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LOS FACTORES DE PRODUCCIÓN

La capacidad productiva de los diferentes sistemas nacionales, regionales o locales, así


como su desigual potencial de crecimiento, están condicionados, en buena medida, por
la disponibilidad de toda una serie de factores de producción, definidos como aquellos
recursos o insumos que utilizan las empresas para llevar a cabo su actividad. Es habitual
la distinción entre factores originarios, que son la tierra y el trabajo, y los factores
derivados de los anteriores, como el capital y la tecnología.

El factor tierra hace referencia al conjunto de recursos naturales que son utilizados en
el proceso de producción, que constituyeron un objetivo prioritario para los estudios
geoeconómicos desde sus orígenes al establecer una relación directa entre la sociedad y
la naturaleza. Suele señalarse que la existencia de recursos abundantes, de calidad y a
bajo precio constituye un primer factor para impulsar el crecimiento económico de
cualquier territorio, afirmación genérica que puede constatarse en determinados países y
regiones. No obstante, deben incorporarse, al menos, tres tipos de matizaciones. Por un
lado, esos recursos no son inmutables, pues las condiciones técnicas y de mercado
pueden hacer rentables recursos que antes no lo eran, o reducir el valor de otros, y
ejemplos como el antes mencionado de determinadas cuencas carboníferas, o la ruina de
ciertas regiones tropicales que a principios de siglo basaron su auge en la explotación
del caucho a partir de las plantaciones de hevea, desaparecidas cuando se inventó el
caucho sintético, son dos de los más mencionados. Por otro, también ha sido frecuente
que la dominación ejercida por grandes compañías de procedencia exterior sobre los
recursos naturales de determinadas áreas del mundo, que pagan unos precios muy bajos
y obtienen así grandes beneficios repartidos y reinvertidos en los países de origen, no
solo no permitió el crecimiento económico y el bienestar social en las áreas de
extracción, sino que las sometió a relaciones de dependencia, que en su momento
pudieron revestir un carácter colonial, por lo que la propiedad de los recursos nunca
puede considerarse al margen de su calidad o cantidad. Finalmente, en algunas áreas la
sobreexplotación de unos recursos no renovables, o que exigen largos períodos para su
recuperación, ha provocado una degradación progresiva de las condiciones
medioambientales al superarse los márgenes de tolerancia, con efectos negativos a largo
plazo.

El factor trabajo se identifica con los recursos humanos existentes en un territorio,


elemento central como sujeto de una actividad productiva que debe orientarse a la
satisfacción de sus necesidades, de los que interesará conocer, ante todo, el volumen de
la fuerza de trabajo disponible (número de personas en edad de trabajar), relacionado
con aspectos como la tasa de crecimiento (natural y migratorio) y la estructura por
edades de la población, la participación de la mujer en el mercado de trabajo
remunerado, o las condiciones legales de entrada y salida de ese mercado. Una oferta de
trabajo abundante fue valorada tradicionalmente como un factor necesario de impulso al
crecimiento económico, generando, en consecuencia, políticas de corte poblacionista en
ciertos momentos y lugares, destinadas a incrementar esa oferta mediante la atracción
de inmigrantes o el fomento de la natalidad. Pero en el momento actual, cuando el
cambio tecnológico tiende a desequilibrar la relación entre la oferta y la demanda de
trabajo en favor de esta última, con el consiguiente aumento de los excedentes laborales
desocupados, se otorga mayor importancia a otras características cualitativas, como
puedan ser su nivel de formación y cualificación, sus costes salariales, su productividad,
así como su organización y capacidad reivindicativa. La creciente división técnica y
espacial del trabajo diversifica su influencia según los tipos de actividades; así por
ejemplo, mientras algunas se interesan aún por la existencia de una oferta laboral
abundante y a bajo precio, siempre que cuente con una productividad suficiente, otras
priman la cualificación o experiencia profesional, aunque puedan suponer mayores
salarios.

