwyn alegara fatiga y se


retirara a su habitación a descansar. Pero con todo lo cansada que estaba, no

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lograba conciliar el sueño. No cesaban de asaltarle los recuerdos, y ella estaba
decidida a sofocarlos. Llamó a Maddie, le pidió un ponche caliente, y después de
tomárselo se sintió un poco mejor.
Por fin cayó en un sueño agitado. Volvía a casa, de la Biblioteca para Damas,
vistiendo el abrigo azul de Gracie, cuando la calle se convertía en un laberinto. El
co razón empezó a latirle descontroladamente. Oía la respiración de alguien, oía
los pasos de alguien que la seguía. Quería correr, pero los pies le pesaban como
plomo. Abría la boca para gritar, pero no le salía ningún sonido. El hombre se
estaba acercando. Pero delante de ella había un hueco en la verja. Solo tenía que
pasar por el hueco y estaría a salvo. Tenía la piel húmeda de sudor, la respiración
pesada, pero ella luchaba por dar un paso lento y dificultoso tras otro. Sabía que
estaba a punto de alcanzarla, sentía su aliento en la nuca. ¡Pero lo conseguía!
Había cruzado el hueco.
Entonces se dio cuenta de que se había equivocado. No estaba a salvo. Estaba de
pie al borde de un abismo justo debajo de Haddo, y el laberinto no era tal
laberinto. Era el propio Haddo. No había escape. La mano de su perseguidor
estaba en su espalda, empujando, metementando la presión, y ella caía... caía...
Se despertó con un sollozo de terror. El corazón le latía alocadamente: tenía el
camisón empapado de sudor. Respiró hondo, lentamente, y poco a poco su pánico
fue disminuyendo.
Cuando se sintió más tranquila, bajó de la cama y se fue al vestidor. Buscó un
camisón limpio, se cambió y buscó la bata. Tardó solo un momento en encender la
vela de la repisa de la chimenea. Miró el reloj y vio que era medianoche pasada.
La casa estaba en silencio. Lo único que se oía eran persianas que golpeaban,
empujadas por el viento que soplaba en el canal de la Mancha.
Se acercó a la ventana, apartó las cortinas y miró hacia fuera. No había luna,
pero las farolas del porche principal estaban encendidas. Se sentó en el asiento
de la ventana y cerró los ojos. Le venían recuerdos fugaces. Se agitó inquieta.
Recuerdos. Solo eran eso. Historia pasada. Fantasmas del pasado.
Tenía dieciocho años, y estaba en camisón, acurrucada en el mismo asiento de la
ventana, mirando a los juerguistas nocturnos que armaban suficiente alboroto
para hacerse oír en Brighton. Jason era el cabecilla, por supuesto. Era su
cumpleaños, y se había presentado en Haddo hacía pocos días con un grupo de

137
amigos de Londres: muchachos de buena familia con un brillo despreocupado en
los ojos, y también damas quienes, a pesar de ser damas por nacimiento, dejaban
mucho que desear en opinión de la abuela Radley. Descaradas, las llamaba
despreciativamente. ¡Aventureras! Pero eso lo decía en privado. En público se
veía obligada a disimular su desdén porque George insistía en ello. Él era el dueño
de Haddo, decía, y en este caso lo decía en serio.
Por parte de George era algo más que el deseo de mantener la paz. Gwyn
sospechaba que estaba deslumbrado por una de las aventureras, la señora Leigh
Gran ger, y estaba decidido a ser tan despreocupado y divertido como cualquiera
de los jóvenes que se peleaban por su atención. Había carreras de carruajes a
Brighton, fiestas de medianoche en la playa y un sinfín de otros entretenimientos
a los que Gwyn no estaba invitada.
De todos modos había otras ocasiones en las que se encontraba con los amigos de
Jason: a la mesa del desayuno; cuando salía a cabalgar; en sus paseos diarios al
rededor de Haddo. No tardó mucho en darse cuenta de que, aunque no estuviera
presente el señor Granger, George seguía teniendo un serio rival en el afecto de
la señora Granger: Jason.
Recordaba haber deseado, mientras observaba a Jason y a sus amigos coger el
camino que los llevaba a los acantilados y la escalera de madera que bajaba a la
playa, que apareciese el señor Granger de repente en escena y se llevara a su
esposa. De todos los amigos de Jason, Leigh Granger era la única que le
desagradaba realmente. No era tanto porque fuese preciosa o encantadora o inge-
niosa. Era porque la señora Granger trataba a Gwyn como a una colegiala. No era
hostil ni grosera. De hecho, era todo lo contrario, pero Gwyn siempre se sentía,
después de uno de sus encuentros, como si la hubiera arañado un gato.
De haber estado Trish, las dos habrían presentado un frente común contra la
señora Granger. En la intimidad de sus habitaciones, habrían ideado respuestas
inge niosas para poner en su lugar a la pedante tigresa. Pero Trish estaba casada y
vivía en Norfolk, y Gwyn sabía que ella sola no era rival para tal mundana belleza.
Jason no ayudaba mucho. Le había dado por alborotarle el pelo, pellizcarle las
mejillas y llamarla «primita». Sin embargo, si bien Gwyn podía tener miedo de
cruzarlos con la señora Granger, con Jason no se mordía la lengua. Leigh

138
Granger los veía discutir y Gwyn se daba cuenta de que no le hacía ni pizca de
gracia.
Gwyn había observado cómo la oscuridad absorbía la última de las luces de los
juerguistas, y después se había metido en la cama. Era tan humillante, recordaba
que había pensado, ser mayor y estar excluida de las cenas de medianoche en la
playa como si fuera una niña. ¿Qué había de pecaminoso en una cena en la playa
para que no pudieran incluirla? Pero, aunque la hubieran invitado, la abuela
Radley no lo habría permitido. ¿Por qué estaban todos tan decididos a tratarla
como a una niña?
Lo siguiente que recordaba era que un trueno brutal la despertó. Casi
inmediatamente un relámpago rasgó el firmamento, volviendo la noche en día, y a
conti nuación otro trueno explotó sobre su cabeza. Tardó un momento en saber
dónde estaba, en recordar a Jason y a sus amigos que estaban en la playa.
Tenía la ventana abierta y rápidamente se levantó y fue hacia ella. Le encantaban
las tormentas, le encantaba el sonido de la lluvia y el viento golpeando contra las
persianas, pero aquella noche no. Se quedó un momento allí, con los brazos
estirados para cerrar la ventana, y tuvo una sensación de mal augurio tan intensa
que todo el cuerpo se le puso rígido.
Volvió la cabeza de golpe cuando oyó una puerta que se cerraba de un portazo.
Un grito de agonía fue sofocado rápidamente. Oyó pasos y otro grito. Con la
alarma corriendo por las venas, palpó el camino hasta la silla que tenía junto a la
cama, buscó la bata y se la puso.
Abajo, habían encendido las lámparas y Harvard, el mayordomo, estaba en medio
del vestíbulo como un niño desamparado. Había lacayos y doncellas por todas
partes, y los juerguistas nocturnos, algunos envueltos en mantas, todos
empapados hasta los huesos y más parecidos a espectros que a sí mismos, se
dejaban conducir dócilmente por los criados hacia la escalera. Nadie la miró ni
dijo nada cuando pasaron por su lado al bajar, ni siquiera la señora Granger.
Escrutó las caras del gran vestíbulo, pero no había rastro de Jason ni de George.
Tenía la garganta tan cerrada que cuando llegó al lado de Harvard casi no podía
pronunciar palabra. El se sobresaltó cuando le habló.
-Harvard, ¿qué ha ocurrido? ¿Dónde está Jason? ¿Dónde está George?

139
-Salieron en un bote, señorita Gwyneth --dijo-. El señor Radley y el señorito
Jason salieron a navegar con unos amigos. Alguien ha desaparecido. No sé quién.
Están todos aquí menos el señor Radley y su hermano. Todavía están registrando
la cueva.
Lo que sucedió después era una sucesión borrosa de recuerdos. La abuela Radley
y su doncella, Glennings, estaban en la librería, tan estupefactas corno ella
misma. Alguien le puso una copa de brandy en la mano, pero no recordaba si se la
había tomado o no. La abuela Radley era la única que hablaba, alternando entre la
esperanza y la desesperación. Y ella siguió sentada, petrificada, negociando
interiormente promesas con Dios que no podía esperar razonablemente
mantener.
Pasó una hora, la peor hora de su vida, y entonces oyeron pasos que cruzaban el
suelo de mármol y se levantaron todos a una. Cuando entró Jason y solo Jason en
la biblioteca, la abuela Radley soltó un grito estrangulado. A. Gwyn le fallaron las
rodillas y cayó de nuevo en el sillón. La cara de Jason lo decía todo. Nada podía
disimular su derrota y su desesperación.
Gwyn sintió que se le partía el corazón, pero bajo la angustia sentía una oleada
de gratitud. Jason estaba a salvo. Hasta aquel momento nunca había reconocido
lo que sentía.
Se había cambiado de ropa e iba vestido con las prendas ásperas de un pescador.
Se arrodilló ante el sillón de su abuela.
-Me caí por la borda -dijo- y George intentó ayudarme. Casi lo conseguimos. Nos
estaban subiendo a bordo cuando una ola... -Tragó saliva-. Lo siento, lo siento
muchísimo. Cuando le he encontrado, era demasiado tarde.
Su abuela reaccionó como si la hubieran abofeteado. -¡Deberías haber sido tú! -
gimió-. Es culpa tuya. George no debería haber salido de noche en barco. No sabe
nadar. Deberíais haberos mantenido apartados de él, tú y tus rameras. ¡Todos
tenéis la culpa! ¡Todos tenéis la culpa!
La cara de Jason estaba pétrea.
-Debo ocuparme de mi hermano -dijo únicamente, y se marchó.
Gwyn nunca pudo recordar con claridad los acontecimientos que siguieron a esos
pocos minutos en la biblioteca. Tenía impresiones vagas de personas que iban y
venían y hablaban en susurros. Llegó el médico y ordenó a la abuela Radley que se

140
metiera en la cama. Fue mucho más tarde, en su propia habitación, cuando empezó a
esfumarse el atontamiento, sus emociones se despertaron y las lágrimas se
desbordaron. Lloró por George, lloró por Jason, lloró por un mundo absurdo e
insensible donde sucedían cosas malas a personas buenas. Lloró hasta que no le
quedaron lágrimas.
No sabía cuánto tiempo estuvo echada sobre la cama, con las emociones agotadas.
Sin saber por qué, en un momento dado, se había levantado y se había vestido.
Recordaba haber pensado que, en todos los malos momentos de su vida, Jason había
estado cerca para consolarla. Ahora Jason la necesitaba.
Fue en su busca. El mayordomo paseaba por los pasillos, y por él supo que Jason
había salido de la casa.
-Déjele solo, señorita Gwyneth -dijo Harvard-. Está fuera de sí. Es mejor
dejarle solo.
Las palabras de Harvard la hicieron pensar. Recordaba la expresión de Jason
cuando les había comunicado la muerte de George, y su expresión atormentada
cuando su abuela había reaccionado contra él. La sensación de mal augurio que
había experimentado antes volvió a envolverla. No se tomó tiempo para reflexio-
nar. Bajó la escalera corriendo, salió por la puerta y se adentró en la noche.
Le encontró en la cabaña de pescadores abandonada de la playa, no muy lejos de
la escalera de madera que descendía desde lo alto del acantilado. No había luz en
aquel cobertizo de una sola habitación, pero con luz o sin ella sabía que era
Jason.
-Me pareció oír tu voz. -Parecía atontado, como si acabara de despertarse.
Gwyn respiraba de forma errática, no solo por el esfuerzo, sino también por la
abrumadora sensación de alivio de encontrarle sano y salvo. Casi sollozando, dijo:

-Te he estado llamando mientras bajaba los escalones.


Presintió más que vio el movimiento repentino y sobresaltado de él.
-No estoy de humor para tener compañía -dijo bruscamente-. No deberías haber
venido.
A Gwyn le dolía la garganta de tantas lágrimas.
-Tenía que venir.Í Él volvió a agitarse, y entonces ella vio su perfil recortado
contra la única ventana rota. Se pasó los dedos por el pelo. Gwyn se quedó

141
callada sintiéndose miserablemente inútil, y a pesar de todo más consciente del
dolor de Jason.
De repente él soltó un manotazo y mandó un pequeño objeto rodando por el
suelo.
-¡Debería haber sido yo! --exclamó-. Yo soy el hermano inútil. Pregúntaselo a
cualquiera. Pero esta vez no. -Se le quebró la voz-. Por Dios, ¿qué le pasó por la
cabeza? No sabía nadar y se lanzó al agua para salvarme. Casi lo conseguimos. Pero
una ola volvió a arrastrarnos.
Sofocando un gemido, Gwyn dio la vuelta a la mesa y sorteó otros pequeños
obstáculos tanteando hasta que llegó a su lado.
-Es todo culpa mía -insistió él-. Es...-¡No! -Le impidió seguir hablando con un beso.
Gwyn era consciente de la lluvia que golpeaba las persianas; oyó el lúgubre gemido
del viento. Notó el sabor a brandy en sus labios y la sal de las olas que penetraban
en la tierra. A continuación todo se esfumó y solo fue consciente de Jason.
Cuando él la echó en el suelo, no tuvo miedo. Había estado tan cerca de perderle,
que lo necesitaba, necesitaba sentir sus fuertes brazos y su potente corazón
latiendo contra ella. Estaba vivo. Había escamoteado la muerte. En aquel momento,
era suficiente.
Su lecho era el abrigo de Jason; su almohada el brazo de Jason. No se desnudaron;
no hubo palabras de amor. Fue un apareamiento rápido y silencioso. Hubo dolor,
pero ella no gritó. Se abrazó fuertemente a él y le demostró, con todo su ardor
inocente, lo que temía poner en palabras.
Su alegría fue breve. Cuando finalmente se quedó quieto, fue el nombre de ella el
que pronunció. -Leigh -murmuró soñadoramente. Leigh, me alegro de que vinieras. -Y
se quedó dormido. Leigh. El nombre le quemó el cerebro como un atizador al rojo
vivo. Estaba atontada por el impacto. No estaba enfadada. Estaba apabullada. El
dolor y la angustia se apoderaron de todas las fibras de su ser. Se dio cuenta de
que aquel debía de ser su lugar de encuentro.
E inopinadamente ella había ocupado el lugar de Leigh Granger.
Abrumada, humillada más allá de lo que podía asumir, se deshizo de su abrazo y
volvió a la casa. Lo único que hacía soportable su humillación era pensar que Jason
no sabía que se había comportado como una idiota.
Y no lo sabría nunca.

142
Los días siguientes, hubo muchas cosas en que pensar además de sí misma. George
había muerto, y la terrible constatación de que se verían privados de su pre sencia
para siempre empezaba a cobrar realidad. En las pocas ocasiones en que vio a
Jason, fue evidente que él no sospechaba nada. En realidad, estaba muy ocupado.
Era el jefe de Haddo ahora, y había mucho que hacer. Si ella estaba deprimida,
nadie se dio cuenta. Todos estaban angustiados, todos estaban tristes. La vida no
volvería a ser igual.
Casi al mismo tiempo, salió a la luz la verdad sobre la situación económica de Haddo.
Sin que nadie lo supiera, George se lo había jugado todo en los salones de Brighton.
Se enfrentaban a la bancarrota. Inmediatamente después del funeral, Jason se fue
a Londres para entrevistarse con abogados y acreedores, y Gwyn ya no volvió a
verle.
La noticia no era nada buena. La única solución, como dejó diáfanamente claro la
abuela Radley, era que Jason se casara por dinero. Gwyn ya había decidido que no
podía seguir viviendo en Haddo. La idea de que Jason trajera a una esposa a la casa
como dueña de Haddo, una esposa a la que ella tendría que querer como a una
hermana, la llenaba de angustia.
Así que escapó de la forma que escapaban todas las mujeres desesperadas de la
época. Y resultó un desastre. Y allí estaba, ocho años después, en el redil de Haddo
como si no se hubiera marchado nunca. Todo parecía igual, y no obstante era
diferente. Ella era diferente, mayor y inás sabia, y tenía un hijo al que proteger.
Reflexionó sobre esto durante largo rato, antes de volver a meterse en la cama.
Por la mañana, se levantó temprano y fue a dar un paseo por la playa. La cabaña de
pescadores había desaparecido. Harvard le había contado que había queda do
destruida durante la brutal tempestad del ochenta y nueve y que los vecinos habían
utilizado la madera como leña.
Mejor así, pensó.

Capítulo 16

143
Jason estiró los músculos entumecidos Y, levantándose de la mesa, se acercó a la
ventana abierta. En el prado, frente a su estudio, Chris y Mark, junto con sus
madres, jugaban al crócket, pero sus risas no contagiaron a Ja~ son. Había
pasado casi una semana desde que había traído a Gwyn a Haddo, una semana sin
incidentes, y, a pesar de que estaba satisfecho con la forma como su familia la
había recibido -no había habido comentarios hostiles que él pudiera detectar, y
de haberlos habido, él habría acabado con ellos rápida e implacablemente-, no
era feliz en absoluto.
Contemplando aquella bonita escena doméstica, le resultaba difícil creer que
alguien hubiera intentado asesinar a Gwyn. Con su pelliza verde claro y el sombre
ro de paja, parecía tan plácida y despreocupada como los narcisos que rebosaban
de los parterres de flores adentrándose en los magníficos céspedes de Haddo.
Tenía buen color en las mejillas; el pelo rojizo le caía caprichosamente sobre los
hombros. La sonrisa fácil y la risa franca habrían convencido a cualquiera de que
no tenía una sola preocupación en el mundo.
Jason estaba contento, muy contento, de ver que se había recuperado de la
agresión, y que el horror de aquella noche empezaba a difuminarse en su cabeza.
Aquí es donde debe estar, pensó. Así es como quería verla.
Cada mañana salían a cabalgar por la playa, solo un pequeño paseo, hasta que
recuperara las fuerzas, y cada noche él insistía para que los deleitara tocando el
piano. No hacía falta insistir mucho para que Gwyn tocara el piano. Él deseaba
que lo mirara como miraba aquel objeto inanimado de caoba, y que lo tocara, y
jugara con él. El haría la música más dulce que ella jamás habría oído.
La idea le hizo sonreír, pero la sonrisa se esfumó cuando volvió a la mesa y
recogió la carta que había recibido aquella mañana de Richard Maitland. Ya la
había leído varias veces. A pesar de que hacían progresos en el caso de Johnny
Rowland, escribía Richard, todavía seguía sin aparecer nada que lo relacionara
con la señora Barrie. Pero el peligro que corría seguía siendo real, a su parecer, y
la vigilancia no debía relajarse.
Richard decía también que estaría una temporada fuera de la ciudad, porque
había surgido un asunto, pero que cuando volviera esperaba que Jason pudiera
visitarle con la señora Barrie para que él la interrogara personalmente.

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Jason dejó a un lado la carta y miró a un punto indefinido. Su sensación de
frustración crecía por momentos. No podía concentrarse en nada. Había planos
del arquitecto que requerían su atención, y una estrategia que uno de sus socios
le había mandado para apoderarse del banco de Barton. Ni siquiera era capaz de
hacer acopio de un tibio interés.
Su reprimida frustración explotó, y con un manotazo, mandó los planos del
arquitecto y los documentos al suelo. Quería entrar en acción. Quería interrogar
a testigos. Por supuesto, quería mantener a Gwyn a salvo, pero se estaba
volviendo loco encerrado allí mientras Richard seguía las pistas. Ni siquiera había
podido localizar al excéntrico abogado, Armstrong, para aclarar el misterio del
legado. Los compromisos de Armstrong como predicador le hacían viajar de un
extremo a otro de Inglaterra, y su desventurado ayudante solo sabía que su jefe
volvería el día dieciséis, y para eso faltaba una semana.
Había intentado cumplir el encargo que Richard le había asignado. Había hablado
con Gwyn, intentando hacerla hablar o despertar sus recuerdos sobre cualquier
hecho insólito que le hubiera sucedido en los últimos tiempos, pero ella no había
sido capaz de darle más información de la que ya le había dado.
Por lo que en definitiva, él se había convertido en su carcelero. Gwyn no podía
cabalgar por las colinas porque allí había demasiados jinetes; tenía que estar
cerca de la casa y siempre estar a la vista de alguno de los lacayos, de Brandon, o
de él mismo.
Era necesario que hubiera alguna novedad en el caso pronto o él sería el primero
que se volvería loco. Maldiciendo entre dientes, recogió los papeles y los planos
que había tirado al suelo, y se obligó a concentrarse en los planos del arquitecto
para ampliar los establos. No llevaba con ello más de unos minutos cuando Sophie
asomó la cabeza por la puerta.
-¿Estás ocupado? -preguntó. -En absoluto.
Como Sophie no tenía por costumbre ir en su busca para charlas banales, Jason
enrolló inmediatamente los planos y los apartó.
-Pasa v siéntate.
Sophie se sentó en la silla que le indicaba y, como era habitual en ella, fue
directamente al grano.

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-He cambiado de opinión acerca de lo de ir a Londres, Jason. No es que pretenda
una presentación con bailes y fiestas y todo eso. Pero... bien... creo que me
convendría ampliar mis horizontes, ver otras cosas, ir a conciertos y a
conferencias.
-¿Ampliar tus horizontes? -Jason se echó hacia delante estirando las largas
piernas, y estudió la cara de su hermana--. Esas palabras no son tuyas.
Sophie enseñó los hoyuelos.
-No. La verdad es que son de Gwyn. Esta mañana hemos tenido una larga
conversación, Jason, e hizo que Londres pareciera la ciudad más emocionante del
mundo, no como la abuela, que solo habla de bailes y fiestas y pretendientes
aburridos que podrían o no cortejarme. -Le miró con grandes ojos suplicantes-.
¿No podrías convencer a Gwyn, cuando esté del todo recuperada, para que venga a
vivir con nosotros a Londres? Así podría ser mi carabina.
Jason sonrió.
-Te gusta Gwyn, ¿verdad?
-Por supuesto que sí. No digo que fuera como una madre cuando era pequeña, pero
al menos no se me quitaba de encima como hacías tú.
-No recuerdo haber hecho eso.
-No he sido justa. Eras mucho mayor que yo y apenas estabas aquí.
Aquella inocente observación tocó un punto débil sin pretenderlo.
-¿Por qué frunces el ceño? -preguntó Sophie ingenuamente.
Jason dejó de fruncir el ceño.
-Pensaba en David Jennings. Me parece recordar una diferencia de opinión con tu
abuela cuando manifestaste que ni unos caballos salvajes te apartarían de él.
-Y tú dijiste, con tu habitual y odioso estilo imperturbable, que quizá unos
caballos no pudieran, pero tú sí, y que lo harías si era lo que más me convenía.
Jason se rió.
-Lo dije en serio, Sophie, y sigo pensándolo. Sophie dijo zumbonamente:
-¿No te da miedo que me fugue?
-No.
-Gwyn se fugó. Jason se puso serio. -Eso es diferente. -¿Por qué es diferente?
-Hubo un cierto malentendido entre Gwyn y tu abuela. La abuela quería que Gwyn
esperara a que terminara el período de luto por George.

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-¿Que esperara un año, quieres decir?
-Sí. Pero Gwyn no quería esperar. Nigel Barrie era un soldado. Cuando le mandaron
a Portugal, Gwyn se fue con él.
Sophie meneó la cabeza. -¿Y tú lo permitiste?
Jason se encogió de hombros con indiferencia. -No tenía voz en el asunto. Como
has dicho claramente, nunca estaba aquí. Para cuando me enteré de la fuga, era
demasiado tarde. Ya estaban casados. -Entendido. -Se lo pensó un momento y
continuó-. De haber estado aquí, ¿le habrías dado permiso para casarse?
-Por supuesto -dijo, no muy sinceramente-. Que yo sepa, Barrie era un joven
decente. Gwyn le quería. Las circunstancias eran excepcionales. Se iba a la guerra.
No era razonable pedirles que esperaran un año. Ya te he dicho que fue un
desafortunado malentendido. -Ya. -Se quedó otra vez en silencio, reflexionando.
Finalmente, mirándole a la cara, dijo provocativamente-. ¿Vendrías tras de mí si
me fugara con David? -Puedes contar con ello, pero los dos sabemos que eso no
sucederá. Sophie, no soy ni ciego ni tonto. Sé que tu interés por Jennings se
desvaneció hace tiempo.
Sophie se incorporó un poco, le lanzó una mirada furiosa, y después lo sorprendió
echándose a reír. -Oh, Jason -dijo-. Soy tan voluble que a veces me preocupa.
Jason sonrió.
-Cuando dejes de ser voluble es cuando me preocuparé yo. -La miró un buen
rato--. ¿No crees que deberías tranquilizar a tu abuela?
-¡Por supuesto que no! Con eso solo conseguiría que duplicara sus esfuerzos por
casarme con el señor Hunter. Esa es otra razón por la que deseo ir a Londres.
Gwyn dice que me sacará de la órbita del señor Hunter, y la abuela no estará
para hacer de casamentera. -Nunca te obligaría a casarte con un hombre al que
no pudieras amar --dijo Jason.
Ella le contestó con sentimiento.
-Sabes lo persuasiva que puede ser la abuela. -¡Dímelo a mí!
Al oír estas palabras, los ojos de la muchacha se volvieron especulativos, pero,
cuando su hermano solo cruzó los brazos y se limitó a mirarla tranquilamente, la
luz de sus o «os volvió a apagarse.
-Jason-dijo respetuosamente---, ¿crees que Gwyn fue feliz con Nigel?
Esa pregunta le sobresaltó.

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-Por todo lo que sé, lo fue. ¿Por qué?
--Es solo que, cuando le dije que quería la clase de matrimonio que ella había
tenido con Nigel, me contestó que no fuera tonta. Dijo que si tenía que tomar a
al guien de ejemplo, debía ser Triste, pero que eso también era una tontería
porque nadie puede saber de verdad cómo es un matrimonio aparte de los dos
miembros de la pareja.
-¿Eso te dijo?
-Sí. Y me dijo muchas otras cosas.
-Bien, no hace falta que pongas esa cara. Estoy segura de que lo único que
pretendía decir es que no hay matrimonios perfectos.
-Supongo... si, seguro que tienes razón.
Cuando Sopihie se marchó, Jason cogió un lápiz y lo miró ciegamente. Pensaba
en Gwyn y en su matrimonio con Nigel Barrie.
Aunque había visto a Barrie en una ocasión, en uno de los bailes del regimiento en
Brighton, no podía recordar absolutamente nada de él. Hasta después de la fuga
de Gwyn no se enteró de que Barrie había sido un visitante frecuente en Haddo,
y que todos creían que era un amigo de George. Evidentemente, había habido algo
más, porque la fuga se produjo tan poco después de la muerte de George que
provocó un montón de desagradables especulaciones.
Su matrimonio con Barrie era un tema sobre el que no era posible hacer hablar a
Gwyn. Jason había respetado su reticencia porque la consideraba natural. No.
Había aceptado su reticencia porque no quería oír nada de nada de un hombre
que consideraba su rival. Estaba celoso, por supuesto.
Gwyn no tenía recuerdos de su difunto esposo en la casa de Sutton Row. Los
había dejado en casa de su cuñado, según ella, pero algún día serían de Mark.
Jason había pensado mucho en los Barrie recientemente, y cuanto más pensaba
en ellos más convencido estaba de que el cuñado era la persona más lógica para
ser el donante del legado. Gwyn había admitido que estaban distanciados. ¿De
qué otro modo podía Barrie ayudarlos, a ella y a Mark, si no era anónimamente a
través de un abogado?
Y tal vez había algo más en ese distanciamiento. Presentía... algo. No sabía qué.
Casi podía oír la voz de Richard Maitland. No des nada por supuesto y ata todos
los cabos sueltos.

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Al menos esto era algo que podía hacer. De repente, cogió la carta de Richard
Maitland, se levantó y fue en busca de Brandon.
Llegó a Londres aquella noche, tarde, y se quedó en el Clarendon, en MaYfair. Le
había dicho a GwYn que deseaba ver a Maitland para enterarse de los progresos
del caso y también pasar por el despacho del abogado por si Armstrong había
aparecido por allí. Lo que no le dijo era que después pasaría por Lambourn para
hacer una visita a la familia de su difunto esposo. De haberlo sabido, ella le
habría dicho que se metiera en sus asuntos, y habrían tenido una espantosa
pelea. No deseaba discutir con ella, solo llegar al fondo de la verdad, y, si tenía
que pagar las consecuencias, lo haría más adelante, cuando fuera demasiado
tarde para cambiar de parecer.
A la mañana siguiente, se levantó temprano y fue a la residencia de Richard,
donde le dijeron que el coronel seguía en Oxford. No tuvo mejor suerte en el des
pacho del abogado. Después de eso no perdió más tiempo y alquiló un coche para
que lo llevara a Lambourn.

Capítulo 17

Jason entró en la taberna Black Friar y buscó una mesa en un rincón tranquilo,
cerca de la chimenea, desde donde podía vigilar la puerta. El local se estaba
llenan- j do rápidamente. La mayoría
de clientes eran campesinos respetables, con algún profesional o comerciante, la
flor
y nata de la sociedad, se imaginaba, de la pequeña ciudad de provincias de
Lambourn, en Buckinghamshire. Esperaba que apareciera Samuel Barrie, quien,
según el dueño del local, era un cliente habitual, y como era día de mercado era
probable que Barrie tuviera dinero para gastar. Jason no tenía intención de
conversar con Samuel Barrie en una taberna. Pretendía visitarle al día siguiente
para verle en su propio ambiente, pero la descripción que había hecho de Barrie el
dueño había despertado la curiosidad de Jason, y había decidido echarle un
vistazo antes de encontrarse con él cara a cara.

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El señor, le había llamado el dueño burlonamente. Un hombre robusto con el
carácter de un toro, había dicho también. Sus clientes habituales sabían que no
debían meterse con Barrie bajo ningún concepto. La víctima más probable de
Barrie eran los transeúntes ingenuos. ¡Ya está avisado!, fueron las últimas
palabras del tabernero.
Jason pidió un pastel de carne y una jarra de cerveza para mojarlo. Ya iba por la
segunda jarra cuando Samuel Barrie entró en la taberna y fue directamente a la
barra. Jason le reconoció inmediatamente a partir de la descripción del
tabernero. Los hombres instalados en la barra se apartaron rápidamente para
hacerle sitio. La conversación languideció un momento y después volvió a
animarse. Con una jarra en una mano y un codo apoyado en la barra, Barrie se
volvió para echar un vistazo a la sala. Su postura era insolente, desafiante, como
un gallo de pelea. Pocos clientes le saludaron. La mayoría le daba la espalda y no
le miraba a los ojos.
A Jason le habría parecido divertido de haber sido Samuel Barrie un
desconocido. Pero no lo era. Por un breve tiempo fue el único protector de Gwyn
y Mark. Se intentó imaginar a Gwyn y a Mark bajo el amparo de aquel brutal
espécimen de humanidad, y la imagen que se formó le dio escalofríos.
Buscó en un bolsillo, encontró un puro y lo encendió con la vela que tenía sobre la
mesa. Inspiró y exhaló lentamente. No era un buen momento para hablar con
Barrie, se dijo a sí mismo. Aquella noche su único objetivo era tomarle las
medidas. Al día siguiente, cuando hubiera descansado, le haría unas preguntas.
Sus ojos se encontraron y se quedaron mirando. Barrie bajó las cejas espesas y
oscuras. Jason apartó la mirada, aspiró el puro con fuerza y soltó una nube de
humo. Evitando cuidadosamente la mirada beligerante de Barrie, estiró las
piernas y apoyó los pies en el asiento de una silla. Cuando volvió a mirar
disimuladamente en dirección a Barrie, se encontró con que aquellos ojos de
cerdo astuto seguían fijos en él.
Al poco rato, Barrie tomó un largo sorbo de cerveza, se secó la boca con el revés
de la manga, y se acercó a él. -Debe de ser nuevo aquí --dijo, hablando con
palabras arrastradas-, o sabría que está sentado en mi mesa.
Jason sofocó un suspiro. De modo que Barrie había decidido que él sería su
próxima víctima. Algo totalmente masculino y primitivo de su carácter le

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instaba a aceptar el desafío. Pero eso solo estropearía el objetivo por el que
había ido allí.
Reprimió la necesidad, bajó los pies de la silla, e indicó a Barrie la silla vacía.-
Hay sitio para los dos -dijo cortésmente-. ¿Por qué no se sienta conmigo? -
Prefiero sentarme solo.
-Entonces no tiene suerte.
Los ojitos de Barrie se iluminaron ante la perspectiva.
-Pronto lo veremos.
Jason lanzó su cigarro a la chimenea. Su paciencia evidentemente se había
acabado.
-Siéntese, señor Barrie -dijo-. Usted y yo tenemos asuntos de qué hablar. Los
podemos resolver hablando o los podemos resolver con pistolas a veinte pasos.
A mí me da lo mismo.
La amenaza, totalmente vana, provocó en Barrie el efecto que Jason esperaba.
Se sobresaltó, miró fijamente a Jason como si quisiera situarlo, y
distraídamente se sentó en la silla que este le había indicado.
-Dios nos ayude -exclamó-, solo soy un propietario rural. No resuelvo mis
diferencias con pistolas. ¿Quién es usted y qué quiere?
-Digamos que he venido en nombre de Gwyneth Barrie y su hijo -contestó Jason
amablemente. Barrie se recostó en la silla.
-¿Gwyneth? ¿Se trata de Gwyneth y su mocoso? -Soltó una risa sarcástica-.
Está perdiendo el tiempo, señor abogado o lo que sea. Tuvo la parte que le
corres pondía como viuda, sí señor, y algunos dicen que no se lo merecía. Se
casó con mi hermano con la ropa que llevaba puesta y el hijo de otro hombre en
las entrañas.
¿Qué le parece viniendo de los finos Radley, que mandan sobre nosotros, solo
seres miserables? Pero ya me imagino que no se lo ha contado.
Estaba tan obcecado con su resentimiento que no se dio cuenta de que las manos
de jason se habían cerrado en puños.
-Engañó a mi hermano más de una vez. Nigel se esperaba una dote, por supuesto,
de su familia. Y vaya dote aportó al matrimonio, ella y sus aires de superio ridad.
Los Radley estaban arruinados, pero ella no se lo dijo a Nigel hasta que tuvo el

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anillo en el dedo. Mi hermano murió amargado y, sin un chavo. Pero nos portamos
bien con ella. Pregunte a mi abogado. Recibió todo lo que le correspondía.
Apuntó al pecho de jason cor, el dedo.
-Le veo venir. Se ha gastado las quinientas libras que le di y ahora quiere más.
Pues ya puede cantar misa. Si tiene dificultades, la única culpable es ella. Los
Barrie no le debemos nada.
Jason respiró pesadamente, esforzándose por introducir aire en sus pulmones.
Su voz era furiosa, fría e implacable.
-Está mintiendo. Gwyn era inocente. Mark era hijo de su hermano. Ella no
necesita ni quiere su dinero. Ahora me tiene a mí. Pero si repite esas mentiras
ante otras personas, le juro que le mato.
Hubo un silencio mientras Barrie miraba fijamente a jason. Al poco rato, una
sonrisa mezquina se dibujó en su rostro
-Vaya por Dios. Le ha engatusado con sus modales inocentes. Pues quédesela.
Está a punto para que la tomen; si lo sabré yo. Pero no cometa el error de ca
sarse con ella como hizo Nigel. Podría encontrarse con el hijo de otro hombre a
quien mantener el resto de su vida.
Jason estaba lívido como el cristal. Interiormente se esforzaba por no perder el
control. Las palabras de Barrie habían evocado unas imágenes que le hacían arder
en deseos de cerrar sus manos alrededor de la garganta del hombre y
estrangularlo.
No era cierto. No podía ser cierto. Barrie no conocía a Gwyn en absoluto.
-¿Cómo sabe que Mark no era hijo de su hermano? -El me lo dijo. -Barrie se inclinó
hacia delante y sonrió maliciosamente-. Justo después de la boda, se enteró de
que ella esperaba un hijo. Había un par de primos, los dos irresponsables v
despreocupados. Nigel creía que uno de ellos podía ser el padre, pero nunca lo
sabremos. No pudo sonsacárselo, ni asustarla para que se lo confesara. Dígale que,
si quiere dinero, puede pedírselo al padre del crío.
A Jason le rugían los oídos. Su corazón parecía haber cesado de latir, hasta que
de repente empezó a retumbar contra sus costillas. En su cerebro se sucedía un
remolino de pensamientos que no cesaba de girar, pero no lograba detenerse en
ninguno.

