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DÍA DE LOS MUERTOS EN MÉXICO

Se acerca Día de Muertos y México se prepara para recibir esta celebración popular que ha sido declarada por la UNESCO como Patrimonio Cultural
Inmaterial de la Humanidad. Entender la muerte desde otra óptica y hasta incluso reírse de ella es parte del espíritu de esta celebración. En este
post, comparto algunos datos sobre el festejo del Día de Muertos que, sin duda, es uno de los más importantes del pueblo mexicano.
La muerte es un personaje omnipresente en el arte mexicano con una riquísima variedad representativa: desde diosa, protagonista de cuentos y
leyendas, personaje crítico de la sociedad, hasta invitada sonriente a nuestra mesa.
En México, las culturas indígenas concebían a la muerte como una unidad dialéctica: el binomio vida-muerte, lo que hacía que la muerte conviviera
en todas las manifestaciones de su cultura. Que su símbolo o glifo apareciera por doquier, que se le invocara en todo momento y que se
representara en una sola figura, es lo que ha hecho que su celebración siga viva en el tiempo.
Es así, una ardua tarea entender la muerte y su significado, labor que abarca momentos de innumerables reflexiones, rituales y ceremonias de
diversa índole, lo que ha erigido el máximo símbolo plástico de la representación de esta festividad: el altar de muertos. Dicha representación es
quizá la tradición más importante de la cultura popular mexicana y una de las más conocidas internacionalmente; incluso es considerada y
protegida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
Para conocer más acerca de la festividad del Día de Muertos y el significado que tiene hoy el altar, es necesario echar una vista atrás a la historia,
hacia las épocas prehispánica y colonial, para tener un panorama más amplio de su significado.

