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El problema de la cabeza
y otros textos
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Índice
El problema de la cabeza /7
Tres consignas / 13
Ir a las masas en vez de partir de sí / 15
Para ser totalmente claros / 17
Las momias / 19
Las razones para la operación y aquellas
de la derrota / 20
La vanguardia como sujeto y
representación / 23
La vanguardia como reacción / 27
La «oscura intimidad del hueco del zapato» / 31
La cuestión del cómo / 33
El mundo-ya-no-mundo / 35
¡Trata de estar presente! / 37
La museificación del mundo / 39
Realización de la vanguardia / 41
Epilogo / 43
¿Cómo hacer? / 47
Ma noi ci saremo / 71
Tesis (como una canción infantil) / 75
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El problema de la
cabeza*
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bates de orientación, las campañas de agitación y las esci-
siones son los puntos de referencia que llevan a su fracaso.
Desgarrada entre el estado presente del mundo y su estado
final hacia el cual la vanguardia debe conducir al rebaño
humano, descuartizada en la sofocante tensión entre lo que
es y lo que debería ser, extraviada en la autoteatrilización or-
ganizacional de sí, en la contemplación verbal de su propia
potencia proyectada en el cielo de las masas y la Historia,
fallando constantemente para no vivir nada, si no es por la
mediación de la representación siempre-ya histórica de cada
uno de sus movimientos, la vanguardia gira alrededor de la
ignorancia de sí que la consume. Hasta que se colapsa, por
debajo de todo nacimiento, sin siquiera haber alcanzado su
propio comienzo. La pregunta más ingenua sobre las van-
guardias —la de saber a la vanguardia de qué, exactamente,
se considerarían— encuentra aquí su respuesta: las van-
guardias están primero que nada a la vanguardia de sí mis-
mas, persiguiéndose.
Hablo aquí como quien participa dentro del caos que
se desarrolla actualmente alrededor de Tiqqun. No diré «no-
sotros», ya que nadie podría, sin usurpación, hablar en
nombre de una aventura colectiva. Lo mejor que yo puedo
hacer es hablar anónimamente, no de sino en la experiencia
que hago. La vanguardia, en cualquier caso, no será tratada
como un demonio exterior del cual habría siempre que cui-
darse.
Existe, entonces, una comprensión vanguardista de
las «vanguardias», una gesta de las «vanguardias» que no es
en ningún momento distinta de la vanguardia misma. No
se explicaría, sin esto, que los artículos, estudios, ensayos y
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hagiografías de los que siguen siendo objeto puedan inva-
riablemente dejar la misma impresión de trabajo de se-
gunda mano, de especulación supletoria. Se trata entonces
de que se escribe sólo la historia de una historia, de que so-
bre aquello que se discurre es en este caso ya un discurso.
Cualquiera que haya sido seducido un día por una de
las vanguardias, cualquiera que haya sido colmado por su
leyenda autárquica, no ha dejado de experimentar, al con-
tacto de este o aquel profano, este vértigo: el grado de indi-
ferencia de la masa de los hombres con su sitio, el carácter
impenetrable de esta indiferencia y por debajo de todo esa
insolente felicidad que los no-iniciados osan, a pesar de
todo, manifestar en su ignorancia. Así, el vértigo del que
hablo no es lo que separa dos consciencias divergentes de
la realidad, sino dos estructuras distintas de la presencia —
una que reposa en sí misma, y otra que se encuentra como
suspendida en una infinita proyección más allá de sí.
Aquí se comprende que la vanguardia es un régimen
de subjetivación, y de ningún modo una realidad sustan-
cial.
Es inútil precisar que para caracterizar este régimen
de subjetivación, será necesario previamente extraerlo; y
que aquel que consienta con este desvío se expone a la pér-
dida de un gran número de encantamientos, y raramente
en ser parte de una melancolía sin retorno. Visto desde este
ángulo, en efecto, el universo brillante y virtuoso de las van-
guardias ofrece más bien el aspecto de una idealidad espec-
tral, de un montón maloliente de anteformas arrugadas.
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El que quiera encontrar algo aceptable en esta visión
deberá entonces colocarse en una especie de calculada in-
genuidad, bien hecha para disipar tan compactas brumas
de nada. A esta comprensión sensible de las vanguardias res-
ponde un abrupto sentimiento de nuestra común terrenali-
dad.
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Tres consignas
14
Ir a las masas en vez
de partir de sí
16
Para ser totalmente claros
17
lo reprimido esencial de la vanguardia, y mide toda la dis-
tancia que, en el primer surrealismo por ejemplo, separa a
la rue Fontaine de la rue du Château. Es así que desde la
muerte de Breton, los que no renunciaron a reivindicarse
del surrealismo tienden a definirlo como una «civilización»
(Bounoure) o más sobriamente como un «estilo», a la ma-
nera del barroco, el clasicismo o el romanticismo. La pala-
bra constelación podría ser más apropiada. Y de hecho, es
incontestable que el surrealismo no ha dejado de vivir,
tanto que estaba vivo, de la represión de su propensión a
volverse mundo, a darse una positividad.
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Las momias
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Las razones para la operación y
aquellas de la derrota
21
llamaban «una práctica», en Estrasburgo, en el contexto es-
tudiantil, en 1966, para que cayeran brutalmente en el obre-
rismo, treinta años después del derrumbamiento histórico
del movimiento obrero.
