Está en la página 1de 111

SALVADOR PUGLIATTI

INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

2017
I N S T I T U T O P A C Í F I C O

BIBLIOTECA JURÍDICA
DIRIGIDA POR EL
LIC. ALVERTO VÁSQUEZ DEL MERCADO

SALVADOR PUGLIATTI
Titular en la R. Universidad de Mesina

Introducción
al estudio del

DERECHO CIVIL
TRADUCIDA DE LA 2ª. EDICIÓN
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

La Revista Actualidad Civil del Instituto Pacífico ofrece en esta oportu-


nidad la traducción de la 2.ª edición de la obra de Introducción al estudio
del derecho civil del jurista Salvador Pugliatti

En este texto se ha seleccionado las instituciones y elementos del Derecho


Civil, como es la Parte II, referida a los sujetos de Derecho y la actividad
jurídica (relación jurídica y los hechos jurídicos).

Para la presente edición se ha tomado como fuente el scaner del libro


original publicado en 1943, en México D.F, por Purrua Hnos y Cia.

INSTITUTO PACÍFICO 5
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

ÍNDICE GENERAL

PARTE II
LOS SUJETOS DE DERECHO

CAPÍTULO ÚNICO
§ 1.—Concepto de persona........................................................................................................................... 11
§ 2.— Personas físicas y personas jurídicas................................................................................................. 12
§ 3.— El estado personal............................................................................................................................... 26
§ 4.— Extinción de los sujetos jurídicos......................................................................................................... 66

CAPÍTULO I

LA RELACIÓN JURÍDICA
§ 1.— Concepto y estructura de la relación jurídica....................................................................................... 73
§ 2 —Contenido de la relación jurídica.......................................................................................................... 76
§ 3 —Adquisición, modificación y pérdida de los derechos........................................................................... 82

CAPÍTULO II

LOS HECHOS JURÍDICOS


§1.— Los hechos y los actos jurídicos en general......................................................................................... 95
§2.— Estructura de los hechos y de los actos jurídicos................................................................................. 103

INSTITUTO PACÍFICO 7
Parte II

LOS SUJETOS DE DERECHO


INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

CAPÍTULO ÚNICO

§ 1.—Concepto de persona.

El ordenamiento jurídico garantiza y tutela intereses humanos: hominum causa omne ius
factum est. Pero no los intereses del hombre aislado, abstractamente considerado, sino
más bien los intereses del hombre social.

En cuanto es sujeto de derechos, el hombre se llama persona y la personalidad constituye


justamente el signo formal del sujeto jurídico. La personalidad indica la aptitud para
adquirir y conservar derechos y para asumir obligaciones jurídicas.

La personalidad es el resultado de la síntesis de dos elementos: uno material, que cons-


tituye el substrato; y otro formal que refleja el sello característico del ordenamiento
jurídico el elemento material está constituido por un conjunto de condiciones y presu-
puestos, entre los cuales debe enumerarse también la existencia de la criatura humana; el
elemento formal consiste en el reconocimiento de la personalidad o cualidad del sujeto
jurídico creación del derecho objetivo.

No basta uno solo de estos dos elementos para constituir el concepto de persona o su-
jeto jurídico: actualmente puede decirse que está superada la tendencia iusnaturalista,
según la cual el hombre en cuanto tal, y el hombre solo como criatura natural, debería
considerarse como sujeto jurídico. En efecto, basta pensar que al lado de las personas ju-
rídicas; no solo esto sino que también en relación a las primeras, la adquisición de la ca-
lidad de sujeto jurídico está subordinada por la ley a la existencia de determinadas condi-
ciones o presupuestos de hecho. En realidad, el concepto de persona o sujeto jurídico es
un concepto formal, es decir, que deriva de una calificación que la norma jurídica otorga
con fundamento en determinados presupuestos materiales, considerados por la misma
norma como condiciones necesarias para su aplicación. La importancia del elemento
formal, aun cuando se considera como predominante respecto del elemento material, no
autoriza, sin embargo a pensar que el fenómeno jurídico considerado se concrete total y

INSTITUTO PACÍFICO 11
SALVADOR PUGLIATTI

exclusivamente en el elemento formal: éste constituye la fuente de calificación, que tiene


necesidad de apoyarse en el elemento material. La calificación del elemento material da
origen justamente al fenómeno jurídico.

Por defecto de excesivo formalismo está viciada la concepción según la cual el sujeto
jurídico sería sólo un concepto de relación, es decir, representaría el punto de atracción y
de referencia de un conjunto de efectos jurídicos. Contra una concepción así elaborada,
que está en el polo opuesto de la iusnaturalista, puede hacerse valer una simple obser-
vación: el punto de atracción de los efectos jurídicos debe ser un quid que nace sobre la
base de normas ad hoc, diversas de las que producen los efectos jurídicos considerados;
de normas, por lo tanto, que deben tener como objeto la creación del sujeto jurídico,
y por esto justamente deben disponer sobre la adquisición de tal calidad, con base en
determinados presupuestos de hecho. Renace de esta manera el doble elemento, como
núcleo del concepto de persona: presupuesto (material) y calificación (formal).

§ 2.— Personas físicas y personas jurídicas

Las dos especies fundamentales en las que se encarna el concepto de sujeto jurídico son:
la persona física y la persona jurídica. Establecido que ellas representan dos ramas del
mismo fronco, y establecida sobre todo la unidad del concepto que está en su base, que-
remos hacer la disertación unitaria, para obedecer a una rigurosa exigencia sistemática,
hasta ahora poco advertida. Tendremos, sin embargo, siempre presente que el elemento
formal es idéntico para las dos especies, y que consiste en una simple calificación por
parte de la norma; el elemento material presenta notables diferencias: de donde se deri-
van reacciones y aptitudes diversas frente a los varios problemas que se refieren a la teoría
del sujeto jurídico. De esto se tendrá naturalmente, debida cuenta.

La persona física y la persona jurídica tienen de común como visto, la estructura lógica, por-
que resultan ambas constituídas por un elemento material y por un elemento formal. Este
último también es común, justamente como elemento constitutivo de ambas y puede desig-
narse como reconocimiento (de la cualidad de sujeto) por parte del ordenamiento jurídico.

En la concreta constitución de los dos tipos de sujetos jurídicos debe pues buscarse la di-
ferencia en la composición particular del elemento material: sobre este punto se orienta
especialmente

a) Persona física.

Los presupuestos materiales a los cuales está condicionado el reconocimiento con el que
el ordenamiento jurídico imprime al hombre (individual) el sello de la personalidad, se

12 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

deducen del art. 724, n. 2 del Código Civil, que se ocupa de la Capacidad para suceder,
pero que en realidad establece una norma general referente a la adquisición de la capaci-
dad jurídica en general, que tiene como inseparable premisa la adquisición de la cualidad
de sujeto o de la personalidad. La citada disposición requiere, para que exista la capaci-
dad para suceder, que el individuo humano haya nacido viable: por lo que los presupues-
tos de hecho, que condicionan la adquisición de la personalidad, son: el nacimiento y la
viabilidad, expresamente indicadas en la disposición citada; a esto se agrega la vida, que
es un momento necesariamente implícito, y que además se deduce de la última parte del
art. 724, que contiene una disposición de la que vamos a ocuparnos inmediatamente.,

1) El nacimiento se verifica cuando el feto queda separado completamente del vientre


materno: ya naturalmente, ya por medios quirúrgicos. En este momento, en efecto, la
spes hominis, antes ligada íntimamente al organismo materno, adquiere independencia y
puede ser destinatario de una tutela jurídica propia.

La tutela jurídica del que está por nacer, de la que se ha hablado antes, está predispuesta:
o en interés de la sociedad, cuanto se refiere a actos penalmente ilícitos; o en interés
del que está por nacer, en consideración de la posibilidad del nacimiento en interés de
los terceros, que podrían derivar derechos del mismo que está por nacer, si llegase a ser
sujeto jurídico. En caso, el que está por nacer no es tutelado como sujeto jurídico y no
puede considerarse como persona.

2) El nacimiento solo, no basta para adquirir la personalidad, sino que es necesaria


también la vida: el que nace muerto se considera, desde el punto de vista jurídico, como
no nacido: qui mortui nascuntur neque nati neque procreati videntur. No importa que la
muerte se haya verificado antes o durante el parto. No se requiere, sin embargo, que la
vida tenga una cierta duración: basta un solo instante de vida extrauterina, para el cum-
plimiento de una de las condiciones necesarias para la adquisición de la personalidad.

Entre los romanos la vida debía deducirse de signos taxativamente indicados, que eran:
según la escuela proculeyana, el movimiento; según la escuela sabiniana el vagido. El
emperador Justiniano siguió esta última tendencia. En nuestro derecho, desaparecido
todo inútil formulismo, la vida puede revelarse de cualquier modo, y manifestarse con
cualquier signo. Comúnmente, si el recién nacido no vive por un cierto período de
tiempo después del parto, para comprobar si ha nacido vivo o muerto, se recurre a la
llamada docimasia pulmonar, que consiste en la inmersión del pulmón del recién nacido
en un recipiente lleno de agua: si la criatura comenzó a respirar, es decir, a vivir fuera
del vientre materno, el pulmón se habrá llenado de aire, y por lo tanto, flotará: en caso
contrario, el pulmón dañado permanecerá sumergido en el recipiente.

INSTITUTO PACÍFICO 13
SALVADOR PUGLIATTI

3) La viabilidad es la capacidad para vivir fuera del vientre materno. La investigación


relativa a la determinación de la viabilidad debe quedar encomendada a la competencia
técnica del perito médico-legal.

Sin embargo, el legislador ha dictado una normal especial, por lo que concierne a la
prueba de la viabilidad, el art. 724, in fine, estableces que en la duda presumen viables los
que consta que han nacido vivos. Tal presunción tiene por efecto la inversión de la carga
de la prueba, porque quien tiene interés debe solamente probar el nacimiento y la vida,
y la contraparte, por el contrario debe dar la prueba de la no viabilidad. Se trata pues,
de una presunción relativa (praesumptio iuris tantum), la que admite prueba en contrario
(art. 1353 C.C.).

Con fundamento en los elementos obtenidos del análisis que procede, podemos concluir
que la persona física es la criatura humana en cuanto haya nacido viva y viable, reconocida
por esto por la norma como sujeto jurídico.

b) Persona jurídica.

En relación a esta categoría particular de sujetos, surgen diversas cuestiones también


complicadas, que imponen una más amplia exposición.

1.— Antes que todo la persona jurídica tiene necesidad de una justificación. A este
propósito citamos cuanto escribe Nicolás Coviello: “El fin del derecho es el interés hu-
mano; pero los intereses humanos no solamente son individuales, sino también sociales;
es decir, existen intereses comunes a todos los hombres en general, o a algunas clases
de personas. Para la satisfacción de unos y otros se desarrolla una actividad única, la del
individuo”.

“Pero muchas veces es necesaria la actividad de varios individuos que tienden a un único
fin; otras veces, es sólo un indico quien obra, empleando los medios materiales de satis-
facen para proveer a los intereses de una clase entera de personas, substrayéndolos así a
los fines meramente egoístas a los que sirven por lo general. Tanto en uno como en otro
caso, si bien son diversos los medios para lograr el fin, la naturaleza de este es idéntica,
un interés social, osea la necesidad de pluralidad de personas que hay que satisfacer,
idéntico es al hecho material, es decir, el empleo de fuerzas individuales para un interés
que no es el del individuo aisladamente considerado”.

“Establecido esto, aparece evidentemente que para lograr el fin común a varios, es nece-
saria la unidad en dirección y de acción y la continuidad de los medios que corresponden
a la continuidad del interés … Es una nueva exigencia real la que diversas personas liga-

14 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

das entre sí, voluntaria o necesariamente, por unidad de fin, o por unidad de intereses,
sean tratados como una sola persona y que esta tenga, además, una duración igual a la
del fin o a la del interés. Solo de esta manera se logra el propósito práctico porque no
sucederá que el cambio de voluntad o la muerte de los individuos, sea un obstáculo para
la realización del fin, o que la presencia de algunos interesados excluya a los futuros del
beneficio a que tiende el destino de un patrimonio”.

2. —Pero la justificación genérica citada no es suficiente: diversas dificultades se han


presentado en la doctrina en cuanto a la real consistencia y a la real consistencia y a la
verdadera naturaleza de las personas jurídicas. Las tendencias doctrinales son múltiples
y variadísimas, de modo que deberemos limitarnos a exponer las más comunes y ca-
racterísticas, poniendo de relieve sus rasgos esenciales. Una exposición completa de las
diversas tendencias se debe a Ferrara, al que seguiremos en este punto.

A) Algunos escritores parten de la premisa fundamental de que sólo el hombre es sujeto de


derechos. De esto se derivan dos tendencias doctrinales: a) La teoría de la ficción, según la
cual las personas jurídicas son sujetos artificialmente creados por la ley en virtud de una
ficción, que consiste en extender, como resultado de un artificio la capacidad jurídica
del sujeto individual a los entes ficticios; b) La teoría del patrimonio destinado a un fin
(Zweckvermoegen), según la que es concebible que el pertenezca no solamente a una
persona, sino que pueda pertenecer para una cosa. De tal manera que a los patrimonios
individuales. De tal manera que a los patrimonios individuales se contraponen los que
están objetivamente destinados a un fin, por lo que no debe hacerse ninguna distinción
entre persona s o sujeto, sino que es preciso distinguir entre patrimonio y patrimonio,
para hacer resaltar el destino especial a un fin determinado que puede haberse impuesto
a uno de esos patrimonios.

B) Otros escritores admiten por el contrario, que además del hombre hay organismos so-
ciales capaces de ser sujetos de derecho. A esta premisa se refiere la teoría de la realidad, la
que se funda sobre la analogía: el hombre es considerado como sujeto jurídica porque es
capaz de querer, y como existen otros organismos dotados como el hombre de voluntad,
debe extenderse a ellos la personalidad jurídica. De esa clase son los organismos sociales,
nacidos por hecho natural o histórico o por una constitución voluntaria, debe extender-
se a ellos la personalidad jurídica. De esa clase son los organismos sociales, nacidos por
el hecho natural o histórico o por una constitución voluntaria: están dotados de una vida
autónoma y constituyen justamente las personas reales colectivas. Estas no son creadas por
el derecho, sino que este se limita a declararlas y deben gozar de una subjetividad propia,
porque son entes reales que viven y persiguen fines sociales.

INSTITUTO PACÍFICO 15
SALVADOR PUGLIATTI

C) Por último, otros escritores sostienen que las personas jurídicas no son sino los hom-
bres asociados entre sí, de modo que, en último análisis, son siempre los hombres los
verdadero sujetos jurídicos, ya sea que se considere a la persona jurídica como vehículo
de las relaciones existentes en la colectividad, o bien que se considere la persona jurídica
como vehículo de las relaciones existentes en la colectividad, o bien que se considere a
la pluralidad de los individuos como sometida por la ley a un tratamiento unitario, etc.

Las diversas tendencias doctrinales antes expuestas, haciendo a un lado los defectos par-
ticulares que tienen en común y que no es este el momento de poner de manifiesto, de-
rivan de un planteamiento erróneo del problema y del que se originan todos los demás.

El concepto de persona, es decir, de sujeto jurídico, resulta —como se ha visto— de la


síntesis de dos elementos: uno material, que constituye el substrato; otro formal, del
que deriva la atribución del carácter jurídico. De tal manera que no es exacto considerar
que el hombre, sólo porque es hombre y como tal hombre es persona. Ciertamente,
todo hombre es una persona, pero lo es precisamente en virtud del carácter que el or-
denamiento jurídico imprime a todos los hombres. Sin embargo, no debe decirse que
tal carácter, y por consiguiente el elemento formal, falte en los sujetos jurídicos indi-
viduales, porque la calidad de persona se atribuye a todos los individuos humanos; ni
menos aún, debe decirse que tal cualidad debe atribuirse exclusivamente a los hombres,
aisladamente considerados. Se trata, en efecto, de una cualidad jurídica, de un carácter
cuya atribución promana directamente del ordenamiento. No solamente esto: sino que
la atribución está condicionada por la existencia de determinados presupuestos de hecho
de manera que sucede para la persona física lo que acontece para la persona jurídica, y
por lo tanto, el problema de la naturaleza de ésta debe plantearse del mismo modo que
el problema de la naturaleza de aquella.

Es arbitrario, en consecuencia, afirmar que sólo los hombres individuales pueden ser
sujetos de derecho. Por otra parte, no correcto hablar de una ficción, allí donde se trata
de la formal atribución de un carácter, que se verifica idénticamente para las personas
físicas como para las personas jurídicas. Es un artificio inútil hablar de un patrimonio
destinado aún fin, porque la personalidad se atribuye al ente, y el patrimonio destinado
a un fin, porque la personalidad se atribuye al ente, y el patrimonio y el fin de este está
destinado a realizar, no son otra cosa que elementos constitutivos, es conveniente pre-
cisar el punto de vista desde el cual se establece; porque no existe duda de que los entes
colectivos, como los sujetos individuales, en cuanto son personas, tienen una realidad
jurídica, es decir, formal. Por lo que se refiere a los de más se procurará ver en cada caso,
si existen condiciones para que hay reconocimiento, del que nace la realidad formal que
es la persona. Por último, si los entes colectivos son considerados como personas, es
decir, como sujetos unitarios, no se puede discutir que tienen su autonomía jurídica, y

16 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

que se distingue de los individuos humanos que forman el substrato, aun cuando estos,
de rechazo, se beneficien de la actividad de los entes mismos.

3.— El análisis de la constitución de la persona jurídica, presenta una dificultad inicial.


Indudablemente, desde el punto de vista lógico y sistemático, el concepto de persona
jurídica es unitario. Sin embargo, se presenta de modo sensiblemente diverso, según que
exista una persona jurídica de tipo corporativo (corporación, universitas personarum) o
de tipo patrimonial (fundación, universitas bonorum). La diferencia entre estos dos tipos
fundamentales, debe referirse al elemento material. El substrato de la corporación está
constituido por una colectividad organizda de las personas; el de la fundación, por un
conjunto de bienes destinados a un fin determinado.

Es necesario, si embargo, precisar ulteriormente esta distinción, para encontrar el justo


punto de equilibrio entre las dos tendencias extremas, una de las cuales querría confun-
dir los dos tipos en uno solo; la otra, por el contrario, distinguir fuertemente las dos
figuras.

Es innegable que el elemento personal existe también en las fundaciones, porque el


patrimonio, que constituye su base, está destinado a un fin humano, y por lo tanto,
existirán individuos humanos que se beneficiarán de la actividad del ente. Pero debe
hacerse notar que estos individuos humanos que se beneficiarán de la actividad del ente.
Pero debe hacerse notar que estos individuos humanos son extraños al organismo y a la
vida interna de la fundación, y constituyen más bien el punto de referencia que atañe al
fin. Pero no solo esto, sino que es completamente inconcebible un organismos de esos
individuos, porque los beneficiarios son siempre indeterminados, no vinculados entre sí
y con el ente, y que gozan del beneficio porque se encuentran en especiales condiciones,
que no son los presupuestos de un vínculo, sino que más bien sirven para delimitar la
esfera de acción del ente, excluyendo el beneficio a todos aquellos que no se encuentren
en las condiciones establecidas.

De igual modo, no puede negarse que, por lo general, no falta el patrimonio en las cor-
poraciones, pero este no es elemento constitutivo esencial: en efecto, puede constituirse
una corporación sin patrimonio, mientras que no sería concebible una fundación sin
que se destine un patrimonio aun fin.

En conclusión, se puede decir, que en las corporaciones es prevaleciente el elemento perso-


nal, mientras, que en las fundaciones es prevaleciente el elemento patrimonial.

Pero basados en la enunciación genérica antes dicha no se pueden evitar todas las dudas
y las incertidumbres en orden a la clasificación de algunos tipos de personas jurídicas.

INSTITUTO PACÍFICO 17
SALVADOR PUGLIATTI

Esto sucede especialmente para las sociedades comerciales, a propósito las cuales convie-
ne hacer una breve digresión.

Los sujetos de la actividad mercantil son: personas físicas y personas jurídicas. A la pri-
mera categoría pertenecen los comerciantes en sentido estricto, es decir, aquellos que eje-
cutan actos de comercio como profesión habitual (art. 8, C. Co.). A la segunda categoría
pertenecen las sociedades comerciales. En conjunto, estas dos categorías de sujetos cons-
tituyen los comerciantes en sentido lato (cfr. el cit. art. 8).

Las sociedades comerciales están reguladas por los arts. 76 y sigs. del Código de
Comercio. En relación a la responsabilidad asumida por los socios frente a los terceros,
en garantía de las obligaciones sociales, el art. 76 del Código de Comercio distingue tres
tipos de sociedades comerciales: 1) la sociedad en nombre colectivo, en la que las obliga-
ciones sociales están garantizadas por la responsabilidad ilimitada y solidaria de todos los
socios; 2) la sociedad en comandita, en la que las obligaciones sociales están garantizadas
por la responsabilidad ilimitada y solidaria de uno o más socios comanditados y por la
responsabilidad de uno o más socios comanditarios limitada a una suma determinada;
3) la sociedad anónima, en la que las obligaciones sociales están garantizadas sólo limi-
tadamente a un determinado capital, y cada uno de los socios está obligado por su cuota
o por su acción.

Como es fácil ver, los diversos tipos de sociedades presentan una notable variedad, por
lo que mira a la combinación del elemento personal con el elemento patrimonial: de la
sociedad en nombre colectivo, en la que más nítidamente resalta el elemento personal
(de tal modo que son denominadas sociedades de personas), a través de la sociedad en
comandita, que constituye un tipo mixto, se pasa a la sociedad anónima, en la que por el
contrario, se pone de relieve el elemento patrimonial (tanto que la anónima, es también
denominada sociedad de capital). Para poner en claro la diferencia fundamental entre
las dos figuras extremas de sociedades comerciales, basta hacer notar que en la sociedad
en nombre colectivo tiene tal importancia el elemento personal, que por lo general se
disuelve dicha sociedad por la muerte, por la interdicción, por la inhabilitación y por
la quiebra de uno de los socios (art. 191 C. Co.); mientras que en la sociedad anónima
adquiere tal predominio el elemento patrimonial, que es suficiente la transmisión de las
acciones para que el concesionario adquiera la calidad de socio. (arts. 76, n. 3, 164 y sigs.
C. Co.), que desaparece en el cedente.

Pero hecha a un lado la diferencia que se encuentra en los diversos tipos de sociedades
comerciales, existen elementos comunes que es necesario tener presentes a) Las socie-
dades comerciales son personas jurídicas. Es esta actualmente la opinión común. El art.
77, párrafo último, del Código de Comercio, dicen que ellas “constituyen, respecto a los

18 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

terceros, entes colectivos diversos de las personas de los socios”; pero la doctrina unánime
considera las sociedades son entes colectivos autónomos, aun respecto a los socios, en
otras palabras, son verdaderas y propias personas jurídicas. b) Las sociedades están cons-
tituidas por un elemento personal y por un elemento patrimonial, y están constituidas a
la consecución de un fin ilícito y de utilidad común para los socios, mediante el ejercicio
de uno a de varios actos de comercio, como resulta de la combinación de lo dispuesto
por los arts. 1697 del Código Civil y 76 del Código de Comercio, de donde se obtiene
la noción de sociedad.

Establecido esto, el criterio sugerido para hacer la distinción, aparece insuficiente o por
lo menos incierto para colocar al ente sociedad comercial entre las fundaciones o entre
las corporaciones.

Nos parece que las sociedades comerciales deben ser colocadas entre las personas jurídi-
cas de tipo corporativo, independientemente del aspecto particular que ellas pueden asu-
mir. Ante todo, porque la sociedad desarrolla su propia actividad, no para la consecución
de un fin que la trasciende, sino más bien para la realización de un fin que es ventajoso
para los socios, por los que está constituida. Además, es necesario prestar atención a esta
circunstancia: que en la fundación, el ente es dirigido únicamente por la voluntad del
fundador, contenida en el acto de fundación, de tal manera que no se permite normal-
mente ninguna desviación, ni cambio alguno del fin a que el patrimonio del ente está
destinado, precisamente porque el fin trasciende al ente mismo, y constituye el medio
por el que el fin, tal como fue querido por el fundador, debe ser perseguido. En la cor-
poración, por el contrario, es decisiva la voluntad de los miembros que la componen,
los que deben proveer a la tutela y a la actuación de un interés propio, y pueden por lo
tanto, cambiar el fin y el destino del ente.

Ahora bien, en las sociedades comerciales, la voluntad de los socios gobierne la vida del
ente social, hasta tal punto que, por unanimidad o por mayoría, la asamblea de los socios
puede variar o modificar la especie de la sociedad y las convenciones sociales, deliberar
su disolución o la fusión con otras sociedades, etc. (cfr. arts. 108, 146, 158, 189 nn. 6
y 7, 193 C. Co.).

4.— El elemento material que está en la base de la persona jurídica resulta pues consti-
tuido por elementos más simples, que pueden deducirse analíticamente de todo lo que
ha dicho. Estos elementos son:

a’) Organización de personas o de bienes. La primera se refiere a las corporaciones, la se-


gunda a las fundaciones.

INSTITUTO PACÍFICO 19
SALVADOR PUGLIATTI

El elemento personal de las corporaciones, está constituido por un conjunto de indivi-


duos coligados unitariamente, de modo que los individuos sean absorbidos en el seno de
la nueva entidad jurídica, que constituye un sujeto autónomo. No se quiere que haya un
mínimo determinado de personas, para que exista la corporación: basta que se reúnan
inicialmente dos personas; el ente podrá subsistir por lo demás, aunque posteriormente
las personas que lo forman se reduzcan a una sola, siempre que haya, sin embargo, la
posibilidad de reconstruir un conjunto de dos o más personas. Tampoco es esencial que
permanezca la identidad de las personas, pues pueden variar ininterrumpidamente y
en cualquier caso, como puede suceder en las sociedades anónimas, o aun más en las
cooperativas (art. 220 C. Co.). No obstante, en algunos casos y bajo ciertas condiciones,
es esencial la identidad de las personas para la subsistencia de la persona jurídica, como
sucede en las sociedades en nombre colectivo (art. 191 C. Co.).

Las personas por las que está constituida la corporación deben estar ligadas entre sí: el
vínculo que las une debe buscarse en el fin para cuya consecución está formada la cor-
poración.

El elemento real que forma el substrato de la fundación, está constituido por un conjunto
de bienes de cualquier naturaleza, que el fundador destina a un fin, con la intención de
dar nacimiento a un ente autónomo. Para que se dé el presupuesto del nacimiento del
ente es necesario que tal sea la intención del fundador; no basta sólo eso, sino que es
necesario además el efectivo destino de los bienes para la consecución del fin, y que los
bienes antes indicados sean realmente idóneos para la realización del fin que el ente debe
conseguir.

d’) Fin.— El fin debe ser lícito, es decir, no debe ser contrario a las normas imperativas
de la ley, ni al orden público, ni a las buenas costumbres. Como hemos visto, éste es
uno de los cánones fundamentales de nuestro ordenamiento positivo, y el Estado, que
es el órgano del derecho, no puede dejar de tutelar, ya negando el reconocimiento, ya
disolviendo los entes que tiendan a la consecución de un fin ilícito.

Cualquier fin lícito puede ser escogido para la constitución de una persona jurídica,
siempre que reúna los siguientes requisitos:

Que no sea individual, porque de otra manera estaña en contradicción con la razón de
ser de la persona jurídica, cuya constitución se justifica precisamente en vista de la con-
secución de un fin colectivo.

20 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

Debe ser diuturno, porque no se justificaría la creación de un ente autónomo, para el


logro de un fin, que pudiera ser conseguido fácilmente con un solo acto realizado por
una sola persona.

Debe ser determinado porque de otra manera le faltaría la base al destino del patrimonio,
y la causa para la asociación de las personas.

c’) Reconocimiento.—Es un requisito esencial que se requiere ticamente para la existencia


de las personas jurídicas. Ese requisito se deduce del art. 2 del Código Civil que habla de
cuerpos morales “legalmente reconocidos”. El reconocimiento, por lo general, debe ser
expreso: sin embargo, puede tener tácitamente, “con la aprobación de los actos realizados
por el ente o por la autorización otorgada a éste para ejecutar negocios jurídicos que
presuponen el reconocimiento mismo, o por efecto de relaciones jurídicas entre el ente
mismo y el Estado, que al tratar directamente con el ente, demuestra implícitamente que
lo considera como persona jurídica”. (De Ruggiero).

El reconocimiento expreso puede ser: general o especial.

El reconocimiento general se otorga por la ley, para una categoría determinada de entes,
los cuales, bajo las condiciones establecidas por la ley misma, adquieren de plano la
personalidad jurídica (como sucede, por ejemplo, para las sociedades comerciales, según
los términos de los arts. 77 y siguientes del C. Co.; así como para las asociaciones profe-
sionales, según el art. 5 de la L. de 3 de abril de 1926, n. 563).

El reconocimiento especial, por el contrario, se concede para cada ente en particular, me-
diante un acto determinado, que puede emanar del poder legislativo, o del poder ejecutivo,
es decir, puede concretarse en una ley especial (ley formal) o bien, en un decreto real.

Solamente el Estado, que es la más importante entre las personas jurídicas, y del que
promana, en una u otra forma, el reconocimiento de todas las demás personas jurídicas
no tiene necesidad de un especial reconocimiento.

En cuanto a las personas jurídicas extranjeras, están reguladas por su ley nacional, como
se deduce del art. 6 de las Disposiciones Preliminares, y por lo tanto, pueden aun subsis-
tir y operar sin reconocimiento, si no es necesario para su existencia, según la ley del Es-
tado al que pertenecen. Es evidente, sin embargo, que el Estado puede siempre controlar
la actividad de las personas jurídicas extranjeras en su propio territorio, para impedir que
puedan contrariar las normas imperativas, las de orden público, o las buenas costumbres
del reino, (art. 12 Disposiciones Preliminares).

INSTITUTO PACÍFICO 21
SALVADOR PUGLIATTI

Sobre el valor y sobre la naturaleza jurídica del reconocimiento, dos doctrinas opuestas
se debaten este campo, una de las cuales le asigna un valor exclusivamente declarativo, y
la otra, por el contrario, un valor constitutivo. Para la resolución de este importante pro-
blema teórico, que tiene graves consecuencias prácticas, es necesario poner atención al
exacto planteamiento de él. Los sostenedores de la primera tesis, afirman que la persona
jurídica puede existir y obrar aun antes de que intervenga cualquier reconocimiento,
pero no toman en cuenta que en esta fase puede hablarse de una existencia de mero
hecho; los propugnadores de la segunda doctrinan afirman, por el contrario, que el re-
conocimiento crea el ente jurídico, dando origen a una entidad jurídica por virtud solo
del reconocimiento; pero ellos no toman en cuenta que la persona jurídica tiene necesi-
dad de un substrato natural, que debe necesariamente preexistir al reconocimiento. Es
necesario precisar bien las ideas. Hemos denominado reconocimiento, la atribución de
la personalidad o cualidad de sujeto jurídico verificado por la norma; y en este sentido;
y en este sentido, hemos visto que el reconocimiento es —y no podría ser de otra ma-
nera— cualidad común a cualquier tipo de sujeto jurídico: a la persona física, como a
todas las categorías de las personas jurídicas. Tal reconocimiento es efecto necesario de la
aplicación de la norma cuando existen las condiciones de hecho (elemento material) por
ellas previstas; y no hay duda de que tiene valor constitutivo, porque con él se expresa
el elemento formal que atribuye al sujeto carácter de juridicidad. Bajo este aspecto, el
reconocimiento no tiene necesidad de ser considerado como elemento constitutivo por
una norma particular porque todos los fenómenos jurídicos adquieren su juridicidad en
virtud del elemento formal que proviene de la norma. Pero el art. 2 del Código Civil
considera el reconocimiento como condición de hecho, como elemento constitutivo
material de las personas jurídicas, y de esto se deduce que adquiere otro significado par-
ticular diverso del general que se ha indicado.

Para entender bien la función y el alcance de este elemento, es menester distinguir las
diversas especies de reconocimiento ya dichas: si el reconocimiento se otorga por medio
de un acto administrativo (en forma de decreto real o de ley formal) o tácitamente, no
existe duda de que constituye una ulterior condición de hecho, necesaria para completar
el elemento material. Evidentemente, en este caso, tiene valor constitutivo, porque sin
él la persona jurídica no podría nacer, por estar incompleto el substrato material, que
haría inaplicable la norma de la cual debería provenir el reconocimiento en sentido
formal. Pero si hacemos referencia a aquellas leyes especiales (en sentido propio) que
reconocen en abstracto la personalidad a determinados entes, bajo ciertas condiciones
(sociedades comerciales, asociaciones profesionales, etc.), no podemos dejar de observar
que el reconocimiento, en estos casos, pierde el carácter de condición de hecho requerida
como complemento del elemento material, y adquiere el carácter de reconocimiento en
sentido formal, pues de otorga como efecto de la aplicación como complemento del
elemento material, ya adquiere el carácter de reconocimiento en sentido formal, pues se

22 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

otorga como efecto de la aplicación de la norma, y no es condición para su aplicabilidad.