Historia
La época prehispánica
Los orígenes de la tradición del Día de Muertos son anteriores a la llegada de los españoles, quienes tenían una concepción unitaria del alma,
concepción que les impidió entender el que los indígenas atribuyeran a cada individuo varias entidades anímicas y que cada una de ellas tuviera al
morir un destino diferente.
Dentro de la visión prehispánica, el acto de morir era el comienzo de un viaje hacia el Mictlán, el reino de los muertos descarnados o inframundo,
también llamado Xiomoayan, término que los españoles tradujeron como infierno. Este viaje duraba cuatro días. Al llegar a su destino, el viajero
ofrecía obsequios a los señores del Mictlán: Mictlantecuhtli (señor de los muertos) y su compañera Mictecacíhuatl (señora de los moradores del
recinto de los muertos). Estos lo enviaban a una de nueve regiones, donde el muerto permanecía un periodo de prueba de cuatro años antes de
continuar su vida en el Mictlán y llegar así al último piso, que era el lugar de su eterno reposo, denominado “obsidiana de los muertos”.
Gráficamente, la idea de la muerte como un ser descarnado siempre estuvo presente en la cosmovisión prehispánica, de lo que hay registros en las
etnias totonaca, nahua, mexica y maya, entre otras. En esta época era común la práctica de conservar los cráneos como trofeos y mostrarlos
durante los rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento. El festival que se convirtió en el Día de Muertos se conmemoraba en el noveno
mes del calendario solar mexicano, iniciando en agosto y celebrándose durante todo el mes.
Para los indígenas la muerte no tenía la connotación moral de la religión católica, en la cual la idea de infierno o paraíso significa castigo o premio;
los antiguos mexicanos creían que el destino del alma del muerto estaba determinado por el tipo de muerte que había tenido y su comportamiento
en vida. Por citar algunos ejemplos, las almas de los que morían en circunstancias relacionadas con el agua se dirigían al Tlalocan, o paraíso de
Tláloc; los muertos en combate, los cautivos sacrificados y las mujeres muertas durante al parto llegaban al Omeyocan, paraíso del Sol, presidido
por Huitzilopochtli, el dios de la guerra. El Mictlán estaba destinado a los que morían de muerte natural. Los niños muertos tenían un lugar especial
llamado Chichihuacuauhco, donde se encontraba un árbol de cuyas ramas goteaba leche para que se alimentaran.
Los entierros prehispánicos eran acompañados por dos tipos de objetos: los que en vida habían sido utilizados por el muerto, y los que podía
necesitar en su tránsito al inframundo.
La época colonial
En el siglo XVI, tras la Conquista, se introduce a México el terror a la muerte y al infierno con la divulgación del cristianismo, por lo que en esta
época se observa una mezcla de creencias del Viejo y el Nuevo Mundo. Así, la Colonia fue una época de sincretismo donde los esfuerzos de la
evangelización cristiana tuvieron que ceder ante la fuerza de muchas creencias indígenas, dando como resultado un catolicismo muy propio de las
Américas, caracterizado por una mezcla de las religiones prehispánicas y la religión católica. En esta época se comenzó a celebrar el Día de los Fieles
Difuntos, cuando se veneraban restos de santos europeos y asiáticos recibidos en el Puerto de Veracruz y transportados a diferentes destinos, en
ceremonias acompañadas por arcos de flores, oraciones, procesiones y bendiciones de los restos en las iglesias y con reliquias de pan de azúcar –
antecesores de nuestras calaveras– y el llamado “pan de muerto”.
La época actual
El sincretismo entre las costumbres españolas e indígenas originó lo que es hoy la fiesta del Día de Muertos. Al ser México un país pluricultural y
pluriétnico, tal celebración no tiene un carácter homogéneo, sino que va añadiendo diferentes significados y evocaciones según el pueblo indígena
o grupo social que la practique, construyendo así, más que una festividad cristiana, una celebración que es resultado de la mezcla de la cultura
prehispánica con la religión católica, por lo que nuestro pueblo ha logrado mantener vivas sus antiguas tradiciones.
La fiesta de Día de Muertos se realiza el 31 de octubre y el 1 y 2 de noviembre, días señalados por la Iglesia católica para celebrar la memoria de
Todos los Santos y de los Fieles Difuntos. Desde luego, la esencia más pura de estas fiestas se observa en las comunidades indígenas y rurales,
donde se tiene la creencia de que las ánimas de los difuntos regresan esas noches para disfrutar los platillos y flores que sus parientes les ofrecen.
Las ánimas llegan en forma ordenada. A los que tuvieron la mala fortuna de morir un mes antes de la celebración no se les pone ofrenda, pues se
considera que no tuvieron tiempo de pedir permiso para acudir a la celebración, por lo que sirven solamente como ayudantes de otras ánimas. El
28 de octubre se destina a los muertos que fueron asesinados con violencia, de manera trágica; el 30 y 31 de octubre son días dedicados a los niños
que murieron sin haber sido bautizados (limbitos) y a los más pequeños, respectivamente; el 1 de noviembre, o Día de Todos los Santos, es la
celebración de todos aquellos que llevaron una vida ejemplar, celebrándose igualmente a los niños. El día 2, en cambio, es el llamado Día de los
Muertos, la máxima festividad de su tipo en nuestro país, celebración que comienza desde la madrugada con el tañido de las campanas de las
iglesias y la práctica de ciertos ritos, como adornar las tumbas y hacer altares sobre las lápidas, los que tienen un gran significado para las familias
porque se piensa que ayudan a conducir a las ánimas y a transitar por un buen camino tras la muerte.

