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Atribución de culpa a mujeres agredidas: La


influencia del sexismo ambivalente y de la
transgresión de roles de...

Research · August 2015


DOI: 10.13140/RG.2.1.1968.3046

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Osvaldo A. Soto-Quevedo
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Universidad de Concepción
Dirección de Postgrado
Facultad de Ciencias Sociales – Programa de Magíster en Investigación Social y
Desarrollo

Atribución de culpa a mujeres agredidas:


La influencia del sexismo ambivalente y de la
transgresión de roles de género

TESIS PARA OPTAR AL GRADO DE MAGÍSTER EN INVESTIGACIÓN SOCIAL


Y DESARROLLO

OSVALDO ALFONSO SOTO QUEVEDO


CONCEPCIÓN-CHILE
2014

Profesor Guía: Enrique Barra Almagiá


Dpto. de Psicología, Facultad de Ciencias Sociales
Universidad de Concepción
“¡Mas esta mujer, llena de horribles pensamientos, cubrirá con su infamia a todas
las mujeres futuras, aun a aquellas que tuvieran la virtud por patrimonio!”
(Palabras pronunciadas en el Hades por Agamenón al referirse a su esposa Clitemnestra, quien le
asesinara tras su retorno de Troya)

Homero, La Odisea

Y es que al hombre le resulta difícil calibrar la extrema importancia de las


discriminaciones sociales que desde fuera parecen insignificantes y cuyas
repercusiones morales e intelectuales son tan profundas en la mujer que pueden
parecer tener sus fuentes en una naturaleza originaria.

Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo (1949)


Agradecimientos

Quisiera partir agradeciendo a toda mi familia y amigas, quienes siempre me


alentaron a persistir en la ardua tarea de la investigación, en especial cuando mis
fuerzas flaquearon, y tuvieron mucha más confianza en mí de la que yo mismo
nunca poseí.
También quisiera agradecer a mi profesor guía, Enrique Barra Almagiá,
hombre siempre paciente y conocedor del oficio del investigador social, cuya
ayuda fue importante en mi trabajo de tesis tanto de postgrado como en la
consecución previa de mi Licenciatura en Psicología, de la que él también fue
tutor.
Finalmente, quisiera agradecer la experiencia completa de mis estudios de
postgrado al interior de mi alma mater, la Universidad de Concepción, cuyo sello
de librepensamiento, tolerancia y espíritu crítico espero que acompañe siempre mi
quehacer profesional y científico. En ella, durante mis estudios de magíster, tuve la
suerte de compartir aula con compañeros de diversas áreas, campos de
experticia, visiones de mundo y hasta de otras naciones. Sin todas ellas y todos
ellos mi experiencia nunca hubiera sido tan valiosa como llegó a serlo. Igualmente,
fui afortunado al recibir cátedra de académicas y académicos a quienes admiro,
tanto en lo humano como en lo profesional.

Gracias.

Osvaldo
A mi madre, Yolanda.
A mi padre, Pedro.
A mi hermana, Carolina, y a mis sobrinas Camila y Javiera.

A mis entrañables amigas Karen y Valeria.

A todas aquellas mujeres que han estado presentes a lo largo de mi vida, a


quienes he admirado profundamente, y a todas las mujeres cuyas voces están
siendo silenciadas y cuyos cuerpos están siendo reprimidos y oprimidos hoy en el
mundo. Espero el día en que, juntos, nos liberemos de nuestros propios yugos.
ÍNDICE

I. Planteamiento del Problema…………………………………………………. 1

II. Marco Teórico…………………………………………………………………… 3


Violencia contra la mujer: Relaciones de género, relaciones de poder……… 3
El sexismo ambivalente al servicio de las desigualdades entre hombres y
mujeres……………………………………………………………………….............. 5
El sexismo y la transgresión de roles de género en la atribución de culpa a las
mujeres agredidas físicamente por sus parejas…………………………………... 10
Cambio y permanencia de los roles de género en Chile: Aspectos a
considerar sobre su función moderadora entre sexismo y atribución de
culpa................................................................................................................... 14

III. Objetivos………………………………………………………………………… 20
Objetivo general……………………………………………………………………… 20
Objetivos específicos………………………………………………………………... 20

IV. Hipótesis………………………………………………………………………… 20
Hipótesis 1…………………………………………………………………………… 20
Hipótesis 2……………………………………………………………………………. 20

V. Método…………………………………………………………………………... 21
Figura 1…………………………………………….... 21
Participantes………………………………………………………………………….. 21
Materiales e instrumentos………………………………………………………….. 21
Sexismo ambivalente……………………………………………………. 22
Atribución de culpa a la mujer agredida………………………………. 22
Manipulación experimental……………………………………………… 23
Procedimiento………………………………………………………………………... 25

1
VI. Resultados……………………………………………………………………… 26
Estudio piloto…………………………………………………………………………. 26
Estudio principal……………………………………………………………………… 28
Análisis preliminares……………………………………………………… 28
Diferencias de sexo……………………………………………. 28
Efecto de las condiciones experimentales…………………. 29
Efecto del orden de presentación de las mediciones……... 30
Análisis principales………………………………………………………... 31
Análisis descriptivos y tipificación del sexismo..................... 31
Tabla 1………………………………………………………….. 32
Análisis inferenciales………………………………………….. 33
Condición control................................................... 33
Figura 2………………………………………………. 34
Condición experimental 1………………………….. 34
Figura 3………………………………………………. 35
Condición experimental 2………………………….. 35
Figura 4………………………………………………. 36

VII. Discusión………………………………………………………………………... 37
Evaluación de los hallazgos en torno a la hipótesis 1…………………………… 38
Evaluación de los hallazgos en torno a la hipótesis 2…………………………… 41
Implicancias y limitaciones del estudio……………………………………………. 43

VIII. Conclusión…………………………………………………………………….. 49

IX. Referencias…………………………………………………………………........ 50

X. Anexos……………………………………………………………………………. 57
Anexo 1: Propósito de la encuesta y consentimiento informado………………... 58

2
Anexo 2: Instrucciones generales e información sociodemográfica…………….. 59
Anexo 3: Escala de sexismo ambivalente........................................................... 60
Anexo 4: Escenario de la condición control………………………………………... 62
Anexo 5: Escenario de la condición experimental 1………………………………. 63
Anexo 6: Escenario de la condición experimental 2………………………………. 64
Anexo 7: Reactivos para medir la culpa atribuida a la esposa y la transgresión
percibida de los roles de género…………………………………………………….. 65
I.Planteamiento del Problema de Investigación

De acuerdo con la investigación y teorización recientes, la atribución de culpa


a mujeres que son agredidas por sus parejas se encuentra influida, entre otros
factores, por el sexismo de quienes juzgan los casos de agresión y por el modo en
que el comportamiento de las víctimas es percibido por los observadores (Abrams,
Viki, Masser, & Bohner, 2003; Masser, Lee, & McKimmie, 2010; Soto-Quevedo,
2012; Valor-Segura, Expósito, & Moya, 2011). La evidencia es relativamente
abundante respecto al modo en que tales factores se conjugan al momento de
culpar a las mujeres que son víctimas de agresiones físicas y sexuales. No
obstante, debido a que en las últimas dos décadas se ha producido una
reformulación conceptual dentro de la psicología social occidental respecto a cual
es la naturaleza del sexismo (Glick & Fiske, 1996; Glick et al., 2000; Lee, Fiske, &
Glick, 2010), los investigadores se han orientado hacia el análisis de nuevas y a
veces muy complejas relaciones entre sexismo, comportamientos y características
de la víctima y del victimario, atribución de culpa (Abrams et al., 2003; Masser et
al., 2010; Soto-Quevedo, 2012; Valor-Segura et al., 2011), percepción de
derechos y obligaciones sociales y roles de género (Durán, Moya, Megías, & Viki,
2010; Durán, Moya, & Megías, 2011), entre otros.
Un asunto que no ha sido estudiado de forma acabada, es si personas que
adhieren a diferentes ideologías de género, como el sexismo hostil y el sexismo
benevolente, juzgan de igual o diferente manera a mujeres agredidas cuando ellas
han transgredido distintos roles de género. Este es precisamente el problema al
que intentó responder la presente investigación.
Las razones de la consideración de este objeto como problema de
investigación son tanto teóricas como prácticas, aunque se debe precisar que, al
tratarse de un problema de ciencia social básica, el acento se encuentra puesto
más fuertemente sobre las primeras. Así pues, como se apreciará más adelante
en el marco teórico y en la formulación de los objetivos e hipótesis, el intento por
resolver este problema implicó poner a prueba las predicciones derivadas de una

1
teoría formal de la psicología social que ha generado una cantidad considerable
de nuevos conocimientos en los últimos quince años en el campo de estudio de
los prejuicios y la discriminación de género. Por tal motivo, la investigación aquí
expuesta es relevante en este aspecto antes que en cualquier otro.
Al mismo tiempo, se reconoce la importancia de identificar los posibles usos
prácticos del conocimiento generado tras este estudio. A este respecto, cabe
destacar que la investigación sobre discriminación y prejuicios de género, tanto
dentro como fuera de nuestro país, es el resultado de un cambio sociológico y
cultural sin precedentes en la Historia. Este cambio se refiere a una conciencia
cada vez más fuerte y extendida de que hombres y mujeres somos iguales en
dignidad y derechos. Los prejuicios y la discriminación con base en el género, la
identidad y la orientación sexuales son cada vez más percibidos como amenazas
al principio de igualdad ontológica de todos los seres humanos. En último término
ha sido esto lo que ha generado un terreno fértil para el debate social en Chile,
que en la última década cristalizó, entre otros, en nueva legislación (v.g. Ley
antidiscriminación) y en la presencia más visible de agrupaciones y movimientos
que buscan “igualar la cancha” entre las minorías y los grupos que ostentan más
poder en diversas esferas. En este contexto es que la investigación científica
cobra su mayor relevancia, pues, de ser emprendida con el debido rigor que de
ella se espera, ofrece conocimientos confiables y válidos para su empleo en
distintas áreas la sociedad. En particular, al responder al problema de
investigación que aquí se plantea, se contribuirá a esclarecer algunas de las
formas sutiles en las que prejuicios y creencias sexistas pueden impactar sobre la
evaluación que se hace de mujeres víctimas de agresiones físicas por parte de
sus parejas. Este conocimiento puede ser de especial utilidad en aquellos
contextos formales e informales en los que el enjuiciamiento del comportamiento
de las mujeres sea relevante, como, por ejemplo, en los ámbitos jurídico, policial y
familiar.

2
II.Marco Teórico

Violencia contra la Mujer: Relaciones de Género, Relaciones de Poder

En las sociedades actuales y a través de la historia los hombres ostentan y


han ostentado, en general, más poder y estatus que las mujeres (Eagly, Wood, &
Johannesen-Schmidt, 2004). Algunos han argumentado que, entre las causas
distales de estas diferencias de poder, se encuentran las capacidades físicas de
cada sexo y la forma que asume la economía en una determinada época de la
historia, que llevan a una división del trabajo entre hombres y mujeres. Esta
división ha implicado que por largos períodos históricos las mujeres se han
desempeñado en labores ligadas a la reproducción y al cuidado de la familia, en
tanto que los hombres, dada su mayor fortaleza física y “agencia” (agency), han
realizado labores ligadas al uso de la fuerza y a la toma de decisiones, como la
caza de animales o la guerra (Eagly et al., 2004). Aún en las sociedades
modernas e industriales se observa una distribución desigual de las labores entre
los sexos. En los Estados Unidos, por ejemplo, la proporción de hombres que se
desenvuelve en ocupaciones ligadas a la justicia, al ejército y a la publicidad, es
varias veces superior a la de mujeres. Y cuando estas últimas trabajan fuera del
hogar, participan en una proporción mayor que los hombres de ocupaciones
relacionadas al cuidado de otros, los servicios y la enseñanza. Según ciertos
teóricos, tales proporciones desiguales en los oficios y profesiones desempeñados
por ambos sexos, obedecen a diferencias de prestigio, poder e influencia notables
(Pratto & Walker, 2004).
Las creencias e ideologías sobre el estatus de ambos sexos refuerzan tales
desequilibrios. El género actúa, de hecho, como una categoría organizadora de la
vida social en prácticamente todas las sociedades, y se liga fuertemente con los
estereotipos sobre las características y comportamientos atribuidos a cada sexo
(Ridgeway & Bourg, 2004). Los hombres son evaluados, en general, como más
activos, asertivos, autónomos y competentes que las mujeres en una gran

3
variedad de áreas, en cambio estas últimas son consideradas como más amables,
atentas, cuidadoras y sensibles ante las necesidades de otros (Godoy & Mladinic,
2009; Ridgeway & Bourg, 2004). Sobre este asunto, es interesante constatar que
tanto estudios centrados en la auto-percepción de hombres agresores (Aymer,
2008; Guala, 2007) como aquellos relativos a la percepción externa de estos
hombres (Expósito & Herrera, 2009), han arribado a resultados similares: la
independencia, la ambición, la fuerza física, la autoridad y la dominancia, entre
otros, son aspectos constituyentes de la identidad masculina que se encuentran
presentes en aquellos que se relacionan por medio de la violencia con sus parejas
y con sus familias. Por tanto, no se trata tan solo de una forma estereotipada de
imaginar a los hombres agresores, sino de un cúmulo de creencias que pasan a
formar parte del modo en que el propio sujeto agresor se identifica.
De acuerdo con Pratto y Walker (2004) el desequilibrio de poder entre hombres
y mujeres se sustenta sobre cuatro bases que se refuerzan entre sí: la fuerza, el
control de recursos, las obligaciones sociales asimétricas y las ideologías
consensuadas. Sobre la primera, se puede afirmar que no es extraño que algunos
hombres empleen la violencia física contra sus parejas y contra otros miembros de
su familia para demostrar su autoridad (Guala, 2007) o para recuperar el poder
que sienten que han perdido en la jerarquía de género (Aymer, 2008; Pratto &
Walker, 2004; Salinas & Arancibia, 2006). Al mismo tiempo, y como ya ha sido
mencionado, los hombres se desempeñan en labores fuera del hogar que les
otorgan un estatus superior y más prestigio que a las mujeres. Como
consecuencia, ellos tienen acceso a más recursos de todo tipo en la mayoría de
las sociedades, lo que los ubica en una posición aventajada respecto de ellas
(Pratto & Walker, 2004). Parte de esta ventaja se relaciona con que estas últimas
se encuentran cultural y biológicamente ligadas a labores reproductivas (crianza,
cuidado de la familia, labores domésticas, etc.) (Eagly et al., 2004; Godoy, Díaz, &
Mauro, 2009; Godoy & Mladinic, 2009), las que, por largos períodos históricos, les
impidieron ejercer trabajos fuera del hogar por medio de los cuales acceder a
recursos propios, prestigio e influencia. En palabras de Pratto y Walker (2004), “las

