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SIGNOS DEL DEFECTO, CAUSAS DE LOS ERRORES DE LAS CIENCIAS VIGENTES Y


FUNDAMENTOS DE ESPERANZA EN EL AVANCE DE LAS PORVENIR. (NO, Libro I, aforismos
71 a 115)

Signos (aforismos 71 a 77)


reveladores de los defectos e inutilidad de las ciencias de entonces

Entre los aforismos 71 y 77, Bacon hablará de los cinco signos o síntomas por los
cuales se constata o podemos darnos cuenta de que las ciencias de entonces
son defectuosas e inútiles.

El primer signo (Aforismos 71 y 72) está dado por la época, el lugar y la gente:
las ciencias vigentes nacen en la época antigua en Grecia, bajo la guía de
personas limitadas por lo que respecta al conocimiento geográfico necesario
para ampliar el conocimiento de la historia natural, de modo que los rasgos de
la filosofía y la ciencia griegas son los mismos rasgos de su civilización,
esto es, los rasgos de la infancia. Poco es lo que romanos, árabes o modernos
han añadido al supuesto saber griego, que siempre permanece como su
fundamento. Además la ciencia de los griegos es autoritaria y magistral, proclive
a las discusiones. Por eso, este signo decanta en observar el verbalismo, el
carácter profesoral y disputativo de las filosofías antiguas, ricas en
palabras y estériles en obras. Aquí Bacon aclara entonces porqué situó a
Aristóteles anteriormente (en el aforismo 64 entre los sofistas).
En cuanto al contenido del saber, el signo es el de la limitación: el
conocimiento de la historia se remontaba a unos mil años y eran más bien
fábulas y rumores sobre la antigüedad. Escaso era también el conocimiento
geográfico, por el cual creían inhabitadas regiones en las que vivían indefinidos
pueblos.

El segundo signo (aforismos 73 y 74) es la incapacidad de las filosofías


tradicionales para producir obras, esto es su infructuosidad. Dado que los
frutos y los inventos que contribuyen a mejorar las condiciones de la existencia
humana son los garantes de la verdad de una teoría, y dado que la filosofía y la
ciencia griegas, la incipiente química moderna y la magia natural carecen de

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frutos e inventos significativos, esto último es un signo de su carácter


defectuoso.

El tercer signo (aforismo74) es el carácter no progresivo ni colaborativo


de estas filosofías y su inmovilidad, por la cual puede decirse que solo
varían.

El cuarto signo (aforismo 75), y hasta podría decirse, testimonio del carácter
defectuoso de las ciencias vigentes es la confesión de impotencia de los
propios filósofos tradicionales.

Un quinto signo (aforismos 76 y 77), que reaparecerá luego claramente en


Descartes, es la variedad de escuelas, la diversidad de opiniones, en una
palabra, la falta de consenso, cuando el saber y la verdad no son más que una
sola. En cuanto al consenso, en caso de que se considere que en cierto sentido
se lo ha encontrado por sobre la diversidad de opiniones, también se ha de
considerar que se trata de un consenso falso, si es que se repara en que “el
consenso verdadero es aquel que está fundado en la conciencia de juicios libres
sobre una misma cosa después de un atento examen”, todo lo cual está ausente
en los seguidores de Aristóteles.

Causas (aforismos 78-92)


de los errores que han obstaculizado el progreso de las ciencias .

Hacerse consciente de los signos o síntomas externos que se presentan en las


falsas filosofías y ciencias contribuye también a la refutación de las mismas. Y al
mismo propósito sirve el desenmascaramiento de las causas que las han
llevado a los errores que obstaculizan el progreso. Suman quince.

La primera (aforismo 78) es el escaso tiempo dedicado a las ciencias en el


curso de la historia: el lapso de desarrollo de las ciencias y la filosofía tiene
al momento de Bacon, y según su consideración, apenas seis siglos (2 griegos, 2

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romanos, 2 modernos), en una historia del entendimiento humano que no


obstante tiene para entonces ya veinticinco centurias.