22
La vanguardia como sujeto y como
representación
23
Se llevará a cabo especialmente, y de una manera cada vez
más mística, por las sucesivas corrientes de la vanguardia
rusa de los años 20, desde el LEF2 hasta el OPOJAZ3,
desde el suprematismo hasta el produccionismo, pasando
por el constructivismo. Se trata entonces, por la modifica-
ción radical de las condiciones de existencia, de forjar una
nueva humanidad, la «humanidad blanca» de la que habló
Malévich. Pero la vanguardia, estando unida por una rela-
ción de negación de la cultura tradicional y por lo tanto al
pasado, no podía realizar este programa. Como Moisés,
podía llevar adelante su sueño, pero no lograrlo. El rol de
«arquitecto de la nueva vida», de «ingeniero del alma hu-
mana», nunca debía regresarle, precisamente a causa de lo
que le ataba, aunque sea por rechazo, al arte antiguo. Su
proyecto, que sólo el Partido podía realizar y cuya vanguar-
dia nunca dejó de reclamar que lo pusiera a trabajar, pro-
yecto que iba a utilizar e iba a estar al servicio de la cons-
trucción de la nueva sociedad socialista. Maiakovski exigía
sin malicia que «la pluma sea asimilada a la bayoneta y que
el escritor sea capaz, como en cualquier otra empresa so-
viética, de rendir cuentas con el Partido aumentando “los
cien tomos de los informes del Partido”». Nada impactante,
desde entonces, que la resolución del Comité Central del
Partido del 23 de abril de 1932, que pronunciaba la disolu-
ción de todas las agrupaciones artísticas, fuera saludada por
una gran parte de los vanguardistas rusos. El Partido, en
este primer plan quinquenal, ¿acaso no tomaba, con su con-
signa «transformación de toda la vida», el proyecto estético
máximo de la vanguardia? Consintiendo para reprimir y así
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reconocer las actividades y desviaciones estéticas de la van-
guardia como políticas, ¿el Partido acaso no avalaba el rol de
artista colectivo, para el cual el país entero no sería en ade-
lante más que la materia en la cual impondría la forma de
su plan general de organización? En realidad, lo que uno
interpreta a menudo como la liquidación autoritaria de la
vanguardia, y lo que uno debería considerar más exacta-
mente como su suicidio, fue más bien el comienzo de la
realización de su programa. «La estetización de la política
era sólo, para la dirección del Partido, una reacción a la
politización de la estética por la vanguardia» (Boris
Groys, Obra de arte total Stalin). Así, con esta resolución, el
Partido se volvía explícitamente la cabeza, la cabeza que a
falta de un cuerpo vendría ella misma a formarse uno
nuevo, ex nihilo. La circularidad inmanente de la causali-
dad marxista, que quiere que las condiciones de existencia
determinen la conciencia de los hombres y que los hombres
formen ellos mismos, aunque inconscientemente, sus con-
diciones de existencia, sólo dejaba al Partido, para justificar
su pretensión demiúrgica de una reconstrucción total de la
realidad, el punto de vista del Creador soberano, del sujeto
estético absoluto. El realismo socialista, en el cual se pre-
tende ver un retorno a la figuración folclórica, al clasicismo
en materia artística, y más generalmente a «la cultura esta-
linista —observa Groys— si la consideramos en la perspec-
tiva de una reflexión teórica de la vanguardia sobre sí
misma, aparece más bien como su radicalización y como
su superación formal». El recurso a elementos clásicos, de-
nostados por la vanguardia, sólo marca la soberanía de esta
superación, de este gran salto en el tiempo poshistórico,
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donde todos los elementos estéticos del pasado pueden ser
igualmente prestados, aprovechados, para el agrado de la
utilidad que encuentra aquí una sociedad totalmente iné-
dita, sin atadura, y de este modo sin odio hacia la historia
pasada. Todo el vanguardismo posterior no renunciará ja-
más a esta perspectiva prometeica, a este proyecto de una
reelaboración total del mundo; y de este modo a conside-
rarse a sí mismo como un sujeto soberano, a la vez contem-
poráneo con su tiempo y alejado de él por una necesaria
distancia estética. Lo cómico creciente del asunto era cier-
tamente que los aspirantes vanguardistas no percibían, a
partir de 1945, que la hipótesis cibernética, decapitando a
la hipótesis liberal, había suprimido el problema de la ca-
beza, y que era por tanto cada día más vano vanagloriarse
por responder. Las últimas intrigas de la vanguardia fueron
así igualmente golpeadas con el mismo sello de grotesca
inactualidad, de fallido remake. Esto es sin duda lo que que-
rían decir los autores de la única crítica interna de la IS que
apareció en sus tiempos, El único y su propiedad, cuando es-
cribían: «Todas las vanguardias son dependientes del viejo
mundo, al que enmascaran la decrepitud bajo su ilusoria
juventud. […] La Internacional Situacionista es la conjun-
ción de las vanguardias en el vanguardismo. Ha confun-
dido la amalgama de todas las vanguardias con la síntesis y
la reanudación de todas las corrientes radicales del pa-
sado». El folleto, publicado en Estrasburgo en 1967, tenía
el subtítulo de Para una crítica del vanguardismo. Denunciaba
la ideología de la coherencia, la comunicación, la democra-
26
cia interna y la transparencia, por lo que un grupúsculo es-
pectralizado se mantuvo sobreviviendo artificialmente, a
fuerza de voluntarismo.
La vanguardia como
reacción
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ción masculina al carácter inhabitable del mundo que la Má-
quina Imperial comienza a acondicionar, como voluntad
de reapropiarse el no-mundo de la técnica autónoma. La
vanguardia nació como reacción al hecho de que toda de-
terminación ha devenido una burla en el seno de la fungi-
bilidad mercantil universal. Para la intolerable marginali-
dad humana en el Espectáculo, la vanguardia responde con
la proclamación, la proclamación de sí como centro; procla-
mación que además sólo abole ilusoriamente su carácter
periférico. De allí que la concurrencia desenfrenada, el sín-
drome de la superación crónica y el fetichismo tragicómico
de la pequeña diferencia, que agitan al minúsculo universo
de las vanguardias, ofrezcan finalmente un espectáculo tan
penoso; como lo son las terribles discusiones entre vaga-
bundos, en la noche, a la hora del último metro. Que la
vanguardia haya sido esencialmente un asunto de hombres
debe ser comprendido en estrecha relación a esto. Cierta-
mente, el movimiento de la vanguardia es ampliamente ne-
gativo, es la fuga anticipada, la marcha forzada de la virili-
dad clásica en peligro hacia la ceguera definitiva, hacia una
ignorancia de sí aún más sofisticada que aquella que por
tanto tiempo había distinguido al hombre occidental. La
necesidad de mediar su relación a sí con una representación
—aquella de su lugar en la Historia política o del arte, en el
“movimiento revolucionario”, o más comúnmente en el
grupo vanguardista mismo— corresponde únicamente a la
incapacidad del hombre de vanguardia de HABITAR LA
DETERMINACIÓN, a su acosmismo real. En él la afir-
mación vacía de sí y la profesión de originalidad personal
28
sustituyen ventajosamente a la suposición de su singulari-
dad irrisoria. Por singularidad, entiendo aquí una presencia
que no se relaciona solamente al espacio y el tiempo, sino
a una constelación significante y al acontecimiento en su
corazón. Y esto es así porque no encuentra en ninguna
parte acceso a su propia determinación, a su cuerpo, que la
vanguardia pretende tener la más exacta y magistral repre-
sentación de la vida, es decir que pretende acuñar, absurda-
mente, su nombre en ella (así, uno tiene el derecho a inte-
rrogarse, fuera de la hipótesis gerencial de un ejercicio co-
lectivo de autopersuasión, sobre el sentido de la observa-
ción situacionista «Nuestras ideas están en todas las cabe-
zas»: ¿en qué medida una idea que está en todas las cabezas
puede realmente estar en cualquiera? Pero afortunada-
mente para nosotros, el número 7 de Internacional Situacio-
nista tiene la última palabra sobre este enigma: «Nosotros
somos los representantes de la idea-fuerza de la inmensa
mayoría»). Todo esto se adapta admirablemente, como sa-
bemos, a un hegelianismo que no es más que la expresión
engreída de la ineptitud para asumir su propia singularidad
en su carácter cualquiera —recordaremos oportunamente,
en este asunto, el comienzo de la Fenomenología del Espíritu,
cuyo gesto inaugural (verdadero truco de malabarista
manco) consiste en descalificar la determinidad: «Lo uni-
versal es, pues, lo verdadero de la certeza sensible; […] ya
que al decir yo digo este yo singular, digo en general todos
los yo». Que la implosión y la disolución de la IS coincidan
exactamente con la posibilidad histórica de perderse en su
tiempo, de participar en él de manera determinante, es el
destino previsible de los que se apresuraron a escribir sobre
29
el mayo de 1968: «Los situacionistas […] habían previsto
muy exactamente desde hace muchos años la explosión ac-
tual y sus consecuencias. […] La teoría radical fue confir-
mada» (Enragés y situacionistas en el movimiento de las ocupa-
ciones). Como vemos: la utopía vanguardista nunca ha sido
otra cosa que la anulación final de la vida en el discurso, de
la apropiación del acontecimiento por su representación.