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-¿Y cuál es su interés en esa furcia? -preguntó Barrie-. No tiene aspecto de
abogado.
Una observación que había hecho Barrie destacó entre la confusión de ideas de
Jason. Entre dientes, dijo: -¿Intentó forzarla?
Barrie estudió la expresión de Jason y, encantado con lo que vio, se llevó la jarra a
los labios, la terminó, y eructó deliberadamente. Sonriendo a la cara de Jason,
soltó:
-¿Cómo se puede forzar a una furcia?
Las manos de Jason se fueron solas, y la jarra que tenía en la mano se hizo añicos
contra la mandíbula de Barrie. Este y la silla cayeron hacia atrás y se estrellaron
contra el suelo. Barrie gimió, hizo un ligero movimiento para levantarse, pero se
quedó inmóvil.
El silencio en la taberna era electrizante. Con todas las miradas encima, Jason se
levantó con lentitud, pasó pausadamente sobre la forma inerte de Barrie y se
acercó a la barra.
-Por los desperfectos -dijo al atónito tabernero, y vació una bolsa de piel sobre el
mostrador-. Y me llevaré una botella de su mejor brandy.
Uno de los parroquianos se arrodilló junto a Barrie y le tomó el pulso. -¿Está vivo?
-preguntó el tabernero. -Sí, ¿no es una lástima?
Después de esto, Barrie se incorporó. Escupió un diente.
-¡Me ha roto la mandíbula! -aulló-. ¡Me ha roto la mandíbula!
Jason no dijo nada. Salió de la taberna acompañado de una salva de aplausos.
Habían ido a Brighton a visitar a Judith, y al salir habían ido a pasear por Ship
Street donde Sophie vio un sombrerito en el escaparate de una modista. Su
gritito de ilusión las obligó a detenerse. Se agolparon alrededor del escaparate.
-Es un sueño -dijo Sophie sin aliento. -Es una maravilla -suspiró Judith.
Gwyn no dijo nada, pero una oleada de deseo -no podía denominarse de otro modo-
la embargó de repente. Los sombreros siempre habían sido su debilidad, pero
aquello era antes, cuando tenía dinero para malgastar.
El sombrero parecía confeccionado para ella. No era ni azul ni verde. El ala ancha
estaba artísticamente decorada con una red transparente como una faja, y una
serie de lazos de satén adornaban la copa. Solo de mirarlo se le hacía la boca agua.

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-Tengo que probármelo -declaró Sophie, y sin más, entró en la tienda con Judith y
Gwyn inmediatamente detrás.
Brandon, que era su acompañante aquel día, inició una débil protesta que nadie
escuchó y, después de soltar un suspiro martirizado, entró tras ellas. La visita a
Brighton, en su opinión, era inofensiva, aunque no estaba seguro de que Jason
estuviera de acuerdo con él. Pero Jason se había ido a Londres hacía dos días para
reunirse con su amigo en Whitehall, dejando a Brandon al mando, y que fuera lo
que Dios quisiera.
No debía permitir que Gwyn corriera riesgos, había dicho Jason. Pero no había
dejado instrucciones acerca de cómo manejar a tres mujeres decididas que
estaban empeñadas en ver las vistas de Brighton. Trish había decidido no unirse a
ellos a última hora. Problemas femeninos, había comunicado Gerry vagamente.
Problemas femeninos. Eso sí era algo que Brandon comprendía perfectamente.
Judith Dudley era toda ella un problema. Todavía estaba indignado por su encuen
tro con la madre de Judith aquella mañana, cuando se habían presentado en su
casa del Steine. A la vieja dragona se le había metido en la cabeza que él y Judith
estaban prometidos. Incluso había intentado fijar una fecha.
-La boda en junio, mamá -dijo Judith alegremente, guiñándole el ojo-. Toda la vida
he deseado casarme en junio.
-¿No cambiarás de opinión? -preguntó su madre. -Oh, no. Esta vez no.
-Bien, porque ya he hablado con los proveedores. Sophie, con todo descaro, añadió
más leña al fuego, encantada. Con los ojos brillantes, intervino: -¿Puedo ser una de
tus damas de honor, Judith? -Por supuesto. Pero espero que tú, Gwyn, estés a mi
lado. -Entonces volvió aquellos ojos enormes y candorosos hacia él-. ¿Crees que
Jason aceptaría acompañarme al altar?
Él estaba sentado como un bloque de mármol, sin decir nada, porque le habían
enseñado que no era propio de un caballero contradecir a una dama frente a su
madre. Pero estaba esperando que llegara su momento, cuando pudiera llevársela
aparte y decirle lo que pensaba.
Se apoyó en el borde de un sillón blando mientras la modista atendía a sus clientes.
Cuando sacó el sombrero del escaparate, las damas soltaron un suspiro co
lectivo. De todos modos, Gwyn echó una mirada a la etiqueta del precio, tragó
saliva, y se volvió para mirar otros sombreros que no la dejaran en la ruina. No ha-

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bía muchos, por supuesto, y mientras Sophie y Judith se probaban el sombrero, ella
les dio la espalda decididamente y miró a través del escaparate.
Había muchas personas paseando por Ship Street, pero un caballero en particular
le llamó la atención. Le había visto antes al salir de la casa de Judith, pero él corría
para cruzar la calle como si llegara tarde a alguna cita, y ella no le había dado
importancia. Evidentemente, había vuelto sobre sus pasos. Estaba de pie bajo la
marquesina del zapatero, y ocasionalmente echaba un vistazo al periódico que tenía
en la mano. De vez en cuando, echaba una mirada a la sombrerería.
Gwyn retrocedió un poco y lo observó con más atención: un hombre de unos treinta
años, bien vestido, con un abrigo azul, aunque no fuera tan elegante como el abrigo
de Brandon.
Pero entonces, Sophie intervino:
-Gwyn, ¿por qué no te pruebas el sombrero? No nos queda bien ni a Judith ni a mí.
-Ya lo creo -dijo Judith, con una mueca. Se quitó el sombrero y se lo pasó a Gwyn-.
El color no nos va. Parecemos enfermas.
-¿Qué pasa, Gwyn? -preguntó Brandon-. ¿Qué miras?
Gwyn prefirió no mencionar al hombre del abrigo azul a Brandon. Él ya había
aceptado aquella salida con una gran reticencia. Si le hablaba del desconocido,
la devolvería a Haddo Hall en un santiamén. Y el desconocido no le daba mala
espina.
-Me preocupaba por si iba a ponerse a llover -dijo, mirando a Brandon.
Mientras Gwyn ocupaba el lugar de Judith frente al espejo, esta se sentó en la
silla contigua a la de Brandon. Aquel era el momento que Brandon había
esperado. Sonriéndole, dijo:
-No tenía ni idea de que estuvieras planeando casarte en junio. ¿Quién es el
afortunado?
Ella se volvió de perfil y miró a Gwyn.
-Ese color le sienta bien a Gwyn, ¿no crees? Brandon se permitió una pequeña
sonrisa. -Siempre que tú y tu madre comprendáis que el afortunado no tenga
que ser yo
-Esa frase no está bien construida. Judith, ¿es que no me escuchas?

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Ella suspiró y le miró directamente a los ojos. -Sabes que no lo dices en serio.
Nunca permitirías que me casara con otro hombre. Me amas demasiado. Un día
de estos irás demasiado lejos y te tomaré la palabra.
Brandon se quedó boquiabierto. -Ojalá lo hicieras.
-¿No puedes hablar en serio? -exclamó ella enfadada, burlándose con la
repetición de las palabras del propio Brandon.
Le dejó para alabar el sombrero y lo bien que le sentaba a Gwyn. Brandon
estaba demasiado estupefacto para estar enfadado. Siempre había sabido que
Judith era un poco excéntrica, pero ahora empezaba a dudar de su cordura.
Como una colegiala avergonzada, Gwyn utilizó la escalera de servicio para subir a
su habitación con la finten~ ción de que nadie, y menos la abuela Radley, pudiera
ver la sombrerera que llevaba. Todavía no alcanzaba a comprender qué impulso la
había llevado a gastar su dinero tan fatigosamente ganado en un artículo de ves-
tir tan frívolo. De todos modos, era consciente de que si alguien le ofrecía el
doble de lo que había pagado por el sombrero, le mandaría a paseo. Estaba el
legado, por supuesto, pero los intereses podían tardar meses en llegar. Y Jason
era su administrador. Se quedaría abrumado si se enteraba de lo que se había
gastado en el sombrero. Pensó en lady Daphne y se rió. No. Jason no se quedaría
abrumado. Probablemente pensaría que era una ganga.
Sus tácticas evasivas fueron en vano, porque después de cenar, cuando las damas
se habían retirado a la salita, Sophie le contó a todo el mundo su vergonzo so
secreto y eso puso en marcha la memoria de la abuela.
-¡Gwyn y sus sombreros! -exclamó-. Recuerdo... No parecía haber mucho que la
abuela no recordara, no solo de Gwyn, sino también de Trish. A menudo Gwyn
buscaba los ojos de Trish, y las dos sonreían. Los apuros que antaño habían
levantado la ira de la abuela ahora eran solo divertidas anécdotas; reminiscen-
cias agradables de una anciana.
Nadie se reía más que Mark o Chris. Aquella noche les habían permitido quedarse
con los mayores porque Chris y sus padres se marcharían pocos días después
para llevarle a Eton, donde comenzaría el nuevo semestre. A continuación Trish y
Gerry volverían a su propia casa en Norfolk.
-Háblanos del primo Jason -insistió Mark cuando las risas disminuyeron-. No nos
has hablado del primo Jason, abuela.

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Gwyn miró a su hijo y sintió una punzada. Mark se llevaba tan bien con los
parientes Radley como si los conociera de toda la vida. Aquella misma mañana
había querido saber por qué no podía ir a Eton con Chris. Eres demasiado
pequeño, había dicho ella evasivamente. Eton no acepta a muchachos hasta los
ocho años. Sabía que los intereses del legado llegarían para las tarifas de Eton,
si decidía mandarle a esa escuela, pero la idea de no tenerle a su lado hacía que
se diera cuenta de lo sola que se sentiría.
Como la abuela no contestó enseguida, Trish dijo en un tono de chanza:
-Estás preguntando a la persona equivocada, Mark. La. abuela no sabe de la misa
la mitad. En cambio tu madre y yo lo sabemos todo, pero somos damas y nuestros
labios están sellados.
Sophie saltó ante esta observación de su hermana. -¿Vuestros labios están
sellados? ¿Qué significa eso? ¿Qué sabéis de Jason que yo no sepa?
Trish se acobardó un poco.
-Era un temerario, a eso me refería
-¿Jason? --Sophie miraba a Trish y a Gwyn-. Esto sí que es raro. Soy toda oídos.
La abuela golpeó el suelo con el bastón, llamando la atención de todos.
-Jason -dijo, en un tono que no daba pie a discusión- no era ningún santo, pero
tampoco hizo daño a nadie en su vida. Tiene un corazón de oro y, cuando la vida
le puso a prueba, demostró de qué madera estaba hecho. Echad un vistazo a
vuestro alrededor y decidme si no digo la verdad. Debemos nuestra felicidad y
prosperidad a Jason. Puede que no siempre me diera cuenta como hubiese
debido, pero, os lo aseguro, no volveré a cometer ese error.

Sus ojos pasaron brevemente por cada uno de los presentes y sonrió.
-Estoy orgullosa de todos mis nietos, orgullosa de adonde habéis llegado.
Debería haber confiado más en vosotros cuando erais jóvenes, pero la sabiduría
viene con la edad, y yo me preocupaba demasiado. Si fui demasiado dura con
vosotros, me disculpo. Por otro lado, ¿por qué debería disculparme si estoy
encantada de adonde habéis llegado?
Titubeó un poco, pero continuó:

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-Sigo echando de menos a George y, a pesar de lo que ocurrió, estoy convencida
de que si hubiera seguido vivo se habría reformado. Se equivocó. Le puede
suceder a cualquiera. Pero nosotros los Radley siempre hemos puesto ante todo
el deber. Creo que George habría cumplido con su deber, de haber sobrevivido.
Gwyn y Trish intercambiaron una mirada. Las dos entendían a qué se refería.
George se habría casado por dinero para recuperar la fortuna de la familia,
suponien do que hubiera encontrado a una mujer rica con quien casarse.
De repente a Gwyn le escocían los ojos y tuvo que volver el rostro. No sabía por
qué tenía ganas de llorar. La conversación había tomado un giro tan serio que
todos estaban sumidos en sus propios pensamientos. Por fin fue Chris el que
rompió el silencio.
-¿Mamá? -dijo-, ¿papá era un temerario como el tío Jason?
Su madre le respondió distraídamente, -No había nadie como Jason.
La abuela Radley soltó una risa sarcástica. -Podría contarte muchas cosas de tu
padre, Chris, pero soy una dama, y mis labios están sellados. Bien, bien -siguió,
cuando Chris la miró sonriente-, ya es tarde para mí. -Echó una mirada al reloj-.
¿Dónde está Jason? Eso es lo que me gustaría saber. Dijo que llegaría a tiempo
para la cena. No me gusta que viaje de noche.
-Abuela, no está en su bombonera. Se ha ido a Londres. -Echó una mirada
significativa a los muchachos-. ¿Tengo que decir más?
La abuela fulminó a su nieta con una mirada gélida. -Una palabra más, señorita, y
te daré un tirón de ojeras. Dame tu brazo y acompáñame a mi habitación.
Mientras se preparaba para acostarse, Gwyn seguía dando vueltas a las
escandalosas observaciones de Sophie, aunque tampoco eran tan escandalosas
como quería creer. No sabía por qué estaba tan remilgada. Como había dicho
Sophie, Jason no estaba en su bombonera, y ahora lady Daphne había
desaparecido de escena, y él era libre para encontrar a otra que ocupara su
lugar.
Le había dicho que iba a Londres a reunirse con Richard Maitland, si podía
localizarle, y Jason no la engañaría en esto. No, Jason no mentiría, pero era per
fectamente libre de hacer lo que le apeteciera con sus horas libres después de
encontrarse con su amigo. No era asunto de ella.

158
Se sentó ante el tocador, cogió el cepillo y atacó los mechones con suficiente
violencia para hacerla parpadear. Cuando vio a Maddie en el espejo, mirándola,
dejó el cepillo y le sonrió avergonzada.
-Estoy enfadada conmigo misma -dijo, disimulando un poco la verdad-, por
comprarme ese sombrero dichoso. No tengo nada que ponerme con él.
Maddie sonrió astutamente.
-Entonces no tiene más remedio que comprarse algo para ponerse, ¿no le parece?
-dijo, mientras salía de la habitación.
Gwyn estaba demasiado alterada para dormir, y ni siquiera lo intentó. Después
de ponerse el camisón de lana, paseó por la habitación. Jason, pensó para tranqui
lizarse, no tardaría en llegar a casa. Sabía lo deseosa que estaba ella de oír lo que
Richard Maitland tenía que decir.
Cuando oyó que una puerta se cerraba abajo, Gwyn salió al pasillo y escuchó.
Mirando a través de la barandilla vio que uno de los lacayos estaba cerrando la puer
ta con llave. Esperó a que se retirara a las habitaciones de los criados, y después
bajó la escalera y entró en la biblioteca.
En la chimenea solo quedaban brasas, que iluminaban el hogar. No había escasez de
carbón en Haddo, de modo que Gwyn avivó el fuego sin ninguna punzada de
culpabilidad, y después se acurrucó en el gran sillón orejero de piel de Jason para
esperarle. Desde ese punto ventajoso, podía oír sus pasos mucho mejor que desde
su habitación.
Miró el reloj. Si no había llegado a medianoche, decidió Gwyn, se rendiría y se
metería en la cama

Capítulo 18

Ya era más de medianoche cuando Jason entró en la casa. Se dirigió directamente


a la biblioteca, buscó la botella de brandy y, después de servirse una copa ligera,
se la bebió de un tirón. Se sirvió otra, se volvió y dio un paso hacia su sillón
favorito, pero se detuvo de golpe. Gwyn estaba en él, acurrucada como un gatito
dormido e indefenso.

159
No había ninguna vela encendida, pero los carbones al rojo en la chimenea
lanzaban un resplandor cálido. A aquella media luz, no parecía una mujer adulta,
sino la jovencita que él recordaba. Se quedó quieto, contemplándola, con la cabeza
repleta de preguntas que solo ella podía responder. Deseaba despertarla; deseaba
oír de sus labios cuánto de lo que le había contado Barrie era cierto, y cuánto era
mentira.
Se sentó en el sillón del otro lado de la chimenea, se aflojó el cuello, y bebió
lentamente de la copa, sin apartar la mirada del rostro de Gwyn. No quería creer a
Ba rrie, pero detalles que siempre le habían desconcertado ahora cobraban
sentido. Nunca había entendido cómo podía haberse enamorado de George, y tan
poco tiempo después haberse fugado con otro hombre. Ahora tenía sentido.
Estaba embarazada de George. No tenía a quien acudir. Él estaba todo el tiempo
ocupado con abogados y acreedores, intentando elaborar un plan para evitar la
bancarrota. Y cuando no estaba ocupado con eso estaba en Derbyshire, buscando un
comprador para sus propiedades, y allí era donde estaba cuando se enteró de la
fuga.
Al principio se había quedado impactado, después se había enfadado; se había
enfadado mucho. Deseaba castigarla, pero sobre todo su furia iba dirigida contra
Barrie. Cuando su ira se enfrió, pensó que tenía que ir tras ella, aunque solo fuera
para saber con seguridad que estaba en buenas manos. Pero el orgullo se lo impidió.
Ella le había rechazado demasiadas veces, recordaba haber pensado. Ella había
elegido, y él debía aceptarlo.
Y había pagado el precio de ese orgullo. La idea de la vida de Gwyn con los Barrie le
dolía por dentro. Pero había otras emociones que hacían peligrar su dominio de sí
mismo: celos, desilusión y un resentimiento callado.
Mientras la contemplaba durmiendo, apretó las manos alrededor de la copa hasta
que los nudillos se le pusieron blancos. Pensaba en George, el hermano al que había
admirado toda su vida. Era inconcebible para él que George se hubiera aprovechado
de una muchacha inocente. Pero también era inconcebible que George se hubiera
jugado Haddo, y eso era exactamente lo que había hecho.
Un carbón de la chimenea chisporroteó y se encendió. Gwyn se agitó y abrió los ojos
lentamente. Vio la figura en la otra butaca, mirándola. Se sobresaltó, alar mada,
pero el miedo desapareció cuando le reconoció. Jason -dijo, estirando los músculos

160
entumecidos-, te esperábamos hace horas. -Se fue desperezando y se sentó en el
sillón-. ¿Has visto a Richard Maitland? ¿Y al señor Armstrong? ¿Qué te han dicho?
-No he visto ni a Maitland ni a Armstrong. Los dos estaban fuera de la ciudad.

-Entonces no hemos avanzado nada.-Yo no diría tanto. -Tomó un buen sorbo de


brandy para darse ánimos-. Fui a Lambourn para ver a Samuel Barrie. Pensé que
podía saber algo que nos ayudara, o que podría saber algo acerca del legado.
Para Gwyn todos los sonidos de la habitación se apagaron. Nada se movía. Era
como si estuvieran atrapados en una pintura, congelados para siempre en un lugar.
Como no era capaz de pensar, se encogió entre los pliegues de su bata. Ni siquiera
se le ocurrió indignarse por haberla espiado. Era consciente de la áspera tensión
que transmitían los rasgos de la cara de Jason; había notado la frialdad en su voz.
Lo sabe, pensó angustiada. Lo ha adivinado todo, y un miedo cerval le recorrió la
columna.
Jason vio el miedo en los ojos de ella y la forma como apretaba la bata con los
dedos, e hizo un esfuerzo considerable para parecer más tranquilo. No quería
asustarla ni avergonzarla. Solo deseaba la verdad, y podrían empezar a partir de
eso.
-Gwyn -dijo suavemente y sin apasionamiento-, ¿alguna vez Samuel Barrie intentó
tocarte? Creo que ya entiendes a qué me refiero.
Ella se sintió como si la hubieran indultado.
-Lo intentó, pero sin éxito. -Como él entornó los ojos, ella añadió rápidamente-:
Tenía una pistola junto a la cama y sé utilizarla. Lo mantuve a distancia.
Las imágenes que estas palabras evocaron a Jason le hicieron desear haber
matado a Barrie cuando había tenido la ocasión.
Ella le observaba cautelosamente, intentando adivinar su estado de ánimo. No era
capaz de precisarlo, pero sí sabía cómo se sentía ella. Deseaba estar en cual quier
parte menos en aquella habitación con Jason. Tenía que decir algo, ni que solo
fuera para romper el silencio.
-¿Sabía Samuel algo del legado?

161
-No llegué a preguntárselo. La verdad es que me dijo cosas que me distrajeron
mucho.
Ella le miró a los ojos y leyó en ellos que estaba al tanto de todas sus mentiras.
Se le cerró la garganta. El aliento que exhaló se parecía mucho a un sollozo. -
¿Sabes lo que me ha dicho, Gwyn?
No podía apartar los ojos de él, ni volver la cabeza. Levantó la barbilla.
-Sí -susurró.
Él se recostó en el respaldo.
-Nunca entendí cómo podías haberte fugado con Barrie tan poco después de la
muerte de George, pero ahora todo cobra sentido. Estabas embarazada y deses
perada, ¿no es así, Gwyn? Por eso te casaste con Barrie sabiendo que esperabas
el hijo de otro hombre. Oh, Gwyn, ¿por qué no acudiste a mí?
-Eso no es verdad -gritó ella-. Cuando me casé con Nigel, no sabía que esperaba
un hijo tuyo. Nunca me habría casado con Nigel ni con nadie de haberlo sabido.
La mirada que pasó por los ojos de él la acobardó. -No me mires así. Te estoy
diciendo la verdad. No lo sabía. Sabía que no estaba bien. Creía que eran los
nervios. Y Nigel también. Pero el médico sospechó que estaba embarazada. No
sabía que Nigel y yo éramos recién casados. Era demasiado tarde, ¿que no lo
ves? íbamos en el barco que nos llevaba a Lisboa. Era demasiado tarde. Era
demasiado tarde.
Antes de que terminara de hablar, Jason se puso de pie. Gwyn tuvo miedo e
instintivamente se levantó para enfrentarse a él. La figura en la sombra que la
miraba desde arriba era como un extraño. Los ojos de ella se posaron en el
suelo.
En un tono bajo y controlado, él preguntó. -¿Qué estás diciendo? ¿Quién es el
padre de Mark, Gwyn? ¿Quién?
Gwyn tragó saliva.

-Creía que lo sabías.Él le agarró los brazos con unos dedos como garras de acero.
--Es George, ¿verdad? ¡Dímelo! Tengo derecho a saberlo.

162
Ella le miró con los ojos muy abiertos y asustados. Cuando él la sacudió sin
contemplaciones, su propio resentimiento empezó a aflorar. Después de todo lo
que había pasado, no se merecía esto, y George tampoco. Se soltó con un tirón,
pero no retrocedió. Si él estaba enfadado, ella más, y• con más razón. Los ojos
de Gwyn rebosaban emociones que llevaba demasiado tiempo conteniendo.
-¿Qué sucede, Jason? ¿No te acuerdas? No, claro que no. ¿Qué es una mujer
más en tu larga lista de conquistas? Me poseíste y ni siquiera te diste cuenta de
que era yo.
El meneó la cabeza, mirándola con ardorosa intensidad.
--No puede ser cierto. Tú eres precisamente la mujer que recordaría.
Gwyn siempre se había dicho a sí misma que no culpaba a Jason por lo sucedido
aquella noche, pero ahora veía que se había engañado. Si él se hubiera acer cado
a ella en la oscuridad, le habría reconocido al instante. Tras aquella noche, toda
su vida había sido un desastre, pero la de él no. Ella se había fugado y él no había
ido tras ella. Nunca le había escrito ni había intentado verla, al menos hasta que
alguien le había dejado un legado. Había abrigado esperanzas, cuántas
esperanzas, en aquellas primeras semanas, pero cuando todas sus esperanzas se
desvanecieron se había casado con Nigel y había intentado que funcionara.
¡Y cuánto había tenido que sufrir! Pero había perseverado. Por amor a su hijo,
había perseverado. Y no había nadie para ayudarla. Nadie.
Una ola de amargura la invadió y se desbordó en forma de palabras resentidas y
furiosas.
-Puede que esto te sirva de ayuda. Piensa en la noche en que murió George.
Saliste de la casa, y yo fui a buscarte. Te encontré en la cabaña de pescadores
de la playa. Creí que me habías reconocido, pero me equivocaba. Me llamaste por
el nombre de otra mujer. -La voz le falló, pero no había terminado todavía, ni
mucho menos, y siguió furiosamente-. Pero puede que no te acuerdes de aquella
noche. Puede que estés tan habituado a esa clase de noches que no pueda
esperarse de ti que las recuerdes todas. No te preocupes Jason, no voy a
pedirte nada. No lo he hecho nunca y no lo haré ahora.
No estaba preparada para el efecto que iban a tener sus palabras. Jason se llevó
una mano a la frente, vaciló, y después se volvió para servirse otra copa.
Dándole la espalda, dijo:

163
-Dios me perdone, no me acuerdo. No logro acordarme. Solo tengo un vago
recuerdo de aquella noche. Sucedieron tantas cosas. Había tanto alboroto.
No podía haber encontrado una arma mejor para herirla. Todavía no lograba
recordar aquella noche, ni siquiera después de que ella le refrescara la memoria.
Era demasiado. De repente, era demasiado. Sofocando un sollozo, salió corriendo
de la habitación.
Jason se volvió bruscamente cuando oyó que la puerta se cerraba. Se quedó un
buen rato mirando fijamente la puerta cerrada, con las ideas, los sentimientos y
los re cuerdos totalmente confundidos. Nada tenía sentido. Todo él rechazaba la
idea de que había podido poseer a la mujer que siempre le había importado más
que nada pensando que era otra.
Sin pensarlo conscientemente, cruzó hacia la chimenea, apoyó una mano en la
repisa de la chimenea y se quedó mirando las cenizas. Lentamente,
deliberadamente, hizo un esfuerzo por volver atrás y recordar detalladamente
aquella noche.
Recordaba que deseaba estar solo, pero sus amigos no le dejaban en paz
intentando ofrecerle consuelo y hablar. Había una mujer en particular, de la que
no re cordaba el nombre, que se negaba a dejarle. De modo que, apabullado por el
dolor y la desesperación, y aún peor a causa de la bebida, se había escapado de la
casa para buscar un rincón donde nadie pudiera encontrarle. Pero alguien le
encontró.
Jason cerró los ojos mientras el recuerdo empezaba a tomar forma. Había
dormido, soñando que Gwyn le llamaba, cuando la mujer le encontró. Había bebido
mucho y le dolía la cabeza. Al instante siguiente, recordó el accidente, que George
estaba muerto, y el dolor punzante le atravesó por dentro, dejando solo desespe-
ración y desesperanza. Pero ella estaba allí, la mujer que no podía quitarse de
encima. Leigh, se llamaba así. Leigh Granger. Siempre hablaba demasiado, y su
único tema de conversación era ella misma. Ahora no podía recordar quién la había
invitado a Haddo, pero sabía que no había sido él. No podía soportar a aquella
mujer.
Recordó haber pensado que la había juzgado mal. Parecía entender lo que estaba
sufriendo. No habló mucho, pero cuando le abrazó, el dolor parecía más fácil de
sobrellevar.

164
Lo que sucedió a continuación era inevitable, dadas las circunstancias, y dado que
la mujer lo estaba deseando, o él creyó que lo deseaba. Pero si la mujer era
Gwyn...
Se acabó la copa, dejó la copa con tanta fuerza que la rompió y salió tras ella.
Cuando Gwyn entró en su propia habitación, se lanzó sobre la cama y se acurrucó.
El fuego estaba apagado y no había ninguna vela encendida, pero la envolvente
oscuridad era precisamente lo que deseaba. Había cosas que era mejor no sacar
a la luz. Algunos recuerdos eran demasiado dolorosos. Y algunas verdades
demasiado descarnadas para soportarlas.
Todos esos años se había puesto a sí misma en un pedestal, pensando que era
valiente y capaz de soportar todos los avatares que la vida le había infligido.
Pero su reacción en la biblioteca le había abierto los ojos. Había tanta amargura
encerrada en su interior, tanto orgullo herido y tanta ira desviada. Jason no
pretendía herirla, ni entonces ni ahora. Pero ella sí lo había intentado. Y lo había
logrado.
No se gustaba nada de nada.
Estaba echada en silencio, preocupada por lo que les depararía el futuro ahora
que Jason sabía que Mark era su hijo, cuando Jason pronunció su nombre desde
el otro lado de la puerta.
-Vete -dijo en un susurro feroz. No estaba preparada para enfrentarse a él.
O bien no la oyó o no estaba de humor para escuchar. Cuando la puerta empezó a
abrirse, Gwyn se sentó rápidamente y se secó la cara con la manga de la bata.
Él llevaba una vela en la mano y las sombras que proyectaba en su cara le
hicieron contener el aliento. Estaba poseído por una emoción poderosa que
intentaba controlar con todas sus fuerzas.
-No podemos dejarlo así -dijo-. Tienes que entenderlo.
Gwyn observó cómo depositaba la vela sobre la cómoda. Cuando se acercó a la
cama, involuntariamente ella se apartó un poco. No le sirvió de nada. Él la cogió y
la levantó de la cama, para que la luz le iluminara la cara. Cuando ella parpadeó, él
la soltó y se puso las manos a la espalda como si tuviera miedo de tocarla, y,
cuando ella se frotó los brazos donde él le había hundido los dedos, él se apartó,
poniendo un poco de distancia entre los dos.
Jason habló con voz grave y áspera, y con la respiración contenida.

165
-Tengo que saber la verdad. ¿Fuiste tú la que viniste a verme aquella noche,
Gwyn?
Ella le miró directamente a los ojos. -Sí.
Una expresión de dolor cruzó la cara de Jason. -¿Y yo te forcé?
Sobresaltada, Gwyn gritó:
-¡No! No he dicho nada de eso ni pretendía insinuarlo.
Jason parecía confundido.
-¿Entonces qué estás diciendo? No lo comprendo. ¿Qué pasó exactamente
aquella noche?
-Ya te lo he dicho. Creíste que yo era otra persona.
-Pero cuando me apartaste, te resististe...
-No te aparté. -Contuvo las lágrimas, impaciente por reparar el haberle hecho
creer que la había forza do contra su voluntad-. Escúchame, Jason. No fue
culpa tuya. Siento haber dicho esas cosas tan amargas, porque no son ciertas.
Fue más culpa mía que tuya. Pensé que sabías que era yo, pero no era así.
-No, pero debería haberlo sabido. Eras una muchacha inocente, y no tuve en
cuenta tu inocencia. Distraídamente Jason iba tocando los objetos del tocador
de Gwyn. De repente se detuvo en su cepillo, y los ojos se desviaron para
encontrar los suyos.
-¿No me apartaste ni te resististe?
Ella intentó desviar la mirada, pero él no se lo permitió.
-No -susurró. -¿Por qué no?
Gwyn sentía el pecho como si le fuera a estallar y utilizó una mano para
masajearse la zona entre los pechos.
-Porque quería que me hicieras el amor.
Se produjo un silencio total y absoluto. Ella se dio cuenta de que Jason acababa
de entenderlo. La tensión en sus hombros empezó a relajarse. Se apartó del
tocador y se colocó frente a ella.
Buscándole los ojos dijo: -¿Por qué?
Gwyn se sintió atrapada, como un animal enjaulado. -Antes no eras tan tonto.
Estaba enamorada de ti, por supuesto. ¿No lo estaban todas?

166
Su respuesta a estas palabras fue cruzar los brazos y observarla como si fuera
un peón que acabara de capturar a la reina en una partida de ajedrez.
Gradualmente, su expresión se convirtió en una mezcla de seriedad y humor.
-La verdad es que siempre creí que lo estabas. Pero aquel último año me
convenciste de que te habías enamorado de George.
Aquellos ojos llenos de humor la sacaron de quicio. -Quería a George. -Se
controló. Estaba mostrando su enfado y lo que deseaba era parecer tranquila y
sosegada-. Amaba a George, pero no de la misma manera. Eso está pasado ya,
Jason. Debemos dejarlo atrás.
Él le sonrió. -¿Está pasado ya? Ella asintió.-Entonces, ¿cómo explicas lo que
sucedió entre nosotros en la casa de Sackville, eh? Gwyn, casi te hice el amor, y
lo habría hecho de no habernos interrumpido Brandon. Y tú me lo habrías
permitido.
A Gwyn se le ruborizaron fastidiosamente las mejillas, pero su voz se mantuvo
firme.
-No puedo explicarlo.
-¿Ahora quién se porta como una tonta? -El humor en sus ojos era callado, pero
seguía allí-. Y -dijo-, ¿cómo explicas lo que sucedió en mi casa, en Marylebone? De
nuevo, nos salvó Brandon.
La referencia a la casa de Marylebone, donde recibía a lady Daphne, la puso
rabiosa.
-Si eres tan listo, explícalo tú -contestó fríamente. Él le tomó una muñeca y le
rozó la palma de la mano con los labios. Ella respiró hondo. Él la miró directamente
a los ojos. Algo que no podía explicarse saltó entre los dos. Gwyn intentó soltar la
mano, pero él la atrajo más hacia él. El humor había desaparecido de su mirada.
-Escúchame, Gwyn -dijo-. Yo siento lo mismo. Y no sé por qué luchamos contra ello.
Le cogió la cara con las manos, acercándola a la suya. Ella le miró, segura de que
estaba interpretando mal sus palabras. Cuando la besó, ella le apretó los dedos
alrededor de las muñecas para serenarse.
La voz de Jason era animada.
-No pongas esa cara de incredulidad. -Cerca de sus labios, dijo-: Quiero
compensarte el daño que te hice, Gwyn. Quiero compensar el daño que he hecho a
mi hijo.

167
-Nuestro hijo -gritó ella tristemente. -Nuestro hijo. -Su voz transmitía respeto y
emoción-. Nuestro hijo. Tenemos que hablar de muchas cosas, pero ahora mismo
solo quiero pensar en ti. -Le besó los ojos cerrados, le besó las mejillas, las cejas,
la curva del cuello-. Así es como debería haber sido. Deja que te muestre cómo
debería haber sido aquella noche si hubiera sabido que eras tú.
Hubo un momento de absoluta claridad en que todos sus recelos se fundieron en
un único pensamiento: aquel podía ser el mayor error de su vida. Pero la clari dad
no era lo que deseaba más en aquel momento. Todo lo que había deseado estaba
allí, en los ojos de Jason.
Él la miraba intensamente, esperando, pensó, alguna señal de que ella le aceptaba
como amante. Se sentía culpable por la forma como la había poseído aquella
primera vez, y a ella le parecía raro. Nunca había pensado en él como un amante
brutal. Se habían juntado cuando estaban bajo el efecto de una pena
desgarradora. No había sido dulce, pero ella tampoco lo esperaba. Lo único brutal
en su recuerdo había sido cuando él había pronunciado el nombre de otra mujer.
-¿Cómo me llamo? -preguntó.

-Gwyneth, por supuesto -contestó él, fruncierado el ceño.


Una sonrisa suavizó la expresión de Gwvn. -Bueno, al menos no te has equivocado.
Es un buen comienzo supongo.
Las manos de Jason se pusieron sobre sus hombros. -Haré que olvides aquella
noche. Ven a la cama, Gwyn. Deja que te ame. Deja que te muestre cómo podría
haber sido.
Gwyn no se resistió. Ya había decidido que aquello era lo que deseaba. Pero no
quería que fuera algo unilateral. Esperaba no decepcionarle.
Los movimientos de Jason eran tranquilos, sus manos suaves, sus besos dulces y
generosos. El deseo fue aumentando dentro de ella lentamente, y después no tan
lentamente cuando la mano de él le tapó un pecho. Pero cuando el aparto los
bordes de la bata y empezó a desabrocharle los botones del camisón, se puso
rígida involuntariamente.
Él se apartó un poco. -Gwyn, ¿qué sucede? -Nada.
-No te haré daño. -Ya lo sé.
-Algo te da miedo.