La segunda causa (aforismo 79) la constituye el mínimo aporte de esfuerzo


humano para la empresa de la filosofía natural en esos escasos momentos
en los que se la fomentó. Por un lado, cuando se adoptó la fe cristiana, los
esfuerzos se desviaron hacia la teología y antes a los asuntos morales y civiles.
Por otro lado, cuando finalmente se reparó en la filosofía natural, pronto se cayó
en controversias y pugnas por hacer prevalecer alguno que otro sistema.

La tercera causa de error (aforismo 80) es la ausencia de hombres libres


de cuidados entregados enteramente a la filosofía natural y que no la
conviertan en la sierva de otras disciplinas cuando en realidad es su raíz y
tronco.

La cuarta (aforismo 81) consiste en no haber fijado correctamente la


meta de las ciencias: dotar a la vida humana de nuevos descubrimientos y
recursos. Cuando esto raramente sucede es por la avidez de gloria de algún
particular que debe, por otra parte, solventar por sí mismo sus investigaciones.
Al conferirle entonces una particularidad incorrecta, la ciencia deja de guardar
relación con otras, con las que debe constituir una unidad. De manera que no
fijado bien el fin, tampoco parecen serlo los medios.

La quinta causa (aforismo 82) es no haber fijado correctamente el punto


de partida en los sentidos, la experimentación y la “selva” de la experiencia.
Por el contrario, cuando se busca un nuevo descubrimiento se comienza por leer
lo que otros han dicho sobre ello, de modo que la investigación se asienta en
opiniones y fantasías, no en hechos.

La sexta refuerza la quinta (aforismo 83): pues, por el contrario, se han


denigrado los sentidos y el experimento como algo dañino para el
entendimiento.

La séptima causa (aforismo 84) la constituye la reverencia a la antigüedad,


cuando los verdaderos antiguos son en realidad los modernos, dado que tienen
más experiencia que aquellos.

La octava (aforismo 85): la admiración por lo ya producido, sin reparar en


que mucho es lo que queda aún por descubrir y que poco es lo que resta cuando

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se dejan de lado obras reiteradas y las falsas novedades de magos y


alquimistas.

La novena (aforismo 86) estriba en la astucia y artificio de quienes


cultivan y enseñan las ciencias: por ambición y afectación las exponen de
manera especial, en gran parte enmascaradora, aparentando completud y
total cumplimiento, hasta el punto de mostrar ante el entendimiento vulgar la
forma y la estructura de una ciencia perfecta. Esto detiene y paraliza al
entendimiento: ya no hay nada que buscar. (Frente a esto vuelve a prevalecer
la actitud de los primeros y antiquísimos investigadores de la verdad que solían
recoger el conocimiento que habían extraído de la contemplación de las cosas,
lo plasmaban en aforismos o sentencias breves, dispersas, y no articuladas [en
un tratado] según un [mal] método. Con lo cual, no se jactaban de profesar todo
el arte.)

La décima causa (aforismo 87) la constituye la vanidad y ligereza en


proponer cosas nuevas, especialmente en la parte de la filosofía natural que
proporciona obras o efectos prácticos. Aparecieron charlatanes y fantasiosos
que, o por credulidad o por impostura abrumaron al género humano con falsas
promesas (prolongación de la vida, postergación de la vejez, alivio de los
dolores, trasmutación de las sustancias, adivinación de cosas futuras, etc.) Estos
fabuladores son a la filosofía lo que los héroes de literatura a los emperadores
de la historia, que cumplen mayores proesas con métodos menos prodigiosos.