4
personas con menos obligaciones comúnmente no experimentan los beneficios de
las relaciones [sociales] (…), pero dentro de las relaciones, la parte con menos
obligaciones posee mayor poder” (p. 251). Aunque hoy en día mujeres y hombres
desempeñan labores remuneradas en condiciones similares, la existencia de una
mayor carga de obligaciones entre las primeras que entre los segundos no sólo es
un asunto percibido socialmente, como demuestran Expósito y Herrera (2009),
sino que es un hecho verificable, cuya expresión más notoria es la responsabilidad
doble que la mayoría de las mujeres asume al trabajar tanto fuera del hogar como
dentro de él (Godoy & Mladinic, 2009; Jonzon, Dang Vung, Ringsberg, & Krantz,
2007; Salinas & Barrientos, 2011).
A todo lo anterior, si se sigue lo planteado por Pratto y Walker (2004), se
debe sumar la normatividad descriptiva y prescriptiva de las ideologías
consensuadas de género. El sexismo y los estereotipos de género forman parte de
ellas, y su función es otorgar sustento a todos los desequilibrios de poder
anteriormente descritos: caracterizan a los hombres como más fuertes, autónomos
y dominantes (Expósito & Herrera, 2009; Glick & Whitehead, 2010); justifican que
estos accedan a mayores recursos, pues serían “más capaces” que las mujeres
(Godoy & Mladinic, 2009; Ridgeway & Bourg, 2004; Rudman & Glick, 2001); y
prescriben que estas últimas deben preocuparse de las labores de crianza y
cuidado para ser consideradas “buenas madres y esposas” (Abrams et al., 2003;
Lee, Fiske, Glick, & Chen, 2010; Rudman & Glick, 2001; Soto-Quevedo, 2012).
Todas estas creencias generan un contexto propicio para la justificación de la
dominación de los hombres sobre las mujeres, una de cuyas expresiones es la
violencia ejercida por medios físicos.

El Sexismo Ambivalente al Servicio de las Desigualdades entre Hombres y


Mujeres

Son múltiples los estudios que corroboran que las personas con elevados
niveles de sexismo se encuentran más dispuestas que las no sexistas a justificar

5
la violencia contra las mujeres (Chen, Fiske, & Lee, 2009; Durán et al., 2010;
Herrera, Expósito, & Moya, 2012; Soto-Quevedo, 2012; Valor-Segura et al., 2011).
No obstante, la definición de la ideología sexista ha sido objeto de debate entre las
y los teóricos. Tradicionalmente se la ha entendido como un conjunto de creencias
y actitudes negativas dirigidas contra las mujeres (v.g. Aravena & Baeza, 2010;
Butler, 2007; Christopher & Wojda, 2008), pero tal conceptualización pasa por alto
que, a diferencia de los prejuicios hacia otros grupos sociales (v.g. racismo), el
sexismo es sostenido, antes que todo, por un grupo dominante (hombres) que
mantiene poderosos lazos de dependencia social y afectiva respecto del grupo
subordinado (mujeres). Esta constatación llevó a los psicólogos sociales Peter
Glick y Susane T. Fiske a proponer en 1996 una nueva teoría sobre el sexismo,
que lo conceptualiza no sólo como antipatía dirigida hacia las mujeres (sexismo
hostil), sino además como creencias y evaluaciones de valor “aparentemente”
positivo (sexismo benevolente). Debido a lo evidente de la oposición entre tales
actitudes, los autores de la teoría se refieren a ellas como sexismo ambivalente
(Glick & Fiske, 1996; Glick et al., 2000).
La redefinición del sexismo en términos de su ambivalencia posee, a nuestro
juicio, valiosas ventajas en la comprensión del fenómeno de la violencia contra las
mujeres y, más específicamente, respecto de su justificación, que es el aspecto
que aquí nos ocupa. Por un lado, hace más realista el análisis sobre las relaciones
entre los sexos, pues es evidente que los hombres, salvo tal vez excepciones
puntuales, no evalúan a las mujeres en términos meramente hostiles. La
idealización estereotípica de ciertos atributos biológicos, psicológicos y sociales
femeninos tiene larga data en nuestra sociedad (Godoy et al., 2009), de modo tal
que es más que razonable pensar que en el enjuiciamiento del comportamiento de
las mujeres, ambos tipos de actitudes se entremezclan inexorablemente. Por otra
parte, el sexismo ambivalente es una ideología de género con consecuencias más
amplias y complejas en la explicación de la violencia que la idea tradicional del
sexismo como una actitud puramente hostil hacia las mujeres. Hay evidencias de
que, por ejemplo, hombres con elevados niveles de sexismo hostil son más

6
propensos a sentirse agraviados y a experimentar repudio hacia mujeres que no
se conforman con sus órdenes (Herrera et al., 2012), pero también de que
personas sexistas benevolentes atribuyen más responsabilidad por la agresión a
mujeres que han sido golpeadas o violadas por sus maridos, o por otros hombres,
cuando ellas han transgredido roles tradicionales de género (Abrams et al., 2003;
Masser et al., 2010; Soto-Quevedo, 2012). Esto muestra que la conceptualización
del sexismo como una actitud ambivalente enriquece la comprensión del
fenómeno de la violencia contra las mujeres, pues devela efectos que pasan
inadvertidos para quienes lo examinan solamente en su faceta hostil.
El sexismo ambivalente se encuentra presente en todas las sociedades
humanas estudiadas hasta fechas recientes (Chen et al., 2009; Glick et al., 2000),
y actúa como una fuente de legitimación del poder estructural de los hombres y de
las jerarquías de género (Glick & Fiske, 1996; Glick et al., 2000; Herrera et al.,
2012; Lee, Fiske & Glick, 2010). Tanto el sexismo hostil como el benevolente que
lo componen, operan en las mentes individuales para resguardar el estatus
superior de los varones. El sexismo hostil estaría compuesto por creencias y
actitudes negativas dirigidas contra las mujeres que desafían el poder de los
hombres, en tanto que el sexismo benevolente lo estaría por actitudes y creencias
aparentemente beneficiosas para las mujeres, pero que, sin embargo, son
sexistas puesto que las posicionan como inferiores a los primeros (Glick & Fiske,
1996; Lee et al., 2010). El sexismo benevolente es, en palabras de los mismos
teóricos:

un conjunto de actitudes interrelacionadas hacia las mujeres, que son


sexistas en términos de verlas estereotipadamente y en roles restringidos,
pero que son subjetivamente positivas en tono afectivo (para quien las
percibe) y que también tienden a motivar comportamientos típicamente
categorizados como prosociales (v.g., ayuda) o búsqueda de intimidad
(v.g., apertura personal) (Glick & Fiske, 1996, p. 491).

7
Así, por ejemplo, cuando en una sociedad se sostiene la creencia de que las
mujeres deben ser protegidas física y moralmente (Godoy, Díaz & Mauro, 2009),
se las está sometiendo al poder masculino en tanto se las supone más débiles que
los hombres (Glick & Fiske, 1996; Lee et al., 2010).
Ahora bien, ¿de qué formas el sexismo ambivalente facilita o refuerza las
desigualdades entre los géneros? Son numerosas las investigaciones dirigidas a
responder esta interrogante u otras directamente relacionadas. Aquí se
mencionarán solo algunos de los hallazgos a los que se ha arribado, con la
finalidad de ejemplificar algunos aportes de la teoría del sexismo ambivalente a las
investigaciones en el ámbito de las relaciones de pareja.
En un estudio de tipo correlacional realizado con estudiantes
estadounidenses y chinos de ambos sexos, Chen et al. (2009) encontraron que el
sexismo hostil (SH) y el sexismo benevolente (SB) de los participantes, se
relacionaban de modo significativo con ciertos criterios de selección de pareja y
con normas de género en el matrimonio. El SH predijo principal, aunque no
únicamente, normas dentro del matrimonio, tales como privilegiar el éxito laboral
del marido y el trabajo en el hogar de la esposa, permitir la dominancia del hombre
en la pareja, no avergonzar al hombre y respaldar el empleo de la violencia dentro
del matrimonio. Por otro lado, el SB de los participantes predijo más fuertemente
criterios de selección de pareja, como la orientación hacia el hogar y la sumisión
de la mujer, y la consideración y el respeto hacia el marido. Un resultado
igualmente importante de este estudio fue que las relaciones antes descritas se
presentaron de la misma forma casi con completa independencia del origen
cultural y del sexo de los participantes. Los autores concluyeron que las asimetrías
de poder al interior del matrimonio son sustentadas por mecanismos propios del
sexismo ambivalente: por un lado, personas más sexistas benevolentes tenderían
a seleccionar parejas que se ajustan mejor a patrones tradicionales en los roles de
género, en tanto que personas más sexistas hostiles tenderían a respaldar normas
de dominación masculina dentro del matrimonio (Chen et al., 2009). Debido a que,
como es bien sabido, ambas formas de sexismo coexisten, es esperable que una

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persona sexista ambivalente seleccione una pareja “tradicional” y, una vez
establecida la relación, apoye las diferencias de poder dentro de la misma. Así se
completaría el círculo de la mantención de la desigualdad entre hombres y
mujeres a nivel de relaciones de pareja (Chen et al., 2009).
En otro estudio, Durán, Moya y Megías (2011) expusieron a 76 estudiantes
universitarios españoles a una situación experimental en la que debían leer un
escenario ficticio sobre un matrimonio. En este, el marido, tras reiterados pero
infructuosos intentos de persuadir a su esposa para tener sexo, terminaba por
violarla. En este estudio los investigadores manipularon experimentalmente el
sexismo benevolente del marido, al ofrecer una descripción previa de él en que se
mencionaba su forma de pensar sobre su esposa (v.g. “…él pone a su esposa en
un pedestal”) y sobre las mujeres en general (v.g. “Él piensa que las mujeres
deben ser apreciadas y protegidas por los hombres…”). En la condición control no
se entregó descripción alguna sobre el marido previamente a la presentación del
escenario escrito. Se encontró que cuando el marido era descrito como sexista
benevolente, en comparación a cuando no se entregaba una descripción de él, los
participantes que sostenían ese mismo tipo de prejuicio tendían a no considerar
que el acto sexual forzado era una violación. Más aún, mientras más altos eran los
niveles de SB de los participantes, más percibían que el marido tenía el derecho
de tener sexo con su esposa y de que ella tenía la obligación de satisfacer sus
necesidades sexuales. De acuerdo con la interpretación de los autores, tales
resultados sugieren que el SB, como ideología de género, puede impedir a las
personas categorizar la violación dentro del matrimonio como tal, lo que se
debería a que tal prejuicio activa “una mayor consideración de derechos del
marido y de obligaciones de la esposa sobre la sexualidad en la pareja. Entonces,
puede que sea más difícil considerar que el acto sexual forzado es, en realidad,
una violación” (Durán et al., 2011, p. 477).
Las evidencias descritas anteriormente –junto con un cúmulo de
investigaciones mucho más extenso cuya descripción trascendería los límites de
este marco referencial– apoyan la premisa fundamental de que el sexismo

9
ambivalente favorece y perpetúa las desigualdades entre hombres y mujeres en la
sociedad, a nivel general, y dentro de la pareja, a nivel particular.

El Sexismo y La Transgresión de Roles de Género en la Atribución de Culpa


a las Mujeres Agredidas Físicamente por sus Parejas

Cuando las personas sexistas ambivalentes evalúan una agresión cometida


en contra de una mujer, ponen especial atención a las características y
comportamientos de género de la víctima (Soto-Quevedo, 2012). Esto conduce a
que los individuos sexistas tiendan a sancionar aquel comportamiento que se
desvía de las normas de género (v.g. culpando a la víctima de la agresión) y a
recompensar aquel que se alinea con ellas (v.g. exonerándolas de culpa) (Abrams
et al., 2003; Becker, 2010; Glick & Fiske, 1996; Soto-Quevedo, 2012). Este
aspecto normativo/sancionador del sexismo ambivalente resulta clave para
comprender cómo, por qué y bajo qué circunstancias una mujer agredida
físicamente por su pareja es culpada –al menos en parte– por la agresión.
Para entender el modo en que el sexismo se relaciona con la normatividad
de género y, consecuentemente, con la justificación de la violencia contra las
mujeres, es preciso indagar en el concepto de roles de género. De acuerdo con
Alice Eagly y sus colaboradores (2004), los roles de género son expectativas
socialmente compartidas sobre el comportamiento de las personas de acuerdo a
su sexo socialmente identificado. A grandes rasgos, los roles de género agrupan
las características esperadas para cada sexo en dos categorías generales:
atributos comunales y atributos agénticos (agentic attributes) o instrumentales
(Eagly et al., 2004). Por un lado, de las mujeres tradicionalmente se ha esperado y
se espera aún que sean buenas cuidadoras del hogar, de la familia y de los hijos
(Godoy et al., 2009; Martin, 2009), que sean amables, agradables y sensibles
(Eagly et al., 2004; Rudman & Glick, 2001). Estos son algunos de los
comportamientos y características descritos por los teóricos como comunales, en
tanto se orientan hacia el grupo y la interdependencia. Por otro lado,