Costumbres
Se cree que las almas de niños regresan día primero de noviembre, y las almas de los adultos regresan en día 2 de noviembre. Uno de los símbolos
comunes del día de muertos son las calacas; son cráneos que los celebrantes representan con mascaras. Las calaveras de dulce, tienen inscritos los
nombres de los difuntos (o en algunos casos de personas vivas en forma de bromas) en la frente, son consumidas por parientes o amigos. Otros
platillos especiales del Día de Muertos incluyen al Pan de Muertos, un panecillo dulce hecho a base de huevo que se hornea en diferentes figuras,
desde simples formas redondas, cráneos y conejos.
Otra importante forma que toma esta celebración son las famosas litografías (támbien llamadas frecuentemente “calaveras”), que constan de
versos donde la Catrina (la muerte) bromea con personajes de la vida real, haciendo alusión sobre alguna característica peculiar de la persona en
cuestión, y finalizando con frases donde se expone que se lo llevara a la tumba. En la actualidad es común ver litografías en los principales diarios de
México, donde se hacen parodias de personajes políticos junto con la catrina en fechas cercanas al 2 de noviembre.
Los planes para el festival se hacen en el transcurso del año, incluyendo el acopio de las ofrendas que serán expuestas para los muertos. Durante el
período del 1 al 2 de noviembre las familias normalmente limpian y decoran las tumbas con coloridas coronas de flores (de rosas, girasoles, etc.), las
cuales se cree atraen las almas de los muertos.
En el caso de que no se pueda visitar la tumba (ya sea por que ya no existe la tumba del difunto, o porque la familia esta muy lejos para ir a visitarla)
también se elaboran detallados altares en las casas, donde se ponen las ofrendas, que pueden ser platillos de comida, el pan de muertos, vasos de
agua, mezcal, tequila, pulque o atole, e incluso juguetes para las almas de los niños. Todo esto se coloca junto a retratos de los difuntos rodeados de
veladoras.
El altar de muertos
Como ya comentamos, el altar es la representación iconoplástica de la visión que todo un pueblo tiene sobre el tema de la muerte, y de cómo en la
alegoría conduce en su significado a distintos temas implícitos y los representa en forma armónica dentro de un solo enunciado.
El altar de muertos es un elemento fundamental en la celebración del Día de Muertos. Los deudos tienen la creencia de que el espíritu de sus
difuntos regresa del mundo de los muertos para convivir con la familia ese día, y así consolarlos y confortarlos por la pérdida.
El altar, como elemento tangible de tal sincretismo, se conforma de la siguiente manera. Se coloca en una habitación, sobre una mesa o repisa cuyos
niveles representan los estratos de la existencia. Los más comunes son los altares de dos niveles, que representan el cielo y la tierra; en cambio, los
altares de tres niveles añaden a esta visión el concepto del purgatorio. A su vez, en un altar de siete niveles se simbolizan los pasos necesarios para
llegar al cielo y así poder descan- sar en paz. Este es considerado como el altar tradicional por excelencia. En su elaboración se deben considerar
ciertos elementos básicos. Cada uno de los escalones se forra en tela negra y blanca y tienen un significado distinto.
En el primer escalón va colocada la imagen de un santo del cual se sea devoto. El segundo se destina a las ánimas del purgatorio; es útil porque por
medio de él el alma del difunto obtiene el permiso para salir de ese lugar en caso de encontrarse ahí. En el tercer escalón se coloca la sal, que
simboliza la purificación del espíritu para los niños del purgatorio. En el cuarto, el personaje principal es otro elemento central de la festividad del
Día de Muertos: el pan, que se ofrece como alimento a las ánimas que por ahí transitan. En el quinto se coloca el alimento y las frutas preferidas del
difunto. En el sexto escalón se ponen las fotografías de las personas ya fallecidas y a las cuales se recuerda por medio del altar.