La undécima causa (aforismo 88) produce mayores daños. Consiste en la


pusilanimidad y escasez de miras que guían el esfuerzo humano. Así, en
primer lugar, cualquier cultor de un arte declara imposible por naturaleza
aquello que su arte no consigue, de tal modo que no es su pericia sino la
naturaleza la que es culpable de la falta de éxito. En segundo lugar, se difunden
afirmaciones y creencias para persuadir a los hombres que no debe esperarse
del arte o de la acción humana nada difícil o nada que sea de algún poder y
eficacia sobre la naturaleza. Se fomenta, entonces, una artificiosa desesperación
que corta los estímulos para la empresa humana futura, y se descansa en la
vanidad y la fama de algún supuesto arte personal perfecto, como si fuera el
punto cúlmine de lo que se puede conseguir. En tercer lugar, si se superara lo
anterior y alguien no obstante se acerca a las cosas para descubrir en ellas
algo nuevo, en general se propondrá como objetivo estudiar y alcanzar un solo
invento y nada más. Pero la naturaleza de la cosa no surge de la mera

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consideración de esa sola cosa misma. En cuarto lugar, vulgarmente se hacen


pasar por nuevos inventos en las artes mecánicas el perfeccionar con mayor
finura inventos anteriores o componer varios de ellos.

La duodécima causa (aforismo 89) es la oposición que en todas las épocas


ha ejercido contra la filosofía natural la superstición y el celo religioso
ciego e inmoderado. Ya en Grecia condenaban por impiedad contra los dioses
declarar naturales a las causas del rayo y de la tempestad. Igual destino le
deparan los padres de la Iglesia cristiana a los que, a partir de demostraciones
evidentes, afirman para esa época que la tierra es redonda y tiene sus límites en
los antípodas. Por otro lado, ciertos teólogos temen que investigaciones
humanas más profundas sobre la naturaleza sobrepasen límites concedidos e
interpretan retorcidamente que hay una prohibición divina de escudriñar ciertos
misterios de la naturaleza, que así, han de permanecernos vedados en absoluto.
Otro miedo que se impone en las mentes de los religiosos es que la religión y la
fe se debiliten a causa del progreso de las ciencias. Pero si se considera
correctamente el problema se verá que la filosofía natural es, después de la
Escritura, la mejor medicina contra la superstición y un alimento excelentísimo
para la fe. Por ello se la pone con razón como fidelísima sierva de la religión,
pues si la una nos manifiesta la voluntad de Dios, la otra nos manifiesta su
poder.

La decimo tercera (aforismo 90) consiste en las costumbres y


disposiciones institucionales de los centros de enseñanza (escuelas,
academias, colegios y similares) que coartan la innovación: disponen sus
lecciones y ejercicios de tal manera que a nadie se le ocurra pensar o estudiar
algo diferente de lo acostumbrado. Quien osa hacer en ese contexto uso de su
libertad de juicio, si puede hacerlo, lo hará entonces solo, sin poder sacar
provecho de los demás y posiblemente a costa de su propio bienestar, pues
inmediatamente será tildado de revoltoso y revolucionario.

La decimo cuarta (aforismo 91) la constituye la carencia de recompensas


para los intentos y esfuerzos científicos, ya que la posibilidad de otorgar premios
no está en los mismos científicos, sino en el pueblo y en príncipes escasamente
doctos. Es más, el progreso científico directamente no goza del favor popular al
estar por encima de la comprensión de la mayoría de los hombres y ser
sepultado por las opiniones vulgares.

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La decimo quinta causa (aforismo 92) constituye el obstáculo mayor para el


progreso de las ciencia, el fomento de nuevas tareas y la apertura de nuevos
ámbitos de estudio. Se trata de la desesperación humana y la suposición
de lo imposible, por la cual se enfatizan los aspectos negativos que rodean a la
empresa: la obscuridad de la naturaleza, la brevedad de la vida, los engaños de
los sentidos, la debilidad del juicio, las dificultades de los experimentos y
problemas semejantes. Paralelamente se juzga como inmaduro cualquier ingenio
que aparezca prometiendo mejores resultados.