Si, entonces, hacía falta caracterizar el régimen de subjeti-
vación vanguardista, se podría decir que es aquel de la pro-
clamación petrificante, aquel de la impotencia agitada.
30
La «Oscura intimidad del hueco del
zapato»
(Martin Heidegger, Holzwege)
31
torpe, de mónadas esperando a descubrir, a través de este o
aquel choque, su poca afinidad, su íntimo desamparo. Y es
por eso que en toda vanguardia el único momento de ver-
dad es aquel de su disolución. Siempre hay, en el fondo de
las relaciones vanguardistas, ese sustrato de recelo, de im-
penetrable hostilidad que caracteriza a la comunidad terri-
ble. El suicidio de Crevel, la carta de dimisión de Vanei-
gem, la circular de autodisolución de Socialisme ou Barbarie,
el fin de las Brigadas Rojas: siempre el mismo enredo de
desgracia helada. En el mandato, en el «hay que…» escar-
lata, en el manifiesto, resuena idénticamente la esperanza
de que una pura negación pueda dar nacimiento a una de-
terminación, de que un discurso, milagrosamente, haga un
mundo. Pero el gesto de la vanguardia no es el bueno. Nadie
puede nunca tender hacia «la práctica», «la vida» o «la co-
munidad» por la sencilla razón de que cada una está siem-
pre-ya, y de que sólo se trata de asumir cuál práctica, cuál
vida, cuál comunidad está ahí; y de hacerse el portador de
las técnicas apropiadas para modificarlas. Pero lo que está
allí es precisamente, en el régimen de subjetivación van-
guardista, lo inasumible.
32
La cuestión del Cómo
33
de simple mercancías. Y es en este sector que se concen-
trará en adelante toda la atención en otra parte denegada
al cómo, que será como una recolección de toda la significa-
ción perdida de los gestos productivos. El arte será esa ac-
tividad que, al contrario del trabajo, nunca se agotará en su
propio cumplimiento. Esto será la esfera del gesto encantado,
donde la personalidad excepcional del artista aportará al
resto de los hombres, bajo forma de espectáculo, el ejem-
plo de las formas-de-vida, que en adelante tienen prohibido
asumir. Al Arte será así confiado, a cambio de su silencio
y su complicidad, el monopolio del cómo de los actos. La inau-
guración de una esfera autónoma donde el cómo de cada
gesto es interminablemente pesado, analizado, comentado,
desde entonces no ha dejado de enriquecer la proscripción
en el resto de las relaciones sociales alienadas de toda evo-
cación al cómo de la existencia. Allí, en la vida cotidiana,
productiva, «normal», no debe haber más que actos puros,
sin cómo, sin otra realidad que su resultado bruto. El mundo
en su desolación sólo debe ser poblado por objetos que re-
fieran sólo a sí mismos, que lleguen a la presencia sólo
como productos, que no configuren otra constelación de la
presencia que la del reino que les ha manufacturado. Para
que el cómo de ciertos actos devenga artístico, ha hecho así
falta que el cómo de todos los otros actos deje de ser real; y
viceversa. La figura del artista de vanguardia y la de la O.S.
son las figuras polares, así como fantasmagóricas en cuanto
solidarias, de la alienación moderna. El retorno ofensivo de
la cuestión del cómo las encuentra frente a sí como aquello
de lo cual debe igualmente protegerse.
34
El mundo-ya-no-mundo
36
¡Trata de estar presente!
37
tanto esta confusión entre la historia y la filosofía de la his-
toria, confusión que le permite tomarse por la historia
misma. En efecto, todo sucede como si la vanguardia hu-
biera, al suprimirse de su tiempo, invertido una suma, y se
viera enseguida, poshumanamente, remunerada en térmi-
nos de consideración historicista.
38
La museificación del mundo
39
en que toda historia pasada se reúne en una topología de
posiciones entre las cuales nos hace falta aprender a orien-
tarnos ya que no podemos penetrarlas todas, asistimos a la
acreción progresiva de constelaciones. Hombres como Aby
Warburg, con sus tablas de dibujo, o Georges Duthuit, en
su Museo inimaginable, han comenzado a esbozar tales cons-
telaciones, a liberar cada estética de su contenido ético. Los
que en nuestros días se acercan, incluso con insolencia, al
punk de algunos círculos paraexistencialistas de los años de
posguerra, y luego los de la efervescencia gnóstica de los
primeros siglos de nuestra era, no hacen otra cosa, ellos
también. Más allá de la distancia temporal que separa los
puntos de surgimiento, cada una de estas constelaciones
comprende gestos, ritornelos, enunciados, usos, artes de
hacer, formas-de-vida determinadas, en resumen: un Stim-
mung propio. Reúne por atracción todos los detalles de un
mundo, que exige ser animado, ser habitado. En el contexto
en que las vanguardias se encuentran afirmadas y a fortiori
hoy en día, la cuestión ya no es desde hace mucho tiempo
la de hacer una novedad, sino la de hacer un mundo. Cada
cosa y cada ser que viene a la presencia aporta consigo una
economía dada de la presencia, configura un mundo. Par-
tiendo de ahí, se trata únicamente de habitar la determini-
dad de la constelación en la cual se despliega siempre-ya
nuestra presencia, de seguir nuestro gusto irrisorio, conti-
gente y finito. Toda revuelta que parte de sí, del hic et
nunc en que reposa, de las inclinaciones que la atraviesan,
avanza en este sentido. El movimiento del 77 en Italia sigue
siendo por esto mismo un fracaso prometedor.