Por último, en el séptimo escalón se coloca una cruz formada por semillas o frutas, como el tejocote y la lima.
Las ofrendas y su significado
Las ofrendas deben contener una serie de elementos y símbolos que inviten al espíritu a viajar desde el mundo de los muertos para que conviva ese
día con sus deudos.
Entre los elementos más representativos del altar se hallan los siguientes:
Imagen del difunto. Dicha imagen honra la parte más alta del altar. Se coloca de espaldas, y frente a ella se pone un espejo para que el difunto solo
pueda ver el reflejo de sus deudos, y estos vean a su vez únicamente el del difunto.
La cruz. Utilizada en todos los altares, es un símbolo introducido por los evangelizadores españoles con el fin de incorporar el catecismo a una
tradición tan arraigada entre los indígenas como la veneración de los muertos. La cruz va en la parte superior del altar, a un lado de la imagen del
difunto, y puede ser de sal o de ceniza.
Imagen de las ánimas del purgatorio. Esta se coloca para que, en caso de que el espíritu del muerto se encuentre en el purgatorio, se facilite su
salida. Según la religión católica, los que mueren habiendo cometido pecados veniales sin confesarse deben de expiar sus culpas en el purgatorio.
Copal e incienso. El copal es un elemento prehispánico que limpia y purifica las energías de un lugar y las de quien lo utiliza; el incienso santifica el
ambiente.
Arco. El arco se coloca en la cúspide del altar y simboliza la entrada al mundo de los muertos. Se le adorna con limonarias y flor de cempasúchil.
Papel picado. Es considerado como una representación de la alegría festiva del Día de Muertos y del viento.
Velas, veladoras y cirios. Todos estos elementos se consideran como una luz que guía en este mundo. Son, por tradición, de color morado y blanco,
ya que significan duelo y pureza, respectivamente. Los cirios pueden ser colocados según los puntos cardinales, y las veladoras se extienden a modo
de sendero para llegar al altar.
Agua. El agua tiene gran importancia ya que, entre otros significados, refleja la pureza del alma, el cielo continuo de la regeneración de la vida y de
las siembras; además, un vaso de agua sirve para que el espíritu mitigue su sed después del viaje desde el mundo de los muertos. También se puede
colocar junto a ella un jabón, una toalla y un espejo para el aseo de los muertos
Flores. Son el ornato usual en los altares y en el sepulcro. La flor de cempasúchil es la flor que, por su aroma, sirve de guía a los espíritus en este
mundo.
Calaveras. Las calaveras son distribuidas en todo el altar y pueden ser de azúcar, barro o yeso, con adornos de colores; se les considera una alusión a
la muerte y recuerdan que esta siempre se encuentra presente.
Comida. El alimento tradicional o el que era del agrado de los fallecidos se pone para que el alma visitada lo disfrute.
Pan. El pan es una representación de la eucaristía, y fue agregado por los evangelizadores españoles. Puede ser en forma de muertito d e Pátzcuaro
o de domo redondo, adornado con formas de huesos en alusión a la cruz, espolvoreado con azúcar y hecho con anís.
Bebidas alcohólicas. Son bebidas del gusto del difunto denominados “trago” Generalmente son “caballitos” de tequila, pulque o mezcal.
Objetos personales. Se colocan igualmente artículos pertenecientes en vida a los difuntos, con la finalidad de que el espíritu pueda recordar los
momentos de su vida. En caso de los niños, se emplean sus juguetes preferidos.
• Ofrendas como bienvenida
La creencia popular es que las almas de los seres queridos que se nos fueron regresan de ultratumba durante el Día de Muertos. Por tal motivo, se
les recibe con una ofrenda donde se coloca su comida y bebida favorita, fruta, calaveritas de dulce y, si fuese el caso, juguetes para los niños. No
faltan las fotografías de los difuntos y las coloridas flores de cempasúchil.