168
Él tenía la clase de ojos que pueden penetrar en la mente de una mujer y
entender sus pensamientos antes que ella misma. Gwyn soltó un suspiro
estremecido. -Temo decepcionarte. Oh, Jason, tú has tenido tantas amantes, has
conocido a mujeres tan hermosas. -Se calló cuando se dio cuenta de que hablaba
como una colegiala temerosa. Se encogió de hombros, indefensa-. No esperes
mucho. Solo eso.
Los dedos de él le peinaron el pelo, manteniéndole la cabeza levantada para
besarle la frente fruncida. -Tonta -murmuró-. ¿Qué te crees que siento yo? Yo
tampoco quiero decepcionarte.
Él podía haberle dicho que sus muchos romances eran casi todos intercambios
pagados, y que los sentimientos poco tenían que ver con ellos. Podía haberle
dicho que sus muchas mujeres eran solo un segundo plato, y pobres sustitutas de
ella. Pero lo que realmente diferenciaba a Gwyn era lo que sentía por ella. Quería
cuidarla, quería protegerla. En definitiva, quería ser el dueño de esa mujer, pero
todo el poder estaba en manos de ella.
Mirándola, dijo simplemente:
-Temo que te fallaré y eres la única mujer que me importa.
No era una confesión de amor, pero sus palabras la emocionaron como si lo fuera.
Enlazó las manos alrededor de su cuello.
-No permitiré que me falles -dijo.
A pesar de que la habitación estaba caldeada, Gwyn se estremeció cuando le
quitó la bata y la dejó caer al suelo. Pero él la abrazó y el calor de su cuerpo la
calentó agradablemente. Ya no era tímida, no tenía miedo de que se diera cuenta
de su deseo. Era tan fácil, tan dulce, que se rindió por completo a todo lo que le
pedía.
Sus besos se volvieron apasionados; su contacto más íntimo. Apenas fue
consciente de que le quitaba el camisón y lo dejaba caer junto a la bata. Algo se
estaba acumulando dentro de ella. Estaba inquieta; quería estar más cerca de
él. Quería... quería. No sabía lo que quería.
Cuando él se apartó para quitarse la ropa, la vela chisporroteó y se apagó. En la
repentina sombra, todos los sentidos de Gwyn se agudizaron. Oía el viento so
plando entre los árboles; olía la vela que se había consumido; sentía el blando

169
colchón de plumas debajo de ella. Pero esas cosas no eran nada en comparación
con el hombre que estaba de pie junto a la cama.
-Gwyn -dijo.
Ella no sabía qué había causado el nudo que tenía en la garganta, que Jason
pronunciara su nombre o la vacilación en su voz. Le alargó los brazos.
-Estoy aquí, Jason.
Su respiración se aceleró cuando la piel desnuda de él rozó la suya, y sofocó un
sollozo cuando el la cubrió con su cuerpo. Creía que sabía lo que podía esperar,
pero se dio cuenta de que no sabía nada de nada. Murmuró algo, pero ella no
respondió. No podía pensar, no podía hablar. Su piel estaba encendida, su
sangre ardiente. ¿Por qué no podía respirar?
Durante años, había reprimido sus propios deseos por el bien de su hijo. La
cautela y el control eran su segunda naturaleza. Pero aquella noche había
dejado que Jason asumiera el control, y él le estaba mostrando un lado de su
naturaleza que ella no sabía que existía. -Jason -dijo, intentando transmitirle
su urgencia-. ¡Jason!
-¿Voy demasiado deprisa para ti? Ella sofocó un gemido.
-Vas demasiado despacio. -Quiero que sea perfecto para ti. -Es perfecto. ¡Lo
es!
Jason sonreía cuando su boca tocó la de ella, pero la sonrisa se desintegró
cuando ella le tocó tan íntimamente como la había tocado él. A partir de ese
momento, estuvo perdido. Se deslizó entre sus piernas y se introdujo en ella
lentamente.
Gwyn, se recordó. Esto es para Gwyn. Despacio y con calma. Pero su boca estaba
sedienta en la suya y Jason podía oír los grititos de excitación contenidos de
Gwyn. Tuvo que apretar los dientes para resistir la primera oleada de placer.
Se movió y ella le envolvió con sus brazos. Cuando empezó a jadear,
esforzándose para respirar, él se dio permiso para tomarla como deseaba. Había
soñado con ella así, no solo deseando poseerla, sino como una pareja de verdad.
Al final, fue la imagen de Gwyn la que llenó su cabeza; su nombre, el que gritó en
el fondo de la garganta.

170
Capítulo 19

Fue el sonido del viento golpeando las persianas lo que la despertó. Abrió los ojos
y poco a poco recuperó la conciencia de donde estaba. Había varias velas encendi-
das, y alguien había reavivado el fuego. La habitación estaba agradablemente
caldeada.
Ya totalmente espabilada, se puso de pie. Jason no estaba. Tocó la almohada al
lado de la suya. Estaba todavía caliente del calor del cuerpo de él, como las sába
nas donde él había dormido a su lado después de hacer el amor. Se habría
levantado hacía poco para volver a su habitación.
Era un pequeño alivio temporal, porque Gwyn no estaba segura de poder
enfrentarse a él en aquel momento. No sabía lo que pensaba ni lo que sentía. Todo
ha bía sucedido tan de repente. Si sentía algo, era que la había tocado un rayo.
Empezó a ser consciente de otras cosas: su cuerpo estaba cálido y húmedo; el
aroma de él estaba pegado a su piel; añoraba la fuerza de su pasión. Estaba
llorosa, pero no porque estuviera triste, sino porque estaba... llorosa. Odiaba a las
mujeres llorosas.
Con una risita despreciativa, se levantó de la cama y recogió el camisón. Mientras
se lo pasaba por la cabeza vio la chaqueta y el cuello de Jason doblados sobre una
silla. Esto le hizo soltar otra risita burlona. Si Maddie los hubiera encontrado
por la mañana, no habría tenido dificultades para sumar dos y dos.
Estaba a punto de recoger la chaqueta cuando se detuvo; miró las velas
encendidas, el fuego ardiendo, y la ropa tirada de Jason. Se le ocurrió que Jason
debía de tener la intención de volver. Se quedó quieta un momento, perdida en
sus pensamientos, y después se puso la bata y salió de la habitación.
Le encontró donde se había imaginado. Salía luz al pasillo de la habitación de
Mark. Gwyn se detuvo frente a la puerta y observó a Jason, con una vela en la
mano, contemplando a su hijo dormido. La expresión de su rostro le oprimió el
corazón.
Jason levantó la cabeza y la vio, y su expresión se endureció poco a poco. Arropó
a Mark y salió de la habitación.
-Tenemos que hablar -dijo, y su tono de voz hacía juego con su rostro.

171
Gwyn creía que se sentiría rara cuando se encontrara cara a cara con él, pero
solo sintió desconcierto. Después de la pasión, se había mostrado tan dulce y
cariño so. Ella se había dormido con la cabeza sobre su hombro, mientras las
manos de él le acariciaban suavemente la espalda. No podía entender de ninguna
manera aquel cambio.
Le respondió con un susurro decidido.
-Ahora no, Jason. Los criados se levantarán pronto. Si nos encuentran juntos,
¿qué crees que pensarán? -Me da lo mismo lo que piensen. Y tardarán horas en
levantarse.
Cuando la empujó dentro de su habitación, ella se apartó de él. Tras cerrar la
puerta, dejó la vela y se volvió lentamente a mirarla. A través de la habitación,
sus ojos brillaban con tanta furia que el corazón de Gwyn empezó a latir con un
ritmo lento y doloroso.
-¿Qué sucede? -preguntó-. ¿Por qué me miras así?
Él empezó a caminar hacia ella.
-¿Te das cuenta de lo que has hecho? Tú y tu orgullo me habéis robado siete
años de la vida de mi hijo. Viviste con un hombre que abusaba de ti, y abusaba
de mi hijo, que yo sepa. ¿Por qué no acudiste a mí? ¿Por qué no me dijiste lo de
Mark?
-¿Decirte qué? -preguntó ella con incredulidad-. ¿Qué había que decir? ¿«Oye,
Jason, no te acordarás, pero fuiste mi amante de una noche y Mark es el resul-
tado»? ¿Me habrías creído?
-¡Sí! -rugió él.
Gwyn ya no estaba incrédula, estaba lívida.
-Tú debías cumplir con tu deber y casarte con una mujer rica para salvar
Haddo. Me lo dijo tu abuela mucho antes de que me fugara con Nigel, y me lo
dijo Trish mucho después de casarme. Y todos sabemos que los Radley cumplen
con su deber. Un bonito regalo de bodas habría sido para ti y para tu esposa si
hubiera aparecido yo con un bebé en brazos.
A Jason le latía furiosamente el pulso en la mejilla.
-No fue por esto. Fue porque tu orgullo estaba herido. ¿Qué clase de madre se
quedaría con un hombre que odiaba a su hijo? Mi hijo. Eras la única esperanza
de Mark y le fallaste.

172
Gwyn parpadeó ante esas palabras como si la hubiera abofeteado. Su cara
estaba tan blanca corno el camisón que llevaba.
-Gwyn, no quería decirlo. No quería decirlo. Fue a tocarla, pero ella fue más
rápida. Le dio un bofetón con la mano abierta, cruzándole la cara. Los dos se
quedaron petrificados.
-¡Gwyn!
Ella se apartó de la mano que él le ofrecía y él la dejó caer. Cuando habló, sonó
como si se le hubiera metido un pedazo de cristal en la garganta.
-Parecía tan pequeño e indefenso en esa cama tan grande. Pensé en cómo habría
sido su vida con personas que no le querían, y algo se ha roto dentro de mí. Tú
estabas allí en el momento equivocado y has tenido que soportar mi ira. Pero el
culpable soy yo. Si no sabías que siempre podías acudir a mí para que te
ayudara, os he fallado a los dos...
-Puedes dejar de echarte las culpas -interrumpió ella fríamente-. Me quedé con
Nigel porque no tenía otra opción. Legalmente, era el padre de Mark. Si le
hubiera dejado, se habría quedado con Mark. La ley le da todos los derechos.
-Pero él no quería a Mark. Tu cuñado lo dejó muy claro. Nadie le quería.
Gwyn respiró rápidamente, una vez y otra, y de repente le costaba respirar.
-Quería estar con él -gritó-. Nunca habría abandonado a mi hijo ni habría
permitido que le hicieran daño. Por eso me quedé con un hombre que me odiaba.
No, no quería a Mark, pero no quería que se supiera que Mark no era su hijo. No
quería quedar mal si su esposa le dejaba. ¿Y qué forma mejor de castigarme?
De modo que no me juzgues, Jason Radley. ¡No te atrevas a juzgarme!
El tormento que transmitía su voz le hizo reaccionar.
-Gwyn, no.
La cogió en sus brazos. Ella se resistió, intentó apartarse y pegarle, pero él la
echó sobre la cama y la sometió con la presión de su cuerpo. Al cabo de un rato,
Gwyn dejó de resistirse y él le alivió un poco el peso. -¿Estás bien? -murmuró.
-Deja que me levante -dijo ella con una voz que parecía exenta de emoción.
-Gwyn.. .
-Deja que me levante. Te prometo no hacer una escena.
Él se apartó a un lado.

173
Ella se levantó, se acercó a la jofaina y se lavó la cara con una toallita mojada en
agua fría. Como él no hizo ningún gesto de levantarse de la cama, sino que se
limitó a sentarse en el borde, Gwyn suspiró y se sentó en uno de los sillones
frente a la chimenea.
-¿Ahora qué? -preguntó, fría como el hielo. Él se miró las manos entrelazadas.
-Desearía poder retirar esas palabras. -Levantó la cabeza y la miró directamente
a los ojos-. Porque no son ciertas. He visto cómo habías cuidado de Mark. No
sería tan buen muchacho si no hubieras sido una madre excepcional.
Gwv_ n intentó no conmoverse, pero el escozor de los ojos le advirtió que no era
más inmune a Jason que antes.
-¿Qué es lo que quieres saber?
-He perdido varios años. Sé que no podré recuperarlos, pero quiero saber más de
tu vida con Nigel Barrie. -Se lo suplicó con las manos extendidas, con las palmas
hacia arriba-. Ponte en mi lugar. Si hubieras perdido siete años de tu vida, ¿no
querrías saber más? Era el tipo de súplica que Gwyn no podía resistir. Todavía le
dolían sus palabras, pero sentía que le debía esto. No podía mirarle, no pensaba
mirarle. En lugar de eso fijó los ojos en el fuego.
-Por supuesto que ha sido difícil para Mark, pero lo que más le hacía sufrir era la
negligencia de Nigel, aunque eso fuera lo mejor para él. Tienes que pensar que
Nigel estaba fuera casi siempre. Era un soldado, un buen soldado. Creo que
llevaba el ejército en la sangre. Era lo que realmente le gustaba. En todo caso,
Mark y
yo casi siempre estábamos solos.
Se calló y ordenó sus pensamientos.
-Creí que la situación mejoraría cuando volviéramos a Inglaterra, pero no mejoró.
Ya has conocido a Samuel. Ya sabes cómo es. Nigel era un inválido y estaba
confinado a su habitación. Martha, la esposa de Samuel, hacía lo que podía, pero le
tenía miedo a su marido. No se puede decir que fuera un hogar feliz. Pero yo
encontraba maneras de mantener a Mark alejado de ese ambiente. El vicario me
ayudó. Tenía una escuela en la iglesia y matriculé a Mark en ella. Y cuando estaba
en casa, Martha y yo nos turnábamos para mantenerlo alejado de Samuel.
Se calló, recordando los largos paseos con Mark para mantenerlo alejado de la
casa hasta que Samuel había salido para ir al Black Friar a tomar sus copas

174
nocturnas. Recordaba cómo lo habían convertido en un juego -cuántas veces
eructaba el tío Samuel durante la cena; cuántas veces blasfemaba-, pero no podían
convertirlo todo en un juego -los estallidos de mal genio de Samuel, el delirio de
Nigel cerca del final.
-No debes pensar que Mark era desgraciado. Entonces Samuel no sabía que Mark
no era hijo de Nigel. Solo lo supo durante las últimas semanas de vida de su
hermano, cuando Nigel estaba sedado y deliraba le dijo a Samuel la verdad sobre
Mark. Evidentemente, después de eso, Samuel no podía esperar a deshacerse de
nosotros. -Soltó una risa amarga-. Y nosotros no podíamos esperar a deshacernos
de él. En cuanto se resolvió la herencia de Nigel y cobré el poco dinero que había,
Mark y yo nos marchamos.
-Gwyn, mírame.
Ella hizo acopio de fuerzas para no mostrar emoción, pero aquel fastidioso
escozor en los ojos empezaba a dolerle. Fue el orgullo lo que le hizo afrontar su
mirada.
Una chispa de emoción apareció y desapareció en los ojos de Jason.
--Pero en tus cartas a Trish decías que eras feliz con la familia de Nigel.
Gwyn levantó un poco la voz.

-¿Qué esperabas que dijera? No quería vuestra compasión, y nadie podía


ayudarme. Ya te lo he dicho, no pensaba abandonar a mi hijo y, mientras Nigel
vivie ra, estaba atada a él. No creía que tuviera que esperar mucho para volver a
ser libre. Nigel había sufrido heridas internas en Vitoria. El médico dijo que le
quedaban pocos meses de vida. Pero se equivocaba. Duró más de un año.
Esperó un momento para controlarse la voz y siguió.
-Cuando finalmente fui libre, pensé que lloraría de alegría. Sí, lloré, pero no
porque Nigel hubiera muerto. Lloré por el desperdicio de nuestras vidas. Lloré
porque nos habíamos fallado el uno al otro. Lloré porque no hubo reconciliación al
final, y eso me parecía mal. Ahora lloraba, con lágrimas silenciosas que le dejaban
surcos en las mejillas.
-Pero dejé todo eso atrás. Construí una nueva vida para mí y para Mark, y hemos
sido felices. No sabía si sería capaz. Pero lo fui. Hasta que se presentó Harry.
Se levantó bruscamente, y se acercó a la ventana para mirar hacia la oscuridad de
la noche.

175
-Hace un año que eres viuda --dijo él-. ¿Por qué no acudiste a mí? -Se volvió hacia
ella-. ¿Por qué Gwyn? No tenía esposa. Nadie habría salido perjudicado. Podríamos
haberlo arreglado.
Ella se encogió de hombros en un gesto de indefensión.
-Era demasiado tarde. Era demasiado complicado. Y después de Nigel, no pensaba
ponernos a mí y a Mark en manos de otro hombre.
-Por el amor de Dios, no soy otro hombre, soy su padre.
Ella no contestó.
Jason se acercó a ella, se acuclilló y le tomó las manos. -No es demasiado tarde y
no es demasiado complicado. De hecho es muy sencillo. Nos casaremos. Yo tendré
a mi hijo, y Mark a su padre, que le amará y le cuidará. Recibirá todo a lo que tiene
derecho como hijo mío. Su futuro estará asegurado, igual que el tuyo. Y yo le haré
feliz. Os haré felices a los dos.
Ella le miraba con los ojos muy abiertos e inexpresivos.
-¿Me has oído, Gwvn? --Te he oído.
Gwyn intentó liberar las manos, pero él no se lo permitió y dijo ansiosamente:
-Tienes que darte cuenta de que no hay otra salida. Mark es mi hijo. No puedo
volver a perderle. No volveré a perderle. No hay vuelta atrás.
-Lo sé.
La mandíbula de él se puso tensa.
-Tu lugar está en mi casa con tu hijo. ¿Lo entiendes? -Sí, Jason, lo entiendo.
-Pues cásate conmigo. -Me casaré contigo.
Jason se sentó sobre los pies y le observó la cara. La frustración le volvía la voz
áspera.
-Entonces, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás tan distraída, tan desinteresada?
No estaba desinteresada. Había esperado mucho, tal vez no una declaración de
amor, pero sí algo más que aquella fría proposición para su futuro. Era a su hijo a
quien quería en realidad, no a la madre.
No era justo. Jason se había comportado honorablemente. Ella debía hacer lo
mismo.
-Lo único que sucede es que estoy a punto de desmayarme. ¿No podríamos hablar
por la mañana? Ahora mismo no soy capaz de pensar.
-Pues no pienses. Vamos a la cama.

176
La obligó a ponerse en pie. Sus ojos se encontraron y se sostuvieron la mirada.
Gwyn tembló cuando se dio cuenta de que dormir no era precisamente en lo que
pensaba él.
La rodeó con sus brazos, acercándosela, y bajó la boca buscando la de ella. Ella
hizo un débil intento de liberarse. Era lo último que deseaba, se dijo a sí misma.
Le había dicho cosas que la habían herido profundamente. No sabía si podría
perdonarle. Pero la fuerza de aquel beso, la pasión, le hicieron temblar las
rodillas y que le rodara la cabeza, y las manos que había puesto en su pecho para
apartarle se agarraron sin poderlo evitar a los pliegues de la camisa.
Gritó débilmente cuando él la levantó de repente. La besó otra vez antes de
dejarla sobre la cama, y después se puso de pie y empezó a desnudarse.
Era la primera vez que le veía desnudo, y la pura fuerza de aquellos hombros
anchos y muslos musculosos eran casi intimidantes.
Cuando se unió a ella en la cama, sentía la boca seca. Su cara transmitía
sensualidad. Gwyn intentó controlar la respiración, calmar los latidos de su
corazón.
-¡Jason! -Le temblaba la voz. La de Jason era áspera y ronca.
-Esta es otra razón por la cual debemos casarnos. Y lo sabes tan bien como yo. -
Y después, casi con ira-. No puedo pensar en otra cosa. Quererte es como una
enfermedad, y esta es la única cura.
Se esperaba una furia apasionada, pero las manos que le cogieron la cara
temblaban, los labios que se unieron a los suyos eran suplicantes. Dentro de ella
se derritió todo. Su cuerpo se ablandó, su respiración se convirtió en un gemido.
Le rozó los brazos y los hombros con las manos, saboreando la sensación de
aquellos músculos poderosos que se mantenían con el trabajo duro.
-Oh, Gwyn -dijo él dentro de su boca-. Gwyn. Entonces todo cambió. Su boca se
volvió caliente y sedienta; sus manos la tocaron impaciente, desnudándola,
palpándola, tomándola, exigiendo todo lo que tenía para darle y más. Beso por
beso, caricia por caricia, ella respondía a todas sus demandas. Todos sus
sentimientos reprimidos, todas sus turbulentas emociones seguían allí, bajo la
superficie. De repente explotaron en una pasión ardiente, y ella le llevó al limite
con sus exigencias desenfrenadas.

177
Intentó retenerla debajo de él, pero ella no se dejaba dominar, y rodaron por la
cama. Él murmuró algo acerca de ir despacio, pero destruyó todo el control de ella
insinuando suavemente que iba a introducirse en su cuerpo.
Cuando Gwyn se colocó encima, los dos se quedaron quietos. Sin dejar de mirar, le
separó los muslos y se introdujo en ella lentamente. Sus manos se agarraron a sus
brazos y ella se estremeció y se retorció. Sosteniéndola con un brazo en la
cadera, empujó dentro de ella. Gritó, y apretó la boca contra la suya. Juntos, los
cuerpos moviéndose a la una, se abandonaron a la tormenta. Cuando salió de su
cuerpo y la colocó a su lado, ella esperó con la respiración acelerada a oírle decir
las únicas palabras que le importaban.
-Todo irá bien -dijo Jason-. Nos lo tomaremos con calma. Una boda discreta. No
deseo una gran celebración.
No habría palabras de amor, por lo visto. Se volvió e intentó disimular su
desilusión.
-Tu abuela se escandalizará. Él dejó de besarla y acariciarla.
-Mi abuela estará en la gloria. Se pasa el día diciendo que debo sentar la cabeza.
-Sí, con una dama rica que pueda contribuir a los cofres de la familia. No con una
viuda sin un céntimo y un hijo al que mantener.
Él levantó la cabeza y le miró a la cara.
-Antes sí lo quería, es verdad. Pero eso era cuando Haddo estaba al borde de la
ruina. Ahora todo es diferente. -Le rozó el perfil con la punta de los dedos-.
Pensaba que tú y mi abuela habíais hecho las paces.
Era demasiado astuto para ella. Cerró los ojos para disimular sus pensamientos.
-No habíamos peleado. Me fugué. Pero eso ha quedado atrás. No debemos ahondar
en el pasado.
Él se estiró y cruzó las manos detrás de la cabeza. Al poco rato, dijo:
-¿Crees que Mark estará contento
-Eres su héroe -contestó ella secamente-. Estará encantado.
-No lo sé. Estáis tan unidos. Podría verme como un intruso.
Gwyn se apoyó sobre un codo y le miró. Sus rasgos estaban suavizados por el
amor. Sus ojos estaban muy abiertos, interrogantes, inseguros. El oscuro mechón
de pelo que le caía sobre la frente le hacía parecer más joven. Le dolió el corazón.

178
-Conozco a mi hijo -dijo-, y te aseguro que estará en una nube. -Él la compensó con
una gran sonrisa perezosa que hizo que ella añadiera-: Por supues to, podemos
retrasar la boda, para darle tiempo a acostumbrarse a la idea.
-Ni hablar. -¿Por qué no?
Rodó con ella en la cama y la besó ruidosamente. Ella le sintió excitado contra su
estómago. Se le aceleró la respiración. Cuando se introdujo dentro de ella, le
abrazó muy fuerte.
-Por esto -dijo él y sonrió-. Porque ahora que te he tenido, no logro saciarme.
Tengo que salir de aquí antes de que nos encuentren juntos.
Después de que Jason se marchara, Gwyn dio unos golpecitos a la almohada y se
acurrucó bajo las mantas. Entonces se dio cuenta de que las velas seguían encendi-
das. Se levantó y las apagó.

Capítulo 20

Cuando Jason prometió a los niños que los ayudaría a reconstruir la vieja casa del
árbol en el borde de los pastos occidentales, no era consciente del lío en que se
estaba metiendo. Los niños se levantaron al amanecer; como locos de excitación
saltaron de la cama y salieron de la casa antes de que nadie pudiera tragarse ni un
par de sorbos de café.
Pero Jason no se habría perdido aquella oportunidad de estar con su hijo por nada
del mundo. Tuvo sumo cuidado en no desorientar a Mark. Se dijo que no tenía
intención de forzar nada. Deseaba que entre ellos se creara una relación natural y
gradualmente. Cuando llegara el momento, y no antes, le contaría a Mark que él era
su padre verdadero. Pero era difícil no tocarle o no mirarle, y más difícil aún no
abrazarlo muy fuerte.
Cuanto más miraba y escuchaba a Mark, más le parecía que la vida con los Barrie no
le había dejado cicatrices permanentes. Mark no parecía muy diferente

179
a Chris. No paraban de charlar. Se fabricaron rifles con ramas y jugaron a ser
soldados defendiendo un fuerte. Sin embargo, si bien Chris no tenía reparos en
corregir a su tío Jason cuando hacía algo mal, Mark bajaba la cabeza y callaba.
Sucedía lo mismo cuando Chris hablaba de las cosas que un niño solo puede hacer
con su padre. En estas conversaciones, Mark no tenía nada que decir.
Pero eso cambiaría, se prometió Jason, porque él era un padre que iba a pasar
mucho tiempo con su hijo. Y cuando Mark tuviera hermanos y hermanas, lo que Ja
son estaba completamente seguro que sería muy pronto, ese niño siempre tendría
un lugar muy especial en su corazón. Tenían mucho tiempo por recuperar, mucho
que aprender acerca de su hijo.
No podía pensar en Gwyn sin desear hacer algo violento con alguien. Debería
haberse portado mejor con ella. No había ley en la tierra que hubiera podido
mantenerle alejado de ella y su hijo de haber sabido lo desgraciada que era.
Habría llamado a Barrie; habría utilizado toda su influencia y relaciones para
asustar a Barrie y hacer que renunciara a ellos. Pero estaba seguro de que eso no
habría sido necesario. Estaba seguro de que si le hubiera ofrecido bastante
dinero a Barrie, los habría dejado marchar. Y él habría pagado cualquier precio
que Barrie hubiera exigido.
Pero no era demasiado tarde para empezar de nuevo. Le habían dado una segunda
oportunidad. Tenía un hijo que había salido bastante indemne de las malas cir
cunstancias de los últimos años, y sabía a quién debía agradecérselo. Se
esforzaría por compensarlos. Gwyn y Mark le pertenecían. Eran una familia. Tal
vez su matrimonio no empezaba con muy buenos auspicios, pero los dos eran
personas razonables e inteligentes. Si se esforzaban, podían hacer que
funcionara.
En definitiva, sería un hombre muy feliz, y lo sería si lograba convencerse de que
la reserva de Gwyn era solo producto de su imaginación.
Estaba dándole vueltas a ese molesto pensamiento mientras volvía a la casa con
los niños, cuando un lacayo se acercó corriendo a recibirlos.
-Debe venir inmediatamente, señor. Ha ocurrido un accidente.
-¿A quién? -preguntó Jason secamente.
El lacayo se esforzaba por recuperar el aliento. -A Russell, uno de los mozos.
Alguien le ha atacado.

180
-Acompaña a los niños a la casa -dijo al lacayo, y a continuación echó a correr.
Los encontró en el dormitorio de su abuela. Russell, el joven mozo, estaba echado
en el sofá, y Gwyn le estaba limpiando una herida de aspecto desagrada ble en un
lado de su cabeza y le hacía una serie de preguntas, la misma clase de preguntas
que le había hecho él después de que le pegaran el tiro. Brandon y Judith estaban
en la habitación, y su abuela estaba sentada en una silla bebiendo lo que parecía
una copa de brandy.
La anciana intentó levantarse al entrar Jason. -¡Es increíble que nos ataquen en
nuestra propia finca a plena luz del día! Jason, ¿qué está pasando? -No lo sé,
abuela. ¿Dónde están los demás? -Han ido a Brighton de compras.
-Esto es muy raro, Jason -intervino Brandon-. De no haber aparecido Judith y yo,
no sé lo que habría pasado.
Jason solo tenía ojos para Gwyn. -¿Tú estás bien?
Brandon no le dio tiempo a contestar
-Ella era su objetivo. No hay duda sobre eso
El miedo que Jason había dominado volvió como una tromba. Su abuela habló pero
él no la oyó. La idea que lo dominaba era que Haddo ya no era un lugar seguro para
Gwyn y para Mark.
Gwyn vio su expresión desolada y rápidamente dijo:
-Estoy bien, Jason, en serio.
Le habló a Judith.
-¿Quieres sustituir a Gwyn? ¿Ya ha venido el médico? Bien. Gwyn, Brandon,
venid conmigo.
Abrió el camino hacia la biblioteca. En cuanto entraron, cerró la puerta y dijo:
-Empezad por el principio, y decidme exactamente lo que ha ocurrido.
Gwyn y Brandon intercambiaron una mirada. Ella asintió y dijo:
--Salí a cabalgar, como siempre, donde quedamos, no en las colinas, solo por la
playa. -Aunque no fuera una playa privada, estaba cerca de la casa y se podía vi-
gilar fácilmente.
-¿Y te llevaste a uno de los mozos para que te acompañara? -preguntó Jason-.
¿A Russell?
-Sí. -Sigue. Ella se encogió de hombros
-Todo parecía normal. Como siempre, tomé el sendero de la cueva...

181
-¿El sendero que cruza el bosque de la familia? -Sí. --Se humedeció los labios-.
Iba a medio galope cuando me volví y vi que Russell no me seguía. -Estaba de pie
junto a una silla, y se agarró al respaldo mientras seguía recordando-. Pero
había otro jinete en la playa, un hombre en un bayo.
Cuando calló, él le preguntó suavemente: -¿Y te dio miedo?
-Al principio no. Al fin y al cabo, no es una playa privada. Pensé que sería uno de
tus vecinos. No sé lo que pensé. Lo único que sabía era que a Russell tenía
que haberle pasado algo. Pensé que quizá su caballo se había lastimado. Iba a
volver por donde había venido, pero cuanto más miraba al jinete que venía hacia
mí, más inquieta me sentía. Y no podía ir en busca de Russell sin pasar por su
lado.
Mientras ella hablaba, Jason se acercó a la mesa y cogió un pisapapeles de
cristal sin saber por qué. Estaba visualizando la escena y tenía que hacer un
esfuerzo por controlar sus emociones. Deseaba rugir que debía de haberse dado
cuenta inmediatamente de que algo andaba mal. Pero la lógica le decía que,
aunque lo hubiera sabido, no habría representado ninguna diferencia. El problema
era que Haddo parecía tan alejado de lo que había sucedido en Londres que se
habían vuelto demasiado confiados. Cuando vio que estaba apretando ab-
surdamente el pisapapeles, lo dejó y se volvió a mirarla. Con la voz más tranquila
que pudo, dijo:
-¿Qué sucedió a continuación? Gwyn soltó un suspiro.
-No quería que el jinete notara que estaba alarmada, de modo que puse la
montura a medio galope. Miré hacia atrás una vez y vi que me estaba alcanzando.
Des pués de eso, clavé los talones y nos pusimos a cabalgar por la arena. Mi única
idea era llegar al sendero que sube por el hueco entre las colinas. Y entonces fue
cuando Brandon y Judith aparecieron montando por el pie de la colina, y cambié
de rumbo y me dirigí hacia ellos. Brandon te puede contar el resto.
-Al principio no me di cuenta del peligro -dijo Brandon-. Creí que el jinete era
Gerry y que él y Gwyn estaban haciendo una carrera. Fue Judith quien entendió
la situación. Cuando se avanzó, la seguí.
Gwyn soltó una risa temblorosa y dijo, mirando a Brandon:

182
-Nunca me había alegrado tanto de ver a alguien. -Y después a Jason-. Deberías
haberle visto, Jason. Era como una carga de caballería, con Brandon blan diendo
la pistola por encima de la cabeza, y Judith justo detrás de él.
Jason no le devolvió la sonrisa. En cambio, se dirigió a Brandon:
-Se estaba arriesgando, contigo y con Judith en la playa. ¿O es que no lo sabía?
-Ah, bueno, no podía saberlo. -A Brandon se le tiñeron las mejillas de color-.
Mira, sabía que hoy Judith pensaba venir a Haddo montando a caballo para ver
a Gwyn, y pensé que lo mínimo que podía hacer era ofrecerme como escolta. De
modo que salí para Brighton a primera hora de la mañana. Ha sido pura casuali-
dad que decidiéramos volver a Haddo por la costa.
-Entendido. -Se callaron un momento mientras Jason pensaba-. ¿Disparaste
algún tiro?
-No. Mira, yo no sabía si era una persona inofensiva. No iba armado, por lo que
yo podía ver. Hasta más tarde, cuando encontramos a Russell, no me di cuenta
de que Gwyn había escapado por los pelos. -De modo que le seguiste. ¿Y qué
sucedió?
-El sujeto hizo dar la vuelta a su montura y salió escapando como un rayo. Le
seguí, pero no podía mantener su ritmo. Cabalga como el viento. Eso hay que
reconocerlo.
Jason los miró durante un largo rato. Finalmente, dijo:
-¿Qué aspecto tenía el hombre? ¿Le reconoceríais si volvierais a verle?
Brandon se encogió de hombros.
-Debía de ser más o menos de mi edad. -Miró a Gwyn-. La verdad es que no lo he
visto bien. -Creo que ya le había visto antes -dijo Gwyn. Jason se puso rígido.
-¿Dónde? ¿Cuándo?
Ella se humedeció los labios.
-En Brighton. Ayer. Cuando salimos de compras. Estaba de pie bajo una
marquesina al otro lado de la calle, frente a la sombrerería, donde nos
estábamos pro bando sombreros. Pero ya se había marchado cuando
salimos de la tienda.
-No me lo comentaste -dijo Brandon. -No me pareció importante.
Jason estaba furioso.
-¿Fuisteis de compras a Brighton?

183
Brandon y Gwyn intercambiaron otra mirada. Brandon se aclaró la garganta.
-No me pareció tan mala idea. Gwyn intervino rápidamente:
-Convencí a Brandon para que nos llevara. Estuvo con nosotras en todo momento,
de modo que estábamos a salvo. Jason, tienes que entender que no pue do pasarme
la vida aquí encerrada. Para eso podrías mandarme a la cárcel.
No era el momento adecuado para ponerles de vuelta y media. Y tanto si le
gustaba como si no ella tenía toda la razón. No podían seguir viviendo así.
-Gwyn, ¿podría tratarse del mismo hombre que te atacó en tu casa? ¿Harry? -
preguntó.
-He pensado en eso. -Meneó la cabeza-. Pero, no. Este era mayor, más ancho de
hombros. Harry era más llamativo. Se hacía mirar. Este hombre era... no lo sé. -
Miró a Brandon.
Él se encogió de hombros.
-La verdad es que no lo he visto bien. Jason respiró hondo.
-Bien, veamos si Russell está bien para responder a algunas preguntas.
Pero el mozo no fue de gran ayuda. Lo único que sabía era que estaba siguiendo a
la señora Barrie cuando le estalló la cabeza y no recordaba nada más hasta que
recuperó el conocimiento en la habitación de la señora Radley.
Jason se pasó una hora interrogando a los mozos y a los lacayos por si habían visto
algún desconocido merodeando por las inmediaciones, pero nadie había visto nada.
Más tarde, encerrado en la biblioteca, repasó todo lo que se había dicho y empezó
a formarse una imagen mental. El hombre del caballo bayo había elegido el
momento con cuidado, el momento en que Gwyn estaba menos protegida. Eso
significaba que la había estado vigilando, esperando el momento para atacar.
Debía de saber que a Gwyn le gustaba montar a primera hora de la mañana.
Conocía la ruta que solía tomar, sabía dónde esperarla al acecho. Que Brando y
Judith hubieran aparecido era algo que no podía prever.
Parecía inconcebible que alguien hubiera podido estar merodeando por Haddo sin
que se hubiera enterado nadie. Alguien tenía que haber visto algo. Debía de
haberse alojado en algún lugar cercano o en casa de alguien. El problema era que
no tenía los recursos necesarios para ir tras el hombre.
¿Un hombre o dos? Esta era la cuestión que no dejaba de repetirse. Primero
estaba Harry, luego el hombre bajo la marquesina. Si se trataba de un solo

184
hombre, debía de ser un maestro del disfraz. Un actor, ¿quizá? ¿O un hombre que
conocía todos los trucos de los actores para cambiar su aspecto?
No había utilizado la pistola, lo que era inteligente, porque un tiro habría atraído
la atención de todos los mozos y lacayos de Haddo. Lo que él quería era come ter
un asesinato silencioso y escapar antes de que se enterara nadie.
Un asesinato silencioso. Esta vez habría utilizado un cuchillo. O le habría partido
el cráneo.
Solo de pensarlo se le erizaban los pelos de la nuca. Se levantó y empezó a pasear
arriba y abajo.
Aquello no tenía el cariz de una intriga doméstica en la que los actores se conocen.
Aquello parecía una conspiración.
Y no sabía por dónde empezar a juntar el rompecabezas.
Puede que aquella no fuera la mejor manera de enfocarlo. Puede que lo mejor
fuera hacer salir a esos canallas a campo abierto. Pero la única forma de hacerlo
era poner a Gwyn como blanco Y aquello estaba totalmente descartado. ¡Hija de
puta! ¡Hija de puta!
A Harry le retumbaban estas palabras en la cabeza mientras su caballo
descendía las colinas. Aunque ahora ya no era Harry, sino el señor Saunders, un
tratante de caballos que había ido a la comarca a comprar ganado para las
ficticias cuadras de su ficticio señor en Hampshire. Iba en dirección al hostal de
Hove, solo a un kilómetro de distancia por la costa, donde pasaría la noche. Era
la forma más larga de llegar a su destino, pero quería asegurarse de que no le
seguían.
La sangre en las venas le latía al ritmo de las pezuñas del caballo. La última vez
se le había escapado por los pelos y le había dejado exultante, porque el peligro
le añadía más emoción. Esta vez era diferente. La zorra tenía suerte. No
importaba que él fuera más inteligente y superior, la suerte también jugaba un
papel, y la suerte estaba del lado de ella.
Cuando entró en su habitación del Red Lion, guardó sus escasas pertenencias,
repasó la habitación para asegurarse de que no dejaba nada incriminatorio, y fue
a pagar la cuenta. Ya le había dicho al dueño que se marcharía esa misma mañana,
de modo que nadie se extrañaría de su partida. Sin embargo, él creía que mar-
charía triunfante.