Fundamentos de la esperanza (aforismos 92-115)


en el avance de las ciencias

Justamente para combatir la desesperación humana habrá, pues, que reflexionar


a partir de aquí (fin del aforismo 92) en los motivos de esperanza genuina en el
progreso de las ciencias, motivos que, no sólo subsisten, sino muchos de los
cuales surgen por contraposición a los errores de antaño. No obstante se
tendrán en cuenta exclusivamente los que poseen mayor consistencia. Incluso
ya puede pensarse que el verdadero método basado en la recolección de
suficientes casos particulares ordenados en tablas de descubrimiento es el
fundamento más poderoso. Sin embargo, también puede decirse que es la
obtención de la ciencia efectiva misma que, como tal, progresa. La disposición
del ánimo ha de ser entonces semejante al optimismo fundado de Cristóbal
Colón, que para defender sus descubrimientos se apoyaba en conjeturas
sustentadas en razones.
A partir de aquí comienza, pues, la exposición de los veintiún fundamentos de
esperanza, en los que Bacon intenta más denodadamente asentar la empresa
científica sobre bases sancionadas incluso por la religión y las Escrituras.

El primero de ellos (aforismo 93) es Dios, puesto que la empresa de que se


trata, por su bondad intrínseca proviene manifiestamente de Él, autor del bien y
padre de las luces. Además, un signo de sus obras es que las de comienzos más
tenues lleven a un fin seguro: todas las cosas se deslizan plácida y
calladamente, de tal modo que muchos asuntos se han realizado antes de que
los hombres se hayan dado cuenta.

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Por otra parte, la empresa tiene el aval de las Escrituras, especialmente está
avalada por la profecía de Daniel (12,4) que sirve de lema a la Instauratio
Magna: “Muchos pasarán y la ciencia se multiplicará” (Multi pertransibunt et
augebitur scientia). La interpretación baconiana de la profecía es que muchos
pasarán lo que antes estaba sancionado como la prohibición del non plus ultra,
del no ir más allá de los que se suponían los confines de la Tierra, en las
llamadas Columnas de Hércules, donde los navegantes no podían sino
desaparecer en el vacío. Por tanto, la profecía indica que está determinado por
el destino y la providencia que la exploración del mundo y el progreso de las
ciencias se producirán en la misma época, ésta la moderna de las navegaciones
lejanas.

El segundo y mayor motivo de esperanza (aforismo 94) surge de los errores


del pasado y de las vías hasta ahora intentadas: cuando se ha tocado
fondo, sólo cabe ir mejorando, sobre todo cuando se es consciente de que lo que
se hizo, se hizo mal, y cuando se es consciente de que los errores provienen del
entendimiento, el cual es reparable, no de las cosas mismas.

El tercero (aforismo 95) es la posibilidad de una filosofía genuina y


verdadera que surge como una vía intermedia que supera la de empíricos-
hormigas y dogmáticos-arañas, al unir, con la habilidad de la abeja, dos
facultades la experimental y la racional.

El cuarto fundamento (aforismo 96) lo constituye la posibilidad de una


filosofía natural pura y libre de mezclas ilegítimas, esto es, libre de la
lógica aristotélica, de la teología natural de la filosofía platónica y de la
matemática abstracta de la escuela de Platón y Proclo, que en todo caso tendría
que coronar la filosofía natural, en modo alguno generarla o iniciarla.

El quinto motivo de esperanza (aforismo 97) lo constituye el hecho de que


ya haya aparecido un Bacon que aquí compara su hazaña con las de
Alejandro y espera ser recordado por ello en el porvenir, cuanto menos no por
haber hecho algo grande, sino por haber minimizado lo que hasta entonces se
tenía por tal. La hazaña de Bacon, no obstante, es su propuesta en principio de
una labor depurativa que extirpe los idolos, como preludio de la siguiente
instauración de un nuevo método. Hasta ahora nadie parece haberse
determinado a abandonar totalmente las teorías y nociones vulgares, proponer

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un nuevo y absoluto comienzo partiendo de los casos particulares tratados por


un entendimiento pulido y uniforme.