10
tradicionalmente se han sostenido las expectativas de que los hombres sean
dominantes, agresivos (Aymer, 2008; Guala, 2007), competitivos (Rudman &
Glick, 2001), independientes (Expósito & Herrera, 2009; Pratto & Walker, 2004) y
buenos proveedores para la familia (Chen et al., 2009; Godoy et al., 2009). Estas
cualidades forman parte de los atributos agénticos descritos por Eagly et al.
(2004).
Tales roles de género, por supuesto, propician la formación de estereotipos.
Más allá de sus orígenes, la identificación de los roles de género hace evidente su
normatividad tanto descriptiva como prescriptiva (Eagly et al., 2004), y su
correspondiente ligazón con el sexismo.
Nos encontramos entonces en condiciones de poder responder teóricamente
–y también en base a la evidencia empírica– a la interrogante de cómo se vinculan
el sexismo de los “observadores” de un caso de violencia y la transgresión de los
roles de género por parte de las mujeres agredidas al momento de ser evaluadas
por ellos. Antes de esto, sin embargo, es preciso mencionar que el mecanismo
causal que, hipotéticamente, va desde el sexismo del observador hasta la
atribución de culpa a la víctima, y que, en principio, sería moderado por la
transgresión de diferentes roles de género, no ha sido objeto de indagación
empírica directa hasta la fecha. Los estudios que más se han aproximado a ello
han sido los de Abrams et al. (2003), Masser et al. (2010) y Valor-Segura et al.
(2011). Los primeros están referidos a la culpa atribuida a mujeres que han sido
violadas por un conocido o por un desconocido, y el último investiga la culpa
atribuida a víctimas de violencia doméstica y exoneración del agresor. Los
objetivos de tales estudios experimentales llevaron a sus investigadores a
manipular variables como la cercanía del agresor (conocido vs. desconocido)
(Abrams et al., 2003), el tipo de estereotipo transgredido por la víctima (de género
vs. de víctima) (Masser et al., 2010) y la mención de la causa que motivó la
agresión física del marido (causa mencionada vs. causa no mencionada) (Valor-
Segura et al., 2011). Como se puede apreciar, en ninguno de estos casos (salvo
parcialmente en el estudio de Masser et al.) el foco principal fue examinar el efecto

11
de la transgresión de roles de género específicos en la evaluación que hacen
personas sexistas ambivalentes de la mujer agredida. El objeto de estudio del
presente trabajo es, por tanto, original, y viene a aportar al esclarecimiento de un
aspecto no investigado dentro del abundante cúmulo de estudios en la línea de
investigación sobre culpa atribuida a las mujeres violentadas por sus parejas y por
otros hombres.
Realizada la precisión anterior, ya se puede comenzar a vislumbrar una
respuesta teórica a aquella pregunta fundamental. Para empezar, se debe
mencionar que la Teoría del Sexismo Ambivalente postula que el SH se compone,
entre otras, de creencias relativas a la incompetencia de las mujeres en tareas que
requieren de rasgos instrumentales; por ello, quienes adhieren a este tipo de
sexismo, piensan que las mujeres no se encuentran preparadas para detentar el
poder ni económico, ni político ni legal (Glick & Fiske, 1996). Esto implica que
aquellas mujeres que presentan características instrumentales y que, por lo tanto,
amenazan el poder de los hombres (Herrera et al., 2012), transgreden las
expectativas de género de las personas sexistas hostiles, lo que las convierte en
blancos directos de sus evaluaciones negativas o, derechamente, de su
discriminación (v.g. Rudman & Glick, 2001). Por ejemplo, en un estudio cualitativo
en el que se emplearon grupos focales, Jonzon, Dang Vung, Ringsberg y Krantz
(2007) encontraron que profesionales de la salud, del área social y dirigentes
locales de comunidades rurales del norte de Vietnam, explicaban la violencia de
género, entre otros aspectos, argumentando que si una mujer trabajaba fuera del
hogar y obtenía recursos propios se exponía a ser agredida por su pareja, pues
esto podía llevar a que “eventualmente aparezcan en el marido sentimientos de
inferioridad” (p. 643). De esto se sigue que la cuestión central en la evaluación de
una mujer agredida, cuando se trata de observadores sexistas hostiles, es si ella
ha desafiado o no el poder de su marido dentro de la relación pareja o de la
familia.
Ahora bien, es esperable que personas sexistas benevolentes respondan a
un patrón diferente de evaluaciones de la mujer agredida. Glick, Fiske y sus

12
colaboradores (1996; 2000) dejan claro que, si bien serían complementarias y
coexistentes, ambas ideologías de género (SH y SB) generan formas distintas de
evaluar a miembros del sexo femenino. Para ponerlo en términos estadísticos, las
investigaciones empíricas han encontrado una y otra vez que la correlación entre
SH y SB no pasa de una magnitud moderada (Abrams et al., 2003; Durán et al.,
2010; Durán et al., 2011; Glick & Fiske, 1996; Glick et al., 2000; Masser et al.,
2010; Soto-Quevedo, 2012; Valor-Segura et al., 2011). Esto implica que, con toda
seguridad, los sexistas benevolentes evalúan a las mujeres con parámetros
normativos distintos a los empleados por los sexistas hostiles (Soto-Quevedo,
2012). Tal constatación no debe hacer olvidar que, en el común de las personas,
ambas ideologías coexisten en proporciones relativamente similares; de ahí que
tenga sentido hablar de sexismo ambivalente (Glick & Fiske, 1996). No obstante,
para los fines del objeto que aquí importa, es preciso hacer el ejercicio intelectual
de imaginar los “casos puros”: sexistas benevolentes por un lado y sexistas
hostiles por otro evaluando a la víctima de la agresión.
Así pues, es necesario mencionar que, según la teoría, el SB se compone de
los siguientes tipos de creencias: paternalismo protector (v.g. las mujeres deben
ser queridas y protegidas por los hombres), diferenciación complementaria de
género (v.g. las mujeres complementan a los hombres en aquellas cualidades que
ellos no poseen) e intimidad heterosexual (v.g. los hombres necesitan de las
mujeres afectiva y sexualmente) (Glick & Fiske, 1996). En resumen, las personas
sexistas benevolentes poseen una imagen mental completamente idealizada de
las mujeres. Por ello, cuando una mujer no calza con tal idealización, es esperable
que los sexistas benevolentes dejen de “protegerla” y comiencen a juzgarla
(Abrams et al., 2003; Becker, 2010; Glick & Fiske, 1996).
Pero, ¿qué comportamientos de las mujeres pueden llevar a personas con
estas creencias a “bajarlas del pedestal”? Ciertamente no tanto el desafío al poder
de los hombres como el incumplimiento de las obligaciones que se les han
asignado culturalmente por generaciones, como la crianza de los hijos y el cuidado
del hogar (v.g. Godoy et al., 2009; Pratto & Walker, 2004), por mencionar las más

13
emblemáticas y, tal vez, las más relevantes socialmente. De acuerdo con esta
forma de sexismo, tal como lo manifestara el personaje Betty Warren (Kirsten
Dunst) en la película La Sonrisa de la Mona Lisa (2003) del productor Juan
Gordon, las mujeres que no cumplen con sus obligaciones sociales no
desempeñan “el papel que nacieron para llenar”; luego, deben ser sancionadas.
Un claro ejemplo de esto proviene de una investigación con adultos chilenos de
ambos sexos en la que se encontró que las mujeres que eran agredidas por sus
maridos, eran percibidas como más culpables por personas altamente sexistas
benevolentes (pero escasamente sexistas hostiles) cuando se habían comportado
como “malas madres” que cuando habían sido buenas cuidadoras (Soto-Quevedo,
2012).
A modo de síntesis, entonces, se puede decir que, debido a su preocupación
por distintos aspectos del comportamiento femenino, sexistas hostiles y sexistas
benevolentes deberían tender a culpar de modos también distintos a víctimas que
han transgredido roles relativos a la jerarquía y poder de género y a las
obligaciones sociales y familiares de las mujeres. Este es el quid del objeto de
estudio que aquí se presenta, y los objetivos e hipótesis que lo formalizan se
encuentran en el siguiente apartado. Antes de su exposición, no obstante, se
considera necesario tratar el asunto de los cambios sociales que han
experimentado los roles de género en las últimas décadas en el mundo y en
nuestra sociedad, pues se trata de un paso fundamental para contextualizar
temporal y culturalmente el objeto de investigación.

Cambio y Permanencia de Los Roles de Género en Chile: Aspectos a


Considerar sobre su Función Moderadora entre Sexismo y Atribución de
Culpa

Un asunto que en Chile aparece reiteradamente en la investigación de los


últimos años al respecto, es que las personas se encuentran ante una redefinición
de lo que significa ser hombre o mujer (Godoy et al., 2009; Salinas & Arancibia,

14
2006; Sharim, 2005). A diferencia de lo ocurrido en épocas pasadas, hoy en día
existe una flexibilización de los roles de género, la que se evidencia
particularmente en la expansión de las áreas de influencia y participación de las
mujeres en la sociedad, al transitar desde el ámbito familiar y de cuidado del hogar
al del trabajo remunerado y la política, o, en términos algo más abstractos, a su
transitar desde la esfera social privada a la pública (Godoy & Mladinic, 2009).
Aun cuando en la actualidad este rol activo de las mujeres fuera del hogar es
evaluado (en general) de manera favorable (Salinas & Arancibia, 2006),
socialmente se sigue esperando de ella un protagonismo similar al del pasado en
el espacio de la vida privada, particularmente en el cuidado de los hijos y en las
labores domésticas (Godoy et al., 2009; Salinas & Barrientos, 2011). Estas
expectativas provienen, entre otras fuentes, de un sesgo social que consiste en
creer que el que una persona o grupo de personas realice determinadas tareas, se
debe a que posee rasgos intrínsecos que así se lo permiten (Godoy & Mlaninic,
2009). De acuerdo con Godoy y Mladinic (2009), el común de las personas piensa
que las mujeres por naturaleza son más cálidas, amables, sensibles y empáticas
que los hombres, a la vez que cree que estos últimos son más asertivos,
autónomos y activos que las primeras. Como consecuencia de estas creencias, el
que las mujeres se encuentren ligadas a las tareas domésticas y al cuidado, y los
hombres al trabajo y al ámbito público, deja de ser entendido como una
consecuencia de factores históricos y estructurales de la sociedad en que se vive,
y es naturalizado como una derivación de supuestos atributos inmanentes de los
sexos femenino y masculino, respectivamente (Salinas & Arancibia, 2006).
Puede decirse que lo que caracteriza la actitud y las creencias de las
personas sobre los roles de género en nuestros días, es una suerte de
ambivalencia similar a la del sexismo. Como lo ha expresado Sharim (2005), el
conflicto en la identidad de género actualmente pasa por la relación entre los
antiguos roles y la integración de los nuevos. A continuación, se revisará cómo se
expresa esto en los hallazgos de las investigaciones recientes.

15
Gazale (2005) se propuso comprender los elementos empleados por mujeres
profesionales de Concepción y Arauco para construir su identidad femenina, para
lo cual realizó una serie de entrevistas que fueron sometidas a análisis de
discurso. En concordancia con la tesis del cambio en los roles, las mujeres
profesionales más jóvenes se percibieron a sí mismas como más autónomas que
las mayores, sexualmente más activas e iguales a sus pares hombres a la hora de
actuar y decidir sobre sus vidas. Al mismo tiempo, sin embargo, su discurso
identitario giró fuertemente en torno a su rol familiar: “Las experiencias más
relevantes en la construcción de la identidad en mujeres con intereses de
profesionalización dicen relación con la familia como núcleo que impulsa la
profesionalización femenina, y que insta sobre todo a la independencia
económica” (Gazale, 2005, p. 177). Esto coincide con otros estudios de corte
cualitativo que evidencian esta tendencia entre las mujeres chilenas a definirse y
legitimarse a sí mismas a partir de la familia y de sus roles como madres y
cuidadoras (Salinas & Barrientos, 2011; Sharim, 2005).
Por su parte, en general, los hombres chilenos adultos son concientes y
reconocen que las mujeres actualmente tienen una participación más activa e
influyente en la vida pública (Salinas & Arancibia, 2006). Entre los varones
adolescentes incluso se ha encontrado un discurso de horizontalidad en las
relaciones entre los sexos y una tendencia a considerar que las labores y los roles
deben ser asignados arbitrariamente a las personas, es decir, sin que el sexo
domine tal asignación (Martin, 2009). Pero tales discursos no tardan en mostrar su
volubilidad cuando se trata del “núcleo más duro” de la identidad masculina. Lo
cierto es que los hombres, en especial los de mediana y mayor edad, sienten
incomodidad e incertidumbre especialmente en lo que respecta a la incursión de
las mujeres en el ámbito laboral (Salinas & Arancibia, 2006; Sharim, 2005). Como
Salinas y Arancibia afirman, el trabajo es un componente central de la
configuración identitaria de los hombres, por lo que se trata de “un territorio” en el
que se han desempeñado con completa libertad por generaciones. La incursión
relativamente reciente de las mujeres en él fragmenta las certezas y las

16
seguridades con las que ellos han contado históricamente. Tal vez por otras
razones, que todavía sería aventurado especificar, también los hombres más
jóvenes manifiestan una cierta reticencia a descartar de plano, por ejemplo, ciertas
jerarquías y diferenciaciones complementarias de género (Martin, 2009). En su
estudio cualitativo con adolescentes chilenos de nivel socioeconómico bajo, Martin
(2009) llegó a concluir que ciertos aspectos de la llamada “masculinidad
hegemónica” habían efectivamente desaparecido entre ellos (v.g. racionalidad y
privilegio de ejercer violencia), pero que, en cambio, otros permanecían
fuertemente (v.g. heterosexualidad).
Todo lo anterior implica que ya no es tan sencillo como en el pasado
establecer con claridad los límites de lo socialmente aceptable o punible para cada
sexo. Como muestran las evidencias recientes, la flexibilización y crisis de los
roles de género tradicionales en Chile parece indiscutible (v.g. Godoy & Mladinic,
2009; Gazale, 2005; Martin, 2009; Salinas & Arancibia, 2006; Sharim, 2009). Sin
embargo, se puede argumentar que el que tales roles se encuentren en crisis no
significa que los aspectos normativos del género no sigan operando, sino que han
comenzado a operar de formas diferentes. La identificación de estas diferencias es
la clave para entender el papel moderador que los roles de género femeninos
juegan actualmente en la evaluación que personas sexistas hacen de las mujeres
agredidas por sus parejas.
Los cambios producidos en las últimas décadas han flexibilizado ciertos roles
de género en su acepción adoptada aquí, es decir, expectativas sobre cómo se
comportan hombres y mujeres en general (Eagly et al., 2004), pero no han
modificado cierto núcleo identitario de género. Tal núcleo se refiere a
características psicológicas por un lado, y actividades y posiciones sociales por
otro. En el caso de los hombres, estas se refieren a su dominancia, agresividad y
competitividad, es decir, parte de los atributos de los roles de género masculinos
considerados como instrumentales. Así, por ejemplo, Salinas y Arancibia (2006)
reportan que hombres chilenos de variado nivel socioeconómico, cultural y de
diferentes edades, entienden el poder como la capacidad de permitir, ordenar,

