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C D
A’ B’
A B C D
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Sustrato itálico
Toda lengua que se expande sobre territorios lingüísticamente diversos
adquiere rasgos propios de las lenguas de tales terriotorios. Es una constante universal
que también se cumple en el caso de la historia de la lengua latina. Muchas veces los
rasgos no latinos de la lengua latina se manifiestan en las lenguas romances. El it. fuso,
rum. fus, sardo fusu, cast. huso, prov. ant. fus, front. fuisel (< diminut. *fuscellu) < lat.
fūsus ‘huso’, testimoniado ya en Catulo, Lucrecio, etc. Pero fūsus no es ni puede ser
palabra latina, porque en latín la -s- intervocálica siempre evoluciona a -r-. Luego, fūsus
es palabra que ha entrado en la lengua latina desde un dialecto itálico vecino de ella,
como el osco-umbro. En las vacilaciones fonéticas del latín advertimos la presencia de
rasgos no latinos. Hay en latín būfalus y būbalus ‘búfalo’, pero būfalus no puede ser
latino, por en esta lengua no existe -f- interior. También las advertimos en las
vacilaciones que aparecen en las lenguas romances. En latín scrōfa y *scrōba ‘tuerca’ se
manifiestan en rum. scroafă, it. scrofa y en fr. escrove. Las formas rumana eitaliana
revelan etimología con -f-; la forma francesa, con -b-. Luego, fr. escrove procede de
forma latina genuina, mientras que rum. scroafă e ital. scrofa proceden de forma
dialectal adquirida por el latín. Suele ocurrir que la forma latina genuina no subsiste en
los romances, sino otra no latina. El it. scarafaggio ‘escarabajo’ y esp. escarabajo
postulan una forma dialectal itálica como *scarafaius, pero no existe en los testimonios
latinos conocidos, sino la genuina scarabaeus ‘escarabajo’, que no ha tenido
descendencia. Procesos como ĭ > ẹ, ŭ > o, ae > ę, ae > ẹ, au > ọ, característicos de los
vulgarismos preclásicos, muestran un origen dialectal muy antiguo y difícil de
identificar.
Una de las características de los dialectos itálicos, comparados con el latín,
era la asimilación nd > nn, mb > mm. Esta misma asimilación se encuentra en todos
los dialectos italianos centro-meridionales.
Sustrato etrusco
Sustrato griego
Bajo protección de Roma por peligro de ser invadidos por pueblos itálicos.
Dialectos helénicos sobre todo de tipo dórico, que empezaron a asimilar elementos
latinos. Pero romanización difícil por superioridad de la cultura griega.
Desde época relativamente antigua, el latín había asimilado elementos griegos,
recibidos de la Magna Grecia, como lo muestra el carácter fonético propio de los
dialectos dóricos, p. ej. machina (y que por su /a/ no puede representar el ático
μηχανή), en tanto que mēchanicus exhibe con su /ē/ un origen jónico-ático; así malus
´manzano`, y malum ´manzana`, proceden de la forma dórica μãλον (pero las lenguas
romances parten todas de un préstamo jónico-ático posterior, mēlum < μήλον). Las
influencias del sustrato griego se revelan asimismo en el campo de la sintaxis.
El sur de Italia tiene abundantes elementos griegos, pero se cree que muchos de
ellos son influencia del dominio bizantino en la región.
Sustrato siciliano
No quedan dudas de la desaparición de la grecidad sícula, aunque muy
lentamente, después de la romanización de la isla.
Hay topónimos que muestran la lengua de los sicanos y de los sículos, pueblo
probablemente itálico. Topónimos griegos, púnicos, ligures.
Sustrato céltico
Los galos habitaban la mayor parte de Italia septentrional antes de la
colonización romana. Pertenecían al grupo céltico, rama de la familia lingüística
indoeuropea, y descendieron desde la Galia propiamente dicha, correspondiente más o
menos a la Francia actual, al norte de Italia, expulsando a los lígures, los etruscos y
otras poblaciones precedentes. Es bien conocida su gran victoria sobre Roma en 390
a.C: consiguieron apoderarse de la ciudad misma. Sólo consiguieron establecerse en
Italia septentrional, fundando la Galia Cisalpina.