El sexto motivo de esperanza (aforismo 98) hay que situarlo en la posibilidad


de constituir mediante observaciones pautadas (mediante una selva o
material de hechos particulares bien recolectada y clasificada) una Historia
natural más fidedigna, opuesta a la meramente descriptiva y, por tanto,
azarosa, basada en el testimonio de cualquiera, sea o no docto.

El séptimo fundamento para la esperanza (aforismo 99) lo constituye una


situación más propensa para el logro de una mayor abundancia de
experimentos portadores de luz y no meramente portadores de frutos.
Estos últimos son los que algunos investigadores aplican para obtener lo que es
útil, pero sólo a sus propósitos particulares. En cambio los primeros recogen
muchos experimentos, que en principio parecen no ser de ningún uso, pero que
descubren las causas y los axiomas, es decir, apuntan no al efecto, sino a
aquello que lo origina. De esta manera, sigue vigente que la verdad se reconoce
por los frutos, pero basada en la luz de los principios asegura también que los
frutos serán para todos.

El octavo motivo de esperanza (aforismo 100) es que estos nuevos


experimentos son de un género distinto de aquellos que hasta ahora se han
intentado. Pues sustituyen la "experiencia vaga", que se sigue sólo a sí misma y
deja atónitos a los hombres, por una experiencia que procede
metódicamente, con orden y con ley cierta, de forma regular y sin
interrupción.

Los nuevos instrumentos con los que ahora se cuenta abren al noveno
fundamento de esperanza (aforismo 101). Se trata de la ayuda de la escritura
y el apoyo de la experiencia letrada. Ni la sola meditación, ni la precariedad
de la mera memoria han llevado hasta el momento muy lejos.

El uso de tablas es el décimo motivo (aforismo 102). Como el número de


casos particulares es tan grande y se encuentra tan esparcido y disperso, sin la
ayuda de tablas de invención, el entendimiento se disgrega y confunde.

El undécimo fundamento (aforismo 103) es el uso de un método inductivo


idóneo para la consecución de los axiomas y no para el mero paso de una
enumeración de particulares a otro particular. Pues, la vía no es plana, sino que

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asciende y desciende: asciende en primer lugar a los axiomas y desciende luego


a las obras.

El duodécimo (aforismo 104) es la sustitución de las anticipaciones del


intelecto por las interpretaciones de la naturaleza, en las que se asciende
de los particulares a los axiomas menores o ínfimos, por un escala gradual y
continua; luego se pasa a los sólidos y vivos axiomas medios y superiores, hasta
finalmente llegar a los más generales, que de ninguna manera son abstractos.

El decimotercero (aforismo 105) lo constituye el contar con una inducción


distinta a la utilizada hasta el momento, idónea para el descubrimiento no
solo de los principios, sino de todos los axiomas, incluso los menores y medios.
Ella no está basada en la enumeración simple, siempre proclive a ser fácilmente
refutada por una sola instancia negativa, sino que incluye además de las tablas
de presencia, las tablas de exclusión, y las tablas comparativas de gradación.
Bacon le reconoce a Platón algún uso de la misma, en especial para la
obtención de definiciones y nociones, pero evalúa que también carece de ciertos
aportes sólo conocidos en la actualidad.

El decimocuarto (aforismo 106) consiste en atenerse a la prescripción de


examinar y comprobar si el axioma que se establece es apto únicamente y
se corresponde tan sólo a los casos particulares de los que se ha extraído, y en
algunos casos acomodado a ellos [ad hoc], o si es más amplio y extenso.
Pues sólo esto último permite esperar que se vaya más allá de las cosas
conocidas.

El decimoquinto motivo (aforismo 107) es la convicción de poder ahora


ampliar la filosofía natural y reconducir las ciencias particulares al
tronco y raíz común del que sacan su sustento.

