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Tauromaquia Daniela Paz

González Espinoza

“La grandeza de una nación y su progreso moral se puede juzgar de acuerdo a la manera
en que trata a sus animales" Mohandas Gandhi

Igual que los carniceros y las guerras, la tauromaquia, comúnmente conocida como corridas
de toros tienen mala imagen, y no es fácil presentar la muerte como arte, comida o libertad.

La tauromaquia se muestra como un ejemplo público, donde se celebra la dominación y


pretensión de superioridad del ser humano sobre los demás animales. Esta práctica consiste
en luchar con cierto número de toros en una plaza cerrada hasta darle la muerte. Sin embargo,
su consecuente acción no hace diferencia de lo que ocurre en los mataderos a puerta cerrada.
Con respeto a esto, el filósofo francés Francis Wolff, explica: “La corrida no es ni inmoral
ni amoral en relación con las especies animales. La relación del hombre con los toros
durante su vida y su último combate es desde muchos puntos de vista ejemplo de una ética
general. (…) Porque el combate en el ruedo, aunque sea fundamentalmente desigual, es
radicalmente leal. (…) Tiene, pues, que ser con el respeto de sus armas naturales, tantos
físicas como morales. El hombre debe esquivar al toro, pero de cara, dejándose siempre ver
lo más posible, situándose de manera deliberada en la línea de embestida natural del toro,
asumiendo él mismo el riesgo de morir. Sólo tiene el derecho de matar al toro quien acepta
poner en juego su propia vida. Un combate desigual pero leal: las armas de la inteligencia
y de la astucia contra las del instinto y la fuerza. La corrida pues se sitúa a equidistancia de
dos barbaries opuestas. (…) En la corrida el hombre no lucha ni contra un hombre ni contra
una cosa. El hombre afronta su otro”.

Hay personas que definen esta barbarie como un deporte. Sin embargo, un deporte es una
actividad física, que puede ser ejercida como un juego o competencia. Pueden incluso
considerarse algunos deportes como entretenimiento, simplemente como un conjunto de
normas donde los competidores deben tener las mismas posibilidades. Pero, decir que el toreo
es una competencia de existencia igualitaria entre rivales, es una completa falsedad. El toro
antes de entrar al ruedo le cortan y le liman los cuernos, para que al momento de enfrentarse
al matador, estos resulten menos peligrosos, Tal es el caso, que los lastiman para hacerlos
correr y así el animal este agotado, quitándole sus únicas defensas, creando un espectáculo
lleno de engaño y falsedad, en la que un valiente se enfrenta a un animal completamente
limitado en su capacidad física mediante el cansancio y el dolor.

En otro sentido, a esta barbarie se le ha tomado significado como arte o legado cultural. Pero
¿Es realmente un arte asesinar a un animal, debilitarlo poco a poco y lastimarlo?, ¿Es cultura
llevar un animal hasta la muerte? Las tradiciones culturales deben ser soporte de la educación
que nos define y constituye como seres humanos. La crueldad con la que se humilla y
destruye a un animal jamás podrá considerarse cultura.

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Ahora bien, matar animales frente todo tipo de público, puede levemente traumatizar a los
niños y a los adultos sensibles, y así mismo desnaturaliza la relación entre el hombre y el
animal. Debido a esto, nos lleva a un desafío mayor a la moral, la educación, la ciencia y la
cultura. Pues es horrible que a los niños se les eduque con una idea de la humillación hacia
el animal.

La cultura, el respeto, tanto los derechos como también los valores, deben ser inculcadas
desde la primera infancia; y las tradiciones, legados culturales o fiestas que torturan y
maltratan a un animal hasta la muerte no manifiestan estos importantes y necesarios
principios. Si los adultos aficionados a la tauromaquia toleran y argumentan una doble
moralidad, fomentando la violencia hacia los diferentes, entonces ¿cómo podremos sostener
lo contrario, cuando nos hallemos enfrentados a otros casos de violencia hacia seres
diferentes?, los niños requieren de enseñanzas firmes, respuestas sólidas y claras, además de
justificaciones francas sobre la realidad y las nuevas y complicadas relaciones sociales a las
que se enfrentaran.
Sin embargo, tanto los aficionados por esta práctica, dicen que el toro muere dignamente,
enfrentándose ante la más grandiosa de las especies, el “Hombre”. Pero todos nosotros
sabemos que para el toro o cualquier otro animal, el dolor es el dolor y la muerte es la muerte,
no son situaciones merecidas, ni inmerecidas. Pues la muerte es el final de su vida.
Simplemente esta barbarie, es realmente una barbaridad, puesto que se considera bárbaro el
hecho de no distinguir entre lo humano y lo animal. Dicho de otra manera, es bárbaro, es
quien trata a otros de sus iguales como animales.

Desde el sentido del espectáculo, es una práctica que genera muchas controversias y debates
en torno a la ética y moral de la actualidad, entre aquellos que creen que ésta es parte de un
legado cultural, y aquellos que sólo ven en ella una celebración de tortura y muerte.

Hay algo cierto entre las opiniones que pueden surgir. La tauromaquia sí es parte de un legado
cultural, pero no es un argumento para que permanezca con el transcurso del tiempo. No
obstante, también es cierto que el toro sufre y muere en agonía.