185
No debía perder la cabeza. La suerte era caprichosa, hoy aquí, mañana allí. Y él
también había tenido suerte. Había escapado.
Estaba furioso de que una simple mujer le hubiera superado. Era humillante, pero
no era culpa suya. Ella contaba con ayuda.
Por Dios que se lo haría pagar. Se lo haría pagar a todos. Nadie se reía de él y
se salía con la suya. Gwyn estaba sentada en la cama, con los brazos cruzados,
cuando se abrió la puerta y entró Jason. Llevaba una bata azul oscuro y una vela
en la mano.
La apagó cuando vio que ya había varias velas encendidas en la habitación.
-Espero que esto signifique que me esperabas -dijo.
Ella se resistió a la sonrisa calculada para fundir el corazón femenino más
endurecido y dijo severamente: -Quiero hablar contigo.
Jason se rió, cerró la puerta, y se acercó a la cama. -Yo no pensaba
precisamente en hablar -dijo, y la besó-. Ya hablaremos después.
-Hablaremos ahora
Él le miró la expresión, suspiró y se sentó en el borde de la cama.
-¿Y bien?
--Has estado muy callado toda la noche. Apenas me has dirigido la palabra, y a
los demás tampoco. Estás pensando algo. ¿De qué se trata?
El le tomó una mano, la volvió y le besó la palma. -Gerry y Trish se marchan
mañana. -La miró a la cara-. Quiero que tú y Mark os marchéis con ellos. Gwyn
lo entendió enseguida.
-¿Y eso los detendrá? Si me han encontrado en Haddo, me encontrarán en
Norfolk.
-Esta vez no seremos tan confiados. Estarás mejor custodiada.
-¿Quieres decir que estaré en una prisión más segura? ¿Por cuánto tiempo? ¿Un
mes? ¿Un año?
Jason se quedó en silencio un buen rato, y finalmente dijo:
-No hay más remedio.
-Oh, Jason. -Le miró desesperada-. Sabes que eso no es verdad. Hay una forma
de acabar con esto si nos atrevemos. Tenemos que engañarlos.
Los rasgos de Jason se endurecieron, y su voz se volvió áspera.

186
-Si estás diciendo lo que creo, la respuesta es no. -No hay otra manera y lo
sabes. Me quieren a mí. Tenemos que hacer algo. Tenderles una trampa. No lo sé.
Algo.
-Gwyn, quieren matarte.
-Lo sé -dijo ella suavemente-. Pero tú no lo permitirás.
Jason se frotó la nuca.
-Es demasiado arriesgado. No se trata de una sola persona.
Jason. -Levantó los hombros-. No puedo irme con Trish y George. Pongo en
peligro a las personas que están conmigo. Al principio no lo pensé, pero podían
haber matado a Brandon intentando protegerme. Tú, Mark... soy un peligro para
todos vosotros. -¿Crees que me importa? ¿Crees que les importa a ellos?
Esas palabras la reconfortaron, pero no disminuyeron su determinación.
-Iremos juntos a Londres. Podemos escondernos allí como en cualquier sitio.
Mark puede ir con Trish y Gerry. Le gustará. Podemos decir a la abuela y a
Sophie por que tengo que hablar con mi abogado... e iremos a vera Maitland.
Dijiste que quería interrogarme. Tú pensabas ir de todos modos, ¿no?
El viento silbaba al otro lado de las ventanas; un leño chisporroteó en la
chimenea; las velas temblaron, iluminando la habitación con una luz dorada. -Sí -
dijo. le tapó los labios con sus dedos-. Sea lo que sea lo que sabe Maitland tendrá
más sentido para mí que para ti. A lo mejor me estimulará la memoria. Tengo que
saber algo. Algo.
-Déjame pensarlo.
-No hay nada que pensar. Ya me he decidido. -Gwyn...
--¡No! Está decidido. No hablemos más. Hagamos el amor.
Hubo un momento en que pareció que Jason iba a discutir con ella, pero se puso
de pie y se quitó la bata. Estaba descarado en su desnudez, descarado y hermo-
so, y lo era todo para ella.
-¿Es que no tienes ropa de dormir? -preguntó Gwyn con voz ronca.
-Montones. Pero no voy a ponérmela en la cama a partir de ahora. ¿Para qué?
Se metió en la cama y la cogió entre sus brazos. -Solo quiero abrazarte -dijo-, y
saber que estás bien.
Ella le abrazó también, apretándole mucho. Las lágrimas pugnaban por salir.
Nadie la había cuidado así. Nadie. Cuando él la abrazaba, ella creía que nada ni

187
nadie podía hacerle daño. Ella también deseaba protegerle. Pero la vida era
frágil. Aquella era la realidad. Y ella tenía mucho miedo.
El cuerpo de él se movió hacia el de ella, y ella respondió. No tenían prisa. Se
tocaron, se besaron, se saborearon. Los suspiros se volvieron gemidos; la piel
empezó a arder; la respiración se aceleró. Pasaron a la pasión con tanta facilidad
como un barco se deja llevar por la marea.
Cuando él se introdujo dentro de ella, su ritmo cambió. El ritmo de sus cuerpos
se volvió frenético. Mañana era una niebla en la distancia. Lo único que existía
era el ahora.
Después, mientras Gwyn dormía acurrucada contra él, Jason se quedó un buen
rato despierto, con un remolino de dudas y miedos en la cabeza. Gwyn tenía razón.
Si la habían localizado en Haddo, también la encontrarían en Norfolk. No podían
escapar de ellos.
La rabia le cerraba la garganta. Si al menos fueran tras él, no se sentiría así. Se
arriesgaría. Pero que Gwyn corriera riesgos era impensable. Por otro lado, ¿qué
otra posibilidad tenían? Corría un riesgo de todos modos. Podía ser necesario,
pero solo como último recurso. Podían haber pasado algo por alto, alguna pista que
los orientara en la dirección correcta. Tenían que repasarlo todo de nuevo,
meticulosamente. Debía de haber algo que habían pasado por alto.
Sus pensamientos volvieron a Mark, el hijo que había encontrado y que ahora tenía
que dejar marchar por su propia seguridad. Iban detrás de Gwyn, no Mark. ¿Y qué
sería de Mark si algo le ocurría a él? ¿Qué sería de Gwyn?
Se sentó y sacudió a Gwyn para despertarla.
Ella parpadeó y le miró. Algo de su expresión le aceleró el corazón.
-¿Qué sucede?
-Tenemos que casarnos enseguida. Si me sucede algo, quiero que tú y Mark
quedéis en una buena situación.
Ella le miró inexpresivamente durante un buen rato, y después se apartó.
-No va a sucederte nada -afirmó con intensidad-, porque nosotros los
encontraremos primero. El sonrió al oírla.
-De todos modos, sería algo menos de que preocuparme. íbamos a casarnos de
todos modos. Lo haremos antes de lo que creíamos. Solo eso.

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-Oh, Jason, ¿en qué embrollo te he metido? -Nada en que no haya querido
meterme.
-Tal vez Mark y yo deberíamos irnos lejos y empezar de nuevo en un sitio donde
no me conozca nadie. Los ojos de él se oscurecieron con una súbita ira. -Yo
tendría algo que decir sobre eso. Soy su padre, ¿recuerdas?
-No quería decir... -¿Qué querías decir? Ella le tocó suavemente un hombro.
-No estaba pensando. Nunca intentaría mantenerte apartado de Mark.
La expresión de él se suavizó.
-Cuidaré de ti y de Mark. Te lo prometo, Gwyn. Ella volvió a apoyarse en los
almohadones y le miró a la cara. ¿Por qué, se preguntó, los hombres creían que
eran los únicos que deseaban proteger? El mismo instinto ardía dentro de ella
hacia los que amaba. No permitiría que se arriesgara innecesariamente para
salvarla. -¿Qué pasa, Gwyn? ¿Por qué me miras así?
-No quiero pensar -dijo--. No quiero hablar. Solo quiero olvidar. Hazme olvidar,
Jason. Por un rato, hazme olvidar.
Él se rió bajito, la cogió entre sus brazos v le hizo el amor otra vez.

Capítulo 21

Richard Maitland entró en su despacho y saludó con la cabeza a los tres hombres
allí reunidos. Acababa de terminar una misión que le había llevado a Oxford donde
un grupo de estudiantes, miembros todos de una sociedad secreta, habían sido
arrestados por conspirar para hacer volar el Parlamento. No había conocido jamás
un puñado de mayores idiotas. Había sido fácil localizarles. Solo había tenido que
encontrar al impresor que había impreso los panfletos sediciosos y, uno por uno,
habían caído todos.
Por supuesto, no había conspiración. No representaban ningún peligro para la
seguridad nacional. Jugaban, como juegan los niños a juegos de guerra. Pero era un
juego peligroso. De modo que había mandado arrestarlos y los había dejado unos
días en la cárcel para que se tranquilizaran, mientras hacía venir a sus padres: to-
dos ellos hombres de rango y privilegio, todos y cada uno. Él les había metido el

189
miedo en el cuerpo hablándoles de la muerte de los traidores y sus padres habían
hecho el resto, si bien con mucha más ira que él.
Los habían soltado sin ninguna posibilidad de volver a Oxford, y tenían una gran
suerte de haber salido tan airosos.
Pero todavía estaba indignado. Cualquier peligro para la seguridad nacional, por
frívola que fuera, debía ser investigada por él personalmente, y exigía que le
dedicara un tiempo valioso. Se había visto obligado a pasar la investigación de
Johnny Rowland a Massie, su segundo, con todas las notas y aspectos del caso. No
había tenido tiempo de interrogar a la señora Barrie, y eso era algo que deseaba
hacer personalmente. En realidad, la parte más pesada de su trabajo era
dominarse y dejar que los demás llevaran la investigación de los casos realmente
interesantes.
No estaba pensando en Johnny Rowland. Pensaba en Harry.
Tomó asiento en su mesa mientras lord Ivan disimulaba un bostezo.
-¿No habrá pasado la noche bailando, lord Ivan? -preguntó educadamente.
Lord Ivan se sentó más erguido inmediatamente. -No, señor, la última semana he
estado en la calle, persiguiendo a los invitados que asistieron a la fiesta de
Sackville. Algunos de ellos viven fuera de Londres. -¿Muy lejos de Londres?
-Horsham. Windsor.
Richard notó que las mejillas de lord Ivan se habían teñido de rosa, y dominó su
lengua. El calendario social de lord Ivan ya era motivo de burla entre los hombres.
Pero para ser justos con él, se esforzaba mucho. Era el tercer hijo, y los hijos
más jóvenes no tenían más remedio que buscarse una fuente de ingresos. Lord
Ivan había elegido la carrera militar, y después se había transferido a la Brigada
Especial. Pero a veces Richard desearía que hubiera elegido la iglesia o el derecho.
-¿Todos han sido localizados y entrevistados, lord Ivan?
-Todos excepto la señora Barrie y sus primos Radley. El señor Massie me informó
de que debía dejárselos a usted.
-Y yo me encargaré de ello lo antes posible. Entendido. ¿Ha habido progresos,
Massie?
La memoria de Massie para los detalles era fenomenal. Podía detectar
incongruencias que los demás pasaban por alto, y eso le hacía muy valioso.

190
-Nos enteramos de que RoMand había dejado su empleo -informó Massie-.
Sabemos que desde entonces tenía otro empleo esperándole en Bristol y
debería haber empezado casi una semana después del día en que fue asesinado.
Sus amigos dicen que le sucedía algo. Alguien fue preguntando por él; ninguna
descripción que pueda ayudarnos. Pero esto es interesante. Después de
despedirse tenía algo de dinero, no una fortuna, pero sí lo suficiente para
comprarse un nuevo vestuario y algunos caprichos. Otra cosa. Cuando informó
de que dejaba el empleo, le dijo al portero de su lugar de trabajo que el señor
Todopoderoso se iba a enterar.
-El señor Todopoderoso -repitió Richard pensativo-. Se ve que sentía un gran
aprecio por su amo. -Es lo que pensé yo -dijo Massie-, pero no hubo ninguna
discusión.
-¿Algún empleo anterior?
-Hay una larga lista -intervino Langdon-. Johnny no duraba mucho en ningún
empleo. Era inquieto y se aburría con facilidad.
-¿Alguno de sus patrones se ajusta a la descripción del señor Todopoderoso?
-Varios. He empezado con esto, pero hay una buena lista que investigar, y
algunos viven muy lejos. Richard se apoyó en el respaldo de la silla. -¿Cómo de
lejos?
-En Irlanda. -¡Ha ido a Irlanda! -No, señor. Pensé dejar eso para usted.
Cuando todos se echaron a reír, Richard meneó la cabeza y se rió con ellos.
Langdon sonreía en contadas ocasiones, aunque tenía un enorme sentido del
humor. Tenía treinta y tantos años, la cara de un monje y una mirada
inexpresiva que hacía sentir culpable a cualquiera, tanto si había hecho algo
malo como si no. Y era muy bueno en su trabajo.
-¿Qué se sabe del retrato? -preguntó Richard, y todos gimieron-. ¿Qué he
dicho?
-Había retratos y miniaturas a cientos en todas las casas que he visitado.
-Lo mismo digo -corroboró lord Ivan-. Ya no puedo entrar en una casa sin
obsesionarme con los retratos de las paredes. Solo en el comedor de mi pa dre
hay seis retratos de tamaño natural y diez miniaturas.
Más risas. -Hasta que sepamos algo más, señor, no vamos a encontrar el
retrato.

191
Richard asintió con la cabeza. -¿Algo más?
-Nos hemos reservado lo mejor para el final -dijo Massie. Le hizo un gesto a
Langdon-. Adelante, Langdon.
-Hay una joven -dijo Langdon-. Sabemos que pasó nueve noches en el Ángel, en
Oxford Street, siete con Rowland, y otras dos después de que le asesinaran.
Cree mos que le estaba esperando y, como no se presentó, se largó.
-¿Cómo disteis con ella?
-El Ángel era la guarida favorita de Rowland. Había inscrito a la joven con el
nombre de Mary Smith, pero dudo que fuera su nombre real.
-Esto se pone cada vez más interesante -dijo Richard-. Buen trabajo. Adelante.
-Parece que no hablaba con nadie. Rowland le dijo al casero que iban a casarse,
pero sus amigos no se lo creen. Dicen que a Johnny le gustaban las mujeres,
pero que ninguna en especial, excepto una chica del servicio que era más bien
como una hermana para él. -¿Quién es ella? ¿Dónde trabaja?
Langdon meneó la cabeza.
Johnny nunca les dijo cómo se llamaba. Los vieron juntos en varias ocasiones,
y siempre les decía que era como una hermana para él, y que anteriormente
habían servido juntos.
-Bien -dijo Richard-, sabemos que ella no puede trabajar para Sackville. Solo
tiene criados. -Pensó un momento, y continuó-: ¿Esa persona y Mary Smith
podrían ser la misma persona?
-Es posible.
-¿Tenéis una descripción de ella?
-Sí, pero no nos ayuda mucho. Es joven, bonita, tiene el pelo claro y ojos
azules. La mitad de mujeres jóvenes que sirven se ajustan a esta descripción.
-¿Algo más?
Langdon volvió a sus notas.
-Cuando dejó el Ángel, tuvieron que ayudarla con las maletas. -Miró a Richard-
. Si Mary Smith y esa muchacha son la misma persona, ¿entiende lo que sig-
nifica?
Richard asintió.
-¿Qué significa? -preguntó lord Ivan. -Significa -dijo Landon- que o bien ha
dejado su empleo o la han despedido. Por eso tenía tanto equipaje. Y si lo

192
piensas un poco, es lógico. Johnny se había despedido. Puede que la muchacha
también se despidiera. Puede que los dos estuvieran metidos en lo que sea que
hizo que asesinaran a Johnny. Puede...
-Y puede -dijo Richard- que nos estemos precipitando. Mantengamos la mente
abierta hasta que encontremos la relación. ¿Alguna pista de adónde fue
cuando se marchó del Ángel?
-La pista se pierde por completo. -Landon seencogió de hombros-. Si
hubiéramos sabido de su existencia desde el principio, podríamos haber
encontrado al cochero del carruaje que cogió. Tal como están las cosas, nadie se
acuerda de ella.
-¿Qué se sabe del hombre que atacó a la señora Barrie? ¿Alguna pista?
Massie meneó la cabeza.
-Estamos revisando expedientes antiguos. -¿Algo más?
Discutieron un rato, compartiendo información, especulando, y finalmente
decidieron cómo iban a actuar.
Al final de los diez minutos, Richard dijo: -Concentrémonos en encontrar a la
muchacha que había servido con Johnny. Tal vez ella sea la conexión de Johnny
con el señor Todopoderoso. Quiero saber quién es y para quién trabajaba.
Dejó de hablar cuando entró Harper y le pasó una nota. Era de Jason Radley y
decía sencillamente que estaba en la casa de Richard en Jermyn Street y desea
ba hablar con él de una cuestión urgente. Después de leerlo, Richard se levantó.
-Massie -dijo-, ¿te importa seguir tú? Caballeros, nos veremos esta noche y
compararemos notas. ¿A las ocho? Harper, ven conmigo.
Jason fue el primero que oyó los pasos de Richard en el vestíbulo. Se levantó y le
saludó en cuanto se abrió la puerta del salón.
Mientras se estrechaban la mano, dijo: -Decidimos esperar cuando tu criado nos
dijo que estabas de vuelta en la ciudad. Nos han encontrado, Richard, de modo
que no es buena idea ir a Half Moon Street o a cualquier otro sitio que conozcan.
No podía dejar sola a Gwyn, de modo que la he traído conmigo.
-Se hizo a un lado-. ¿Recuerdas a mi prima, la señora Barrie?
Gwyn estaba sentada frente a la chimenea, bebiendo té y comiendo un pedazo
de dulce.

193
Gwyn sabía que Richard era escocés y no se había formado ninguna imagen
mental de él, pero el caballero que se inclinó para besarle la mano parecía tan
típi camente inglés que se quedó ligeramente sorprendida. Tenía treinta y
pocos años, no era ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco; tenía el pelo claro, los
rasgos regulares, y los ojos tan azules y brillantes como un campo de azulinas.
-Señora Barrie -dijo-, la recuerdo perfectamente. Siempre estaré en deuda
con usted.
Gwyn decidió que le gustaba su sonrisa, que le gustaba su estilo, y
especialmente que le gustaba el deje escocés, un deje muy ligero, de su
acento.
-Me alegro -dijo-, porque, señor Maitland, necesitamos su ayuda.
-En Lisboa ya le dije que me tenía a su disposición. -E inmediatamente volvió
con su regimiento. -Gwyn meneó la cabeza-. La verdad es que no me acuerdo.
Pero eso era lo que decían todos, y eso era lo que hacían todos.
Los dos se rieron.
Jason se movió inquieto.
-Es muy amable de tu parte haber venido en cuanto has recibido nuestra nota.
Richard soltó la mano de Gwyn.
-Decías que era urgente, y tú no sueles exagerar.
Además, yo también deseaba verte. ¿Puedo ofreceros algo? ¿Un Madeira? ¿Un
café?
-Su criado nos ha atendido muy bien -dijo Gwyn.
-Bien. -Richard indicó una butaca a Jason-.
Cuéntame lo que ha sucedido.
-Ha habido otro ataque contra Gwyn -comentó Jason.
Richard escuchó atentamente mientras, primero Jason, y después Gwyn,
describían el ataque. Les hizo algunas preguntas sobre puntos que no estaban
claros, pero, en general, se miró las manos entrelazadas e hizo gestos de
comprensión con la cabeza.
Quedaron en silencio y después Jason dijo: -¿Podría haber sido Harry?
-Creo que no hay ninguna duda
-Pero estaba tan diferente -protestó Gwyn-. Más mayor, más fornido.

194
-Dudo que nuestro hombre se parezca a Harry o al hombre del caballo -contestó
Richard-. Le sorprendería saber lo poco que cuesta cambiar el aspecto: ropa
diferente, pelo peinado hacia atrás o hacia delante, gafas, un poco de polvos y
maquillaje; una nueva personalidad.
-Entonces es inútil -se lamentó Gwyn--. Nunca le encontraremos.
-Yo no diría tanto. Pero sí hay algo que me desconcierta. Harry parece
especialmente inepto. Dos intentos de agredirla, señora Barrie, y los dos han
fraca sado. Habría creído que nuestro hombre sería el mejor que se puede
comprar con dinero.
Gwyn respiró aceleradamente.
-No es inepto. Es frío y calculador y muy atrevido. Sí, fracasó, pero yo no
cometería el error de subestimarle. La primera vez no podía saber que Jason se
había quedado en mi casa. Jason se durmió. De no haberse dormido, no habría
estado allí. En cuanto al segundo intento, sucedió algo parecido. Nadie sabía que
Brandon y Judith estarían montando en la playa. Fue pura casualidad que me
salvaran.
Richard sonrió.
-Entonces solo puedo decir que usted ha tenido una suerte singular, o que
nuestro hombre se está quedando sin suerte.
-Eso espero -dijo ella, con un escalofrío-. Lo espero sinceramente.
-¿Qué has querido decir con lo de que habrías creído que nuestro hombre sería
el mejor que se puede comprar con dinero? -preguntó Jason.
Richard habló mientras cogía un poco de dulce y empezaba a mordisquearlo.
-Algo que le dijo Rowland a un amigo. Dijo que el señor Todopoderoso se iba a
enterar. No es mi intención imaginar cosas, pero creo que el señor Todopode
roso puede estar dirigiendo la función. Creo que es un hombre de posición y
riqueza. La miniatura le incrimina de algún modo, o tiene algo valioso escondido.
Está dispuesto a matar para recuperarlo y eliminar a cualquiera que sepa de su
existencia; de modo que ha contratado al mejor.
-Pero... -Gwyn miró a Jason, que se acercó a ella y le puso una mano en el
hombro-. ¿Por qué yo? -preguntó-. No conozco a nadie de posición ni ri queza. -
Una idea le pasó por la cabeza y siguió-. Si me hubiera hablado de damas de
alcurnia y riqueza, ya sería otra cosa. Son voluntarias en la biblioteca donde

195
trabajo, o son asociadas. Pero no puedo decir que conozca a sus maridos,
excepto quizá de vista.
-Creo que estamos progresando -dijo Richard-. ¿Podría hacerme una lista?
A continuación la interrogó sobre sus amigos, la biblioteca, los criados, las
alumnas y sus padres, y una serie de temas que Gwyn no consideraba
relevantes. Pero cuando terminaron, se sentía como si le hubieran quitado el
cerebro y se lo hubieran examinado a fondo antes de volver a colocárselo.
Siempre volvía a Harry, pero en eso ella no podía ayudarle mucho.
Finalmente, Richard sonrió y dijo:
-Solo una pregunta más. ¿Conoce a alguna doncella o muchacha de servicio que
haya perdido su empleo en la casa de una de esas damas de alcurnia?
-No.
-¿O alguna muchacha de servicio que haya perdido su empleo o se haya
despedido?
-No. ¿Quién es?
-Otra pieza del rompecabezas. Cuando la encontremos, creo que lo
resolveremos. -Miró a Jason-. Esperaba conocer a tu primo Brandon.
-Está en Haddo -dijo Jason-. Mark sigue allí. No hemos querido traerlo a
Londres, de modo que Brandon se ha quedado para vigilarle.
Esas pocas palabras, pensó Gwyn, solo contaban una parte de la historia.
Esperaban mandar a Mark a Norfolk con Trish y Gerry, pero cuando se enteró
de que ella iba a Londres con Jason no había sido posible convencerle. Se había
pegado a su mano y le había suplicado que no lo mandara lejos. Gwyn no sabía
quién estaba más angustiado, si Mark o ella. Al final, llegaron a un acuerdo.
Mark podía quedarse en Haddo donde ya estaba adaptado, con personas que le
gustaban y en quienes confiaba.
A la abuela y a Sophie solo les dijeron que Gwyn tenía que ver a su abogado
acerca del alquiler de su casa, efectuar algunos encargos, y que volvería a los
pocos días.
La última imagen que tuvo de Mark fue cogido de la mano de la abuela Radley y
despidiéndose con la mano mientras el carruaje se alejaba.
Richard miró a Jason. -¿Dónde os alojáis?

196
-En los aposentos de Brandon, en Bond Street. No es el lugar más discreto del
mundo, pero servirá para un par de días hasta que encuentre un lugar más
adecuado para escondernos.

-Bond Street. Está solo a cinco minutos andando de aquí. Es una buena elección.
No siempre son los lugares más apartados los más seguros.
-Pero ¿hasta cuándo será seguro? Ese loco parece ir un paso por detrás de
nosotros. ¿Cómo supo que debía buscarnos en Haddo? ¿De dónde saca su
información? Richard separó las manos.
-Tal vez el señor Todopoderoso le está proporcionando información. La verdad
es que no lo sé. Pero podemos tomar medidas para decantar la balanza a
nuestro favor.
Se levantó y fue a la puerta. -¡Harper! -gritó.
Un momento después, entró Harper
-El teniente Harper-dijo Richard-. Señora Bar~ rie, le presento a su
guardaespaldas.
-Ya lo ha hecho otras veces. -Gwyn abrió los ojos y miró a Jason-. Debo
haberme adormilado mientras te esperaba.
-¿Quién lo ha hecho otras veces? -preguntó Jason.
Miró a Gwyn en el espejo situado sobre el lavamanos. Estaba recostada en los
almohadones de la cama indecentemente grande de Brandon, en sus aposentos
de Bond Street, mientras él se lavaba el polvo del día de la cara y las manos.
Jason había dedicado la noche a interrogar a sus criados, tanto en Half Moon
Street como en Marylebone, intentando averiguar si habían notado a algún des
conocido o comerciante merodeando por allí recientemente, pero no habían
visto a nadie. A continuación había ido a Sutton Row para interrogar a la vecina
de Gwyn, la señora Perkins. Y, finalmente, había tenido suerte.
Acababa de llegar a los aposentos de Brandon, hacía cinco minutos, y había
encontrado a Harper durmiendo en el salón y a Gwyn durmiendo en la cama de
Brandon. Solo estaban ellos tres, sin criados que por descuido pudieran revelar
su paradero. Cuantas menos personas lo supieran, mejor.
-Harper -dijo Gwyn-. Ya lo ha hecho otras veces. Había una dama, la señorita
Abigail Vayle, que la perseguía un asesino y Harper fue su guardaespaldas.

197
Estuvo a punto de perderla, dice Harper, porque la señorita Vayle no le hacía
caso. -Se le formaron momentáneamente los hoyuelos-. Naturalmente, yo le he
dicho que no daría ni un paso sin su aprobación.
Jason se volvió.
-¿Harper te ha dicho eso? -Sí.
-No sabía que fuera capaz de hablar.
-A lo mejor porque nunca has hablado con él. Jason ignoró la nota de censura de
su voz. -Tiene que haber algo más. ¿Qué has hecho para ganártelo? ¿Le has
ofrecido un soborno? -Bueno...
Una ceja arqueada.
-Quería saber si era capaz de manejar una pistola. Y cuando ha visto que podía
limpiarla y cargarla tan bien como cualquier hombre, se ha hecho amigo mío, eso
es todo.
-Te cae bien, veo.
-El sargento Harper -dijo ella- y los hombres como él son la sal de la tierra. O,
al menos, son la columna vertebral del ejército. Tal vez no sean grandes
conversadores, tal vez no tengan los mejores modales, pero son los que hacen
funcionar las cosas. Pregunta a cualquier oficial.
-¿Y has descubierto todo eso en las pocas horas que he estado fuera?
-Lo he descubierto en el mismo momento que le he visto. Me ha gustado al
instante.
-¿Quién? ¿Harper? -Hizo una mueca. -Sí, Harper.
Jason meneó la cabeza, chasqueó la lengua, y se fue a la cama.
Ella se incorporó.
-¿Qué te crees que haces? -Venir a la cama.
-Baja la voz. Harper podría oírte. Jason bajó la voz.
-Está profundamente dormido, y yo me meto en la cama.
-Ah, no, ni hablar. En esta cama, no. Harper te ha preparado una cama en el salón,
junto a la suya, y ahí es donde vas a dormir. Jason, Harper se escandalizaría si
pasaras la noche conmigo.
-Harper -dijo- puede irse al diablo. -Cuando ella le miró indignada, Jason siguió en
un tono más apaciguador-. Nos vamos a casar en cuanto obtenga la licencia
especial. ¿Eso no sirve para algo?

198
-Pero todavía no estamos casados
Jason resopló e intentó una táctica diferente. -¿No quieres saber lo que he
descubierto? -¿Has descubierto algo? Pues podrías haberlo di cho. -Golpeó el
colchón a su lado-. Siéntate y cuéntame.
Cuando se subió a la cama, los muelles rechinaron y Gwyn contuvo el aliento. Se
quedó mirando la puerta como si esperara que entrara Harper como una tromba.
-¿Qué demonios? Jason levantó una almohada y miró la pistola escondida debajo.
-Harper dice que debo tener mi pistola cerca en todo momento -dijo Gwyn-. Y
cuando pienso en Harry, no hace falta que me insistan. A ver, ¿qué has encon-
trado?
Jason dejó la pistola sobre la mesa, junto a la cama, y se apoyó en la almohada al
lado de Gwyn.
-Tu vecina, la señora Perkins, me ha dicho que la noche que fuiste a la fiesta de
Sackville y ella se quedó a cargo de Mark, llamó un joven a la puerta que deseaba
hablar contigo.
-¿Un joven? Ah, sí. Pensé que lo había mandado el casero para echar un vistazo a
los desperfectos. -Gwyn respiró hondo-. Esto es lo que pensé cuando Harry se
presentó el sábado por la mañana. Jason, ¿crees que también era Harry?
-Me inclino más a pensar que era Johnny Rowland.
-¡Johnny Rowland! -Meneó la cabeza-. ¿Pero por qué?
Jason se recostó cómodamente y cruzo los brazos detrás de la nuca.
-Cuando le preguntó si te podía esperar, la señora Perkins le dijo que estabas en
la fiesta de Sackville y que no volverías hasta tarde. De haber sido Harry, creo
que habría vuelto aquella misma noche. -Volvió la cabeza y la miró, luego la cogió
entre sus brazos-. No pongas esta cara de susto -dijo-. Esto significa que
estamos llegando a alguna parte. Johnny Rowland debía de estar... -descartó la
palabra «desesperado»- decidido a hablar contigo. Y es por esto que fue a la
fiesta de Sackville. Creo que quería hablar contigo del retrato. Gwyn tuvo un
escalofrío.
-Pero es que yo no sé nada de un retrato. Oh, ¿para qué diablos hemos vuelto a
Londres? Esperaba que Maitland hubiera descubierto mucho más de lo que
ha hecho. Cuando me interrogaba, pensé que descubriría algo que le conduciría a
Harry. -Miró a Jason-. ¿Hasta cuándo va a durar esto? ¿Cuánto voy a tardar en

199
volver a ver a mi hijo? Creo que no lo entiendes. Mark y yo no nos hemos
separado jamás. No es como otros muchachos. Es temeroso, y... y no le gusta
estar solo con desconocidos.
Él le tomó la barbilla con una mano.
-¿Qué es eso que dices de Mark? No creo que sea temeroso.
-¿Tú no? -No.
-¿No crees que depende demasiado de mí? ¿Que yo lo he hecho así?
-No tienes nada de lo que sentirte culpable. Has educado estupendamente a tu
hijo. Es verdad que ha llorado cuando nos hemos marchado, pero solo tiene sie te
años. Gwyn, los niños de siete años se portan así. Y, considerando quienes fueron
su padre y su tío, creo que es un milagro que Mark sea tan sano como es. Estoy
seguro de que ahora mismo está más contento que unas pascuas. Tiene su poni.
Tiene a Brandon. Y el landó de Brandon. Gwyn, no creo que tenga tiempo de pensar
en nosotros.
-¿Jason? -¿Qué?
La emoción le oprimía la garganta. Intentó hablar, pero no le salieron las palabras.
Meneó la cabeza. -Gwyn, ¿qué te pasa? -preguntó ansiosamente. Sentía su miedo
en todos los poros del cuerpo. Finalmente ella encontró las palabras.
-Quiero... recuperar... mi vida -dijo-. Quiero un futuro contigo y con Mark. Y juro
por Dios que nunca, nunca volveré a preocuparme por necedades.
-Ah, Gwyn. Tendremos ese futuro. Créeme. -Y después con más intensidad-.
¡Créeme!
Colocó la mano en la curva de su cuello, y le levantó la cabeza para besarla. Bajo la
punta de los dedos, sentía que se le aceleraba el pulso, y un latido de respuesta se
le despertó en la sangre. Se movió un poco y el cuerpo de ella acudió complaciente
a complementar el de él.
La emoción le oprimió el pecho. Le parecía pequeña y frágil. Su fortaleza no
podía competir con la de él, ni con la de ningún hombre, y mucho menos con un
loco que estaba empeñado en acabar con su vida. Algo cercano al pánico le
oprimió la garganta y todo el cuerpo le tembló. Había prometido que la cuidaría.
Daría su vida por salvar la de ella. Pero no sabía cómo luchar contra un
adversario sin nombre y sin rostro.