También en este caso —como se ha visto— el reconocimiento tiene valor constitutivo.
Falta explicar, empero, cómo y por qué en estos casos el reconocimiento, aun siendo
elemento formal, deriva de normas particulares. La razón radica en lo siguiente: que las
normas de que se trata, se refieren a grupos particulares de sujetos, y por lo tanto, repre-
sentan límites a la norma general que concierne a todos los sujetos jurídicos. De lo que
se ha dicho puede obtenerse también un argumento para poner en evidencia la diferente
naturaleza entre la ley formal y la ley en sentido propio: en efecto, el reconocimiento de
las personas jurídicas, concedido por medio de leyes formales constituye un presupuesto
de hecho; el que se concede en abstracto por medio de una ley o de una norma especial
en sentido propio, tiene el valor de elemento calificativo del sujeto.

De cuanto precede se deriva esta consecuencia: que hasta en tanto no exista el reconoci-
miento, la actividad desarrollada por el ente no está privada de efectos jurídicos, pero no
puede considerarse como actividad propia de un sujeto jurídico unitario y autónomo, y
por lo tanto, deberá ser referido o a los sujetos asociados, o al fundador. Cuando el reco-
nocimiento se ha otorgado, y el ente ha adquirido la calidad de persona jurídica, todos
los actos serán referidos al nuevo sujeto, y será aun posible atribuir al reconocimiento
eficacia retroactiva, en forma de atraer a la órbita del nuevo sujeto jurídico aun los actos
realizados en época anterior al reconocimiento mismo

5.— Mientras que en relación a la persona física la noción de sujeto puede considerarse
como simple y unitaria, en relación a la persona jurídica se imponen algunas distincio-
nes, que producen importantes consecuencias prácticas.

Una de estas distinciones, referente a la composición del substrato material, ha sido ya


indicada: la que existe entre la corporación y la fundación, sobre la que no es del caso
insistir ulteriormente.

Queda por considerar otra fundamental distinción: la que existe entre los entes públicos
y los entes privados, que, como la precedente divide en dos categorías todas las demás
personas jurídicas.

El art. 2 del Código Civil considera en conjunto: los municipios, las provincias y los ins-
titutos públicos, es decir, hace referencia expresa a la categoría de las personas jurídicas,
de las cuajes, establecido que el Estado es la más importante de ellas (cfr. art. 425 C.
C.), las más típicas e importantes son justamente la Provincia y el Municipio, mientras
que las otras bien pueden ser agrupadas en la denominación genérica de institutos pú-
blicos. En contraposición a esta categoría, debe colocarse, aun cuando la ley sea omisa a

INSTITUTO PACÍFICO 23
SALVADOR PUGLIATTI

este respecto, la categoría de las personas jurídicas privadas; y por lo tanto, es necesario
determinar el criterio según el cual debe hacerse la distinción entre las dos categorías.

En las disposiciones de la ley no es posible encontrar ningún criterio para la distinción


mencionada, ni una exhaustiva indicación: se habla solamente, además de las personas
públicas de más importancia (el Estado, la Provincia, el Municipio) de “institutos públi-
cos civiles o eclesiásticos” (art. 2 C. C.) ; de “institutos públicos y otros entes morales”
(art. 425 C. C.), de “hospicios y otros establecimientos públicos” (art. 2091 C. C.;
abrogado por la L. 6 de diciembre de 1877, n. 4166), de “instituciones públicas de be-
neficencia” (L. de 1 7 de julio de 1890, n. 6972, b. III).

Las soluciones propuestas por la doctrina son múltiples: hablaremos únicamente de las
más importantes, tratando de obtener de ellas los elementos que puedan verdaderamen-
te servir para darnos un riguroso criterio de distinción.

a’) Según algunos, para distinguir las personas jurídicas públicas de las privadas, es nece-
sario referirse al fin: mientras que la primera persigue un fin público, de interés general;
las otras, por el contrario, se proponen lograr un fin privado, de interés particular. Este
criterio, empero, no es claro, porque supone la determinación ulterior del fin público,
en relación al fin privado, y por lo tanto, desplaza el problema en lugar de resolverlo;
además porque no es exacto, ya que existen empresas que tienen un carácter de utilidad
general (como por ejemplo las instituciones de seguros) y que, sin embargo, no pueden
llamarse públicas, en sentido técnico.

Alguno ha querido rectificar el criterio antes dicho, sosteniendo que el elemento dis-
tintivo de las personas jurídicas públicas, es un fin que trae imprescindiblemente la
obligación de cumplirlo: las personas jurídicas públicas se encuentran frente al Estado
vinculadas al cumplimiento del fin para el que han sido creadas. Puede, sin embargo,
hacerse observar, que el criterio propuesto en concreto no es satisfactorio, porque hay
empresas de carácter privado, vinculadas con el Estado al cumplimiento de su fin (ejem-
plo: las empresas concesionarias de servicios públicos), y existen, por el contrario, entes
públicos (como los eclesiásticos) que no tienen tal vínculo.

b) Otros escritores hacen referencia a la posición jurídica que el ente goza en el Estado,
sosteniendo: a) la persona jurídica pública tiene una posición privilegiada frente a las
otras, porque goza de derechos de exacciones fiscales, exención de impuestos, privile-
gios por sus créditos, subvenciones especiales, etc.; b) en contraposición, el Estado se
inmiscuye en su administración, la somete a control y a vigilancia, etc. Pero los carac-
teres antes indicados no son decisivos para que exista un sujeto de derecho público. El
Estado, en efecto, puede conceder facilidades con el único fin de alentar a determinadas

24 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

empresas, y parejamente el ejercicio del control y de la vigilancia puede cuando más, ser
indicio del carácter de utilidad general del ente, que no debe confundirse con la calidad
de sujeto de derecho público.

c’) Según otro grupo de escritores, la diferencia debe buscarse en el modo de constitución
de la persona jurídica: las personas jurídicas privadas, como consecuencia de un acto
privado de constitución o de fundación. Puede decirse que este criterio es arbitrario, o
por lo menos, equívoco, porque el Estado interviene casi siempre, mediante el recono-
cimiento, en la creación de las personas jurídicas; de tal manera que, siendo en todos
los casos el reconocimiento idéntico, no sería posible distinguir cuándo existe un ente
público, o cuando un ente privado. Cuándo el reconocimiento es otorgado directamente
por la ley, si la disposición de la ley relativa se considera como emanación estatal, se cae
en el primer caso; si por el contrario, se considera como cosa autónoma, entonces se
tendrían personas jurídicas, ya sean privadas o públicas, que no derivarían de un acto de
constitución estatal.

d’) Según una tendencia ulterior, las personas jurídicas públicas tienen esencialmente
derechos de potestad pública, no solo frente a sus miembros, sino también respecto de los
terceros, a diferencia de los sujetos privados, que están en un plano de igualdad. Es esta
la tendencia más racional y rigurosa, la que da un criterio distintivo más aceptable entre
todas las demás. “El Estado es el único y supremo ente, investido de plena potestad pú-
blica. Pero el Estado, para la consecución de sus fines, separa parte de sus poderes públi-
cos, invistiendo de ellos a los entes que viven en su seno, o a los que el mismo Estado da
existencia, haciéndolos sus colaboradores y auxiliares, descentralizando su actividad en
favor de ellos. Estos entes estatales, algunas veces desmembrados de su administración,
otras veces colectividades e instituciones libremente constituidas, que reciben, aunque
en una esfera limitada, poderes y atribuciones de naturaleza igual a la del Estado, y que
gozan como el Estado del ius imperii, son las personas de derecho público” (F. Ferrara).

Los caracteres, pues, por los que se distinguen las personas jurídicas públicas respecto de
las privadas deben buscarse en que las Personas jurídicas públicas, para la consecución
de los fines que son Propios del Estado, adquieren de éste poderes particulares, que son
aspectos concretos del ius imperii propios del mismo Estado.

En el seno de la categoría de las personas jurídicas nace una subdistinción, según los
términos del art. 2 del Código Civil, que habla de “instituciones públicas civiles o ecle-
siásticas”. En el caso se trata sólo de determinar, en relación al vario y vasto conjunto
de las personas jurídicas públicas, el grupo particular sujetos, que pueden considerarse
como entes eclesiásticos. El criterio de distinción debe ser el del fin: de hecho podrán
considerarse como instituciones eclesiásticas todas aquellas personas jurídicas (públicas)

INSTITUTO PACÍFICO 25
SALVADOR PUGLIATTI

que se proponen la consecución de un fin de culto. Todas las demás serán, cualquiera
que sea el fin que se propongan lograr, instituciones civiles.

§ 3.— El estado personal.

En sentido lato, el estado de la persona expresa la condición jurídica general del sujeto en
cuanto tal. Adquiere aspectos diferentes en relación a algunos puntos de referencia con
respecto al mismo sujeto o a la posición que adquiere en relación a lugares determinados,
o a la comunidad de la que forma parte, como la familia o el Estado. Por esto, el estado
personal en sentido amplio, comprende: la capacidad jurídica, las relaciones de la perso-
na con la sede jurídica, y el estado personal en sentido restringido, que se divide en los
dos tradicionales status civitatis y familiae. En nuestro derecho, abolida la esclavitud, no
existe ya, como en el derecho romano, un especial status libertalis, por lo que, faltando
toda distinción entre esclavos y libres, la libertad es una condición general de todos los
sujetos, y no un estado particular de una categoría determinada de ellos.

Establecido el concepto general de estado personal, es necesario examinar separadamen-


te los diversos aspectos.

A) La capacidad jurídica.

La capacidad jurídica en sentido amplio comprende la capacidad de derecho (capacidad


jurídica en sentido restringido) y la capacidad de obrar. La primera, como se ha visto, está
ligada a la idea de personalidad, porque expresa la aptitud para ser sujeto de relaciones
jurídicas, y se encuentra ínsita en la persona como tal. Esta aptitud originaria, no supo-
ne ninguna actividad por parte del sujeto, sino solo la existencia de la persona. Por el
contrario, la capacidad de adquirir y de ejercitar derechos y de asumir obligaciones por
medio de una actividad propia, constituye la capacidad de obrar. Implica necesariamen-
te la idea de la actividad del sujeto, como medio para adquirir derechos o para asumir
obligaciones: considera, sin embargo, como simplemente virtual y presupuesto esencial
para que la actividad de la persona pueda producir consecuencias jurídicas.

La capacidad de derecho, que presupone solamente las condiciones de existencia de la


persona, es común a todos los sujetos jurídicos, y nace al mismo tiempo que la persona-
lidad, a la que está indisolublemente ligada. La capacidad para obrar, por el contrario,
presupone la capacidad de querer, y por esto corresponde en mayor o menor medida a
este o aquel sujeto, según las condiciones particulares en las cuales se encuentra el sujeto;
condiciones de hecho a las que el ordenamiento jurídico asigna la eficacia de presupuesto
o de límites de la capacidad para obrar.

26 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

El estudio de estos presupuestos o límites y de su eficacia, nos dará la posibilidad de


definir los diversos aspectos de la capacidad para obrar: el estudio se hará primero con
referencia a las personas físicas y después a las personas jurídicas.

A.— Las condiciones que influyen sobre la capacidad para obrar de las personas físicas
son: la edad, el sexo, la salud y las condenas penales.

a’) Edad.—Al cumplir 21 años de edad se adquiere la mayoría de edad (art. 323 C. C.),
es decir, se adquiere la capacidad de realizar todos los actos de la vida civil, salvo las
excepciones Previstas por la ley (art. 323 párrafo primero). Por el contrario es menor de
edad aquél que no ha cumplido 21 años (art. 240 C. C.).

El menor no tiene por regla general, capacidad para obrar; no puede ejecutar por sí
mismo ningún acto jurídicamente válido. Está sometido a la representación legal, la que
compete:

1) Al progenitor que ejerce la patria potestad (art. 224); la que corresponde conjuntamente
a ambos progenitores (art párrafo primero) y se ejerce: durante el matrimonio por el
padre; y si éste no puede ejercitarla, por la madre (art. 220 párrafo segundo); disuelto
el matrimonio —y la disolución no puede verificarse, sino por la muerte de uno de los
cónyugues (art. 148)– la patria potestad se ejercita por el progenitor supérstite. Tam-
bién en caso de ausencia del padre, aun cuando sea simplemente presunta, el ejercicio
de la patria potestad corresponderá a la madre (art. 46), a la que también competerá
el ejercicio de la patria potestad en los casos en los cuales el padre haya incurrido en la
suspensión o en la pérdida de la patria potestad, salvo que la ley no prevea el nombra-
miento del tutor.

2) Al tutor. La tutela comienza cuando ambos progenitores han muerto, han sido decla-
rados ausentes o han incurrido por efecto de condenas penales (art. 32, 34, 38, C. P.) en
la pérdida de la patria potestad o en la suspensión de la misma (art. 241 C. C.). Puede
procederse al nombramiento de un tutor aun en el caso de que el progenitor abuse de la
patria potestad, violando o descuidando sus deberes o administrando mal el capital del
hijo (art. 233).

La tutela puede ser: voluntaria, legítima o dativa. La primera se verifica cuando el tutor
es nombrado por acto ante notario o por testamento (art. 242 párrafo primero), por el
progenitor supérstite, que hasta el momento de su muerte estaba en el ejercicio de la
patria potestad (art. 243). Si no existe tutor nombrado por el progenitor, se da lugar
al nacimiento de la tutela legítima, que compete al abuelo paterno, y en su defecto, al
abuelo materno (art. 274); cuando se verifica la presunción de ausencia del padre, si la

INSTITUTO PACÍFICO 27
SALVADOR PUGLIATTI

madre ya no vive o muere antes de que la ausencia sea declarada, o está en la imposibi-
lidad de ejercitar la patria potestad, el cuidado de los hijos se confiará por el consejo de
familia al abuelo paterno o a falta de él, al abuelo materno (art. 47). En este caso existe
una especie de tutela que es dativa, en cuanto la designa el consejo de familia; legítima
por los límites y por el orden establecido por la ley. Si los dos abuelos faltan, se proce-
derá a la tutela dativa: el consejo de familia, constituido en los términos y para los fines
señalados por el art. 249 y siguientes, procederá a nombrar un tutor (art. 245). Existe
también una tutela legal, que compete al progenitor que reconoce al hijo natural menor
de edad, y de preferencia al padre, si los dos progenitores lo han reconocido (art. 184).

La ley prevé la hipótesis del nombramiento de tutor temporal mismo art. 47 ya citado,
porque da al consejo de familia la facultad de confiar el cuidado de los hijos menores del
ausente a los abuelos, en el orden establecido por el art. 244, o bien, a un tutor temporal.

3) A un curador especial. Este será nombrado, para representar a los menores sujetos a
patria potestad, cuando surge conflicto de intereses entre los hijos sujetos a la misma
patria potestad o entre ellos y el padre (art. 224 párrafo segundo). Igualmente se proce-
derá al nombramiento de un curador especial, cuando surge conflicto de intereses entre
menores sujetos a la misma tutela (art. 246 párrafo primero). Puede ser nombrado un
curador especial por el que instituye heredero a un menor, pero sólo limitadamente para
la administración de los bienes que le trasmite, aun cuando el menor esté bajo patria
potestad (art. 247).

4) Al protutor. Puede ser nombrado por quien tiene derecho a nombrar tutor, y en su
falta deberá ser nombrado por el consejo de familia (art. 264); el tutor no puede asumir
el ejercicio de la hítela si no existe protutor (art. 265).

El menor está representado por el protutor, en el caso en que el interés del menor esté en
conflicto con el del tutor, en el caso de tutela vacante o abandonada, hasta que el nuevo
tutor sea nombrado, y sólo para los actos conservativos y para los de administración que
no admiten dilación (art. 266).

A propósito del conflicto de intereses entre el representado incapaz y el representante,


debe hacerse notar que nuestro legislador ha seguido un sistema único para los menores
sujetos a patria Potestad, disponiendo el nombramiento de un curador especial, tanto en
el caso de conflicto de intereses entre representante y representado, como en el caso de
conflicto de intereses entre dos representados; viceversa, para los menores sujetos a tutela
ha seguido un sistema híbrido, disponiendo el nombramiento de un curador especial,
para el caso de conflicto entre los representados, y atribuyendo la facultad de representa-
ción al protutor, en caso de conflicto de intereses entre el tutor y el pupilo.

28 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

Además de influir sobre la capacidad general, la edad puede también hacerlo sobre la
capacidad especial, para algunos actos. Así para poder otorgar testamento, basta haber
cumplido dieciocho años (art. 763, n. 1 C. C.); la misma edad de dieciocho años es
necesaria para poder ser adoptado (art. 265), mientras que es necesario que el adoptan-
te haya cumplido cincuenta años, y con la condición además de que sea mayor que el
adoptado cuando menos dieciocho años (art. 202).

Para contraer matrimonio, según nuestro Código Civil, era necesario que el hombre
hubiera cumplido dieciocho años y la mujer quince (art. 55), mientras que según los
términos del art. 1o. de la Ley de 27 de mayo de 1929, No. 1159, el límite mínimo de
edad para poder contraer matrimonio es de dieciséis años para el hombre y catorce para
la mujer, conforme a lo que prescribe el canon 1067 del Codex iuris canonici. Pero según
el art. 68, párrafo primero, del Código Civil, el Rey, cuando existen graves motivos,
puede dispensar el impedimento de la edad y permitir el matrimonio del hombre que ha
cumplido catorce años y de la mujer que ha cumplido doce años: tal facultad puede ser
ejercitada, en nombre del Rey, por el Procurador General ante la Corte de Apelación en
cuya jurisdicción tengan su residencia los esposos o uno de ellos (art. lo. del R. D. L. de
28 de diciembre de 1919, n. 2561 y el art. 1º. del R. D. de 30 de diciembre de 1929,
n. 2233).

Excepcionalmente el matrimonio celebrado sin el requisito de la edad mínima es váli-


do y no se permite impugnarlo, si la esposa esta encinta (art. 110, n. 2 C. C), o
bien cuando se trata del matrimonio del Rey o de los que pertenecen a la familia real
(art. 69 C. C.).

Excepcionalmente, el matrimonio celebrado sin que el requisito de la edad mínima es váli-


da y no se permite impugnarlo, si la esposa está encinta (art. 110, n. 2 C. C.) o bien cuan-
do se trata del matrimonio del Rey o de los que pertenecen a la familia real (art. 69 C.C.)

El menor capaz de contraer matrimonio es también capaz para otorgar su consentimien-


to acerca de todas las estipulaciones y donaciones que puedan hacerse en el contrato
relativo (art. 1386) habilis ad nuptias habilis ad matrimonii consequias.

Para contraer matrimonio no es necesario solamente el consentimiento de los esposos,


sino que es necesario también, en algunos casos, la conformidad de otras personas; tam-
bién en relación a este elemento influye el requisito de la edad. El art. 63 del Código
Civil disponía lo siguiente: “El hijo que no ha cumplido veinticinco años, la hija que
no ha cumplido veintiún años, no puede contraer matrimonio sin el consentimiento del
padre y de la madre”.

INSTITUTO PACÍFICO 29
SALVADOR PUGLIATTI

Los arts. 64 y 65 disponían además que para los menores de veintiún años, se requeriría
respectivamente el consentimiento de los abuelos y de las abuelas, en el caso de muerte
o imposibilidad de los progenitores para otorgar su consentimiento y el consentimiento
del consejo de familia, en caso de muerte o de imposibilidad para otorgar el consenti-
miento por parte de las abuelos o de las abuelas.

El art. 3 de la Ley de 27 de mayo de 1929 ha modificado las disposiciones citadas en


estos términos: “El menor no puede contraer matrimonio sin el consentimiento del pro-
genitor que ejerce la patria potestad o sin el consentimiento del tutor”. De esta manera
se han igualado, en idéntico tratamiento, al hombre y a la mujer, y al mismo tiempo se
han abrogado las disposiciones a que se refieren los arts. 64 y 65 del Código Civil.

La edad puede ser algunas veces motivo de exención de algunas obligaciones particula-
res: así, tiene derecho de ser dispensado de asumir o de continuar el ejercicio de la tutela
o protutela, el que ha cumplido sesenta y cinco años de edad (art. 273, n. 2 C.C.).

Desde el punto de vista de la capacidad general, en nuestro derecho es importante la


institución de la emancipación, que recae sobre el elemento de la edad. Hay dos formas
de emancipación:

a) legal, la que tiene lugar de pleno derecho por el matrimonio (art. 310) y por lo tanto,
está condicionada a la edad requerida para poder contraer matrimonio;

b) voluntaria, que puede tener lugar en favor del menor que haya cumplido dieciocho
años, por declaración hecha ante el pretor por el progenitor que ejerce la patria potestad,
o a falta de él, por decisión del consejo de familia (art. 311).

El hijo natural puede ser emancipado por el progenitor ejerce la tutela legal; o en su de-
fecto, por el consejo de tutela (art. 312) que está precisamente constituido para los hijos
nacidos fuera de matrimonio (art. 261).

El menor emancipado puede realizar solamente los actos que no exceden la simple admi-
nistración (art. 317); para los otros actos tiene necesidad de la asistencia de un curador,
que integre la capacidad, que interviene en el momento de su conclusión y declara su
voluntad, juntamente con el menor.

La simple asistencia del curador basta para que el menor emancipado pueda cobrar sus
capitales bajo la condición de que se haga una buena inversión de ellos, y figurar en
juicio como actor o como demandado (art. 318); para los actos que exceden la simple

30 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

administración es necesario, además de la asistencia del curador, la autorización del con-


sejo de familia (art. 318).

Los menores emancipados pueden ser autorizados para ejercer el comercio, de tal mane-
ra que se reputen mayores de edad en cuanto a las obligaciones por ellos contraídas con
relación a actos de comercio (art. 9 C. Co.); en este caso podrán enajenar o hipotecar sus
bienes inmuebles (art. II C. Co.). La autorización puede otorgarse también para deter-
minados actos de comercio (art. 10 C. Co.).

b’) Sexo.—En nuestro Código Civil y en el de Comercio, se encuentran disposiciones


que asemejan a la mujer a los demás incapaces, y establecen una disparidad entre su
condición y la del hombre. Así, se prohíbe a la mujer ser testigo en los actos del estado
civil y en los actos públicos (art. 788 791 351 C C); desempeñar la tutela, la protutela
y la curatela, o formar parte del consejo de familia, salvo que sea ascendente o hermana
carnal no casada (art. 268, n.1) o cónyuge del incapaz; desempeñar la función de árbitro
(art. 10 C. P. C.). Además, la mujer casada tenía necesidad de la autorización marital,
para la realización de los más importantes actos de la vida civil (arts. 134 y 137 C. C.).

Pero las disposiciones de nuestro Código Civil han tenido que sufrir profundas dero-
gaciones a consecuencia de leyes especiales, de tal modo que hoy puede decirse que la
condición jurídica de la mujer está casi en todo equiparada a la del hombre.

La ley de 9 de diciembre de 1877, n. 4167, permite a la mujer ser testigo de los actos
públicos; la ley de 15 de junio de 1893, n. 295, sobre los árbitros deroga parcialmente
el art. 10 del Código de Procedimientos Civiles, y permite que la mujer pueda formar
parte de los colegios arbitrales; el art. 4 del R. D. de 14 de enero de 1909, n. 14, dictado
a consecuencia del terremoto calabro-sículo del 28 de diciembre de 1908, permite a la
mujer asumir o ejercitar la tutela de los menores que quedaron abandonados por el de-
sastre, y de igual manera dispone también para los huérfanos de la guerra, el art. 23 de
la Ley de 18 de julio de 1917, n. 1143.

Finalmente, la Ley de 17 de julio de 1919, n. 1176, sobre la capacidad jurídica de la


mujer, igualó, puede decirse, completamente la condición de la mujer a la del hombre:
abolió en efecto, la institución de la autorización marital, así como la prohibición para
el desempeño de la tutela y de las otras potestades familiares. Las pocas y esporádicas
desigualdades que han quedado en nuestra ley, se explican con fundamento en consi-
deraciones particulares; así, por lo que concierne a la edad para contraer matrimonio,
la diferencia de que ya hemos hablado se explica con referencia a la mayor rapidez de
desarrollo fisiológico de la mujer respecto al hombre; la prohibición establecida para que
la mujer casada pueda contraer nuevas nupcias si no han transcurrido diez meses de la

INSTITUTO PACÍFICO 31
SALVADOR PUGLIATTI

disolución o de la anulación del primer matrimonio (art. 57 C. C.), se explica por la ne-
cesidad de evitar la turbalio sanguinis, y por lo tanto, la incertidumbre acerca la paterni-
dad del hijo nacido después de contraído el segundo matrimonio; el requisito diferente
entre el adulterio de la mujer (art. 559 C. P.) y el concubinato del marido (art. 560 C. P
), también para los efectos civiles de la separación (art. 150 párrafo primero C. C.), por
el que se requiere que el marido tenga a la concubina en la casa conyugal o notoriamente
en otro lugar, se justifica por el peligro mayor a que está expuesto el hombre, pues la
mujer puede dar a luz hijos no engendrados por él.

Sigue en vigor la disparidad en el campo del derecho público, porque la mujer está to-
davía excluida para ser electora o elegida. Una extensión de la capacidad de la mujer en
este campo se ha verificado a consecuencia del art. 7 de la Ley de 17 de julio de 1919,
que dispone lo siguiente: “Las mujeres son admitidas a igual título que los hombres para
ejercer todas las profesiones y para desempeñar todos los empleos públicos, excepto
solamente, si no están admitidas expresamente por la ley, aquellos que implican poderes
públicos jurisdiccionales o el ejercicio de derechos o de potestad política o que se refieren
a la defensa militar del Estado”.

c) Salud.—La salud es considerada, desde el punto de vista de la capacidad jurídica,


en sentido negativo, es decir, con referencia a las enfermedades por las cuales puede ser
perturbada.

Las enfermedades pueden ser físicas o somáticas, y psíquicas o mentales, y pueden influir
o sobre la capacidad general, o bien puede ser causa de incapacidad en relación a algunos
actos determinados.

La enfermedad mental cuando sea habitual, de manera que convierta en incapaz al que
la padece para proveer a sus propios intereses, conduce a la interdicción (art. 324). Na-
turalmente, la interdicción puede promoverse en relación al mayor de edad y al menor
emancipado, es decir, de aquellos que tienen una capacidad plena o semiplena, y están,
por lo tanto, privados de representación legal (pues no es verdadera representación la
asistencia del curador); sin embargo, la ley admite que el menor no emancipado puede
estar sujeto a interdicción en el último año de su menor de edad (art. 325), y esto evi-
dentemente con el fin de evitar cualquiera interrupción entre el período de menor edad
y el de interdicción.

La interdicción por enfermedad mental debe ser declarada por el magistrado mediante
sentencia, y por esto toma el nombre de interdicción judicial, y puede ser pedida por
cualquier pariente, por el cónyuge o por el ministerio público (art. 326).

32 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

La interdicción produce sus efectos desde el día de la sentencia (art. 328) y estos efectos
permanecen firmes, hasta en tanto que, desaparecida la causa que le s ha dado lugar, no
sea revocada la sentencia (art. 338).

La condición jurídica del que está en estado de interdicción es igual a la del menor no
emancipado: es decir, el que está en estado de interdicción no puede realizar válidamen-
te ningún acto jurídico; los actos realizados por el sujeto a interdicción después de la
sentencia, son nulos de pleno derecho (art. 335). El que está en estado de interdicción
queda sujeto a la tutela (art. 329). El tutor se elige siguiendo el orden establecido por
el art. 330: a) si el que está en estado de interdicción; y a falta de ellos, la madre; b) El
tutor del que está en estado de interdicción puede ser designado por testamento o por
acto notarial por el progenitor supérstite, que haya previsto la interdicción del hijo; c)
A falta del tutor legal o voluntario, se instituye el tutor dativo, que es designado por el
consejo de familia o de tutela.

Durante el período en el cual está en vigor la sentencia de interdicción, no se permite


ninguna investigación sobre la real condición mental del sujeto a interdicción, ni se
toman en cuenta los intervalos lúcidos, para juzgar de la validez o invalidez de los actos
por él eventualmente ejecutados: todos los actos indistintamente son nulos de pleno
derecho, porque el sujeto a interdicción está en estado de incapacidad legal absoluta.

Además de la incapacidad legal, que presupone, como se ha visto, sentencia dictada por
el magistrado, puede existir, en abstracto también una incapacidad natural, en los casos
en que falta declaración judicial pero en que, sin embargo, existe la enfermedad dental.
Es necesario, no obstante, tener presente que la incapacidad natural constituye sola-
mente el presupuesto de hecho, o el elemento material, tomado en cuenta por la ley a
los fines de la incapacidad legal. El legislador ha tenido en cuenta la enfermedad mental
como causa de nulidad de los actos jurídicos, aún fuera de la interdicción; pero en estos
casos, si no existe un estado permanente, hay sin embargo, una condición intermitente o
transitoria de incapacidad, la que, por derivar de la ley, es incapacidad legal; incapacidad
natural, por lo tanto, es siempre un presupuesto que, junto con otras condiciones previs-
tas por la norma, constituye el substrato material de la incapacidad legal.

Con relación a las indicadas condiciones de incapacidad, es necesario distinguir los actos
a título oneroso de los actos a título gratuito.

Respecto de los primeros, la ley hace una subdistinción, con referencia a la época de
la impugnación, estableciendo: a) los actos anteriores a la interdicción, e impugnados
durante la vida del sujeto de que se trata: pueden ser anulados cuando concurran las
siguientes condiciones: a’) que la causa de interdicción subsista en el tiempo en que se

INSTITUTO PACÍFICO 33
SALVADOR PUGLIATTI

verificaron los actos mismos; b’) que resulte la mala fe del otro contratante, o por la ca-
lidad del contrato, o por el grave perjuicio que se haya originado o que pueda originarse
al que está en estado de interdicción , o de cualquier otro modo (art. 336). b) Después
de la muerte del individuo, los actos por él realizados no pueden ser impugnados por en-
fermedad mental, sino cuando haya sido promovida la interdicción antes de su muerte,
o la prueba de la enfermedad resulta del acto impugnado (art. 337).

Con relación a los actos a título gratuito, rige el principio en virtud del cual se admite la
impugnación cuando se prueba que aquel que les ha dado nacimiento, aún cuando no
esté en estado de interdicción, no estaba sano de la muerte en el tiempo en que el acto
fue realizado (art. 763, n. 3, que se refiere a la capacidad de testar, y el art. 1052, que
alude a aquel, por lo que respecta a la donación).

La enfermedad mental que no era tan grave para dar lugar a la interdicción, puede oca-
sionar la inhabilitación. Al enfermo mental, en el significado antes dicho, se equipara el
pródigo, que puede considerarse como afectado por una verdadera enfermedad psíquica.
El inhabilitado se encuentra en la condición del menor emancipado: puede realizar por
si solo los actos que no excedan la simple administración; para los demás actos, tiene
necesidad de la asistencia de un curador, que es designado por el consejo de familia o
de tutela (art. 339). La inhabilitación, en los casos dichos, a instancia de las personas
mencionadas por el art. 326, se declara mediante sentencia y por eso se llama inhabili-
tación judicial; constituye un estado de incapacidad legal relativa, que dura desde el día
de la sentencia, hasta que esta sea revocada por que desaparezca la causa por la que fue
pronunciada (art. 342).

Las enfermedades somáticas influyen por lo general sobre determinados actos. Así: a) el
ciego que no sabe escribir puede otorgar testamento secreto. Es verdad que la ley permite
que el testamento secreto pueda ser escrito, además de por el testador, también por un
tercero (art. 772), pero en este caso se requiere que el testador sepa o pueda leer (art.
785), pues de otro modo el testamento secreto no es válido. b) El sordomudo y el mudo
no pueden otorgar testamento público, para el que es necesaria la declaración verbal de
la voluntad propia hecha ante el notario en presencia de testigos (art. 778); ellos pueden
solamente testar por testamento ológrafo o por testamento secreto depositado ante no-
tario, (art. 786).

