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Consigna: a partir de la lectura del artículo, utilice el concepto “modos de subjetivación” para dar

cuenta de la articulación entre el histórico social y la construcción de las subjetividades sexuadas,


incorporando la perspectiva relacional entre los géneros. Incorpore en su análisis las dimensiones
epistémica, política y ética de la diferencia.
Serena Williams y nuestro derecho al enfado

Serena Williams perdió el sábado la final del US Open. Pero las demás hemos ganado
una imagen: la de una mujer poderosa enfadada, mostrando su ira, exigiendo, retando
con sus palabras y con su cuerpo a un hombre y poniendo en tela de juicio lo que creía
injusto. No se trata de exigir un trato de favor, ni siquiera de reclamar el 'coaching' o de
reivindicar que la agresividad sea la norma en las pistas de tenis. Tampoco se trata de
defender todo lo que Serena Williams hizo la otra noche en la final. Sí de denunciar un
doble rasero que justifica y endulza las demandas y las maneras de los hombres y
vilipendia las de las mujeres. Se trata de reclamar nuestro derecho a enfadarnos.
Serena Williams se convirtió el sábado por la noche en la imagen de lo que tantas
mujeres viven a diario y muchas veces no son capaces de describir. Cuando el estándar
de comportamiento lo marcan los hombres y lo masculino, es difícil para las mujeres
encontrar un hueco para legitimar sus reivindicaciones y emociones.
Si nos comportamos de una manera agresiva –bien sea romper una raqueta, dar un golpe
sobre la mesa, hablar con rotundidad a un compañero– es probable que nos reprochen
nuestra ordinariez y nuestras malas maneras. Puede incluso que empiecen a decir por los
pasillos que estamos un poco locas. Si dejamos paso a las emociones y mostramos
nuestros ojos enrojecidos, si reconocemos nuestra aflicción, si lloramos, entonces nos
tacharán de histéricas o sentimentales. Y sí, también dirán de nosotras en los pasillos que
estamos un poco locas.
Una mujer debería tener el mismo derecho a clamar contra una injusticia igual que un
hombre. Lo ha dicho una de las mejores tenistas de todos los tiempos, Billie Jean King, 1)
que apoya las quejas de Williams. "Las mujeres son tratadas de forma diferente en
muchas áreas de la vida. Esto es especialmente cierto para las mujeres de color. Y lo que
pasó en la pista ayer pasa con demasiada frecuencia. Sucede en los deportes, en la
oficina y en el empleo público. Las mujeres son penalizadas por levantarse por ellas
mismas", dice en un artículo en The Washington Post.
(1/2) Several things went very wrong during the @usopen Women’s Finals today.
Coaching on every point should be allowed in tennis. It isn’t, and as a result, a player was
penalized for the actions of her coach. This should not happen.
— Billie Jean King (@BillieJeanKing) 9 de septiembre de 2018
King da una de las claves del asunto: "Pasa con demasiada frecuencia". Los dobles
raseros, los machismos sutiles, no son la excepción en nuestra vida, sino la norma. A
menudo, cuando reaccionamos ante una de esas situaciones llevamos muchas otras a las
espaldas que habíamos callado. Por eso, a veces nuestra reacción está cargada de
frustración y rabia: no es lo que sucede un día en tu oficina o en la calle, es lo que sucede
todos los días en todas partes. Y para Serena Williams, la pista es su oficina y los tenistas
masculinos, los compañeros con los que puede compararse.
2) "Es difícil de entender que una deportista de su magnitud y su prestigio no pueda
controlar los nervios en la pista y se deje llevar por las emociones", ha dicho Toni Nadal
de Serena Williams en un artículo. Otra vez las emociones y el enfado femenino como el
equivalente a la sinrazón y la absurdez. Supongo que los comentarios machistas
de David Ferrer a una jueza de silla, también en un partido en el US Open, o las
discusiones de Rafa Nadal con el árbitro Carlos Bernardes no son producto de sus
emociones, sino de decisiones racionales tomadas desde la más estricta calma y
profesionalidad.
Ellos no están fuera de control. No son histéricos, ni desmesurados o histriónicos. Ellos
son personas que se quejan de lo que consideran injusto, seres racionales que defienden
sus intereses. Quizá a veces cruzan la raya, pero nadie les acusará de hacerlo porque
tienen la regla, la menopausia o cualquier otro fenómeno vinculado a la naturaleza.
He visto a demasiadas mujeres dejar de pedir, de exigir, de entrar en despachos por
miedo a desbordarse, a romper en lágrimas y a ser juzgadas por ello. Porque una mujer
emocionada o enfadada es, socialmente, siempre un exceso o un producto de sus
hormonas. Ante la agresividad o las lágrimas, el contenido de nuestro mensaje se
desvanece y solo quedan los prejuicios.
Tenemos miedo a enfadarnos. Con nuestros compañeros y jefes, con el hombre que nos
acosa en el autobús, con los hombres con los que nos acostamos. En nuestros
subconscientes reverberan esas consignas que escuchamos desde pequeñas. Enfadada
estás más fea. Así no te va a querer nadie. No seas enfadica. Obedece. Sé dulce. Si te
pones así les va a asustar. En nuestra conciencia nos queda claro las penalizaciones a
las que se enfrentan las mujeres que desafían los roles de género y los estereotipos.
Aprendamos de Serena y enfadémonos. Tenemos derecho a hacerlo. Y así, como dijo ella
en la rueda de prensa tras la final, las cosas quizá no sean tan diferentes para nosotras
ahora pero sí lo serán para las próximas que vengan.

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