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«En este sentido, la Iglesia no puede aprobar las iniciativas legislativas que impliquen
una revaloración de modelos alternativos de la vida de pareja y de la familia. Éstas
contribuyen al debilitamiento de los principios del derecho natural y, así, a la
relativización de toda la legislación y también a la confusión sobre los valores en la
sociedad.»
Benedicto XVI ( Discurso al nuevo embajador de Alemania ante la Santa Sede,
pronunciado en Castel Gandolfo el 13 de septiembre de 2010).
Hace unas pocas semanas, me decidí a realizar una arriesgada incursión (desde la butaca
del salón) en la programación habitual de uno de esos canales de televisión cuyo principal
objetivo parece ser la propagación impenitente del único pensamiento admisible para los
simpatizantes de la modernidad, a saber: el suyo. Claudicaba así ante la probable relación
inversamente proporcional entre el número de cadenas de televisión y la posibilidad de
encontrar en ellas aquello que desearíamos encontrar.
Al principio, me pareció que se trataba de un debate, por aquel formato compuesto por un
presentador-moderador en torno al cual se situaban en enfrentamiento simétrico cuatro
personas, dos a su izquierda, dos a su derecha. Cada una de ellas (cuatro periodistas)
comenzó a exponer su postura acerca del tema "modelos de familia", en una sucesión de
notas en sinfonía monocorde que me hizo llegar a la conclusión de que se trataba, más
bien, de una tertulia fundamentada en un solo razonamiento indiscutible, un solo
argumento inapelable, una sola idea incontestable: el progreso.
Una de las tácticas utilizadas por nuestras contertulias, que, aunque no me resultó del
todo novedosa -por haberla visto ya en algunos manuales de la asignatura "Educación
para la Ciudadanía"- hizo que el sentido común me enviase un ligero aviso, fue el hecho
de que eran ellas mismas quienes decidían, así, sobre la marcha, qué tipo de personas
pertenecían a tal o cual modelo de familia, emitiendo, al mismo tiempo, un juicio de valor
sobre dichas personas, al modo de los libros de la citada asignatura, que también sientan
cátedra acerca del modelo de familia que más conviene a nuestros vástagos, asignatura
ésta que parece haber sido diseñada con el propósito de asegurar la inoculación directa
del progresismo a las futuras generaciones de votantes.
Escuché con interés cada una de las intervenciones de nuestras contertulias, expresadas
con unánime acompasamiento de pareceres -puesto que todas y todos estaban de acuerdo
en todo- hasta que, finalizada la tertulia, di por concluida mi incursión en los dogmas de
la progresía, lo cual me permitió retomar por completo el sentido común, que había
permanecido arrinconado durante aquel lapso de tiempo, enviando leves avisos apenas
audibles, temeroso de ser engullido si se exponía abiertamente.
El sentido común, con su llegada, me sugirió la conclusión de que estos nuevos modelos
de familia, lejos de reflejar la realidad existente, parecen haber sido ideados para
encasillar a las personas en unas categorías predeterminadas e impuestas, fruto de una
oleada de ofuscación sectaria que, con cada nueva aportación, divide y enfrenta, impone
y no respeta, y que, al fin «contribuye al debilitamiento de los principios del derecho
natural (...)y también a la confusión sobre los valores en la sociedad».