Existe un caso en que la enfermedad somática tiene efectos sobre la capacidad general:
el sordo-mudo y el ciego por nacimiento, que han llegado a la mayor edad, se reputan
como inhalados de pleno derecho (art. 340). Debe hacerse notar, sin embargo, que una
enfermedad congénita de tal género trae normalmente como consecuencia un limitado
desarrollo psíquico. En la hipótesis antes indicada se habla de inhabilitación legal, la que

34 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

no obstante, más que un verdadero y propio estado o una condición, implica solamente
una presunción legal de incapacidad, presunción relativa que puede ser superada, por-
que el Tribunal puede declarar a los sujetos de que se trata, hábiles para atender sus cosas
(art. 340).

d’) Condenas penales.— Las condenas penales influyen directamente o por reflejo tam-
bién sobre la capacidad de los sujetos a los que imponen: las llamadas penas accesorias
de que tratan los arts. 28-38 del vigente Código Penal, se refieren en gran parte a la
capacidad de las personas físicas bajo diversos aspectos.

Una institución importante, bajo el aspecto de la capacidad de las personas físicas, es el


de la interdicción legal, a la que se aplican, para los efectos y para la representación de
quienes se les impone esa pena, las disposiciones de la ley civil, (art. 32, último párrafo,
C. P.) a que antes nos hemos referido.

Está legalmente en interdicción: a) el condenado a reclusión por un tiempo no menor de


5 años: los efectos de la interdicción duran todo el tiempo en que debe sufrirse la pena, y
cesan cuando la pena ha sido enteramente purgada. Durante tal período, en efecto, pue-
de existir, si el juez no dispone otra cosa, la simple suspensión del ejercicio de la patria
potestad y de la autoridad marital (art. 32, segundo párrafo, C. P.) y como consecuencia,
la suspensión del ejercicio de cualquier derecho que al progenitor o al marido corres-
ponda sobre los bienes del hijo o de la mujer, en consideración de la patria potestad o
de la autoridad marital (art. 34, último párrafo, C. P.); b) También está legalmente en
interdicción el condenado a prisión perpetua (art. 32. C. P.); y como tal pena es perpe-
tua (art. 22 C. P.), el efecto de la interdicción en este caso es por lo general definitivo.
De conformidad con tal premisa, la interdicción legal del condenado a prisión perpetua
importa la pérdida de la patria potestad, de la autoridad marital y de la capacidad para
testar; además de esto, la interdicción anula el testamento que ha otorgado el condenado
a prisión perpetua antes de la condena (art. 32 párrafo primero C. P.). La pérdida de la
patria potestad o de la autoridad marital implica también la privación de todo derecho
que al progenitor o al marido corresponde sobre los bienes del hijo o de la mujer, en
consideración de la patria potestad o de la autoridad marital (art. 34, segundo párrafo,
C. P.) ; c) El condenado a pena de muerte, en el intervalo de tiempo que transcurre entre
la sentencia dc condena y su ejecución, se encuentra en las mismas condiciones jurídicas
que el condenado a prisión perpetua (art. 38 C.P)

Es necesario tener presente que en el sistema del Código Penal en vigor, la amnistía
extingue el delito, y, si existe sentencia de condena, cesan los efectos de la misma y las
penas accesorias (art. 151 C.P.), y desaparecen las indicadas causas de incapacidad. Ade-
más de la amnistía puede existir el indulto o la gracia, que condona en todo o en parte la

INSTITUTO PACÍFICO 35
SALVADOR PUGLIATTI

pena impuesta, o la conmuta por otra de las penas establecidas por la ley; con el efecto
ulterior de que normalmente, salvo que el decreto no disponga otra cosa, no extingue las
penas accesorias (art. 174 C. P.).

A propósito de las penas accesorias, debe observarse que el legislador ha considerado


como tales, además de la interdicción legal la pérdida de la capacidad de testar y la nu-
lidad del testamento otorgado antes de la condena, así como la pérdida o la suspensión
del ejercicio de la patria potestad o de la autoridad marital: cfr. art. 19, nn. 3, 4 y 5 del
Código Penal. En rigor, sin embargo, sólo la interdicción legal podría considerarse como
verdadera pena accesoria, mientras que las otras no son más que efectos que se derivan
de la interdicción misma. En cuanto a la incapacidad de testar, por ejemplo, basta pensar
que ella existe también en relación a la interdicción judicial por enfermedad mental (art.
765, n. 2 C. C. V. también para la donación, el art. 1052 C. C.). Se podría considerar
cuando más en cierto sentido, como pena accesoria, la nulidad del testamento hecho con
posterioridad a la condena (y que sin embargo es efecto conexo a la interdicción legal),
y más correctamente la suspensión del ejercicio de la patria potestad o de la autoridad
marital, cuando no se deriven de la interdicción, es decir, en los casos considerados por
el art. 34, párrafo primero, del Código Penal, del que hablaremos más adelante.

Fuera de los casos de interdicción legal, existe la revocación o bien la suspensión del
ejercicio de la patria potestad o de la Potestad marital, por un período de tiempo igual al
doble de la pena impuesta, cuando existe condena por delito cometido por abuso de la
potestad mencionada (art. 34, párrafo primero C. P.). Así, por ejemplo, en los casos pre-
vistos por los arts. 233 del Código Civil, 570, párrafo primero, n. I, 571 y 572 párrafo
primero, del Código Penal.

Se incurre también en la pérdida de la autoridad (art. 562 C. P.), como consecuencia


de condenas por bigamia (art. 556 C. P.), o por concubinato (art. 560 C. P.); como se
incurre también en la pérdida de la patria potestad o de la tutela legal (art. 569 C. P.)
como consecuencia de condena por suposición o supresión de estado (art. 566 C. P.),
alteración de estado (art. 567 C. P.), ocultación de estado de un hijo legítimo o natural
reconocido (art. 568 C. P.) ; también por los delitos contra la moral pública y las bue-
nas costumbres vistos en el Título Nono del Código Penal (art. 541 C. P.); así como la
hipótesis regulada por el art. 177, último párrafo, del T. U. de 18 de junio de 1931, n.
763, sobre la seguridad pública.

Otra limitación a la capacidad, que se deriva de la condena es la interdicción para los


cargos públicos, que priva al condenado salvo que la ley haya dispuesto de otro modo: 1
) del derecho de elector o de ser elegido en cualquier comicio electoral, y de cualquier
otro derecho político; 2) de todo oficio público, de todo cargo no obligatorio de ser-

36 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

vicio público, y de la cualidad a ellos inherente de funcionario público o de encargado


de un servicio público; 3) del cargo de tutor o de curador, aunque sea provisional, y
de cualquier otro cargo que se refiera a la tutela o a la curatela (cfr. art. 269 nn. 1 y 2
C. C., también art. 541 C. P.); 4) de los grados y de las dignidades académicas, de los
títulos, de las condecoraciones y de cualquiera otra distinción honorífica publica; 5) de
los estipendios, de las pensiones y de las asignaciones que sean a cargo del Estado o de
otro ente público; 6) de todo derecho honorífico, inherente a cualquiera de los cargos,
servicios, grados o títulos y de las cualidades, dignidades y condecoraciones indicadas en
los número precedentes (art. 28 C. P.). La interdicción para el desempeño de cargos pú-
blicos puede ser perpetua o temporal: esta última no puede tener una duración inferior
a un año ni superior a 5 años (art. 28, párrafo tercero, C. P.). Por disposición expresa de
la ley, puede la interdicción estar limitada solamente a alguno de los indicados servicios
públicos.

Acarrea la interdicción perpetua de los cargos públicos: la condena a prisión perpetua y


la condena a reclusión por un tiempo no inferior a cinco años, la declaración de habi-
tualidad (arts. 102 y 103 C.P.) o de profesionalidad (art. 105 C.P.) en el delito, y bien la
tendencia a delinquir (art. 108 C.P.); la condena a la inclusión por un tiempo no inferior
a tres años, trae como consecuencia la interdicción de los cargos públicos por un tiempo
de cinco años (art. 29 C.P.).

Se refiere a la capacidad también la interdicción para el desempeño de una profesión o de


un arte, la que priva al condenado de la capacidad para ejercer, durante la interdicción,
una profesión, arte, industria, o un comercio u oficio, para que el que se requiere permi-
so especial o habilitación especial, autorización o licencia de la autoridad, e importa la
caducidad del permiso o de la habilitación, autorización, o licencia antes indicados. Tal
interdicción no puede tener una duración inferior a un mes, ni superior a cinco años,
salvo los casos expresamente establecidos por la ley (art. 30 C. P.).

Por regla general, las personas jurídicas tienen la capacidad que corresponde a la de las
personas físicas, como resulta del art. 2 del Código Civil. No debe considerarse, sin
embargo, que exista una identificación completa, y de esto es fácil darse cuenta. Ante
todo, es evidente que las personas jurídicas no pueden ser objetos de aquellas relaciones
que presuponen el organismo humano: de tal manera que ellas no pueden contraer ma-
trimonio, ni puede seguírseles un proceso de interdicción. Resulta igualmente evidente
que no pueden incurrir en responsabilidad penal, dado el carácter personal de la imputa-
bilidad; sin embargo, pueden estar obligadas a responder civilmente del acto delictuoso
de su representante. Por otra parte, son características de los entes colectivos aquellas
relaciones que tienen como presupuesto la estructura compleja de la corporación o de
la fundación. No faltan limitaciones a la capacidad impuestas por la ley; pero el funda-

INSTITUTO PACÍFICO 37
SALVADOR PUGLIATTI

mento de ellas es diverso del que la ley impone a las personas físicas, justamente porque
es diverso del que la ley impone a las personas físicas, justamente porque es diverso el
substrato material que distingue las dos categorías fundamentales de sujetos jurídicos.

En conclusión, puede pues decirse, “que las personas jurídicas gozan en nuestro derecho
de una capacidad jurídica general que trasciende la esfera del patrimonio y penetra en el
derecho personal y en el derecho público, salvo las limitaciones impuestas por el derecho
objetivo o que derivan de la naturaleza de las relaciones” (F. Ferrara).

Fuera del ius imperii que compete al Estado y, en medida mayor o menor, a los otros
entes públicos, todas las personas jurídicas gozan de derechos subjetivos públicos o pri-
vados. Tienen un estado personal, determinado en relación al estado a que pertenecen
(nacionalidad) o al lugar en que tienen el centro legal de su actividad (domicilio), y pue-
den además adquirir calidades como la de comerciantes, atribuida por el art. 8 del Código
de Comercio a las sociedades comerciales.

El campo más vasto en que se desarrolla la capacidad de las personas jurídicas es el patri-
monial, de tal manera que puede decirse que tienen capacidad si no exclusivamente, al
menos prevalecientemente patrimonial.

Las personas jurídicas pueden ser propietarias de bienes muebles e inmuebles (art. 433
C. C.) y gozar de los derechos reales en general; el usufructo, sin embargo, está limitado
a treinta años (art. 518 C. C.), con el fin de evitar que la nuda propiedad permanezca
perpetuamente improductiva para el propietario; el uso y la habitación no pueden, por
el contrario, concebirse en favor de entes ideales, dado que ellos presuponen la necesidad
del que los usa y de su familia (art. 521 y 522 C. C.).

Las personas jurídicas pueden entrar, activa y pasivamente, en relaciones obligatorias de


toda especie. No pueden otorgar, pero si pueden ser instituidas por testamento, siempre
que acepten la herencia con beneficio de inventario (art. 932 párrafo primero C. C.).

Por sucesión legítima solo puede ser heredero el Estado que es el último heredero de los
tres primeras categorías: parientes legítimos, parientes naturales y cónyuge.

Pero su capacidad patrimonial de las personas jurídicas sufre un doble orden de limita-
ciones: a) por el interés público, y para poner un freno a la movilización de la propiedad
agrícola y evitar la mano muerta, se ha establecido, en leyes especiales anteriores y pos-
teriores al Código Civil, que las personas jurídicas no pueden, sin autorización guber-
nativa: a’) adquirir bienes inmuebles sea a título oneroso o gratuito; b’) adquirir a título
gratuito, por sucesión testamentaria (art. 932 C. C.) o por donación (art. 1060 C. C.)

38 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

bienes muebles e inmuebles. b) En interés de las personas jurídicas, está prohibida, sin
la autorización gubernativa, la enajenación a cualquier título que seas, de bienes mue-
bles e inmuebles, que pertenezca a las instituciones eclesiásticas, (art. 434 C. C.). Los
bienes del Estado que pertenecen al dominio público (arts. 426 429 C. C.); los bienes
patrimoniales del Estado, de las provincias y de los municipios, pueden ser enajenados
sólo si se siguen las prescripciones contenidas en ciertas leyes especiales (art. 430 C. C.).
Lo mismo debe decirse con relación a los bienes que pertenecen a las instituciones de
beneficencia.

La persona jurídica puede tener capacidad jurídica stricto sensu o capacidad de derecho,
pero no la capacidad de obrar, por su naturaleza peculiar del ente ideal. El ente, conside-
rado en sí mismo, no es capaz de ejecutar ningún acto, no puede dar nacimiento a una
manifestación de voluntad, ni puede desarrollar ninguna actividad para el ejercicio de
sus derechos. El ente puede servirse pues, de un representante, que se designa común-
mente órgano, porque es considerado, como parte integrante del mismo, en cuyo seno
permanece absorbido. A propósito de la naturaleza jurídica de este órgano es necesario
distinguir: en los entes públicos y especialmente en los más importantes: Estado, pro-
vincia, Municipio, puede acaso considerarse como elemento no autónomo del ente;
pero en los que tienen carácter privado, y especialmente en las sociedades comerciales,
el órgano es un sujeto o un conjunto de sujetos (como por ejemplo administrador dele-
gado o consejo de administración) que no pierde, aun en el desempeño de su función,
su autonomía y su personalidad. En todo caso debe asignarse al órgano la función de
representante, aun cuando sea necesario, y como tal debe ser considerado, en todo lo que
concierne a las relaciones jurídicas que nacen entre el ente y los terceros.

B) La sede de la persona

Sobre el modo de ejercicio de los derechos y sobre la valoración de los efectos de las
relaciones jurídicas, influye bajo ciertos aspectos de las relaciones jurídicas, influye, bajo
ciertos aspectos, la relación entre la persona y el lugar en que vive y opera: de esto es
fácil deducir la importancia que adquiere la investigación acerca de la sede de la persona.
La relación entre el sujeto jurídico y su sede se especifica en los conceptos de domicilio,
residencia y estancia.

1.— El domicilio es la sede jurídica de la persona, y es al mismo tiempo, el lugar en que


la persona tiene su sede jurídica. Entendido en el primer sentido, el domicilio es una
relación de derecho. Tiene como presupuesto normal una relación material, una relación
de hecho entre las personas y el lugar; pero, justamente porque es un quid iuris, prevalece
el elemento formal, es decir, el carácter jurídico, de modo que, en definitiva se reputa

INSTITUTO PACÍFICO 39
SALVADOR PUGLIATTI

existente la relación de hecho, aunque materialmente no exista, o más bien se prescinde


de ella, considerándose igualmente existente la relación jurídica.

El domicilio civil es general o especial: el general considera todo el conjunto de relaciones


jurídicas que se concentran en una persona determinada, y existe en el lugar en que la
persona tiene la sede principal de sus negocios e intereses (art. 16 C. C.); el domicilio
especial se refiere solo a las relaciones jurídicas singularmente determinadas; por regla
general electivo, es decir, depende de elección, debidamente declarada y dada a conocer,
por el sujeto de que se trata, la que debe resultar de prueba escrita (art. 19 C. C.).

Normalmente el domicilio, tanto general como especial, es voluntario; pero hay casos
en que es necesario, es decir, no depende de la voluntad del sujeto, sino que impone por
una determinada de la ley.

El domicilio general puede ser necesario, en el sentido de que, sobre la base de una nor-
ma especial de la ley, tiene como necesario presupuesto una relación de dependencia de
una persona respecto de otro sujeto jurídico, de modo que por efecto de tal sujeción a la
persona dependiente se le atribuye el domicilio del sujeto del cual depende.

El domicilio general necesario puede existir exclusivamente en los casos establecidos por
la ley. Así, de acuerdo con el art.18 del Código Civil: a) la mujer que no está separada
legalmente tiene el domicilio del marido; b) el menor no emancipado tiene el domicilio
del padre o de la madre o del tutor; c) e mayor en estado de interdicción tiene el domi-
cilio del tutor.

El domicilio general necesario tiene carácter formal y es exclusivo. En efecto, prescinde


de cualquier relación de hecho con un determinado lugar, y se apoya solamente en la
relación especial que existe entre los sujetos que la ley tiene en consideración. Por con-
siguiente, el domicilio cesa al terminar la relación, y por lo tanto: a) si el matrimonio
se anula, por causa preexistente a su celebración, o se disuelve, por muerte del marido,
o bien se verifica la separación personal de los cónyuges, termina el domicilio necesario
de la mujer. Pero en el caso de la muerte del marido. La viuda conserva el domicilio que
tenía en consideración del matrimonio, hasta en tanto no adquiera otro (art. 18). El do-
micilio legal de la mujer cesa también cuando el marido está en estado de interdicción,
también en este caso, si la mujer es la tutora, la relación se invierte, y el marido adquiere
el domicilio necesario de la mujer b) Cuando, por causa prevista por la ley, termina la
patria potestad o la tutela, cesa el domicilio necesario del hijo o del pupilo. c) Pronun-
ciada la sentencia que revoque la interdicción, termina el domicilio necesario del que
está en estado de interdicción.

40 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

El domicilio general necesario, además, no admite otro domicilio, si no termina la rela-


ción de dependencia de que deriva. Así es irrelevante el hecho de que la persona de que
se trata tenga la sede principal de sus negocios e intereses en lugar diverso de aquel en
que tiene el domicilio el sujeto del cual depende. De igual manera, la persona depen-
diente no puede adquirir otro domicilio ni aun con el consentimiento del sujeto del que
depende, porque es esta materia ineficaz la voluntad de los particulares, dado que las
normas que la disciplinan son normas de orden público.

El domicilio especial puede ser necesario en un sentido particular, a saber, en el sentido


de que, para determinados actos, la elección de domicilio en un lugar determinado está
impuesta por la ley.

Se debe, sin embargo, observar: a) que se trata siempre de elección, y que, por lo tanto,
se reserva a la voluntad del sujeto una esfera de acción, por lo que sería más propio ha-
blar de domicilio necesitado; b) que por lo general el lugar está determinado de modo
genérico por la ley, la que se refiere a una determinada circunscripción, dentro de la
cual está reservada al sujeto la facultad de especificar ulteriormente, y por lo tanto, de
escoger el lugar donde desea elegir el domicilio; c) que los efectos de la falta de elección
de domicilio pueden variar de un máximo a un mínimo, y que en todo caso, no son tan
graves como para el domicilio general necesario, que excluye la posibilidad jurídica de
cualquier otro domicilio.

Algunos ejemplos aclararán mejor los conceptos enunciados. A propósito de la determi-


nación de lugar en que el domicilio debe ser elegido, el art. 88 del Código Civil habla del
municipio donde reside el Tribunal en cuyo territorio se debe celebrar el matrimonio; el
art. 1897, n. 2, de la jurisdicción el tribunal de la que depende la oficina de las hipotecas;
el art. 563, n. 2, inciso segundo, el Código del Procedimiento Civiles, de la ciudad en
que reside el tribunal competente. En cuanto a los efectos de la falta de elección de do-
micilio, la sanción más grave es la nulidad del acto para que el que se requiere la elección,
pero, por lo general, dicha sanción no depende exclusivamente de la falta de elección del
domicilio, sino más bien del concurso de otras circunstancias. Así la elección de domici-
lio es requerida por el art. 134, n.5, del Código de Procedimientos Civiles, para citación,
peor la falta de tal elección origina la nulidad del acto solamente cuando es causa de
incertidumbre absoluta sobre la persona del actor o de la autoridad judicial ante la cual
debe promoverse el juicio (art. 145 n.2, C. P. C.). Con mayor frecuencia, le efectos de
la falta de elección de domicilio están indicados por la norma, y, por lo general no son
muy graves: como por ejemplo, el art. 760, párrafo segundo, del Código de Comercio,
requiere la elección de domicilio en la demanda de presentación de créditos en el pasivo
de una quiebra, y establece que a falta de ella, todas las notificaciones posteriores se ha-
rán al acreedor en la secretaría del Tribunal. Alguna vez (V. por ejemplo el art. 1998 C.

INSTITUTO PACÍFICO 41
SALVADOR PUGLIATTI

C.), se admite la rectificación del acto, que debe de ordenarse a instancia y a expensas
de la parte interesada.

El domicilio general voluntario puede cambiarse, bajo dos condiciones, una objetiva y
otra subjetiva, es decir; es necesario: a) el cambio de la residencia a otro lugar; b) la inten-
ción de fijar en este lugar la sede principal de los negocios e intereses (art. 1 7). En lo que
respecta a la primera condición, la ley deja completa libertad en materia de prueba; en
cuanto a la segunda, la ley establece que debe probarse: a’) con doble declaración hecha
a la oficina del estado civil del municipio que se abandona y a la del municipio en que
se quiere establecer el domicilio; b’) a falta de esta manifestación, con otros hechos que
sirvan para demostrar la intención requerida (art. 17).

II.— La residencia y la estancia son simples relaciones de hecho, y difieren entre sí sólo
por un criterio cuantitativo. La ley determina el concepto de residencia haciendo expresa
referencia a la estancia: establece, en efecto, el art. 16 del Código Civil, que la residencia
está en el lugar en que la persona tiene su estancia habitual. Elemento común a la resi-
dencia y a la estancia es una relación de hecho, por lo que no puede considerarse como
estancia el lugar en que una persona se encuentra ocasional, accidentalmente, y sobre
todo, sin ninguna estabilidad aun cuando sea temporal: como por ejemplo, una ciudad
en que se detenga por pocas horas o bien en un tren, un buque de vapor, un aeroplano.
Tanto la residencia como la estancia implican la idea de una morada, que es respectiva-
mente, habitual o temporal.

Tratándose de simples relaciones de hecho, cesan los efectos de la residencia y de la estan-


cia, tan luego como desaparece o cambia la relación material entre la persona y el lugar:
a diferencia de lo que sucede con el domicilio.

III.— Por lo que respecta al efecto de las relaciones de que ocupamos, es necesario dis-
tinguir:

a) La estancia tiene efectos muy limitados, y por lo general se recurre a ella cuando se
ignoran la residencia y el domicilio. Así, por ejemplo, la acción personal y la acción real
sobre bienes muebles se hace valer ante la autoridad judicial del lugar en que el deman-
dado tiene su estancia, si éste no tiene domicilio o residencia conocida (art. 90, párrafo
primero, C. P. C.); el acto de citación se notifica en la estancia del demandado, si el
domicilio o la residencia no son conocidos (art. 139, párrafo segundo, C. P. C.).

b) El domicilio especial tiene, por lo general, un doble efecto: a’) hace competente para
conocer y juzgar todo lo que concierne al acto o al negocio por el que se hizo la elección
del domicilio, a la autoridad judicial del lugar de elección; b’) da derecho a quien tiene

42 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

interés, de llevar a cabo en el domicilio de elección, todas las notificaciones que pueden
referirse al acto o al negocio de que se trate: el interesado, sin embargo, no tiene ninguna
obligación de notificar en el domicilio de elección, y puede preferir el domicilio ordi-
nario, cuyos efectos no desaparecen como consecuencia de la elección de un domicilio
especial para determinados actos.

c) El domicilio general produce efectos que son exclusivos para él y otros que son comu-
nes a la residencia.

a’) Son efectos propios del domicilio: la determinación del lugar en que se confiere la
tutela (art. 249 C. C.) o de aquel en que se abre la sucesión, (art 924 C. C.), así como
del lugar en que debe hacerse el pago, a falta de indicación expresa (art. 1249 C.C) b’)
Son efectos comunes al domicilio y a la residencia: la determinación del lugar en el que
ha cesado de aparecer el que se presume ausente (art. 20 C. C.); la determinación del
juez del estado civil competente para la celebración del matrimonio (art. C. C.); de la
autoridad judicial competente para juzgar de las acciones personales y reales mobiliarias
(art. 90 C. P. C.), etc.

d) Algunas veces la residencia tiene efectos propios, exclusivos, como sucede por ejemplo
para las publicaciones matrimoniales, que deben hacerse en el municipio en el que cada
uno de los esposos tiene su residencia (art. 71 C. C.). En estos casos una razón especial
justifica la disposición que atribuye eficacia únicamente a la residencia. En el caso espe-
cial previsto por el art. 71, es fácil encontrar la justificación, teniendo en cuenta el fin
práctico de las publicaciones: en efecto, las publicaciones tienen por objeto dar a cono-
cer la existencia de posibles impedimentos para el matrimonio, y a este fin la residen-
cia debe ser preferida al domicilio, porque tiene como fundamento una real y efectiva
relación con el lugar, mientras que el domicilio es una relación de derecho, que puede
prescindir de la relación material; igualmente debería ser preferida a la estancia, por el
carácter de estabilidad que tiene la residencia, en comparación al carácter temporal de
la estancia. Para confirmar esta consideración, basta citar la disposición contenida en el
párrafo primero del art. 71, por el que “si la residencia actual es menor de un año, las pu-
blicaciones deben también hacerse en el municipio de la residencia precedente”: en este
caso, las finalidades prácticas particulares que hay que lograr han sugerido al legislador
hasta el expediente de atribuir eficacia a una relación preexistente, actualmente disuelta.

Algunas veces, sin embargo, la residencia es simplemente preferida al domicilio, como


acontece para la determinación del lugar en que debe notificarse el acto de citación,
cuando no puede notificarse personalmente al demandado (art. 139 C. P. C.). La razón
práctica que justifica la preferencia que se otorga en estos casos a la residencia, es análoga
a la precedente; en la residencia, dada la estabilidad y la efectiva relación material con

INSTITUTO PACÍFICO 43
SALVADOR PUGLIATTI

el lugar, es más fácil que pueda encontrarse la persona. Por otra Parte, si la residencia
no es conocida, no hay motivo para detenerse frente a la dificultad, y por lo tanto, está
perfectamente justificado que se autorice la notificación en el domicilio del demandado;
tanto más que, como se ha visto, la ley prevé también el caso en que tanto la residencia
como el domicilio sean desconocidos.

IV.— Con referencia a la persona física, la relación con su sede jurídica se considera
desde el punto de vista negativo.

Nuestro ordenamiento jurídico desconoce tanto la presunción cuanto la declaración


judicial de muerte: la ley provee a la tutela de algunas particulares relaciones mediante
la institución de la ausencia.

La ausencia pasa por dos fases principales: la presunción y la declaración. En esta última fase
se producen efectos diferentes, con relación a determinadas condiciones de hecho, y por esto
existe: la toma de posesión temporal de los bienes del ausente, y la toma de posesión definitiva.

a) Existe presunción de ausencia cuando la persona ha desaparecido del lugar se su últi-


mo domicilio o de su última residencia, sin que tenga noticia de ella (art. 20): ignoratur
ubi sit et en sit; se habla impropiamente de presunción de ausencia, si se quiere referirse
al hecho material de la desaparición de la persona del lugar de su último domicilio o de
su última residencia, pero si por el contrario, se tiene en cuenta la institución jurídica de
la ausencia, puede correctamente emplearse la expresión antes dicha, especialmente en
contraposición a la declaración de ausencia: en efecto, el alcance jurídico que la institu-
ción de la ausencia comienza a producir en la primera fase, no tiene como fundamento
la declaración de ausencia, la que, en su aspecto formal, no habiendo aun sido declarada
y produciendo, sin embargo efectos, muy bien puede decirse que es presunta.

Durante la fase de la presunción de ausencia, la ley se ocupa del cuidado de los intereses
del ausente. En consecuencia, en esta fase, existen efectos muy limitados, y las determi-
naciones de la autoridad judicial son exclusivamente de carácter conservativo.

En efecto: a’) si el ausente ha dejado procurador, el tribunal del lugar del último domici-
lio o de la última residencia, proveerá solamente para integrar la capacidad del procura-
dor, paro los actos que no pueden ser realizados por éste, con fundamento en el mandato
o en la ley. b’) Si no existe ningún procurador, el tribunal, a instancia de los interesados
o de los herederos legítimos o del Ministerio Público, puede nombrar persona que re-
presente al ausente en juicio, o en la formación de los inventarios y de las cuentas, y en
las liquidaciones y divisiones en las que esté interesado, y puede asimismo dictar las otras
determinaciones que sean necesarias para conservación de su patrimonio (art. 21).

44 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

b) La declaración de ausencia puede ser pedida: a’) después de tres años continuos de
ausencia presunta, o después de seis años si el ausente ha dejado un procurador para
administrar; b’) pueden pedir la declaración los presuntos herederos legítimos, con los
herederos testamentarios, o quien crea tener sobre los bienes del ausente derechos que
dependan de la muerte del él (art. 22). Si la demanda se formula por los herederos
legítimos, el tribunal juzga en Cámara de Consejo; si por el contrario, se propone por
los herederos testamentarios o por otros interesados, la autoridad judicial juzgará en las
formas establecidas para el procedimiento contencioso ordinario (art. 794, C. P. C). Si
se admite la demanda, el tribunal debe de ordenar que se recojan las informaciones.
Este proveído debe ser publicado del modo siguiente: a) será fijado en la puerta último
domicilio o de la última residencia el ausente; b’) una copia debe insertarse en la hoja de
anuncios legales de la Provincia, por dos veces, con intervalo de un mes (art. 23, núms,
1 y 2, C. C., art. 1, L. de 30 de junio de 1876, n. 3195). Eventualmente, el proveído
debe ser también notificado: a’) a las personas en contradicción de las que fue propuesta
la demanda, si ha habido contienda; b’) al procurador del ausente, si lo hay. (art. 23,
párrafo primero, C. C.).

La sentencia del tribunal que declara la ausencia, no puede ser pronunciada sino después
de que se han tomado las informaciones y de que hayan transcurrido cuando menos seis
meses a contar de la publicación del proveído relativo (art. 24): debe ser publicada y
notificada del modo ya dicho (art. 25).

Los efectos de la declaración de ausencia están taxativamente establecidos por la ley. En


relación a los efectos, es necesario distinguir dos períodos:

1) En primer término, el tribunal, transcurridos seis meses de la segunda publicación


de la sentencia que declara la ausencia, a instancia de quien crea tener interés, o del
ministerio público ordenará la apertura de los actos de última voluntad del ausente si es
que existen (art. 26).

Después de esto, puede pedirse, al tribunal la toma de posesión temporal de los bienes
del ausente. Pueden proponer tal demanda: a’) los herederos testamentarios del ausente
en contradicción con los herederos legítimos: b’) a falta de herederos testamentarios,
los que hubieran sido herederos legítimos, si el ausente hubiese muerto en el día en
que se tuvo la última noticia de su existencia (art. 26, párrafo primero). Los que toman
posesión temporal deben depositar cauciones idóneas (art. 26, párrafo tercero) y tienen
también la obligación de proceder a formar el inventario de los bienes muebles y a la
descripción de los inmuebles del ausente (art. 29). Tienen solamente capacidad para
ejecutar actos que no exceden de la simple administración (art. 29, párrafo primero).

INSTITUTO PACÍFICO 45
SALVADOR PUGLIATTI

La toma de posesión temporal atribuye a los que han tomado posesión y a sus sucesores:
a’) la administración de los bienes del ausente; b›) el derecho de promover en juicio las
acciones del ausente; c’) el disfrute de las rentas de los bienes. Esta última con los límites
siguientes (art. 28): 1) los ascendientes, los descendientes y el cónyuge toman en su be-
neficio la totalidad de las rentas (art. 30); 2) en los primeros diez años: 2a.’) los parientes
hasta el sexto grado, deben reservar la quinta parte de las rentas; 2b’) los parientes en gra-
do más lejano y los extraños, deben reservar la tercia parte de las rentas.— 3) Después de
los diez años y hasta que transcurran treinta años: 3a’) los parientes dentro del sexto grado
deben reservar la décima parte de las rentas; 3b’) los parientes más lejanos o los extraños
deben reservar la sexta parle.— 4) Transcurridos treinta años, la totalidad de las rentas
pertenecerá en todo caso a los que han entrado en la posesión (art. 31).