• Iluminando el camino de regreso a casa


Una parte importante de ésta tradición implica visitar los cementerios. Ya sea durante el día o la noche, las familias acuden y colocan velas sobre las
tumbas como una forma de iluminar el camino de las almas en su regreso a casa. Muchos pernoctan en los panteones que abren las 24 horas
durante esas fechas. Otros más contratan grupos musicales que interpretan las canciones preferidas de los difuntos al pie de su sepulcro.

• El humor mexicano frente a la muerte


En México se percibe a la muerte de una manera muy peculiar. Los mexicanos utilizan la sátira para burlarse de ella. Ejemplo de ello es la popular
“Catrina”: una calavera vestida con diferentes atuendos como muestra de la presencia de la muerte en todo lo cotidiano.

• Las calaveras literarias


En la celebración del Día de Muertos las calaveritas de dulce no son las únicas protagonistas. La cultura popular mexicana encuentra diversos
medios de expresión para mostrar su sentir por esta tradición. Entre las más populares se encuentran las famosas calaveras literarias; se trata de
versos rimados que ironizan situaciones de personajes populares e impopulares usando el tema de la muerte con una intención humorística. Cada
año se promueve ésta actividad cultural mediante concursos en los que se premia la creatividad y la picardía de las composiciones.

• El pan de muerto que se comen los vivos


Algo infaltable en cada cena y ofrenda es el delicioso pan de muerto. Los hay de diferentes estilos y formas. El más popular es redondo, cubierto de
azúcar blanca o roja, con tiras que simulan huesitos. También están aquellos con formas de esqueletos o animales. Los ingredientes pueden varían
dependiendo de la región, como es el caso de los panes cubiertos con ajonjolí, típicos de Xochimilco.
El altar de muertos como enunciado
La cultura mexicana tiene su más colorida representación en la celebración de Día de Muertos, festividad que se ha visto retratada en diferentes
expresiones culturales, las que abarcan todas las manifestaciones: desde el arte prehispánico hasta el popular de nuestros días. Actualmente, la
muerte hecha objeto, la muerte representada, no nos toma por sorpresa. Para el mexicano no radica esta visión en el desprecio sino en su
valoración, pues se entiende como una manifestación y una explicación del mundo, heredadas y evocadas inconscientemente.
La fusión de ambas culturas hace del altar un producto comunicativo que evoca constantemente los elementos que le dieron origen y que lo
traducen en una repetición y evocación constantes del mundo indígena y del católico, con símbolos que adquieren un nuevo significado.
La muerte, en este sentido, no se enuncia como una ausencia ni como una falta; por el contrario, es concebida como una nueva etapa: el muerto
viene, camina y observa el altar, percibe, huele, prueba, escucha. No es un ser ajeno, sino una presencia viva. La metáfora de la vida misma se
cuenta en un altar, y se entiende a la muerte como un renacer constante, como un proceso infinito que nos hace comprender que los que hoy
estamos ofreciendo seremos mañana invitados a la fiesta.

