No sabía cómo había llegado a esta situación, cuando subí a la azotea
de éste edificio no pensé que terminaría tratando de salvar a alguien del suicidio. Podía escuchar los gritos detrás de la puerta que se encontraba cerrada con llave “¡Jungkook!” “¡Para, por favor!” Acercándome lentamente mientras extendía mi mano seguía hablando. —¿Jungkook, cier-cierto? Vamos, cualquier cosa que haya pasado te ayudaré, ¿bien? El pelinegro que estaba al borde de caer 15 pisos me miraba con duda. —¡¿Cómo vas ayudarme?! ¡Ni me conoces! —miró hacía la calle— lo dices para que no salte. ¡No me ayudaras! Me abandonaras, como todos lo hacen. Desesperada al ver que aquél chico se estaba inclinando a la calle, grité. —¡NO! No lo haré, te lo prometo, no me iré. Jungkook alternaba su mirada entre mi mano y la calle, podía ver la duda en sus ojos. —Por favor, ven. Sentí como el alma volvió a mí cuando le vi agarrar mi mano, temblando le abracé mientras escuchaba como terminaban de tumbar la puerta de la azotea. El pelinegro se aferró a mí como si su vida dependiera únicamente de mí, y posiblemente sea así. Entre sollozos logró hablar. —No me dejes. —No iré a ningún lado, Jungkook.