2) La toma de posesión definitiva se ordena por el tribunal, a instancia de las partes inte-
resadas: a’) si la ausencia fue continua por espacio de treinta años después de la toma de
posesión temporal; b’) o si han trascurrido cien años desde el nacimiento del ausente y
las últimas noticias que se tengan de él datan de tres años antes (art. 36). Con la toma de
posesión definitiva, terminan las cauciones y cesan las otras garantías que hubieren sido
otorgadas (art. 36), termina toda vigilancia en la administración y toda dependencia de
la autoridad judicial de los que han entrado en posesión pueden disponer libremente
de los bienes (art. 37); los efectos de la ausencia pueden cesar o modificarse, como con-
secuencia de la aparición del ausente o de la determinación de la época de su muerte.

a) Si el ausente vuelve durante la posesión temporal o se prueba su existencia, cesan los


efectos de la declaración de ausencia y los poseedores temporales de los bienes deben
hacer la restitución con las rentas acumuladas (art. 33). Si vuelve o se prueba su exis-
tencia después de la toma de posesión definitiva, el ausente recuperará los bienes en el
estado en que se encuentren, y tiene derecho de obtener el precio de los que se hayan
enajenado, si éste aún se debe, o los bienes en los cuales haya sido invertido (art. 39).
La acción de petición de herencia y los demás derechos del ausente no sufren ningún
perjuicio y al volver puede hacerlos valer personalmente, salvo que se hayan extinguido
por prescripción (art. 44).

b) Cuando durante la posesión temporal, se pruebe la época de la muerte del ausente,


la sucesión se abre en favor de aquellos que en ese tiempo hubieran sido sus herederos
legítimos o testamentarios o de sus sucesores. Aquellos que han disfrutado de los bienes
deben restituirlos con las rentas acumuladas (art. 34). Si la época de la muerte se prueba
después de la toma de posesión definitiva, los que en aquel tiempo hubieran sido here-
deros o legatarios o causahabientes del ausente, o bien sus sucesores, pueden intentar las
acciones que correspondan contra los poseedores, quedando a salvo de éstos los derechos

46 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

adquiridos por prescripción y los efectos de la buena fe respecto de los frutos percibidos
(art. 41).

c) Los derechos del ausente pueden ser reclamados en su nombre, siempre que se pruebe
que vivía cuando aquellos derechos tuvieron su origen (art. 42); si se abre una sucesión
en favor del ausente, se transmite a los que con el ausente habían tenido derecho de
concurrir, o a los que correspondería a falta de él, salvo el derecho de representación (art.
43). Los que han recibido la sucesión en lugar de las personas antes indicadas, no están
obligados a restituir los frutos percibidos de buena fe, hasta en tanto que el ausente no se
presente o no se haya promovido en su nombre las acciones que le competen (art. 45).

También bajo el aspecto de las relaciones con el lugar, puede hablarse de un estado
personal de las personas jurídicas. Evidentemente, no puede hablarse de residencia o
de estancia, es decir, de los aspectos concretos de duración más o menos larga, y que se
adaptan únicamente a la persona física.

Acaso no puede hablarse, en todo rigor, de domicilio; ni, por otra parte, se ve la necesidad
de adoptar, con peligro de equívocos y confusiones, un término específico, donde no
concurra la triple distinción establecida por la ley a propósito de las personas físicas. Será
más conveniente hablar de la sede en general de la persona jurídica.

A propósito de las personas jurídicas públicas, es preciso exponer algunos aspectos par-
ticulares. El Estado tiene una esfera de acción que se extiende a todo el territorio del
Reino, pero su administración está descentralizada y subdividida, de tal manera que se
tienen varias sedes que corresponden a las localizaciones periféricas de las diversas ad-
ministraciones. Los entes autárquicos territoriales, y principalmente, los Municipios y
las Provincias, tienen una sede que coincide con la circunscripción territorial en la que
operan (art. 17 T. U. de la Ley municipal y provincial, aprobada por R. D. de 3 de marzo
de 1934, n. 383).

En las causas en las cuales es parte una de las Administraciones del Estado, la competen-
cia por territorio corresponde al Tribunal o a la Corte de Apelación del lugar donde tiene
su sede la Oficina de la regia abogacía del erario en cuyo distrito se encuentra el Tribunal
o de la Corte de Apelaciones que sería competente según las normas ordinarias (art. 19,
R. D. de diciembre de 1923, n. 2828).

Análogamente (hecha excepción de los juicios ante los conciliadores y los pretores) las
citaciones, las sentencias y cualquier otro acto judicial, deben notificarse bajo pena de
nulidad, que se pronuncia también de oficio, a las administraciones interesadas, ante
la Oficina de la regia abogacía del erario, en cuyos distritos tiene su sede la autoridad

INSTITUTO PACÍFICO 47
SALVADOR PUGLIATTI

judicial, ante la que se presentó o está pendiente la causa, o que haya pronunciado la
sentencia (art. 25 R.D. cit.). Las disposiciones antes dichas, se aplican también a las con-
troversias judiciales que se refieren a las tasas o sobretasas ( R.D.L. de 10 de noviembre
de 1924, n. 2107, convertido en la L. de 3 de abril de 1926, n. 607).

Para los fines de las notificaciones de los actos, la ley equipara los entes públicos menores
(municipios, institutos públicos, etc.), a las personas jurídicas privadas (cuerpos morales
reconocidos, sociedades comerciales, etc.), porque establece que la notificación debe
hacerse en la casa en que reside la administración Je la sociedad o del ente demandado,
y a falta de ella, en la casa en que el socio, el administrador o el representante, tienen su
residencia (art. 139, párrafo primero, C. P. C.).

El concepto general de la sede jurídica asume aspectos diversos en relación a particulares


situaciones reguladas por la ley, respecto a las sociedades comerciales: la ley, en efecto,
alude ora a sede de la sociedad o sede social (art. 88, n. 2, 89 n. 1, 90 a 94, 230, último
párrafo, 872, C. Co.), distinguiendo algunas veces una sede secundaria (art. 230 C. Co.);
ora a los establecimientos (art. 89, n. 1, 92, 93, C. Co.), con referencia expresa algunas ve-
ces al principal establecimiento (art. 96, C. P. C.; art. 232, C. Co.), o bien a establecimien-
tos secundarios (art. 232, párrafo primero, C. Co.). Pero las distinciones antes dichas, no
son susceptibles de generalización y tienen valor contingente en relación a las normas de
que derivan y limitadamente a los efectos que nacen de la aplicación de la misma norma.

Debe pues sostenerse que la noción de la sede de la persona jurídica en general, es unita-
ria, salvo las variaciones indicadas por la ley en casos concretos. Igualmente debe tenerse
presente que la sede de la persona jurídica se considera bajo el aspecto exclusivamente
positivo: no existe con relación a las personas jurídicas institución alguna que pudiera
tener analogía con la de ausencia que concierne a las personas físicas.

C) Estado de ciudadanía.

La ciudadanía es el conjunto de relaciones jurídicas referentes a un determinado sujeto,


en cuanto pertenece a un Estado: o, si se quiere, el vínculo de pertenencia de la persona
al Estado. Difiere de la simple nacionalidad, es decir, de la pertenencia a un determinado
grupo étnico, porque esta es un quid facti, que la sólo en algunos casos toma en cuenta,
poniéndola entre las condiciones de nacimiento de la relación (jurídica) de ciudadanía.
El estado de ciudadanía, por lo tanto, tiene un típico aspecto formal, es un quid iuris.
Tiene además una gran importancia, tanto en el campo del derecho público, como en el
del derecho privado. De tal manera que en el campo del derecho público, la relación de
ciudadanía tiene una importancia mayor, porque por regla general, en nuestro ordena-
miento positivo, sólo el ciudadano, y no el extranjero, tiene el goce y el ejercicio de los

48 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

derechos subjetivos públicos. En el campo del derecho privado, rige el principio general
por el cual el extranjero goza de los derechos civiles atribuídos a los ciudadanos (art. 3
C. C.): sin embargo, no debe considerarse que la posición del extranjero en este campo
está perfectamente equiparada a la del ciudadano, en el sentido de que uno y otro tengan
los mismos derechos y la facultad de ejercitarlos de la misma manera. La igualdad que
deriva de la aplicación del principio mencionado, “debe entenderse no como una igual-
dad material en el trato jurídico, sino como una igualdad formal” (N. Loviello). A saber:
desde el punto de vista de la genérica, virtual capacidad de derecho privado, por regla
general no se encuentra en nuestro ordenamiento positivo, ninguna diferencia entre el
ciudadano y el extranjero, como resulta también de la aplicación de las normas a que se
refieren los arts. 6 y siguientes de las disposiciones preliminares, que a su tiempo hemos
examinado.

El estado de ciudadanía es considerado: a) desde el punto de vista positivo, en cuanto


quiere precisarse la pertenencia de un determinado sujeto al Estado italiano, y su con-
dición jurídica, que resulta precisamente de su cualidad de ciudadano italiano; b) desde
un punto de vista negativo, en cuanto quiere determinarse la no pertenencia de un sujeto
determinado al Estado italiano. Bajo este último aspecto, es necesaria una investigación
ulterior que tienda a determinar: a’) cómo y a cual Estado pertenece el sujeto de que se
trata; b’) si acaso el individuo no está privado de cualquiera ciudadanía, es decir, que no
sea apolida.

La primera investigación, cuyo resultado puede ser positivo o negativo, según que se
determine la pertenencia o no pertenencia del sujeto de que se trata al Estado italiano,
debe realizarse, teniendo en cuenta exclusivamente la ley italiana. En cuanto a la segunda
investigación, determinado que el sujeto no es ciudadano italiano, a él le incumbe la car-
ga de probar la pertenencia a un Estado determinado, y el contenido de la prueba debe
consistir en la demostración de la existencia de todas las condiciones con fundamento
en las que, según la ley del Estado de que se trata, un determinado sujeto adquiere la
ciudadanía de aquel Estado.

El lado negativo de la relación de ciudadanía no deja de tener importantes efectos prác-


ticos. En efecto: es suficiente la sola determinación de la falta de cualidad de ciudadano,
para que el sujeto de que se trata quede excluido del goce de los derechos públicos. En
cuanto a los derechos privados, será necesaria una posterior indagación, tendientes a
determinar el Estado a que pertenezca el sujeto, y por lo tanto, la ley personal, con base
en la cual deba concretamente determinarse su capacidad de derecho.

Si esta investigación posterior no conduce a resultados positivos, para evitar en cuanto


sea posible los inconvenientes de la apolidia, se aplica el principio según el que “quien

INSTITUTO PACÍFICO 49
SALVADOR PUGLIATTI

reside en el Reino, y no tiene la ciudadanía italiana, ni la de ningún otro Estado, está


sujeto a la ley italiana en todo lo que se refiere al ejercicio de los derechos civiles y a las
obligaciones del servicio militar” (art. de la L. de 13 de junio de 1912, n. 555).

De mucho más importancia es el lado positivo de la relación, que comprende: la adqui-


sición, la pérdida y la readquisición de la ciudadanía.

La relación de ciudadanía está regulada, en nuestro miento, positivo, por la L. de 13 de


jumo de 1912, n. 555, que abrogó los arts. 4 a 15 del Código Civil, y todas las dispo-
siciones legislativas precedentes y contrarias a ella. Tendremos ocasión, sin embargo, de
hacer referencia a otras disposiciones de leyes posteriores a la fundamental.

A) Adquisición.— Son varias las causas de adquisición de la ciudadanía.

a) Relación de sangre.— Es principio fundamental el que el hijo debe tener la ciudadanía


del padre, o a falta de ella, la de la madre. Por consecuencia, es ciudadano por nacimien-
to (iure sanguinis): 1) el hijo de padre ciudadano; 2) el hijo de madre ciudadana: a’—si
el padre es desconocido; b’—si no tiene la ciudadanía italiana ni la de otro Estado; c’—si
tiene la ciudadanía de un Estado, según la ley del cual la relación no se comunica del
padre al hijo (art. 1, núms. 1 y 2 de la ley).

b) Relación territorial.— La relación de sangre no es causa válida de adquisición: a’—


cuando ambos progenitores son desconocidos; b’— cuando éstos no tienen la ciuda-
danía italiana, ni la de otro Estado; c’—si los progenitores tienen la ciudadanía de un
Estado o de Estados según las leyes de los cuales tal relación no se comunica a los hijos.
En estos casos, adquiere la ciudadanía italiana iure loci, quien nace en el Reino. El hijo de
padres ignorados encontrado en Italia se presume, hasta que exista prueba en contrario,
nacido en el Reino (art. 1, n. 3, último párrafo).

c) Matrimonio.— En virtud del mismo principio por el que la mujer casada tiene el
domicilio general (necesario) del marido, no puede adquirir una ciudadanía diversa del
marido, ni aun cuando exista, al contrario de lo que sucede para el domicilio, separación
personal entre los cónyuges (art. 10). Por consecuencia, la mujer extranjera que se casa
con un ciudadano, adquiere la ciudadanía italiana tanto si pierde como si conserva su
ciudadanía de origen. Tal relación no cambia si, como se ha visto, hay separación per-
sonal entre los cónyuges; y así también cuando, disuelto matrimonio por muerte del
marido, la mujer extranjera haya quedado viuda, salvo que haya conservado o cambiado
al extranjero su residencia, readquiere su ciudadanía de origen (art. 10 párrafo primero);
o bien, si habiendo conservado tal ciudadanía, después de disuelto el matrimonio, haya
cambiado su residencia al extranjero; o en fin, si hubiere residido en el extranjero, aun

50 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

antes de que el matrimonio fuese disuelto. En otros términos: durante el matrimonio


la extranjera casada con ciudadano italiano, adquiere la ciudadanía italiana, aun cuando
tenga su residencia en otro lugar y conserve su ciudadanía de origen; después de disuelto
el matrimonio, pierde la ciudadanía italiana solamente: a’—si ha conservado o si cambia
su residencia al extranjero; b’—si ha conservado o readquiere su ciudadanía de origen.

d) Elección.—Se admite este modo de adquisición en favor: a’— del extranjero nacido en
el Reino; b’— del extranjero hijo de progenitores residentes en el Reino cuando menos
diez años antes del día del nacimiento; c’)— del extranjero cuyo padre, madre o abuelo
paternos hayan sido ciudadanos por nacimiento (art. 3).

La elección puede hacerse de modo expreso o de modo tácito. 1) Es expreso, si el que


se encuentra en las condiciones requeridas, cumplidos 21 años, reside en el Reino, y
declara dentro del año siguiente elegir la ciudadanía italiana (art. 3, n. 2). Es tácito: a’—
Si la persona de que se trata presta servicios militares en el Reino o acepta un empleo
del Estado (art. 3 n. 1) ; b’— Si reside en el Reino cuando menos diez años antes y no
declara, dentro del vigésimo primer año, que desea conservar la ciudadanía extranjera
(art. 3, n. 3).

e) Naturalización.— Este modo de adquisición se refiere a los extranjeros que solicitan


adquirir la calidad de ciudadanos italianos. La naturalización comprende en todo caso,
además del goce de los derechos privados, también el de los derechos políticos (art. 4),
y puede revestir dos formas: 1) se concede la ciudadanía por ley especial a quien haya
prestado a Italia servicios excepcionalmente importantes (art. 6); 2) por el contrario,
se concede por decreto real, previo dictamen favorable del Consejo de Estado: a”— al
extranjero que haya prestado servicios por tres años al Estado italiano aunque sea en el
extranjero; b’— al extranjero que resida cuando menos cinco años en el Reino; c’— al
extranjero que resida cuando menos tres años en el Reino; d’— después de un año de
residencia, a quién hubiera podido convertirse en ciudadano italiano por beneficio de la
lay, es decir, por elección, si hubiese omitido en hacer en tiempo hábil, expresa declara-
ción en tal sentido (art. 4).

La diferencia entre los dos últimos modos de adquisición, elección y naturalización,


consiste en que en el primer caso no es necesario ni una ley especial, ni un decreto real,
como en el segundo sino que basta la libre elección, tácita o expresa, del sujeto de que se
trata: justamente por esto, se impone un término perentorio en los casos regulados por
los números 2 y 3 del art. 3.

Debe tenerse presente, por último, que el extranjero que ha obtenido la ciudadanía por
naturalización, no tiene el ejercicio de los derechos políticos, sino cuando posea los re-

INSTITUTO PACÍFICO 51
SALVADOR PUGLIATTI

quisitos y cumpla con las condiciones prescritas por las leyes del Estado (art. 2. R. D. de
2 de agosto de 1912, n. 949).

Una forma particular de naturalización, con eficacia limitada, está regulada por disposi-
ciones especiales. Puede concederse la ciudadanía italiana por decreto real, a propuesta
del Ministerio del Interior, de acuerdo con el Ministro de Asuntos Extranjeros (art. 1. R.
D. L. de 14 de junio de 1923 n. 1418), sin que se observen las condiciones establecidas
por el art. 4 de la L. de 13 de junio de 1912, n. 555, a los mayores de edad o emancipa-
dos célibes, casados o viudos, aunque no residan en el Reino, que se encuentran en uno
de los siguientes casos:

lo.— Que pertenezcan a familias de origen italiano, que hayan perdido su ciudadanía
originaria:

2o.— Que gocen de la protección italiana, o hayan gozado de ella antes y que no estén
actualmente protegidos por ningún otro Estado;

3o— Que hayan dado prueba indubitable de sentimientos de italianidad y que ofrezcan
diversas garantías para contribuir al mantenimiento del buen nombre y del prestigio ita-
lianos (art 1, R. D. L. de febrero de 1922, n. 387). La ciudadanía concedida en los casos
antes dichos, no comprende la obligación del servicio militar, en el goce los derechos
políticos (art. 2, R. D. L. de 14 de junio de 1923, cit.).

B) Pérdida.— La ciudadanía se pierde: por renuncia, por elección, por matrimonio o por
indignidad.

a) Renuncia.— Puede ser expresa o tácita. 1) Existe renuncia tácita: a›— si el ciudadano
italiano espontáneamente adquiere una ciudadanía extranjera y establece su residencia
en el extranjero (art 8, n- 1); b’—si el ciudadano italiano, que ha aceptado un empleo
de un gobierno extranjero o ha entrado al servicio militar de una potencia extranjera,
persiste en desempeñarlos no obstante la intimación del gobierno italiano de abando-
nar en un término fijado el empleo o servicio (art. 8 n. 3). 2) Existe renuncia expresa,
cuando el ciudadano italiano adquiere, sin el concurso de su voluntad, una ciudadanía
extranjera, establece su residencia en el extranjero y declara renunciar a la ciudadanía
italiana (art. 8, n. 2).

b) Elección.— Tiene lugar cuando el ciudadano italiano haya nacido y resida en un Esta-
do extranjero, que lo considere ciudadano propio por nacimiento. En este caso, conserva
la ciudadanía italiana, pero al llegar a la mayor edad y ser emancipado, puede renunciarla
eligiendo la ciudadanía extranjera (art. 7).

52 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

c) Matrimonio.— Pierde la ciudadanía italiana la mujer italiana que se case con un ex-
tranjero, siempre que el marido tenga una ciudadanía que por el hecho del matrimonio
se comunique a ella (art. 10, párrafo segundo). Esta norma es una aplicación del Princi-
pio en virtud del cual la mujer casada debe seguir la condición jurídica del marido; por
este motivo se establece la condición de la comunicación de la ciudadanía, sin la cual el
principio indicado quedaría sin actuar.

d) Indignidad.— Por último, pierde la ciudadanía italiana el ciudadano que comete o


ayuda a cometer en el extranjero encaminado a perturbar el orden público del Reino, o
del que puede derivarse daño a los intereses italianos o descrédito del buen nombre o del
prestigio de Italia, aun cuando el hecho no constituya delito (art. único, Ley de 31 de
enero de 1926, n. 78). La pérdida antes dicha no influye sobre el estado de ciudadanía
de cónyuge o de los hijos del exciudadano (id).

C) Readquisición.— La readquisición de la ciudadanía se verifica por lo general en virtud


de un acto contrario al que origina la pérdida, o por desaparecer las condiciones que
produjeron dicha pérdida.

a) Así, quien ha perdido la ciudadanía de acuerdo con 1 arts. 7 y 8, la readquiere: 1) si


presta servicio militar en el Reino o acepta un empleo del Estado; 2) si declara renun-
ciar la ciudadanía del Estado a que pertenece o prueba haber renunciado al empleo o
al servicio militar en el extranjero, ejercitado, no obstante la prohibición del gobierno
italiano, y en ambos casos ha establecido o establece dentro del año de la renuncia, su
residencia en el Reino; 3) después de dos años de residencia en el Reino, si la pérdida de
la ciudadanía se había originado por la adquisición de una extranjera.

En los dos últimos casos, el gobierno, por razones graves y conforme al dictamen del
Consejo de Estado, puede prohibir la readquisición de la ciudadanía, siempre que lo
haga dentro del término de tres meses de que se hayan cumplido las condiciones reque-
ridas para la readquisición, si la última ciudadanía extranjera era de un Estado europeo,
o en los otros casos, en el término de seis meses (art. 9, párrafo primero).

b) La mujer ciudadana, que hubiera perdido su ciudadanía italiana por matrimonio, la


readquiere por la disolución del matrimonio, si reside ya o viene a residir en el Reino,
y declara en ambos casos, que desea «adquirir la ciudadanía italiana. A la declaración se
equipara el hecho de la residencia en el Reino, prolongada por más de dos años de la
disolución del matrimonio, siempre que no haya hijos nacidos en dicho matrimonio
(art. 1º., párrafo segundo).

INSTITUTO PACÍFICO 53
SALVADOR PUGLIATTI

c) Se permite la readquisición de la ciudadanía sin la obligación de establecer la residen-


cia en el Reino, en favor de quien haya abandonado después de dos años, la residencia
del Estado a que pertenecía, para cambiarla a otro Estado extranjero del que no que
adquiere la ciudadanía. En tal caso, sin embargo, es necesario el permiso previo de read-
quisición por parte del Gobierno italiano (art. 9 último párrafo).

Un estado de ciudadanía corresponde también a las personas jurídicas, las cuales jus-
tamente pueden distinguirse en nacionales y extranjeras. A este propósito, empero, con-
viene observar preliminarmente: a) que la distinción se refiere más bien a las personas
jurídicas privadas, porque las públicas, que están ligadas al Estado y a su finalidad, no
pueden ser tomadas en cuenta si no son nacionales; b) que el criterio para la determina-
ción de la relación de ciudadanía está estrechamente ligado a la identificación de la sede
jurídica: y esto no debe causar sorpresa, porque también en relación a la ciudadanía de
las personas físicas, la sede jurídica puede tener cierta relevancia, y respecto a las personas
jurídicas no pueden tener significación las condiciones que tienen como presupuesto
natural el organismo y la personalidad humana.

El criterio que se basa únicamente sobre el origen de los capitales, en el caso de funda-
ción o de sociedad de capitales; o sobre la nacionalidad de las personas, en el caso de cor-
poraciones y de sociedades de personas, no puede considerarse idóneo, porque se refiere
más bien a la estructura o a las relaciones internas del ente; mientras que el elemento
decisivo que hay que tomar en consideración, es la actividad que el ente mismo, como
sujeto autónomo, desarrolla en el exterior.

Nuestro legislador ha seguido precisamente el criterio que se funda sobre las conside-
raciones de las relaciones externas, y ha dado Preferencia a la sede como centro de acti-
vidad para la realización de los fines del ente, en todo lo que se refiere a las sociedades
comerciales, estableciendo que: 1) las sociedades legalmente constipadas en el extran-
jero, que establezcan en el Reino una sede secundaria o una representación, deben ser
consideradas como sociedades extranjeras, pero están sujetas a algunas normas referentes
a la publicidad (art. 230, C. Co.); las sociedades constituídas en el extranjero, que es-
tablezcan en el Reino su principal establecimiento, conservan su carácter de sociedades
extranjeras, pero quedan sujetas a todas las normas de orden público establecidas para
las sociedades nacionales (art. 232, C. Co.); 3) las sociedades constituidas en país extran-
jero, que tengan en el Reino su sede y el objeto principal de su empresa son consideradas
como sociedades nacionales (art. 230 último párrafo).

De las hipótesis expresamente consideradas y reguladas puede obtenerse la disciplina de


otras que pueden considerarse implícitamente reguladas; 1) serán sociedades nacionales
las que estén constituidas en el Reino y tengan en el mismo su sede y el objeto principal

54 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

de la empresa; 2) permanecerán siendo sociedades nacionales las que, constituidas en el


Reino, tengan en él su objeto principal, aun cuando constituyan en país extranjero su
sede principal, o bien, a fortiori una sede secundaria o una representación; 3) no podrán
ser consideradas como sociedades nacionales las que, aun cuando estén constituidas en
el Reino, tengan en país extranjero su sede y el objeto principal de su empresa.

El criterio general con fundamento en el cual es posible distinguir las personas jurídicas na-
cionales de las extranjeras, debe deducirse del lugar en que la persona jurídica desarrolla efec-
tivamente su actividad exclusiva o preferente para la consecución de sus fines: la sede como
relación efectiva de hecho con el lugar en que tal actividad se desenvuelve, y no como relación
formal en el que pueda encontrarse un punto de referencia cualquiera con respecto al ente.

D) Estado de familia.

El estado de familia es el conjunto de relaciones jurídicas que existen en derredor de


un determinado sujeto, en cuanto es miembro de una familia. Tales relaciones varían,
dentro de ciertos límites, al cambiar la posición que el sujeto ocupa en la familia, o las
condiciones de la familia misma, o las condiciones personales del sujeto de que se trata.

El estado de familia se refiere solamente a la persona física, porque la familia tiene como
substrato al hombre en cuanto organismo natural, además de su calidad de miembro de
una sociedad.

La familia en sentido lato comprende: todos los descendientes de un mismo progenitor,


constituyan o no una propia familia (strictu sensu), los cónyuges, y los miembros de la
familia de uno de los cónyuges, considerados en relación al otro cónyuge. Los primeros
están ligados por vínculo conyugal y los últimos por vínculo de afinidad.

Antes de estudiar regularmente las relaciones mencionadas, debe establecerse que todas
las relaciones familiares, ya sea por lo que respecta a la familia en se sentido lato, como
por lo que concierne a la familia en sentido estricto, se fundan sobre el matrimonio
válido. No obstante, puede tener efectos también el matrimonio que es declarado nulo
(matrimonio putativo), tanto respecto a los cónyuges, como respecto a los hijos, siem-
pre que sean reconocidos antes de la nulidad del matrimonio, y si este fué contraído de
buena fe (art. 116 C. C.); de tal manera que, mientras que la donación en consideración
al futuro matrimonio, por regla general, es nula, si el matrimonio no se celebra, es eficaz
respecto a los hijos en el caso de matrimonio putativo (art. 1068, C. C.).

Es preciso agregar, por último, que el status familiae puede ser considerado también ne-
gativamente: con referencia a determinados sujetos que no tienen un verdadero y propio

INSTITUTO PACÍFICO 55
SALVADOR PUGLIATTI

estado (normal) de familia: por lo que se habla también de relaciones fundadas sobre
la familia natural, de relaciones que conciernen a la filiación incestuosa o adulterina; el
status familiae puede considerarse también extensivamente, con referencia al llamado
parentesco civil, basado sobre la relación de la adopción.

a) Parentesco.

I.— El parentesco es el vínculo jurídico que liga entre sí a las Personas que descienden
de una misma estirpe (art. 48 C. C). Para la aplicación de las normas que se refieren al
vínculo de parentesco, es necesario determinar las líneas y los grados.

Son parientes en línea recta los que descienden uno del otro: la línea recta ascendente, es
la que liga a una persona con el progenitor; la línea recta descendente, es la que liga al
progenitor con los que de él proceden.

La línea colateral u oblicua resulta del conjunto de dos o más líneas rectas que tienen un
punto común: la estirpe (art. 50 C. C). Si A (V. Fig. 1) progenitor, tiene un hijo B, un
nieto C, un bisnieto D, entre estos existe parentesco en línea recta: descendente, si se
va de A hacia B o hacia C o hacia D; ascenderse va de B, C y D hacia A. Es necesario
hacer notar que el parentesco ascendente o descendente no debe comprender necesa-
riamente, toda la línea, pudiendo muy bien limitarse también a sólo dos sujetos cuales-
quiera comprendidos en ella: de tal manera, que habrá parentesco ascendente de C a B
y descendente de B a C. No es tampoco necesario tener en cuenta todos los términos
intermedios de modo que habrá también parentesco descendente entre A y C, partiendo
de A, y parentesco ascendente entre los mismos, partiendo de C.

A
progenitor

B
hijo
descendente
ascendente

C nieto

bisnieto
Fig. 1 D Línea recta

56 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

Consideremos la hipótesis de que A (V. Fig. 2) progenitor, tenga dos hijos B y C, y que
estos a su vez, tengan descendientes (nietos, bisnietos, etc): B1, B2, B3, etc.; C1, C2, C3, etc.

Línea colateral

B C

B1 C1
línea recta

línea recta
línea recta

B2 C2

C3

En este caso, partiendo de A, existen dos líneas descendentes: es decir, todos los sujetos
de las dos líneas serán, respecto a A, descendientes. Y recíprocamente; A será el ascen-
diente común de todos los sujetos de ambas líneas. Entre el progenitor y todos aquellos
desciendan de él, cualquiera que sea el número de líneas, habrá parentesco en línea recta,
descendente o ascendente. Parentesco en línea recta, ascendente o descendente, puede
existir también entre dos o más sujetos cualesquiera, en el seno de cada una de las dos
líneas, consideradas separadamente una de la otra.

El progenitor puede considerarse como lazo de unión entre las líneas rectas que de él
parten; todos los sujetos de cada una de las líneas, en efecto, teniendo al progenitor co-
mún, son parientes con los sujetos de la otra línea. El vínculo de parentesco comprende
así todas las líneas convergentes al vértice común. En este caso, será necesario ascender
de una de las líneas hacia el progenitor y después descender del progenitor hacia la otra;
la línea recorrida, en parte ascendente y en parte descendente, se llama línea colateral u
oblicua.

En su esquema más simple, comprende dos líneas rectas convergentes al vértice común
que es el progenitor. Pero el esquema de la línea colateral puede llegar a ser complejo. En
efecto, pueden de alguno de los sujetos desprenderse diversas líneas, como pueden ser
más de dos las líneas que se separan de la estirpe.

INSTITUTO PACÍFICO 57
SALVADOR PUGLIATTI

Considérese la hipótesis que, en la figura dos, el sujeto B1 tenga descendientes, y de la


misma manera el sujeto C2. (V. Fig. 3).

A
B C

C1
B1

D E F

C2
D1 G H

Fig. 3 H1

En este caso existirá siempre parentesco en línea recta, ascendente o descendente,


de cualquiera de los sujetos respecto al progenitor (ejemplo, entre D1 y A); pa-
rentesco colateral entre los sujetos de las dos líneas que se separan del progenitor
(ejemplo, entre D1 y G); puede existir parentesco en línea recta, ascendente o
descendente entre los sujetos de cada una de las dos líneas originarias (entre F y
B o entre H1 y C1); pero haber también parentesco en línea colateral entre líneas
secundarias, que se separan de las líneas originarias (ejemplo entre D1 y F o entre
G y H).

Considérese por último (V. Fig. 4) la hipótesis en que el progenitor A tenga


diversos hijos B, C, D, E y que estos, a su vez, tengan descendientes B1, B2, etc;
E1, E2, E3, etc.

58 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

A
B C D E

C1
B1 D1
E1

D2

B2 E2

C3
Fig. 4.

Acerca de estas hipótesis no hay nada especial que observar: puede considerarse de la
misma manera que la ejemplificada en la figura 2, que puede ser ulteriormente com-
plicada, como en la de la figura 3. Debe observarse solamente que en el caso a estudio,
la línea colateral, es posible siempre considerar a las líneas rectas que convergen en el
vértice común; pero es necesario tener presente que para determinar los efectos jurídicos
del vínculo de parentesco en la línea colateral, es posible siempre considerar a las líneas
rectas de dos en dos, repitiendo la operación para todos los grupos binarios por los cuales
línea colateral, es posible siempre considerar a las líneas rectas de dos en dos, repitiendo
la operación para todos los grupos binarios por los cuales la línea colateral está consti-
tuida en su conjunto.

Es muy importante, por la valoración de los efectos jurídicos, la determinación del grado
de parentesco, sobre todo porque la ley con una norma de índole general, limita los
efectos del parentesco al sexto grado (D. it., 16 de noviembre de 1916, n. 1686, que
deroga el art. 48, C. C. que reconocía el vínculo de parentesco hasta el décimo grado).

En línea recta el grado de parentesco se determina haciendo el cómputo de las generacio-


nes: tot sunt gradus quot generationes. Es necesario tener presente, sin embargo, que ge-
neración significa relación entre progenitor e hijo, y no solamente persona engendrada.
En este significado impropio ha sido usada la palabra por nuestro legislador en el art. 51
del Código Civil, en que se dice que “en la línea recta se computan tantos grados cuantas
son las generaciones; no comprendiéndose a la estirpe”. Esta última expresión, en efecto,
no tendría sentido, si debiese interpretarse propiamente el término generación, porque
la primera está constituida precisamente por la relación entre la estirpe y su descendiente
inmediato. De modo que en el texto del art. 51 el término “generación” está usado como

INSTITUTO PACÍFICO 59
SALVADOR PUGLIATTI

equivalente del término “persona”; y entonces el principio antes enunciado está expresa-
do de la siguiente manera: tot sunt gradus quot personas, dempto slipite.