40
Realización de la vanguardia
42
Epílogo
43
mundo, Acéphale no sólo rompía con la vanguardia, sino que tam-
bién recuperaba lo que, en la vanguardia, había sido otra cosa que
la vanguardia, es decir, precisamente el deseo que había abortado
allí: «Desde el fin del período dadá, el proyecto de una sociedad
secreta encargada de dar una especie de realidad efectiva a las as-
piraciones que se han definido, en parte, bajo el nombre de surrea-
lismo, ha permanecido siempre como un objeto de preocupación,
al menos en el fondo», recordó Bataille en la conferencia del 19 de
marzo de 1938 en el Colegio de Sociología. Acéphale, sin embargo,
no llegaría a existir más que para contaminar. A pesar de estar
llena de ritos, costumbres, textos sagrados y ceremonias, la política
proclamatoria que, exteriormente, había desparecido, permanecía
interiormente; tanto que la consigna de comunidad, de sociedad
secreta, finalmente absorbía la realidad de estos términos. Se sabía
que no se pueden dar lugares comunes, ni se puede salir de una
figura, clásica, de la virilidad que ignora en gran medida la dul-
zura de la nuda vida. Acéphale fue casi exclusivamente (y más sen-
siblemente, por ejemplo, que el surrealismo) un asunto de hombres.
Acéphale no conocía, para colmo, la forma de prescindir de una
cabeza ni cómo debía ser, de un extremo a otro, más que la comu-
nidad de Bataille a solas: como él solo escribió la genealogía, la
«revista interna», que dio a luz a Acéphale, como él solo definió los
ritos de esta Orden, acabó solo, implorando a sus pálidos compa-
ñeros que lo sacrificaran al pie de su árbol sagrado. «Fue muy her-
moso. Pero todos teníamos el sentimiento de estar participando en
algo que sucedía en la obra de Bataille, en la cabeza de Bataille»
(Klossowski).
44
Después de lo que sé, una cierta relación debe poder ser esta-
blecida con el Comité Invisible; aunque sólo sea en el sentido de
una generalización de la insinuación.
45
46
¿Cómo hacer?*
I
VEINTE AÑOS. Veinte años de contrarrevolución. De contra-
rrevolución preventiva.
En Italia.
Y fuera de Italia.
Veinte años de un sueño espinoso con cercas. De un
sueño de los cuerpos,
impuesto por el toque de queda.
Veinte años. El pasado no pasa. Porque la guerra continúa.
Se ramifica. Se prolonga.
En una reticulación mundial de dispositivos locales. En
una calibración inédita de las
subjetividades. En una nueva paz superficial.
Una paz armada
hecha de manera perfecta para cubrir el desenvolvimiento
de una imperceptible
guerra civil.
49
que ya ni siquiera querían ser subjetividades.
La revolución era molecular, y la contrarrevolución no lo
fue menos.
SE preparó ofensivamente,
y después duraderamente,
toda una máquina compleja para neutralizar aquello que
fuera portador de intensidad. Una máquina para desactivar
todo aquello que pudiera explotar.
Todos los dividuos de riesgo,
los cuerpos indóciles,
las agregaciones humanas autónomas.
Luego fueron veinte años de estupidez, vulgaridad, aisla-
miento y desolación.
¿Cómo hacer?
50
leyes. La judicialización, la psiquiatrización, la medicaliza-
ción de todo aquello que se sale del cuadro. De todo aque-
llo que se fuga.
Hemos visto. Hemos comprendido. Los métodos y los ob-
jetivos.
51
El golpe de la “sociedad”. Por transformar. Por destruir.
Por volver mejor.
El golpe del pacto social. Que unos quebrarían mientras
que otros son capaces de fingir
“restaurarlo”.
Estos golpes, ya no SE nos darán.
Hace falta ser un elemento militante de la pequeña burgue-
sía planetaria,
un ciudadano verdaderamente,
para no ver que ella ya no existe,
la sociedad.
Que ella ha implosionado. Que ya no es más que un argu-
mento para el terror de los que dicen re/presentarla.
A ella que se encuentra ausente.
52
Volver a empezar quiere decir: habitar esa distancia. Asu-
mir la esquizofrenia capitalista en el sentido de una facultad
creciente de desubjetivación.
Desertar pero guardando las armas.
Fugarse, imperceptiblemente.
Volver a empezar quiere decir: concentrar la secesión so-
cial, en la opacidad, entrar
en desmovilización,
sustrayendo hoy a tal o cual red imperial de producción-
consumo los
medios de vivir y luchar para, en el momento elegido,
sabotearla.
54
Por el recuerdo constante de lo que soy, de mis cualida-
des, UNO querría abstraerme de cada situación. UNO me
querría arrebatar en toda circunstancia una fidelidad con-
migo mismo que es una fidelidad con mis predicados.
SE espera de mí que me comporte como hombre, em-
pleado, desempleado, madre, militante o filósofo.
SE quiere contener entre los bordes de una identidad el
curso imprevisible de mis devenires.
SE me quiere convertir a la religión de una coherencia
que SE ha escogido para mí.
56
La política de la singularidad cualquiera reside en la ofen-
siva. En las circunstancias, los momentos y los lugares en
que serán arrancados
las circunstancias, los momentos y los lugares
de un anonimato tal,
de una parada momentánea en un estado de simplicidad,
la ocasión de extraer de todas nuestras formas la pura ade-
cuación a la presencia,
la ocasión de estar, finalmente,
ahí.
II
¿CÓMO HACER? No ¿Qué hacer? ¿Cómo hacer? La cuestión
de los medios.
No la de los fines, de los objetivos,
de lo que hay que hacer, estratégicamente, en absoluto.
La cuestión de lo que podemos hacer, tácticamente, en situa-
ción,
y de la adquisición de esa potencia.
¿Cómo hacer? ¿Cómo desertar? ¿Cómo funciona? ¿Cómo
conjugar mis heridas y el comunismo? ¿Cómo permanecer
en guerra sin perder la ternura?