17
administrar, mandar y manipular a otros. Más aún, muchos de ellos consideran
solapadamente que las mujeres no tienen tales capacidades. Particularmente,
según Sharim (2005), los hombres siguen definiéndose a sí mismos como sujetos
que ejercen el poder, no así las mujeres. Ese poder, como reportan los hombres
entrevistados en el estudio de Salinas y Arancibia (2006), se ejercería por medio
del dinero, la clase social y el conocimiento. Si se recuerda el argumento de Pratto
y Walker (2004), los hombres acceden a más poder que las mujeres (en este
caso, dinero, clase, etc.) gracias a que ejercen profesiones y oficios que así se lo
permiten. En consecuencia, teóricamente, una mujer debería ser juzgada de forma
más dura por sexistas hostiles cuando ejerza, con dominancia y competitividad,
trabajos o actividades fuera del hogar que le otorguen igual o más poder que a su
marido.
Es importante destacar los atributos de dominancia y competitividad como
parte de esta transgresión de roles de género por una razón muy simple: hay
evidencia de que las mujeres chilenas que se desempeñan en cargos de liderazgo
no son evaluadas ni laboral ni socialmente peor que hombres que desempeñan
esos mismos cargos; y que esto se debería, en parte, a que hoy en día se acepta
que las mujeres pueden liderar (Godoy & Mladinic, 2009). Algo similar ocurre en la
investigación internacional (v.g. Rudman & Glick, 2001). La percepción de
transgresión no aparece cuando las mujeres se desenvuelven de forma
profesional y competente, sino cuando lo hacen de forma agresiva, dominante y
competitiva (Rudman & Glick, 2001). Tales rasgos son considerados, como ya se
mencionó, atributos esenciales de la instrumentalidad masculina tanto a nivel
identitario como a nivel de expectativas.
Para concluir, un razonamiento similar se puede efectuar para establecer
cuáles son los comportamientos que transgreden los roles de género femeninos a
nivel de obligaciones sociales. En este caso, la evidencia es más concluyente aún:
a pesar de todos los cambios en los roles de género ocurridos en las últimas
décadas en Chile, todavía se espera que las mujeres sean buenas madres y
cuidadoras del hogar (Gazale, 2005; Salinas & Barrientos, 2011; Sharim, 2005;

18
Soto-Quevedo, 2012). Por tanto, para que una mujer agredida físicamente por su
pareja sea juzgada negativamente por sexistas benevolentes, bastaría con que
incumpla con su obligación social en el cuidado del hogar y de los hijos (Soto-
Quevedo, 2012).

19
III.Objetivos
Objetivo General
Examinar si la culpa atribuida a mujeres víctimas de agresión física dentro
del matrimonio es influida por el sexismo de los observadores y por la transgresión
de roles de género por parte de las víctimas.

Objetivos Específicos
1. Identificar los niveles de sexismo benevolente y hostil de quienes juzgan los
casos de agresión.
2. Conocer la evaluación que estos realizan sobre los comportamientos de las
mujeres agredidas, en términos de qué tan transgresores de los roles de
género los perciben.
3. Determinar el grado de culpa que los participantes atribuyen a las mujeres
por la agresión.
4. Examinar la relación entre el sexismo de los participantes, los
comportamientos de las mujeres agredidas y la culpa que aquellos les
atribuyen.

IV.Hipótesis

Hipótesis 1
Personas sexistas benevolentes, comparadas con personas sexistas
hostiles, ambivalentes y con personas poco sexistas, le atribuirán más culpa por la
agresión a una mujer cuando ella haya despreocupado sus obligaciones de
cuidado de los hijos y del hogar.

Hipótesis 2
Personas sexistas hostiles, comparadas con personas sexistas
benevolentes, ambivalentes y con personas poco sexistas, le atribuirán más culpa
por la agresión a una mujer cuando ella haya amenazado el poder de su marido.

20
V.Método

Se empleó un diseño experimental con dos grupos experimentales y un


grupo de control (ver figura 1). La manipulación experimental se realizó empleando
historias presentadas por escrito, y tanto las variables independientes como
dependientes del estudio fueron medidas empleando cuestionarios autoaplicables.
La aplicación de las encuestas se realizó de modo masivo, sin solicitar información
que permitiera identificar a los participantes con posterioridad, por lo que se pudo
garantizar su anonimato y la confidencialidad de la información por ellos provista.

Figura 1. Diseño Experimental para la Investigación1


GE1 X1 O1
GE2 X2 O2
GC - O3

Participantes
Utilizando un muestreo no aleatorio por conveniencia, fueron encuestados
217 estudiantes de la Universidad de Concepción (mujeres = 59%, hombres =
41%) que cursaban las siguientes carreras de pregrado: Antropología (29%),
Ciencias Políticas y Administrativas (10%), Fonoaudiología (23%), Ingeniería Civil
(22%) y Nutrición y Dietética (16%). Los participantes tenían una edad promedio
de 21 años (DE = 2,1).

Materiales e Instrumentos
En el estudio se recurrió a dos grupos de técnicas. Para la recolección de
información se emplearon técnicas de encuesta, en cambio para la generación del

1
GE1 = Grupo experimental 1; GE2 = Grupo experimental 2; GC = Grupo de control; X1 =
Tratamiento experimental 1 (abandono de obligaciones familiares); X2 = Tratamiento experimental
2 (desafío al poder del marido en la relación); - = Ausencia de tratamiento experimental (ausencia
de transgresión de roles de género); O = Medición de la variable dependiente.

21
tratamiento experimental se emplearon escenarios o historias ficticias presentadas
por escrito.

Sexismo ambivalente. Se utilizó el Inventario de Sexismo Ambivalente (ASI,


Glick & Fiske, 1996). El instrumento consta de 22 reactivos con respuesta Likert.
Se compone de dos escalas actitudinales que miden, respectivamente, sexismo
hostil y benevolente. El inventario ha mostrado buenas propiedades psicométricas
en estudios realizados en contextos sociales y culturales diversos (Glick et al.,
2000). Fue adaptado y validado en Chile por Cárdenas et al. (2010).

Atribución de culpa a la mujer agredida. La mayoría de las investigaciones


han medido la culpa atribuida a la víctima empleando reactivos múltiples
promediados en un índice de culpa (Abrams et al., 2003; Masser et al., 2010;
Valor-Segura et al., 2011). Esto obedece a que, de acuerdo con ciertas
teorizaciones, la culpa posee varios componentes (Witte, Schroeder, & Lohr,
2006). Por tal motivo, en la presente investigación se incorporaron dos reactivos
para evaluar la culpa a la mujer agredida, a saber: 1) “Cecilia no debería haberle
respondido a Patricio si no quería que él la abofeteara” (respuestas graduada: 1 =
totalmente en desacuerdo; 5 = totalmente de acuerdo) y 2) “¿Quién fue culpable
de que la discusión terminara en una bofetada?” (respuesta graduada: 1 = Cecilia;
5 = Patricio). El primero de estos reactivos da cuenta de lo que Witte et al. (2006)
denominan el “componente de control” de la culpa, es decir, hasta qué punto se
percibe que la persona agredida pudo haber o no controlado (al menos parte de)
las circunstancias que llevaron al desenlace violento. El segundo, por su parte,
evalúa más directamente el componente de culpa atribuida a cada una de las
partes. El índice de atribución de culpa a la víctima fue calculado a partir del
promedio de las respuestas a ambos reactivos (previa inversión de los puntajes
del reactivo 2). Teniendo como mínimo un puntaje de 1 y como máximo un puntaje
de 5, mayores puntuaciones en este índice pueden ser leídas como una mayor
atribución de culpa a la mujer agredida.

22
Manipulación Experimental. Fueron creadas tres historias escritas que
correspondían a cada condición del estudio, considerando para su confección los
elementos mencionados por las investigaciones más recientes dentro y fuera de
Chile acerca de los comportamientos y características de las mujeres que pueden
ser percibidos como transgresiones a los roles de género en nuestra sociedad y
tiempo (Gazale, 2005; Godoy & Mladinic, 2009; Rudman & Glick, 2001; Salinas &
Arancibia, 2006; Sharim, 2005; Soto-Quevedo, 2012).
Lo que tuvieron en común todos ellos, es que presentaron el caso de una
pareja casada con hijos. Los tres escenarios describían a los miembros de la
pareja, la actividad u oficio que desempeñaban y su relación con sus hijos. Hacia
el final del texto se mencionaba que, tras una discusión por asuntos de dinero, el
marido abofeteó a su esposa. La elección de una agresión física de intensidad
moderada (abofetear) obedeció a que, como algunos investigadores han
señalado, para el observador este tipo de agresión es más ambigua en términos
de sus causas que una agresión severa (Abrams et al., 2003; Witte et al., 2006).
Cuando una mujer es agredida severamente, el proceso atribucional se facilita
para quien juzga la situación, pues casi inequívocamente se ve impelido a culpar
al agresor. Por el contrario, cuando la agresión física es moderada, el observador
está más obligado a buscar información situacional adicional (v.g. comportamiento
de la víctima) que le permita definir el porqué de tal acto. Este es un principio que
se deriva de la investigación sobre atribuciones causales (Witte et al., 2006).
Ahora bien, los tres escenarios que se crearon mantuvieron constantes los
segmentos mencionados, excepto la descripción de la esposa. El tratamiento
experimental consistió precisamente en presentar distintas características y
comportamientos en la descripción escrita de la mujer de cada escenario.
En el escenario de la condición experimental 1 (transgresión del rol de
género por medio del abandono del cuidado del hogar y la familia) se la describió
como una mujer (Cecilia) que trabajaba fuera del hogar, obteniendo menos dinero
que su marido por su labor (Patricio). En la historia, la transgresión del rol de
cuidado fue operacionalizada en los siguientes términos: “Cuando [Cecilia] llega a

23
su casa lo único que quiere es descansar, por lo que no se preocupa de hacer el
aseo ni de cocinar. Tampoco tiene tiempo para dedicarle a sus hijos. Luego de
tomar una ducha, se acuesta a ver las telenovelas de la noche y pronto se queda
dormida”.
En la condición experimental 2 (transgresión de rol de género por medio del
desafío al poder del marido), Cecilia fue descrita con rasgos instrumentales y
desempeñando una actividad remunerada que le otorgaba más poder y mayores
recursos económicos y sociales que su marido, Patricio. La transgresión de roles
de género, en este caso, fue operacionalizada de la siguiente forma en el texto:
“Cecilia es subdirectora de asuntos financieros en un banco. Gana más dinero que
su marido. Ella es una mujer muy competitiva en su trabajo, incluso algo agresiva.
Sus subordinados la respetan y admiran. Tiene muchos contactos, gracias a los
cuales pudo conseguirle a su marido un puesto en otra sucursal del banco”.
Finalmente, en el escenario de la condición control, se la describió como una
mujer que trabaja remuneradamente fuera del hogar en una actividad que le
reportaba menos recursos que a su marido y que se preocupa por el cuidado tanto
del hogar como de los hijos.
El empleo de escenarios o viñetas experimentales en estudios de esta clase
es común (Abrams et al., 2003; Masser et al., 2010; Valor-Segura et al., 2011;
Witte et al., 2006). Una de sus desventajas más evidentes es que genera una
situación de evaluación bastante artificial para los participantes. En general, las
valoraciones que hacemos de otras personas en situaciones de la vida diaria se
forman a partir de otra clase de medios (v.g. conversaciones, observación directa,
etc.). En tales situaciones, por ejemplo, intervienen terceras personas, quienes
con su propia opinión pueden modificar nuestras apreciaciones. Debido a esto, el
empleo de escenarios ficticios presentados por escrito puede redundar en una
disminución de la validez externa de la investigación. Sin embargo, esta es una
limitación que se enfrenta comúnmente cuando el interés central es privilegiar
procedimientos que aseguren la legitimidad de las inferencias causales a realizar
(validez interna).

24
Procedimiento

Para el encuestaje se solicitó la colaboración de profesores de los


departamentos de Sociología, Psicología e Ingeniería de la Universidad de
Concepción, quienes dieron acceso a algunos de sus cursos de pregrado en
distintas carreras durante el segundo semestre de 2012. Aunque el muestreo no
era probabilístico, se buscó como participantes del estudio a universitarios de
ambos sexos que cursaran carreras de diferentes áreas: ciencias sociales
(Antropología y Ciencias Políticas y Administrativas), ciencias biológicas (Nutrición
y Dietética y Fonoaudiología) y matemáticas (Ingeniería Civil).
La aplicación fue realizada siempre de forma masiva (cursos de más de 20
estudiantes) y estuvo a cargo de dos encuestadores, estudiantes de cuarto año de
la carrera de Psicología en la universidad. Estos conocían el objetivo general del
estudio y fueron entrenados previamente respecto al procedimiento de aplicación,
que incluía presentarse frente a los cursos seleccionados, explicar de modo
amplio del sentido del estudio –que, de forma de no comprometer los objetivos,
hubo de exponerse como “conocer tu opinión sobre las relaciones de pareja y los
problemas que pueden surgir al interior de ellas”–, entregar las encuestas a
quienes consintieran participar (mediante su firma en la cara anterior de la
encuesta), dar las instrucciones para responder y retirar las encuestas una vez
concluidas. El procedimiento completo, según informaron posteriormente los
encuestadores, tomó aproximadamente entre 15 y 20 minutos.
Es relevante destacar que, aunque los encuestadores conocían la finalidad
global del estudio, no estaban al corriente sobre a qué condición experimental
correspondía cada encuesta. Previamente a hacerles entrega del conjunto de
ellas, el investigador mezcló de forma intercalada las encuestas de las tres
condiciones y les dio un código alfanumérico, que resumía “en clave” tanto la
condición como el orden de aplicación (ver sección Análisis Preliminares). Este
proceder tuvo por finalidad asignar al azar a los participantes de cada una de las
condiciones del estudio, de forma tal de poder garantizar la equivalencia de los

25
grupos experimentales y del grupo de control. Contrastes estadísticos posteriores
permitieron constatar que los tres grupos eran equivalentes en las variables
medidas (proporción por sexo, carrera, edad promedio, etcétera). Es esperable
que la asignación al azar haya distribuido igualmente de forma uniforme entre los
grupos todas las restantes diferencias individuales desconocidas (“variables
extrañas”) (Vieytes, 2004).