Con fundamento en el criterio antes expuesto, el padre y el hijo son parientes en primer
grado, abuelo y nieto en segundo grado, bisabuelo y bisnieto en tercer grado, etc.

En línea colateral, el grado de parentesco se determina estableciendo el grado del sujeto


de una línea recta respecto a la estirpe, el grado del sujeto de la otra línea recta conside-
rada siempre respecto a la estirpe, y sumando los resultados obtenidos: es decir, ascen-
diendo de uno de los parientes a la estirpe común y descendiendo de ésta al otro pariente
(art. 51, C. C.). Así los hermanos son parientes en segundo grado, el tío y el sobrino,
parientes en tercer grado; los primos, en cuarto grado; el tío abuelo y el sobrino nieto,
parientes en quinto grado; los primos segundos, parientes en sexto grado

Debe hacerse notar que si son varias las líneas que derivan de ,a misma estirpe, siempre es po-
sible determinar el grado de parentesco en línea colateral, comparando las líneas de dos en dos.

El parentesco puede tener algunas veces efectos exclusivamente negativos: así, no pueden
ser testigos los parientes en línea recta de una de las partes; se comprende que sea dentro
del sexto grado, porque como se ha visto, más allá de este límite el vínculo de parentesco
no tiene ninguna eficacia. A la prohibición antes mencionada se hace una excepción, por
expresa determinación de la ley, cuando se trata de cuestiones relativas al estado o a la
separación personal entre cónyuges (art. 236, C.P.C), porque en estos casos los parientes
son las personas que pueden estar, mejor que cualquier extraño, al corriente de las cir-
cunstancias de hecho, sobre las que debe fundarse la decisión del magistrado.

El vínculo de parentesco puede constituir un impedimento para el matrimonio. En efec-


to, en línea recta, el matrimonio se prohíbe entre todos los ascendientes y descendientes
(art. 58 C. C.) y en línea colateral, entre hermana y hermano y entre tíos y sobrinos
(art. 59, C. C.). Pero la prohibición de contraer matrimonio entre tíos y sobrinos no se
aplica al Rey y a la familia real (art. 69, C. C.). y en cualquier otro caso es susceptible de
dispensa, (art. 68, C. C.).

Muchísimo más importantes son los efectos positivos que se derivan del vínculo de
parentesco. Ante todo, sobre el vínculo de parentesco se funda la obligación legal de su-
ministrar alimentos, que incumbe recíprocamente: a los ascendientes y a los descendien-
tes incondicionalmente; además, a los hermanos y hermanas cuando por enfermedades
físicas o mentales, o por cualquiera otra causa no imputable a ellos, no se los pueden
procurar (art. 139 y 141, C. C.). Es preciso observar que la obligación alimenticia que
tiene su origen en la ley, está condicionada al estado de necesidad de; que los pide y a la

60 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

posibilidad económica del que debe proporcionarlos, de tal manera que la ley establece
expresamente que los alimentos deben ser señalados en proporción a la necesidad del
que los pide y a lo bienes del que debe suministrarlos (art. 143, C. C.) y si después de
la determinación de los alimentos sobreviene un cambio en las condiciones de quien los
suministra o de quien los recibe, la autoridad judicial proveerá acerca de la terminación,
la reducción o el aumento, según las circunstancias (art. 144, C. C.).

Además, entre los que están vinculados por la obligación alimenticia, existe graduación,
en la que los descendientes ocupan el segundo lugar, los ascendientes el tercero y los
hermanos y las hermanas el sexto y el último (art. 124 C. C.).

El vínculo de parentesco despliega toda su eficacia en la materia de las sucesiones mor-


tis causa. En esta materia, es principio fundamental el sancionado por el art. 722 del
Código Civil en el que se dice que la ley, al reglamentar la sucesión, tiene en cuenta la
proximidad del parentesco. Por una parte, la primera categoría de sucesores legítimos
está constituida por los parientes legítimos, que comprenden los tres órdenes: los descen-
dientes, los ascendientes y los colaterales (art. 721, C. C.). Por último, para la garantía
de los derechos que en consideración a la proximidad del vínculo se reconoce a algunos
parientes, la ley ha limitado la capacidad de disponer por testamento, estableciendo: a)
las libertades hechas mediante testamento no pueden exceder de la mitad de los bienes
del testador, si éste al morir deja hijos o descendientes (arts. 805, 806, C. C.); b) si el
testador no deja hijos ni descendientes, pero sí ascendientes, no puede disponer más que
de las dos tercias partes de sus bienes. La cuota indisponible (legítima) se reserva: en el
primer caso, a los hijos o descendientes; en el segundo, a los ascendientes.

Estos son los efectos principales del parentesco; otros pueden encontrarse en los códigos
y en las leyes especiales.

II.—Hemos hablado hasta el presente del parentesco legítimo, que tiene como base el
matrimonio válido; pero además de esta relación más efectiva, la ley regula otras relacio-
nes menos completas que producen efectos jurídicos más limitados.

a) Antes que todo, es necesario hacer observar que, aun en el seno de la familia legítima,
se “toma en consideración, por la ley, el hecho de que el parentesco se origine, entre los
diversos descendientes, por generación de uno solo o de ambos progenitores. Es decir,
se distingue, en línea colateral, el parentesco más cercano de los hermanos que tienen el
padre y la madre común (hermanos carnales) y la menos cercana o unilateral, de los que
tienen sólo en común al padre (hermanos consanguíneos) o bien solo a la madre (herma-
nos uterinos); y esto se toma en cuenta por ejemplo, para los efectos de la tutela, en que
se exige la calidad de hermano carnal (art. 252, 268) y para los efectos de la sucesión, en

INSTITUTO PACÍFICO 61
SALVADOR PUGLIATTI

que se reduce a la mitad la cuota a los consanguíneos y a los uterinos en comparación a


lo que corresponde a los carnales (art. 740, 741)” (De Ruggiero).

b) Además del matrimonio válido, el parentesco legítimo pre, supone también el naci-
miento estando en vigor el matrimonio. Iuris et de iure se presumen concebidos durante
el matrimonio el hijo nacido después de los 180 días de la celebración del matrimonio y
antes de los 300 de la disolución o nulidad del mismo (art. 160, C. C.). Para los nacidos
fuera del matrimonio, existe el parentesco natural. No obstante, cuando ha sido legiti-
mado el hijo nacido fuera del matrimonio, adquiere la calidad de hijo legítimo (art. 194,
C. C.), de donde se deduce que todas las disposiciones que conciernen al parentesco
legítimo, aun cuando falte una referencia textual expresa, se aplican indefectiblemente
al parentesco legitimado.

La legitimación puede tener lugar: a’) por subsiguiente matrimonio; b ) por decreto real
(art. 194, C. C.).

a’) La legitimación por subsiguiente matrimonio de los progenitores, opera desde el día
del matrimonio, si los hijos fueron reconocidos por ambos progenitores en el acto de
celebrarse el matrimonio o anteriormente; opera, por el contrario, desde el día del reco-
nocimiento, si este fue posterior al matrimonio (art. 197, C. C.). En todo caso, sin em-
bargo, para que los hijos naturales legitimados por subsiguiente matrimonio adquieran
los derechos de los hijos legítimos, es necesario el reconocimiento por parte de ambos
progenitores.

b’) Puede existir la legitimación por decreto real, siguiendo el procedimiento establecido
por el art. 200 del Código Civil cuando concurren las siguientes condiciones: I) que se
pida por los progenitores o por uno solo de ellos; 2) que el progenitor que la pide no
tenga hijos legítimos o legitimados por subsiguiente matrimonio, ni descendientes; 3)
que el progenitor se encuentre en la posibilidad de legitimar al hijo o a los hijos de que
se trata por subsiguiente matrimonio; 4) que cuando el peticionario este casado, cuente
con el consentimiento del otro cónyuge (art. 198, C. C.). La legitimación por decreto
real produce iguales efectos que la legitimación por subsiguiente matrimonio, pero ope-
ra desde el día que se obtiene el decreto, y tiene eficacia solamente respecto al progenitor
que la ha pedido (art. 201, C. C.).

No pueden ser legitimados por subsiguiente matrimonio ni por decreto real los hijos que
no pueden ser legalmente conocidos, a saber: 1) Los hijos nacidos de personas, de las que
aun cuando una sola de ellas este, en la época de la concepción, ligada por matrimonio
a otra persona (hijos adulterinos), 2) Los hijos nacidos de personas entre las cuales no

62 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

hubiere podido subsistir el matrimonio por vínculo de parentesco en línea colateral en


el segundo grado (hijos incestuosos) (art. 195 y 180, C. C.).

c) El parentesco natural simple no produce por lo general efectos jurídicos; adquiere


sólo eficacia jurídica considerable, cuando haya sido reconocido o declarado. El recono-
cimiento depende únicamente de la voluntad de los progenitores, y puede hacerse por el
padre o por la madre, tanto conjunta como separadamente, en el acto del nacimiento o
con acto auténtico anterior o posterior al nacimiento (art. 179 y 181, C. C.); el recono-
cimiento tiene solamente un límite legal: no pueden ser reconocidos ni los hijos adulte-
rinos, ni incestuosos (art. 180, C. C.). La declaración se verifica en virtud de sentencia,
que produce los mismos efectos que el reconocimiento (art. 192, C. C.). La declaración
no depende, sin embargo, de la voluntad de los progenitores, sino del ejercicio de un
derecho que la ley concede a los hijos. Tal derecho, no obstante, tiene un límite que no
puede superarse. Sobre todo no corresponde a los hijos incestuosos o adulterinos (art.
192 C. C.); además, no se admite libremente la investigación de la paternidad, sino en
los casos de rapto o estupro violento, cuando la época de ellos corresponde a la de la
concepción (art. 189, C. C.).

El parentesco natural tiene efectos restringidos con relación al Parentesco legítimo. El


reconocimiento tiene eficacia solamente respecto al progenitor que lo ha hecho, y no
se extiende al otro cónyuge (art. 182, C. C.), ni mucho menos a los parientes del pro-
genitor que ha hecho el reconocimiento. Por lo que respecta a la sucesión legítima, los
hijos naturales, si concurren con hijos legítimos o sus descendientes, tienen derecho a la
mitad de la cuota que les hubiera correspondido siendo legítimos (art. 744, C. C.). Los
hijos naturales, sin embargo, se equiparan a los hijos legítimos, por lo que respecta a los
impedimentos del matrimonio (art. 58 y 29, C. C.).

a’) Hemos dicho que no pueden ser reconocidos o declarados, ni legitimados, los hijos
incestuosos o adulterinos, y que el parentesco natural simple, por regla general, no pro-
duce efectos jurídicos Sin embargo, el hijo natural simple tendrá siempre acción para
tener alimentos, en los siguientes casos taxativamente previstos por la ley: 1) Si la pater-
nidad o maternidad resulta indirectamente por sentencia civil o penal; 2) si la paternidad
o maternidad es el resultado de un matrimonio declarado nulo; 3) si la paternidad o
maternidad aparece por explícita declaración escrita de los progenitores (art. 193 C. C.).
En el caso de sucesión legítima, además, se les concede el derecho a los alimentos, los
que serán determinados en proporción a los bienes del padre o de la madre, y al número
y a la calidad de los herederos legítimos (art. 752, C. C.).

b’) Efectos análogos, aun cuando limitados, a los del parentesco natural, que está basado
sobre el vínculo de sangre, tiene el parentesco civil, que se basa sobre la institución de

INSTITUTO PACÍFICO 63
SALVADOR PUGLIATTI

la adopción, merced a la cual se toma a un extraño como hijo de una determinada fami-
lia. La adopción presupone algunas condiciones: a) una negativa: el adoptante no debe
tener descendientes legítimos o legitimados; y otra positiva; b) el adoptante debe haber
cumplido 50 años; c) debe ser cuando menos 18 años mayor que el adoptado (art. 202,
C. C.); d) si el adoptado o el adoptante tienen padre, madre o cónyuge que aún viva,
será también necesario su consentimiento (art. 208). La adopción es un negocio jurídico
bilateral, para cuyo perfeccionamiento es necesaria la manifestación de voluntad del
adoptante y del adoptado (art. 208).

Las formas del procedimiento para la adopción están establecidas en los arts. 203 y
siguientes.

En cuanto a los efectos, el adoptado conserva todos los derechos y todos los deberes
hacia su familia natural (art. 12, C. C.); sin embargo, toma el apellido del adoptante
y lo agrega a su propio apellido (art. 210, C. C.), la adopción hace nacer una relación
estrictamente personal entre el adoptante y el adoptado, pero no crea, por lo general,
ninguna relación civil entre el adoptante y la familia del adoptado, ni entre el adoptado
y los parientes del adoptante (art. 212, C. C.). De tal manera que, en materia de suce-
siones legítimas, la ley establece que los hijos adoptivos y sus descendientes son sucesores
del adoptante, pero son extraños a la sucesión de los parientes del mismo adoptante
(art. 737, C. C.) Únicamente en materia de impedimentos matrimoniales la relación de
parentesco civil por adopción extiende su eficacia más allá de las personas del adoptante
y del adoptado. Se prohíbe en efecto, matrimonio: entre el adoptante, el adoptado y sus
descendientes; entre los hijos adoptivos de la misma persona; entre el adoptado y los
hijos que hubiera tenido después el adoptante; entre el adoptado y el cónyuge del adop-
tante, y entre el adoptante y el cónyuge del adoptado (art. 60, C. C.).

b) Relación conyugal.

El vínculo que existe entre los cónyuges unidos por matrimonio válido, o por matri-
monio putativo, en los términos del art. 116 del Código Civil, es fuente de especiales
derechos y obligaciones, cuyo conjunto constituye la relación conyugal.

Ante todo, el matrimonio impone a los cónyuges la obligación recíproca de cohabita-


ción, de fidelidad y de socorro (art. 130, C. C.); acerca de las sanciones que tienen tales
normas, nos hemos ocupado antes (ver págs. 54 y 55).

El marido es el jefe de la familia (art. 131, C. C.); durante el matrimonio tiene el


ejercicio de la patria potestad sobre los hijos, la que compete conjuntamente a ambos

64 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

progenitores: la madre ejerce la patria potestad, solo en el caso de que el padre no pueda
ejercitarla, o cuando se disuelva el matrimonio (art. 220. C. C.).

La mujer sigue la condición civil del marido y tiene el apellido de éste; la mujer está obli-
gada a acompañar al marido a cualquier lugar donde juzgue oportuno fijar su residencia
(art. 131, C. C.), y adquiere el domicilio legal (art. 18, C. C.). Sin embargo, la mujer
puede pedir la separación personal cuando el marido, sin motivo justificado, no esta-
blezca una residencia o teniendo bienes suficientes, se niegue a establecerla de manera
conveniente a su condición (art. 152, C. C.).

El marido tiene el deber de proteger a la mujer, de vivir con ella y de suministrarle todo
lo que sea necesario a las necesidades de la vida en proporción a sus bienes. La mujer,
empero, debe contribuir al mantenimiento del marido, sí este no tiene medios suficien-
tes (art. 123, C. C.). La obligación legal alimenticia, que incumbe recíprocamente a los
cónyuges, se establece por la ley en primer lugar, respecto a los parientes y a los afines
(art. 142 C. C.).

El cónyuge supérstite tiene derechos a la sucesión del otro cónyuge, derechos que están
determinados por la ley, según que concurra con hijos legítimos, con hijos legitimados y
naturales, con ascendientes o hijos naturales o hermanos y hermanas y sus descendien-
tes, con ascendientes legítimos e hijos naturales, o con otros parientes (arts. 753, 754,
755, C. C.). Además, en las sucesiones testamentarias, se reserva al cónyuge supérstite
una cuota de usufructo, indisponible (cuota de reserva: arts. 812 y sigs., C. C.).

Merece especial mención, a propósito de los efectos de la relación conyugal, la prohibi-


ción de las donaciones entre cónyuges, establecida por el art. 1054 del Código Civil, y
justificado por el antiguo adagio: ne coniuges mutuo amore invicem spoliarentur. Igual-
mente merecen especial mención las disposiciones a que se refieren los arts. 780 y sigs.
del Código de Comercio, concernientes a los derechos de la mujer del quebrado, entre
los cuales debe hacerse notar la llamada presunción muciana, sancionada por el art. 782.

c) Afinidad.

La afinidad es el vínculo que liga a uno de los cónyuges con los parientes del otro (art.
52, C. C.). La afinidad nace únicamente del matrimonio válido, porque el matrimonio
putativo sólo puede efectos respecto a los cónyuges y a la prole (art. 116, C. C.). De este
principio se puede deducir: 1) que los cónyuges entre sí, como no son parientes, no son
tampoco afines, de tal modo que el matrimonio es un vínculo de naturaleza particular;
2) entre los parientes de uno de los cónyuges y los parientes del otro, no existe ningún
lazo: adfinitas non egreditur ex persona: inter consanguineos viri el uxoris nulla adfinitas; 3)

INSTITUTO PACÍFICO 65
SALVADOR PUGLIATTI

no existe afinidad entre los afines de un cónyuge y los del otro: adfines inter se non sunt
adfines: 4) que el que es afín de uno de los cónyuges en virtud del primer matrimonio,
no es afin de la persona con quien contrae nuevo matrimonio: adfinitas adfinitatem non
parit; 5) por lo general, la afinidad no termina por la muerte del cónyuge del cual deriva
(art. 52, párrafo segundo, C. C.); sin embargo, por lo que respecta a ciertos efectos, el
principio sufre excepción, pero sólo cuando está expresamente establecido por la ley.
Así, según el art. 140 del Código Civil, la obligación legal alimenticia, que tiene lugar
recíprocamente entre suegro, suegra, yerno y nuera, cesa: 1) cuando la suegra o la nuera
han contraído segundo matrimonio; 2) cuando el cónyuge del que deriva la afinidad,
y los hijos nacidos de su unión con el otro cónyuge y sus descendientes, haya muerto.

La afinidad se distingue también por lineéis y grados, con base en el principio que en la
línea y en el grado en que alguien es pariente con un cónyuge, es afín del otro cónyuge
(art. 52, párrafo primero. C. C.); de modo tal, que entre el suegro o la suegra y el yerno
o la nuera existirá afinidad en línea recta, ascendente o descendente, en primer grado,
dado que se trata de la relación de filiación con uno de los cónyuges; los cuñados serán
afines en línea colateral y en segundo grado, porque ^ trata de relación de parentesco
entre hermanos de uno de los cónyuges.

La afinidad tiene efectos comunes con el parentesco, excepto los efectos característicos
de éste, como por ejemplo, los derechos sucesorios. Así, se prohíbe el matrimonio entre
afines en línea recta, y entre los afines en línea colateral y en segundo grado (arts. 58 y
59, C. C.); para éstos últimos, no obstante, puede obtenerse la dispensa regia (art. 68,
C. C.). A los afines en línea recta y en primer grado incumbe la obligación recíproca de
los alimentos, pero en la graduación, los afines indicados están colocados en cuarto y en
quinto lugar, antes de los hermanos y de las hermanas (arts. 140 y 142 C. C.).

§ 4.— Extinción de los sujetos jurídicos.

A) Con la muerte termina el hombre y se extingue también la persona física. En nuestro


derecho no existen normalmente otras causas de extinción de la persona física, además
de la indicada, por las que desaparezca el elemento material que constituye el substrato.
Tales causas no podrían ser de naturaleza exclusivamente formal, como la llamada muer-
te civil; existente en algunos países como consecuencia de condena penal; entre nosotros,
el condenado a prisión perpetua y el condenado a muerte, que se equipara al primero a
los fines de la capacidad (art. 38, C. P.), no pierden la personalidad, sino que se encuentra
en un estado de incapacidad legal (art. 32, C. P.).

66 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

En nuestro ordenamiento positivo no está admitida normalmente la presunción de muer-


te, ni la declaración judicial de muerte (Todeserklaerung), adoptado por el Código Civil
Alemán.

Nuestro código reconoce la institución de la ausencia, cuya insuficiencia ha sido repara-


da mediante providencias legislativas especiales, en caso de necesidades excepcionales y
urgentes. Con ocasión de la guerra de África, se dictó la ley de 2 de julio de 1896, n. 256,
para la liquidación de las pensiones a las familias de los que desaparecieron en aquella
guerra, y se estableció, pero sólo para los efectos exclusivos de la ley sobre las pensiones
civiles y militares, que los oficiales y militares de tropa, empleados civiles y obreros en
servicio de la colonia Eritrea, de los cuales no se tuvieran noticias, después de transcu-
rridos dos meses de una batalla, fuesen considerados como muertos en campaña (art.
1). En lugar de acta de defunción, se requería, para la liquidación de las pensiones, una
declaración de que no se encontraba a la persona (art. 2). Las disposiciones contenidas
en la ley antes mencionada, fueron extendidas a los militares desaparecidos en la guerra
italoturca, por la ley de 22 de mayo de 1913, n. 484.

Por la Ley de 13 de junio de 1904, n.349, fue reglamentada la sucesión de los militares
desaparecidos en África, y de estableció que los que tuvieran derecho podían publicar los
actos de última voluntad de los desaparecidos y obtener los derechos sucesorios sobre su
patrimonio, presentando la declaración de que no se encontraba a las personas a la que
se refiere el art. 2 de la Ley de 2 de junio de 1896, n. 256.

Como consecuencia del terremoto calabro-sículo de 28 de diciembre de 1908, el Go-


bierno del Rey fue facultado, por la Ley de 12 de enero de 1909, n. 12, para dictar
disposiciones excepcionales para los municipios afectados por el terremoto, y entre los
muertos, aun fundada sobre presunciones (art. 6, n.2). Así, se dictó el R. D. de 17 de
enero de 1909, n. 23, por el que se estableció la presunción de muerte (arts. 2, letra d, 3
y 4) de lodos aquellos que por denuncia de tercero o de oficio, estuvieran comprendidos
en listas especiales que debían publicarse dos veces en la Gaceta Oficial: la presunción
debería tener validez, transcurrido el término de 90 días de la segunda publicación, para
las personas mayores de 6 años de edad; y de un año, para los niños que no hubieran
pasado de esa edad.

Las normas antes indicadas no se limitaron a regular las relaciones sucesorias, sino que
fueron dictadas para regular todas las relaciones jurídicas dependientes de la muerte
natural del sujeto.

Disposiciones particulares fueron dictadas por el legislador italiano con ocasión de la


guerra europea. Esas disposiciones tuvieron al principio una eficacia limitada; así, el

INSTITUTO PACÍFICO 67
SALVADOR PUGLIATTI

D. L. de 27 de junio de 1915, n. 1103, extendió a los presuntos muertos en la guerra


europea las normas dictadas por la Ley de 2 de julio de 1896 con ocasión de la guerra
de África, que había sido extendida ya para los presuntos muertos de la guerra italoturca
por la Ley de 22 de mayo de 1913.

Finalmente, el R. D. L. de 15 de agosto de 1919, n. 1467, estableció la presunción de


muerte, e introdujo por primera vez en nuestro ordenamiento positivo, la declaración
judicial de muerte por causas dependientes de la guerra, en los casos siguientes:

1) cuando la persona hubiera desaparecido a consecuencia de operaciones militares en


las que hubiera participado en cualquier calidad y función, o bien a consecuencia de un
acto de guerra o dependiente de la guerra en la que se hubiera encontrado, presente y
hubiera trascurrido cuando menos un año a partir de la cesación de las hostilidades, aun
cuando hubiese sido por armisticio, sin que hubiera tenido noticia de que aun vivía; 2)
cuando hubiera desaparecido a consecuencia de un naufragio u otro infortunio marí-
timo, producido por actos del enemigo o por otra causa diversa, conocida o ignorada,
y hubiera trascurrido un año desde la declaración oficial del naufragio o infortunio sin
que se tuviera noticia de su supervivencia: 3) cuando la persona hubiera sido internada
o transportada por el enemigo a territorio extranjero, y hubiesen transcurrido dos años
desde la fecha en que se pactó la obligación de libertad a los prisioneros o repatriar a
los internados o transportarlos fuera de la patria, sin que se hubiera tenido noticia de
su supervivencia (art. 1). La muerte presunta es declarada mediante sentencia en la
que se fija la fecha (art. 8). La sentencia debe inscribirse en la oficina del registro civil
correspondiente (art. 13). Después del registro, el cónyuge de la persona desaparecida
tiene facultad para contraer nuevo matrimonio (art. 16), y se abre la secesión. Se admite
siempre prueba de la existencia de la persona desaparecida o de la fecha de su muerte
(art. 15). Si el muerto presunto retorna, a petición suya puede declararse la nulidad del
segundo matrimonio (art. 16 párrafo primero); readquirirá sus bienes, aplicándose el art.
39 del Código Civil (art. 17); si se aprueba la fecha exacta de la muerte, y es diversa de
la establecida en la sentencia, no es afectado el segundo matrimonio, y en cuanto a los
bienes se aplica el art. 41 del Código Civil (art. 18).

Una norma general, que regules todos los casos posibles, con referencia a todos los efec-
tos jurídicos que dependen de la muerte, aun se espera de nuestro legislador.

Algunas veces, aun siendo cierta la muerte de dos o más personas, es necesario probar la
anterioridad de la muerte de una de ellas, porque de la premorencia de una persona con
relación a otra, puede derivar un derecho a un sujeto determinado; lo más frecuente, un
derecho sucesorio. Normalmente esto no ofrece ninguna dificultad, pero existe casos en
los que no es fácil obtener la prueba: así, cuando las personas de las cuales se trata hayan

68 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

muerto en el mismo accidente, cuando faltan los registros del estado civil, o cuando,
por ejemplo, las personas indicadas hayan muerto en el mismo día, y no aparezca en los
registros la hora en la que se ha verificado la muerte. En todos estos casos, no existe en
nuestra ley una presunción de premorencia. Sólo el art. 924 del Código Civil, dictado
para la materia de las sucesiones, pero aplicable a cualquiera otra relación, dispone que
cuando haya duda acerca de la premorencia de una persona respecto a otra, se presume
que todas han muerto al mismo tiempo. Los escritores han considerado que la dispo-
sición que se examina no contiene una verdadera presunción, sino la sola aplicación, a
un caso particular, de la regla general sobre la carga de la prueba, según la cual quien
sostiene la prioridad de la muerte de una persona, debe proporcionar la prueba. En rea-
lidad, la norma citada contiene una verdadera y propia presunción, para el caso en que
las personas han muerto al mismo tiempo; a este caso se limita solamente la presunción,
y en orden a ésto se invierte realmente la carga de la prueba, como en toda presunción
relativa. En lo que se refiere a la premoriencia, por el contrario, es claro que debe ser
probada por quien funde en ella su pretensión, según las reglas generales relativas a la
carga de la prueba.

B) La terminación de las personas jurídicas puede tener lugar por causas que se refieran
al elemento formal, solamente en los casos en que el reconocimiento tenga justamente
carácter formal, es decir, cuando se ha otorgado en abstracto por una norma de ley
aplicable, a determinados grupos orgánicos (sociedades comerciales, asociaciones pro-
fesionales, etc.). En este caso, en efecto, no basta la abrogación de la norma legal que
concede el reconocimiento, para que se verifique la extinción automática de todo; los
sujetos reconocidos con fundamento en ella, en virtud del principio general según el
cual el estado y la capacidad de las personas están siempre reguladas por la ley vigente.

Normalmente, empero, también las causas de extinción de las personas jurídicas se refie-
ren al substrato material. Precisamente por esto, las causas de extinción pueden operar
según que se trate de fundaciones o de corporaciones.

a) Cuando falta el fin, por haber sido logrado o por volverse jurídicamente imposible o
lo ilícito, se extingue cualquiera especie de persona jurídica: en estos casos la extinción
tiene lugar ipso iure. Si por el por el contrario, el fin se ha convertido en prácticamente
imposible, necesario el decreto real que declare extinguido al ente, y destine su patrimo-
nio a otro fin.

Si desaparece la reunión de personas, por las que está constituida la corporación, sea por
disolución voluntaria, sea por muerte o incapacidad de las personas físicas que la compo-
nen, desaparece por lo general, la persona jurídica: salvo que tenga un fin que trascienda
a las personas asociadas y que revista los caracteres de una fundación (lo que acontece

INSTITUTO PACÍFICO 69
SALVADOR PUGLIATTI

más fácilmente en las personas jurídicas públicas), o que no sea posible, cuando menos
virtualmente, la reconstrucción de la colectividad de personas (lo que puede acontecer
solamente en el caso de muerte o de que haya sido sobrevenido la incapacidad de los
asociados, cuando ad initio se haya dejado abierta la posibilidad de ingreso a nuestros
socios, en substitución de los ordinarios).

La pérdida del patrimonio, por lo general, no basta para producir la extinción de la


fundación, y mucho menos de la corporación de base patrimonial, si es —como sucede
normalmente— posible que el ente adquiera los bienes que potencialmente es apto para
adquirir; salvo, se comprende, disposiciones contrarias de la ley.

Algunas disposiciones especiales establece la ley a propósito de la disolución de las so-


ciedades comerciales.

Así, a propósito del elemento personal, debe recordarse la disposición ya citada del art.
191 del Código de Comercio, según la cual la sociedad en nombre colectivo se disuelve
por la muerte, por la interdicción, por la inhabilitación o por la quiebra de uno de los
socios, si no existe convenio en contrario; e igualmente, a falta de convenio en contrario,
se disuelve la sociedad en comandita o de uno de los comanditados, si estos no están de-
bidamente subrogados en la asamblea general (art. 120 C. Co. ) por el voto de los socios
que representan cuando menos la mitad del capital social (art. 158 C. Co.).

A propósito del elemento patrimonial, las sociedades comerciales, por lo general, se di-
suelven por la pérdida completa del capital social (art. 189, n. 5, C. Co.) o por la pérdida
de la tercera parte del capital, si los socios no acuerdan reintegrarlo o limitar el capital
social a la suma que ha quedado (arts. 189 y 146, C. Co.).

b) La persona jurídica se extingue, cuando se revoca el reconocimiento. La revocación


del reconocimiento puede dictarse por el poder ejecutivo, cuando la ley prevea el caso
de supresión y establezca las formas; en cualquier otro caso, debe de emanar del poder
legislativo. El poder ejecutivo no puede quitar “la personalidad jurídica de un ente. No
porque el ejecutivo otorgue, en la mayor parte de los casos, el reconocimiento, puede
dictar la supresión; pues ejercitando el poder de reconocimiento no hace más que cum-
plir y aplicar un principio general de la ley; por el contrario, acordando la supresión,
derogaría el principio legislativo que declara inviolables los derechos de la persona y del
patrimonio” (Coviello N.).

c) Las personas jurídicas pueden extinguirse por fusión o por transformación, es decir, por
la reunión de varios entes en uno solo, o porque cambie el fin del ente. La fusión de las
sociedades comerciales se considera como causa de disolución (art. 189, n. 7, C. Co.) y

70 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

está expresamente reglamentada por el legislador (arts. 193-196, C. Co.). En las corpo-
raciones de derecho público, su formación en general y su transformación o su fusión,
están en la mayoría de las veces disciplinadas por una ley especial o general y presupone
la intervención de la autoridad estatal.

Cuando termina la persona jurídica ¿cuál es la suerte de si patrimonio? Si la ley establece


el destino del patrimonio de un determinado ente, en el caso de que se extinga, no sur-
ge ningún problema: se aplicarán de plano las sociedades comerciales, se establece que
después de que se hayan pagado las deudas sociales, cualquiera suma sobrante deberá
repartirse entre los socios (art. 208, C. Co.) o entre los accionistas (art. 215 C. Co.),
según que se trate de sociedad anónima o en comandita por acciones.

Puede suceder también que en el acto constitutivo de la corporación, o en las bases de


fundación, se prevea al caso de la extinción del ente y se estatuya acerca del destino del
patrimonio: tampoco en este caso se presentará ninguna cuestión, y debe darse cumpli-
miento a la voluntad de los asociados o del fundador.