Un Cuento de Día de Muertos…


agosto 28, 2013 por Paola Klug
La primera vez que escuché sobre la pequeña Mitli yo tenía 7 años y estaba comiéndome a escondidas las mandarinas del altar del día de muertos;
cuando mi abuela me descubrió me dijo que si continuaba robándome la comida de los difuntos Mitli aparecería en la noche y me robaría mis
juguetes como venganza. Claro está que yo no sabía quién era Mitli ni porqué querría vengarse de mi así que mi abuelita tuvo que explicármelo
pacientemente:
Mitli era la hija de los señores del Mictlan. Sobre su nacimiento nadie estaba seguro: Unos decían que había nacido de los pensamientos de sus
padres, otros que había florecido tal como lo hace la flor de cempasúchil y otros más afirmaban que en realidad Mitli se había formado de la mezcla
de gotas de mandarina con la tierra; fuera como fuera lo cierto es que sus padres la querían y consentían mucho ya que era su única hija. Mitli había
conseguido que sus papás le dieran dos compañeros de juego: Un pequeño ajolote rosado llamado Coyolli y un xoloitzcuintle bicolor que se
llamaba Yohualli.
Como es de imaginarse tanto Mitli como sus nuevos amigos volvían locos a todos en el Mictlan. El cachorro correteaba por aquí y por allá entre los
nueve niveles mordisqueando todo y a todos, ni siquiera El Señor de la Muerte se salvó de una mordida en el chamorro; hecho que lo hizo enojarse
mucho debo aclarar. Por su parte Yohualli distraía a todos los otros perros que cruzaban el río, les hacía cosquillas con sus deditos hasta que
terminaban por voltear a los fantasmas que llevaban sobre sus espaldas. Mitli los miraba divertida desde la orilla a pesar de la molestia de sus
papás. Con el tiempo y después de tantas travesuras realizadas por los tres el Señor y la Señora de la Muerte decidieron poner orden en el Mictlan y
le dieron a Mitli un tutor que se encargaría de disciplinarla a ella y a sus compañeros cuando fuera necesario. Su tutor era nada más y nada menos
que Mazatzin, el espíritu de un hombre-venado.
Al principio fue difícil para todos pues ninguno de ellos estaba acostumbrados a recibir reprimendas de nadie pero lograron hacer un buen equipo y
el Mictlan volvió a ser el lugar de paz y tranquilidad que era desde siempre. Los padres de Mitli estaban sorprendidos por ello y decididos a saber su
secreto mandaron a llamar a Mazatzin.
-¿Cómo has convencido a nuestra pequeña Mitli de portarse bien? ¿Cómo has conseguido que sus compañeros dejaran atrás sus travesuras? –
preguntaron los padres-
-Señor y Señora. Ellos siguen haciendo travesuras, pero no en este mundo. Les he prometido que cada vez que se abra el portal con la tierra de los
vivos ellos podràn hacer de las suyas con los niños y las niñas que se coman nuestros alimentos. Como saben, cada vez hay menos platillos
completos que traer aquí abajo, ya que la mayoría de las frutas, panes y dulces son mordisqueados por los humanos pequeños.
Los señores de la Muerte sonrieron al imaginarse a Mitli causando estragos en el mundo de los vivos, agradecieron a Mazatzin su tenacidad y se
retiraron a su palacio.
Yo me quedé pensativa y le pregunté a mi abuela porqué se llevaban la comida en lugar de comerla sentados junto al altar. Ella me respondió:
-¿Tu podrías comerte la olla de mole entera, el pan, el atole, los tamales, la calabaza, los dulces, el camote y el café sola?
-No
-Bueno pues ellos tampoco, aparte no son egoístas como lo somos los vivos. Ellos comparten todo. ¿Has visto lo que hacen las hormigas todos los
días?
-¿Buscar comida para llevarla a su casa?
-Exactamente, los fantasmas hacen lo mismo. Vienen el día de muertos y se llevan la comida al Mictlan. La guardan en ollas de barro especiales y les
dura hasta el siguiente año.
-¿Y no se les acaba?
-No, porque hay muchos muertos y sus familias dejan comida para más de dos, aparte ellos comen menos que nosotros porque ya están muertos,
niña tonta. Ahora ve por unas mandarinas al mercado para reponer las que te has robado del altar, si no lo haces Mitli, Coyolli y Yohualli vendrán a
molestarte y Mazatzin no se los impedirá porque te lo mereces.
Corrí al puesto de Luisito sin pensarlo dos veces y use mi domingo no solo para comprar mandarinas, también compré dulces de más, un collar de
piedras verdes para Mitli y unos trozos de carne para Coyolli y Yohualli, a Mazatzin le conseguí una pequeña canasta de hongos silvestres. En verdad
esperaba que con esto alcanzara para evitar que se enojaran conmigo. Regresé a casa y puse todo en el altar; ya entrada la noche ayudé a mi papá a
prender las velas y hacer el camino con las flores de cempasúchil, después me fui a dormir.
Un ruido extraño me despertó en la madrugada, me levanté sin hacer ruido y desperté a mi abuelita. Ella me hizo una seña para que guardara
silencio y comenzamos a caminar de puntitas hasta la sala, en donde se encontraba el altar.
¡Allí estaba Mitli! era una niña chiquita quizá un poco más alta que los chaneques, tenía su piel morena y sus cabellos negros y de su cuello colgaba
el collar que le dejé; Coyolli estaba sentado sobre su hombro izquierdo y Yohualli parado junto a ella entre las flores naranjas, moradas y
amarillas. Mazatzin y los fantasmas de mi familia flotaban en el camino de flores dispuestos a cargar con toda la comida para llenar la alacena del
Mictlan.
Mitli me miró directamente a los ojos y me sonrió , todos desaparecieron entre la llama de una de las velas y no los volví a ver hasta el año
siguiente.
Cada día de muertos les dejo un regalo en el altar y ellos dejan un regalo para mí debajo de mi cama. Hasta la fecha tengo una colección completa
de huesos de dinosaurio, tres quijadas de víbora, un colmillo de coyote y dos costillas de tlacuache.

Mitli en Día de Muertos / México

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