200
Los besos de Jason se hicieron más apasionados; los brazos que la apretaban se
volvieron de acero. Ella hizo un pequeño movimiento para liberarse, aunque él no
hizo caso. Pero cuando ella vio que le temblaba la mano al cogerle la cara,
conocimiento y recuerdo se fundieron en su cabeza. Él le había hecho el amor así
una vez hacía tiempo, en la cabaña de pescadores, la noche de la muerte de
George. La necesitaba, lo necesitaba. No tenía miedo. Como había hecho
entonces, le abrazó y le ofreció el consuelo de su cuerpo para todas las
emociones turbulentas que hervían dentro de él.
Él le levantó el camisón hasta la cintura y se desabrochó los pantalones. Le
separó las piernas y guió su sexo hacia la entrada del cuerpo de ella y empujó. Ja
deando, la tomó con movimientos rápidos y violentos. El cuerpo de ella se arqueó
y se puso rígido. Cuando empezó a estremecerse por el placer, el control de él se
hizo añicos y se deshizo dentro de ella, inundando su cuerpo con su semilla.
Mucho tiempo después, cuando pudo moverse, se apartó para poder ver su
expresión. Ella parecía angustiada.
La voz de Jason era ronca
-¿Te he hecho daño? ¿Te he asustado? Ella meneó la cabeza.
-¿Pues qué pasa?
-Harper -cuchicheó ella-. Deja de reírte. Sal de encima de mí. Oh, no voy a poder
mirarle a la cara.
Él se apartó, y la cama chirrió. Se sentó, y la cama chirrió. Cada vez que la cama
chirriaba, Gwyn hacia una mueca.
-Creía que no ibas a preocuparte nunca más por necedades -dijo él.
Era adorable, pensó Jason, y nunca tanto como cuando le golpeó con una almohada
y le indicó la puerta con la mano.
Con una gran sonrisa, le dio un largo beso, se arregló la ropa, cogió la chaqueta y
fue a dormir con Harper

Capítulo 22

201
Gwyn estaba pensando que si Harper repetía una vez más que había dormido
como un tronco, se pondría a gritar. Era evidente que lo decía para hacerla
sentir mejor, pero ella se sentiría mucho mejor si él no dijera nada. Sabía que él
sabía que Jason había compartido su cama aquella noche, porque la maldita cama
cantaba como un órgano de iglesia en Viernes Santo, y Harper era un avezado
soldado, de la clase que duerme con un ojo y las dos orejas abiertas. De haber
caído una pluma sobre la alfombra, la habría oído.
-Esta mañana me siento descansado de verdad -dijo Harper. Estiró los brazos
por encima de la cabeza-. No recuerdo cuándo dormí tan bien una noche. Será
por el ponche que me tomé antes de meterme en la cama
Para disimular su embarazo y por hacer algo, Gwyn había abierto una de sus
maletas, había vaciado todo su contenido y ahora lo estaba volviendo a guardar.
Jason se había marchado hacía un rato para ver a Richard Maitland y entregarle
la lista de nombres que les había pedido, así como la información acerca de
Johnny Rowland; a continuación iría a solicitar una licencia especial y visitar a
Armstrong y obligarle a decir de quién era el legado. A su vuelta, se irían de los
aposentos de Brandon para buscar un lugar más espacioso; quizá la casa de
Marylebone. Pensándolo bien, creían que era un sitio tan seguro como cualquiera, o
más seguro, en realidad, porque el asesino -así es como llamaban ahora a Harry, el
asesino- habría descubierto que habían estado allí y se habían marchado. No se le
ocurriría que pudieran regresar.
«Asesino.» Solo de pensar lo que esto significaba Gwyn se echaba a temblar.
Parecía increíble. Ella no era nadie. ¿Por qué querría matarla alguien? Pero era ver
dad. La habían agredido dos veces y cada vez se hacían visibles más hilos que la
relacionaban con el caso: Johnny Rowland, Sackville, el señor Todopoderoso, y
posiblemente la biblioteca donde trabajaba.
Este último pensamiento le pasó por la cabeza justo cuando doblaba el malogrado
abrigo azul que Gracie había dejado en la biblioteca, aquel abrigo que pare cía
seguir a Gwyn de una casa a otra. Aquello era un tejemaneje de Maddie, que no
desesperaba de que Gwyn acabara sucumbiendo a la tentación de lucirlo. Por eso
no dejaba de meterlo en las maletas.
Gwyn se sentó en cuclillas y miró el abrigo. Habían pasado casi dos semanas desde
que Gracie había dejado el hermoso abrigo en la biblioteca, y Gwyn no sabía si

202
volvería a verla nunca. La biblioteca ya debía de estar abierta otra vez. Tal vez
Gracie había vuelto a buscarlo, o quizá había descubierto la dirección de Gwyn y
había ido a Sutton Row. Por mucho que deseara devolverle a Gracie su abrigo, era
demasiado arriesgado presentarse en aquel lugar. Gracie tendría que esperar un
poco más.
Pasó las manos por la aterciopelada lanilla. Tocó los botones con el curioso diseño
de bellota. Le extrañaba que alguien como Gracie poseyera una prenda de ropa tan
elegante. Arrugó la frente. Gracie, la biblioteca, el abrigo... ¿eran más cabos o
solo invenciones de su imaginación enfervorizada?
De repente experimentó una sensación brusca de urgencia. Gracie estaba
metida en algún lío. Por eso había huido de la biblioteca. Puede que Harry
también fuera tras ella.
La idea era grotesca. Se estaba excediendo. Gracie no corría ningún peligro.
Pero aquellos pensamientos racionales no disminuyeron su alarma.
Se levantó rápidamente, desdobló el abrigo y buscó en los bolsillos y las
costuras, como ya había hecho antes, pero esta vez más cuidadosamente. No
había nada. -¿Qué está haciendo? -preguntó Harper.
Gwyn le miró.
-Este abrigo -dijo- lo dejaron en la biblioteca donde trabajo, y la joven que lo
dejó se llevó el mío. Una de las doncellas de Haddo dijo algo... -Miró el abrigo
con el ceño fruncido intentando recordar lo que había dicho Maddie
exactamente-. Algo relacionado con los botones -dijo Gwyn-. Solo una modista
de Londres utiliza estos botones tan curiosos de azabache, y se trata de una
modista francesa de aquí mismo, de Bond Street.
-Hay una modista al otro lado de la calle. -Harper se acercó a la ventana y miró
fuera.
-¿Puede ver el nombre de la tienda?
Harper vaciló y a continuación dijo lentamente: -Carryher, Mantua Maker.
Gwyn pegó un salto y corrió a la ventana. -Carriére -dijo. Los ojos se le
iluminaron-. ¡Es esa, Harper! ¡De ahí es donde sacó Gracie su abrigo! Si alguien
tenía que ser su guardaespaldas, pensaba Gwyn, se alegraba de que fuera un
veterano bastante curtido de la campaña peninsular, con un cuerpo sólido y un
ceño de pocos amigos. No era guapo, no hablaba mucho, y su abrigo oscuro y los

203
pantalones beige no habían visto la mano de un elegante sastre de Londres, pero
para alguien como ella, que había visto lo mejor y lo peor que podía ofrecer el
ejército británico, le inspiraba confianza.
Harper se mantuvo cerca de ella mientras cruzaban la calle. No se había
entusiasmado con la idea de salir de la casa, pero la ansiedad de Gwyn, junto con el
he cho de que la tienda estuviera enfrente y podían ir y volver en cinco minutos, lo
había convencido por fin de dar su consentimiento. Pero para ir sobre seguro, se
guardó la pistola en la cintura de los pantalones, y le recomendó que hiciera lo
mismo. Gwyn ya no llevaba la pistola de Nigel, sino una más fácil de ocultar, metida
dentro de su bolso.
Cuando empujaron la puerta sonó la campana, y una joven vestida de malva se
levantó de detrás de un mostrador. A cada lado, colocados en estantes, había
bobinas de tela -gasas, sedas, terciopelos, telas de cuadros- que añadían una nota
de color al apagado interior que estaba decorado con gusto en tonos grises y
blanco. Había varias alcobas, y en cada una se mostraba una de las creaciones de
Madame Carriére. A Gwyn le pareció evidente que los clientes de madame debían de
tener dinero para malgastar, y que lo estarían malgastando a raudales para el
evento de la boda de la princesa Carlota.
Se hizo una rápida impresión de la joven vestida de malva. Tendrían la misma edad,
pero aquella joven tenía la prestancia de una actriz en el escenario. Su sonrisa era
un poco artificial.
Mientras Gwyn se acercaba al mostrador, Harper se colocó junto a la puerta de la
entrada. No había más clientes en la parte exterior de la tienda, aunque se oían
risitas juveniles y la voz más grave de una mujer mayor en la trastienda. La joven
del mostrador sonrió a Gwyn. -¿Madame desea concertar una cita? -Su acento
francés era tan marcado que Gwyn se preguntó si sería real.
-No -dijo Gwyn-. Deseo localizar a la dueña de este abrigo. Se lo dejó olvidado
en la Biblioteca para Damas de Soho Square hace un par de semanas, y me
dijeron que solo podía ser obra de madame Carriére. Gwyn era consciente del
estrecho escrutinio de la mujer. Solo de verla, pensó Gwyn, se habría dado cuen-
ta de que no era una cliente en perspectiva. Su pelliza verde y su sombrero de
paja eran presentables, pero ni mucho menos a la altura de madame Carriére.

204
Lo que la mujer dedujo hizo que cambiara significativamente de actitud. Los
modales afectados, así como el acento francés, se esfumaron. Sonrió, cogió el
abrigo de manos de Gwyn, asintió y dijo:
-Recuerdo perfectamente este abrigo. Lo hicimos para la señorita Gracie
Cummings de Heath Cottage, Myrtle Lane, en Hampstead.
Gwyn no podía creer que fuera tan sencillo. Miró encantada a Harper. Él asintió y
casi sonrió. Gwyn se volvió a hablar con la mujer.
-¿Recuerda tan bien a todas sus clientes y todos los domicilios?
La joven rió.
-No. Pero me llamo Myrtle, de modo que la dirección se me quedó grabada.
Además, tenemos un registro de las direcciones de todas las clientes. -Le guiñó
un ojo a Gwyn-. Por si acaso debemos apremiarles para que nos paguen. Le
sorprendería cuán a menudo tenemos que hacerlo. Pero Gracie, vaya, era
especial. Por eso la recuerdo.
El corazón de Gwyn latía aceleradamente. -¿De qué modo era especial?
Una mirada desconfiada cruzó el rostro de la joven. -Creo que ya le he dicho
bastante. En Madame Carriére no se nos permite cotillear sobre nuestras
clientes.
-Oh, pero... -Gwyn vaciló, insegura de cómo explicar su interés por Gracie.
Harper entendió su dificultad e intervino. Apoyando un codo en el mostrador,
dibujó una sonrisa y dijo: -Sargento Harper de la Oficina de Bow Street a su
servicio, señorita...
La joven parpadeó, luego respiró hondo y pareció entenderlo.
-¿Es usted un alguacil de Bow Street?
-Lo soy -contestó Harper, sin parpadear ni una sola vez por esta descarada
mentira-. ¿Cómo se llama, señorita?
-Myrtle. Myrtle Evans. ¿Le ha sucedido algo a Gracie?
-¿Por qué lo pregunta, Myrtle?
Ella se encogió de hombros desorientada, y miró a Gwyn y después a Harper.
-Fue todo muy raro. Bueno, curioso. Gracie y milady parecían emocionadas, pero al
mismo tiempo estaban, no sé, atemorizadas, siempre mirando por la ventana, no sé
si me entiende. Y luego está lo de la dirección, una casita en Hampstead. Ninguna
dama que pueda permitirse nuestra ropa vive en una casita. No, ella vive en una

205
casa elegante de la ciudad. Y en la calle la esperaba un carruaje, y lacayos, frente
a la puerta. Me pareció todo un poco raro.
Cuando vio que Harper iba a decir algo, Gwyn le puso una mano en el brazo para
prevenirle.
Myrtle se inclinó hacia Harper y bajó la voz.
-Y milady lo pagó todo en monedas de oro. ¿No le parece raro?
Harper asintió.
-Además -siguió Myrtle-, milady no encargó nada para ella, solo para Gracie.
Cuando parecía que Myrtle no tenía nada más que añadir, Gwyn dijo:
-¿Cómo se llamaba milady? -Brand, o algo parecido, voy a ver.
Myrtle buscó algo debajo del mostrador y sacó un libro de cuentas negro y
grueso. Después de pasar varias páginas, encontró lo que quería. Miró a Gwyn.
-Lady Mary Bryant -dijo.
Fue como si un puño de hielo oprimiera el corazón de Gwyn.
-¿Bryant? -dijo débilmente-. Conozco ese nombre.
-¿Qué edad tenía lady Bryant? -preguntó Harper. -No sabría decirle. No soy
muy buena con las edades. Y llevaba puesto un velo. No le sé decir.
Se volvieron cuando una mujer con un fuerte acento llamó desde detrás de una
cortina.
-¿Señorita Eve...ong?
Myrtle puso cara de sufrimiento.
-La señora Carrie. Más vale que no le encuentre aquí, sargento Harper. Un
alguacil de Bow Street asustaría a los clientes. -Meneó la cabeza-. Espero que
encuentren a Gracie. Era una jovencita tan agradable, muy distinta de algunas
que podría mencionar. -Miss Eve...ong-La voz era más estridente-. Al
probador, «s'il vous plan».
Myrtle levantó los hombros. -Ya voy, madame Carriére. Una vez fuera de la
tienda, Harper dijo:
-Bien, ha sido interesante. -Sus ojos, siempre vigilantes, escrutaron a los
peatones y los carruajes que circulaban-. Creo que mi jefe querrá interrogar a
la señorita Evans y a la señora Carryher.
Gwyn le puso una mano en el brazo para que la mirara.

206
-Harper-dijo-, no podemos quedarnos quietos. El señor Radley podría tardar
horas en volver. Ha de hablar con el coronel Maitland y después encontrar a
un clérigo que pueda emitir una licencia especial, y a continuación iba a ir a
Marylebone con el fin de asegurarse de que la casa es segura para que regresemos
a ella.
-¿Y qué? -preguntó Harper frunciendo el ceño otra vez.
Gwyn se llevó una mano al pecho.
-Tengo un horrible presentimiento, Harper. Creo que a Gracie y a milady puede
haberles sucedido algo malo. No me preguntes cómo lo sé. Soy como Myrtle. Lo
presiento, y ya está.
El la miró fijamente un buen rato y, después, suspirando, dijo:
-¿Quiere ir a Hampstead? Gwyn asintió con la cabeza.
-¿Se da cuenta de que podría haber dado una dirección falsa?
-Eso es lo que debemos descubrir
Gwyn no entendía por qué no podían sencillamente dejar una nota para Jason
apoyada en la repisa de la chimenea, pero aquella propuesta llenó de horror a
Harper. Podía encontrarla cualquiera y leerla, dijo. De modo que dejó la nota a la
casera con instrucciones estrictas de dársela solo al señor Radley. Y para que sus
palabras quedaran claras, Harper añadió una amenaza. Si la señora Bodley cometía
la imprudencia de dársela a otro, la acusarían de traición. Lejos de asustar a la
señora Bodley, la amenaza de Harper le iluminó los ojos de patriotismo. Parecía
creer que todavía estaban en guerra con los franceses. A continuación alquilaron un
coche para que los llevara al pueblo de Hampstead, solo un breve trayecto desde la
casa.
Durante el trayecto estuvieron en silencio. Gwyn estaba completamente absorta en
sus pensamientos, y Harper estaba absorto con los pensamientos de ella. De vez en
cuando le daba golpecitos en la mano para animarla. Gwyn apenas se daba cuenta. El
nombre de «Bryant» le bailaba por la cabeza, tanto como el coche bailaba sobre los
guijarros, sacudiéndola e impidiéndole pensar como es debido. Pero algo sí sabía con
seguridad y era que ya había oído el nombre de «Bryant». En la sala de referencias
de la Biblioteca para Damas, había una caja con los esbozos y diseños de Williard
Bryant para los jardines de Rosemount.
Gwyn ya no creía en las coincidencias.

207
Cuando su taxi salió de Londres y dejó atrás los guijarros, volvió sus pensamientos
sobre Gracie, y la única vez que se habían visto. Le había caído bien. Como a Myrtle,
le había gustado Gracie, a pesar de que no había estado con ella más de cuatro o
cinco minutos. La muchacha estaba atemorizada, y ella había supuesto que era una
joven casada que intentaba escapar de un marido cruel. Pero aquella no era la
imagen que se estaba formando en su cabeza ahora. Milady parecía cumplir el papel
de señora de Gracie. Había pagado el abrigo de Gracie. Y milady llevaba puesto un
velo. De modo que deseaba mantener su identidad en secreto. ¿Por qué? ¿Quién
era?
Gwyn rebuscó en su cerebro, intentando recordar la conversación con Gracie.
«Habla de usted todo el tiempo. Me refiero a milady. Tiene un hijo, ¿verdad?, que
se llama Mark.»
Había creído que Gracie se refería a lady Octavia y eso la había sorprendido,
porque lady Octavia no recordaba nunca el nombre de Mark. Pero ¿y si Gracie se
refería a aquella otra dama, lady Mary Bryant?
¿Qué significaba?
Cuanto más descubría, pensó Gwyn con desesperación, más confusa se sentía.
La voz de Gracie, ronca y atemorizada, le daba vueltas por la cabeza. «Usted no le
conoce, señorita. Hará lo que sea para detenerme.»
¿El señor Todopoderoso?
Se le heló la sangre. Había transcurrido tanto tiempo. Tanto tiempo
Pagaron al cochero en lo alto de Myrtle Lane y esperaron hasta que se marchó.
Como había dicho Harper, un cochero esperando solo despertaría curiosidad, y
podían alquilar otro coche en el pueblo cuando terminaran con este asunto.
Hacía una tarde estupenda, casi veraniega, y el sol había secado las hojas y la
hierba empapadas de agua, aromatizando el ambiente con el olor fresco de
bosques y pastos. Habían vuelto las golondrinas y estaban por todas partes,
planeando y dibujando círculos en un derviche salvaje. A lo largo de las paredes
de piedra que formaban la calle, crecían flores silvestres por doquier.
Los ojos de Gwyn estaban fijos en el horizonte. Hampstead Heath, el inmenso
parque de una magnífica finca de antaño, se extendía frente a ellos como uno de
los paisajes de Constable.

208
En Myrtle Lane solo había una casita, y estaba justo en el extremo de la calle.
Gwyn recordó algo que Richard Maitland había dicho, sobre que los lugares
discretos no siempre eran los mejores para ocultarse. Aquella casita no era
discreta. Estaba aislada.
Gwyn llevaba el abrigo azul doblado sobre el brazo, y le alisó una arruga.
Como si tuviera importancia. -¿Preparada? -preguntó Harper.
Gwyn tuvo que tragar saliva antes de mirarle a los ojos.
-Preparada -dijo.
La casita era más pequeña de lo que se esperaba, solo una planta, pero estaba
bien cuidada, recién pintada en los marcos y el techo de paja que a ella le parecía
bastante nuevo por la poca experiencia que tenía en el tema. Pero tenía el aire
descuidado de un lugar que ha sido abandonado. Debía de tener un acre de pastos
y jardines, pero estos contrastaban tristemente con la casa. El césped estaba
demasiado alto; las hojas de otoño ensuciaban el suelo; las flores marchitas -
jacintos, primaveras, narcisos- se doblaban lúgubremente sobre los tallos.
Harper sacó su pistola. A un gesto de él, Gwyn llamó con el picaporte pero no les
extrañó que nadie abriera la puerta. A otro gesto de Harper, ella volvió la manilla
de la puerta y esta se abrió al instante.
-Quédese detrás de mí -ordenó Harper, y cruzó el umbral.
Los nervios de Gwyn estaban totalmente tensos al entrar en el vestíbulo. Como
esposa del ejército, conocía el olor de la carne putrefacta. El campo de batalla de
España había sido un duro maestro. Inspiró lentamente, y soltó un suspiro
tembloroso. En aquella casa no olía a carne putrefacta.
Harper oyó aquel suspiro de alivio y sus ojos se estrecharon por el rabillo. Se
había temido lo peor, y también se sentía aliviado.
-¿Dónde tiene la pistola? -preguntó. Gwyn buscó en su bolso y sacó la pistola. -
Aquí.
-¿Por qué sigue cargando con el abrigo? Deme, démelo a mí.
Harper colgó el abrigo en un gancho de la puerta y le indicó que se quedara donde
estaba. Las dos puertas del interior de la entrada estaban abiertas. Entró en la
primera, y a continuación en la otra, y meneando la cabeza se dirigió a la parte
trasera de la casa. Volvió a los pocos minutos.

209
-Alguien ha estado aquí -dijo-, y han puesto la casa patas arriba. Quédese aquí y
echaré un vistazo por fuera.
Cuando Harper salió, Gwyn entró cautelosamente en la habitación de la derecha. A
pesar de que estaba escasamente amueblada, era evidentemente el salón. Había
una gruesa capa de polvo en todas las superficies. Todos los cajones y puertas
estaban abiertos, y el contenido de los armarios estaba tirado por el suelo. Vio
pañitos de encaje y cojines desgarrados, y bobinas de hilo. Salió del salón y entró
en la habitación de enfrente, un dormitorio. Allí también estaba todo completa-
mente revuelto. Moviéndose rápidamente, Gwyn volvió a la casa. Encontró otro
dormitorio más pequeño que también estaba patas arriba.
La última habitación de la casa era una cocina y, a pesar de que los cajones se
hallaban todos abiertos, estaba relativamente ordenada. Lo primero que notó fue
el paraguas negro, desplegado y colocado ante la chimenea para que se secara.
Aquel paraguas no tenía nada de raro. Podría haber pertenecido a cualquier
persona en Inglaterra, pero ella sabía, lo sabía, que era de Gracie, y que lo había
visto por última vez en el despacho de la Biblioteca para Damas.
Sus ojos se posaron en la mesa. Evidentemente habían interrumpido a alguien
mientras comía. Se acercó y lo estudió todo con detalle. Había una taza mancha da
de hojas de té y moho. No levantó la tapa de la tetera porque empezaba a sentirse
mareada. Había una barra de pan ennegrecido del que habían cortado dos
rebanadas. Tampoco lo miró de cerca después de ver que algo cruzaba
rápidamente el suelo de la cocina y desaparecía bajo el armario. Vio excrementos
de ratón en la mesa, y había una vela que se había consumido por completo hasta el
candelabro y se había apagado en su propia cera. Y lo último y no menos
importante, había una hoja de papel arrugado y manchado. Gwyn lo recogió y lo
reconoció al instante. Era el programa de la jornada de puertas abiertas en la
Biblioteca para Damas
Tenía el pulso acelerado. Primero volvió a un dormitorio y después al otro. Un
pensamiento le poseía la mente. Buscaba su abrigo azul. No estaba por ninguna
parte. Pero encontró algo que había echado de menos. En un gancho, en la parte
trasera del dormitorio pequeño, había un sombrero como el que Gracie llevaba el día
de la jornada de puertas abiertas.

210
Volvió a la cocina, e intentó imaginar exactamente qué había ocurrido la noche que
la casita había sido abandonada. Gracie habría entrado por la puerta principal y
habría cerrado. Primero habría ido a la cocina y habría encendido una vela.
Pero y ¿si Gracie había llegado a casa a media tarde? Gwyn meneó la cabeza.
Entonces el paraguas se habría secado antes de que encendiera la vela y lo habría
plegado. De modo que el paraguas estaba mojado cuando Gracie llegó a casa y lo
había dejado frente a la chimenea para que se secara. Había encendido la vela y
después el fuego. Se había quitado el sombrero, pero la casa seguía estando
demasiado fría para quitarse el abrigo, de modo que se lo había dejado puesto
mientras se preparaba una tetera.
¿Entonces qué?
Entonces había venido Harry. Estaba segura de eso. Un escalofrío le recorrió la
columna, y tuvo que hacer un esfuerzo supremo para concentrarse en las pistas que
había dejado Gracie. La vela estaba en la cocina, de modo que ahí debía de estar
Gracie cuando Harry llamó a la puerta.
Los ojos se le fueron a la puerta. Era tan igual al ataque en su propia casa que los
pelos de la nuca empezaron a erizársele. Vio a Harry de pie en el umbral con su
sonrisa perversa y su expresión maligna. ¿Cómo había logrado deshacerse de él
Gracie? Gracie no tendría pistola.
Poco a poco, se dijo Gwyn. Empieza de nuevo.
Gracie estaba bebiendo té y cortándose una rebanada de pan cuando Harry llamó
a la puerta. Seguro que sabía quién llamaba a aquella puerta antes de ir a abrir la.
De modo que se había sobresaltado... Pero no era la persona que esperaba.
Y el cuchillo seguía en su mano.
¿Dónde estaba ahora el cuchillo? No estaba en la mesa, ni en ninguna parte que
Gwyn pudiera ver. Como si fuera Gracie sosteniendo un cuchillo en la mano, se
apartó del hombre que había entrado en la cocina. Retrocedió lentamente, a
continuación cruzó la puerta y corrió por el vestíbulo hacia la puerta principal.
No podía ser. Harry la habría atrapado al intentar abrir la puerta principal. Gwyn
volvió a la cocina y empezó de nuevo. ¿Cómo podía haberle obstaculizado Gracie?
Había utilizado el cuchillo, por supuesto. Después se había vuelto y había corrido.
Era Gracie v corría la carrera de su vida. Abrió la puerta principal y salió a la luz
del sol.

211
-¡Harper! -gritó-. ¡Harper!
El hombre estaba a unos cincuenta metros, agachado en la hierba examinando algo
entre la maleza. Entonces lo supo.
-¡Gracie! -gimió-. ¡Gracie! Harper se puso de pie y fue hacia ella. -¡No se acerque! -
gritó.
Ella siguió corriendo hacia él, con la pistola apretada contra el pecho como si
fuera un bebé enfermo. Ahora lo olía, el hedor nauseabundo de la carne podrida,
pero eso no la detuvo. Le resbalaban las lágrimas por las mejillas. ¡Oh, Gracie! ¡Oh,
Gracie! ¡Gracie!
Se deshizo de Harper y lo vio. No era una persona. No era un cadáver. Solo una
masa hedionda de gusanos mezclados con pedazos de tela y cabello de mujer ex-
tendido sobre unas hojas ensangrentadas.
Harper la hizo retroceder, y Gwyn cayó de rodillas y empezó a sentir arcadas.
Oyó algo, pero no le prestó atención.
-Señor Radley, me alegro mucho de verle -dijo Harper.
La voz de Jason era furiosa de ira
-¿Se puede saber en qué estabais pensando...? -Se calló al ver a Gwyn.
Parpadeando entre lágrimas, Gwyn levantó la cabeza.
-Es Gracie -dijo Harper-. La han asesinado. -¡No! -gritó Gwyn.
Jason se agachó a su lado y la obligó a incorporarse agarrándola por los
brazos.
-¿Qué pasa, Gwyn?
-No sé quién es esa pobre ruina, pero no es Gracie. Gracie llevaba mi abrigo
azul y tenía el pelo rubio. Harper respondió a la pregunta silenciosa de Jason.
-Esta mujer, si es que es una mujer, tiene el pelo oscuro e iba vestida de
marrón.
-¡Gracie se escapó! -gritó Gwyn-. ¡Se escapó!

Capítulo 23

Harper quería que se fueran antes de que hiciera su informe a las autoridades
locales. Él era oficial de la ley. No lo retendrían para interrogarle, pero no se

212
podía saber lo que podían deducir de la historia de la señora Barrie, de modo que
era mejor no decirles absolutamente nada. No quería que se marcharan lejos.
Debían esperarle en un bonito hostal por delante del cual habían pasado en un
extremo del pueblo.
Jason, con la misma cautela de que había hecho gala Harper, había despedido a
su carruaje, pero el hostal no quedaba lejos y media hora después Jason y Gwyn
es taban en una sala privada del piso superior del Stag, en la High Street de
Hampstead.
El abrigo azul de Gracie seguía en posesión de Gwyn. Lo depositó en el respaldo
de una silla, se quitó su pelliza y su sombrero y se sentó a una mesa como si
estuviera bajo la influencia de un potente sedante.
A Jason le hervía la cabeza de preguntas, pero se dio cuenta de que Gwyn había
sufrido un impacto terrible y necesitaba tiempo para recuperarse. Había pedido
boca dillos y café, y ya se había agenciado unos vasos y una botella de brandy.
Rápidamente le sirvió una copa doble de brandy en uno de los vasos y lo acercó a
los labios de Gwyn.
-¡He sido tan tonta! -dijo. -¡Bebe!
Gwyn bebió, no a sorbitos, sino a grandes tragos, antes de comprender lo que
contenía el vaso, y a continuación se puso a toser, a escupir y a jadear intentan
do recuperar el aliento. Jason le dio golpecitos en la espalda hasta que vio que
respiraba con más normalidad. -¡Idiota! -soltó Gwyn cuando pudo respirar. Él
acercó una silla a la de ella, se sentó y le sonrió. Gwyn estaba recuperando el
color en las mejillas; los ojos volvían a brillar. El brandy había surtido el efecto
deseado.
-Más -dijo.
Le quitó el vaso de las manos y sorbió delicadamente. Él esperó con las cejas
arqueadas. Obedientemente ella tomó otro sorbo, después otro, pero los ojos
que le miraban por encima del borde del vaso eran de todo menos obedientes.
Cuando creyó que tenía suficiente, se sirvió un buen trago de brandy para sí
mismo y lo liquidó en dos tragos. -No era una visión agradable -dijo, recordando
las hordas de gusanos devorando su presa.
La resistencia se apagó en sus ojos. -No. Nunca te acostumbras. Jason estaba
sorprendido.

213
-Ya habías visto algo así antes.
Esta vez no tuvo que obligarla a tomar un sorbo de brandy. Tomó uno generoso
antes de asentir.
-La guerra no es hermosa. Pero nunca creí que vería algo así en Inglaterra.
Aquella pobre mujer. Jason pensó en las cartas que le había mandado a Trish, y
las divertidas anécdotas que contaba en ellas. La vida en el ejército, al menos
para las esposas, era como una gran fiesta. Deseó de todo corazón poder hacer
retroceder el reloj de modo que pudiera asegurarse de que nada malo podía
sucederle.
-Pero no era Gracie -dijo. -¿Pues quién era? ¿Lo sabes?
-Creo que era lady Mary Bryant, pero no creo que ese sea su nombre real. Es
todo tan raro, no sé si me creeréis. No sé ni si me creo yo misma.
Harper le había contado todo lo que sabía, sobre un abrigo que una joven
llamada Gracie -un nombre que Gwyn nunca le había mencionado- había dejado
olvi dado en la biblioteca y sobre la dependienta que les había dado la dirección
de Gracie. Viendo como estaba Gwyn, decidió retrasar sus preguntas y dejar
que le contara la historia a su modo.
-Bryant-dijo-. Eso es lo que me hizo pensar en lady Mary.
-¿Lady Mary?
-Lady Mary Gerrard. ¿La conoces?
-Conozco a su esposo. No le conozco bien, pero parece bastante afable. Hemos
coincidido en mis clubes. Le cae bien a la gente.
La voz de ella era más bien estridente.
-Es afable con los hombres que considera sus iguales. Con todos los demás es
un tirano de mal genio. La vehemencia de ella le desconcertó.
--Ya te he dicho que no le conocía bien.
Ella le miró con intensidad, asintió y se ablandó un poco.
-Los jardines de lady Mary en Rosemount fueron diseñados por un paisajista
que se llamaba William Bryant. Hace algún tiempo, no sabría decirte cuánto,
trajo una caja con los bocetos y dibujos a la biblioteca. Siguen allí. Pero hace
más de un mes que no vemos a lady Mary. Dicen que sufre alguna clase de
demencia. ¿Me sigues?
-Creo que sí, excepto que no veo qué tiene que ver todo esto con Gracie.

214
Gwyn tomó otro sorbo de brandy.
-El abrigo lo compró para Gracie una dama ya mayor llamada lady Mary Bryant.
Es lo que nos dijo la dependienta. No lo sé. De repente todo me volvió a la
memoria; Maitland mencionó al señor Todopoderoso y yo le confeccioné una
lista de todas las damas de alcurnia que frecuentan la biblioteca; el nombre de
lady Mary está en la lista y también está Gracie. Pensé que se escondía de su
marido, porque estaba espantosamente atemorizada. Pero ahora creo que
también huía del señor Todopoderoso. ¿No lo comprendes? lady Mary Bryant y
lady Mary Gerrard son la misma persona. Gracie es su doncella.
Gwyn empezaba a impacientarse con él, porque lo que era diáfano para ella
evidentemente era confuso para él. Lo intentó de nuevo.
-Creo que el señor Todopoderoso es Hugo Gerrard. Y creo que lady Mary
asumió el nuevo nombre y se ocultó.
-¿No estás asumiendo mucho basándote solo en el nombre de Bryant? No es un
apellido poco común. -Tal vez no. Pero creo que lady Mary estuvo enamorada de
William Bryant, por eso cuando pensó en adoptar un nombre falso, se le ocurrió
este de forma natural. Cuando hablaba de él, siempre lo hacía en un tono de
añoranza. Murió muy joven, nos dijo, antes de poder demostrar todo lo que
valía.
Pensó un momento, y continuó
-Algo se ha torcido. No sé qué. Por eso Gracie fue a la Biblioteca para Damas
en busca de ayuda. Era a lady Octavia a quien deseaba ver. Creo que esperaba
que lady Octavia pudiera hacer algo para ayudar a su señora. -No pudo
continuar.
-A quien tú querías -dijo Jason suavemente. -Sí -dijo Gwyn con la voz insegura-.
La primera vez que vino a la biblioteca era muy tímida, pero con cada visita iba
ganando confianza. Se formó un vínculo entre nosotros. Sabía que mi matrimonio
había sido todo menos feliz. No le conté mucho. No hizo falta. Ella tampoco hablaba
demasiado. Pero las dos sabíamos que habíamos sido víctimas de hombres brutales.
Se le endureció la expresión.
-Yo odiaba a su marido. No llegué a conocerle, pero las otras damas me dijeron que
era un bruto, y yo pude ver por mí misma lo que le había hecho a lady Mary. No creo
que fuera muy energética de natural, y no era fácil soportar a Gerrard. La única de

215
nosotras que tenía valor para enfrentársele era lady Octavia . Yo fui con varias
damas a visitar a lady Mary y el mayordomo nos echó sin contemplaciones. Pero lady
Octavia se negó a marcharse. Entró en la casa a la fuerza e insistió en ver a lady
Mary. Aunque no sirvió para nada. Dijo que lady Mary había sufrido una especie de
crisis nerviosa.
-¿Por qué no te pediría Gracie a ti que la ayudaras? -preguntó Jason pensativo.
Ella soltó una risita.
-Evidentemente, porque lady Octavia es la más valiente de todas. Seguro que
Gracie lo sabía. Oh, Jason, deberías ver a lady Octavia cuando le da un ataque de
furia por algo que considera que está mal. Es imponente. Las demás somos unas
cobardes.
Él sonrió y le tomó una mano.
-Quiero que sepas -dijo lenta y seriamente- que lamento muchísimo todas las tontas
y erróneas observaciones que hice sobre lady Octavia y sus voluntarias de la
biblioteca. Lo digo en serio, Gwyn. No siento más que admiración por vosotras. -
Después, como vio que a Gwyn se le llenaban los ojos de lágrimas, siguió en otro
tono-. Y no me creo en absoluto que Gracie pensara que eres una cobarde. Por Dios,
Gwyn, ¿cuántas mujeres se habrían enfrentado al loco que te atacó como hiciste
tú? Sin ninguna duda eres la mujer más valiente que conozco.
-Ahora no me pongas en un pedestal, Jason. Estaba aterrada. Estoy totalmente
aterrada.
-Ya somos dos.
Esta observación le valió una sonrisa de ella, pero fue fugaz.
Vio que tenía la copa vacía y la apartó y se levantó. Se acercó a la ventana, la abrió
y miró hacia High Street. Apenas notó el trajín de carruajes y peatones de la
calle. Estaba pensando en el cadáver en el jardín de Heath Cottage y su rabia se
afiló como una hoja de afeitar. Podría haber sido Gwyn la que yaciera allí. Podría
haber sido Gwyn.
Se volvió bruscamente de espaldas a la ventana cuando se oyó un golpe en la
puerta. Casi sonrió cuando vio que Gwyn, fría como el hielo, metía la mano en su bol
so y sacaba la pistola. Se levantó y le hizo un gesto para que abriera la puerta.
Como esperaba, era solo una criada con el café y los bocadillos. Gwyn escondió la
pistola en los pliegues de la falda mientras la muchacha entraba para dejar la

216
bandeja sobre la mesa. Cuando se quedaron solos, dejó la pistola sobre la mesa, a
su alcance.
-Ya lo sé --dijo, viendo que él la observaba-. Te parecerá exagerado, pero Harper
perdería toda su fe en mí si no siguiera sus instrucciones al pie de la letra.
-No me parece exagerado -dijo Jason, y para demostrarlo, sacó su propia pistola
del bolsillo de la chaqueta y la dejó sobre la mesa.
Los dos sonrieron. Jason le ofreció un bocadillo y cogió uno para sí mismo. Gwyn
estaba a punto de morderlo cuando se le cerró la garganta.
-No puedo comérmelo -dijo con voz ronca-. Me atragantaría.
Jason miró su propio bocadillo. Ternera. Poco hecha. Tuvo una visión de gusanos y
tuvo que tragar saliva. -¿Café? -preguntó.
-Ya lo sirvo.
Tras tomar unos sorbos de café, Jason dijo: -Pongamos que tienes razón en todo.
No estamos más cerca de encontrar el retrato.
-Tal vez Harry lo encontró en la casita y se lo dio a Gerrard.
-No concuerda. El cadáver del jardín tiene al menos diez días, puede que más.
-La mataron la misma noche de la jornada de puertas abiertas -dijo Gwyn,
recordando el paraguas y el programa.
-Ahí está. Harry te atacó hace dos días. Eso no concuerda con que el señor
Todopoderoso haya recuperado su retrato.
-¡Gerrard! -exclamó enfáticamente Gwyn-. No le llames señor Todopoderoso
ahora que conocemos su nombre. ¿O es que no me crees?
Jason habló en tono apaciguador.
-Gwyn, es todo muy circunstancial. Lady Mary nunca te mencionó un retrato,
¿verdad?
-No. -Se le hundieron los hombros-. Lo único que me dio fue aquella caja de
esbozos de Bryant, y no hay ningún retrato en esa caja.
Gwyn levantó la cabeza y se miraron a los ojos. Gwyn dijo lentamente:
-Pero no buscaba un retrato. No registré la caja. -Pues deberíamos examinarla
con más cuidado. Gwyn se levantó de repente y se acercó a la ventana. -¿Dónde
está Harper? ¿Por qué no viene? -No hace mucho rato que le esperamos.
-No. Pero ahora que me has metido la idea de esa caja en la cabeza, quiero
examinarla y ver si contiene algo que no sabía.