La voluntad manifiesta posteriormente no puede tener eficacia en las fundaciones, pues


el elemento personal no tiene influencia en la suerte del ente, ya que la voluntad del
fundador es eficaz solamente como acto inicial de constitución, después del cual el ente
vive una vida propia, absolutamente autónoma. La voluntad manifestada posteriormen-
te, por el contrario, tiene eficacia en las personas jurídicas de tipo corporativo: por lo
que respecta a las sociedades comerciales, se han previsto expresamente cabios sucesivos
en las disposiciones del acto constitutivo o de los estatutos, para las que han previsto
expresamente cambios sucesivos en las disposiciones del acto constitutivo o de los esta-
tutos, para las que se han prescrito algunas cautelares (art. 96 C.C.). Sin embargo, no
puede considerarse eficaz la manifestación posterior de voluntad de los asociados, en las
corporaciones de derecho público, en las que se puede encontrar en parte el carácter de
las fundaciones.

En todos los casos en que no es posible seguir una norma preestablecida, o bien no
tiene eficacia la norma posterior, los bienes de las personas jurídicas extintas, pasan al
Estado, el que es el último heredero legítimo de las personas físicas (art. 758, C. C.) y es
también el último heredero de las personas jurídicas en virtud del mismo principio. La
justificación de ambas especies de sucesiones radica en que “está establecida, más bien
que por el beneficio patrimonial que el Estado puede obtener, para asegurar la exigencia
absoluta de que el patrimonio, conjunto de relaciones, susceptibles de valoraciones pe-
cuniarias, activas y pasivas, se transmita, sin solución de continuidad, en todos los casos,
a otro sujeto, para que no solamente se evite la desaparición o disminución de las cosas
corporales, de valor acaso importante, que lo constituye, y se elimine el peligro de luchas

INSTITUTO PACÍFICO 71
SALVADOR PUGLIATTI

y perturbaciones sociales por las actividades para su acaparamiento sino especialmente


para garantizar su permanencia de las relaciones pasivas y salvo la permanencia de las
relaciones pasivas de las deudas, en interés inmediato de los acreedores … y mediato de
la sociedad, para la seguridad y la estabilidad de las relaciones jurídicas y salvo la perma-
nencia de las relaciones activas de crédito, para la tutela de los mismos intereses: relacio-
nes activas y pasivas que inevitablemente se extinguirán por la disolución del patrimonio
en sus elementos. (Santoro-Passarelli).

Otros sostienen que sería necesario distinguir entre entes de utilidad pública y entes de
utilidad privada, y que respecto a los primeros, sería necesario entregar el patrimonio a
los entes que tuvieran igual o análogo final del ente desaparecido, partiendo de la más
restringida demarcación territorial posible, a la máxima, es decir, al Estado: mientras que
respecto a los segundos, sería necesario dividir el patrimonio entre los asociados supérs-
tites y sus herederos en las corporaciones; entre las personas que debían ser beneficiadas,
o a falta de ellas, entre los herederos del fundador, si se tratase de fundación.

Este criterio es inaceptable, porque es arbitrario y artificialmente complicado. Además,


no evita el inconveniente de la dispersión de los bienes y se funda en elementos poco
estables y seguros, como el de determinar las personas beneficiadas en una determinada
fundación. Por último, no tiene como fundamento un principio racional, como el se-
ñalado por nosotros, que depende directamente del reconocimiento de la soberanía en
el mayor ente público, que es el Estado, y que tiene la ventaja de ser único e invariable
en todos los casos.

72 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

CAPÍTULO I

LA RELACIÓN JURÍDICA

§ 1.— Concepto y estructura de la relación jurídica.

La actividad del hombre, considerado como célula de un organismo social, es actividad


de relación. La actividad pues, se esquematiza en una serie de relaciones sociales, es decir,
de episodios singularmente determinados, que ponen en contacto al individuo que obra
con los otros que forman la comunidad social. Las indicadas relaciones pueden agrupar-
se en dos grandes categorías: las que ponen al individuo agente en contacto inmediato
con otro individuo determinado, y las que colocan a aquél en contacto inmediato con
una cosa, y afectan de reflejo a la comunidad social considerada en su conjunto. La
primera categoría de relaciones sociales es la que más fácilmente se identifica, porque
presupone, por lo general, la actividad efectiva de todos los que participan en la rela-
ción; la segunda categoría puede ser identificada si se tienen presentes las exigencias
fundamentales de la convivencia social. En efecto: si alguno tiene para sí mismo alguna
cosa apta para satisfacer sus propias necesidades, en cuanto la disfrute exclusivamente,
priva a todos los demás que forman la comunidad social de la Posibilidad de gozar de la
misma cosa, y se encuentra, por lo tanto, en la necesidad de defender su goce exclusivo
contra los ataques eventuales de cualquiera persona. La relación social, por esto, asume
en este caso, un doble aspecto: primeramente concierne solo a la comunidad social en
su conjunto; posteriormente puede aún referirse a uno o varios individuos determinados
de dicha comunidad, que pretenden perturbar al individuo de que se trata en el goce de
la cosa que tiene en su poder.

Las relaciones humanas, consideradas fuera de toda idea orden jurídico, son simples
relaciones sociales o de hecho, hombre, (relación inmediata o directa), entre hombres y
cosas (relación indirecta entre hombres). Pero si no es concebible la vida del individuo
separada de la vida de la comunidad a la cual pertenece, es mucho menos concebible la
convivencia sin la garantía y el límite de la norma de conducta, y por lo tanto, fuera de
un ordenamiento jurídico constituido. La convivencia supone necesariamente el orde-

INSTITUTO PACÍFICO 73
SALVADOR PUGLIATTI

namiento jurídico, de tal manera que toda comunidad social presenta un doble aspec-
to: relaciones de hecho entre los sujetos de la comunidad, y el ordenamiento jurídico.
El ordenamiento jurídico confiere a las relaciones de hecho un carácter particular; las
concerté en productoras de efectos jurídicos, es decir, garantía y tutela algunos efectos
predeterminados y legítimos: las transforma así en relaciones jurídicas. |

Podemos, de cuanto se ha dicho, obtener la noción genérica de la relación jurídica, que


puede definirse como: relación social o de hecho que produce consecuencias jurídicas.

Esta definición, aun cuando es general, nos proporciona los elementos esenciales para el
análisis y la más exacta determinación del concepto de relación jurídica. Ante todo: entre
la relación de hecho (elemento material) y la consecuencia jurídica, se debe su-poner un
elemento capaz de establecer un contacto.

Este elemento no puede derivar sino de la norma, fuente de toda consecuencia jurídica:
la norma califica la relación de hecho como relación jurídica, bajo las condiciones esta-
blecidas por la norma. y asigna a tal relación, como característicos de ella, determina-
dos efectos jurídicos. De tal manera que la relación jurídica, como cualquier fenómeno
jurídico, resulta constituido por la síntesis de un elemento material que se obtiene de la
vida social, y de un elemento formal que hace la calificación, y que deriva únicamente
del ordenamiento jurídico.

El ordenamiento jurídico no crea la relación como hecho social, pero la reconoce y la


legítima, y la hace producir consecuencias jurídicas.

El elemento material de la relación jurídica se escinde a su vez en otros dos elementos:


un hecho, que constituye el presupuesto fundamental, y una relación. El hecho es el an-
tecedente de la relación. El hecho es el antecedente de la relación, la que constituye un
lazo social, directo o indirecto entre los hombres.

Ambos elementos pueden estar calificados por la norma, y como consecuencia de esta
calificación, existen dos conceptos distintos, cuando entre sí ligados: el del hecho jurídi-
co, que será estudiado aparte, y el de la relación jurídica, del que nos ocupamos.

A través del carácter particular que se deriva del elemento formal, el lazo social entre
los hombres se convierte en vínculo jurídico entre sujetos. Y la transformación es rica en
consecuencias prácticas. . !

La primera consecuencia se refiere a los protagonistas de la relación; estos son, no los


hombres en cuanto tales, sino los sujetos jurídicos, y, por lo tanto, las criaturas humanas

74 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

en cuanto son personas, y los otros sujetos reconocidos por el ordenamiento jurídico, es
decir, las llamadas personas jurídicas.

La segunda consecuencia es esta: los sujetos de la relación están recíprocamente vinculados,


esto es, asumen en la relación una posición recíproca, la que, cuando nace la relación, no es fa-
cultativa, sino necesaria; posición que produce consecuencias jurídicas diferentes cuantitativa
y cualitativamente, según el contenido del vínculo, y por lo tanto, del objeto de la relación.
El mínimo común denominador, por lo que se refiere a este aspecto, es la posición que un
objeto asume frente a otro, porque a falta de toda posición recíproca entre los sujetos, no se
puede hablar de relación jurídica, porque no se puede hablar de relación social.

Se puede también ulteriormente precisar la posición de los sujetos en la relación. Ante


todo, los términos de la relación misma pueden legítimamente reducirse a dos; con
esto, no se excluye que más de dos sujetos pueden participar en una relación jurídica,
sino sólo se desea afirmar que todos los sujetos de la relación, cualquiera sea su número,
pueden asumir únicamente dos posiciones típicas. De modo que tendremos siempre
uno o más sujetos en una determinada posición y uno o más sujetos en la otra posición
recíproca; pero no solamente esto, sino que, para que la relación pueda subsistir, es ne-
cesario que exista cuanto menos un sujeto en una posición y cuanto menos otro sujeto
en la otra posición. Es lícito pues, reducir a dos sujetos de la relación, porque este es el
número de sujetos necesario y suficiente para que la relación misma pueda constituirse.

¿De qué modo se determina la posición de los sujetos de la relación, y cómo se deduce
la necesidad de la existencia de una doble posición de los sujetos, como elemento instru-
mental necesario y suficiente para que la relación se constituya?

Basta una simple reflexión para encaminarse hacia la solución del doble problema. Es
necesario, en efecto, tener presente la relación jurídica sirve a un determinado sujeto, y
que, por lo tanto, este sujeto adquiere en la relación una posición preeminente en él es
sujeto de la relación, y la relación es de aquel sujeto. La relación jurídica, en efecto, tiene
como fin garantizar a un determinado sujeto la realización y la protección de su interés.
Y como esta garantía se actúa frente a los demás que forman la comunidad social, se
determina, de esa manera, la posición de los otros sujetos respecto al primero. Existe de
tal modo; un sujeto a quien está destinada la garantía de la norma, y uno o varios sujetos
frente a los cuales subsiste la garantía misma.

Por este camino se debe necesariamente llegar a la siguiente consecuencia indicada, a


saber: en la relación jurídica existe sujeto activo, destinatario de la tutela jurídica; y un
sujeto pasivo, frente al cual se actúa la tutela misma.

INSTITUTO PACÍFICO 75
SALVADOR PUGLIATTI

En las relaciones llamadas personales, el indicado elemento estructural aparece nítida-


mente: sujeto activo es el acreedor, que tiene el derecho de pretender una prestación del
sujeto pasivo, que es el deudor. En este caso la relación es agota y despliega su eficacia
solamente respecto de dos personas, que están ab initio determinadas. Más difícil es dis-
tinguir el sujeto pasivo en las relaciones relativas a los derechos reales: de tal manera, que
si es fácil, en la relación de propiedad, identificar al sujeto activo, que es el propietario,
no es igualmente fácil determinar al sujeto pasivo. Lo cierto es que en otras relaciones,
que en comparación de las relaciones obligatorias, o de las personales en general, que
se llaman relativas, son llamadas absolutas, el sujeto pasivo está constituido por todos
aquellos que son extraños a la inmediata relación con la cosa, y en concreto puede ser
un quisquis de populo¸ determinable en el momento en que se atente al derecho del
sujeto activo. Es decir: en las relaciones relativas, el sujeto pasivo es el obligado; en las
relaciones absolutas, el sujeto pasivo es cualquiera de los que integran la comunidad
social, y específicamente aquel que viola el derecho del sujeto activo.

Se refleja —como se ha podido constatar— en el seno de la relación jurídica, la distin-


ción entre las dos fundamentales categorías sociales: aquellas que ponen al individuo que
obra (sujeto activo) en contacto inmediato con otro individuo determinado (relaciones
personales), y aquellas que ponen al individuo que obra en contacto inmediato con una
cosa (relaciones de derecho real) e indirectamente en contacto con la comunidad social
en su conjunto. El esqueleto de la relación jurídica está constituido, como hemos dicho,
por la recíproca posición que asumen los sujetos de la relación en virtud del vínculo ju-
rídico por el que están ligados. El vínculo jurídico constituye el material que une los dos
sujetos en la relación, que al variar en su contenido, varía también la fisonomía de la re-
lación misma. El aspecto que asume la relación jurídica al variar el contenido del vínculo
que liga a los dos sujetos, se estudia aparte y con referencia a la posición del sujeto activo
y a la del sujeto pasivo. Así, para ser más precisos, puesto que la relación sirve al sujeto
activo, es necesario antes que todo determinar el contenido del vínculo en relación de
este sujeto, y después examinar la posición concreta del sujeto pasivo.

§ 2 —Contenido de la relación jurídica.


Acostumbra decirse en general, que el sujeto activo de la relación de un derecho subjeti-
vo: con lo que manifiesta la evidente necesidad de determinar el concepto del derecho
subjetivo.

Según la opinión de Windscheid, el derecho subjetivo es una potestad de querer (Willens-


macht) protegida por el ordenamiento jurídico: es el poder que tiene el sujeto de querer
lo que sirve a la actuación de su interés.

76 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

La definición no es sin embargo aceptable, porque la m de querer es la facultad natural,


que no puede ser atribuida a sujeto por el ordenamiento jurídico; en todo caso ella se
refiere al momento del ejercicio del derecho, más bien que a la titularidad del derecho.

Contra esta tesis se ha dicho que no podrían ser titulares del derecho subjetivo: a) las per-
sonas jurídicas, las cuales, como creaciones artificiales, están privadas de la facultad natural
de querer; b) entre las personas físicas, los locos y los niños, que son también incapaces de
querer. Pero la objeción no parece decisiva, porque tanto a éstos como a aquéllos, se les
podría reconocer la titularidad del derecho con relación a la capacidad de sus órganos o
de sus representantes. Debe observarse sobre todo, que el ordenamiento jurídico no tiene
ninguna razón para proteger la voluntad de los sujetos en sí misma considerada, sino que
más bien debe tender a la protección de los intereses de los sujetos, considerando eventual-
mente a la voluntad como medio idóneo para su consecución. Tomando como punto de
partida estas consideraciones, Ihering define el derecho subjetivo: un interés jurídicamente
protegido. Esta definición tiene un doble mérito: 1) antes que todo, pone en evidencia el
verdadero núcleo del derecho subjetivo, que es el interés: el ordenamiento jurídico, en
efecto, protege intereses, y no tutela la voluntad de los sujetos; 2) además, pone en claro el
doble elemento por el que está constituido el concepto del derecho subjetivo: a) el elemen-
to material que es la utilidad, el interés; b) el elemento formal que es la protección jurídica.
No obstante, también esa definición es insuficiente, porque omite el elemento del poder, y
reduce la función del ordenamiento jurídico a una función meramente protectora.

En conclusión, las dos doctrinas son unilaterales: la primera se atiene al poder de volun-
tad del sujeto; la segunda, se funda únicamente sobre el interés. La noción del derecho
subjetivo, por el contrario, resulta de la integración de los dos elementos: el poder y el
interés, legitimados y reconocidos por el ordenamiento jurídico. El principal sostenedor
de esta tesis intermedia es Jellinek, quien define el derecho subjetivo: un interés jurídica-
mente protegido, mediante el reconocimiento de la voluntad que lo que persigue.

De tal manera la protección jurídica, se dirige al interés y se actúa por medio del recono-
cimiento otorgado a la voluntad del sujeto: el reconocimiento y la protección, en cuanto
se conceden por el ordenamiento jurídico, dan nacimiento al elemento formal, mientras
que la voluntad y el interés constituyen en conjunto el elemento material. Y este elemen-
to está constituido por la unión necesaria que la voluntad y del interés, no sólo por el
hecho de que aquella sirve como motivo para la realización de éste, sino especialmente,
porque el concepto de derecho subjetivo puede determinarse únicamente precisando la
función que el ordenamiento jurídico asigna a la voluntad de un sujeto para la realiza-
ción de un interés determinado, o más bien al grado de intensidad del reconocimiento
que se otorga a la autonomía de la voluntad subjetiva.

INSTITUTO PACÍFICO 77
SALVADOR PUGLIATTI

El ordenamiento jurídico procede en este caso por grados. Ciertamente que de la tutela
de un interés general, confiada a la administración pública, todos los sujetos particulares
que forman parte de una determinada circunscripción territorial, que puede ser aun la
estatal, resultan beneficiados; pero en este caso no se concede a cada uno de ellos parti-
cularmente ninguna tutela, se benefician pro parte y como consecuencia del beneficio
común, uti cives y no uti singuli. En este caso, el particular tiene solamente un interés
simple, y estamos bien lejos de la existencia del derecho subjetivo.

Igualmente, estamos distantes del derecho subjetivo en el caso en que exista un interés
ocasionalmente protegido o derecho reflejo, es decir, cuando de la protección directa de
un interés público o de un interés ajeno, se beneficia un sujeto determinado y no todos
los sujetos de una colectividad determinada. Existe además, en este caso, una específica
y particular situación de beneficio, pero la posición del sujeto es idéntica en ambos casos;
no tiene derecho propio, porque nada pude hacer para mantener o garantizar el beneficio
que obtiene. EL elemento del interés no está integrado por el de la voluntad y no es
protegido directamente, porque no se reconoce la voluntad del sujeto.

Del mismo modo, puede hablarse de un derecho atenuado o disminuido, en el caso en


que exista un interés legítimo, es decir, cuando el interés del particular está protegido
inmediatamente, pero tiene vida en la esfera de un interés público, el que, adquiriendo
preponderancia, puede neutralizar o anular la protección concedida al interés protegido.

Justamente en este caso se pone de relieve la función de la voluntad: para tutelar el in-
terés público existe un poder (de voluntad) de la administración pública, un poder que
se designa como discrecional, que puede neutralizar cualquiera actividad de la voluntad
reconocida a los particulares.

De este modo se justifica plenamente la necesidad de considerar unidos a la voluntad y


al interés, para determinar el concepto del derecho subjetivo.

El contenido del derecho subjetivo está constituido por un conjunto de facultades,


variables en número y contenido en cada uno de los derechos. Son típicas: la facul-
tad de goce y la de disposición. La primera constituye el contenido mínimo de todo
derecho; la segunda, forma parte del contenido de los derechos que son trasmisibles.
Sin la facultad de goce, no existe derecho, mientras que puede no existir la facultad
de disposición: es decir, no constituye un elemento necesario. Falta: en los derechos
personalismos, que están estrecha e indisolublemente ligados a la persona del sujeto, al
que se le atribuyen, porque el interés que constituye el núcleo, no puede concebirse
sino en relación a aquella persona; en los derechos personales, que la ley, por considera-

78 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

ciones particulares de orden técnico o práctico, liga a los sujetos en favor de los cuales
están constituidos.

Son derechos personalísimos: el derecho al nombre, el llamado derecho moral del autor
sobre las obras intelectuales. A propósito de este último, es necesario distinguir: un de-
recho de naturaleza patrimonial, y, por lo tanto, trasmisible, consistente en la facultad
exclusiva de disfrutar aun económicamente la obra en los límites establecidos por la ley
(art. 8, R. D. L. 7 de noviembre de 1925, n. 1950); y un derecho de naturaleza personal,
intransmisible, independientemente del primero, y en virtud del cual el autor tiene en
todo el tiempo, acción para impedir que la paternidad de su obra sea desconocida, o
que la obra sea modificada, alterada o deturpada de manera que origine grave e injusto
perjuicio a sus intereses morales (art. 16, cit, R. D. L.).

Son derechos personales: el derecho de habitación y el de limitados a las necesidades


propias y de la familia (arts. 521 U 522 C. C.), y por lo tanto, intrasmisibles; el derecho
de usufructo, del que se puede ceder únicamente el ejercicio (art. 942, C G), en sentido
de que ese derecho puede ser transferido a otro, pero se extinguirá siempre con la muerte
del sujeto en favor del que fue constituido inicialmente (art. 515 C. C.)

La facultad de disposición está comprendida normalmente en el contenido de los dere-


chos subjetivos, porque la regla está constituida por los derechos trasmisibles y la excep-
ción por los intrasmisibles: la facultad de disposición puede considerarse como el límite
extremo a que puede llegar la facultad de goce.

Hemos dicho que la facultad forma parte del contenido del derecho: el derecho sin
facultad sería una figura vacía; la facultad fuera del derecho, una energía informe. Una
autorizada corriente doctrinal ha sostenido, sin embargo, la autonomía de la facultad de
goce y disposición respecto al derecho subjetivo.

La facultad de goce sería extraña al contenido del derecho, porque el goce se manifiesta
en una actividad simplemente lícita; la facultad de disposición sería extraña al contenido
del derecho, porque si ella es la energía por medio de la cual el derecho se transfiere, no
debe confundirse con el derecho, que es el objeto de la trasmisión.

La argumentación antes referida se basa sobre un equívoco fundamental: la actividad de


goce es el antecedente de un fenómeno jurídico, y no es actividad simplemente lícita,
porque la ley establece dentro de qué límites debe considerarse como legítima, estable-
ciendo los confines de dicha actividad, en relación a cada derecho; la facultad de dis-
posición es el reflejo subjetivo de la idoneidad del derecho para ser transferido, y por lo
tanto, para formar parte del contenido del derecho mismo; la facultad de disposición no

INSTITUTO PACÍFICO 79
SALVADOR PUGLIATTI

se trueca con la energía por medio de la cual se actúa la transmisión, que es la voluntad
del sujeto, debidamente manifestada, y capaz de dar nacimiento a un negocio traslativo.

La autonomía de la facultad de disposición, según los sostenedores de la tesis por noso-


tros combatida, estaría demostrada por el hecho de que, en algunos casos taxativamente
regulados por la ley se puede notar una escisión entre la cualidad de titular del sujeto y
la del sujeto capaz de disponer del derecho.

Estos casos pueden agruparse en la forma siguiente: a) Casos en los cuales la facultad
de disposición se ejerce por persona diversa del titular, pero a nombre y en interés de este
último; b) casos en los cuales se ejerce eficazmente por quien no está legítimamente inves-
tido; c) casos en los que se ejerce eficazmente por persona diversa del titular del derecho,
legalmente investida, en nombre propio y sin o contra la voluntad del titular.

a) Al primer grupo pertenecen los negocios de disposición realizados por medio de re-
presentante. Pero en este caso debe observarse que el representante no ejercita la facul-
tad de disposición que corresponde al representado, porque sólo este último da vida
al acto de decisión que legítima la trasmisión: el representante manifiesta únicamente
la voluntad del contenido. Por lo que respecta a la representación legal, la trasmisión
está directamente legitimada por el ordenamiento jurídico. Por último, aun cuando se
pudiera admitir que el representante ejerce la facultad de disposición, sería necesario
además tener presente que a él se le atribuiría solamente la posibilidad de ejercer tem-
poralmente dicha facultad, y no la titularidad, que correspondería al representado. En
otros términos: al representar se le atribuiría el ejercicio, la facultad correspondiente
de disposición.

b) Hay casos en los cuales existe o puede existir una adquisición por parte de persona
diversa del titular del derecho (art. 707, 933, 1319, C. C.) o una liberación por medio
de persona distinta del verdadero acreedor (arts. 1242 y 1540, C. C.). En estos casos,
se considera que la adquisición o la liberación se verifican en virtud de un poder de dis-
posición ejercido en relación a cosa ajena, por el contratante simulado, por el acreedor
aparente. Si bien en todos estos casos la adquisición o la liberación tienen lugar, no en
virtud del ejercicio arbitrario de un pretendido poder de disposición, sino porque opera
la buena fe del tercero poseedor se cosas muebles por su naturaleza o de títulos al porta-
dor (art. 707) o la de los terceros que han celebrado convenciones a título oneroso con el
heredero aparente (art. 933) o con el mandatario aparente (arts. 1759 y 1762, C. C.); la
calidad de tercero respecto a los contratantes por escritura privada, frente al contratante
simulado (arts. 1319); la buena fe del deudor que paga (art. 1242); la circunstancia de
la falta de notificación de la cesión del crédito (art. 1540) : en todos estos casos existe la

80 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

aplicación del principio general que impone la protección de la buena fe de los terceros,
para la estabilidad de las relaciones jurídicas.

c) Se incluyen en el tercer grupo, las trasmisiones (coactivas) efectuadas por medio de la


ejecución sobre los bienes del deudor o de expropiación por utilidad pública. En estos
casos, sin embargo, el órgano público no ejercita la facultad de disposición que corres-
ponde al titular del derecho, sino que se sirve de un poder propio, que le corresponde
en su cualidad de órgano estatal. Y la facultad de disposición del titular del derecho, o
se paraliza, o produce efectos limitados, pero no se le quita al sujeto mismo, ni mucho
menos se transfiere al órgano público. Así por ejemplo, en la ejecución forzosa, el deudor
sujeto a ejecución puede muy bien ceder a otro los bienes secuestrados, y si la ejecución
se paraliza y se extingue, el acto traslativo, ejecutado válidamente, produce todos sus
efectos; pero si la ejecución continúa hasta llegar a la expropiación, la trasmisión volun-
taria será ineficaz, porque tendrá preeminencia la trasmisión coactiva.

Al sujeto activo de la relación se le puede atribuir: a) un derecho subjetivo pleno; b) un


interés legítimo. Por otra parte, sobre el sujeto pasivo puede gravitar: c) una simple res-
ponsabilidad.

a) El derecho subjetivo del sujeto activo, puede ser de naturaleza real o de naturaleza
personal. En el primer caso, la obligación del sujeto pasivo será de contenido negativo o
genérico consistirá solamente en el deber de abstenerse de perturbar el derecho del su-
jeto activo; en el segundo caso, incumbirá al sujeto pasivo una obligación de contenido
positivo y determinado, porque el sujeto pasivo estará personalmente obligado a una
determinada prestación en relación con el sujeto activo. La prestación a su vez podrá
consistir: en dar o en hacer (obligación positiva) o también en no hacer o en tolerar
(obligación negativa).

El derecho que corresponde al sujeto activo puede ser un derecho potestativo (como por
ejemplo, el derecho de pedir la copropiedad del muro vecino, en los términos del art.
556, C. C.), y en este caso el sujeto pasivo no tendrá la obligación de exigir una pres-
tación determinada; solamente que no podrá oponerse al ejercicio de la facultad que
corresponde al sujeto activo, es decir, se encuentra en un estado de sujeción.

El derecho subjetivo puede subordinarse a eventualidades particulares: puede estar suje-


to a término (inicial o final) o a condición (suspensiva o resolutoria). En el primer caso,
el sujeto activo tendrá un derecho que podrá ejercitar sólo a partir del término inicial o
bien hasta el vencimiento del término final; en el segundo caso, tendrá solamente una
spes iuris que podrá consolidarse en un verdadero derecho si se verifica la condición,
o bien un derecho ya constituido, que se extinguirá cuando se verifique la condición.

INSTITUTO PACÍFICO 81
SALVADOR PUGLIATTI

Recíprocamente: en el primer caso, el sujeto pasivo estará obligado a partir del término
inicial o hasta el vencimiento del término final; en el segundo caso, no está obligado ac-
tualmente, pero lo estará si se verifica la condición suspensiva, o bien estará actualmente
obligado, per0 cesará de estarlo si se verifica la condición resolutoria.

El sujeto activo puede gozar, para la protección de su interés de un derecho principal


o de un derecho subsidiario, como acontece en el caso en que un tercero se constitu-
ya fiador de una obligación determinada; vinculándose hacia el acreedor a satisfacer la
misma obligación cambiaria de otra persona (art. 275, C. Co. art. 37, R. D. de 5 de
diciembre de 1933, n. 1669). Frente al mismo sujeto activo, tendremos así dos sujetos
pasivos; uno, en relación a la obligación principal, y otro, en la relación a la subsidiaria.
Con respecto a estos últimos —especialmente con referencia a la relación de fianza— se
puede hacer notar que la obligación se convierte en activa solamente cuando el deudor
principal no cumple con su obligación.

b) Si al sujeto activo corresponde un interés legítimo, se encuentra frente al sujeto pa-


sivo, en la condición, en que se encuentre el titular de un derecho pleno: debe notarse
solamente que frente a la administración pública, verificándose las condiciones para el
ejercicio del poder discrecional que a ella corresponde, el sujeto activo se encontrará en
la condición de no poder ejercitar su facultad, que podrá aun serle revocada; en este caso,
no podrá hacer valer la facultad, que podrá aun serle revocada; en este caso, no podrá
hacer valer la facultad, como propia, frente a ningún sujeto.

c) La simple condición de responsabilidad a cargo del sujeto pasivo no genera una ver-
dadera y propia obligación actual para este último, y no confiere un verdadero derecho
al sujeto activo. Así, el vendedor sobre el que gravita la responsabilidad por evicción y
por vicios ocultos (art. 1481, C. C.), no está actualmente obligado a ninguna prestación
en relación con el sujeto activo; la obligación surgirá sólo cuando se haya verificado la
evicción, o se encuentren en la cosa vendida los vicios redhibitorios. He aquí, por qué se
puede hablar en este caso de una obligación eventual del sujeto pasivo, de la que nace,
de rechazo, a favor del sujeto activo, un derecho que debe también ser considerado como
eventual.

§ 3 —Adquisición, modificación y pérdida de los derechos.

El derecho, como toda entidad, tiene una vida que se inicia con nacimiento; un desa-
rrollo, durante el cual desenvuelve su eficacia que es susceptible de modificarse y un fin.

El nacimiento del derecho está, por lo general, ligado con la constitución de una relación
jurídica, de la que el derecho forma el elemento objetivo. Y como la relación jurídica se

82 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

asienta sobre un sujeto, es decir, sobre una persona, puede decirse que el nacimiento del
derecho implica la unión del derecho con una persona, esto es, la adquisición por parte
de un sujeto determinado. La existencia de la persona es presupuesto esencial para la
adquisición como para el nacimiento del derecho; los derechos que la ley garantiza a
los que están concebidos, pero que no han nacido o a los no concebidos, son derechos
eventuales; frente a mera spes hominis no puede existir, sino una spes iuris. No existe
derecho sin sujeto, sino solamente cosas (aun cuando sean incorporales o compuestas)
en relación a las cuales una o más personas pueden adquirir derechos, que nacerán en
el momento en que se hayan cumplido todas las condiciones para la adquisición. Así, la
herencia yacente, que existe cuando el heredero es desconocido o cuando los herederos
testamentarios o legítimos han renunciado (art. 980, C. C.), es una universitas iuris, con
relación a la que es posible que uno o más sujetos adquieran un conjunto de derechos
y obligaciones, pero hasta el momento en que se verifique la adquisición, la universitas
iuris es una simple res.

Lo mismo debe decirse, por lo que respecta al título de crédito abandonado por el po-
seedor y que no ha caído aun en manos de otra persona: el título, entre tanto, no es más
que una cosa, y sólo puede nacer un derecho, cuando un sujeto, adquiriendo la posesión
del título, adquiere la facultad de hacer valer frente a! obligado el derecho de crédito que
el título mismo representa.

Si se habla en estos casos de derecho sin sujeto, se debería hablar también en relación
a las res nullius o derelictae, sobre las que cualquier sujeto puede adquirir la propiedad,
mediante ocupación.

Es claro que de este modo se confunde el derecho con su objeto posible.

El nacimiento del derecho implica pues, necesariamente, la adquisición del derecho por
parte de una persona. Pero, los conceptos de nacimiento y de adquisición no coinciden,
porque este último es más extenso el primero, ni se confunden entre sí.

Todo nacimiento implica una inquisición, pero no toda adquisición se liga inmediata-
mente al nacimiento del derecho. Este concepto puede declararse haciendo referencia a
la distinción entre adquisición originaria y adquisición derivada.

  Existe adquisición originaria cuando el derecho, en el momento mismo de su naci-


miento, viene a ligarse (o se adquiere) a un sujeto determinado: en este caso, el naci-
miento y la adquisición del derecho coinciden plenamente.

INSTITUTO PACÍFICO 83
SALVADOR PUGLIATTI

La adquisición derivada existe, por el contrario, cuando se presupone una precedente


relación jurídica con otra persona. El derecho nacido ha sido adquirido por otro; las ad-
quisiciones posteriores se ligan con la relación jurídica a la que la precedente adquisición
ha dado lugar. El nacimiento es, respeto a la adquisición originaria, un hecho próximo,
contemporáneo a la adquisición misma; respecto a la adquisición derivada, por el con-
trario, es un hecho remoto, precedente y autónomo.