La cuestión es técnica. No un problema. Los problemas son
rentables.
Alimentan a los expertos.
Una pregunta.
Técnica. Que se duplica como cuestión de las técnicas
de transmisión de esas técnicas.
¿Cómo hacer? El resultado contradice siempre al fin. Por-
que plantear un fin
es todavía un medio,
otro medio.
57
¿Qué hacer? Babeuf, Chernishevski, Lenin. La virilidad clá-
sica reclama un analgésico, un espejismo, cualquier cosa.
Un medio para ignorarse todavía un poco. En cuanto pre-
sencia.
En cuanto forma-de-vida. En cuanto ser en situación, do-
tado de inclinaciones.
De inclinaciones determinadas.
¿Qué hacer? El voluntarismo como último nihilismo.
Como nihilismo propio
de la virilidad clásica.
¿Qué hacer? La respuesta es simple: someterse una vez más
a la lógica de la movilización, a la temporalidad de la emer-
gencia. Bajo pretexto de rebelión. Plantear fines, palabras.
Tender hacia su cumplimiento. Hacia el cumplimiento de
las palabras. Mientras tanto, dejar la existencia para más
tarde. Ponerse entre paréntesis. Alojarse en la excepción de
sí. A distancia del tiempo. Que pase. Que no pase. Que se
pare. Hasta… Hasta el próximo. Fin.
60
imperial. Toda gestión es mala. Los que reclaman otra so-
ciedad harían mejor comenzando por ver que ya no la hay.
Y tal vez dejarían entonces de ser aprendices de gestor.
Ciudadanos. Ciudadanos indignados.
62
La reabsorción del gesto en su producto.
La urticaria del futuro anterior.
De lo que toda cosa habrá sido.
63
III
ES MARTES 17 de septiembre de 1996, poco antes del alba.
El ROS (Reagrupamiento Operacional eSpecial) coordina
en toda la península el arresto
de 70 anarquistas italianos.
Se trata de poner término a 15 años de investigaciones in-
fructuosas de los anarquistas insurreccionalistas.
La técnica es conocida: fabricar a un “arrepentido”, y ha-
cerle denunciar la existencia de una vasta organización sub-
versiva jerarquizada.
Después acusar sobre la base de esta creación quimérica a
todos aquellos a los que se quiere neutralizar por formar
parte de ella.
Una vez más, secar el mar para tomar los peces.
Incluso cuando no se trata más que de un estanque mi-
núsculo.
Y de algunos gobios.
68
o en Michaux,
por ejemplo.
En la guerra presente,
en la que el reformismo de emergencia del Capital tiene que
tomar los hábitos del revolucionario para hacerse entender,
en la que los combates más demókratas, aquellos de las
contracumbres,
recurren a la acción directa,
un papel nos está reservado.
El de mártires del orden demokrático,
que golpea preventivamente todo cuerpo que pudiera gol-
pear.
Debería dejarme inmovilizar ante una computadora mien-
tras las centrales nucleares explotan, mientras que SEjuega
con mis hormonas o a envenenarme.
Debería entonar la retórica de la víctima. Ya que, es sabido,
todo el mundo es víctima, incluso los opresores mismos.
Y saborear que una discreta circulación del masoquismo
reencante la situación.
69
en realidad
tal cosa y morir.
Así,
de huelga humana
en huelga humana, propagar
la insurrección,
donde ya sólo hay,
y donde somos todos,
singularidades
cualesquiera.
70
Ma noi ci saremo
71
72
La Cámara Internacional de Comercio reconoce
hasta qué grado la sociedad ha cambiado, con los ciu-
dadanos expresando sus profundas preocupaciones. Sin
embargo, la emergencia de grupos de activis-
tas arriesga con debilitar el orden público, las institu-
ciones legales y el proceso democrático. Estas organiza-
ciones activistas deberían legitimarse a sí mismas, me-
jorando su democracia interna y su transparencia. De-
berían asumir plenamente sus responsabilidad en lo
que respecta a las consecuencias de sus actividades. Si
tal no es el caso, habría que considerar las reglas que
establecen sus derechos y responsabilidades. El
mundo de los negocios está acostumbrado a trabajar
con los sindicatos, las organizaciones de consumidores
y otros grupos que son responsables, creíbles, transpa-
rentes, y que ameritan respeto. Lo que cuestionamos es
la proliferación de grupos activistas que no acep-
tan estos criterios de autodisciplina.
Geneva Business Declaration, adoptada en sep-
tiembre de 1998 por 450 dirigentes de multina-
cionales en el marco del Geneva Business Dialo-
gue
73
74
Tesis
(como una canción infantil)
1. El sujeto político de la demokracia es la población, o
sea, un conglomerado de cuerpos éticamente heterogéneos,
a gestionar y a administrar.
2. El ciudadano, el átomo que constituye a dicha pobla-
ción, no es ni honesto ni criminal, ni pobre ni criminal, ca-
rece de clase, de sexo, de olor, pero tiene derechos (entre
los cuales está el derecho a votar, que asegura la persisten-
cia del sistema que lo ha producido), un poder adquisitivo
variable y deseos.
3. La demokracia escucha los deseos de los ciudadanos,
porque no puede hacer otra cosa. Desde el momento en que
gestiona y no dirige, necesita el consenso como el pez el
agua. Y el consenso no podría fracasar puesto que él mismo
es el principal producto de la demokracia. Fuera de raras
expresiones de antagonismo violento que es conjurado de
manera permanente, UNO se asegurará de calibrar el con-
senso, de hacer converger en puntos precisos los deseos sin-
gulares.
4. Mientras el capitalismo se garantice la vida, dicha
convergencia queda ampliamente asegurada por el con-
sumo y todo aquello que, universalmente, lo preserva (el
trabajo, la policía, la familia, las relaciones mediadas por el
dinero, etc.).
5. Cuando el ciudadano se dedica a “existir”, a desear
fuera de los diagramas publicitarios, a trastornar las fatali-
dades de su vida cotidiana, a lanzar miradas excesivamente
75
insistentes o impregnadas de una simpatía excesivamente
desprovista de caridad hacia los no-ciudadanos, deviene un
“sujeto potencialmente peligroso”, un casi-no-ciudadano,
alguien que haría mejor con mirar la tele. Y ciertamente,
no resulta indiferente el ya no ver en el pacto social sino
una fábula para dormir a los hijos prudentes de las demo-
kracias, en nuestros “derechos” sino tantas incitaciones a
no salir de una lamentable conformidad ortopédica, no re-
sulta indiferente el ya no saber que uno está solo y vigilado,
que nuestras “libertades” no son sino los juguetes
que SE nos dejan para distraernos mientras los gestores op-
timizan, cuentan y redistribuyen el número de muertes y de
enfermedades en el mundo para los años por venir.