El factor capital se define como el conjunto de bienes disponibles destinados a producir


otros bienes, que pueden revestir la forma de capital líquido o monetario, existen bajo la
forma de dinero, o bien del capital físico, formado por toda una serie de bienes de
producción materiales y tangibles, muchas veces inmovilizados en el territorio:
carreteras y aeropuertos, escuelas, máquinas e instalaciones productivas, viviendas,
parques industriales, etc. Esta división se relaciona de forma directa con los conceptos
de capital fijo, que corresponde a aquellos bienes de producción duraderos que se
acumulan en el tiempo y permiten elevar la capacidad competitiva del territorio, y de
capital circulante, que se consume en el proceso productivo (pago de salarios, energía,
etc.), conceptos próximos a los de capital constante, «parte del capital que se
transforma en máquinas, instalaciones, materias primas, etcétera, cuya producción no
aumenta el valor sino que solamente lo conserva», según Mandel (1974,62), y el capital
variable, «parte del capital con que con que el capitalista compra la fuerza de trabajo».
La teoría económica marxista planteó que el progreso técnico y la necesidad de
competir tienden a aumentar la composición orgánica del capital, es decir, la
proporción de capital constante en el total, exigiendo crecientes inversiones que han
favorecido una concentración cada vez más acusada en grandes grupos empresariales,
que tienen una posición dominante con relación a las pequeñas y medianas empresas
(PYMEs).

Un último factor, ignorado durante bastante tiempo, pero que en los últimos años ha
adquirido un protagonismo creciente, es la tecnología, que puede definirse de forma
genérica como el conjunto de conocimientos y métodos incorporados al proceso
productivo para mejorar su eficiencia y rentabilidad, tanto si se incorporan a los
procesos, elevando su rapidez y precisión, reduciendo sus costes, etc., como a los
productos, mejorando su calidad y diferenciación. La tecnología se constituye en un
factor de primera importancia para elevar hoy la capacidad competitiva, tanto de las
empresas individuales como de los territorios donde se generan y/o aplican esas
innovaciones, si bien a costa de originar también nuevos problemas a resolver
(destrucción de puestos de trabajo, exclusión de quienes no pueden incorporarse al
rápido cambio tecnológico, etc.).

La importancia y el significado de estos cuatro factores productivos ha variado a lo


largo del tiempo y también resulta diferente según territorios. Desde una perspectiva
histórica, se ha producido un desplazamiento progresivo desde economías basadas en
las condiciones/recursos naturales y la aportación de trabajo, donde el poder se
relacionaba con la propiedad de la tierra y el control de una población sometida con
frecuencia al estatuto de siervo o esclavo, hasta economías basadas en fuertes
inversiones de capital y un intenso desarrollo tecnológico, que se constituyen hoy en los
principales resortes del poder, frecuentemente interrelacionados (Töffler, A., 1990).
Desde una perspectiva geográfica, el desigual reparto de los factores productivos
favorece la especialización económica de los territorios en función de las ventajas
comparativas que cada uno de ellos ofrece, relacionadas con el factor más abundante y
barato disponible (suelos con alta calidad agronómica, mano de obra barata, buenas
infraestructuras de comunicación, centros de investigación de calidad...), lo que también
impulsa los flujos comerciales. Al mismo tiempo, el organigrama sobre la estructura del
sistema productivo (cuadro 1) también ayuda a comprender los contrastes esenciales en
la localización de los distintos tipos de actividades y empresas, pues mientras algunas lo
harán próximas a determinados factores (recursos minerales, profesionales de alto nivel,
suelo en polígonos industriales, etc.), otras lo harán en la proximidad de otras empresas
con las que mantienen relaciones frecuentes, y un último tipo se situará al final del
proceso, junto a los mercados de consumo que representan las grandes concentraciones
de población.

CUADRO 1. CONTENIDOS A INCORPORAR EN EL ESTUDIO DE SISTEMAS

PRODUCTIVOS (NACIONALES/REGIONALES/URBANOS)

1. Estructura del sistema productivo:

- Volumen de actividad (empresas, empleo, producción...)

- Productividad (PIB/empleo) y volumen de inversión

- Características de las empresas (tamaño, origen del capital...)