VI.Resultados

Estudio Piloto

Una vez fueron construidas las historias ficticias escritas, se las sometió a la
revisión por parte de un psicólogo social experto en diseños experimentales, quien
realizó comentarios y sugerencias para el mejoramiento de tales instrumentos.
Ya incorporadas las sugerencias del revisor y confeccionadas las historias
finales, se procedió a encuestar a estudiantes universitarios de ambos sexos,
seleccionados por conveniencia. La invitación a responder la encuesta anónima
fue enviada a una lista de contactos de alrededor de 300 universitarios, de los
cuales solo 22 contestaron (edad M = 20 años, DE = 1,6). La aplicación se realizó
vía Internet, utilizando una plataforma de elaboración y análisis de encuestas en
línea.
A cada tercio de los invitados a participar se le envió una versión diferente de
los escenarios experimentales creados (condición experimental 1: transgresión por
medio del abandono de obligaciones; condición experimental 2: transgresión por
medio del desafío al poder del marido; condición control: ausencia de transgresión
de roles de género). Luego de leer el escenario respectivo, sin embargo, todos los
participantes respondieron a los mismos dos indicadores en una escala tipo Likert
que iba de 1 a 5 (1 = muy en desacuerdo; 5 = muy de acuerdo); a saber: 1)
“Cecilia cumple bien su rol como cuidadora y dueña de casa”; 2) “Patricio ve
amenazado su poder en la relación de pareja”.

26
A pesar de que por el modo de selección y tamaño del grupo escogido no se
daba cumplimiento a los requerimientos para el uso de estadística paramétrica, se
realizaron dos análisis de varianza de 1 factor (ANOVA) para reconocer las
posibles diferencias entre ellos en los indicadores evaluados, en el entendido de
que se trataba de un estudio piloto y de que, en consecuencia, se podría operar
con criterios técnicos más laxos. En cada uno de estos análisis, el grupo fue
ingresado como factor o variable independiente, y el indicador como variable
dependiente.
Respecto al indicador 1, sobre la percepción de transgresión del rol de
cuidado, se constató la presencia de diferencias entre los grupos en sus medias (F
(21, 2) = 9,45; p < 0,001). La prueba post hoc utilizada corroboró que quienes
leyeron la historia de la condición 1 evaluaban que la mujer cumplía menos
apropiadamente con su rol de cuidadora (M = 1,83; DE = 0,41) que quienes
leyeron las historias de las condiciones 2 (M = 4,0; DE = 0,63) y control (M = 3,8;
DE = 1,31). Por su parte, respecto al indicador 2, sobre la percepción de
transgresión por medio del desafío al poder del marido, no se constató la
presencia de diferencias significativas entre los grupos (F (21, 2) = 1,34; p = 0,29),
a pesar de que quienes leyeron la historia de la condición 2 tuvieron una media
superior en el indicador (M = 3,83; DE = 0,75) que quienes leyeron la condición 1
(M = 2,83; DE = 1,47) y la condición control (M = 3; DE = 1,15).
Se evaluó que las diferencias presentes entre los grupos en el estudio piloto
iban en la dirección esperada, en el sentido de que quienes fueron expuestos a las
condiciones creadas con el objeto de ser percibidas como transgresiones de
determinados roles de género, asignaron puntuaciones marcadamente diferentes
en los indicadores diseñados para detectar tales percepciones que quienes fueron
expuestos a las historias de una transgresión diferente y de una ausencia de
transgresión.

27
Estudio Principal

Análisis Preliminares
Diferencias de sexo. Es usual que en estudios sobre sexismo ambivalente se
comiencen los análisis con una comparación de los niveles de sexismo hostil (SH)
y benevolente (SB) entre hombres y mujeres (Abrams et al., 2003; Glick & Fiske,
1996; Masser et al., 2010; Soto-Quevedo, 2012; Valor-Segura et al., 2011). Aquí
también se ha optado por presentar, además de dicho contraste, la comparación
de sus grados de atribución de culpa a la mujer agredida por su marido, sus
percepciones sobre el abandono de obligaciones familiares por parte de ella y sus
percepciones sobre el desafío de esta última al poder de su marido dentro de la
relación. Todos estos contrastes se realizaron sin hacer ninguna clase de filtro por
el grupo al que fueron asignados los participantes, puesto que su objetivo fue
precisamente averiguar si mujeres y hombres diferían entre sí en tales aspectos
actitudinales y de percepción social con independencia de la condición a la que
fueron expuestos.
Para ello, se utilizó la prueba t para muestras independientes, usando como
variable de agrupación el sexo del participante y como variables dependientes
cada una de las cinco mencionadas en el párrafo anterior.
Los resultados indicaron que mujeres y hombres difirieron tanto en sus
grados de SH y como de SB. Los hombres tuvieron, en promedio (M = 3,34; DE =
0,78), un puntaje significativamente más elevado en la escala de SH que las
mujeres (M = 2,97; DE = 0,74) (t(208)= -3,42; p < 0,001). También tuvieron un
puntaje significativamente más alto (M = 3,45; DE = 0,94) que las mujeres (M =
3,12; DE = 0,96) en la escala de SB (t(207)= -2,44; p < 0,01). Estos datos
concuerdan con los de investigaciones precedentes en diversos contextos
culturales según los cuales los hombres tienden a mayores niveles de sexismo
ambivalente que las mujeres (v.g. Canto, San Martín & Perles, 2014; Glick et al.,
2000; Peixoto, 2010; Russell & Trigg, 2004; Soto-Quevedo, 2012; Trangsrud,
2010).

28
No hubo diferencias estadísticamente significativas entre hombres y mujeres
en las restantes tres variables.
Efecto de las condiciones experimentales. Se esperaba que las dos
condiciones experimentales a las que fueron expuestos los participantes al leer las
viñetas, generaran evaluaciones diferentes entre ellos respecto a la naturaleza de
la transgresión de roles de género supuestamente cometida por parte de la mujer.
Para verificar si se había cumplido este supuesto metodológico fundamental,
fueron introducidos dos indicadores hacia el final de las mediciones –cuyo detalle
se encuentra en la sección Método–: uno sobre percepción de abandono de
obligaciones familiares y otro sobre percepción de desafío al poder del marido.
Las hipótesis de trabajo aquí fueron dos: (1) en el grupo experimental 1 los
participantes puntuarían más alto en el indicador de abandono de obligaciones
que en los grupos control y experimental 2; y (2) en el grupo experimental 2 los
participantes puntuarían más alto en el indicador de desafío al poder que en los
grupos control y experimental 1.
Para poner a prueba esto, se emplearon dos Análisis de Varianza (ANOVA)
en los que el grupo entró como factor o variable independiente, y cada uno de los
indicadores de transgresión de los roles de género como variable dependiente.
En cuanto al indicador de percepción de abandono de obligaciones
familiares, el ANOVA arrojó que existían diferencias estadísticamente significativas
entre grupos (F(2, 208) = 104,89; p < 0,001). De acuerdo con la prueba de Tukey,
se formaron dos subconjuntos homogéneos en cuanto a sus medias: por un lado,
el grupo experimental 1 con una M = 3,81 (DE = 1,09) y, por otro, los grupos
control (M = 1,80; DE = 0,93) y experimental 2 (M = 1,71; DE = 0,86) (p < 0,05).
Esto indica que, como se esperaba, en la condición experimental 1, el
comportamiento y las características de la mujer descrita en la viñeta fueron
efectivamente percibidos como más transgresores de los roles tradicionales de
cuidado del hogar y de los hijos que en los restantes grupos.
Por su parte, en cuanto al indicador de desafío al poder del marido, el
ANOVA igualmente informó que existían diferencias significativas entre grupos

29
(F(2, 208) = 14,99; p < 0,001). La prueba de subconjuntos homogéneos de Tukey
dio cuenta nuevamente de la presencia de dos agrupaciones en cuanto a
diferencia de medias: de un lado estaban los grupos experimental 1 (M = 2,89; DE
= 1,18) y control (M = 3,20; DE = 1,17) y, del otro, el grupo experimental 2 con una
media superior (M = 3,78; DE = 1,07) (p < 0,05). Como es evidente, estos
resultados indican que en el grupo experimental 2, tal como se esperaba, el
comportamiento y las características de la mujer descrita en la viñeta fueron
percibidos por los participantes como más desafiantes al poder del marido dentro
de la relación de pareja que en los otros dos grupos.

Efecto del orden de presentación de las mediciones. Es bien sabido entre los
metodólogos que la posible interacción de la medición de variables antes y
después del tratamiento en un estudio controlado puede invalidar internamente el
experimento (Vieytes, 2004). El diseño experimental empleado en esta
investigación no se encontraba exento de un posible sesgo en tal dirección.
Así, en este caso, la aplicación de la escala de sexismo ambivalente
previamente a la lectura del escenario ficticio que contenía la condición
experimental respectiva, podría haber predispuesto a los participantes a poner
más atención a los comportamientos de género de la víctima de violencia y, de
esta forma, haber influido sobre la atribución de culpa. Por otro lado, la aplicación
de la escala de sexismo ambivalente con posterioridad a la lectura del escenario
ficticio, pudo haber implicado que éste último haya modificado de alguna forma las
respuestas a la escala actitudinal.
Con el objetivo de estimar en qué medida el sesgo de interacción de las
mediciones pudo haber tenido un impacto no deseado sobre la variable
dependiente –es decir, sobre atribución de culpa a la mujer agredida–, se tuvo la
precaución de incorporar en todos los cuestionarios los dos órdenes diferentes al
momento de la aplicación. De este modo, la mitad de los participantes, con
independencia de la condición a la que fueron asignados, respondieron primero la

30
escala actitudinal y luego a las mediciones de atribución de culpa tras leer el
escenario ficticio; la otra mitad de los participantes respondió en el orden inverso.
Para el contraste estadístico, se empleó una prueba t para muestras
independientes, con la atribución de culpa a la víctima como variable dependiente
y el grupo de orden de medición como independiente (orden 1 = escala actitudinal
y luego escenario; orden 2 = escenario y luego escala actitudinal). Los resultados
de este análisis indicaron que no hubo diferencias estadísticamente significativas
en la atribución de culpa promedio asignada entre quienes respondieron en el
orden 1 (M = 1,58; DE = 0,60) y quienes lo hicieron en el orden 2 (M = 1,55; DE =
0,61) (t(211)= 0,40; p = 0,68). Esto parece descartar que las mediciones y el
tratamiento experimental hayan tenido un efecto interactivo indeseado sobre la
atribución de culpa a la mujer agredida.

Análisis Principales

Todos los análisis estadísticos fueron realizados empleando el programa


estadístico SPSS en su versión 15.0, en español.

Análisis descriptivos y tipificación del sexismo


En primera instancia se hizo una evaluación univariada de las tres variables
principales del estudio, sexismo benevolente, sexismo hostil y atribución de culpa
a la víctima. Para todas ellas se obtuvieron estadísticos de tendencia central
(media, mediana y moda), estadísticos de dispersión (desviación estándar y rango
intercuartílico), estadísticos de forma (asimetría y curtosis) e histogramas. A partir
de estos procedimientos se evidenció que las dos mediciones de sexismo tenían
una distribución similar a la normal, pero la atribución de culpa a la víctima poseía
una distribución con una marcada asimetría positiva.
En la tabla 1 se muestran los principales estadísticos descriptivos de las
variables mencionadas, las correlaciones de orden cero entre ellas y los
coeficientes alfa de Cronbach de las subescalas de sexismo hostil y benevolente.

31
Tabla 1
Media, Desviación Estándar, Alfa de Cronbach para Atribución de Culpa
a la Víctima (CV), Sexismo Benevolente (SB), Sexismo Hostil (SH) y
Coeficientes de Correlación de Orden Cero entre ellos (N = 213)

Variables M DE α CV SB SH
CV 1,56 0,61 – – 0,13 -0,02
SB 3,26 0,96 0,83 – 0,39**
SH 3,12 0,80 0,80 –
**p < 0,01

Como era de esperarse, el sexismo hostil y el sexismo benevolente tuvieron


una correlación de débil a moderada entre sí (r de Pearson = 0,39; p < 0,01). La
atribución de culpa, en cambio, no se relacionó linealmente con ninguno de ellos
de forma bivariada.
Ahora bien, puesto que las hipótesis del estudio asumían la presencia de
categorías de individuos respecto al tipo de sexismo predominante entre ellos
(benevolentes, hostiles, ambivalentes y poco sexistas), se hizo necesario tipificar a
los participantes haciendo un cruce entre sus puntajes en las escalas de sexismo
hostil y benevolente. En este procedimiento se optó por utilizar como puntaje de
corte la mediana de la escala respectiva.
Se clasificó como “sexistas benevolentes” a todas las personas que tuvieron
un puntaje por sobre la mediana en la escala de SB y que, además, tuvieron un
puntaje por debajo de la mediana en la escala de SH. “Sexistas hostiles” fueron
clasificados quienes tuvieron un puntaje sobre la mediana en SH y bajo la
mediana en SB. Se entendió por “sexistas ambivalentes” a aquellas personas que
obtuvieron puntajes por sobre la mediana en ambas escalas. Por último, las
personas “poco sexistas” fueron quienes puntuaron bajo la mediana en ambas.
La aplicación de los criterios descritos en el párrafo anterior dio pie a las
siguientes distribuciones en la muestra total, por orden de tamaño: poco sexistas

32
(n = 68; 31%), ambivalentes (n = 67; 31%), benevolentes (n = 43; 20%) y hostiles
(n = 39; 18%).

Análisis inferenciales
En los análisis descriptivos de los datos se hizo patente que la atribución de
culpa a la víctima tenía una distribución de frecuencias marcadamente asimétrica.
Esto, en conjunto con el deseo de privilegiar procedimientos lo más simples
posibles en la puesta a prueba de las hipótesis, hizo que se optara por utilizar
técnicas estadísticas no paramétricas.
Ambas hipótesis del estudio fueron indagadas utilizando tanto la prueba de
Kruskall-Wallis (equivalente no paramétrico del Análisis de Varianza, ANOVA)
como la prueba de la mediana, que no es más que una prueba Chi-Cuadrado de
Pearson que divide a los participantes de acuerdo a sus puntajes en la variable
dependiente (en este caso, la culpa atribuida) en un grupo sobre y otro bajo la
mediana. La utilización de dos pruebas en lugar de una se debió a que, dado que
la prueba de Kruskall-Wallis en el software estadístico empleado no ofrecía ningún
equivalente a los análisis post-hoc propios de un ANOVA, no habría forma de
identificar entre qué grupos se hallaban las diferencias con significación
estadística, en caso de que las hubiera. La prueba de la mediana podría facilitar
tal identificación.
Se realizaron tres grupos de análisis, uno para cada condición experimental.