6. El buen ciudadano no existe y el mal ciudadano es el
criminal potencial. Por consiguiente, el único horizonte po-
sible de la ideología ciudadana es la vigilancia, y el único
garante de su perpetuación es el sistema penal. De ahí la
ecuación: ciudadano = poli.
7. En última instancia, el poli [flic] es el verdadero deten-
tor del monopolio de la violencia legítima. Y es a cambio
de esto que soporta la humillación de ser reducido a la obe-
diencia; pues es obedeciendo como puede golpear, oprimir,
en resumen: destapar su resentimiento de esclavo. El ciu-
dadano es aquel que delega su violencia al poli, pero es en
esta ocasión a cambio de esclavitudes múltiples (derechos
de consumir, trabajar, divertirse, pasearse bajo el ojo vigi-
lante de la ley punitiva), las cuales tienen como única fina-
lidad tenerlo en su lugar, hacerlo permanecer amablemente
en la habitación mientras los “otros” ejercen su arbitrarie-
76
dad con total impunidad. Dicho de otra manera: el ciuda-
dano es el poli de civil, desarmado, del Imperio cibernético,
aquel que cree tener derechos y que se engaña.
8. Los “otros” son aquellos que no tienen que preocu-
parse por esa tontería que SE llama la “Ley”, que la apartan
con un gesto de enojo cuando se cruza en su camino, que
la cambian con tranquilidad según sea necesario para su be-
neficio y su hegemonía; lo cual es, por lo demás, la única
posición coherente en el seno de una sociedad capitalista.
La cooperación más rentable será, por consiguiente, la de
los mafiosos, los hombres de Estado, los capitalistas y la
policía; y será también la más natural. Mientras
tanto, SE pagará a alguien para que cante a los ciudadanos
una canción de cuna socialdemókrata y pacifista para que
no lloren demasiado entre una pesadilla y otra. Y esto con-
tinuará hasta que la violencia golpee a sus puertas, hasta
que alguien prenda fuego a su banco, a su coche, a sus es-
taciones de servicio, a sus sueños publicitarios que no se
realizan jamás. Entonces la canción de cuna cambiará: “No
se inquieten, es sólo la policía infiltrando a los manifestan-
tes, o lo contrario, en pocas palabras: son unos locos, no es
nada, no significa nada. ¡Pero qué horror!, vean toda esa
sangre, ahora sí no es salsa de tomate, no es algo bonito que
ver, ¿verdad? A ustedes les sucederá lo mismo si no se duer-
men, ¿vieron bien? ¡No vieron nada, vayan a dormir!”
80
y condenada por unanimidad. Esto se llama la disociación
y es el primer efecto tóxico de la ideología ciudadana. Que
pronto se revelará mortal.
81
mismo pasa en la lectura de clase dedicada a la sociedad: a
los pobres y a los explotados les toca liberarse, a los ricos
conservar y defender sus privilegios. Es así como se pasa de
lado el carácter dinámico de la relación de dominación que
hace que la mayoría de los explotados no se rebelen y tra-
bajen meramente para hacer su vida semejante a la de su
patrón, acondicionándose una existencia tan contrarrevo-
lucionaria como este último cuando fuma su cigarro sen-
tado en un sillón de cuero. En adelante, conformarse al lu-
gar de patrón o al de esclavo fortalece de la misma manera la
dominación en cuanto que ser empleado o patrono significa
en nuestros días un rechazo idéntico del conflicto bajo to-
das sus formas. Ningún lugar de esta sociedad es ya revolu-
cionario por sí mismo. La plebe ocupa el lugar de los sin-
lugar, y éste es el único en el que uno puede sublevarse.
Desplazarse físicamente da, naturalmente, una excusa
poderosa a la policía, puesto que uno no se encontraba efec-
tivamente en su lugar al momento de ser arrestado. Pero en
estas condiciones, ¿por qué no sublevarse en el lugar mismo?
¿Por qué, en lugar de manifestar que uno es igualmente tra-
tado como extranjero en todas partes —lo cual es la condi-
ción del Bloom—, no manifestar que nuestro propio país y
nuestro propio barrio nos son extranjeros/extraños/ajenos
[étrangers] a nosotros y a los nuestros, que “nuestro lugar”
no es nuestro lugar porque no queremos el que SE nos con-
cede? Y es entonces solamente que el ritornelo “nuestra pa-
tria es el mundo entero” recobrará algún sentido.
84
poli provocador es también un vándalo, aunque lo contra-
rio jamás puede ser probado, y es por esto que los reformis-
tas salen de Génova totalmente derrotados y desorientados.
La inquietud que se apodera del ciudadano frente a las fo-
tos de los polis de civil disfrazados como manifestantes y
serenamente instalados entre sus colegas uniformados re-
cuerda bastante el espanto del niño cara al disfraz rudimen-
tario que lleva su papá como Santa Claus. Ante la imagen
de la criminalidad necesaria y constitutiva del poder policial,
quienes permanecen crédulos de la ilusión demókrata ges-
ticulan cómicamente implorando que se les tranquilice:
“Cuéntenos que las acciones violentas del Black Bloc han
sido el efecto de las provocaciones policiales, pero cuénte-
nos también que la policía es buena, que apalea por error a
los amables manifestantes, que perdona a los villanos por-
que son sus colegas, que nos protege a pesar de todo, que
trabaja para nosotros pase lo que pase”. Desde el punto de
vista del ciudadano, Génova ha de reducirse a un problema
de gestión entre buenos polis y malos polis: en ningún caso
papá nos habría mentido, ¡Santa Claus existe!
85
mán y la destrucción en la calle no son una invitación he-
cha a los medios de comunicación para que se concentren
en la contestación antes que en el evento contestado (las
numerosas agresiones a reporteros lo confirman), pero sí
remiten a la urgencia de salir de la falsa alternativa entre la
aceptación del poder tal como es o la aceptación de las re-
glas convenidas para transformarlo, es decir, preservándolo
en ambos casos.