El derecho ya existente puede, con base en una relación jurídica precedentemente consti-
tuida, ser íntegramente trasmitido por el anterior titular a otro sujeto (ejemplo, compra-
venta), y en este caso existirá una trasmisión del derecho, respecto al titular originario,
y una adquisición derivada-traslativa, respecto al nuevo adquirente. Por el contrario, se
puede con fundamento en una precedente relación jurídica, constituir a favor de otro
sujeto, un derecho nuevo, para cuyo nacimiento el derecho subjetivo de la primera re-
lación es un presupuesto necesario (ejemplo: prenda, usufructo, servidumbre); en este
caso existirá, respecto al segundo sujeto, una adquisición derivada-constitutiva.

En la adquisición traslativa, el derecho se separa enteramente del titular originario, y se


adquiere íntegramente por el otro sujeto; en la adquisición constitutiva el derecho del
titular originario se comprime, se reduce, y el nuevo sujeto adquiere un derecho que se
deriva de aquél. La diferencia es puramente cuantitativa: en el primer caso, con la tras-
misión del derecho en su integridad, se traspasan todas las facultades; en el segundo caso,
por el contrario, se trasmiten únicamente algunas facultades.

Esto puede acontecer de dos maneras; o el precedente titular renuncia a determinadas


posibilidades de útil goce de la cosa que constituye el objeto del derecho (como acon-
tece, por ejemplo, en el caso de que se constituya un derecho de uso, de usufructo, de
habitación, etc.); o el anterior titular extiende a otro sujeto la posibilidad de disfrutar
útilmente de la misma cosa (como acontece, por ejemplo, en el caso de constitución de
una servidumbre de paso). En el primer caso, es evidente la enajenación de las facul-
tades que corresponden al primer titular a favor del sujeto que queda investido de esas
facultades; en el segundo caso, parecería que no existe ninguna enajenación, porque el
anterior titular continúa disfrutando de la cosa; pero sin embargo, él ha renunciado, por
lo menos, a la facultad que le correspondería de excluir a cualquier otro sujeto del goce
de la cosa de su propiedad.

La adquisición derivada traslativa se verifica por medio de trasmisión y por medio de


sucesión: ambos son conceptos técnicos que deben ser definidos con precisión y dife-
renciados entre sí.

84 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

a) El concepto de trasmisión puede ser determinado mejor si se compara con algunas


figuras y situaciones que presentan analogías, pero que sin embargo, son diversas.

Ante todo, es necesario comparar la trasmisión con la pérdida del derecho por abandono
(derelictio animo derelinquendi) y la eventual adquisición posterior por el sujeto median-
te ocupación (art. 711, C. C.).

La trasmisión presupone el traspaso de uno a otro sujeto, en virtud de un acto único,


de manera que la liga entre el que tras mite y la cosa misma no se disuelve, sino porque
se anuda contemporáneamente en el adquirente. Viceversa, la derelictio se limita a la
disolución de toda liga con el titular originario, y si, mediante ocupación, otro sujeto
adquiere la propiedad de la cosa abandonada que se ha convertido en res nullius, no hay
ninguna relación entre la derelictio y la adquisición posterior, que tiene lugar en virtud de
un hecho jurídico autónomo, y es una adquisición originaria, mientras que la trasmisión
da lugar a una adquisición derivada.

Igualmente, la trasmisión se distingue de la renuncia, porque esta se propone solamente


el fin de disolver el vínculo existente entre el renunciante y la cosa: éste no se preocupa
de las consecuencias que pueda tener su acto respecto a otras personas, sino que solo
tiene por mira lo que el acto mismo tendrá exclusivamente. Si otros adquieren, como
consecuencia de la renuncia, la adquisición se opera siempre por causa independiente, que
por lo general, debe buscarse en la ley. La renuncia es ocasión de la adquisición, pero no
la causa de ella.

En la renuncia, el titular del derecho desea conseguir un propósito meramente nega-


tivo: enajenar el derecho, es decir, disolver el vínculo por el que el mismo derecho le
pertenece; en la trasmisión el intento del enajenante se funde con el del adquirente, y se
convierte en único intento del negocio: así que el enajenante quiere enajenar, pero para
hacer adquirir al otro sujeto, y éste quiere la enajenación, como medio para conseguir
la adquisición. Los dos momentos, fundidos entre sí, constituyen la trasmisión; y el fin
del negocio traslativo, en su conjunto, es el de dar nacimiento a una trasmisión, la que
comprende indisolublemente la enajenación y la adquisición.

La renuncia en el sentido especificado, que es el rigurosamente técnico, se denomina


extintiva o abdicativa. Comunmente, sin embargo, el término se usa para designar otras
figuras, que nada tienen que ver con el concepto técnico de la renuncia: entre éstos, la
llamada renuncia traslativa, que es un verdadero y propio negocio bilateral de enajena-
ción, porque tiende a transferir el derecho que constituye el objeto, a una o varias perso-
nas determinadas, es decir, tiende a una trasmisión.

INSTITUTO PACÍFICO 85
SALVADOR PUGLIATTI

La figura de la renuncia traslativa adquiere relieve en la materia de las sucesiones por


causa de muerte. En este caso, la renuncia pura y simple, abdicativa, tendría el único
efecto de excluir al renunciante de la sucesión, porque quien renuncia a la herencia es
considerado como si nunca hubiera sido llamado a heredar (art. 945, C. C.). El renun-
ciante enajena de sí la herencia, pero no puede influir en el modo cómo será regulada la
sucesión, la que está gobernada por la ley o por el testamento del de cuius, pero no por
la voluntad del renunciante, expresada en el negocio (unilateral) de la renuncia (abdi-
cativa).

Cuando por el contrario, la voluntad del llamado renunciante influye en la suerte de la


sucesión, esto es, cuando por él ejecutado mira a una trasmisión, que comprende tam-
bién en sí el momento de la adquisición, da vida a una verdadera propia trasmisión, que
tiene solamente el nombre de renuncia.

Esto puede claramente deducirse de las disposiciones de la lay que van a mencionarse.
La aceptación de la herencia puede ser expresa o tácita (art. 934, C. C.). La aceptación
tácita puede existir en varios casos, uno de los cuales, que es típico, está presamente
previsto por la ley. A saber: la donación, la venta, la cesión, es decir, cualquier forma de
enajenación contractual que uno de los coherederos haga de sus derechos sucesorios a un
extraño, o a todos sus coherederos o a alguno de ellos, trae aparejada por su lado la acepta-
ción de la herencia (art. 936, C. C) En otros términos, la enajenación contractual de los
derechos hereditarios, implica una forma de aceptación tácita de la herencia

De la misma manera, la ley trata la llamada renuncia traslativa, equiparándola, para este
efecto, a la enajenación contractual. En efecto, dice el artículo 937 del Código Civil re-
firiéndose al precedente artículo, del cual es la continuación lógica: lo mismo tiene lugar
para la renuncia hecha también gratuitamente por uno de los herederos en beneficio de
uno o de varios de sus coherederos, como también para la que se hace en beneficio de
todos los coherederos indistintamente, cuando por la renuncia se recibe un precio. Como
se ve, se prevén dos hipótesis, en las que, más que una simple renuncia, existe una ver-
dadera y propia trasmisión: a) En la primera, el renunciante limita los efectos de su acto
a algunos de los que tienen derecho, y excluye a los demás, influyendo en la trasmisión
de los derechos hereditarios. Se trata pues, de una verdadera y propia trasmisión, con
la que concurre la aceptación por parte de los destinatarios, b) En la segunda hipótesis,
los adquirentes pagan un precio, que es el equivalente de la enajenación y la causa de su
adquisición.

Con razón, por lo tanto, el legislador equipara la renuncia traslativa, a que se refiere el
art. 937 del Código Civil, a al venta, donación o cesión; es decir, a la enajenación con-
tractual de derechos hereditarios. Y equipara las dos figuras en relación a un efecto muy

86 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

particular: en cuanto implican ambas aceptaciones de la herencia; mientras que la pura


y simple renuncia implica, como se ha visto¸ exclusión de la sucesión, y es totalmente in-
compatible con la aceptación. Quién renuncia no adquiere; quien transfiere los derechos
hereditarios, antes adquiere y después inviste a los otros sujetos. La renuncia traslativa, que
produce este último efecto, no es renuncia, sino de nombre; en realidad es una verdadera
trasmisión, a título oneroso o gratuito.

No se puede hablar de una verdadera y propia trasmisión en la adquisición de un bien


inmueble a non domino, cuando concurren las condiciones requeridas por el art. 2137
del Código Civil. La hipótesis prevista en esta disposición se refiere a la usucapión dece-
nal, es decir, consiste en una adquisición de la propiedad de un inmueble, por prescrip-
ción decenal y no treintañal, derogando el principio general a que se refiere el art. 2135
del Código Civil.

Para tal fin, se requiere: a) la existencia de un título bastante para transferir el dominio,
es decir, de una convención capaz, en sí misma considerada, de producir la trasmisión de
la propiedad de un sujeto a otro, como sería una venta, una donación, etc.; b) estar ese
título, por hipótesis, viciado: pues de otra manera sería bastante por sí sólo para verificar
la trasmisión; estará viciado, por lo general, porque quien trasmite no es propietario de
la cosa de que se trata; c) la posesión continua, por parte del adquirente, por diez años,
y animo domini; d) la ignorancia por parte del adquirente mismo de los vicios del título;
e) el registro del título de adquisición (Cfr. arts. 701 y 2137, C. C.).

En este caso existe, es verdad, la celebración de una convención traslativa, pero ella no
es por sí misma capaz de producir la trasmisión, por estar viciada: la adquisición, por
el contrario, se espera en virtud de un hecho complejo, del que la estipulación de ‘a
convención traslativa es sólo el momento inicial. Se puede decir, por lo tanto, que la ad-
quisición se realiza mediante la cuyo término se reduce, cuando existen las condiciones
enumeradas.

b) Frente al concepto de trasmisión, mantiene su concepto de sucesión, como título de


adquisición derivada-traslativa.

Es necesario establecer que, ante todo, el término sucesión se usa en un sentido muy lato
para designar un conjunto de fenómenos que tienen en común el resultado último y que
pueden observarse desde un solo punto de vista particular. En este sentido la sucesión
comprende en su seno a todas las adquisiciones derivadas. Es claro que de tal modo el
concepto de sucesión abarca también el de trasmisión, no porque éste no tenga un con-
tenido conceptual propio, sino porque aquél tiene una extensión mayor.

INSTITUTO PACÍFICO 87
SALVADOR PUGLIATTI

Además de esto, tenemos también un concepto restringido y delimitado de sucesión,


que se presenta como concepto típico, y que dada la extensión de la figura genérica,
puede igualmente comprenderse en la figura de la sucesión en sentido lato.

Una comparación fecunda puede hacerse entre el concepto de sucesión en sentido res-
tringido o típico y el concepto de trasmisión, haciendo a un lado la figura genérica de
sucesión que comprende a ambos.

Al determinar estos dos conceptos, para establecer la diferencia que media entre ellos, es
necesario partir de puntos de vista diferentes: en la trasmisión, el punto de partida es el
primer titular del derecho; en la sucesión, el punto de partida es el sujeto que adquiere.
Es verdad que también en la trasmisión existe un adquirente y si se quiere, un sucesor,
pero la trasmisión parte del que trasmite en el que radica la fuerza propulsora que la opera.
La trasmisión incluye siempre dos momentos lógicos, los cuales, aun cuando ligados por
la causa, deben existir ambos: ella tiende a disolverla relación con el sujeto que trasmite
(titular originario) y a crear, en consecuencia de tal disolución, la relación con el nuevo
sujeto (adquirente). No existe ninguna duda de que la substitución tiene como primera
condición la exclusión del primer titular de la relación con el fin de hacer posible la subs-
titución misma, que se verifica contemporáneamente y con fundamento en la misma
causa.

La sucesión es sólo un momento de la trasmisión, porque se refiera a la adquisición; este


momento puede aisladamente, en abstracto, considerarse como sucesión, pero en tal
caso no se elimina, sino solamente se mutila la trasmisión.

Cómo fenómeno típico, la sucesión gravita por sí misma sobre el sucesor. Tiene lugar
en virtud de una fuerza atractiva que emana del sucesor, que tiene un derecho propio.
Esto acontece, por ejemplo, en las sucesiones por causa de muerte. En este caso la con-
dición de la adquisición (presupuesto de hecho necesario) es la muerte del de cuius. La
adquisición pues, se opera en favor de las personas que son designadas para suceder por
un título propio que tiene su origen en la ley o en el testamento. De tal manera que la
sucesión, considerada solamente bajo el aspecto de la adquisición de los derechos, tiende
a actuar un interés del sucesor, a través del ejercicio de un derecho que le corresponde
como tal. No puede surgir ninguna duda por lo que respecta a las sucesiones legítimas,
donde no existe la voluntad del de cuius; pero no puede existir duda tampoco por lo
que respecta a las sucesiones testamentarias, donde el testamento no es ni elemento
necesario ni elemento suficiente para producir la trasmisión del derecho, ni la voluntad
del testador carece de límites, a) No es elemento necesario, porque aun cuando falte
el testamento, tiene lugar la sucesión en virtud de la ley, y por lo tanto, el testamento
vale solamente para imprimir dirección a la sucesión y no para darle origen; b) No es

88 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

elemento suficiente, porque, ante todo, la sucesión presupone la muerte del de mis,
que es la causa de la sucesión (apertura de la sucesión), y después el heredero llamado
puede renunciar a la herencia. Es elocuente la circunstancia de que, mientras que en
la base de la trasmisión existe un único negocio bilateral, en la sucesión tenemos como
elemento constante un negocio unilateral (la aceptación), y o elemento eventual, otro
negocio unilateral (el testamento). Es decir, existe: a’) siempre un negocio (unilateral)
con que se ejercita el derecho del sucesor: este es el fulcro de la relación, mientras que en
la trasmisión, el fulcro radica en el que trasmite, de quien debe partir la oferta (voluntad
de transferir) que debe encontrarse con la aceptación (voluntad de adquirir) del adqui-
rente; eventualmente, otro negocio unilateral (testamento), que imprime únicamente la
dirección de la sucesión y que da causa solamente a la cualidad y al derecho del sucesor,
que debe ser ejercitado (mediante la aceptación) para que exista la adquisición. En todo
caso, son diversos los momentos en que nace la calidad de sucesor y en que se adquiere
realmente la herencia, y reposan sobre causas diferentes: la aceptación y la ley (o el tes-
tamento). Por último, no existe jamás un negocio bilateral que unifique dos momentos,
como en la trasmisión. Y todo esto sirve para diferenciar claramente la sucesión en sen-
tido técnico, como institución típica, de la trasmisión, d´) La voluntad testamentaria no
carece de límites. Piénsese en la sucesión necesaria, y en las personas que la ley excluye
de la sucesión o que llama a suceder no más allá de ciertos límites: los hijos incestuosos o
adulterinos (arts. 180 y 767, C. C.). los hijos naturales no legitimados cuando concurren
con ascendientes o descendientes legítimos (art. 768, C. C.); cónyuge del binubo (art.
770, C. C.).

La adquisición derivada constitutiva y la trasmisión tienen límites. Estos están ligados a


la relación jurídica preexistente. El derecho del adquirente está condicionado, en cuanto
a la existencia, al contenido y a la extensión, al del que trasmite. De tal manera que no
se puede por lo general, trasferir, ni total ni parcialmente, un derecho inexistente: nemo
dat quod non habel; ni nadie puede transferir a otro más de lo que le corresponde: nemo
plus iuris transferre potest quam ipse habeal.

Como consecuencia de esta premisa, debe considerarse el principio que sanciona la nu-
lidad de la venta de cosa ajena (art. 1459, C. C). Sin embargo, la ley ha establecido ate-
nuaciones: a) ante todo la nulidad no es absoluta, sino relativa (en cuanto a las personas),
porque no puede ser opuesta sino por el comprador, y jamás por el vendedor, b) Además,
el art. 59 del Código de Comercio declara válida la venta comercial de cosa ajena, y esta-
blece que obliga al vendedor a hacer la adquisición y la entrega al comprador, bajo pena
de resarcimiento de daños. Tratándose de la venta civil, por el contrario, el contrato es
nulo, y por lo tanto, no produce ningún efecto jurídico, aun cuando posteriormente el
comprador adquiera la cosa: el contrato es nulo porque en el momento en que celebró,
el vendedor no era propietario de la cosa, y el vico del negocio no desaparece. En esto

INSTITUTO PACÍFICO 89
SALVADOR PUGLIATTI

consiste la diferencia entre la nulidad de la venta civil y la validez de la venta comercial


de cosa ajena.

El legado de la cosa ajena, por lo general, es nulo: pero si se expresa en el testamento que
el testador sabía que la cosa era ajena, el legado es válido, y entonces el heredero tiene la
facultad o de adquirir la cosa legada, para entregarla el legatario, o de pagarle le precio
justo. A fortiori el legado es válido si la cosa legada, aun cuando fuera ajena en la época
de la confección del testamento, es propiedad del testador en la época de la apertura de
la sucesión (art. 837).

Es oportuno, en este punto, examinar un caso particular, que importa una derogación al
principio de la nulidad de la venta de cosa ajena. ¿Si alguno vende sucesivamente la misma
cosa a dos diversos adquirentes, en favor de quién se verificará la adquisición de la propie-
dad? de acuerdo con el principio: prior in tempore potior in iure, la propiedad debería ser
adquirida por quien ha celebrado, primeramente, la convención traslativa. Y esto también
aplicando el art. 1459 del Código Civil, dado que la segunda trasmisión —puesto que la
propiedad se trasmite en virtud del simple consentimiento (arts. 1 125 y 1448, C. C.)—
sería nula, porque el que trasmite cedería una cosa que es ya de otro, es decir, del primer
adquirente. Pero el legislador ha querido derogar el principio contenido en el art. 1459 del
Código Civil, estableciendo que: a) en caso de trasmisión de muebles, entre dos o más ad-
quirentes, se prefiere a quien ha obtenido primeramente la posesión de la cosa, aun cuando
su título de adquisición sea posterior al de los otros (art. 1 126, C. C.) ; b) en el caso de
trasmisión de inmuebles, se prefiere a quien ha hecho primero el registro del título, aun
cuando la fecha de ésta sea posterior a la del título de los otros (1942, C. C.).

La trasmisión normalmente está ligada a una manifestación de voluntad del titular del
derecho. Mediante el ejercicio de la facultad de disposición, que forma parte del conte-
nido del derecho subjetivo, el titular originario de un derecho puede de él y hacer que
otro tome su lugar.

A este respecto, debemos poner de relieve un principio importantísimo de nuestro sis-


tema contractual, enunciado por el art. 1125 del Código Civil, en virtud del cual a
diferencia de lo que se verifica en el derecho romano, se ha establecido que “en los con-
tratos que tienen por objeto la trasmisión de la propiedad o de cualquiera otro derecho,
la propiedad o el derecho se trasmiten y se adquieren por efecto del consentimiento
legítimamente manifestado,” es decir: cuando las manifestaciones de voluntad de quien
quiere enajenar y de quien quiere adquirir se encuentran, instantáneamente el derecho
pasa de uno a otro sujeto, y el adquirente puede obligar al que trasmite a la tradición de
la cosa, que constituye el objeto de la trasmisión.

90 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

Este principio, que rige en todas las formas de trasmisión (contractual) de derechos,
tiene aplicación particular a propósito de la venta, en el art. 1448 del Código Civil.

Pero las trasmisiones, además de consensuales, por voluntad del titular, pueden tener
lugar también sin, o contra su voluntad. El art. 1948 del Código Civil estatuye que el
deudor está obligado a cumplir sus obligaciones con todos sus bienes muebles e inmue-
bles, presentes y futuros.

Se deduce de ésto, que el deudor incumplido puede ser constreñido a sufrir la ejecución
forzosa sobre sus bienes, a consecuencia de la cual estos bienes se atribuyen a otro sujeto,
por un precio determinado. Con lo que se obtenga, se pagará después a los acreedores.
En este caso, la trasmisión de propiedad, es no sólo independiente de la voluntad del ti-
tular, sino que se efectúa contra su voluntad, merced a la intervención del poder público,
por medio de sus órganos adecuados. Piénsese en otro caso importantísimo: la expro-
piación por utilidad pública. En este caso no existe ninguna manifestación de voluntad
del titular, que no querría sufrir la expropiación, y sin embargo, ésta tiene lugar aun
cuando mediante una indemnización conveniente. Al de las trasmisiones voluntarias, es
necesario pues, colocar las trasmisiones coactivas, de las que existen numerosos ejemplos
en nuestro ordenamiento positivo, entre las cuales las citadas son las más importantes.

Las trasmisiones coactivas se realizan directamente por el órgano público, que quita al
propietario originario el derecho, para atribuirlo a otro. El órgano público, al hacer esto,
realiza un interés superior, público: el de la actuación de la ley. Interesa al orden jurídico,
y por lo tanto, al Estado, que la ley sea actuada, y en consecuencia, que se actúen tam-
bién las normas de los arts. 1218 y sigs. del Código Civil, acerca del cumplimiento de
las obligaciones contraídas. Si el deudor no se somete a tales normas, en ejecución del
principio a que se refiere el art. 1948 del Código Civil, el órgano público se sustituye a
él, y toma de su patrimonio cuanto es necesario para satisfacer al acreedor. Y por lo tan-
to, si se trata de deudas pecuniarias, y falta en el patrimonio del deudor el dinero líquido,
el órgano público vende, trasmite a otros los derechos del deudor, y recibe el dinero que
distribuye a los acreedores. De consiguiente, es el órgano público quien hace la trasmi-
sión, inmediatamente, ejercitando un poder que le corresponde autónomamente, para
el cumplimiento de una función pública. Se debe hacer notar: el órgano público realiza
también un interés privado, pero el interés público a la actuación de la ley es un interés
superior; el interés privado es el motivo que mueve al interés público.

Naturalmente, las trasmisiones voluntarias constituyen el caso normal, mientras que las
coactivas tienen carácter excepcional.

INSTITUTO PACÍFICO 91
SALVADOR PUGLIATTI

El concepto de trasmisión es menos amplio que el concepto de enajenación, al que la ley


se refiere expresamente (ejemplo arts. 224, 296, 239, C. C.).

En un sentido bastante lato, puede considerarse como enajenación cualquier acto en


virtud del cual el sujeto se desprende de derecho: alienum facit. Pero en sentido técnico,
la enajenación comprende únicamente las dos formas de adquisición derivadas, consi-
deradas desde el punto de vista del que trasmite. Es claro por ésto, que la enajenación
comprende tanto la trasmisión cuanto la adquisición constitutiva: por lo tanto, la cons-
titución de un derecho real de garantía, debe ser considerado como enajenación. Es
necesario empero hacer notar, que del ámbito de las enajenaciones deben excluirse las
trasmisiones coactivas, porque la enajenación presupone, como elemento constitutivo,
la manifestación de voluntad del enajenante.

Hemos hablado, en las páginas que anteceden, del nacimiento y de la adquisición de los
derechos; pero se ha presentado frecuentemente la ocasión de poner de relieve algunos
momentos característicos de la vida de los derechos, que por su naturaleza puede produ-
cir modificaciones, no sólo en el seno de la relación jurídica, sino también con relación a
los elementos constitutivos de los derechos mismos.

Se trata ahora de agrupar las dispersas consideraciones en el esquema de la modificación


de los derechos.

a) Se habla de modificaciones subjetivas, en todos los casos en que cambia el sujeto ac-
tivo de la relación jurídica. Esto puede acontecer a) porque al titular se sustituya otro
sujeto (sucesión en sentido lato); b) porque al primer titular se agreguen otros sujetos
(multiplicación de los sujetos). También en el primer caso puede suceder que al sujeto
único se sustituyan varios sujetos, pero como prevalece la idea de la sustitución respecto
al número, se habla siempre de sucesión.

La sucesión en abstracto puede ser: a) universal y particular, por acto entre vivos y por
causa de muerte. Existe sucesión universal, cuando el sucesor entra en todo el conjun-
to de las relaciones jurídicas de su autor, considerado este conjunto unitariamente: in
universum ius. Desde el punto de vista patrimonial, se puede decir que el sucesor se con-
vierte, sobre la base de una sola causa trasmissionis, titular de los derechos sobre el activo
(bienes, créditos) y queda gravado con las obligaciones relativas al pasivo (deudas), sin
que pueda distinguirse entre éstas y aquéllos.

La sucesión universal puede ser parcial, en el sentido de que el causan habens puede ser
llamado a suceder en una cuota ideal del patrimonio del causam dans considerado siem-
pre este patrimonio como unidad, como universitas iuris.

92 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

Existe sucesión particular o singular, cuando el sucesor entra en una o varias relaciones
jurídicas del causante, singularmente consideradas.

La sucesión es por acto entre vivos, cuando se funda sobre una convención traslativa; es
a causa de muerte, cuando tiene como presupuesto necesario la muerte de la persona de
cuya sucesión se trata (de cuius).

La sucesión universal por acto entre vivos, que es concebible abstractamente, no se ad-
mite en nuestro ordenamiento positivo: de tal manera que sólo se puede hablar de su-
cesión universal en la hereditaria, que es sucesión mortis causa. Esta última puede ser
también singular: si el heredero, en efecto, es un sucesor universal (art 760 C. C.), el
legatario, por el contrario es un sucesor particular (arts. 827 y sigs., C. C.). La sucesión
singular por acto entre vivos, por lo general, se concreta a una trasmisión.

b) Se habla de modificaciones objetivas, cuando el objeto que cambia es el contenido


del derecho. Son cuantitativas, cuando el objeto sufre un incremento (adquisición por
accesión: arts. 444 y sigs., C. C.), o una reducción (constitución de una servidumbre);
son cuantitativas cuando el objeto sufre una transformación: como ejemplo debe citarse
la subrogación real, cuyos casos más comunes están expresados por el principio: res suc-
cedit in locum pretil, pretium in locum rei (por ejemplo: en la expropiación por utilidad
pública).

Llegamos, por último, a hablar del momento final con que se cierra el ciclo de la exis-
tencia del derecho.

Correlativa al nacimiento, es la extinción del derecho, que representa la consunción y


por lo tanto, su contraposición perfecta.

De la extinción debe distinguirse la pérdida, como del nacimiento se distingue la ad-


quisición. La pérdida, en efecto, se refiere a’ sujeto titular, y no coincide necesariamente
con la extinción del derecho. Toda extinción implica una pérdida, pero, no al contrario.
En efecto, la pérdida respecto a un sujeto, puede estar acompañada de la adquisición
contemporánea, en favor del otro sujeto; la trasmisión y la adquisición derivada consti-
tutiva, separan la pérdida de la extinción, como se separan la adquisición del nacimiento.
El Paralelismo entre nacimiento y adquisición por un lado; y la pérdida y la extinción
por el otro, es completo y no sufre excepciones.

INSTITUTO PACÍFICO 93
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

CAPÍTULO II

LOS HECHOS JURÍDICOS

§1.— Los hechos y los actos jurídicos en general.

Se designan como hechos jurídicos, todos los hechos naturales o humanos qué producen
consecuencias jurídicas. El hecho jurídico está pues, constituido por la síntesis de un
doble elemento: el hecho natural o humano (elemento material) y la calificación prove-
niente del ordenamiento jurídico (elemento formal).

Se consideran como hechos (simplemente) naturales todos los que, aun con relación al
hombre, no dependen de su actividad; de tal manera que deben clasificarse en esta cate-
goría: un terremoto, una inundación, un incendio, y también el nacimiento y la muerte
del hombre.

Pero la inundación causa por la ruptura de un dique, hecha por el hombre, o el incendio
causado por la actividad de un individuo determinado, así como la muerte de un hom-
bre causada por otro hombre, deben considerarse como hechos humanos.

Los hechos humanos que presuponen no solamente la actividad del hombre, sino tam-
bién la actividad humana consciente o voluntaria, se llaman actos jurídicos. Estos consti-
tuyen la categoría más importante de los hechos jurídicos.

Lo actos pueden distinguirse, en actos (simplemente) voluntarios y en actos de voluntad. Son


actos simplemente voluntarios aquellos que presuponen como existente una determinación
de voluntad, la que constituye, sin embargo, un momento interno, mientras que lo que se
toma en consideración es más bien la actividad que se desarrolla después: como acontece en
el abandono de una cosa animo derelinquendi o en la ocupación; actos que presuponen la volun-
tad del sujeto, pero que consisten respectivamente, en la actividad que produce la separación
de la cosa del sujeto o que establece el contacto entre la cosa y el sujeto.

INSTITUTO PACÍFICO 95
SALVADOR PUGLIATTI

Actos de voluntad, son aquellos en los que su contenido típico consiste en la determi-
nación volitiva, la que se toma en consideración por el derecho, como el antecedente
inmediato material con fundamento en el cual la norma hace producir consecuencias
jurídicas al acto.

Una importante categoría de actos jurídicos, cuya clasificación puede hacer surgir de-
licadas cuestiones, es la de la participación (Mitteilungen), mediante la cual se da a otro
sujeto noticia de una intención (Willensmitteilungen) o de una propia representación o
conocimiento (Vorstellungsmitteilungen) (Manigk).

Las participaciones son ciertamente actos voluntarios, pero no pueden considerarse


como actos de voluntad; de hecho, el antecedente material del efecto jurídico no es un
acto volitivo del sujeto, tomado en consideración en cuanto es producto de la voluntad,
sino solamente la actitud del sujeto mismo, o más bien el hecho de la comunicación, del
que el elemento volitivo constituye un momento interno.

Un ejemplo de participación representativa puede encontrarse en la notificación que el


adquirente de un fundo hipotecario hace a los acreedores que aparecen en el registro,
en los términos del art. 2043 del Código Civil, para la instauración del correspondiente
juicio de saneamiento; otro ejemplo lo proporciona la denuncia que se hace al arrenda-
dor de las perturbaciones de derecho que puede sufrir el arrendatario (art. 1581, C. C.),
así como las usurpaciones que se verifiquen en el bien alquilado (art. 1587, C. C.). A
esta categoría de participaciones puede referirse: el aviso que el mandatario comercial
está obligado a dar, sin demora, al mandante, acerca de la ejecución del mandato (art.
357, C. Co.): el aviso de falta de pago que el poseedor de la cambial debe dar a su en-
dosante dentro de los días de la fecha del protesto (art. 317. C. Co. art. 52, R. D. de 14
de diciembre de 1933, n. 1669); la notificación de la cesión de crédito que debe hacerse
al deudor.

Más difícil es definir la naturaleza de la representación de voluntad, porque el elemento


volitivo no constituye solamente el antecedente de la actitud del sujeto, sino que el
contenido de la representación está constituido, a su vez, por un elemento volitivo. Se
debe ante todo, aclarar la noción con algunos ejemplos. Pueden enumerarse entre las
representaciones volitivas: la negativa (Verweigerung) del consentimiento para que se
hagan excavaciones en el muro común (art. 557, C. C.); la oposición (Widerspruch) para
ocupar con la construcción de un edificio una porción de terreno ajeno (art. 452 C
C.); la oposición del socio para que se realice una determinada operación, que trata de
ejecutar otro socio (art. 1727, n. 1 C. C. ) ; la advertencia (Benachrichtigung) preventiva
que debe hacer el propietario al arrendatario, en los casos previstos por los arts. 1598 y
1600 del Código Civil (la misma naturaleza tiene la notificación que hace el arrendador

96 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

al arrendatario que no desea renovar el contrato de arrendamiento de inmuebles según


los términos del art. lo. de la L. de 24 de diciembre de 1896, n. 547); la declaración, de
que se desea transferir el domicilio propio (art. 17 C. C.); la intimación (Mahunug) para
constituir en mora (art. 1223, párrafos 1 y 2. C C) 5 la interpelación, (Aufforderung) a
los fines de la devolución del fundo enfitéutico (art. 1565, n. 1, C. C.); la instancia (Ver-
langen) para actos de reconocimiento (art. 1563, C. C.); la presentación (Anmeldung) de
los créditos en el pasivo de la quiebra (arts. 758 y sigs.; C. Co.); el consentimiento o el
acuerdo (Einverstandensein) en los casos previstos por los artículos 564, 569, párrafo 2,
583 y 1525 del Código Civil.

Pero también las participaciones volitivas deben enumerarse entre los casos simplemente
voluntarios, y no entre los actos de voluntad, porque la voluntad no es todo el contenido
(típico) del acto, que se especifica; por el contrario, en la participación del propósito de
un sujeto a otro sujeto, la voluntad adquiere eficacia no en cuanto tal, sino en cuanto se
comunica a otro sujeto; la voluntad constituye un elemento del acto, que tiene conteni-
do complejo en cuanto consiste no solamente en la voluntad, sino en la participación de
la voluntad, de modo que esta es el objeto de la participación.