Como decimosexto motivo (aforismo 108)1 se aduce que de la razón, de la


habilidad y de una bien dirigida actividad humana cabe esperar muchas
y mejores cosas —y además en intervalos de tiempo menores— de lo que ha
sido producido por el azar o por el instinto de los animales o cosas similares,
única fuente de los descubrimientos hechos hasta ahora.

1 A partir del decimosexto motivo, según Bacon, se tienen en cuenta otros fundamentos de
esperanza, más allá de la rectificación y abandono de los errores humanos del pasado, sin
embargo, algunos de ellos parecen mantenerse en la misma senda de la depuración de ciertas
humanas tendencias, aunque tal vez más excusables.

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El decimoséptimo motivo de esperanza (aforismo 109) lo constituye la


posibilidad de revelar en el futuro lo que ahora se sabe son secretos de
la naturaleza que poco paralelismo guardan con todo lo conocido.
Algunos descubrimientos e inventos, aunque parecen derivar de las propiedades
de las cosas y de la naturaleza, son de un género tal que difícilmente los
humanos, sobre la base de las meras apariencias hubieran podido sospecharlos
(por ejemplo, que la pólvora pudiera tener efectos semejantes a lo que ocasiona
a veces un terremoto o un rayo, la obtención de la seda a partir de un prosaico
gusano, la invención de la brújula para determinar los movimientos de los
cuerpos celestes sobre la base de sustancias terrestres como la piedra o el
metal).

El decimooctavo motivo (aforismo 110) es que resta todavía un gran


cúmulo de descubrimientos que puede ser realizados mediante la
experiencia que denominamos letrada no sólo a partir de operaciones
desconocidas, sino también a partir de la transferencia, composición y aplicación
de operaciones ya conocidas, lo cual ahora lo favorece la imprenta.

El decimonoveno fundamento para esperar progreso (aforismo 111) es el


hecho de que se desvíe al menos una pequeña parte del dispendio de
ingenio, tiempo, capacidades (y recursos, incluso monetarios) desde el
interés por cosas y estudios de menor uso e importancia a empresas sanas y
sólidas.

El vigésimo (aforismo 112) consiste en el apoyo que otorga una multitud


de instancias particulares. Ellas en vez de confundir y desorientar o
desconcentrar al entendimiento llevan a mejor puerto que la mayor cantidad de
ficciones que éste elucubra con una imaginación alejada de toda base empírica.

El vigésimo primero (aforismo 113) lo constituye el hecho de poder superar


ya la situación algo solitaria del propio Bacon, librado a sí mismo, sin tiempo
exclusivo para la labor científica y reducido en fuerzas por salud precaria. Esa
superación consiste en que la labor científica se torne cooperativa y que
dentro de ella reine la división del trabajo.

Con base en todos estos motivos de esperanza, Bacon evalúa que no intentar la
empresa de la ciencia es un riesgo mayor que intentarla y no conseguirla

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(aforismo 114): lo primero representa la pérdida de un bien inmenso y lo


segundo la pérdida de un poco de esfuerzo, es decir, he aquí el razonamiento
de Bacon a favor de apostar por la ciencia, que recuerda en algo las razones que
luego dará Pascal para su apuesta a favor de que Dios existe.

Finalmente (aforismo 115) Bacon enlaza esta tarea efectuada en vistas de la


eliminación de la desesperanza con la última refutación a intentarse antes de
introducir la propuesta positiva, y que es la refutación de las teorías, doctrinas o
sistemas filosóficos admitidos. Así como la refutación de los restantes ídolos que
hacen a la razón humana natural dejada a sí misma (ídolos de la tribu, de la
caverna y del foro) se logra mostrándolos, haciéndoselos conscientes y por tanto
manteniéndose precavido frente a ellos, la refutación de las filosofías se logra
mostrando los signos que las hacen defectuosas, las causas de los errores que
les impidieron llevar la ciencia al progreso, y puntualizando las razones que
fomentaran la desesperanza en revertir esa situación.
Sin embargo, resta aún una tarea antes de pasar al arte y norma de la
interpretación de la naturaleza. Para que la mente quede por completo depurada
debe responderse también a las preconcepciones falsas que puede hacerse
frente a lo que se le presenta. Es así como Bacon pasa a responder a diez
posibles objeciones que pudieran hacérsele a su propuesta.