Salido de este callejón sin salida, ya no más cielo de la
política y tierra de los ciudadanos, sino un mundo ya ahí, a
poblar y a recorrer. El eslogan reformista “otro mundo es
posible” que muchos anti-G8 exhibían en sus playeras no
hace sino proporcionar la medida de su resignación y de su
ignorancia: la cuestión no es, naturalmente, que otros mun-
dos sean posibles, sino que otros mundos están ahí, viven o
dormitan bajo el peso de los dispositivos imperiales, y
que SE les dirige la guerra. Basta con algunos golpes bien
asestados para hacer surgir la potencia que encierran, su
abrupta presencia, y con un poco de audacia para encontrar
el camino que conduce a ellos.
El hecho de que el dispositivo policial de Génova, pre-
parado con varios meses de anticipación, con reuniones de
policía y de servicios de inteligencia internacionales, gastos
astronómicos en alambradas, bloqueos de calles, expulsión
de los habitantes de la ciudad, haya sido un fracaso total
desde el punto de vista estrictamente seguritario, nos in-
forma acerca de su función implícita no menos que sobre
su función real. Los polis, al igual que los periodistas, de-
voran el presente, sólo están ahí para ello. Ya sea por una
operación de inmovilización del tiempo (el encarcela-
miento durable que prolonga un acto puntual cumplido en
86
un momento preciso) o de multiplicación de un presente
que no puede romperse (reproducción indefinida, mediante
imagen o texto, de un gesto único y singular), polis y perio-
distas roen el espacio del acontecimiento y cooperan
usando los diversos medios a su disposición para neutrali-
zarlo.
Los recuerdos de aquellos que, en Génova, no sufrieron
en sus cuerpos las consecuencias de esa guerra civil efímera
están trágicamente afectados de irrealidad: el tiempo me-
diático y el tiempo represivo disminuyen la presencia, des-
cualifican el sentido y la intensidad de la que ella es porta-
dora, llevan una imagen que paraliza (la prueba, la garantía
de “objetividad” para uso de quien está pasivo y ausente en
el momento del hecho). Imagen viene de la palabra la-
tina imago que designaba las máscaras de cera mortuoria.
Sin importar que las imágenes de las contracumbres nos de-
jen indiferentes o nos afecten, ellas participan simplemente
de un dispositivo de producción de confusión. Lo que los
cuerpos actuantes —y aquellos que marchaban— en la ca-
lle quisieron probar era que la práctica violenta es el único
medio para recobrar la presencia en el Imperio, y que es
exactamente esto lo que el poder teme. Es así como se ex-
plica el miedo de la policía ante el “Black Bloc”, su pérdida
de control incomprensible en atención a la desproporción
de las fuerzas en juego. Tan pronto como los cuerpos no
son el pálido holograma de ellos mismos, la policía dispara,
porque ha perdido ya el control: no consigue ya contener la
presencia de otro mundo en acto.
87
Cualquiera. El miedo que suscita el recurso a un medio
proscrito por el dispositivo demókrata y que sin embargo
no amenaza, el pasamontañas, es el miedo de lo cualquiera.
Por supuesto que el Black Bloc no existe: y es por esto
mismo que existe demasiado. Detrás de los pañuelos, las ku-
fiyyas y los pasamontañas se oculta no importa quién, o
quienquiera que no se disocie públicamente, pero quizá
también quien lo hace. Detrás de la cara enmascarada se
oculta el deseo de todo ciudadano a no ser ya controlado.
Los motines de Génova fueron intensos sin ser épicos,
poderosos sin ser heroicos, y la policía, que no concibe la
existencia de una “violencia” sin organización, buscó paté-
ticamente a un supuesto “jefe” en los no menos supuestos
“Black Bloc”, acumulando así en un solo deseo dos inexis-
tencias. No todos a los que SE calificó como Black Bloc en
Génova estaban vestidos de negro — SE dice incluso que
estaban de negro en el primer día y no en el segundo, que
lo estaban en los enfrentamientos y no en las demás mar-
chas, etc. El mismo color negro es un no-color, la suma de
todos los demás colores, el color cualquiera por excelencia.
Quienquiera que fuera encontrado en posesión de ropa ne-
gra se convertía en los días de la contracumbre en un indi-
viduo sospechoso, del mismo modo en que quienquiera que
se tapa la cara, y deviene entonces cualquiera, indiscernible
dentro de la masa, sólo podría hacerlo porque debe de tener
algo que ocultar. De hecho, quienquiera que pudiera estar
en el Black Bloc, y por lo tanto también los polis y los neo-
nazis, pues en una zona de no-control simplemente no hay
más sujetos, lo cual vuelve completamente caduca la cues-
tión del “¿quién ha hecho qué?”. Poco importa si, a los ojos
88
del control, las zonas de opacidad aparecen como imper-
fecciones que borrar o agujeros cavados a propósito en el
tejido continuo de la vigilancia: el control no ve el aconteci-
miento, sólo ve los sujetos y las pretendidas consecuencias
de sus actos. Pero dentro del espacio cualquiera del motín
sólo hay el acontecimiento del motín que regula a su ritmo
el continuum psicosomático de los cuerpos implicados en
masa. El motín no es un espacio de intercambio, ni de pa-
labra, ni necesariamente de acción, es un espacio de presen-
cia, donde los cuerpos se confunden y los sujetos desapare-
cen en la connivencia del Partido Imaginario. La única ver-
dad que la voluntad de saber del poder puede encontrar a
su respecto es ésta: que sólo hay inteligencia del aconteci-
miento en su seno en el momento en que adviene, y que
todo testimonio lo traiciona, toda exterioridad lo deforma.
Quien no estaba presente no comprende. Quien estaba pre-
sente no tiene nada que explicar, puesto que el espacio del
motín anónimo es un espacio desplegado, que se las arregla
sin interpretación, que se erige y se aparta contra el sujeto,
y por lo tanto contra sí mismo en cuanto sujeto. Cualquier
enunciado que tenga por objeto la “intención” del Black
Bloc se encuentra de este modo afectado de nulidad. No
siendo el Black Bloc un sujeto, puede hacer todo y su con-
trario; quince personas de cualquier credo pueden vestirse
de negro (o de blanco) y reivindicar acciones en nombre de
un Black Bloc o de los Tute Bianche. La diferencia está en
que en el segundo caso unos cuerpos nombrados y determi-
nados sustituyen a la multitud para decir “Nosotros,
los Tute Bianche” y pasa disociarse de todo lo que se les es-
capa esperando poder encauzar la potencia de lo cualquiera
89
en una representación políticamente rentable. Pero esta
apuesta está perdida por adelantado, pues es la misma que
la de la policía, a la cual, por lo demás, Casarini apela para
que SE haga luz sobre esa zona de opacidad, olvidando que
hace veinte años en Italia alguien quiso secar el mar para
tomar los peces y fracasó, porque, como se les dice a los
niños, “el mar no tiene fin”.
no justice/no peace/fuck
the police!