Ya a principios del siglo III a.C los romanos empezaron a conquistar el
territorio cisalpino ocupado por los galos; el dominio romano se fue extendiendo por
toda Italia septentrional, y a mediados del siglo II se extendió también por la parte
meridional de la Galia Transalpina, organizando desde fines de ese siglo la Galia
Narbonense o Transalpina como provincia. Gracias a las épicas conquistas de César,
toda la Galia pasó a ser provincia romana y siguió siéndolo hasta la caída del imperio.
El galo forma parte de la familia de las lenguas célticas. Éstas se reparten en dos
grupos: el céltico continental, representado sólo por el galo, compuesto por múltiples
variedades dialectales, que se extinguió por completo hacia el siglo V d.C, y el céltico
insular, dividido en dos subgrupos, uno, gaélico o goidélico, formado por el irlandés,
el escocés y el dialecto de la isla de Man, y otro, británico, constituido por el címbrico,
cámbrico o galés, el hoy extinto córnico y el bretón. La romanización de la Galia
Cisalpina fue más rápida y profunda que la de la Transalpina. Entre las palabras latinas
de origen céltico se pueden recordar carrus, ´carro de cuatro ruedas`< gal. carros.
El elemento céltico es también muy considerable en la toponimia de Francia e
Italia septentrional.
Son particularmente notables los compuestos con -dunum ´oppidum`.
Característicos también son los topónimos en -acus > fr. -ac al sur, ai, -i, -y al norte
(Aureliacum > Aurillac y Orly; Catiliacum > Cadillac y Chailly).
La influencia del sustrato céltico no se limita a reliquias léxicas sino que se
extiende a tendencias fonéticas, a elementos formativos y a la composición de las
palabras.
Entre las tendencias fonéticas, un problema muy debatido ha sido el del cambio
ū > ü. Numerosos lingüistas no vacilaron en ver esta mutación como consecuencia de
una reacción del sustrato gálico. Pero no se sabe si el galo tuvo jamás el fonema ü.
Pudiera admitirse que la presencia de ü en los territorios románicos de sustrato
céltico se debiera a una “tendencia” de origen gálico que se manifiesta tanto en el
campo neolatino como en el germánico de sustrato gálico (neerlandés), aunque no
pueda excluirse la posibilidad de desenvolvimientos independientes.
Otro cambio fonético que diversos autores han atribuido al sustrato céltico es el
del grupo -ct- que en francés, provenzal, portugués y gran parte de los dialectos galo-
itálicos da -it-; también el español, que hoy presenta la fase č (escrito ch), se remonta,
como parte del lombardo, a it: p. ej., de nocte tenemos piam. nöit, franc. nuit, port.
noite (esp. noche, prov. nuech).
Sabemos que el galo tendía a transformar ct en χt; esto lo confirman
alternaciones gráficas en nombres propios como Luχterios al lado de Lucterios, etc.
Que se leen en monedas e inscripciones galas. La tendencia a la reducción ct > χt > it
está difundida en las lenguas célticas, tanto en el material hereditario (de un ie. *noqt-
el irlandés tiene noch) como en las voces tomadas del latín (lat. lacte > irl. lacht; lat.
doctu(s) > címbr. doeth). El paso ct > it se halla justamente en el territorio que fue
céltico: Italia septentrional, Francia y Península Ibérica.
Un fenómeno fonético de mayor alcance y extensión, que algunos estudiosos
propenden a atribuir al sustrato céltico es el de la sonorización o lenición de las
consonantes sordas intervocálicas, que abarca toda la Romania occidental; esto se ha
vinculado a un fenómeno parecido de lenición que se aprecia en las lenguas célticas.
Sustrato paleovéneto
Está fuera de duda el origen indoeuropeo del paleovéneto. No cabe duda de
que nos encontramos en la toponimia con restos que de cierto se remontan al
paleovéneto. Nombres locales proparoxítonos del tipo de Ábano, Ásolo, etc., y el
propio nombre de Pádova (Padua) pueden tenerse por paleovénetos.