Condición control. Usando la prueba Kruskal-Wallis se evidenció que, en el


grupo control, los rangos promedio de la culpa asignada a la mujer por parte de
sexistas benevolentes (rango = 35,7), hostiles (rango = 26,1), ambivalentes (rango
= 38,4) y no sexistas (rango = 32,8) no difirieron de forma estadísticamente
significativa entre sí (χ2 (3, n = 67) = 3,67, p = 0,30). La prueba de la mediana
arrojó un resultado similar, pues dio cuenta de que la tipificación sexista de los
participantes no se asoció estadísticamente con si estos le asignaban más o

33
menos culpa (χ2 (3, n = 67) = 3,37, p = 0,34). En la figura 2 se grafican los
resultados.
Es posible observar que, aunque en magnitudes algo distintas, en los cuatro
grupos una proporción mayor de los participantes tendió a no culpar a la mujer por
la agresión en la condición control, es decir, cuando ella no había transgredido
ningún rol de género.

Condición Control

18
16
14
12
10 Culpan
8 No culpan
6
4
2
0
No sexistas Benevolentes Hostiles Ambivalentes

Figura 2. Atribución de culpa a la mujer agredida en la condición control según tipificación del
sexismo de los participantes

Condición experimental 1: Transgresión de rol de género por medio del


descuido de obligaciones familiares. La prueba de Kruskal-Wallis arrojó que no
había diferencias estadísticamente significativas entre los rangos promedio de
culpa asignados por los no sexistas (rango = 37,3), benevolentes (rango = 29,8),
hostiles (rango = 26,1) y ambivalentes (rango = 39,9) (χ2 (3, n = 71) = 4,43, p =
0,22). A nivel de proporciones de atribución de culpa por grupos, sin embargo, la
prueba de la mediana estuvo cerca de alcanzar la significación estadística
tradicional del 5% (χ2 (3, n = 71) = 6,33, p = 0,09). Si se asume un criterio no

34
demasiado laxo en lo estadístico (esto es, una probabilidad de error del 9%),
puede decirse que este segundo test no paramétrico detectó una asociación entre
la tipificación sexista de los participantes y la culpa que asignaron a la mujer.
La naturaleza de tal asociación puede comprenderse al analizar los datos
que se presentan en la figura 3. En ella se evidencia que, a diferencia de lo que
ocurrió en los tres restantes grupos, entre los sexistas ambivalentes una mayor
proporción de los participantes tendió a culpar a la mujer presentada en la
condición experimental 1, cuando la transgresión al rol de género estuvo dada por
su supuesto descuido de ciertas obligaciones familiares.

Condición Experimental 1

18
16
14
12
10 Culpan
8 No culpan
6
4
2
0
No sexistas Benevolentes Hostiles Ambivalentes

Figura 3. Atribución de culpa a la mujer agredida en la condición experimental 1 según tipificación


del sexismo de los participantes

Condición experimental 2: Transgresión de rol de género por medio del


desafío al poder del marido en la relación. En esta condición experimental la
prueba de Kruskal-Wallis indicó que había diferencias significativas en los rangos
promedio de culpa asignados a la mujer agredida entre los no sexistas (rango =
37), benevolentes (rango = 50), hostiles (rango = 24,9) y ambivalentes (rango =

35
42,7) (χ2 (3, n = 75) = 13,0, p = 0,005). La prueba de la mediana también alcanzó
significación estadística (χ2 (3, n = 75) = 12,5, p = 0,006), y sus resultados se
presentan gráficamente en la figura 4. En ella se observa que, a diferencia de los
restantes tres grupos, en el grupo de los sexistas benevolentes hubo una mayor
proporción de personas que le atribuyeron culpa a la mujer en esta condición, en
la que la transgresión a los roles de género estuvo dada por su aparente desafío al
poder de su marido en la relación.

Condición Experimental 2

18
16
14
12
10 Culpan
8 No culpan
6
4
2
0
No sexistas Benevolentes Hostiles Ambivalentes

Figura 4. Atribución de culpa a la mujer agredida en la condición experimental 2 según tipificación


del sexismo de los participantes

36
VII.Discusión

Los resultados del estudio realizado no dieron apoyo a ninguna de las dos
hipótesis planteadas. Por un lado, en la condición experimental 1, en la que la
mujer agredida físicamente por su marido había supuestamente descuidado sus
obligaciones como madre y cuidadora del hogar, hubo una mayor proporción de
participantes sexistas ambivalentes que le atribuyeron culpa por la agresión, pero
no una mayor proporción de sexistas benevolentes, como había sido predicho. A
su vez, por otro lado, en la condición experimental 2, en la que la mujer agredida
había supuestamente desafiado el poder de su marido en la relación de pareja,
hubo una mayor proporción de participantes sexistas benevolentes que la culparon
por la agresión, pero no una mayor proporción de sexistas hostiles, como había
sido hipotetizado.
De acuerdo con la teoría del sexismo ambivalente, el poder estructural de los
hombres en la sociedad se encuentra sustentado ideológicamente por dos
tendencias actitudinales aparentemente opuestas, el sexismo hostil y el sexismo
benevolente (Chen et al., 2009; Glick & Fiske, 1996; Glick & Whitehead, 2010;
Herrera et al., 2012). La disonancia cognitiva que pudiera producir tal ambivalencia
(despreciar y amar a las mujeres al mismo tiempo) es resuelta por medio de un
mecanismo que consiste en dividir mentalmente a las mujeres en dos tipos, “las
buenas y las malas mujeres” (Glick & Fiske, 1996; Rodríguez, Lameiras, Carrera &
Faílde, 2009). Para los sexistas, las buenas mujeres son aquellas que se someten
a los hombres, que los complementan en aquellas características de las que ellos
supuestamente carecen (v.g. sensibilidad, capacidad de cuidar de otros,
amabilidad, etc.) y que cumplen con los roles que socialmente se les han asignado
de forma tradicional (v.g. madres y dueñas de casa). De acuerdo con la teoría,
este tipo de mujeres recibe los beneficios del sexismo benevolente, es decir, todo
aquel cúmulo de creencias que las idealiza en sus roles tradicionalmente
aceptados. A su vez, para los sexistas, las malas mujeres son aquellas que
intentan disputar el poder con los hombres, ya sea por medio del uso de sus

37
encantos sexuales o empleando su astucia y otras características
estereotípicamente atribuidas a los hombres (dominancia, agresividad, arrojo, etc.)
para incursionar en roles que “son propios” de estos (Canto et al., 2014; Fiske &
Glick, 1995; Gaunt, 2013; Glick & Fiske, 1996; Rodríguez et al., 2009). Estas
mujeres serían objeto de la hostilidad de los hombres y de las mujeres que apoyan
la existencia de diferencias de poder en la sociedad basadas en el género.
Cuando una mujer es agredida por su marido en una relación de pareja,
quienes hacen un juicio acerca de tal agresión pueden prestar atención a una
cantidad indeterminada de factores. No obstante, existe un cierto número de
evidencia empírica respecto a lo crucial que resultan en tales casos tanto el
sexismo de quienes hacen el juicio como los roles de género posiblemente
transgredidos por la víctima de violencia (Abrams et al., 2003; Durán et al., 2010;
Gaunt, 2013; Masser et al., 2010; Soto-Quevedo, 2012; Trangsrud, 2010; Valor-
Segura et al., 2011; Viki & Abrams, 2002). De acuerdo con los planteamientos de
la teoría del sexismo ambivalente, sería esperable que las mujeres que
transgredieran roles de género tradicionales referidos al cuidado del hogar y de los
hijos fueran objeto de la sanción por parte de quienes adscriben más fuertemente
a las creencias del sexismo benevolente, y que las mujeres que transgredieran
roles de género por medio del desafío al poder de los hombres lo fueran de
quienes adhieren más al sexismo hostil. Sin embargo, en este estudio los
participantes que les asignaron mayor culpa a las mujeres en cada una de estas
condiciones tendían a sustentar un tipo de sexismo distinto del así predicho.

Evaluación de los hallazgos en torno a la hipótesis 1

En el escenario de la condición experimental 1, donde la descripción de la


esposa apuntaba hacia un supuesto incumplimiento de sus obligaciones como
madre y cuidadora del hogar, fueron los sexistas ambivalentes quienes tendieron a
culparla en una mayor proporción por la agresión de su marido. De acuerdo con lo
que sabemos, los sexistas ambivalentes sustentan a la vez creencias hostiles

38
hacia las mujeres que desafían el estatus privilegiado de los hombres y creencias
benévolas hacia aquellas que se conforman con los roles tradicionales de género,
como la maternidad y el dedicarse encarecidamente al hogar (Becker, 2010; Glick
& Fiske, 1996; Lee et al., 2010; Rodríguez et al., 2009). Si bien la mujer del
escenario 1 transgredió este segundo rol de género, no violó explícita ni
implícitamente las normas de género vinculadas al mayor poder de su marido en
la relación. ¿Cómo puede entonces explicarse que fueran los ambivalentes y no
los benevolentes quienes la culparan más por la agresión? Es posible que la
explicación para esto provenga de las particularidades del escenario escrito
presentado y su interpretación por parte de los sexistas ambivalentes.
Es preciso hacer notar que los sexistas ambivalentes son los más férreos
defensores de las ideologías tradicionales y del status quo en las relaciones de
género. Ellos “reflejan la defensa de las convenciones sociales tradicionales”
(Canto et al., 2014, p. 59), puesto que respaldan tanto las normas hostiles como
benevolentes a la vez. Tal defensa llega a ser tan fuerte, que puede provocar que
los ambivalentes, incluso más que los benevolentes y los hostiles, justifiquen y/o
toleren el uso de la violencia física y sexual de los hombres sobre las mujeres. Un
ejemplo de esto proviene de un estudio realizado con universitarios del Medio
Oeste de Estados Unidos. Russell y Trigg (2004) midieron la tolerancia de sus
participantes hacia el abuso sexual y otra serie de variables ideológicas, tales
como los estereotipos de género tradicionales, la dominancia social y el sexismo
ambivalente. Uno de sus objetivos consistió en determinar cuál de todas estas
variables explicaba de mejor forma la tolerancia hacia el abuso, para lo cual se
empleó un análisis de regresión múltiple. Los resultados de este análisis indicaron
que ser sexista ambivalente era la variable que mejor predecía una mayor
tolerancia hacia el abuso sexual; incluso más que ser sexista hostil, sostener
creencias tradicionales sobre los roles de género y tener un alto nivel de
dominancia social (Russell & Trigg, 2004).
Ahora bien, recientemente, Gaunt (2013) hizo un estudio con jóvenes
israelíes de entre 20 y 30 años (la mayoría con educación universitaria completa),

39
en el que se propuso descubrir si había diferencias en el modo en que sexistas
hostiles y benevolentes percibían a mujeres descritas en escenarios escritos,
donde violaban o cumplían con dos tipos diferentes de roles de género, similares a
los utilizados en la presente investigación. En uno de estos escenarios se
presentaba a una mujer en el rol de cuidadora del hogar con un trabajo de tiempo
parcial y un marido proveedor. Los resultados respecto a quienes fueron
expuestos a este escenario mostraron que, aunque los sexistas benevolentes
(como había sido predicho) tuvieron una percepción favorable de la mujer
cuidadora, los sexistas hostiles, contrariamente a lo que se hubiera esperado,
tuvieron una percepción negativa de esta mujer. Gaunt (2013) explicó este hecho
argumentando que, posiblemente, el que la mujer descrita tuviese un trabajo de
tiempo parcial, teniendo ya un marido proveedor, la hizo aparecer ante los hostiles
como una mujer no tradicional, y el que se preocupara del cuidado de sus hijos
hizo que los benevolentes se sintieran agradados hacia ella.
A la luz de las interpretaciones de Gaunt (2013) y de lo que sabemos de los
sexistas ambivalentes sobre su tradicionalismo y tendencia a justificar el uso de la
violencia género (Canto et al., 2014; Russell & Trigg, 2004), podemos hacernos
una idea de por qué en este estudio fueron ellos quienes culparon más
fuertemente a la mujer del escenario 1. Al igual que en la viñeta de Gaunt (2013),
la mujer descrita en el primer escenario de esta investigación no solo era madre y
esposa, sino que también trabajaba de forma independiente fuera de su hogar.
Este segundo aspecto de la mujer descrita fue introducido acá con el afán
metodológico de mantener constantes todas las variables entre las condiciones,
con la sola excepción de la manipulación respectiva de rol de género transgredido.
No obstante, es probable que, al igual que en el estudio llevado a cabo con los
jóvenes de Israel, la alusión al estatus laboral de la mujer pudiera haber tenido el
efecto no previsto de complejizar las evaluaciones de los sexistas sobre la
responsabilidad de ella en la agresión de la que fue víctima.
Así pues, en línea con lo argumentado por Gaunt (2013), el que la mujer
trabajara fuera del hogar teniendo un marido proveedor, pudo –de forma no

40
prevista– hacer saliente una violación al rol sumiso que sabemos que los sexistas
hostiles esperan de parte de las esposas hacia sus maridos (Becker, 2010; Glick &
Fiske, 1996; Lee et al., 2010; Rodríguez et al., 2009). Al mismo tiempo, la falta de
cuidado otorgado a sus hijos y a las labores domésticas pudo activar –como sí
había sido previsto– el enjuiciamiento de los sexistas benevolentes. Si este fuera
el caso, la mujer presentada en esta condición experimental no violó solamente los
estándares benevolentes, sino también los estándares hostiles. Puesto que los
sexistas ambivalentes serían los más susceptibles a juzgar de forma negativa las
dobles transgresiones a las normas de género (Canto et al., 2014; Glick & Fiske,
1996), su mayor tendencia a culpar a la mujer bajo tales circunstancias se haría de
pleno comprensible en términos teóricos.