217
-¿Tienes llave de la biblioteca
-La verdad es que sí. La llevo en el bolso.
Se acercó a la mesa y cogió su bolso. Tardó un poco en encontrar la llave.
-Abro la biblioteca tres días a la semana -dijo-. Otra colaboradora la abre los
otros tres días. Nunca pierdo de vista la llave.
La levantó.
-Estupendo, entonces iremos a la biblioteca y recogeremos la caja antes de ir a
la casa de Marylebone. Gwyn volvió a sentarse a la mesa.
-¿No volveremos primero a los aposentos de Brandon?
Jason volvió a llenarse la taza de café e hizo lo mismo con la de ella. Gwyn
estaba pálida y daba muestras de la tensión que había sufrido en las últimas
horas. Fue la cara de ella lo que le hizo decidir añadir una medida generosa de
brandy a las dos copas.
-Bebe -dijo.
Gwyn miró la copa, le miró a él, suspiró e hizo lo que le ordenaban.
-No, no volveremos a los aposentos de Brandon -dijo-. Richard no quiere que
volvamos. Cree que Harry nos acabará localizando en Bond Street.
-¿Cómo podría localizarnos allí? ¡Menuda tontería! Me encontró en Sutton Row.
Me encontró en Haddo. Hasta podría encontrarnos en la casa de Marylebone.
¿Pero sabes qué? No me importa. Mató a lady Mary y alguien tiene que
detenerle. Sabía que acabaríamos así. Jason estaba sentado en el borde de la
silla. -Espera un momento -dijo-. Nadie ha dicho nada de que Harry nos
encuentre en Marylebone. ¿No me has oído? Richard cree que nos localizará en
Bond Street. Y la Brigada Especial le estará esperando cuando aparezca.
-Espero que tengas razón, es solo... -Se masajeó la garganta.
-¿Solo qué?
-Solo que es demasiado tarde para salvar a lady Mary.
-Eso no lo sabes.
-Entonces, ¿de quién es el cuerpo?
-¿Por qué no esperamos a ver qué nos dice Harper? Jason se metió la mano en el
bolsillo, notó algo y lo sacó.
-¿Qué es? -preguntó Gwyn. Jason le sonrió astutamente.

218
-La licencia especial que he sacado esta mañana. Hoy debería ser el día de
nuestra boda.
-Ya llegará el día -dijo Gwyn-, cuando esto haya terminado.
-Sí, Gwyn, ya llegará el día
El sol empezaba a ponerse cuando llegó Harper. -El magistrado local -dijo-
también es el médico. Tuve que esperar hasta que nació un bebé antes de que
aceptara echar un vistazo al cadáver.
Se acercó a la mesa y cogió uno de los bocadillos. -Me apetecería un poco de
café.
-Está helado -dijo Gwyn. -Eso no me importa.
-¿Y bien? -intervino Jason, cuya paciencia estaba llegando al límite.
-Es una chica del pueblo, cree. La llama «Hattie la loca». Merodea a menudo por
el barrio de noche, pero hace dos semanas que nadie la ve. La buscaron al prin
cipio, cuando desapareció, pero no la encontraron. Por supuesto, el médico no
estaba seguro de que fuera ella, pero encontramos sus zapatos. Su madre los
reconoció porque eran nuevos.
-¿La asesinaron? -preguntó Gwyn, con voz temblorosa.
La expresión de Harper se suavizó al mirarla. -Puede que nunca lo sepamos. Pero
el buen doctor halló un cuchillo bajo unas hojas. Cree que es lo que podrían haber
utilizado para matarla. Pero no tiene prisa por descubrirlo, no sé si me entiende.
Jason miraba a Gwyn. La noticia de que lady Mary no era la víctima no parecía
haberla animado mucho. -Esa pobre chica -dijo- tuvo la mala suerte de pasar en un
mal momento. No debió de reconocerla en la oscuridad. Ni siquiera sabe que
Gracie escapó. Cree que la ha matado. -Después con intensidad-. Pero Gracie debió
de herirle antes de huir.
-¿De qué hablas? -preguntó Jason.
-Os lo contaré de camino a la ciudad. Eso lo cambia todo, ¿no les parece? Si esa
pobre mujer no es lady Mary, no hay tiempo que perder. Debemos ir a casa de
Gerrard y sacarla de allí. Ella no logró escapar. ¿No lo entiendes? No escapó.
Jason empezó a menear la cabeza, pero se detuvo. No tenía forma de defenderse
contra el ruego de aquellos ojos inmensos.
-Entendido -dijo-, pero primero iremos a la biblioteca a buscar la caja.

219
Gwyn asintió y soltó un pequeño suspiro. -Harper, quiero que vaya al establo y
alquile un coche para todo el día. Primero iremos a la biblioteca, después usted
puede ir al Horse Guards y decirle al coronel Maitland que creemos que Hugo
Gerrard es el señor Todopoderoso. Nosotros alquilaremos un carruaje para ir a la
casa de Marylebone.
-Y dígale que la vida de lady Mary está en peligro -dijo Gwyn con intensidad-.
Debe separarla de su marido.
-Con calma -dijo Harper-. Van demasiado deprisa para mí.
-Hablaremos en el coche -dijo Gwyn.
Harper miró el bocadillo que tenía en la mano, su preferido, de ternera poco
hecha.
-No he comido nada desde el desayuno -dijo.
-De acuerdo, iré yo a buscar el coche -aceptó Jason--. Pero coma deprisa. O coma
por el camino. -¿No les apetece?
Jason miró la bandeja de bocadillos que Harper les ofrecía, y disimuló un
escalofrío.
-No. -Se fue hacia la puerta a grandes zancadas. Harper se guardó
cuidadosamente todos los bocadillos, excepto uno. Se lo zampó en tres mordiscos,
y cogió la taza de café.
Richard Maitland miraba por la ventana de su despacho hacia la oscuridad que se
cernía sobre Whitehall, y se preguntaba qué diablos lo tenía tan inquieto. Todo
estaba bajo control. Habían hecho muchos progresos. Tres personas de la lista de
la señora Barrie tenían doncellas que habían sido despedidas recientemente, pero
solo una de ellas estaba en paradero desconocido. De hecho era como si hubiera
desaparecido de la faz de la tierra. Gracie Cummings. También habían establecido
la relación entre la señorita Cummings y Johnny Rowland. Los dos habían servido,
hasta hacía poco, con el Muy Honorable Hugo Gerrard. Y lady Mary Gerrard era
miembro de la Biblioteca para Damas donde trabajaba la señora Barrie.
Todo empezaba a encajar. Tenía al señor Todopoderoso en la palma de su mano.
Harry. Eso era lo que lo tenía inquieto. ¿Quién era? ¿Dónde estaba? ¿Cómo lo
había encontrado Gerrard? ¿Y cómo era que Harry siempre parecía estar un paso
detrás de ellos?

220
Tenía una mala sensación en la boca del estómago. No deseaba creer lo que estaba
pensando. Había llegado al punto en que no deseaba que su mano izquierda supiera
lo que hacía la derecha.
-Venga, hijo de puta -dijo en silencio-. Ven a por ella. Te estaremos esperando.

Capítulo 24

El miembro del Parlamento para East Hampshire había estado más de tres horas
exponiendo sus argumentos en contra de la legislación propuesta, y el Muy
Honorable Hugo Gerrard deseaba que el Honorable Freddie Smallwood se sentara
y dejara que se pasara a la votación.
Hacía un buen rato que había dejado de seguir los argumentos del señor
Smallwood. Estaba demasiado tenso. Habría una reunión en el 10 de Downing
Street a última hora de la tarde, y para esa hora todos esperaban que lord
Liverpool hubiera nombrado a su nuevo secretario de Interior. Era una posición de
poder, y Gerrard estaba convencido, ahora que Robert Fortesque se había
jubilado, que sería para él.
Por fin, Freddie Smallwood se sentó. El portavoz leyó su moción, y cuando sonaron
los timbres de división, los miembros se levantaron y salieron de la cáma ra,
dividiéndose entre los escrutadores de los lobbies por contabilizar a favor o en
contra de la legislación propuesta. Ahora que podía relajarse, puso su sonrisa más
afable y llamó a uno de los secretarios al Ministerio del Interior.
A pesar de que Robert Hill no fuera miembro del gabinete, tenía un conocimiento
íntimo de lo que sucedía en el despacho del primer ministro. Era mejor estar en
buena relación con el señor Hill.
-Qué pena lo de Fortesque -dijo Gerrard-. Le echaré de menos en el estrado. Era
un buen tipo. ¿Le veré en el 10 de Downing Street?
El rostro de Hill expresó sorpresa.

-¿Es que no lo sabe? La reunión se ha anulado. Hay una recepción en Carlton House
en honor del príncipe Leopoldo. El primer ministro ha sido invitado por supuesto, y
los miembros más destacados de su gabinete. -Hill se rió-. Por supuesto, a mí no me

221
han invitado. El príncipe regente ni siquiera sabe que existo. Ah, también está
Horatio Berkley. Debo ir a felicitarle. Estoy convencido de que será un estupendo
ministro del Interior.
Se apartó tan rápidamente de Gerrard que este no tuvo tiempo de convertir sus
desconcertados pensamientos en pregunta. Decidió que lo había entendido mal.
Horatio Berkley no era nadie. No era posible que hubieran nombrado a lord
Liverpool ministro del Interior. Pero aunque se intentara convencer de que había
habido un error, vio que el primer ministro ponía una mano en el hombro de Berkley
mientras otros miembros del gabinete se agolpaban alrededor para estrecharle la
mano. Y de repente Gerrard se sintió aislado. Estaba rodeado de miembros
honorables inconsecuentes de su partido, mientras los hombres importantes, los
miembros Muy Honorables del gabinete, parecían rehuirle.
Era como si hubiera cesado de existir.
Se estaba imaginando cosas. Hill lo había entendido mal. El primer ministro no
nombraría a nadie para un cargo en aquel escenario. Esperaría a haber reunido a su
gabinete en privado, y entonces anunciaría el nombramiento.
Debería acercarse y hacer valer su presencia. Entonces lord Liverpool le sonreiría y
mencionaría la recepción en Carlton House. Por supuesto que no le hubieran invitado
tenía que ser un descuido. Era una ocasión importante. La recepción de la noche,
solo para hombres, era para presentar al príncipe Leopoldo a los parlamentarios
más antiguos. Si no invitaban a Gerrard sería un desaire muy humillante.
Sonaron las campanas y los miembros empezaron a volver a la cámara. Entonces
Gerrard se dio cuenta de que no se estaba imaginando cosas. Sus colegas del ga
binete no solo le esquivaban, sino que otros lo habían notado, y ellos también se
mantenían a distancia y eludían sus ojos.
De modo que era cierto. Le habían tratado como a un don nadie, como si se le
pudiera pasar por alto. No lo merecía. Sin embargo, lo más humillante era que to-
dos sabían que esperaba recibir el cargo.
Cuando solo quedaban los rezagados, respiró hondo para calmarse y salió del
edificio. En Bridge Street paró a un carruaje para que lo llevara a casa. Se alegra
ba de que estuviera oscuro, se alegraba de que nadie viera el color que le encendía
las mejillas, o las lágrimas de mortificación que le quemaban los ojos.

222
No obstante, no tardó mucho en empezar a sentir resentimiento. Había gastado
dinero a mares para llegar a donde estaba, y parte de ese dinero estaba en los
bolsi llos de los mismos hombres que aquella noche le habían esquivado. Haría que
se arrepintieran todos. Haría que lord Liverpool y sus secuaces pagaran por el
vergonzoso tratamiento que habían dado a Hugo Gerrard.
Estaba tan seguro, tan seguro...
Se le ocurrió otra idea. Tal vez no le habían nombrado porque el primer ministro
creyera que no era capaz de hacer el trabajo. Tal vez había otra razón. La Brigada
Especial, pensó. El jefe de personal informaba regularmente al primer ministro.
¿Era posible que fuera sospechoso?
Una sospecha no era lo mismo que una prueba, y no podían probar nada. De todos
modos, empezaba a ponerse nervioso.
Cuando entró en su casa, fue directamente a la biblioteca con la intención de
escribir a Ralph para pedirle que viniera inmediatamente. Tenían que decidir si ha
bían pasado algo por alto, y, si era así, de qué modo tapar su rastro.
Dio un paso dentro de la biblioteca y se detuvo. Su mayordomo, Reaves, estaba allí
con aspecto nervioso, y dos caballeros que se volvieron para mirarle cuando Reaves
hizo un ruidito discreto.
-Estos caballeros insistieron en esperarle -dijo Reaves.
Gerrard reconoció a uno de los caballeros. -Lord Ivan -dijo-, ¿a qué debo el placer?
Lord Ivan cogió la mano que Gerrard le ofrecía. -Señor Gerrard, le presento a mi
colega, el señor Landon. Estamos trabajando en un caso para la Brigada Especial y
esperábamos que pudiera ayudarnos. Gerrard saludó a Landon con la cabeza, pero
no le ofreció la mano. La ropa del hombre parecía necesitar un planchado urgente;
su expresión era taciturna. Landon no era la clase de persona que Gerrard
normalmente invitaría a su biblioteca. Ahora entendía por qué su mayordomo
parecía tan incómodo.
-Café, Reaves -dijo, y, mientras el mayordomo salía para cumplir sus obligaciones,
indicó unas butacas a lord Ivan y a Landon antes de sentarse a su mesa-. ¿La
Brigada Especial, eh? -Mantuvo una sonrisa fija y los ojos en lord Ivan-. Su padre
está muy orgulloso de su éxito.
Lord Ivan miró de soslayo a Landon.

223
Esas tenemos, ¿eh?, pensó Gerrard. Landon era el superior, pero era lo bastante
astuto para saber que le sacarían mucho más si lord Ivan dirigía el interrogatorio. -
Estamos intentando localizar a una de sus doncellas -dijo lord Ivan-. Grace
Cummings. Está desaparecida, y pensamos que podría ayudarnos en nuestras
investigaciones.
-Está preguntando a la persona equivocada-dijo Gerrard-. No sigo la pista de las
doncellas. Tendrá que preguntar al ama de llaves.
-¿O a su esposa, lady Mary? -dijo Landon amablemente.
Gerrard volvió la cabeza y miró a Landon. Fríamente, le dijo:
-Mi esposa no está en situación de responder preguntas. Sufre una forma de
demencia.
-Ah -dijo Landon.
Lord Ivan dijo rápidamente
-No lo sabíamos. Cuánto lo lamento por usted. De haberlo sabido, no nos
habríamos presentado así. Lo último que deseamos es perjudicar a lady Mary.
Los modales respetuosos de lord Ivan, su tacto y su cortesía, ablandaron la ira
de Gerrard.
-No se preocupe -dijo-. Lady Mary se ha retirado a nuestra casa de campo para
recuperarse.
-Se refiere a Rosemount -dijo lord Ivan-. Mi padre dice que es la mejor zona de
cacería a ciento cincuenta kilómetros de Londres.
Gerrard estaba sinceramente complacido. -Debería venir y verlo por sí mismo;
por supuesto, la temporada de cacería ha terminado por ahora. -Ah, bien -lord
Ivan se encogió de hombros-, tampoco tengo mucho tiempo desde que trabajo
para la Brigada Especial.
Cuando Landon tosió, lord Ivan calló.
-Con su permiso, señor, desearíamos interrogar a sus criados -dijo Landon.
Gerrard se sentía aliviado. No sabían nada. Solo lanzaban anzuelos.
-¿Me permiten preguntar de qué se trata?
-Estamos investigando el asesinato de John Rowland, el lacayo cuyo cadáver se
encontró en la casa de Sackville.
-A h, sí, el pobre Sackville. Que algo así suceda en tu propia casa.
-¿Le suena este nombre? John Rowland -preguntó Landon.

224
-¿Se refiere a antes de leerlo en los periódicos? No, no lo creo.
-Trabajó un tiempo para usted -dijo Landon. -Mi querido amigo, no me fijo en mis
criados. Deben hablar con mi mayordomo. Quizá él pueda ayudarles. Voy a llamar a
un lacayo. Díganle a él lo que quieren preguntar y él se encargará.
-Gracias -dijo lord Ivan-. No se preocupe por nosotros. Esperaremos en el
vestíbulo.
Una vez en el vestíbulo, y después de cerrar la puerta de la biblioteca, Landon
soltó un silbido.
-Ahora entiendo por qué hicieron una revolución en Francia. ¿Todos son iguales?
-¿Qué? Oh. Cuanto más arriba peor. Son solo los que se esfuerzan por escalar los
que van de matones. -Lord Ivan simuló un escalofrío-. Ese tipo me ataca los
nervios. Le conozco. Soy la última persona que debería haberle interrogado.
Landon le dio una palmadita en el hombro. -Lo has hecho muy bien.
-¿En serio?
-Ya lo creo. Le hiciste contar lo de Rosemount. -¿En serio?
Landon meneó la cabeza.

-¡Y pensar que yo creía que lo había hecho aposta! ¿Dónde está Rosemount, por
cierto?
-Está cerca de Henley, a un par de kilómetros o menos de la ciudad.
-Pensaba...
-¿Qué?
-Si es que decía la verdad. -Landon miró las escaleras-. Puede que siga arriba;
creo que me gustaría comprobarlo.
Lord Ivan se mostró estupefacto.
-¿No estarás pensando en registrar la casa? -No te preocupes, no se enterará.
Apareció un lacayo.
-Quiero que todos los criados se reúnan en la sala de servicio. ¿Entendido?
-Ya están todos allí, señor. Es la hora de cenar. -Bien. Entonces que no se muevan
de allí hasta que podamos interrogarles. Lord Ivan, tú encárgate del mayordomo
y yo interrogaré al ama de llaves.
Gerrard estaba acabando la nota para Wheatley cuando el propio Wheatley
entró en la biblioteca.

225
-No hay ningún criado a la vista -dijo Wheatley-. Solo el portero en la puerta.
¿Qué pasa? Gerrard se llevó un dedo a los labios.
-Baja la voz. Los agentes de la Brigada Especial están aquí y están interrogando
a los criados acerca de Grace Cummings y Johnny Rowland.
-¡La Brigada Especial!
-Siéntate, antes de que te caigas -soltó Gerrard-. No es el momento de perder
los nervios.
Pero Wheatley no se sentó.
-No creo que te des cuenta de lo serio que es esto -dijo-. Magistrados y
alguaciles son una cosa, pero la Brigada Especial... No me gusta nada.
-No saben nada. Están lanzando anzuelos. Lo que tenemos que hacer es
asegurarnos de que no hay ningún rastro de pruebas que conduzcan a nosotros.
No impor ta lo que sospechen. Buscan pruebas, y no las van a encontrar. ¿Lo
entiendes?
-Más que tú. No estarían aquí solo porque dos criados hayan sido asesinados. Esa
no es misión de la Brigada Especial. Cuando descubrieron que Rowland no estaba
relacionado con el ministro de gabinete en la fiesta de Sackville, deberían haber
transmitido la investigación a Bow Street. Tienen que saber algo más.
-Sea lo que sea, no podrán demostrar nada en mi vida que pueda responder estas
preguntas. De modo que lo que quiero hacer es esto. Vete a Rosemount y
encárgate de todo. Haz que parezca un suicidio. Todos saben que la mente de
lady Mary está desequilibrada. Wheatley sintió que un escalofrío le recorría de
la punta de los pies al cabello. Se agarró a una silla para serenarse. No podía
decir que Gerrard fuera presa del pánico, porque no lo era. Estaba sentado,
dando órdenes con toda calma, como si controlara la situación. Era él quien era
presa del pánico. Estaba a un paso de ser descubierto.
Rowland y Gracie habían trabajado ambos para Gerrard. Era un riesgo que habían
asumido con aquella relación, pero no un riesgo muy grande. Magistrados y
guardias no se dedicaban a resolver asesinatos de criados, y sus interrogatorios
normalmente se limitaban a los sirvientes. Algo más debía de haberlos puesto
sobre la pista de Gerrard.
-¿La señora Barrie? ¿Harry?

226
¿Por qué no había oído de los magistrados de Bow Street que la Brigada Especial
estaba trabajando en ello? Pasaba mucho tiempo allí. Alguien debía haberles
orde nado que mantuvieran la boca callada. O tal vez no sabían nada.
Tenía una sensación muy mala con todo el asunto. Sabía lo que pensaba hacer.
Iba a tomarse unas largas vacaciones por razones de salud, lejos de Londres, y
esperaría a ver lo que le sucedía a Gerrard. Si a Gerrard no le sucedía nada,
puede que volviera. Puede.

-¿Y Harry qué? -dijo Gerrard-. Le pagué mucho dinero para que se encargara de
la señora Barrie. ¿Dónde está ese hombre? ¿Qué le ha sucedido a la mujer? -
Nada, espero.
-¿Qué? -Gerrard miró a Wheatley con los ojos entornados-. Contrólate, Ralph.
Sabes tan bien como yo que tenemos que deshacernos de ella. Sabe demasiado.
Wheatley aspiró entre dientes. Con las manos apoyadas sobre la mesa, se
inclinó hacia el hombre mayor. -Ahora escúchame tú a mí -dijo-. Voy a decirle a
Harry que hemos cambiado de parecer sobre la señora Barrie, y espero por
Dios que no sea demasiado tarde. En cuanto a lady Mary, sugiero que la lleves a
un clima más cálido para el bien de su salud. Se me ocurre Italia. Lo que hagas
cuando llegues allí no es asunto mío. ¿Es que no entiendes nada? Podemos
salirnos con la nuestra con el asesinato de un criado, pero no podemos seguir.
La cara de Gerrard estaba retorcida de desprecio. -Eres un cobarde, Ralph.
Nunca podrás ocupar mi lugar.
-¿Qué te hace pensar que quiera ocupar tu lugar? Estás loco, ¿lo sabías? Tú y
ese ídolo que adoras. Wheatley gesticuló hacia el retrato del conde, sobre la
chimenea-. Deberían haberle encerrado en un manicomio...
Gerrard rugió.
-¡Habla del conde con respeto!
Hubo un silencio, y a continuación Wheatley soltó un fuerte suspiro.
-¡Te crees tan virtuoso! Por Dios, los internos de Newgate son angelitos en
comparación contigo. No debería haber venido. No deberías haberme hecho lla-
mar. No son idiotas. Te estarán vigilando. Y ahora me vigilarán a mí.

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Fue hacia la puerta.
Gerrard miró la nota que estaba escribiendo cuando llegó Wheatley., -No te he
hecho llamar -dijo-. No he tenido tiempo.
Wheatley se volvió.
-Tengo tu nota en el bolsillo. -No la he escrito yo, te lo juro.
-Yo me largo. -Wheatley probó de abrir la puerta—. Está cerrada. Alguien la habrá
cerrado desde fuera.Una horrible sospecha le penetró en la mente. La frente empezó
a sudarle. Se volvió bruscamente cuando se abrió de golpe la puerta de la terraza y
entró un hombre.
Lo miró boquiabierto y el intruso se acercó a él. Vio la pistola demasiado tarde. La
bala le atravesó el coyazón y cayó al suelo sin emitir ningún sonido.Gerrard miró
horrorizado cómo el intruso pasaba por encima del cadáver de Wheatley y metía la
llave en la cerradura. Se guardó la pistola en el bolsillo y sacó otra de la cintura de
los pantalones. Gerrard la reconoció enseguida. Era su propia pistola. El intruso se
acercó a Gerrard.
-Lo siento, señor -dijo-, pero se ha vuelto peligroso. Lo entiende, ¿verdad?
A Gerrard se le hizo un nudo en la garganta. -¿Harry? -dijo.
-Ah, veo que me esperaba.
-No lo comprendo. Yo he cumplido mi palabra. -Lo sé. Pero me ha visto matar a
Wheatley. Es testigo. No esperaba que volviera a casa. Creía que todavía estaría en
el Parlamento. Pero así será más fácil. Han descubierto la relación entre nosotros.
-Juro que no se lo diré a nadie. -No puedo arriesgarme.
Mientras la pistola se disparaba, Gerrard fijó la mirada en el retrato del conde.
Lord Ivan llegó corriendo de la parte trasera de la casa, justo cuando Landon
bajaba las escaleras corriendo. -La puerta está cerrada -gritó lord Ivan. -
Pues échala abajo.
Lord Ivan se colocó en posición y empujó. La puerta no se movió.
-Déjame probar.
Landon utilizó el pie, y con una fuerte patada rompió la cerradura.
Encontraron el cuerpo de Wheatley junto a la puerta y a Gerrard desplomado
sobre la mesa, agarrando una pistola con la mano.
-Parece que Gerrard mató a ese tipo y luego se suicidó -dijo lord Ivan.
-Se han oído dos disparos -dijo Landon.

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-La ha recargado. Mira. -Lord Ivan señaló la mesa. Había un cuerno de pólvora
y una bolsita de piel con balas de acero saliendo de ella.'
-Tiene tinta en los dedos -dijo Landon. Lord Ivan registró la mesa.
-Aquí no hay ninguna carta. Debió de escribirla hace rato.
Los criados se estaban agolpando ante la puerta abierta. El mayordomo se
abrió paso y se detuvo de golpe.
-¿Conoce a ese hombre? -preguntó Landon. El mayordomo asintió.
-Es el señor Wheatley, el abogado del señor. -Vuelvan a sus puestos -dijo
Landon-. Nos encargaremos de todo.
-Mandaré a John que avise a los magistrados -dijo el mayordomo.
Lord Ivan gimió.
-Esto no va a quedar muy bien en nuestro
historial, ¿verdad, Landon?
-A veces eres un genio definiendo una situación, lord Ivan -dijo Landon
lacónicamente.
Harry dijo al chófer del coche que lo dejara en la esquina de Marylebone Road y
Baker Street, y decidió caminar el resto del trayecto. Conocía la casa, sabía cómo
era, y a pesar de que eso era una ventaja, realmente no sabía en lo que se estaba
metiendo. Estarían Radley y la muchacha, y Harper, por supuesto, y con toda proba-
bilidad alguien más de la Brigada Especial para vigilar. No esperaban que se
presentara en la casa de Marylebone. Le esperaban en Bond Street. ¡La Brigada
Especial! No sentía más que desprecio por ellos.
Bajo sus mismas narices, se había cargado a su principal sospechoso y a su cómplice.
Era tan fácil como quitarle un caramelo a un niño. ¡Y menudo nido de avis pas había
removido! Magistrados y alguaciles a montones con los agentes de la Brigada
Especial. Todos entrando y saliendo. Alguien pagaría caro en la Brigada Especial el
desaguisado de aquella noche.
Echó la cabeza atrás y se rió.
Pero todavía no había terminado. Creerían que con Gerrard muerto, la señora Barrie
estaba segura. Qué poco le conocían y le comprendían. La señora Barrie ya
no era un objetivo pagado con el dinero de Gerrard. Era un premio. Formaba parte
del juego. Y todo lo que Richard Maitland había logrado tendiéndole una trampa era
hacer más estimulante la partida. Esa noche ya había hecho quedar mal a lo mejor

229
que tenía que ofrecer la Brigada Especial. Después de esta noche, sabrían que era
imparable.
Cuando el carruaje le dejó en Marylebone Road, sintió una oleada de excitación por
todo el cuerpo. No había nada como eso. La emoción de la cacería le hacía hervir la
sangre. Aquella vez, nada saldría mal.
Tras el último intento de agresión a la señora Barrie, había tenido un mal momento
en que pensó que quizá no era tan listo como creía. Pero la forma atrevida e
inspirada con que se había deshecho de Wheatley y Gerrard aquella noche le había
devuelto la confianza. La señora Barrie no tenía ninguna posibilidad.
Le sabía mal haber tenido que matar a Wheatley y a Gerrard. Al fin y al cabo, le
reconocían como el mejor. Pero sabía que la Brigada Especial se estaba acercando
a Gerrard, y después de él, cerrarían el círculo sobre Wheatley. No podía permitir
que sucediera esto. Wheatley se había vuelto prescindible, lo mismo que Gerrard.
No se acercó a la casa por la verja, sabía que habría porteros, y buscó un hueco en
el seto y se introdujo por él. El paseo estaba iluminado por faroles que colgaban
de postes, de modo que se mantuvo en la sombra.
Cuando llegó a la casa, al principio pensó que no había nadie. Pero alguien salió y
encendió el farol del porche. No era alguien a quien conociera, no era nadie de la
Brigada Especial. Después de efectuar un pequeño reconocimiento, dudó un
momento. No había nadie en la casa, excepto un celador, o quien fuera.
Mucho mejor.
Cuadró los hombros y se dirigió sin miedo a la puerta principal.

Capítulo 25

En la caía no había nada más que dibujos, y cuando Jason se dio cuenta, la
excitación se evaporó. Gwyn también estaba desilusionada. Estaba tan segura de
que la caja contendría algo para incriminar a Gerrard. Pero todavía no estaba
dispuesta a abandonar, de modo que se llevó la caja para poder examinar los
dibujos a fondo cuando llegaran a casa.

230
El celador les abrió la puerta. Gwyn no le recordaba de antes, pero Jason se lo
presentó como uno de los alguaciles que el coronel Maitland había pedido a la 11
oficina de Bow Street.
Gwyn se esperaba a alguien de la Brigada Especial, pero era demasiado educada
para preguntar a Jason hasta que estuvieran solos.
-Me llamo Jakes -dijo el alguacil. Miró a Jason mientras depositaba la caja de
lady Mary en la mesa del vestíbulo-. Soy cocinero, lacayo y lo que me pidan, de
modo que si ven a alguien más en la casa sabrán que no tiene motivo para estar
aquí.
Se parecía bastante a Harper, canoso y desaseado en general, pero si bien la
cara de Harper parecía fijadaen un ceño perpetuo, la de Jakes parecía fijada en
una sonrisa perpetua.
-¿Quién más hay en la casa? -preguntó Jason. -Nadie más -contestó Jakes-, al
menos en la casa. Aunque esperaba que el sargento Harper estuviera aquí. La
verdad es que empezaba a preocuparme por ustedes.
-Sí, es que nos han retrasado -dijo Jason-. Harper llegará pronto. ¿Y los
lacayos?
-Hay un par de porteros que se turnan patrullando la zona, y un mozo en los
establos. Y todos son buenos tiradores, señor Radley, de modo que no tiene
por qué preocuparse.
-Bien -dijo Jason-. Y no se preocupe por Harper. Llegará pronto.
-Ha llegado un mensaje para usted, señor, hace media hora -dijo Jakes-. Era
del coronel Maitland, para comunicarle que el señor Gerrard -miró a Gwyn-,
bien, que el señor Gerrard tuvo un desafortunado accidente, usted ya me
entiende. Alguien se lo ha cargado, y el coronel Maitland quiere que vaya a
verle a casa del señor Gerrard en el Strand.
-¿Por qué no me lo ha dicho inmediatamente?
A Jakes se le esfumó la sonrisa. Habló en un tono ofendido.
-Porque usted me hizo una pregunta, señor, y yo se la he contestado.
A Gwyn se le acabó la paciencia. Ya no se sentía desanimada. Estaba llena de
energía.
-¿No te lo dije? -dijo a Jason-. Gerrard estaba metido hasta el cuello en esto.
Tenemos que ir allí inmediatamente.

231
--Oh, no -dijo Jason-. Yo me voy, pero tú te quedas aquí. No sabemos lo que
puede significar la muerte de Gerrard.
-Significa que el peligro ha terminado -gritó Gwyn-. Soy libre. Harry ya no
tiene motivos para venir tras de mí.
-Si fuera así, Richard lo habría dicho en su mensaje
-Con el debido respeto, señor -dijo Jakes-. No creo que sea una buena idea llevar
a la señora a la casa del señor Gerrard. Por lo que me ha dicho el hombre del
coronel Maitland, no es una visión agradable.
-Pues no se hable más.
Gwyn podría haber argumentado que había sido esposa de un soldado y había
visto cosas que revolverían el estómago a muchos hombres. Pero a Jason se le ha
bía puesto aquella expresión en la cara, y sabía que era mejor no discutir con él.
-Entonces vete -dijo-, y vuelve pronto. Estaré sufriendo sin saber lo que ha
sucedido.
Él le sonrió y después dijo a Jakes:
-Se quedará con la señora Barrie. No la deje sola ni por un momento. ¿Me ha
entendido?
-Sí, señor.
-Y cierre la puerta cuando yo salga. -Sí, señor.
Cuando la puerta estuvo debidamente cerrada, Gwyn fue hacia la escalera. Pero
se detuvo, se dio la vuelta y miró la caja de lady Mary. Quería bañarse y
cambiarse la ropa sucia, pero no quería dejar la caja fuera de su alcance.
Jakes, ¿te importaría traerme la caja? --preguntó. Cuando él la recogió, siguió
subiendo la escalera, con Jakes detrás.
En la casa de Gerrard del Strand, Richard Maitland estaba de pie dando la
espalda a la chimenea de la biblioteca e intentaba reconstruir mentalmente lo
que había ocurrido cuando Gerrard y Wheatley habían muerto. Se habían llevado
los cadáveres, pero la pared salpicada de sangre detrás de la mesa y las manchas
de la alfombra junto a la puerta eran tristes recordatorios de lo que había
tenido lugar en aquella habitación. No había señales de lucha, y los magistrados,
que se habían marchado hacía un rato, estaban satisfechos con lo que apuntaban
las pruebas: asesinato y suicidio. Pero Richard no estaba satisfecho ni mucho
menos.

232
Miró las puertas de la terraza, y en su cabeza las vio abiertas. Un intruso podía
haber entrado en la habitación, alguien a quien Gerrard conocía o de otro modo
habría dado la alarma o le habría pegado un tiro con la pistola que guardaba en el
cajón de la mesa. A continuación el intruso se había esfumado. No había pisadas
en los parterres, ninguna señal de que un desconocido hubiera entrado, hubiera
matado a dos hombres, y se hubiera vuelto a marchar.
Ni siquiera los perros que patrullaban por fuera de noche habían ladrado. Todo lo
cual apoyaba la teoría de que las muertes eran un asesinato y un suicidio. Pero
Richard esperaba a sus hombres, que estaban peinando la casa y el jardín, para
encontrar una prueba de que hiciera añicos esa teoría y confirmar sus peores
sospechas.
Había un pequeño consuelo. Con Gerrard muerto, Gwyneth Barrie ya no estaría en
peligro. Pero si no se equivocaba en sus sospechas, el curso de acción que sa bía
que debería tomar no le aportaba ningún consuelo. Alguien llamó a la puerta y
entró Harper. Respiraba con dificultad.
-Me acabo de enterar de lo de Gerrard -dijo. -¿No se supone que deberías estar
en la casa de Marylebone, custodiando a la señora Barrie?
-Es una larga historia -dijo Harper avergonzado-, pero supongo que ya no
importa. Y no me mire así. El señor Radley está con ella.
Tanto Harper como Richard se volvieron cuando entró Massie, el segundo de
Richard.
-Tenía razón, señor -dijo-. Hay una ventana detrás que da directamente a la
escalera de servicio.
Hemos encontrado hierba Y ramitas en los escalones. Nuestro hombre puede
haber entrado de nuevo en la casa después de los asesinatos.
-Buen trabajo. ¿Sabe lo que tiene que hacer?
Massie asintió y se marchó. A partir de entonces Harper empezó su relato, co-
menzando por el abrigo azul y cómo él y la señora Barrie habían seguido a su dueña
hasta la casita de Hampstead, pero notó que su jefe no le prestaba demasiada
atención. No le preguntó nada, y tampoco le animó mucho. Parecía estar
preparándose para algo que iba a suceder, algo desagradable.
Harper acababa de llegar al hallazgo de la caja de esbozos, cuando la puerta se
abrió de golpe y entró Massie. Esta vez respiraba con dificultad.