90
Notas sobre lo local*
93
El paisaje físico que atravesamos cada día a grandes ve-
locidades (en automóviles, en el transporte público, a pie, a
prisa), efectivamente tiene un carácter irreal porque en él
nadie vive nada en absoluto, y en él nada puede vivir. Es
una especie de micro-desierto donde uno está como exi-
liado, entre una propiedad privada y otra, entre una obliga-
ción y otra.
Por otra parte, nos parece mucho más acogedizo el pai-
saje virtual. La pantalla de cristal líquido de la compu-
tadora, la navegación en Internet, los universos televisuales
o de play-station nos son infinitamente más familiares que
lo que son las calles de nuestros propios barrios, poblados
en las noches por la luz lunar de las farolas callejeras y las
cortinas metálicas de las tiendas cerradas.
Lo opuesto a lo local, no es lo global; es lo virtual.
94
Pero eso no es todo. UNO querría hacernos vivir actual-
mente en lo virtual, definitivamente deportados. Ahí, la vida
que UNO nos desearía se recompondría en una curiosa uni-
dad de no-tiempo y no-lugar. Lo virtual es, como un anun-
cio de Internet lo dice, “un lugar donde puedes hacer todo
lo que no puedes hacer en la realidad”. Pero ahí, donde
“todo está permitido”, el mecanismo de paso de la potencia
al acto está bajo total vigilancia. En otros términos: lo vir-
tual es el lugar donde los posibles jamás devienen reales,
pero se mantienen indefinidamente en un estado de virtua-
lidad. Aquí la prevención sale triunfante sobre la interven-
ción: si todo es posible en lo virtual, es sólo porque el dis-
positivo asegura que todo permanezca igual en nuestra vida
real.
95
espacio tienen un sentido político, y de que la dominación
constantemente maniobra para ocultarlo.
Gritar un eslogan en la casa no es lo mismo a gritarlo
en medio de una escalera o en la calle. Hacerlo a solas no
es lo mismo que hacerlo con varios más, y así sucesiva-
mente.
96
Última advertencia para
el Partido Imaginario
concerniente al espacio público
97
98
Artículo Primero
La destinación del espacio público es el intercambio y
la circulación de mercancías. Como todas las otras mercan-
cías, los hombres se desplazan en él libremente.
Artículo 2
El espacio público es el espacio que no le pertenece a
nadie. Lo que no le pertenece a nadie, pertenece al Estado.
El Estado concede a la semiocracia mercantil la ocupa-
ción del susodicho espacio.
Artículo 3
Las oficinas están hechas para trabajar. La playa está
hecha para broncearse. Quienes desean divertirse se despla-
zan de buena gana a los espacios de ocio, discotecas y otros
parques de atracciones acondicionados para dicho efecto.
En las bibliotecas, hay libros. En los asilos, hay ancianos.
En las casas, hay familias. La vida está hecha de momentos
recortables. Cada momento tiene su lugar. Todo está en or-
den. Nadie se queja de ello.
Artículo 3 bis
El desorden también tiene su función especial. Cabe en
lo Integral, en el lugar previsto para los acontecimientos
imprevistos. Para el bienestar de todos, los ciudadanos son
invitados a encontrarse en la vía pública durante festivales
organizados para su consideración, en intervalos regulares,
por los servicios proporcionados por el Ministerio del Inte-
rior y de la Cultura. Nuestros agentes ambientales están
para servirte. Y no queda prohibido el ser amable con ellos,
aun si estás en regla.
99
Artículo 4
A todo niño está asignado un adulto-referente. Ese
adulto es responsable ante la Ley del comportamiento del
niño que le ha sido atribuido. Debido a su formación psico-
social todavía incompleta, e incluso en beneficio de su desa-
rrollo, los niños no tienen ningún lugar para jugar dentro
del espacio público que no disponga de la vigilancia de sus
respectivos adultos-referentes. En cualquier circunstancia,
los niños están clasificados en dos grupos: los hipercinéti-
cos, que reciben Ritalin, y los hipocinéticos, que conviene
asignarles Prozac. ¡Feliz cumpleaños!
Artículo 5
Con el fin de preservar el paisaje y de respetar el am-
biente social, parece preferible que los cuerpos no confor-
mes con las normas estético-sanitarias en vigor, publicadas
cotidianamente en la prensa nacional, se abstengan de cir-
cular en las áreas públicas entre las 9 a.m. y las 8:30 p.m.
Durante este intervalo de tiempo, los mendigos serán, en
cambio, tolerados en los puntos de mayor afluencia, donde
ellos participan en la edificación de todos y cada uno, por
medio del repulsivo ejemplo que constituyen.
Artículo 6
El propósito de la vida es la felicidad. La felicidad es un
dato objetivo que se mide en cantidades exactas. Ahora
bien, como todos saben hoy en día: donde reina la transpa-
rencia, reina la felicidad; aquello que no procura mostrarse
busca, por ello mismo, esconderse; y todo lo que procura
esconderse tiene que ser considerado como sospechoso. Así
100
pues, es deber del Biopoder intervenir haciendo desapare-
cer toda la opacidad de tu vida. El Biopoder desea tu felici-
dad. Y si es necesario, la deseará en contra tuya.
Artículo 7
Es conveniente, por la seguridad de todos, que el espa-
cio público sea integralmente vigilado. Las masas son invita-
das, donde el control sigue siendo imperfecto, a reprimir en
su interior todo comportamiento contrario a la dignidad
humana. Así pues, toda aglomeración anónima y toda con-
ducta anormal deberán ser denunciadas a la patrulla más
cercana de la Acción de Vigilancia Preventiva (AVP). De-
nunciar a los agentes del Partido Imaginario que haya entre
nosotros es un deber ciudadano, es obrar por su propio
bien, y por el bien de todos.
Artículo 8
El espacio público es un espacio neutro, lo cual quiere
decir que todas las manifestaciones de existencia singular
representan en él un perjuicio a la integridad del prójimo.
A partir de ahora, todo será implementado —mobiliario ur-
bano, decorados apropiados, Control Continuo (CC)—
para volver imposibles tales demostraciones, de las cuales se
conoce la intolerable molestia que causan a nuestros con-
ciudadanos.
Artículo 9
Agradecemos a todos aquellos que han contribuido con
su buen comportamiento a hacer que estos principios sean
cosa normal.
101
Artículo 10
NADA DEBE ACONTECER DE NUEVO.
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