Examen de posibles objeciones u opiniones desfavorables (aforismos


116-128)
que pudieran sustentarse ante esta propuesta

Primero, se podría objetar (aforismo 116) que se pretende fundar una secta
nueva de filosofía. A ello Bacon responde que no es su intención ocuparse de
cosas opinables y al mismo tiempo inútiles, como aquellas que han dado hasta
ahora lugar a las sectas. Además, aunque está convencido de poseer resultados
más verdaderos y provechosos de los alcanzados hasta el momento por alguien,
no propone ninguna teoría universal y completa, ni pretende lograrla antes de su
muerte. Sin embargo, cree también necesario y útil esparcir una semilla de
verdad para las generaciones futuras.

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Segundo, se podría objetar (aforismo 117) que, como Bacon se cree pródigo en
promesas de obras particulares, tendría que presentar efectivamente algunas, y
no lo hace. Sin embargo, eso es así, porque a él le han preocupado más el
descubrimiento de los axiomas y las causas que rigen a las cosas. Deja pues al
público interesado que los utilice en la implementación de experimentos y en la
producción de inventos.

Tercero, ante la lectura de la propuesta alguien objetará (aforismo 118)


encontrar en ella fundamentos y principios falsos y dudosos. Pero no hay tales,
sino simples posibles equivocaciones propias de cualquier obra incipiente, a la
manera de errores en la escritura que se deslizan entre las letras y palabras
correctas y a las que se puede luego rectificar. Y en todo caso, si esa rectificación
no pudiera lograrse, la situación nunca será tan grave como en las supuestas
ciencias que hasta el momento se han desarrollado bajo pautas inconducentes.

Cuarto, también se objetará (aforismo 119-121) que muchas de las cosas


señaladas son triviales, otras groseras, algunas sutiles en exceso o meramente
especulativas y casi sin empleo, cosas todas que pueden desviar o apartar el
interés de los seres humanos. Sin embargo, eso se debe a que el propósito
principal es el establecimiento de causas, muchas de las cuales son cosas
corrientes (aforismo 119), y que la mayoría de los hombres no saben que son
tales causas, sino que sin investigar las dan por supuestas y admitidas. En
cuanto a las cosas viles, torpes o groseras (aforismo 120), han de ser admitidas
en historia natural no menos que las delicadas y preciosas, pues todo hace a la
imagen del mundo y tal imagen es la ciencia. Y respecto a las cosas sutiles o
especulativas (aforismo 121), no son de la misma índole que las estériles
sutilezas verbales de los escolásticos. Se trata de lo que surge de experimentos
lucíferos o de luz, que justamente por surgir de la luz de la verdad y tener el
asidero de la experiencia tiene como consecuencia decantar en la utilidad de los
frutos.

Quinto, se objeta (aforismo 122-123) que se deje de lado todas las ciencias y
autores antiguos y que se cuente exclusivamente con las propias fuerzas. La
cuestión es que, por un lado, Bacon no ha pretendido adjudicarse linaje alguno o
apoyo en celebradas genealogías. Por otro, la única ayuda que reclama es la del

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método que echa por tierra toda jactancia individual. Por el contrario, el método
es lo que casi permite igualar todos los ingenios. No obstante es también lo que
permite decir (aforismo 123) que con la propuesta de Bacon se sustituye un licor
crudo como agua por un vino finamente destilado, que hace que ya no pueda
encontrarse goce en lo saboreado por antiguos e iniciales modernos.