Suponiendo que nos hicieran lo mismo a los seres humanos, consideraríamos esto como un
acto de asesinato. Pero como las víctimas no son humanas, se les discrimina del respeto moral
a los toros, a pesar de que son seres capaces de sentir, tienen deseos y voluntad propia.

Ahora bien, ¿los toros y demás animales tienen derechos?, En el ambiente natural en que son
criados, los animales solo se comportan instintivamente, por lo que no tienen derechos, y
pues tampoco tienen algún deber. El derecho es una cosa que los seres humanos nos
concedemos, ya que damos por hecho y entendemos que tenemos un deber y por lo tanto
tenemos un derecho que nos corresponde exigir. No obstante, nos es excusa para maltratarlos.

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La conciencia moral y ética que poseemos los humanos, nos entrega la capacidad para sentir,
juzgar, deliberar y actuar conforme a valores morales de modo coherente y autónomo. Así
mismo nos guía a valorar el comportamiento humano, por el camino del bien y el mal. Sin
embargo, Los animales son incapaces de entender el funcionamiento de las normas éticas, de
distinguir el bien del mal. Además, no poseen se total libertad de decisión y no son
responsables de sus actos.

El filósofo Fernando Savater, estableció, en ese sentido, que “todo contrato implica igualdad
entre las partes. Con los animales no puede haber contrato, sólo trato, pero buen trato. El
mal trato con los animales no es un atentado ético, no viola ninguna obligación moral para
con ellos, pero degrada nuestra humanidad”.
Los aficionados de la tauromaquia no acuden a presenciar dolor y sufrimiento, ni esperan ver
morir al torero, ni disfrutan con la muerte del toro. Si no que van a contemplar el peligro, la
emoción y la consecuencia del juego, donde el toro y el torero se ven enfrentados. Sin
embargo, es precisamente el público el espectador quien juzga y exige su práctica, pero no
recoge la justicia y la prudencia hacia los toros.

Por otra parte, nuestro comportamiento de superioridad humana ante los animales no siempre
nos rige a tomar una buena decisión, y esto conduce a mirar a los animales como objetos
útiles. Pero que los animales no sean merecedores de derechos, no quiere decir que
aplaudamos cualquier comportamiento hacia ellos.

El hombre también es un animal, e incluso cuando mata lo es mucho más, pues sus funciones
valóricas están paralizadas. Sin embargo, en una plaza de toros, se enfrentan la vida humana
y la no-humana. Por lo demás, la muerte nunca es un triunfo, no obstante, siempre que hay
muerte hay derrota.

Considerar que la muerte del toro forma parte de su naturaleza, es un argumento mediocre.
Si bien todo animal muere en algún u otro momento, pero en todo caso, el problema no es la
muerte del toro, sino la crueldad con que se le ejecuta.

Nuestra relación con lo que somos y lo que creemos ser, redefine un vínculo entre lo animal
y lo humano, ya que como decía Friedrich Hölderlin “el hombre es un dios cuando sueña y
un mendigo cuando reflexiona”. Es decir, los ideales modernos del hombre lo han llevado a
pensarse cada vez más desde una superioridad moral con respecto a la naturaleza y a lo animal
y de allí provienen muchos malentendidos donde se cruzan cuestiones éticas y políticas.

La vida no puede ser vista solo como un producto dentro del espectáculo creciente del hombre
como ser superior y de la naturaleza, en la medida en que la vida del hombre mismo depende
cada vez más de sutiles relaciones entre todos los seres. De manera más simple, podríamos
decir que a gran cuestión, pensar lo humano involucra necesariamente lo animal y viceversa.

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Desde ese punto de vista, lo animal debe verse en términos de convivencia y aprendizaje, ya
que la naturaleza y el animal no son lo ajeno de la cultura, ni la diferencia necesaria que
garantiza la superioridad de lo humano para decidir su suerte en función de ideas morales
que sustentarían que el hombre es dueño absoluto de la naturaleza y hacer con ella lo que se
le antoje aunque acabara con ella, extinguiendo especies y poniendo en peligro la
supervivencia misma del hombre y del planeta.

Los animales son seres vivos con los que podemos tener una relación afectiva, aunque ellos
no nos reconozcan afectivamente como nosotros a ellos, se crea una sensibilidad que no es
otra cosa que el deber de tratarlos para lo que sirven. Si uno practicara un enfrentamiento con
un toro, ello estaría mal, pues los toros no están hechos para eso. Tratar a un animal de una
forma indebida es una indelicadeza.

No existe argumentación moral consistente para justificar que un animal pueda ser torturado
y asesinado con crueldad. Y eso es así, sencillamente, porque el defensor del toreo es incapaz
de comprender la implicación de regla moral que nos pide ponernos en el lugar del otro. Si
no puedo entender el dolor del otro, siendo humano o no, y ponerme en su lugar no puedo
juzgar el acto moral. En la moralidad exige un punto de empatía, cosa que el bárbaro no
puede lograr. Por eso la barbarie es un delito y, por ser una muestra de barbaridad hay que
prohibir las corridas, como aquel día y aquella vez en nuestra vida humana, se prohibieron
las ejecuciones públicas de condenados a muerte.

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