Evaluación de los hallazgos en torno a la hipótesis 2

En la condición experimental 2, donde la mujer era descrita con rasgos


instrumentales, más poder social y recursos que su marido, quienes le atribuyeron
proporcionalmente más culpa por la agresión fueron los sexistas benevolentes. Sin
embargo, la hipótesis 2 planteaba que serían los sexistas hostiles quienes la
culparían en mayor medida.
Una mujer competitiva, agresiva, independiente y más exitosa que su marido
es lo que Fiske y Glick (1995) identificaron (entre otros aspectos) como una mujer
“no tradicional”. El estereotipo de estas mujeres es que ellas tienen rasgos
masculinos en sus formas de ser y que buscan asumir roles que son propios de
los hombres. Este se enfrenta de lleno con las creencias centrales del sexismo
hostil, que suponen, entre otros, que los hombres deben ocupar las posiciones de
liderazgo precisamente porque ellos tendrían las características necesarias para
ejercerlo (Fiske & Glick, 1995; Godoy & Mladinic, 2009; Rudman & Glick, 2001).
Un ejemplo de esto, proviene de un estudio llevado a cabo con profesionales
argentinas (Burin, 2004). En él se encontró que estas mujeres tendían a
encontrarse en sus carreras laborales con lo que se ha denominado como “techo

41
de cristal”, es decir, una barrera cultural que les impedía seguir ascendiendo y
desarrollándose a la par de sus colegas hombres. Entre otros aspectos, esta
barrera estaba conformada por estereotipos presentes en su medio laboral,
referidos a la supuesta incapacidad de las mujeres para afrontar situaciones
difíciles y conflictivas en el trabajo, o al temor que ellas tendrían hacia asumir
posiciones de mayor poder dentro de las organizaciones (Burin, 2004).
Ahora bien, la investigación de Gaunt (2013) es el intento más reciente y
directo por evaluar la relación entre la percepción que tienen las personas de
mujeres que violan este rol tradicional de género en la familia, y sus niveles de
sexismo hostil y benevolente. En la sección anterior de esta discusión, se
mencionó uno de los escenarios escritos usados por Gaunt en su estudio, que
aludía a una mujer cuidadora con jornada de trabajo parcial fuera de su hogar.
Adicionalmente, sin embargo, en su estudio con jóvenes israelíes, ella también
incluyó un segundo escenario en el que se describía a una mujer que, a diferencia
de la anterior, era la principal sostenedora de un hogar conformado por ella, sus
dos hijos menores de edad y su marido. La investigadora hipotetizó, en línea con
la Teoría del Sexismo Ambivalente y de forma similar a como se hizo en el
presente trabajo, que el sexismo hostil de los participantes se asociaría con
percepciones negativas de esta mujer. Los resultados dieron apoyo a su hipótesis.
Asimismo, constató el hecho de que el sexismo benevolente de los participantes
no se relacionó de forma significativa con la percepción de aquella. En
consecuencia, el estudio de Gaunt (2013) da soporte a la predicción de la Teoría
del Sexismo Ambivalente en cuanto a que son los sexistas hostiles quienes juzgan
más severamente a las mujeres que incursionan en los roles tradicionalmente
asociados a los hombres, no así los sexistas benevolentes.
Las razones que explican que en la investigación aquí presentada no se
haya cumplido dicha predicción no son claras. No parece posible que el SB
hubiera activado una norma sancionadora superior a la del SH en lo que se refiere
a una situación de desafío al poder del marido por parte de una esposa “no
tradicional”, puesto que en otras investigaciones ya se ha visto que la cara

42
benevolente del sexismo no se encuentra asociada con las reacciones negativas
en contra de las mujeres que promueven tales cambios (Gaunt, 2013; Glick &
Fiske, 1996; del Prado & Bustillo, 2007). Bien podría pensarse que universitarios
de una edad de alrededor de 20 años no consideran que sea un desafío a los
roles de género el que una mujer tenga características agénticas y sea más
exitosa que su marido y que, en consecuencia, esto haya impedido que se
gatillase la norma de género sancionadora proveniente de la actitud hostil. No
obstante, esto parece improbable, debido a que en estudios con población de
similares características de edad y nivel educacional, el SH ha mostrado estar
correlacionado con los estereotipos de género, la minimización de la violencia
contra las mujeres y las reacciones negativas hacia aquellas que incursionan en
los campos históricamente asociados con el poder masculino (Gaunt, 2013;
Herrera et al., 2012; Peixoto, 2010).
Los datos de este estudio contradicen la idea de que los sexistas hostiles
culparán más fuertemente que los benevolentes a las mujeres agredidas por sus
maridos cuando ellas hayan transgredido los roles tradicionales de género por
medio de un desafío al poder de ellos en la relación. Sin embargo, debido a que
en la literatura no existen antecedentes que vayan en esa dirección, es preciso
interpretar tales datos con cautela, y esperar que futuros estudios (idealmente
controlados) permitan una mejor dilucidación de las interrogantes que este nuevo
hallazgo supone.

Implicancias y limitaciones del estudio

Aunque las hipótesis del estudio aquí presentado no se cumplieron, lo cierto


es que sí se comprobó el supuesto más básico subyacente de que el sexismo de
los observadores de un caso de violencia de pareja interactúa con las normas de
género que ellos perciben que han sido violadas por la mujer agredida (Abrams et
al., 2003; Durán et al., 2010; Gaunt, 2013; Masser et al., 2010; Soto-Quevedo,
2012; Trangsrud, 2010; Valor-Segura et al., 2011; Viki & Abrams, 2002). En este

43
sentido, la presente investigación se constituye en un aporte adicional de
evidencia empírica a una línea de investigación con gran relevancia en el campo
de la psicología social. En particular, los resultados aquí presentados apuntalan la
idea de que en la explicación de la violencia de género es preciso atender tanto a
factores ideológicos como de la situación de violencia (Durán et al., 2010).
A un nivel más global, los hallazgos de este trabajo son concordantes con la
idea tal vez más fundamental de la teoría propuesta por Glick y Fiske, esto es, que
el sexismo ambivalente es una ideología de género que ha servido y sigue
sirviendo a la creación y mantención de las relaciones jerárquicas entre hombres y
mujeres (Glick & Fiske, 1996; Glick et al., 2000; Herrera et al., 2012; Lee et al.,
2010).
Al igual que en un trabajo anteriormente realizado con población chilena
adulta, este estudio parece responder a algunas interrogantes y, a la vez, generar
otra serie de ellas (Soto-Quevedo, 2012). Así, si bien se comprueba que las
ideologías sexistas son cruciales en la justificación de la violencia de pareja, y que
los roles de género tradicionales son una suerte de “camisa de fuerza” que aún
ejerce su poder restrictivo sobre las mujeres (y, con certeza, también sobre los
hombres) –en tanto las restringe a ámbitos de acción de limitada influencia y les
impiden gozar de prerrogativas que aún se consideran “de los hombres”–, lo cierto
es que surgen una serie de preguntas adicionales: si aún entre personas jóvenes y
de elevado nivel educacional se justifica la violencia de género ¿en qué medida
los cambios socioculturales producidos en las sociedades occidentales durante los
últimos años –y en Chile en particular– han contribuido a modificar los roles
asignados socialmente a mujeres y hombres?, ¿cuán probable es que los
patrones de relaciones aquí evidenciados entre sexismo, roles de género y
atribución de culpa se modifiquen al ser estudiados comparativamente entre
poblaciones de distintos grupos etarios? y ¿es el sexismo hostil realmente un
predictor de la justificación de la violencia contra mujeres no tradicionales o esto
se encuentra mediado por algún mecanismo todavía desconocido? Por supuesto,

44
responder a estas y a otras preguntas que puedan emerger a partir de este trabajo
depende enteramente de la generación de nuevas investigaciones.
Adicionalmente, más allá de la investigación básica, este trabajo aporta
comprensiones clave para la labor de los profesionales que se desempeñan en
campos aplicados, como los encargados de intervenir en contextos de violencia
intrafamiliar y en contextos judicial-policiales. Este estudio reafirma la idea de que
si se desea dar pasos hacia la superación de la violencia de pareja, en el trabajo
tanto con las mujeres agredidas como con los hombres agresores ha de ser
fundamental el reconocimiento y posterior modificación de las creencias sexistas
(González Galbán & Fernández de Juan, 2010; Ramos Padilla, 2006; Soto-
Quevedo, 2012). Muy especialmente, el hallazgo de que tanto la benevolencia
como la ambivalencia sexista fueron claves en la atribución de culpa a las mujeres
agredidas, resulta de gran importancia para quienes intentan que la modificación
de las creencias tradicionales sobre los sexos genere a su vez un cambio en las
relaciones de violencia en la pareja.
Como parecería lógico, es probable parte importante de las intervenciones
llevadas a cabo con víctimas y victimarios de violencia de género hayan partido
interviniendo aquellas creencias de carácter más bien hostil acerca de las mujeres
y de su rol de sumisión respecto de los hombres; no obstante, ya casi dos
décadas de investigación en torno al sexismo ambivalente y sus consecuencias
sociales en diferentes ámbitos (v.g. Barreto, Ellemers, Piebinga & Moya, 2010;
Becker, 2010; Becker & Wright, 2011; Bosson, Pinel & Vandello, 2010; Dumont,
Sarlet & Dardenne, 2010), han sido suficientes para comprender que el impacto
solapado de las creencias aparentemente benignas sobre las mujeres puede ser
incluso más grande en el inicio y la mantención de las jerarquías de género y, por
consiguiente, en el la justificación de las dinámicas violentas al interior de las
parejas heterosexuales. Así, por ejemplo, como mostró el presente estudio, las
personas que están dispuestas a creer que en el mundo existen buenas y malas
mujeres (sexistas ambivalentes) pueden tender a proyectar culpa sobre aquellas
que no se han conformado con las ideas tradicionales acerca de cómo debe ser

45
una buena madre y esposa. La ambivalencia sexista se convierte entonces en un
poderoso influjo de dominación social sobre las mujeres en algunos de sus roles
más íntimos, coartando su libertad para decidir por sí mismas sobre sus formas
particulares de ser madres y parejas, puesto que no solo sanciona a las mujeres
que se oponen a la jerarquía de género, sino que premia socialmente a aquellas
que se conforman con ella (Glick & Fiske, 1996; Lee et al., 2010; Masser et al.,
2010; Rodríguez et al., 2009). Este “doble truco” del sexismo ambivalente es, por
mucho, más poderoso que la mera hostilidad en la mantención de las diferencias
de poder entre hombres y mujeres. De hecho, sabemos que en la actualidad
mientras la presencia del sexismo hostil puede alentar a las mujeres a organizarse
para combatir las inequidades de género, las creencias benevolentes inhiben tal
tipo de acción política (Becker & Wright, 2011). En palabras simples, y a modo de
analogía, es más fácil rebelarse ante un tirano castigador que ante un padre que
premia y castiga alternativamente ciertos patrones de comportamiento esperados.
Los profesionales de las ciencias sociales que trabajan en torno a la
violencia de género deberían ser los primeros en aplicar este conocimiento a sus
campos de intervención, ya no solo focalizando sus esfuerzos en lo que a todas
luces se muestran como creencias abiertamente hostiles hacia las mujeres, sino
también, y muy especialmente, en las hasta ahora consideradas como ideas e
ideales benignos acerca de ellas.
Ahora bien, es preciso reconocer las principales limitaciones metodológicas
que tuvo este estudio, tanto con el fin de prevenir una interpretación equivocada
de sus resultados, como con miras a mejorar las nuevas investigaciones que
pudieran surgir a partir de él.
Un primer asunto de importancia es que la muestra no fue todo lo extensa
que se hubiera querido. Debido a que se contó con tres condiciones
experimentales y a que, dentro de esas mismas condiciones, fue necesario hacer
tipificaciones sobre el sexismo de los participantes, una muestra de poco más de
200 casos pudo ser insuficiente para captar ciertas asociaciones que, con una
muestra más numerosa, pudieron haber aparecido como significativas. No es

46
posible saber hasta qué punto el escaso tamaño muestral pudo tener un impacto
distorsionador de los resultados aquí presentados, aunque presumiblemente este
no debería haber sido muy elevado.
Por otro lado, aunque el uso de muestras por conveniencia es extenso en
estudios experimentales –dado que el foco se encuentra mucho más puesto en la
validez interna que en la validez externa del diseño (Vieytes, 2004)–, el empleo de
una muestra no representativa de universitarios limita fuertemente la extrapolación
de los resultados específicos del estudio a otros grupos sociales. A este respecto,
nuestro parecer es que los patrones generales de los hallazgos (v.g. que las
creencias sexistas interactuaran con la violación de los roles de género en la
atribución de culpa) pueden ser empleados sin cuidado alguno en las
explicaciones y predicciones del fenómeno de la violencia de género en otros
contextos, puesto que nuestros datos sólo vienen a confirmar lo que otro gran
cúmulo de investigaciones ya ha encontrado al respecto (Abrams et al., 2003;
Durán et al., 2010; Gaunt, 2013; Masser et al., 2010; Soto-Quevedo, 2012;
Trangsrud, 2010; Valor-Segura et al., 2011; Viki & Abrams, 2002). Sin embargo,
los resultados más circunstanciales del trabajo (v.g. que la “mujer agéntica” y con
más poder que su marido haya sido más culpada por los benevolentes que por los
hostiles) deben ser considerados con cautela y, más que pasar a formar parte del
“acervo de certezas” sobre las causas de la justificación de la violencia de género,
deben ser considerados como incentivos a la generación de investigaciones
nuevas y más precisas en torno a ellos, dado su carácter particularmente tentativo.
Finalmente, en un asunto más técnico aún, pero de consecuencias
igualmente importantes, es necesario recordar que, desde luego, significación
estadística no es sinónimo de fuerza en la asociación entre las variables
estudiadas. En una serie de análisis de regresión equivalentes a las técnicas no
paramétricas acá presentadas (que por razones de extensión se ha preferido no
informar), se comprobaron exactamente los mismos resultados arrojados por estas
últimas, pero también dieron cuenta de que la tipificación sexista y su interacción
con la transgresión de los roles de género alcanzaron a explicar a penas un 10%

47
de la varianza de la atribución de la culpa a las mujeres agredidas por sus maridos
en los escenarios presentados. Aunque esto no supuso un problema para los
objetivos de este estudio, cuya atención estaba puesta en averiguar si las
relaciones existían y no en cuán poderosas eran, es lógico que en los campos de
intervención en los que este conocimiento pudiera ser aplicado se requeriría de
variables psicosociales de mayor poder explicativo, a fin de que se pudieran
producir los impactos deseados. Otros estudios que han indagado sobre variables
ideológicas idénticas o similares en la atribución de culpa a mujeres agredidas o
violadas por sus parejas o por desconocidos, no han superado por mucho el poder
explicativo encontrado en esta oportunidad (v.g. Masser et al., 2010; Nguyen et al.
2013; Soto-Quevedo, 2012; Viki & Abrams, 2002), lo cual quiere decir que, en
psicología social, la investigación básica en el tema –incluida esta investigación–
ha tendido a sobreestimar la importancia de las relaciones teóricas entre las
variables, en desmedro de la búsqueda de los factores que pudieran explicar más
cabalmente el fenómeno.