233
-¡No está aquí, señor! No está en la casa, y no está en eliardín.
-¡Tiene que estar!
-No, señor. Hemos mirado por todas partes. Richard miró a Massie casi sin verlo.
Supo entonces que no había detenido a Harry. Pero Harry no sabía, no podía
saber, nada de la casa de Marylebone, y que la ! señora Barrie estaría allí. ¿O
sí?
-Venga, Harper -dijo-. Vamos. -Pero ¿adónde vamos?
-A la casa de Marylebone. Massie, reúna a los hombres. Y que sea rápido.
-Pero con Gerrard muerto, señor, ¿para qué iría detrás de la señora Barrie? -
preguntó Massie.
-¿Por el ego? ¿Por el prestigio? ¿Para hacernos parecer tontos? ¿Quién lo sabe
con escoria como esa? Harper se quedó clavado.
-¿Detrás de quién vamos?
Richard no contestó. Ya estaba cruzando el umbral.
Cuando Gwyn entró en el dormitorio, utilizó la vela que llevaba en la mano para
encender las velas de la cómoda. Al volverse, se vio a sí misma en el espejo de
cuerpo entero. Se estaba volviendo un Harper con un ceño permanentemente
fruncido. Ahora deseaba haber discutido con Jason y haber insistido en ir con él.
No lo había hecho porque sabía que él solo pensaba en su bienestar. No entendía
que ella no estaría tranquila hasta que no viera a lady Mary con sus propios ojos.
Y a Gracie.
Seguía llevando el abrigo azul de Gracie en la mano, y le recordó a Mark cuando
era un bebé. Tenía una mantita azul de la que se negaba a separarse. Iba a todas
partes con él hasta que era prácticamente transparente. Cuando se deshizo a
pedazos, se le rompió el corazón, pero cuando ella le ofreció otra manta no quiso
saber nada. Nunca había entendido el apego de su hijo a aquella manta hasta
ahora. Era un talismán para apartar la mala suerte. Mientras tuviera el abrigo,
tenía la esperanza de encontrar a Gracie viva y sana y salva. Solo entonces se
desprendería del abrigo.
No sabía dónde se escondía Gracie, pero creía que lady Mary podía saberlo, y
esta era otra razón para insistir en hablar con milady.
Oh, ¿por qué no había insistido en ir con Jason? Dejó el abrigo de Gracie sobre
la cama junto a su bolso, y se acercó a la puerta abierta del vestidor forrado de

234
espejos. Había una toallita y una jarra de agua fría en el lavamanos. Después de
lavarse las manos y la cara, volvió al dormitorio.
Jakes había dejado la caja sobre la mesita, y ella se acercó y se puso a
registrarla. Advirtió algo que no había visto en la biblioteca, una placa de bronce
con el nombre de Williard Bryant grabado. No recordaba si había sabido que
estaba allí o no. Era una caja de madera bien hecha, de la clase que utiliza un
artista cuando hace esbozos en directo al aire libre. En un lado, tenía un cajón
poco hondo para guardar carboncillos y lápices. Lo abrió y vio que estaba vacío,
como se esperaba, v lo cerró de nuevo.
Suspiró y se incorporó. Jakes estaba junto a la ventana, mirando afuera.
-¿Qué está mirando? -preguntó Gwyn.
-Oh -se volvió y le sonrió-. Solo comprobaba si el señor Radley se había marchado.
Pero todavía no ha salido del establo.
-¿Del establo? -Sí. ¿Por qué?
Claro. Cuando habían vuelto a la ciudad, Jason había guardado los caballos y el
carruaje porque temía que Harry estuviera vigilando la casa de Half Moon Street.
Todavía tenía tiempo de hacerle cambiar de idea y que la llevara con él.
Cogió la bolsa.
-Me voy con él -dijo-. Vamos, Jakes.
Él se apartó de la ventana y le impidió el paso. -No, señora Barrie -dijo-. Ya ha
oído lo que ha dicho el señor Radley. Quiere que se quede aquí. -No me importa lo
que haya dicho el señor Radley. Me voy con él. Puede acompañarme al establo o
puede quedarse aquí.
-Sea razonable, señora Barrie. -Apártese, Jakes.
Algo se movió en los ojos de él, un cambio que fue como si le volviera los ojos
varios tonos más claros. Estaba quieto como un perro de caza que hubiera en
contrado el aroma de un faisán. Ella miró la cama, pero su bolso con la pistola
dentro ya no estaba.
¿Harry?, pensó frenéticamente. ¿Jakes podría ser Harry?
Las palabras de Richard Maitland le pasaron por la cabeza. Le sorprendería lo
poco que cuesta cambiar de aspecto: ropa diferente, el pelo peinado hacia
delante o hacia atrás, gafas, un poco de polvos y maquillaje; una nueva
personalidad.

235
¿Ese hombrecillo insignificante con cara de mono podía ser Harry?
Una sonrisa maliciosa le curvó los labios.

-Ah, veo que ha descubierto mi disfraz. ¿Qué me ha traicionado?


Gwyn se dio cuenta de que era inútil hacerse la ignorante. La había atrapado
mirándolo fijamente como una virgen petrificada a un hombre desnudo.
-Sus ojos -dijo, como atontada-. Una vez vi a un zorro con unos ojos como los
suyos.
Cuando él dejó de sonreír, Gwyn pensó desesperada que debía de estar ciega
para no Haberlo visto a través de su disfraz en cuanto le había puesto los ojos
encima. Con cada segundo se volvía más como Harry.
-¿Qué le ha pasado al Jakes de verdad? -preguntó intentando mantener un tono
de voz pausado-. Si es que existe un Jakes.
-Oh, sí, sí que existe. Está en la carbonera, atado como un pollo. Ha sido tan
confiado cuando le he dicho que era uno de los hombres que el coronel Maitland
mandaba para defender el fuerte, como quien dice. Oh, sí, le he perdonado la
vida. Es que deseaba mandar un mensaje al coronel Maitland.
-¿Qué mensaje?
Los ojos de él bailaban. -Que el mejor ha ganado.
Gwyn seguía aguantando la caja de lady Mary, y aunque no fuera especialmente
pesada, los brazos empezaban a acusar la tensión. Le daba miedo dejarla en el
suelo, por si acaso aquel loco lo interpretaba como una provocación. Pero el dolor
de los brazos no era nada en comparación con el latido descontrolado de su
corazón y el rugido en sus oídos. ¿Debía ponerse a gritar como una posesa? ¿La
oiría alguien? ¿Debía atacarle? ¡Piensa!, se dijo con el cerebro descontrolado.
-¿Cómo sabía que estaríamos aquí? -preguntó. Él hizo chasquear la lengua.
-Fui a Bond Street y charlé un rato con la casera. Es muy patriótica la señora
Bodley. No me supo decir exactamente dónde estabais, pero había oído que el
chófer que se había llevado las maletas decía «Marylebone», y mi ágil mente
adivinó el resto.
--¿Bond Street? Pero... Se echó a reír.
-Lo sé. Me habían tendido una trampa. Pero entré en sus mismas narices y salí
otra vez. Nadie puede tocarme. Una ola de pura ira la desbordó. Él sonreía.
Aquel gusano asesino sonreía, disfrutando de su terror. Y en los jardines de

236
Heath Cottage, una de sus víctimas era pasto de los gusanos. Más que nada,
deseaba borrar aquella sonrisa de su cara.
-Gracie te tocó -dijo, casi gritando-. Y ella te hirió, ¿no es verdad, Harry?
Había tocado un punto débil. Lo pudo ver en sus ojos. Otra vez se produjo aquel
cambio, pero ahora parecía un cachorrillo herido. ¿Por qué intentaba herir le?
¿No debería estar intentando salvarse? ¿Dónde estaba el bolso? ¿Dónde estaba
Harper y Jason cuando se los necesitaba?
Harry se puso una mano en el pecho. -¿Quién le ha hablado de Gracie?
Ahora no le parecía tan formidable. Aquel gesto lo decía todo. De modo que ella
tenía razón. Gracie había utilizado el cuchillo del pan para obstaculizarlo. Echó
una mirada rápida por la habitación y miró su bolso sobre la silla, junto a la
puerta.
-Gracie me lo dijo.
-Ella no puede habérselo dicho. La maté. Le corté el cuello.
Lo dijo como si solo se hubiera cortado un pedazo de pastel, y aquello la inundó
de otra ola de rabia. -Oh, no, Harry, te equivocaste de mujer. Gracie me contó lo
que había pasado. Llamaste a la puerta mientras ella estaba cortando pan.
Estabas tan seguro de ti mismo, ¿no es cierto, Harry? Pero Gracie te enseñó una
lección, ¿no? Era demasiado lista para ti. Te clavó un cuchillo, y después corrió y
salió por la puerta principal. Creías haberla matado, pero no la mataste. Se es-
capó, y en su lugar mataste a Hattie la Loca.
-¡Eso es mentira! -gritó.
-¿Oh? Entonces, ¿cómo lo sabe? -Estaba fuera de sí de rabia, pero también era
muy sensible al peligro que corría e intentaba acercarse a la silla con su bolso.
Su intención era coger la pistola.
-¿Sabes lo que dice el coronel Maitland? Dice que eres especialmente inepto. Eso
significa estúpido. Piénsalo, Harry. Atacaste a Gracie y se te escapó, después me
atacaste a mí, no una, sino dos veces, y también fallaste. Eres lamentable, eso es
lo que dice el coronel Maitland.
Se calló cuando se le ocurrió que lo estaba enfocando mal. Debería intentar
apaciguarle. Era un criminal, un asesino. Pero era aquel cambio en sus ojos lo que
la encendía. Sus palabras parecían tener la fuerza de los golpes.

237
-¿Era lamentable esta noche cuando le he metido una bala a Gerrard en el
cerebro en las mismas narices de la Brigada Especial?
Gwyn ya había deducido que él había matado a Gerrard.
-Lamentable y estúpido -respondió ella, sin saber muy bien lo que decía, solo que
cuanto más le llamaba inepto y estúpido, menos formidable parecía.
-Lo ves, Harry, lo sabemos todo de ti. Pobre, pobre Harry.
Después de esto se echó encima de él. Todo su miedo y su rabia se fundieron en
energía pura. Le golpeó tan fuerte que le hizo perder el equilibrio. La caja salió
dis parada y se partió en dos al chocar contra el suelo. Gwyn fue a coger el
bolso, sacó la pistola, se volvió y disparó. No pasó nada.
-Me he tomado la libertad de descargársela mientras estaba en la habitación
de al lado. ¿Quién es estúpido ahora, señora Barrie? -Y con una sonrisa encan
tadora, se levantó lentamente y empezó a sacudirse el polvo.
Gwyn no esperó a ver qué haría a continuación. Tiró su inútil pistola y salió
corriendo
Jason sostenía la cabeza de los caballos mientras el mozo ajustaba los arneses
del carruaje.
-¿Dónde aprendiste a tirar, Knightly? -preguntó al muchacho-. No me lo habías
dicho nunca. Knightly estaba inclinado, uniendo las correas al armazón. Soltó
una risa seca.
-¿Tirar, yo? No sé de dónde ha sacado esa idea, señor Radley, a menos que el
señor Jakes le haya gastado una broma a mi costa. Puedo disparar una pistola y
puede que le dé a algo que esté cerca, pero nada más. Evidentemente, Jakes
era de los que decían a cada uno lo que deseaba oír.
-Eso será suficiente, pero no dejes la pistola fuera de tu alcance -comentó
Jason.
-¿Mi pistola? -Knightly se incorporó-. ¿Qué pistola? El señor Jakes me dijo que
me traería una, pero hace horas de esto. No le he visto el pelo desde entonces.
Jason no estaba alarmado, solo enfadado. Richard Maitland le había dicho que
Jakes era un veterano de la campaña peninsular, un ex fusilero que sabía lo que
se hacía. Había trabajado de forma clandestina una temporada con los
partisanos, y así era como le había conocido Richard. A él no le parecía que Jakes
supiera lo que se hacía.

238
Miró hacia la casa y después a Knightly. -¿Cómo describirías a Jakes? -preguntó. -
Bueno, no es muy charlatán, pero es muy simpá tico en general. No me extrañaría
que tuviera un mal genio en consonancia con el pelo rojo. Casi hemos terminado.
-¿Qué? Jason estaba mirando hacia la casa. -He dicho que casi hemos terminado.
Knightly hablaba solo. El señor Radley corría hacia la casa. Meneando la cabeza, el
mozo examinó los arneses y los ajustó. Todos los caballeros eran iguales. Eran
imprevisibles. Pero sabía que era mejor no cuestionarse sus extraños
comportamientos. El señor Radley le había dicho que se marchaban
inmediatamente, de modo que lo mejor sería llevar el carruaje hasta la casa.
El miedo empujó a Gwyn a bajar la escalera con tanto ímpetu que se golpeó contra
la puerta principal. En cualquier momento, temía recibir un tiro. Su único consuelo
era que el sonido de la pistola de Harry al dispararse haría que Jason y los
hombres que patrullaban acudieran corriendo a la casa. Harry no se saldría con la
suya.
¡Menudo consuelo! La puerta estaba cerrada. Cerró los dedos alrededor de la llave,
pero era demasiado tarde. Harry estaba justo detrás de ella. Como un animal
acorralado, se volvió para enfrentarse a él. Todavía llevaba el bolso en la mano y lo
utilizó como una honda. Le dio en el hombro y le hizo gruñir, pero no se inmutó.
Tenía un cuchillo en la mano, no una pistola.
Harry era listo. Puede que sí se saliera con la suya. Pero ella no iba a ponérselo
fácil.
Volvió a golpearle. El cogió el bolso con una mano,cortó la cuerda con el cuchillo, y
lanzó el bolso a un lado. Cuando levantó el cuchillo, Gwyn creyó que había llegado
su hora. Estaba en posición de ataque, pero antes de que pudiera completar el
movimiento, el vestíbulo explotó con el estruendo de un disparo.
Sobresaltado, Harry se volvió justo en el momento que Jason se le echaba
encima. Jason agarró la mano que sostenía el cuchillo, le dio un giro
estremecedor y mandó el cuchillo al suelo. Entonces empezó una pelea cuerpo a
cuerpo. Entrelazados cayeron contra la mesa del vestíbulo y fueron a parar
contra la pared en una lucha brutal por el dominio.
Desesperada por ayudar a Jason, Gwyn esperó su momento, y entonces se agachó
a coger el cuchillo. Eligió un mal momento. Los hombres cayeron encima de ella;
el codo de Jason le dio en la mandíbula y el cuchillo resbaló a través del umbral

239
del comedor y desapareció. Cuando Gwyn gritó, Jason aflojó el agarre sobre
Harry, y con un impulso brutal, Harry se liberó y se puso de pie. Antes de que
Jason pudiera reaccionar, Harry metió una mano en el chaleco y sacó una pisto-
lita de una funda que llevaba atada a la cintura.
-¡No se muevan! ¡Que nadie se mueva! -Las palabras de Harry estaban puntuadas
por el áspero sonido de su respiración.
Jason no hizo caso de la advertencia y se puso de pie lentamente. También
respiraba con dificultad. -Todo ha terminado para ti, Harry -dijo-. Los porteros
llegarán en cualquier momento. ¿Por qué crees que he disparado ese tiro de
advertencia? Gwyn, ¿estás bien?
Ella logró decir «sí», muy temblorosa, pero no estaba bien en absoluto. Era muy
consciente de que había sido culpa suya que Harry dominara la situación otra vez.
¿O no la dominaba? No alcanzaba a entenderle. Parecía dos personas. Tan pronto
era más grande que la vida, desbordante de confianza en sí mismo, como parecía
totalmente perdido.
Gwyn no sabía de dónde le vino la idea, pero de repente se le ocurrió que él la
consideraba su castigo. O es especialmente inepto, había dicho Richard
Maitland, o se ha quedado sin suerte.
¡Pero solo con ella! Harry se dirigió a Gwyn. -¡Usted! ¡Venga!
-No va a ir a ninguna parte con usted -dijo Jason. -Creo que me he roto el
tobillo. -Se masajeó el sitio en cuestión para que la mentira fuera convincente.
Se oían ruidos en la parte trasera de la casa y alguien que llamaba desde lejos
al señor Radley.
-Espero que uno de los porteros haya encontrado la ventana por la que he
entrado yo -dijo Jason-. Si fueras tú, Harry, me largaría antes de que sea
demasia do tarde. -Se agachó como para salir corriendo-. Si disparas la pistola,
Harry -dijo-, te mataré con mis propias manos.
Harry retrocedió hacia la puerta, la abrió, y salió disparado. Jason habría ido
tras él si Gwyn no le hubiera agarrado del tobillo con todas sus fuerzas.
-Déjale marchar -gritó-. Tiene una pistola. Jason se agachó y la levantó. Su
cara era una expresión de determinación.
-Tenemos que detenerle, Gwyn, o esto no acabará. ¿Lo entiendes? Tenemos que
detenerle.

240
Cuando salió corriendo de la casa, Gwyn corrió tras él.
Era lo último que esperaba ver. Como si lo hubiera convocado de la nada, deus
ex machina, había un carruaje esperando a Harry, con dos caballos blancos,
pisando inquietos. Él saltó dentro, recogió las riendas y salió a paso rápido. Fue
como en un cuento de hadas. Gwyn dejó de mirar, pero Jason salió corriendo
detrás del coche, gritando a todo pulmón a los porteros que cerraran la puerta. Vio
que el coche bajaba la marcha, pero no veía ningún obstáculo que le impidiera el
paso. Al poco rato vio sombras que se movían dentro de las sombras y se dio cuenta
de que habían entrado unos hombres a caballo en el jardín. Se recogió la falda y sa-
lió tras de Jason.
Los jinetes se habían desplegado en abanico, rodeando el coche, y la luz de los
faroles de sus postes transmitía a toda la escena un aspecto fantasmal. Harry
estaba de pie en el carruaje, con la pistola en la mano, y no parecía asustado. Volvía
a ser más grande que la vida, como una figura mítica de una leyenda griega.
Gwyn se sobresaltó cuando oyó la voz de Richard Maitland.
-¿Por qué? -dijo.
Harry se rió, un sonido escalofriante que hizo estremecer a Gwyn. Jason le pasó un
brazo por los hombros y la atrajo hacia el calor de su cuerpo. En un tono bajo, dijo:
-Gwyn, no creo que quieras ver esto. ¿Por qué no vuelves a la casa?
Ella no se movió ni un centímetro.
-No -dijo. Aquel hombre era un asesino despiadado. Como él no había sentido
ninguna lástima por sus víctimas, ella tampoco sentía lástima por él. Iría a la horca y
ella bailaría sobre su tumba.
-Maitland, no entiende nada de nada -manifestó Harry-. No le tengo miedo. No
temo morir. -Su voz se volvió menos heroica, más sarcástica-. Ah, y recuerde
decirle a mi queridísimo padre que morí como un héroe. Al menos eso le complacerá.
Es lo que siempre ha deseado.
-¿Qué? -dijo Gwyn. Se habría adelantado, pero el brazo de Jason en su hombro la
apretó más fuerte y se lo impidió
-Lord Ivan Brooks, le arresto en nombre de su Majestad el Rey Jorge -dijo
Maitland fríamente.
Gwyn miró a Jason.-¿Harry es lord Ivan Brooks?

241
-Debe de serlo. -Sus ojos no se apartaron ni un momento de la figura en el
carruaje.
Lord Ivan apuntó a Maitland con la pistola, que no se movió para esquivarlo.
Gwyn gritó, pero su voz quedó apagada por los tiros de las escopetas que se
dispararon. Lord Ivan cayó hacia atrás contra los cojines, y los aterrorizados
caballos se levantaron y relincharon. A continuación se desbocaron. No fueron
lejos y se detuvieron de golpe cuando el carruaje se volcó e hizo caer a lord Ivan
a tierra a pocos metros de Jason y Gwyn.
-¡No te acerques! -gritó Jason, pero por supuesto Gwyn no le hizo el menor caso.
Los ojos de lord Ivan parpadearon. Tenía la boca ensangrentada y una gran mancha
que iba creciendo sobre el torso de la chaqueta. Su cara se torció de forma
grotesca. -Ayúdeme -gimió. r Gwyn se habría acercado a él, pero Harper llegó
antes. Se arrodilló junto a lord Ivan. "Ayúdeme -repitió lord Ivan-. Quiero morir
como yo mismo.
Harper pareció comprender. Cuando lord Ivan abrió la boca, Harper le sacó algo
de ella y lo tiró. El pelo canoso fue lo siguiente que le quitó, aunque no sin cierta
dificultad. La peluca estaba sujeta con algo. Gwyn no lo sabía. Lo último que hizo
Harper fue limpiarle la sangre y los polvos de la cara con su pañuelo.
Era Harry, y no lo era, pensó Gwyn. Ese joven con el pelo rubio claro parecía más
bien un muchacho. Hacía un momento deseaba bailar en su tumba. En cambio ahora
se sentía vacía de todas las emociones excepto del horror.
3Lord Ivan miró detrás de ella.
-¿No hacemos prisioneros, verdad, señor? sonriendo débilmente.
Gwyn se volvió. Richard Maitland estaba detrás de ella. Su rostro no
demostraba nada; no dijo nada. Gwyn miró a lord Ivan. Sus ojos sin vida seguían
mirando a Maitland.
Sintió que se le helaba la sangre en las venas y se estremeció.
-Vamos -dijo Jason-. Volvamos a la casa.

Capítulo 26

242
El té estaba ardiendo, pero Gwyn apenas lo notó. No dejaba de revivir mentalmente
la horrible escena en que los propios colegas de lord Ivan, hombres que le conocían y
con los que había trabajado, le habían abatido sin compasión.
«No hacemos prisioneros, ¿verdad, señor?»
Se estremeció y tomó un sorbo de té; después miró a los hombres sentados a la mesa
del comedor, conversando en tono bajo. Solo quedaban tres, ahora, Jason, Mait land
y un hombre llamado Massie. Parecían pétreos e implacables, como si la muerte de
lord Ivan no los hubiera afectado en absoluto. Era un problema que debían resolver.
En aquel preciso momento, Harper y los demás agentes de la Brigada Especial se
estaban llevando el cadáver de lord Ivan a otro lugar, donde moriría de una muerte
ficticia en cumplimiento del deber. Su nombre no se vería manchado, tampoco la
reputación de la Brigada Especial, y el dolor de su padre se apaciguaría sabiendo que
su hijo había muerto como un héroe.
Y ella y Jason deberían olvidar el nombre de lord Ivan y lo que aquella noche hubiera
sucedido. Knightly, el mozo, se lo había perdido casi todo. Cuando oyó que se
disparaba la pistola, había intentado entrar en la casa. Oyeron cómo su voz los
llamaba. Para cuando salió de la casa, todo había terminado, y los hombres de
Maitland le hicieron volver a entrar.
Jakes, el auténtico Jakes, era otra cosa. Maitland había hablado con él un buen
rato después de que lo rescataran de la carbonera. Jason le había contado que
habían trabajado en España. Maitland confiaba en él. Ignoraba qué sabía Jakes o
cuánto le había contado Maitland, pero oyó que Jakes le transmitía el mensaje
de Harry. El mejor ha ganado.
Maitland también había hablado con ella un buen rato, sobre Gracie y Johnny
Rowland, y lo que habían encontrado en Heath Cottage. Maitland estaba seguro
de que era Johnny Rowland quien había llamado a su puerta la noche en que fue
asesinado, tal vez para pedirle ayuda, o por otra razón que todavía habían de
describir. Maitland dijo que sabría más, cuando interrogara a lady Mary. Fue
entonces cuando Gwyn se enteró de que lady Mary no estaba en Londres, sino en
Rosemount.
Ahora entendían por qué Harry siempre estaba un paso por detrás de ellos. En la
Brigada Especial, estaba en el centro de todo. Se enteraba de su siguiente movi
miento casi antes que ellos mismos. Fue el ataque en Haddo lo que primero

243
levantó las sospechas de Maitland. En aquel momento crucial, dos de sus agentes
estaban localizando personas que estuvieran relacionadas con el caso. Tenían la
oportunidad de llegar a Haddo y volver a Londres sin que les echaran de menos.
No quería creerlo, pero el asesinato de Gerrard, casi inmediatamente después de
convertirse en el principal sospechoso convenció a Maitla nd de que alguien de la
Brigada Especial pasaba información a Harry o era el propio Harry. Lo había
restringido a Landon y lord lvan, los dos agentes que habían tenido el tiempo y la
oportunidad de atacar a Haddo.
Aquella noche cuando no pudieron localizar a lord Ivan en la casa de Gerrard,
Maitland supo quién era su hombre y se temió lo peor. De modo que habían ido
directamente a la casa de Marylebone.
Gwyn volvió a estremecerse. No podía reconciliar en su cabeza al asesino
despiadado que sabía que era Harry, un hombre al que temía y odiaba, con la
cara lisa de lord Ivan que parecía tan joven e inocente en la muerte. Sentía casi
lo mismo acerca de Jason y Maitland, solo que al revés. Sabía que eran buenos y
compasivos, pero no habían mostrado ninguna compasión por Harry.
Y ella había deseado bailar sobre su tumba. ¿Qué más podían haber hecho?
Quería a Mark. Quería abrazar a su hijo y apretarlo muy fuerte. Quería que
creciera y se convirtiera en un buen hombre. No quería que se torciera en algún
punto y se volviera como lord Ivan. Quería que se preocupara por los demás,
quería...
Se sobresaltó cuando Jason le habló. -¿Encontraste algo en la caja?
Por un momento, ella no supo de qué le hablaba. -Ah, la caja. No, no tuve tiempo
de mirar. Después de todo lo que habían pasado, la caja de lady Mary no parecía
tan importante. -Richard querrá saberlo. -Está arriba.
-Iré contigo.
La caja estaba en el suelo donde había caído cuando ella había empujado a
Harry. Dibujos y acuarelas estaban esparcidos como un edredón de colores.
Gwyn sostuvo la vela mientras Jason las recogía.
-Espera un momento -dijo-. ¿Esto qué es?

En la palma de la mano tenía un anillo de oro de sello. Gwyn se agachó para verlo
más de cerca. -Tiene el dibujo de una rosa, ¿verdad?
-Creo que sí.

244
-Bien, este anillo no estaba antes. He mirado los dibujos varias veces. Lo
habría visto.
Jason dejó el anillo y se puso a examinar la caja. El forró de piel debajo de la
tapa estaba rasgado en un rincón y metió el dedo por debajo.
-Aquí está tu retrato -dijo-. Debajo del forro. Estaba pintado en la parte
interior del forro y estaba casi totalmente desdibujado. Pero Gwyn se dio
cuenta de que era lady Mary, no tanto una versión más joven de ella, sino una
mujer del todo diferente. Los ojos de la joven del retrato brillaban de ilusión.
-¿Qué pasa? -preguntó Jason, mirándola. -Nada -dijo ella, tragando saliva.
Él la miró con curiosidad, y continuó examinando lo que había encontrado.
-¿Qué hay, Jason?
-Una nota y un recorte de periódico, del Bristol Post. La nota está fechada el
15 de junio de 1783, y el recorte también. -Leyó la nota primera-. El jardine
ro no nos dará más problemas. Misión cumplida. Hugo. A Gwyn se le aceleró la
respiración.
-El jardinero debía de ser Williard Bryant. Y Hugo... bueno... creo que le
asesinó. Creo que el anillo lo demostrará. -Gwyn recogió el anillo e intentó leer
la inscripción del interior-. Es su anillo -dijo-. Tiene su nombre grabado,
Williard Bryant. ¿Qué dice el recorte?
-Acerca un poco la vela. -Después de mirarlo por encima, soltó un soplido-.
¡Dios Santo! -exclamó. -¿Qué? -preguntó Gwyn-. ¡Dime!
Él levantó la cabeza para mirarla.
-Dice que Williard Brvant, el joven paisajista, fue asesinado y robado en
Bristol cuando volvía a sus aposentos después de cenar con un cliente. Le
robaron todo el dinero y el anillo de sello. El anillo tenía un sello en forma de
rosa, la marca de su profesión.
Se miraron un buen rato. Finalmente, Gwyn dijo: -Por eso Gerrard estaba
dispuesto a matar. Esto demuestra que es un asesino.
-No sé si tenemos suficiente con esto para condenarle -dijo jason.
-Tal vez no, pero de haber ido a juicio habría sido desacreditado.
Jason se puso de pie.
-Se lo daré a Richard, y después iremos a un hotel a pasar la noche. No podemos
quedarnos aquí, y no nos esperan en Half Moon Street.

245
-¿Y mañana iremos a Rosemount a ver a lady Mary?
Jason sonrió ante la ansiedad de Gwyn. -Mañana iremos a Rosemount.
Gwyn no bajó con él sino que se excusó diciendo que tenía que cambiarse y
arreglarse antes de ir al hotel. Tal vez era grosero no despedir a Richard
Maitland, pero no sabía qué decir. ¿Cómo podía alguien comportarse normalmente
después de lo que habían visto y oído? Intentó apartar sus incómodos
pensamientos, pero le costaba mucho no pensar en lady Mary. Ahora estaba
segura de que lady Mary había estado enamorada de Williard Bryant. Tal vez
habían planeado fugarse y por eso le había matado Hugo.
Lady Mary, Gracie... había tanto en que pensar. Recogió el abrigo de Gracie.
Decidió que se lo daría a lady Mary. Si había algo de lo que nunca había dudado
era de que Gracie algún día se reuniría de nuevo con lady Mary.
Un escalofrío involuntario le hizo castañetear los dientes, y buscó su propio
abrigo para calentarse. Estaba tirado hecho un ovillo sobre la cama, y no estaba
en condiciones de ser lucido. Se lo había puesto para ir a Heath Cottage y lo
llevaba puesto aquella noche. Estaba manchado de barro; una de las mangas
estaba medio arrancada, y tenía una reguero de sangre en el cuerpo. Tendría que
comprarse otro abrigo.
Ahora que pronto sería la esposa de Jason, podría llenar todos los armarios de
Haddo de abrigos si le apetecía hacerlo. Pero nunca encontraría un abrigo que le
gustara ni la mitad que aquella pelliza de verano verde sucia y tristona que había
confeccionado con sus propias manos.
No sabía por qué se echó a llorar. Solo era un abrigo. Se despertó con el corazón
retumbante y lágrimas en los ojos. A medida que el sueño se desvanecía, empezó a
respirar temblorosamente. Había soñado con Mark, solo que no era Mark. Era lord
Ivan, y había unos hombres taciturnos y despiadados tras él. Jason era uno de
ellos, y se negaba a salvar a su propio hijo.
Cuando se le pasó el miedo, se impuso la realidad. Estaban en el Clarendon. Ella y
Jason habían llegado tarde la noche anterior y finalmente habían conseguido algo
para comer. Poco después se habían metido en la cama. Pero Jason ya no estaba en
la cama con ella.
Se incorporó y esperó a que los ojos se le acostumbraran a la penumbra. Todavía
olía el aroma de él. Se sentía cansada y dolorida. No podía recordar las veces que

246
habían hecho el amor esa noche, si bien «amor» no era la palabra correcta. Había
algo desesperado en la forma en que él la había buscado una y otra vez. Y ella le
había fallado. No había podido "responder, por mucho que lo había intentado. Se
había sentido como si estuviera en manos de un desconocido.
Estaba en la ventana, ya vestido, con camisa y pantalón, y la luz de los faros del
patio del hotel lanzaban crueles sombras en los planos cortantes de su rostro.
Gwyn se estremeció.
-Jason? -susurró.
Él se volvió despacio
-No podía dormir -dijo-, de modo que decidí vestirme.
Se acercó a ella y se sentó en el borde de la cama, pero no hizo ningún intento de
tocarla.
-He estado pensando en lord Ivan. -¿Qué pensabas?
-Creo que odiaba a su padre, ¿no?
-No... no lo sé. No lo he pensado. Pero ahora que lo dices, no, no creo que sea eso.
Creo que amaba a su padre, pero creía que su padre no le amaba.
Hubo un largo silencio hasta que Jason dijo: -Era una mala persona en todos los
sentidos. Debería alegrarme de su muerte. Pero lo único que siento es un inmenso
océano de pesar.
El frío ártico que se había instalado en el corazón de Gwyn se fundió un poco.
-Te entiendo. Es como me siento yo.
-¿Qué pasó? Tenía todas las ventajas y se convirtió en un asesino despiadado.
Gwyn no contestó porque se dio cuenta de que estaba perdido en sus
pensamientos.
La sobresaltó diciendo violentamente:
-Mark sabrá que su padre le quiere. Voy a cuidarle mucho. Te lo prometo, Gwyn,
voy a cuidarle con todo mi cariño. -Se paró de repente-. ¿Pero qué estoy di
ciendo? No sé nada de niños. No creo que los entienda en absoluto.
Gwyn tomó las manos de Jason y se las acercó a las mejillas.
-¿Qué es eso? -dijo él---. ¿Lloras? Gwyn habló con voz temblorosa.
-Eres un buen hombre, Jason Radley. Serás un buen padre. Vamos a hacerlo lo
mejor que podamos, y no se puede pedir más. Ahora ven a la cama y ámame, solo
ámame.

247
Era Jason otra vez, solo un hombre con todos los puntos fuertes y fragilidades de
los hombres, y el amor fue más dulce que nada de lo que ella había conocido.
No tenía abrigo, pero el tiempo era más cálido, de modo que se puso el chal de
cachemir sobre un vestido de crepé gris, y se sintió muy elegante. Bueno,
presentable, al menos.
Llegaron a Rosemount House por la tarde, a última hora, y los recibió en la puerta
una ama de llaves sonriente.
-Señora Barrie -dijo antes de que Jason o Gwyn pudieran pronunciar palabra-.
Milady les espera. El encantador señor Maitland ha estado aquí antes, y nos dijo
que vendrían. ¿Puedo coger su abrigo?
Se refería al abrigo azul de Gracie que Gwyn llevaba colgando del brazo, pero Gwyn
rechazó. Si no podía encontrar a Gracie, lo dejaría con lady Mary y con nadie más.
El ama de llaves miró la caja que Jason sostenía, pero no se ofreció a cogerla.
-Bien, bien -dijo-. Pasen, pasen.
Los guió hacia un invernadero vidriado en la parte trasera de la casa. Entraba el sol
por las ventanas, filtrado por frondas de palmeras que alcanzaban casi al techo de
cristal. Flores que Gwyn no reconocía crecían en colorida profusión en parterres
altos. Oyó una cascada. Tenía la sensación de que había entrado en uno de los
dibujos de la caja de lady Mary.
En el centro de su paraíso tropical, había un claro. Lady Mary estaba echada en una
butaca de mimbre, escuchando a una joven que le leía en voz alta. Los ojos de Gwyn
se quedaron fijos en la joven.
-¿Gracie? -dijo con voz ronca.
Se dio cuenta vagamente de que Jason estaba diciendo algo acerca de devolver la
propiedad de lady Mary. Le vio colocar la caja en la mesa de mimbre junto a la
silla de lady Mary, pero su atención estaba concentrada en la joven que se
había levantado y se acercaba a ella.
-¿Vaya por Dios! -exclamó Gracie-. Todavía tiene mi abrigo, señora Barrie.
Su agradable sonrisa cambió a una expresión de alarma cuando Gwyn se inclinó
y le dio un gran abrazo. Al principio no hicieron nada más que admirar la dis-
posición del invernadero y hacer comentarios sobre las plantas exóticas, pero,
cuando el ama de llaves sirvió el té y todos se sentaron, la conversación se
dirigió hacia los recientes sucesos.

248
Gwyn se enteró de que estaba en lo cierto acerca de cómo había escapado
Gracie de Harry en Heath Cottage. Pero Gracie no sabía que él había matado a
otra por error, y Gwyn prefirió no decírselo. y -No sabía adónde ir -dijo
Gracie-. Entonces pensé en la señora Cleeves; es nuestra ama de llaves. Sabía
que ella ayudaría a lady Mary. Y resulta que lady Mary ya estaba aquí.
-Que me mandara a Rosemount -dijo lady Mary- era más de lo que podía
esperar. La señora Cleeves se dio cuenta de la situación al instante. Vio que mi
enfermera me mantenía sedada y cambió la botella de láudano por un
reconstituyente suave. Cada día me ponía más fuerte. En cuanto a Gracie... -
sonrió a su doncella-, dijimos que era la sobrina de mi ama de llaves, y nadie
sospechó.
-Bueno -dijo Gracie-, mi propia madre no me habría reconocido con la cofia
hasta las cejas. Y yo solo era una fregona. No subía nunca.
Gwyn no sabía qué esperar cuando se encontrara cara a cara con lady Mary.
Creía que milady había sufrido alguna clase de crisis, y temía que su mente estu-
viera afectada. Ahora entendía por qué lady Mary parecía tan bien, mejor que
bien. Tenía una chispa en los ojos, le resplandecía la piel de felicidad -y tal vez un
toque de colorete-pero eso era una buena señal, como lo era el hecho, que Milady
se hubiera tomado muchas molestias para tener buen aspecto. El vestido rosa
oscu ro y el chal de cachemira eran muy elegantes. -Cuando milady estuviera más
recuperada -siguió Gracie-, pensábamos llevarla lejos de aquí, yo y la señora
Cleeves. Pero ese hombre tan agradable, el señor Maitland, ha venido, ha
arrestado a la enfermera y a aquel horrible mozo que guardaba la llave de su
habitación. Solo que JohnnY, solo que johnny... -Se le torció la expresión, y buscó
un pañuelo en el bolsillo para secarse las lágrimas.
Cariñosamente lady Mary dijo:
-Gracie, por qué no vas a sentarte con la señora Cleeves. Seguro que le gustará tu
compañía.
Todavía sollozando, Gracie salió de la habitación. Gwyn la vio marchar.
Lady Mary dijo suavemente:-Apenas ha apartado los ojos de Gracie desde que ha
llegado. Debía de temer que algo horrible le hubiera sucedido.
-No -dijo Gwyn-. Desde anoche ya no. Pero antes... -Hizo una mueca-. Estaba loca
de preocupación.