La influencia griega
El griego representa una lengua de sustrato solamente en aquellos territorios
que, grecófonos en un tiempo, fueron luego romanizados. Pero allí donde la
romanización lingüística no consiguió imponerse y las dos lenguas fueron habladas una
al lado de la otra, el griego fue para el latín (como también el latín para el griego) una
lengua de adstrato. La mayor parte de las palabras griegas entradas en las lenguas
romances por vía popular pasó por la hilera latina. Se sabe que el latín, desde los
tiempos más antiguos de su historia, merced a las relaciones comerciales entre romanos
y griegos, a la simbiosis grecorromana en Italia primero y fuera de Italia después, y la
influencia cultural sufrida por obra del helenismo, asimiló un número bastante elevado
de elementos griegos. Su presencia en escritos de carácter popular prueba que
semejantes elementos no fueron sólo un privilegio de las clases cultas, sino que
penetraron hasta la lengua del pueblo.
El gr. παραβολή, con la forma parabŏle y el sentido de ´semejanza`, aparece ya
en Séneca, pero por ser usada por los autores cristianos salió la palabra de la
terminología retórica y asume, especialmente aludiendo al de ´ejemplo`(o ´parábola`
como seguimos diciendo hoy con referencia al Evangelio) y luego poco, ya desde la
Vulgata, el más general de ´palabra`. Parabola con el nuevo sentido de ´palabra`,
sustituyó en casi toda la Romania a verbum. Y el derivado parabolare ha sustituido a
loqui, y reducido mucho el área de fabulare.
Para designar el ´manzano` y su fruto, el latín disponía de un viejo grecismo,
mālus, mālum, que con su ā revela origen dórico (μãλον). Pero las lenguas romances
desconocen continuadores de este antiguo grecismo y, con sus formas (rum. Măr, it.
melo), concuerdan en demostrar la continuación de una forma mēlum, que no puede ser
sino un nuevo préstamo, ahora de la forma μήλον de la κοινή.
Al lado de estos antiguos préstamos pasados por el latín, tenemos otros más
recientes debidos a los contactos con el mundo bizantino.
El rumano tiene una posición muy suya en lo que atañe a los elementos griegos.
Los elementos griegos antiguos que se ha querido encontrar en rumano son casi todos
inseguros; la mayoría ha pasado por el latín o el eslavo, si no es que cuando se trata de
préstamos directos no son anteriores al período bizantino. Así, martur ´testimonio`,
habrá llegado más probablemente a través del latín martyr que directamente del griego
μάρτυρ.
Entre las palabras originariamente cultas que el latín tomó del griego tuvieron
fortuna algunos términos médicos y botánicos que, por su gran uso, acabaron por
volverse populares: hypochondria < gr. ‛υποχόνδρια sobrevive como voz popular;
haemorrhoides < gr. αιμορροίς, -ίδος, muy usado ya por los médicos romanos, es voz
que se ha vuelto bastante popular en Italia.
La terminología científica moderna está atestada de neoformaciones del griego.
Al lado de términos retomados por la ciencia moderna, pero que ya existían en el griego
clásico, y algunos hasta en latín, como odontalgia (< ỏδονταλγία), odontitis (<
ỏδοντίτις), se crean términos nuevos, mediante composiciones más o menos justas, así
ortopedia, paleontología, paleografía, glotología, etc. También la terminología
científica se sirve de prefijos y sufijos griegos para formar nuevos términos; p. ej. El
sufijo –itis (< gr. –ĩτις, -ίτης) sirve a los médicos para nombrar las inflamaciones; sobre
el modelo de artritis (< ảρθρĩτις, lat. arthritis), nefritis (< gr. νεφρĩτις, lat. nefhritis), se
han creado términos como bronquitis, conjuntivitis, cistitis, laringitis, etc. Pero al lado
de nombres verdaderamente griegos, por el tipo y los elementos de composición, hay
otros que pudiéramos llamar “híbridos”, es decir, formados de un componente griego y
otro no griego (latino o romance), así automóvil, biciclo (de donde bicicleta), autoclave,
centímetro, etc.