Los actos simplemente voluntarios pueden agruparse en diversas categorías. Ante todo,
pueden subdividirse según que la actividad del sujeto, tomada en consideración por
el ordenamiento jurídico, sea una actividad material (ocupación, invención del tesoro,
art. 714, C. C.), o bien una actividad intelectual. A propósito de esta última categoría
pueden hacerse diversos grupos: a) constancias, como serían los certificados entregados
por un órgano público; b) reproducciones, como serían las copias entregadas por los
órganos competentes (el notario, por los actos otorgados ante él; el secretario, por lo que
respecta a los actos de autoridad judicial; etc.), los duplicados y las copias de las cambiales
(art. 277 y sigs., 281 y sigs. C. Co. arts. 83 y sigs., 87 y sigs., R. D. de 14 de diciembre
de 1933); c) declaraciones representativas, como serían las declaraciones testimoniales; d)
juicios técnicos, como serían los dictámenes periciales (art. 252 y sigs., C. P. C., 313 y 314
y sigs., C. P. P.).

Los actos de voluntad se distinguen en dos categorías; actos libres y actos vinculados,
entre los que es posible colocar una categoría intermedia de actos semivinculados.

Los actos libres expresan plenamente la autonomía del sujeto jurídico, y se llaman ne-
gocios jurídicos.

Los actos semivinculados son aquellos que consisten en el ejercicio de un poder en


sentido técnico, sea por parte de un órgano público, como por parte del titular de un
cargo privado (como por ejemplo el progenitor que ejerce la patria potestad o el tutor).

INSTITUTO PACÍFICO 97
SALVADOR PUGLIATTI

Se designan con el nombre de proveídos (Carnelutti), y son semivinculados, porque el


poder no es la expresión plena de la autonomía del sujeto, y se le atribuye como medio
idóneo para el cumplimiento de una determinada función, por lo que se impone un
deber al sujeto mismo.

Los proveídos son actos ligados inmediatamente al ejercicio del poder y representan su
manifestación típica; de tal manera que se catalogan entre los proveídos: la sentencia de
la autoridad jurisdiccional ordinaria o administrativa; los decretos y las ordenanzas los
órganos de la administración pública; los actos de control, como las autorizaciones, las
aprobaciones y los demás semejantes; los proveídos disciplinarios; las decisiones de los
órganos familiares; etc.

El sujeto al que se atribuyen determinadas funciones públicas o privadas (de interés pú-
blico), realiza proveídos en cuanto ejercí en concreto dichos poderes; pero no se excluye
que, obrando como sujeto libre y en ejercicio de su autonomía, en su nombre o como
órgano o representante de intereses ajenos, pueda ejecutar negocio? jurídicos: tales son,
en efecto, los actos negociales (contratos) llevados a cabo por el presidente de un munici-
pio, en representación de la administración a la que está adscrito, o los celebrados por el
progenitor que ejerce la patria potestad, en interés de los hijos menores que están bajo su
potestad. El carácter de proveído se confiere pues, al acto jurídico por la liga inmediata
que tiene con el ejercicio del poder atribuido al sujeto como suyo.

Los actos vinculados se distinguen en varias categorías según la naturaleza y el contenido


del vínculo en cumplimiento del cual se ejecutan.

Si el vínculo es una obligación jurídica plena, tendremos: actos debidos y actos obligados.
Son actos obligados, los que se ejecutan en cumplimiento de una obligación legal para
contratar, y con el fin de dar nacimiento a la relación jurídica que la obligación misma
impone al sujeto sobre el que recae. Una obligación de tal género gravita sobre las em-
presas concesionarias de servicios públicos (empresas de transportes, sociedades telefó-
nicas y telegráficas, etc.) las que “no son libres, como las demás empresas, de aceptar o
rechazar las prestaciones solicitadas por los particulares, sino que están obligadas por la
ley a satisfacer esas peticiones con igualdad de tratamiento.” (Stolfi M.); una obligación
semejante tienen algunas categorías de profesionistas, cuya actividad toca la esfera de los
intereses públicos, de tal manera que están obligados a desempeñar su actividad, si es
solicitada, las médicos municipales, especialmente en relación de los que tienen derecho
a la asistencia gratuita (art. 4, R. D. de 30 de diciembre de 1923, n. 2889), los médicos
que ejercen libremente su profesión, en los casos determinados por la ley, como cuando
se trata de prevenir o combatir la difusión de enfermedades infecciosas (art. 124, T.
U. de 1o. de agosto de 1907, n. 636 y art. 64 R. D. de 30 de diciembre de 1923), los

98 ACTUALIDAD CIVIL
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

procuradores legales, si se solicitan sus servicios (art. 11, R. D. L. de 27 de noviembre


de 1933, n. 1578), los notarios, en las mismas condiciones (art. 27 de la L. de 16 de
febrero de 1913, n. 89). Son muchos los casos en los cuales existe la obligación legal de
contratar; nos basta haber citado algunos ejemplos característicos. En todos estos casos,
la actividad vinculada del sujeto debe tender a la constitución de relaciones jurídicas; cuan-
do, por el contrario, tiende a través del cumplimiento de una obligación, a extinguir una
relación jurídica ya existente, el acto ejecutado por el sujeto asume la fisonomía de acto
debido. Ejemplo típico de acto debido es el pago, como medio de cumplimiento de la
obligación; su característica distintiva, en relación a los actos obligados, está claramente
precisada, en las palabras del jurisconsulto Gayo (Instituciones, III, 91): “qui solvendi
animo dat, magis distrahere vult negotium quam contrahere”.

Cuando el acto está ligado a un estado de sujeción, que corresponde al ejercicio de un


derecho potestativo que pertenece a otro sujeto, existe un acto necesitado; por el contra-
rio, es acto necesario el que debe ser realizado necesariamente, si el sujeto quiere conse-
guir determinado fin, en relación al cual el acto constituye una condición. Esto sucede
siempre que a cargo del sujeto existe, antes que una obligación verdadera y propia, una
simple carga, como por ejemplo, cuando recae sobre él la carga de la prueba, que cons-
tituye una de las condiciones a las que está ligado el reconocimiento de un derecho a su
favor. Un ejemplo bastante característico puede aclarar mejor estos conceptos: el pago de
un impuesto es un acto debido, mientras que el pago de una tasa es un acto necesario.
En relación al impuesto, en efecto, existe a cargo del contribuyente que se encuentra en
las condiciones previstas por la ley, una verdadera y propia obligación jurídica (el pro-
pietario de fábrica o de terreno, tiene la obligación correspondiente de pagar el impuesto
sobre fábricas o terrenos; quien percibe réditos sobre valores mobiliarios, tiene la obliga-
ción de pagar el impuesto sobre bienes inmuebles; etc.); por lo que respecta a la tasa exis-
te, por el contrario, una simple carga: nadie está obligado a pagar las tasas escolares para
inscribirse en los cursos universitarios, pero el pago de éstas constituye una condición
para obtener las inscripción, por lo que es acto necesario para consecución de aquel fin

La actividad del sujeto, considerada en relación a las normas fundamentales que estable-
cen sus límites, se distingue en actividad lícita y actividad ilícita.

La actividad ilícita se concreta en actos que violan una obligación o un deber propio, o
bien un derecho ajeno. Es ilícito pues, el acto de quien no cumple con sus obligaciones
(art. 1218, C. C) como el acto de quien, teniendo la cualidad de funcionario público o
encargado de un servicio público, indebidamente niega, omite o retarda la ejecución del
acto, de la función o del servicio (art 328, C. P.), y también el acto de quien se apodera
de la cosa ajena mueble, sustrayéndola a quien la posee, con el fin de obtener un benefi-
cio para sí o para otros (art. 624, C. P.)

INSTITUTO PACÍFICO 99
SALVADOR PUGLIATTI

El acto es ilícito, en cuanto viola una norma primaria, pero la norma secundaria, que
sanciona la consecuencia jurídica de la violación, determina su fisonomía. Las formas de
lo ilícito, en efecto, se distinguen en consideración a la naturaleza de la sanción: si esta
consiste en el resarcimiento de los daños, existe un ilícito civil; si consiste en la imposición
de una pena, existe un ilícito penal. Este último adquiere mayor gravedad, porque es más
fuerte la sanción, la que se inspira principalmente en la necesidad de proteger el interés
público de la autodefensa social; mientras que la sanción que da origen al ilícito civil se
inspira principalmente en intereses privados.

El enlace del interés público y del interés privado, puede dar nacimiento a sanciones
combinadas, de cuya eficacia simultánea resultan formas mixtas de ilícito civil y penal.

En el campo de lo ilícito civil se suelen distinguir los delitos y cuasi delitos, pero la distin-
ción es puramente escolástica y no puede conducir a apreciables consecuencias, frente
a la expresión misma del art. 1151 del Código Civil, según la que: “cualquier hecho del
hombre que origina daño a otro, obliga a aquel por cuya culpa se ha verificado, a resarcir
el daño”.

El ilícito penal se presenta bajo una pluralidad de aspectos concretos y de lineamientos


definidos. Rige en este caso, en efecto, el principio fundamental: nullum crimen sine lege,
sancionado por el art. 1 del Código Penal, en virtud del cual un acto puede ser penal-
mente ilícito solamente en cuanto revista los caracteres de una de las particulares figuras
de delito que la ley prevé y define como tales.

Los delitos, además, se distinguen en delitos y contravenciones, según la diversa especie


especie de pena para ellos establecida respectivamente por la ley (art. 39, C. P.): las pena
establecidas para los delitos son: la muerte, la prisión perpetua, la reclusión, la multa; las
establecidas para las contravenciones son: el arresto y la multa (art. 17, C. P.).

La investigación sobre la existencia del dolo, esencial en los delitos, que están basados
en el elemento intencional, no es, por lo general, necesario en las contravenciones, que
existen por el simple hecho objetivo de la violación de una disposición determinada.

El art. 43 del Código Penal distingue en efecto: a) delito doloso, o según la intención, que
existe cuando el evento dañoso y peligroso, que es el resultado de la acción u omisión
de la que la ley hace depender la existencia del delito, ha sido previsto y querido, por el
agente como consecuencia de su acción u omisión; b) delito preterintencional, o más allá
de la intención, cuando de la acción u omisión se deriva un evento dañoso o peligroso
roas grave de lo que ha querido el agente; c) delito de culpa, o contra la intención, cuan-

100 ACTUALIDAD CIVIL


INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

do el evento, aún cuando haya sido previsto no ha sido querido por el agente y se verifica
a causa de negligencia, o de imprudencia, o impericia, o bien por inobservancia de las
leyes, reglamentos, órdenes o normas de disciplina.

Las consecuencias prácticas de esta distinción son importantísimas, porque de ella de-
pende la medida de la pena, que es más grave para el delito doloso, y va disminuyendo de
este al preterintencional y al de culpa. La distinción antes indicada, se aplica a las contra-
venciones sólo de manera eventual y excepcional: en todos los casos en que la ley penal
haga depender de tal distinción cualquier efecto jurídico (art. 43 C.P. ) En otros térmi-
nos: la distinción se establece como normal para los delitos; para las contravenciones,
por el contrario, por ser excepcional, debe estar expresamente indicada por la norma.

Mientras como hemos dicho, la consecuencia características de lo ilícito civil es la obli-


gación de resarcir los daños, la consecuencia características de la ilícito penal es la apli-
cación de una pena. Pero, de un mismo hecho pueden derivarse consecuencias de la
naturaleza diferente, en la materia penal y en la materia civil. En otros términos, un
determinado hecho puede revestir contemporáneamente los caracteres de lo ilícito penal
y de lo ilícito civil. Esto acontece, por ejemplo, en el delito de robo (art. 624, C. P.), en
el delito de daño en propiedad ajena (art. 335, C. P.), en los que producen por una parte
alarma social, que justifica la intervención de la ley penal, y por otra parte, lesionan un
derecho patrimonial privado. En estos casos se habla de consecuencias civiles del delito, y
el Código Penal establece normas que se refieren a las sanciones civiles a cargo del reo.
Entre éstas, es importantísima la contenida en el artículo 185 del Código Penal, que
declara que el reo está obligado a la restitución y al resarcimiento de los daños, de acuerdo
con las leyes civiles.

INSTITUTO PACÍFICO 101


SALVADOR PUGLIATTI

Actividad Volitivas
Hechos naturales material

Participaciones
Actos
voluntarios
Representativas
Reproducciones
Actividad
intelectual
Hechos jurídicos

Declaraciones
representativas
Lícitos
Juicios técnicos
etc.

Libres
(negocios
jurídicos)

Actos de Semivincu-
voluntad lados
(proveídos) Actos debidos
Actos
jurídicos
Actos obligados
Vinculados
Actos necesitados

Actos necesarios
Civilmente
(Delitos o
cuasi delitos
Delitos
Ilícitos

Penalmente
delitos

Contravenciones

Los hechos jurídicos en general, considerados con referencia a los efectos que producen
en las situaciones jurídicas, de los sujetos, se distinguen en: constitutivas, modificativos,
extintivos e impeditivos. Hechos constitutivos con los que crean una situación jurídica ante-
riormente inexistente: por ejemplo, la adquisición de un derecho por ocupación; hechos
modificativos son los que producen un cambio en una situación jurídica preexistente:
como por ejemplo, la trasmisión o sucesión; hechos extintivos, los que hacen desaparecer
una determinada situación jurídica: por ejemplo, la extinción de la obligación por la
pérdida de la cosa debida (art. 1298, C. C.); los hechos impeditivos son los que imposi-
bilitan el desenvolvimiento normal de la actividad jurídica del sujeto, y se oponen a la

102 ACTUALIDAD CIVIL


INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

consecución del fin práctico que el sujeto se propone, así como el nacimiento de una de-
terminada situación jurídica, o la modificación o la extinción de una situación jurídica
preexiste. Así, es un hecho impeditivo la violencia ejercida contra el contratante, según
los términos del art. 1113, del Código Civil.

Algunos quisieran reducir las categorías mencionadas a la categoría única de los hechos
constitutivos, porque los hechos modificativos serían constitutivos de un cambio en la
situación jurídica preexistente, y con mayor precisión constitutivos de una situación
jurídica, cuando menos parcialmente nueva; los extintivos serían constitutivos de un
efecto negativo; los impeditivos, serían constitutivos de una situación jurídica diversa de
la que se hubiera pretendido constituir sin el concurso del acto impeditivo. En realidad,
una construcción semejante está viciada por abstracción lógica, y no toma en cuenta las
exigencias concretas de la lógica jurídica. Siguiendo estas exigencias, que se imponen
tanto al intérprete como al estudioso del derecho, se puede hacer observar por ejemplo:
a) que el concepto de transmisión, en cuya base está un hecho modificativo, se construye
sobre el presupuesto de la modificación de una situación jurídica preexistente, que in-
fluye a través del principio: nemo plus iuris in alium trnsaferre potest quam ipse habeat; b)
que mientras la constitución de una relación obligatoria produce un efecto que perdura
en el tiempo, creando un vínculo a cargo del deudor y un derecho a favor del acreedor,
la extinción de tal relación produce solamente en efecto instantáneo, que hace cesar la
eficacia del vínculo que grava al deudor aun sin la satisfacción del acreedor (art. 1298, C.
C. ya citado); c) que el hecho impeditivo, en fin, parece que produce una determinada
situación jurídica (por ejemplo: la violencia da origen a un contrato anulable, es decir,
capaz de producir efectos, si no es declarado nulo) pero en realidad: a´.— si el hecho
impeditivo opera, impide pura y simplemente el nacimiento de la situación; b´.— si se
produce la situación jurídica, el hecho impeditivo no tiene ninguna eficacia (en efecto,
en el ejemplo citado: si se pide la nulidad del contrato dentro de los cinco años del día en
que cesó la violencia (art. 1300, C. C.). el hecho impeditivo, en definitiva, no hace nacer
la situación contractual; si no se pide oportunamente la nulidad, el hecho impeditivo
carece de toda eficacia).

§2.— Estructura de los hechos y de los actos jurídicos


Respecto a la duración, los hechos jurídicos, cualquiera que sea su naturaleza, pueden
ser: instantáneos, si se realizan en un solo momento (el nacimiento o la muerte, el testa-
mento, etc.); diuturnos si se prolongan en el tiempo (como la prescripción adquisitiva).

Respecto a la constitución, pueden ser: simples, si están constituidos por un sólo elemento
de hecho (como la aceptación o la renuncia a la herencia); complejos o compuestos, si están

INSTITUTO PACÍFICO 103


SALVADOR PUGLIATTI

constituidos de varios elementos de hecho (como la llamada posesión de buena fe de


acuerdo con el art. 2137, C. C.).

Respecto a las relaciones recíprocas, puede haber: hechos principales, si son en sí mismos
autónomos o completos (contrato de venta, de mutuo, etc.); hechos accesorios, si se en-
cuentran ligados a otros hechos, cuyo destino jurídico siguen (contrato de fianza).

La importancia práctica de la distinción mencionada aparece de lo que se tuvo ocasión


de observar, a propósito de la eficacia de la ley en el tiempo. Para completar la idea, pue-
den servir algunas posteriores consideraciones.

Los hechos jurídicos simples e instantáneos se perfección el mismo tiempo y en el mis-


mo lugar, mientras que los hechos jurídicos diuturnos pueden perfeccionarse en épocas
y en lugares diferentes. Con relación al tiempo la consecuencia más evidente es la que
se ha indicado, a propósito de la ley que debe regirlos; respecto al lugar, si el acto se per-
fecciona en el extranjero, surge también el problema de la ley que debe regularlo, pero
también si se perfecciona en el interior del país, puede nacer el problema de la compe-
tencia territorial del magistrado que debe decidir en el fondo, si llega a plantearse una
controversia, por aplicación del art. 91 del Código de Procedimientos Civiles.

El contrato, que es un hecho complejo que resulta del intercambio de una oferta y de
una aceptación; se perfecciona en el mismo tiempo y en el mismo lugar, cuando los con-
tratantes están uno en presencia del otro; si están en lugares diferentes y se comunican
por teléfono, puede considerarse prácticamente, que el contrato se perfecciona en el mis-
mo tiempo, pero no en el mismo lugar; si las partes se comunican por carta, el contrato
se perfecciona en lugares y en tiempos diferentes (acerca de los contratos entre personas
ausentes, V. el art. 36, C. Co.).

Los hechos jurídicos principales y los accesorios se perfeccionan independientemente


unos de otros: la liga que existe entre ellos no compromete su autonomía estructural; y
sólo hace sentir su eficacia con relación a la reglamentación jurídica, porque por regla
general, el hecho accesorio sigue la suerte del principal.

De los hechos complejos y los diuturnos no se puede decir que se realicen sino cuando,
respectivamente, todos los elementos constitutivos tienen existencia o la situación de he-
cho se ha prolongado por el tiempo necesario para su perfeccionamiento. Sin embargo,
no puede afirmarse que antes de que se realicen, los hechos mencionados no produzcan
ningún efecto, pues ellos pueden muy bien producir efectos provisionales, que se con-
solidarán o desaparecerán si el hecho jurídico respectivo llega o no llega a ser realizado;
efectos cautelares, que tienden a garantizar los efectos definitivos del hecho realizado en

104 ACTUALIDAD CIVIL


INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

el período en que aun está in itinere, efectos pre-paratorios, que tienden a hacer posible,
en determinadas situaciones la realización del acto, que de otra manera sería imposible.
Produce efectos provisionales el negocio sujeto a condición resolutoria: en efecto, el
negocio sujeto a condición resolutoria: en efecto, el negocio es completamente válido y
eficaz, pero al verificarse la condición, las cosas vuelven al estado en que se encontraban,
como si el negocio no se hubiera realizado (art. 1158, C. C.) y con efectos retroactivos
en la época en que el negocio fue ejecutado (art. 1170, C. C.). El negocio sujeto a
condición suspensiva no produce efectos, porque su existencia depende de que se ve-
rifique la condición (art. 1157, C. C.); está actualmente en estado de suspensión, y no
obstante, produce efectos cautelares, porque el acreedor, aun antes de que se verifique
la condición, puede ejercitar todos los actos que tiendan a conservar sus derechos (art.
1171, C. C.). Por último, el tiempo transcurrido para prescribir, no carece de efectos,
pues la posesión para lograr la usucapión por parte de un sujeto que ha comenzado a
poseer durante algún tiempo, continúa de pleno derecho en la persona del sucesor a tí-
tulo universal y el sucesor o adquirente a título particular puede unir a su posesión la de
su causante e invocarla y gozar de los efectos relativos (art. 693, C. C.). Sin esta eficacia
preparatoria, el hecho diuturno dejaría de producir efectos al desaparecer el sujeto que
le dio vida, si en esa época no estuviese consumado.

Las características que preceden se refieren a la estructura de los hechos jurídicos en


general; consideración especial merece la estructura de los actos de voluntad, y de ellos
debemos ocuparnos inmediatamente. Entre los actos de voluntad, merece considerarse
aparte, la estructura de los negocios jurídicos, pero de este tema nos ocuparemos al tratar
de la teoría del negocio jurídico.

Acerca de los actos de voluntad en general, debe tenerse presente que el elemento cons-
titutivo esencial es justamente la voluntad del sujeto o de los sujetos que participan en
la formación del acto.

La voluntad presupone la existencia del sujeto, pero se considera como elemento consti-
tutivo del acto, en cuanto es manifestación concreta y realizada por la actividad volitiva
del sujeto.

Las consideraciones sobre la estructura del acto de voluntad deben pues, tener como
objeto el acto o los actos de voluntad en sus posibles combinaciones típicas.

Ahora bien, estas combinaciones pueden presentar los siguientes aspectos:

a) Los actos de voluntad, que tienen un fin análogo tenido que puede ser igual, están
sólo ocasionalmente contiguos uno del otro: así, si alguno que quiere adquirir un in-

INSTITUTO PACÍFICO 105


SALVADOR PUGLIATTI

mueble que s propiedad de diversos sujetos, trata con cada uno de ellos separadamente
y logra el acuerdo de todos, realiza la adquisición de un solo acto. En este caso y en
los demás similares existe sólo ocasionalmente unidad de contexto, pero sustancialmente
existe una pluralidad de actos independientes uno de otro.

b) Los actos de voluntad, que tienen el mismo fin y contenido igual, pueden entrelazar-
se conjuntamente en un acuerdo, aunque no en una voluntad común. Los sujetos que
concurren a la formación del acto “ex diversis motibus animi in unum consentiun” (L§
3 Digesto 11-14).

Esto acontece, por ejemplo, cuando los copropietarios de una cosa se obligan a transferir
la misma cosa a un sujeto determinado y en condiciones determinadas. Es necesario te-
ner presente que en este caso, la voluntad de los sujetos particulares conserva autonomía,
en el sentido de que la obligación adquirida por cada uno de ellos es válida solamente
si el acto de voluntad emana de un sujeto capaz y está exenta de vicios. En otros térmi-
nos: el acuerdo no es una unidad que pudiera considerarse, bajo ciertos aspectos, como
diversa de las voluntades particulares, sino que es simplemente una suma de voluntades
ligadas entre sí, suma de la que puede sustraerse la totalidad o parte de las cantidades por
las que resulta constituida, de modo que su eficacia puede ser vulnerada y también, si
todas las voluntades menos una (si el acuerdo fue celebrado entre dos sujetos, basta que
un acto de voluntad sea inválido) se sustraen, deja de existir.

El acto jurídico que adquiere la estructura delineada se llama acuerdo (Vereinbarung).


El acuerdo se presta también para la realización de un equilibrio entre fines (internos)
opuestos, siempre que se muevan hacia el mismo punto: también en este caso, en efecto,
puede existir un consenso y el conflicto potencial entre intereses opuestos puede apaci-
guarse en un punto equilibrio.

No por caso pues, la jurisprudencia romana hablaba, en este caso, de un “in ídem placi-
tum consensus”, y el art. 1098 de Código Civil define el contrato como un “acuerdo de dos
o más personas para constituir, regular o disolver entre sí un vínculo jurídico”.

c) Cuando varias voluntades de contenido igual, que tienden al mismo fin, se funden
entre sí de modo que constituyen una voluntad común, que tienen carácter de unidad
diversa de las voluntades que la conforman y no de una suma de estas voluntades, existe
un acto complejo (Gesammtakt). La disolución de una sociedad en nombre colectivo debe
ser deliberada y querida por todos los socios (argumento ex art. 108, C. Co.), y la deli-
beración de la disolución constituye un acto complejo; la sentencia del juez colegiado
es también un acto complejo: la sentencia debe contener las firmas de todos los jueces
que la han pronunciado (art. 360, n. 9, C. P. C.), bajo pena de nulidad (art. 361, C. P.

106 ACTUALIDAD CIVIL


INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

C.). En los casos antes dichos, el acto unitario que tiene como contenido la voluntad
común, no puede sufrir sustracciones de voluntad: el acto será válido y eficaz si la vo-
luntad común permanece íntegra; si uno de los elementos por los cuales la voluntad está
constituida, desaparece, queda afectada la síntesis unitaria que la constituye, y el acto
está viciado: así, la sentencia dictada por el tribunal colegiado que no tiene el sello del
consentimiento de uno de los jueces, es decir, la firma, es completamente nula.

Frecuentemente el acto complejo puede ser el resultado también de una deliberación de


mayoría (Beschluss): deliberación del consejo de familia, (art. 258, C. C.) ; deliberación
de los copropietarios de una cosa para la administración y el mejor disfrute de la cosa en
común (art. 678, C. C.) ; deliberaciones de las asambleas de sociedades en comandita
por acciones y anónimas (art 157, C. Co.); deliberación de las juntas de los acreedores
del quebrado (art. 724, C. Co.); etc.

En todos estos casos, la ley establece que la voluntad unitaria común puede estar cons-
tituida por la fusión de un número de voluntades inferior al de los sujetos que pueden
concurrir a la formación de esa voluntad. Esta prueba más claramente que la voluntad
común debe considerarse como unidad distinta de las voluntades individuales que con-
curren a su formación.

d) Varios actos autónomos, en sí mismos completos y perfectos, pueden hallarse ligados


en vista de un elemento teleológico. La mayor parte de las veces se trata de actos de los
cuales uno solo sería por sí mismo idóneo para lograr un fin determinado, pero por ra-
zones de oportunidad práctica, le preceden o le siguen otros actos que pueden justificar
o legitimar el ejercicio de la actividad órgano del cual el acto central debe emanar. De tal
manera que los otros actos, si proceden del acto central, constituyen presupuestos para su
emanación; si son posteriores, constituyen más bien condiciones para su eficacia. En efec-
to: la solicitud del particular para la expedición de un certificado, es un presupuesto para
el ejercicio de la actividad de certificación del ente público; la homologación del tribunal
al acto de separación consensual de los cónyuges (art. 158, C. C.), de las deliberaciones
del consejo de familia (arts. 235, 237, 276, 292, 301, 319, C. C.), del estado del orden
en el juicio de graduación en materia de ejecución forzosa (art. 716, C. P. C.), del con-
cordato en la quiebra (arts. 836 y sigs., C. Co.), así como de todos los actos de control
posteriores de la administración pública (aprobaciones, vistas de ejecutoriedad, etc.) son
justamente condiciones para la eficacia de los actos sometidos a control.

e) En el caso indicado en el apartado d) puede hablarse de una liga entre los actos, pero
no de un procedimiento. Mientras que la liga importa la atracción y la subordinación de un
acto por parte del otro, el procedimiento constituye un complejo orgánico en el que es-
tán comprendidos varios actos cada uno de los cuales es elemento constitutivo del efecto

INSTITUTO PACÍFICO 107


SALVADOR PUGLIATTI

final. En el procedimiento, los actos, aun cuando son autónomos en sí y por sí mismos
considerados, están ligados de tal manera que cada uno de ellos constituye una etapa
hacia la consecución de un fin a la que todo el procedimiento tiende: se suele decir que
cada acto produce efectos que son parciales y podrómicos respecto al efecto final.

En el seno de todo procedimiento, en sentido lato, pueden distinguirse también pro-


cedimientos en sentido restringido, que están constituidos de una serie más limitada de
actos que forman una más reducida unidad: es decir, actos ligados de tal manera que
constituyen casi un todo único, alrededor de un acto central, que constituye el núcleo
y que aparece como antecedente inmediato del efecto jurídico. Hemos ya aclarado este
concepto a propósito de la estructura.

La figura de acto-procedimiento, a la que nos hemos referido al tratar de la formación de


la ley, puede ser precisada mejor con referencia a una figura típica de acto jurídico, que
actúa una trasmisión coactiva: la llamada venta forzosa en el procedimiento de ejecución
inmobiliar.

A la verificación de la trasmisión coactiva cooperan diversos sujetos: en la ejecución


forzosa, el acreedor que la solicita, el órgano ejecutivo y, cuando se requiere su consenti-
miento, el adquirente. La cooperación de estos sujetos está reglamentada por normas que
establecen un procedimiento particular; los actos de este procedimiento, que son en sí
autónomos, están, sin embargo, funcional y ideológicamente ligados entre sí, cualquiera
que sea la naturaleza particular de cada uno de ellos. Pero no sólo esto, sino que todos los
actos deben desarrollarse en cierto orden preestablecido y según formas determinadas.

Es preciso no perder de vista que la trasmisión coactiva no es el efecto a que tiende la eje-
cución, aun cuando sea un efecto de la ejecución. Es necesario pues, hacer disecciones en
el seno del procedimiento ejecutivo, y aislar el momento típico que está constituido por
la trasmisión coactiva: veremos entonces que todos los actos del procedimiento ejecutivo
están entre sí ligados; si constituyen los primeros anillos de la cadena que se concluirá
con el acto con fundamento en el cual se dará satisfacción a las razones de los acreedores,
forman también, por algún tiempo —es decir hasta el momento de la trasmisión— el
fundamento del acto por medio del cual la trasmisión se verifica.

En suma: la trasmisión coactiva es un momento típico, separable en el seno del procedi-


miento ejecutivo; es separable también el acto con que la trasmisión coactiva se efectúa
(sentencia de venta); no solamente esto, sino que este acto es el último de una serie de
actos ligados, que constituyen, en su conjunto orgánico, un procedimiento, en el sentido
arriba especificado.

108 ACTUALIDAD CIVIL


INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL DERECHO CIVIL

Puede, pues, decirse por esto, que la sentencia de venta es el resultado de toda una serie
de actos que la preparan y esta serie se calificará, juntamente con el acto final, como
acto-procedimiento.

Se ha observado, sin embargo, (Forti), que el acto-procedimiento en sentido restringido


“existe solamente cuando estos actos individuales ligados) emanan de vanos órganos del
mismo sujeto” y no cuando en el procedimiento intervengan varios sujetos porque en
este último caso no puede decirse que uno de los sujetos realice un acto caracterizado
por los efectos parciales y podrómicos en relación de los efectos producidos por la decla-
ración de voluntad emitida por el otro.

A primera vista, parece que debía excluirse que, con fundamento en las consideraciones
que preceden, pueda considerarse como acto-procedimiento la trasmisión coactiva lleva-
da a cabo en el seno de la ejecución forzosa, y que debiese más bien ser considerada como
un acto nacido en el seno de un procedimiento en sentido lato, porque la trasmisión
coactiva requiere algunas veces también la manifestación de voluntad del adquirente, es
decir, de un sujeto diverso del órgano público y que obra por un interés privado.

Pensándolo bien, sin embargo, esta conclusión poco meditada sería efecto de un do-
ble error, que debe ser inmediatamente corregido. Ante todo, se considera como figura
única de trasmisión coactiva en materia de ejecución forzosa, la llamada venta forzosa,
mientras que al lado de ella existen otras, y debe tenerse presente que la adjudicación
judicial a que se refiere el artículo 619 del Código de Procedimientos Civiles, no re-
quiere una manifestación de voluntad por parte del adquirente (la llamada adjudicación
necesaria). En segundo lugar, no se toma en cuenta que, aun en la venta forzosa, el acto
central del procedimiento está constituido por el proveído del órgano del ejecutivo, y
que a este acto, que es la exteriorización del poder de ejecución que compete a la acti-
vidad ejecutiva, se llega a través de una serie de actos con los cuales se inicia y se desen-
vuelve el proceso ejecutivo, y que son manifestaciones de la actividad de los órganos que
integran la función ejecutiva. Las manifestaciones de voluntad de los particulares en el
seno del procedimiento ejecutivo, tiene solamente la función de excitar y condicionar
el desarrollo de la actividad de los órganos de ejecución; pero los resultados del proceso
ejecutivo tienen siempre como antecedente inmediato un acto del órgano público. Así,
en la venta forzosa, la manifestación de voluntad del adjudicatario es solamente condi-
ción o presupuesto para que se dicte el proveído que tiene efectos traslativos (sentencia
de adjudicación), y este proveído, una vez dictado bajo tal presupuesto, se liga a los actos
emanados por los otros órganos de la función ejecutiva.

INSTITUTO PACÍFICO 109

También podría gustarte