249
-El señor Maitland dijo que de no haber sido por usted todo podría haber sido
mucho peor para Gracie ' y para mí. Querida mía, nunca quise involucrarla en
esto. Pero no diré que me sabe mal. ¿Acepta mi agradecimiento?
-No sabía nada-dijo Gwyn-. No hice nada. Ni siquiera entendía la importancia de la
caja hasta ayer.
-Me temo -dijo Jason- que la hemos estropeado un poco, pero no costará mucho
arreglarla.
-Ah, sí, la caja de Williard.

Lady Mary acarició con los dedos la superficie y abrió la tapa con cuidado. Miró
fijamente su retrato casi desdibujado durante largo rato, perdida en sus pensa-
mientos, y luego miró a Gwyn.
-Recuerdo el día que Williard lo pintó. Éramos tan felices. Decía que cada vez
que abriera la caja, me vería. Me temo que no tengo ningún retrato de Williard.
Pero estos jardines son suyos. Son mejores que un retrato. Y su caja de artista
con los dibujos. Lo dejó aquí porque esto le daba una excusa para volver a la
casa. Pero me estoy precipitando. -Sonrió débilmente-. Déjenme empezar por el
principio, aunque imagino que ya lo habrán adivinado todo.
Williard y yo estábamos enamorados, por supuesto. No queríamos enamorarnos.
Sabíamos que mi padre nunca permitiría el enlace. Es preciso haber conocido a mi
padre para saber por qué Williard decidió ignorar sus escrúpulos y llevarme lejos
de aquí.
Su voz se hizo más incierta al describir cómo ella y Williard habían decidido
fugarse y empezar una nueva vida, lo más lejos posible del alcance de su padre. -
Pero evidentemente todo salió mal.
A su padre se le había metido en la cabeza que se casara con Hugo Wheatley,
como se llamaba entonces, un hombre al que ella detestaba y temía profundamen
te. Ella suplicó y lloró, sin ningún resultado. Hugo se estaba cambiando el apellido
a Gerrard y quedarían en ridículo, decía su padre, si la boda no se celebraba
-Pero nunca le mencioné el nombre de Williard. Tenía demasiado miedo de lo que
podía hacer mi padre si lo descubría. De modo que Williard y yo hicimos planes.
Nos fugaríamos cuando él volviera de Bristol. Había encontrado una casa para
nosotros. Yo era mayor de edad y, en cuanto estuviera casada, mi padre no podría
hacer nada.

250
Lady Mary cerró los ojos momentáneamente y dijo en un tono tembloroso:
-Pero a Williard le mataron en Bristol y todas mis esperanzas y sueños se hicieron
añicos. Después de eso, me daba lo mismo lo que fuera de mí y con quién me
casaran. De modo que me casé con Hugo. Nunca se me ocurrió que mi padre y Hugo
estaban enterados de que amaba a Williard y pensaba fugarme con él. Nunca me
hablaron de él, ni yo a ellos.
-Entonces -dijo Jason amablemente-, ¿encontró pruebas que implicaban a su
marido y a su padre en la muerte de Williard?
-Sí. Poco después de la muerte de mi padre. De eso hace más de diez años. Su
asistente encontró el sobre metido en uno de los sombreros de mi padre, y me lo
dio. Creo que mi padre lo guardaba por si acaso algún día necesitaba controlar a
Hugo. Sin embargo Hugo era su esclavo devoto. Nunca habría hecho nada desleal.
Puede imaginarse lo trastornada y enfadada que me quedé. Pero, que Dios me
perdone, también tuve miedo. No creía que fuera suficiente para acusar a Hugo.
No lo sabía. Y no me devolvería a Williard. De modo que no hice nada, excepto
esconder la prueba en la caja de Williard, y lo tapé con el forro de piel.
-Entonces qué -preguntó Jason-, ¿le hizo cambiar de parecer?
Lady Mary sonrió brevemente.
-Visité la Biblioteca para Damas para asistir a una conferencia sobre paisajismo
inglés. No sabía que existían la clase de mujeres que encontré allí. Cuanto más
hablaba con Gwyn y con lady Octavia, más me daba cuenta de que podía tener una
esperanza. Si otras mujeres habían podido construir una nueva vida para sí
mismas, yo también podía.
Los ojos se le humedecieron.
-Lo único que quería era el dinero suficiente para vivir tranquila y en paz lejos de
Hugo y sus ataques de mal genio. Así que hice planes con la ayuda de Johnny y
Gracie. Tendría que dejar mis jardines, pero no iba a dejar los dibujos de
Williard. Y los dejé en préstamo en la biblioteca, sabiendo que podía llevármelos
cuando quisiera. Junto con la prueba contra mi marido. No había pensado en
denunciarle a las autoridades. Como he dicho, no pensaba que hubiera suficientes
pruebas para condenarle. Además aquello había ocurrido hacía treinta años.
-; Chantaje? -dijo Jason, sonriendo un poco. -Persuasión -respondió ella-. Por
supuesto, no era tonta y no iba a decirle nada hasta que estuviera lejos y a salvo.

251
Pero me descubrió y me amenazó. Aun así, no se lo dije todo. Le dije que el anillo y
la nota estaban con mi retrato. -Vaciló un momento-. No recuerdo exactamente lo
que le dije. En aquel momento mi única esperanza era que Johnny consiguiera
ayuda. Le había dicho que si algo salía mal le dijera a lady Octavia que abriera el
forro de mi caja y llevara lo que encontrara allí a las autoridades. Y si no
encontraba a lady Octavia, tenía que hablar contigo, Gwyn. Gracie me ha dicho que
Johnny intentó hablar con lady Octavia, pero estaba seguro de que le vigilaban, y
temía abordarla. -Por eso vino a mi casa --dijo Gwyn.
-Eso es lo que cree el señor Maitland.
-Y al no encontrarme en casa, fue a la fiesta del !j señor Sackville, esperando
localizarme allí.
-El señor Maitland dice que primero fue a cobrar su salario.
Gwyn miró a Jason.
-¡Gracie me lo dijo! En la biblioteca. Estaba hablando de su amigo. Pero me dijo tan
poco. -Se volvió hacia lady Mary-. Era a lady Octavia a quien quería
ver, y a nadie más.
Lady Mary sonrió.
-Sí. A Gracie la impresionó mucho cuando lady Octavia fue a la casa y se negó a
marcharse hasta que le permitieron verme. No recuerdo nada. En todo caso yo
no le había hablado a Gracie de la caja. Creía que cuanta menos gente lo supiera
mejor. Ella es nerviosa y se asusta con facilidad.
Jason se acomodó en la silla.
-Parece que confiaba mucho en Johnny -dijo. -Oh, sí. Le prometí una
recompensa de cien guineas el día que me instalara en la casita de Hampstead.
Pobre Johnny. Realmente deseaba esa recompensa. De haber sabido hasta
dónde sería capaz de llegar Hugo, nunca se lo habría dicho.
Después de un largo silencio, Gwyn dijo: -¿Qué piensa hacer ahora?
-No lo he pensado todavía. Creo que me limitaré a disfrutar de la belleza que
Williard creó para mí. Después ya veremos.
Se pasaron una hora admirando la casa y los jardines, pero lady Mary no pudo
convencerlos para que se quedaran a pasar la noche. Gwyn estaba deseosa de
volver a casa, con su hijo, y nada podía hacerla cambiar de opinión.

252
Solo quedaba un pequeño asunto por resolver y era recuperar su propio abrigo,
el abrigo que Gracie se había llevado el día de puertas abiertas de la biblioteca.
Gracie se llevó una mano a la boca.
-Es... es que tuve que tirarlo -dijo-. Piense que tardé una semana en llegar aquí.
Lo hice casi siempre andando. Y dormía en los graneros. El abrigo estaba
asqueroso y cuando lo lavé, se encogió. Ya no servía para nada.
Gwyn no dejó de sonreír, pero Jason se dio cuenta de su desilusión, y esperó a
que estuvieran en el carruaje para mencionarlo.
-No deberías enfadarte con Gracie. -¿Qué?
-Para Gracie, solo eres la amable dama que conoció en la biblioteca. No sabe los
tormentos que has sufrido por ella. Para ella tu abrigo no tiene más significa do
que, simplemente, un abrigo. Mientras que para ti el abrigo de Gracie se
convirtió en algo sagrado como el Santo Grial.
Gwyn se rió sinceramente.
-Tienes un poco de razón, pero no es por eso que me he molestado. No te das
cuenta de que soy la única mujer de Inglaterra que no posee un abrigo.
-Cuando nos casemos te compraré una docena de abrigos.
-Y yo te recordaré esta promesa. Pero te advierto que no soy barata. Diez mil
libras, Jason, esa es la cifra que tendrás que pagar para saldar mis deudas.
Estoy hablando del legado. Ahora es legalmente mío, de modo que no puedo
devolverlo. Pero espero que le devuelvas el capital al donante, si algún día
descubrimos quién es.
-¡El legado! -dijo él-. Me había olvidado de él. -¡No fuiste a ver al abogado ayer!
¡Me dijiste que irías!
-No, vi al ayudante, y le puse el miedo en el cuerpo. Judith Dudley. Es el nombre
que me dio. Judith -dijo-. ¡Debería haberlo adivinado! Lady Mary entró en el
comedor y miró el retrato que había sobre la chimenea. La muchacha del retrato
le sonreía. Apenas se reconocía.
«¿Qué piensa hacer ahora?»
Meditó sobre la pregunta de Gwyn un buen rato. Había tantas cosas que había
querido hacer, tantas cosas que no había intentado. La cuestión era si resultaba
demasiado tarde para empezar. Tenía cuarenta y cuatro años. No desbordaba

253
confianza en sí misma, precisamente. No tenía muchos amigos. Siempre había sido
tímida de natural. Williard había visto algo en ella que nadie más había visto.
El mundo es tu ostra, Mary, le había dicho él en una ocasión. Así es como había
vivido su vida. Era un hombre tan vital y compasivo. Le había hecho desear com-
partir sus deseos de vivir.
Y había que verla ahora.
Si Williard pudiera verla, la reprendería. ¿Qué le diría? Diría... diría que se había
enfrentado a uno de los hombres más crueles de Inglaterra y le había vencido. Eso
debía contar para algo.
Pero de no haber sido por Gwyneth... El mundo es tu ostra, Mary.
¿Lo era? Tenía amigas en la Biblioteca para Damas. Y la necesidad era enorme.
Nunca había suficiente dinero para ayudar a las mujeres en dificultades, y nunca
había suficientes personas ayudando. Y si las ambiciones de lady Octavia de
cambiar las leyes de matrimonio de Inglaterra tenían que llegar al Parlamento,
necesitaría mucho dinero, y energía, y obstinación, y ganas...
Se detuvo en aquel punto.
Un paso, prometió a la muchacha del retrato. Haré un paso, y después otro. Hablaré
con Gwyneth, y después de eso, tú y Williard estaréis satisfechos. Luego ya
veremos.

Capítulo 27

Ya era tarde cuando llegaron a Londres, de modo que se quedaron en el Clarendon


a pasar la noche. Gwyn quería marcharse a Haddo a primera hora, pero Jason tenía
otras ideas. Tenía la licencia especial en el bolsillo. No veía por qué no podían
casarse enseguida, antes de volver a casa. Todo lo demás podía esperar a su
conveniencia: comprar el vestido de novia; las fiestas; el baile que debería
celebrar en Haddo en honor a Gwyn. Y si conocía a su abuela, si no estaban

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casados cuando llega~ tan a casa, insistiría en una gran boda que llevaría semanas
preparar, y ninguno de los dos deseaba esperar.
Y así lo hicieron, sencilla y simplemente, en la iglesia de Saint james en Piccadilly.
Fue de gran ayuda, por supuesto, que Jason conociera al párroco.
Iniciaron el camino muy animados, pero Jason tardó poco en caer en un silencio
reflexivo.
-¿Qué pasa? -preguntó Gwyn-. ¿En qué piensas? -Pienso en Mark -dijo-. Te ha
tenido para él solo tanto tiempo. ¿Y si me ve como un rival?
Ya habían hablado de esto. Ella le acarició la mano. -Estoy segura de que te
preocupas por nada. A Mark le gustas. Te admira.
-Como el primo Jason. Pero no como marido de su madre. Y no como su padre. -
Volvió la cabeza para mirarla-. Si Nigel Barrie hubiera sido mi padre, no
desearía tener otro padre por nada de mundo.
Las dudas de él empezaban a hacer mella en ella. -Hablaré con Mark -dijo--. Le
explicaré la suerte que tiene. Se lo haré comprender.
-No -dijo Jason-. Yo hablaré con Mark. Tenemos que arreglarlo entre los dos.
No quiero que empecemos con mal pie, y contigo de intermediaria. -¿Qué le
dirás?
-Ya pensaré en algo. Llegaron a Haddo a media tarde, justo cuando Mark iba a
guardar su poni en el establo. Los pies de Gwyn apenas tocaban el suelo cuando
corrió al encuentro de su hijo.
-¡Mark! -gritó-. ¡Mark! -Mamá. Has vuelto antes.
Gwyn se agachó delante de él, absorbiendo la visión de su querida cara, y le
abrazó.
-¡Mamá! -Mark se resistió y se deshizo de ella-. Mamá, no conoces a Jonathan -
dijo-. Es primo de la señorita Dudley.
Gwyn se sentó en cuclillas. Brandon estaba allí, en su montura, pero el niño que
parecía tener la misma edad que Mark también montaba su poni.
Se tocó la gorra
-¿Cómo está, señora Barrie? -dijo.
Aquel era un buen momento para decirle a su hijo que ella y Jason se habían
casado.
-¿Cómo estás, Jonathan? -dijo ella. -Y este es mi primo Jason -dijo Mark.

255
Mark casi no podía esperar a que terminaran los saludos. A la primera pausa de
la conversación, explotó: Jonathan y yo tenemos huevos de rana y se con-
vertirán en renacuajos. Y... ',y Maisie tuvo un potrillo el otro día. Le pusimos
Sponger. No me acuerdo por qué. Y mamá, primo Jason, ya camina, y solo tiene
tres días.
-Parece que lo has pasado la mar de bien mientras hemos estado fuera -dijo
Jason.
-Sí, y esto no es todo...
-Mark -dijo Brandon, riendo-, dales tiempo a tu madre y al primo Jason de
recuperar el aliento. Meted a los ponis en el establo y cepilladlos. Vendré
ensegui da, y después nos encontraremos en casa y nos contaremos las
novedades.
Mark y• Jonathan se marcharon charlando, sin mirar atrás.
Jason estrechó a Gwyn por el hombro.
-Me temo que hemos encontrado a otra Gracie -dijo tristemente.
Sus ojos fueron hacia Mark y Jonathan.
-Y no me gustaría que fuera de otro modo... creo. Miró a Jason. La miró a ella.
Todos se rieron. Brandon estaba perdiendo la paciencia.
-Bien, ¿cómo os ha ido en Londres? -Todo ha terminado, Brandon -dijo Jason. -
¡Cuánto rne alegro! ¿Qué ha pasado? -Tardaremos una hora en darte todos los
detalles. Por ahora, que sepas que Harry ha muerto. -Es la mejor noticia que he
oído hace años. -¿Qué ha pasado en Haddo? -preguntó Gwyn.
-Pues no mucho. Judith ha venido cada día con Jonathan. Mark, ya lo ves, no ha
tenido tiempo de echarte de menos. Oh, sí, y la madre de Judith también ha
sido una frecuente visita. -Se tocó la sien con un dedo-. Las dos están locas.
Debe de ser cosa de familia. Siguen planeando una boda en junio. El problema
es que no tienen novio.
-Bueno, eso es fácil de arreglar, Brandon --dijo Gwyn riendo.
--Ahora estás hablando como ellas. Encontrarás a Judith en el salón. Creo que
está mirando muestras para su vestido de novia en La Belle Asseniblée. ¡Le deseo
suerte! La abuela está descansando. Sophie ha salido a montar, pero no os
preocupéis, la acompaña un mozo. -Bien -dijo Gwyn-. Quiero hablar con Judith
en privado.

256
Brandon arqueó las cejas. -Parece serio. -Bueno, lo es, creo. -Enseguida estoy
con vosotros. -No es necesario...
Pero Brandon hizo como que no oía las palabras de Gwyn. Se fue cabalgando al
establo.
Cuando Gwyn y Jason entraron en la sala, Judith cogió un ejemplar de La Belle
Assemblée, se sobresaltó, y después lo soltó teatralmente.
-Por un momento te he confundido con Brandon, Jason -dijo riendo.
-Eso explica por qué estás mirando muestras de vestidos de novia -dijo Jason.
-Siempre pica -dijo Judith alegremente-, ¿cómo voy a resistirme? -Se levantó y
fue a recibirlos-. Ya veo por vuestro aspecto que todo ha ido bien.
-Mejor que bien -dijo Jason-. El hombre que atacó a Gwyn está muerto. Ya no
hay peligro y Gwyn puede llevar una vida normal.
-Es una noticia estupenda. Contádmelo todo. -Te lo contaremos -dijo Gwyn-,
cuando llegue Brandon. -Cogió las manos de Judith y las apretó-. Jason fue a
ver a nuestro abogado, Judith, y lo sabemos todo.
Judith la miró desorientada. -¿El abogado?
-Hablo del legado, Judith. Las diez mil libras. Ahora sé que venían de ti.
Cuando Judith se apartó, Gwyn le soltó las manos. -Fuiste muy amable -dijo
Gwyn-, extremadamente generosa. Pero no puedo aceptarlo.
Judith retrocedió otro paso y meneó la cabeza. -Estás confundida. Oh, no sé
cómo explicarlo. -No te acusamos de nada, Judith -dijo Jason--. Solo decimos
que ya no es necesario. Y que queremos devolvértelo.
-Oh, esto es muy embarazoso. --Se calló al oír pasos en el vestíbulo. Se abrió la
puerta y Brandon entró con la abuela Radley del brazo.
Ella miró la cara de Judith y dijo:
-¿Han descubierto nuestro pequeño secreto, Judith? -Me temo que sí.
-Es lo que me temí cuando Brandon me dijo que Gwyn quería hablar contigo en
privado. Bueno, vete, muchacha. Tú también, Brandon. Lo que tengo que decir es
solo para los oídos de Jason y Gwyn.
Cuando Judith salió del salón, Brandon la siguió. La encontró en la escalera
principal.
-¿Dejarás de huir y me contarás qué sucede? -Y para asegurarse de que le
obedecía, la cogió de un brazo y la hizo volver de cara a él.

257
-¿Y bien? -dijo. -Es el legado.
Brandon sabía lo del legado porque Jason se lo había contado. Pero no sabía que
Judith lo sabía. -¿Quién te habló del legado? ¿Fue Gwyn? -No. Yo fui la que lo
organizó.
Brandon se mostró incrédulo.
-¿Tú pusiste diez mil libras a nombre de Gwyn? ¿Cómo pudiste hacer tal cosa?
Piensa en sus sentimientos. Es pobre, pero es orgullosa. ¿Es que no tienes sen-
tido común, muchacha?
Ella se soltó el brazo.
-¡No seas absurdo! ¿De dónde iba a sacar yo diez mil libras? -Dio media vuelta y
se alejó a toda prisa. Él la detuvo esta vez colocándose frente a ella, im-
pidiéndole el paso.
-¿Qué quieres decir «de dónde iba a sacar yo diez mil libras»? Todo el mundo
sabe que estás podrida de dinero. Dos caballeros te dejaron todo su dinero. Ella
contestó enfadada.
-Sí, claro, todo su dinero después de pagar sus deudas. Creo que alcanzaba la
cifra de mil libras. -No te creo.
-¿Tengo aspecto de tener dinero? -gritó Judith-. ¡No ves cómo visto! ¡No ves
cómo vivo! Mi madre y yo somos pobres como ratas.
-Pero vivís así porque sois excéntricas.
Ella le echó una mirada dura y se coló por su lado. -¿Por qué mentiste? -gritó él.
Ella se volvió a medias.
-Para parecer más interesante. Para que no me miraran con compasión. No lo sé,
la verdad. Pero ahora ya me he cansado.
Con una zancada Brandon se puso a su lado. -¿Significa eso que no puedes
comprarme una docena de carruajes?
-Brandon, ¡no puedo ni comprarte los arneses para un caballo!
Con una gran risotada, él la cogió entre sus brazos y la besó. Cuando la soltó,
dijo:
-¡Tonta! Ahora puedo decírtelo por fin: te quiero, Judith Dudley.
-Nunca creí que caerías tan bajo. Sabes que te desagrado intensamente -soltó
ella.

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-Lo que me desagradaba -dijo Brandon- era la idea de que intentaras
controlarme con tu dinero. Ahora que eso ya no es un problema, no hay nada que
nos impida casarnos.
-Ah. ¿De qué viviremos? -Tengo una finca en Hampshire. -Una ruina, según dicen.
Brandon sonrió.
-Ah, pero ahora estoy a punto de casarme. Sentaré la cabeza y la haré rentable.
Ju, no soy un muerto de hambre, ni mucho menos. Tendrás tu boda en junio y ese
vestido de La Belle Assemblée. No echarás nada de menos siendo mi esposa.
Ella todavía estaba enfadada.
-Nunca me casaría con un hombre por dinero. -Espero que no. O sea que cásate
conmigo por amor.
Ella buscó sus ojos, vio en ellos lo que quería, y dijo: -Te amo con todo mi corazón,
Brandon Radley. -Oh, Ju, eso es todo lo que deseaba oír. ¿Por qué no podías
haberlo dicho hace meses?
-Oh, siéntate Jason, y tú también, Gwyn. Me estás dando tortícolis. -La abuela
Radley esperó hasta que obedecieron sus órdenes-. Así me gusta. De modo que
habéis descubierto mi pequeño secreto.
Gwyn tenía la cabeza hecha un lío. Podía aceptar que Judith fuera su benefactora,
pero no que lo fuera la tirana que había gobernado su infancia. Nunca había hecho
nada a derechas a ojos de la abuela Radley.
Jason evidentemente no compartía su escepticismo. -Pero ¿por qué el secretismo?
-preguntó-. ¿Por qué no hacerlo abiertamente y sin tapujos?
-¿Crees que Gwyn habría aceptado un penique de mí? Por supuesto que no. Siempre
le he desagradado. -¡Eso no es verdad! -gritó Gwyn.
-Ahora puede que no, porque sabes lo difícil que es criar a un hijo sola. Pero
cuando vine a Haddo, me encontré con cinco niños que criar. Sí, claro, estaba
vuestro guardián, Felix Radley. Pero apenas asomaba la nariz por Haddo. Toda la
carga caía sobre mí. No me quejo. Lo único que quiero que entiendas es lo que
representaba para mí. No podía bajar la guardia ni un momento.
Gwyn nunca lo había pensado desde este punto de vista. Intentó imaginarse
criando a cinco niños ella sola, y su respeto por la anciana dama subió varios
puntos.

259
-De acuerdo, has explicado por qué era necesario mantenerlo en secreto -dijo
Jason-. Pero ¿por qué lo hiciste? ¿Cómo conocías la situación de Gwyn? ¡Oh!
Claro, por Judith.
-Sí, Judith. Su madre es íntima amiga mía. Oh, no debes pensar que Judith
cotilleaba acerca de ti, Gwyn. Ella te admira. Pero por lo que decía, no tuve
ninguna duda de que necesitabas que alguien te echara una mano. No quería
utilizar a mi propio abogado porque está en Brighton. Te habrías dado cuenta
de que el legado procedía de alguien de Haddo. De modo que Judith se convirtió
en mi mensajera y utilizó a su propio abogado.
Jason se echó atrás en la silla, estiró las piernas y se miró las botas.
-Hay algo que no entiendo -dijo. Miró a su abuela-. ¿Por qué era necesario que
yo localizara a Gwyn? ¿Por qué no le diste su dirección al abogado? Judith de-
bió decirte que Gwyn vivía en Sutton Row.
-Habría sido demasiado fácil. Habrías sabido inmediatamente que Judith
estaba involucrada. No quería que la cosieras a preguntas.
-No, ¡porque me habría mandado directamente a ti! La única respuesta de su
abuela fue un ceño fruncido. -Abuela -dijo Jason-, ¿por casualidad no estarías
jugando a la casamentera?
La pregunta no hizo perder la calma a la abuela Radley.
-Tenía esperanzas, por supuesto, pero sinceramente puedo decir que mi
objetivo principal era corregir todo el mal que os hice a los dos.
-¿Qué mal? -preguntó Gwyn.
-De no haber sido por mí, te habrías casado con Jason hace mucho tiempo. No te
habrías fugado. Habrías sido la señora de Haddo. Mark habría sido hijo de Jason.
Ya lo ves, Gwyneth, sentía que estaba en deuda contigo.
Gwyn meneó la cabeza.
-Oh, no, abuela. Te equivocas. Yo no significaba nada para Jason.
La anciana soltó una risita burlona casi inaudible. -Muchacha, no sabes nada de los
hombres si crees eso. Jason quizá te engañó con su lista de conquistas, pero yo le
conocía bien, y te conocía bien. Sabía que Jason te amaba y que tú le amabas. Mi
error fue creer que se trataba de un amor juvenil que se desvanecería con el
tiempo. Entonces George murió, y no hubo tiempo para que el enamoramiento se

260
desvaneciera. Gwyn miró a Jason, pero él estaba examinando intensamente un botón
flojo de su chaqueta. El pulso se le aceleró.
Al poco rato, la abuela Radley siguió.
-Creía de verdad que la única salvación para todos como familia era que Jason se
casara con una heredera y pagara las deudas. De modo que le hice creer que ama
bas a George, aunque sabía que no era verdad. -Miró a Gwyn-. Y a ti te dije que
Jason estaba comprometido con una joven, no recuerdo su nombre.
-Charlotte Roberts -dijo Gwyn.
-En mi propia defensa, diré que pensé que era solo cuestión de tiempo antes de que
se anunciara el compromiso, y deseaba prepararte para lo peor.
Hasta este punto su voz se había mantenido bastante serena, pero entonces se
volvió ronca.
-Cuando te fugaste con Nigel Barrie, me quedé desolada. Entonces me di cuenta de
cuánto llegabas a amar a Jason. Nunca me creí que fueras feliz con tu marido, por
mucho que tus cartas a Trish lo dijeran. Eran demasiado vagas, y demasiado
alegres. Y casi nunca mencionabas a tu marido. Y como Jason no se casó, deduje
que también le había perjudicado a él.
Hubo un largo silencio, hasta que Jason se agitó. -Te estás cargando demasiadas
culpas, abuela. No podías saber lo que yo sentía o lo que sentía Gwyn. Tomamos
nuestras decisiones v cometimos errores. La abuela Radley golpeó el suelo con el
bastón. -Hasta un ciego podía ver lo que sentíais. Gwyn entraba en una habitación,
y el ambiente a tu alrededor, Jason, se volvía cargado. ¿Sabéis las noches de
insomnio que pasé preguntándome cómo acabaría? Los dos erais demasiado jóvenes
para entender lo que os sucedía. -Su voz perdió casi toda la fuerza-. Al menos eso
es lo que creí entonces.
Jason empezaba a divertirse. -¿Y ahora qué crees, abuela? El bastón golpeó otra
vez.
-Ya soy demasiado vieja para noches de insomnio. Soy demasiado vieja para vigilar
los pasillos, y asegurarme de que tú y Gwyneth estáis cada uno en vuestra cama. Y
ya sois bastante mayores para entender lo que os pasa. Francamente, no sé a qué
esperáis. Yo he hecho lo que he podido. Intenté compensaros. No se puede
esperar que haga más. -Calló-. De acuerdo. Lo siento, siento mucho lo que hice.

261
Se apoyó en su bastón y se levantó lentamente. -El abogado dijo que, cuando
llegara el momento, te darías a conocer -dijo Jason-. ¿Cuándo habría sido ese
momento, abuela? Si no lo hubiéramos descubierto. -Cuando os casarais, por
supuesto -soltó la abuela-, lo sabes muy bien.
-¿Quieres decir que tendría que devolverte las diez mil libras que donaste a Gwyn
y a Mark? -preguntó Jason.
-Por supuesto. ¿Qué, si no? Jason se levantó.
-Permite que lo haga inmediatamente. ¿Podrías acompañarme al banco?
Su abuela, de pie como si hubiera echado raíces, dijo con una voz muy fina:
-Quieres decir...
-Sí, abuela. Quiero decir: ¿no vas a felicitarnos? La abuela Radley volvió a
sentarse en la silla. Por un momento su cara se transformó en una expresión de
alegría, pero fue solo un momento. Su lengua volvió a ser tan afilada como siempre.
-¿Lo has hecho a propósito, para quitarme el placer de organizar vuestra boda?
-En absoluto -dijo Jason-. Lo he hecho con el fin de ahorrarte el trabajo de
vigilar los pasillos para asegurarte de que cada uno está en su cama.
Gwyn esperó con cierta ansia que sonara la explosión. La abuela Radley la
sorprendió echándose a reír. -Bien, bien -dijo-. ¿Qué más da? Lo importante es
que os hayáis casado. Por supuesto que os deseo felicidad. Acercaos los dos para
que os bese.
Mark entró en la habitación un poco después, y encontró a su madre secándose las
lágrimas y a su abuela sonándose la nariz con un pañuelo de hombre. -¿Qué pasa,
mamá? -gritó-. ¿Qué ha pasado? Gwyn lo miró con un sonrisa llorosa.
-El primo Jason desea decirte algo.

Echó una mirada a Jason y este respiró hondo y se agachó para estar a la altura
de los ojos de Mark. -¿Qué te parecería, Mark, si te dijera que... que...? Jason
miró a Gwyn, que le animó con una sonrisa. Empezó de nuevo-. ¿Mark, te acuerdas
de que me preguntaste por qué no me había casado?
-Sí -dijo Mark-. Me dijiste que esperabas a que se presentara tu Encantadora
Princesa.
-Pues ya se ha presentado. Y me he casado con ella. Mark...
-¡Oh, no! -Mark hizo pucheros-. Esperaba, rogaba, que te casaras con mamá.

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Gwyn y Jason estaban de pie junto a la cama, mirando a su hijo dormido.
-¿Quién habría dicho que sería tan fácil? -comentó Jason.
Gwyn apagó la vela, y cogidos del brazo, caminaron por el pasillo hacia el
dormitorio de Gwyn.
-Yo -dijo Gwyn-. Ya te dije que Mark te tenía en un pedestal.
-Le pregunté si le gustaría llamarme papá en lugar de primo Jason, y no ha
parado de llamarme papá en toda la noche.
-No dejes que se te suba a la cabeza. Ahora se cree que soy la Encantadora
Princesa.
Entraron en la habitación y cerraron la puerta. Jason levantó a su esposa en
brazos. Los dos sonreían. -Mira, no estaré del todo satisfecho hasta que Mark
sepa que soy su padre de verdad.
-No creo que eso sea un gran problema. Me preocupa más la abuela. ¿Cómo vamos
a decírselo? ¿Cómo vamos a decirle que Mark es su nieto?
Jason chasqueó la lengua.
-Ya lo sabe. No, yo no se lo he dicho. Pero conozco a mi abuela. Gwyn, solo tienes
que verla cuando está con Mark para saberlo.
-Oh.
-No va a acusarnos de nada. Querrá que lo sepa todo el mundo. Lo mismo que yo.
Gwyn se desabrochó el vestido, se lo quitó y condujo a Jason a la cama.
-No quiero hablar de Mark y la abuela -dijo-. Quiero hablar de nosotros.
-Y yo no quiero hablar.
Jason, uno de los dos tiene que ser el primero en decir esas dos palabritas, y creo
que deberías ser tú. Jason se rascó la barbilla.
-Yo pensaba lo mismo, pero al revés. Creo que tú debes decirme esas palabras.
-¿Por qué?
Él se estiró a su lado y con la familiaridad del amante le besó el hueco de la
garganta, haciéndola temblar. -Porque me lo debes, Gwyn -dijo. Le besó los labios,
silenciando su protesta-. Me lo debes por todas esas malas sustitutas que me vi
forzado a utilizar porque no podía tenerte a ti; me lo debes por todos esos años
vacíos cuando creía que eras feliz con Barrie, sin dedicarme ni un pensamiento; me
lo debes por hacer que me enamorara de ti, otra vez, cuando pensaba que ya lo
había superado. O sea que ya ves que te toca decirlo primero.

263
Gwyn estaba encantada.
-Bueno, si lo planteas así, supongo que es justo. Te quiero, Jason Radley. Siempre
te he querido y siempre te querré. ¿Qué? ¿Me lo vas a decir a mí?
-Creía que ya lo había hecho. -Hizo una mueca cuando ella le dio un puñetazo en el
hombro-. Te quiero -dijo rápidamente cuando ella iba a golpearle otra vez.
Tras varios minutos de placentera actividad, él levantó la cabeza y la miró.
-Estás diferente -dijo-. Estás más seguro de mí ahora, ¿verdad?
Su sonrisa era suficiente.

-Oh, sí, la abuela me ha abierto los ojos a tantas cosas que antes no entendía. Y tú
no las has contradicho. De modo que supe que tenía que ser verdad. Todos esos
años me has amado.
-Sí, bueno, ella también me ha abierto los ojos a mí sobre algunas cosas de ti. Solo
que...
Gwyn le tapó los labios con los dedos.
-¿A quién le importan los «solo que»? Estamos aquí, en nuestra casa. -Le miró con
la cara radiante de amor-. Ha llegado nuestro turno. Aprovechémoslo.
-Eso pretendo -dijo, y con una sonrisa maliciosa, empezó a desnudarse.Jason
estaba despierto mientras Gwyn dormía. Le acarició el pelo, le besó la comisura de
los labios, y sonrió cuando ella resopló e intentó apartarse de él. No lo permitiría.
Nunca volvería a apartarse de él.
Le parecía increíble, estar echado con su esposa en los brazos. Cómo habían
cambiado las cosas. Al día siguiente, decidió, daría las gracias a su abuela por el pa
pel que había tenido en su reencuentro. Por mucho que hubiera hablado de
compensarlos, él sabía que jugaba a hacer de casamentera.
Tenía que darle las gracias a otra persona, y era Richard Maitland. Gwyn apenas
había mencionado su nombre en los dos últimos días. Ya lo haría cuando lle gara el
momento. Gwyn tenía que ver que eran los hombres como Richard los que hacían
posible que ellos durmieran tranquilamente en sus camas por la noche.
Gwyn se agitó y emitió resoplidos que se acercaban peligrosamente a ronquidos.
Por alguna oscura razón, a Jason le pareció delicioso.
Con los labios cerca de su oído, susurró: -No eres la Encantadora Princesa.
-Mmm -Gwyn parpadeó-. ¿Qué has dicho? -He dicho, querida esposa, que eres la
Reina de mi Corazón.

264
Epílogo

Richard Maitland leyó la carta de Jason, la dobló, y distraídamente la usó para


golpear la mesa. No sucedía a menudo que le dieran las gracias por cumplir con su
trabajo. Le hacía sentir un poco mejor acerca de lord Ivan, un poco mejor acerca
de la atormentada entrevista que había tenido con el padre de lord Ivan.
De modo que Jason se había casado con Gwyneth Barrie. Sintió una punzada de
pesar. Le gustaba, le gustaba de verdad. Y a ella le gustaba él, hasta que había
presenciado lo que ella debió de ver como una ejecución. Desde entonces se
había enfriado visiblemente. Estaba acostumbrado.
Pero no había sido una ejecución. Había sido un suicidio. Lord Ivan no quería ser
capturado vivo. No podía enfrentarse a la vergüenza.
Apartó la carta. Tenía un permiso dentro de poco. Sería un alivio alejarse del
asesinato y la violencia por una temporada. Podría pescar, escalar algún pico,
respi rar el aire puro y sin contaminar de las Highlands escocesas; mezclarse con
personas corrientes y decentes. Miró la carpeta sobre su mesa. Era un caso
nuevo. No sabía por qué dudaba. Sabía que no dejaría que nadie saliera impune de
un crimen si podía evitarlo. Abrió la carpeta y empezó a leer.

FIN

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