48
VIII.Conclusión

Los resultados de la investigación aquí presentada reafirman la idea de que


el sexismo ambivalente es una ideología de género que tiende a sustentar las
estructuras de poder actualmente existentes entre hombres y mujeres (Chen et al.,
2009; Glick et al., 2000; Glick & Fiske, 1996; Glick & Whitehead, 2010; Herrera et
al., 2012; Lee et al., 2010). Aunque las hipótesis particulares del estudio no fueron
confirmadas, los datos sí corroboraron que el sexismo interactúa de formas
complejas con la percepción de la transgresión de los roles de género por parte de
las mujeres que son agredidas por sus parejas en la culpa que los observadores
les atribuyen.
Este estudio se constituye así en un aporte al campo de la investigación
básica sobre las causas de la violencia de género, más específicamente, de su
justificación. De hecho, se trata del primer estudio que pone directamente a
prueba una de las predicciones centrales de la Teoría del Sexismo Ambivalente,
respecto a que la hostilidad y la benevolencia sexistas sustentan normas de
género específicas y diferentes sobre el comportamiento de las mujeres (Glick &
Fiske, 1996; Rodríguez et al., 2014; Soto-Quevedo, 2012). Los hallazgos de esta
investigación apoyan solo parcialmente las hipótesis derivadas de tal teoría,
particularmente sobre el papel que jugaría el sexismo hostil en la culpa atribuida a
mujeres no tradicionales cuando ellas son agredidas por sus maridos. Es preciso
averiguar si estos resultados fueron circunstanciales o pueden ser replicados en
otras poblaciones y contextos por medio de nuevas aproximaciones empíricas.
Aun así, los resultados aquí enseñados y sus interpretaciones pueden servir
tanto al avance de la investigación básica como de la investigación aplicada. La
primera de ellas se beneficiará no solo de tales hallazgos, sino también de las
interrogantes surgidas a partir de este trabajo. La segunda podrá nutrirse de estos
nuevos descubrimientos sobre el rol del sexismo ambivalente y de las violaciones
a los roles de género en la justificación de la violencia de pareja.

49
IX.Referencias

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56
ANEXOS1

1
Los títulos de los siguientes anexos han sido modificados respecto de las versiones que tuvieron que responder los
encuestados, con la finalidad de facilitar la comprensión al lector de este trabajo.

57
ANEXO 1: PROPÓSITO DE LA ENCUESTA Y CONSENTIMIENTO INFORMADO

La encuesta que estás por contestar ha sido elaborada por investigadores de


postgrado de la Universidad de Concepción para conocer tu opinión sobre las
relaciones de pareja y los problemas que pueden surgir al interior de ellas.
La información que aquí nos entregues será empleada para una tesis de magíster
de nuestra Universidad, por lo que garantizamos su total confidencialidad y la no
divulgación de ningún dato personal.
En caso de dudas o sugerencias respecto a esta encuesta, te solicitamos te
pongas en contacto con el investigador principal del estudio:

Osvaldo Soto Quevedo


Magíster © en Investigación Social y Desarrollo.
Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Concepción.
Teléfono móvil: 99923719
Correo electrónico: osoto@udec.cl

CONSENTIMIENTO INFORMADO

Declaro estar en conocimiento del objetivo de la siguiente encuesta y estoy


de acuerdo en responderla de forma libre y sin presiones de ningún tipo.

__________________________________
Firma

58
Grupo:
N° ID: ______
Orden: (No Rellenar)

ANEXO 2: INSTRUCCIONES GENERALES E INFORMACIÓN


SOCIODEMOGRÁFICA

Te pedimos que respondas con la mayor sinceridad posible, sin detenerte


mucho a pensar tus respuestas. Por favor responde marcando SÓLO UNA de las
alternativas que te presentamos para cada afirmación o pregunta, tal como se
muestra en el siguiente ejemplo, en el que la persona que contesta marca estar de
acuerdo con la idea:

Un hombre que respeta a su mujer merece que su mujer lo cuide y respete


igualmente.

Totalmente en En desacuerdo Algo en Algo de De acuerdo Totalmente


desacuerdo desacuerdo acuerdo de acuerdo
1 2 3 4 5 6

Antes de comenzar, te solicitamos nos entregues los siguientes datos:

Sexo: ___ Hombre.


___ Mujer.

Edad: _____ años.

Carrera: __________________________________.

59
ANEXO 3: ESCALA DE SEXISMO AMBIVALENTE

Esta encuesta tiene dos partes. En esta primera parte2, te pedimos que
respondas a las siguientes afirmaciones sobre las relaciones entre hombres y
mujeres. Por favor recuerda marcar SÓLO UNA alternativa de respuesta, aquella
que se asemeje más a tu forma de pensar.
Alternativas de Respuesta
Afirmaciones Totalmente Totalmente
Desacuerdo de acuerdo
1. Un hombre no está 1 2 3 4 5 6
verdaderamente completo sin el amor
de una mujer
2. En nombre de la igualdad, muchas 1 2 3 4 5 6
mujeres intentan conseguir ciertos
privilegios
3. En catástrofes, las mujeres 1 2 3 4 5 6
deberían ser rescatadas antes que
los hombres
4. Muchas mujeres interpretan 1 2 3 4 5 6
comentarios y acciones inocentes
como sexistas
5. Las mujeres se ofenden fácilmente 1 2 3 4 5 6

6. Las personas pueden ser 1 2 3 4 5 6


realmente felices sin necesidad de
tener una pareja
7. Las feministas intentan que las 1 2 3 4 5 6
mujeres tengan más poder que los
hombres
8. Las mujeres se caracterizan por 1 2 3 4 5 6
una pureza que pocos hombres
poseen
9. Las mujeres deberían ser queridas 1 2 3 4 5 6
y protegidas por los hombres
10. Las mujeres no valoran 1 2 3 4 5 6
suficientemente todo lo que los
hombres hacen por ellas
11. Las mujeres buscan ganar poder 1 2 3 4 5 6
manipulando a los hombres
12. Todo hombre debería tener una 1 2 3 4 5 6
mujer a quien amar

2
Este fue el orden en el que respondieron la mitad de los participantes. Para más detalles, leer las
secciones Procedimiento y Análisis Preliminares de este documento.

60
Afirmaciones Totalmente Totalmente
Desacuerdo de acuerdo
13. Una mujer está incompleta sin un 1 2 3 4 5 6
hombre a su lado
14. Las mujeres exageran los 1 2 3 4 5 6
problemas que tienen en el trabajo
15. La mujer busca comprometerse 1 2 3 4 5 6
con un hombre para controlarlo
16. Generalmente, cuando una mujer 1 2 3 4 5 6
es derrotada limpiamente se queja de
haber sufrido discriminación
17. Una buena mujer debería ser 1 2 3 4 5 6
puesta en un pedestal por su hombre
18. Muchas mujeres, para burlarse 1 2 3 4 5 6
de los hombres, utilizan su apariencia
sexual para atraerlos y después
rechazarlos
19. Las mujeres poseen una mayor 1 2 3 4 5 6
sensibilidad moral que los hombres
20. Los hombres deberían estar 1 2 3 4 5 6
dispuestos a sacrificar su propio
bienestar con el fin de proveer
bienestar económico a las mujeres
21. Las mujeres están haciendo a los 1 2 3 4 5 6
hombres demandas completamente
irracionales
22. Las mujeres tienden a ser más 1 2 3 4 5 6
refinadas y a tener un mejor gusto
que los hombres

61
ANEXO 4: ESCENARIO DE LA CONDICIÓN CONTROL

A continuación se presenta la historia de una pareja para que la leas, y luego


des tu opinión sobre lo que se te pregunta acerca del marido y de la esposa.

La Historia de Cecilia y Patricio


<<Cecilia y Patricio están casados hace algunos años. Ambos son jóvenes, pero
ya tienen dos hijos: Pablo (8 años) y Catalina (5 años). No tienen asesora del
hogar.
Cecilia es secretaria en la consulta de un dentista. Su sueldo es menor al que
gana su marido. Trabaja desde las 9:00 a las 18:00 hrs., pero cuando llega a su
casa se preocupa de hacer el aseo, de cocinar para el día siguiente y, por sobre
todo, de que a sus hijos no les falte nada y de que les vaya bien en el colegio.
Termina su día agotada.
Patricio es asistente bancario. Su sueldo es mayor al de su esposa. Trabaja de
8:30 a 17:30 hrs., y suele irse directamente desde el trabajo a su hogar. Patricio se
preocupa de saber cómo les va a sus hijos en el colegio.
Cierto día, luego de tomar once, Patricio y Cecilia comenzaron a revisar los
gastos del mes en la casa. Algunos gastos habían aumentado mucho en
comparación al mes anterior, lo que fue motivo de discusión entre ellos. Patricio se
enojó tanto que comenzó a insultar a Cecilia, y ella también le respondía; hasta
que finalmente Patricio la tomó del pelo y le dio una bofetada. Luego de ese
incidente, estuvieron tres días sin hablarse>>.

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ANEXO 5: ESCENARIO DE LA CONDICIÓN EXPERMENTAL 1

A continuación se presenta la historia de una pareja para que la leas, y luego


des tu opinión sobre lo que se te pregunta acerca del marido y de la esposa.

La Historia de Cecilia y Patricio


<<Cecilia y Patricio están casados hace algunos años. Ambos son jóvenes, pero
ya tienen dos hijos: Pablo (8 años) y Catalina (5 años). No tienen asesora del
hogar.
Cecilia es secretaria en la consulta de un dentista. Su sueldo es menor al que
gana su marido. Trabaja desde las 9:00 a las 18:00 hrs. Cuando llega a su casa lo
único que quiere es descansar, por lo que no se preocupa de hacer aseo ni de
cocinar. Tampoco tiene tiempo para dedicarle a sus hijos. Luego de tomar una
ducha, se acuesta a ver las telenovelas de la noche y pronto se queda dormida.
Patricio es asistente bancario. Su sueldo es mayor al de su esposa. Trabaja de
8:30 a 17:30 hrs., y suele irse directamente desde el trabajo a su hogar. Patricio se
preocupa saber cómo les va a sus hijos en el colegio.
Cierto día, luego de tomar once, Patricio y Cecilia comenzaron a revisar los
gastos del mes en la casa. Algunos gastos habían aumentado mucho en
comparación al mes anterior, lo que fue motivo de discusión entre ellos. Patricio se
enojó tanto que comenzó a insultar a Cecilia, y ella también le respondía; hasta
que finalmente Patricio la tomó del pelo y le dio una bofetada. Luego de ese
incidente, estuvieron tres días sin hablarse>>.

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ANEXO 6: ESCENARIO DE LA CONDICIÓN EXPERIMENTAL 2

A continuación se presenta la historia de una pareja para que la leas, y luego


des tu opinión sobre lo que se te pregunta acerca del marido y de la esposa.

La Historia de Cecilia y Patricio


<<Cecilia y Patricio están casados hace algunos años. Ambos son jóvenes, pero
ya tienen dos hijos: Pablo (8 años) y Catalina (5 años). No tienen asesora del
hogar.
Cecilia es subdirectora de asuntos financieros en un banco. Gana más dinero
que su marido. Ella es una mujer muy competitiva en su trabajo, incluso algo
agresiva. Sus subordinados la respetan y admiran. Tiene muchos contactos,
gracias a los cuales pudo conseguirle a su marido un puesto en otra sucursal del
banco. Cecilia trabaja desde las 9:00 a las 18:00 hrs., pero cuando llega a su casa
se preocupa de hacer el aseo, de cocinar para el día siguiente y, por sobre todo,
de que a sus hijos no les falte nada y de que les vaya bien en el colegio. Termina
su día agotada.
Patricio es asistente bancario. Su sueldo es menor al de su esposa. Trabaja de
8:30 a 17:30 hrs., y suele irse directamente desde el trabajo a su hogar. Patricio se
preocupa de saber cómo les va a sus hijos en el colegio.
Cierto día, luego de tomar once, Patricio y Cecilia comenzaron a revisar los
gastos del mes en la casa. Algunos gastos habían aumentado mucho en
comparación al mes anterior, lo que fue motivo de discusión entre ellos. Patricio se
enojó tanto que comenzó a insultar a Cecilia, y ella también le respondía; hasta
que finalmente Patricio la tomó del pelo y le dio una bofetada. Luego de ese
incidente, estuvieron tres días sin hablarse>>.

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ANEXO 7: REACTIVOS PARA MEDIR LA CULPA ATRIBUIDA A LA ESPOSA Y
LA TRANSGRESIÓN PERCIBIDA DE LOS ROLES DE GÉNERO

Instrucciones: Usando las siguientes opciones de respuesta, marca con una


X la que se acerque a lo que tú piensas.
No existen respuestas ni buenas ni malas.

1. Cecilia no debería haberle respondido a Patricio si no quería que él la


abofeteara
Totalmente en En Desacuerdo Ni de Acuerdo De Acuerdo Totalmente
Desacuerdo ni en de Acuerdo
Desacuerdo
1 2 3 4 5

2. ¿Quién fue culpable de que la discusión terminara en una bofetada?


Cecilia Patricio
1 2 3 4 5

Instrucciones: Usando las siguientes opciones de respuesta, marca con una


X la que se acerque a lo que tú piensas.

1 = Muy en desacuerdo
2 = En desacuerdo
3 = Ni de acuerdo ni en desacuerdo
4 = De acuerdo
5 = Muy de acuerdo

1 2 3 4 5
1. Cecilia cumple bien su rol como cuidadora y dueña
de casa

2. Patricio ve amenazado su poder en la relación de


pareja

¡GRACIAS POR CONTESTAR ESTA ENCUESTA!

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