Sexto, surge la objeción (aforismo 124) de que se desestima la divina serenidad


y tranquilidad de la ciencia abstracta sustituyéndola por una recaída en el suelo
confuso de la experiencia. Con lo cual, pareciera, también la propuesta
baconiana no ha logrado fijar correctamente su meta. Sin embargo, la propuesta
ha dejado en claro que es consciente de la diferencia entre los ídolos de la mente
y las ideas divinas que sirven de prototipo para la creación de las cosas. Pero
asimismo se ha reparado en que a ellas hay buscarlas en las nociones que rigen
a las cosas mismas y en las cosas mismas, eludiendo tanto la fantasía como la
especulación abstracta.

Séptimo, podrá objetarse (aforismo 125) que en realidad Bacon no propone


nada nuevo, sino que los antiguos han seguido este mismo camino que aquí
aparece como inédito. Pero ya se ha señalado repetidamente que las
experiencias de los antiguos eran escasas, el camino hacia los principios
demasiado apresurado y los principios mismos muchas veces acomodados al
nuevo particular que se quería sustentar a partir de ellos.

Octavo, se podrá pensar y objetar (aforismo 126) que la propuesta es, en


definitiva, escéptica. Sin embargo, lo que se plantea no es la falta de
comprensión (acatalepsia), sino la obtención de la buena comprensión
(eucatalepsia), con lo cual no se rebaja ni la autoridad de los sentidos, ni se
desprecia al intelecto. Simplemente se asiste a los primeros y se regula el
segundo.

Noveno, más que como objeción puede surgir como pregunta (aforismo 127) si
aquí se habla sólo de conducir metódicamente la historia natural o también las
otras ciencias lógicas, éticas y políticas. A lo que hay que responder que las
ciencias forman una unidad y un todo, de manera que la inducción rige sin
excepción para cualquiera de ellas.

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Décimo, más que como objeción no debe caber duda (aforismo 128) de que
Bacon no desea destruir y echar abajo la filosofía, las artes y las ciencias
actualmente en uso. Ellas pueden circular como la moneda, por consenso, servir
a los menesteres de las cátedras y a las conveniencias de la vida civil.
Paralelamente se puede entender que, en especial, el vulgo no esté capacitado
todavía para sustituirlas por el instrumento nuevo. No obstante, también se ha de
advertir, como se lo ha hecho, que por los métodos en uso no pueden lograrse
grandes progresos ni conducir a las ciencias a resultados de importancia.

Transición al libro segundo (aforismos 129-130)


Excelencia del fin propuesto y paso al arte mismo de interpretar la
naturaleza.

La excelencia del fin propuesto (aforismo 129) puede constatarse


- por la estima que los antiguos han tenido por los inventores, a los que han
tributado honores de héroes,
- por el carácter de imitación divina que tienen las nuevas invenciones,
- por la estimación favorable a los países poseedores de ciencia cuando se
los compara con regiones bárbaras y salvajes;
- por las consecuencias beneficiosas que surgen de los inventos, tal como se
puede comprobar por las mejoras en el arte de la guerra a partir de la
pólvora, en el arte de las letras a partir de la imprenta y en el arte de la
navegación a partir de la brújula.
- por la supremacía del género y grado de ambición humana que a través de
la ciencia quiere restablecer y recuperar el derecho que la humanidad
universalmente ha de tener sobre la naturaleza y que le compete por
legado divino.

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Aceptado esto, y efectuada la depuración prescrita con anterioridad se puede


pasar al arte mismo de interpretar la naturaleza (lo que se hará en el Libro II).
Para lo cual no es absolutamente necesario atenerse a lo propuesto por
Bacon, ni pensar que ello mismo no pueda ser perfeccionado (aforismo 130).
Sin embargo, el atenerse dará las garantías de proceder sobre seguro.

Historia de la Filosofía Moderna – Turno Mañana | Beatriz von Bilderling

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