- Relaciones entre empresas/actividad: densidad y tipos

2. Pautas de localización espacial:

- Distribución de los establecimientos

- Distribución del empleo y la producción

- Tipología de espacios productivos

3. Evolución/dinamismo del sistema productivo:

- Evolución del volumen de actividad

- Evolución de la productividad y la inversión

- Evolución de represas y sectores productivos

- Evolución de las relaciones empresariales


- Evolución de las pautas de localización

3. Principales factores explicativos:

- Recursos productivos internos (naturales, humanos, de capital, tecnológicos)

- Estructura y relaciones sociales

- Iniciativas y comportamientos empresariales

- Relaciones externas (flujos comerciales, financieros, tecnológicos, migratorios)

- Políticas públicas (de promoción y ordenación)

4. Principales efectos sobre el territorio:

- Efectos sobre el crecimiento, estructura y movilidad de la población

- Efectos sobre la renta y el bienestar social

- Efectos sobre el poblamiento urbano y rural

- Efectos sobre las relaciones y desequilibrios interterritoriales

- Impactos sobre el medio ambiente

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En conclusión., el estudio de los sistemas productivos, cualquiera que sea la escala


espacial utilizada, deberá incluir una referencia a los apartados que se incluyen en el
cuadro (cuadro 1): a la descripción de su estructura interna y las pautas de localización
mostradas por sus diferentes actividades habrá de seguir un esfuerzo por identificar los
factores explicativos de tal situación, junto a las tendencias evolutivas observadas y sus
posibles efectos sobre otros componentes (sociales, demográficos, ambientales...) del
territorio. Pero superar la referencia a casos concretos en la búsqueda de una
interpretación más ambiciosa sobre las relaciones entre economía y territorio sólo será
posible si se comprende que los fenómenos locales que observamos responden a una
lógica global relacionada con el funcionamiento del sistema económico.
Lógica espacial del sistema capitalista: mecanismos de funcionamiento y
fases de desarrollo.

Tal como acaba de afirmarse, analizar la estructura interna del sistema y las tendencias
que marcan su evolución resulta claramente insuficiente si no se incorpora una
referencia explícita a los objetivos que guían la actuación de los diversos agentes,
privados y públicos, que participan en la actividad económica, los mecanismos de
actuación que ponen en práctica para alcanzarlos, así como los principales resultados
observables en el plano económico-espacial. En tal sentido, la organización espacial de
la actividad económica contemporánea depende, en lo esencial, de las características del
sistema capitalista, que en sus cinco siglos de existencia ha mantenido invariables una
serie de principios básicos que lo identifican entre los sistemas económicos que se han
sucedido en la Historia. Estos rasgos, que definen la esencia del capitalismo, pueden
resumirse con fines didácticos en cinco fundamentales:

a) Multiplicidad de agentes económicos y sociales, con predominio de la


empresa privada y la búsqueda del beneficio individual como objetivo
prioritario, frente al carácter subsidiario de la intervención pública.

b) Competencia creciente entre las empresas, que fuerza la aplicación de


diversas estrategias de respuesta que incluyen aspectos espaciales, además de
favorecer una tendencia hacia la concentración económica.

c) Acumulación de excedente como fundamento último del sistema, y como


base que hace posible la inversión, el crecimiento económico y la expansión
de las relaciones capitalistas.

d) Determinación de los precios en el mercado a través de los mecanismos de


oferta y demanda, que influyen sobre qué producir, en qué cantidad, dónde y
para quién, excluyendo a aquellos que no puedan acceder a estos mercados.

e) División técnica, social y espacial del trabajo, como mecanismo para lograr
su rentabilidad máxima, lo que favorece la segmentación socio-laboral y la
creciente especialización de los territorios.

Pero junto a esas características que permanecen prácticamente inmutables pese al


transcurrir del tiempo, la evolución del capitalismo ha supuesto también un gran número
de cambios que han modificado en profundidad su fisonomía. Aunque buena parte de
esos cambios tienen un carácter incremental y muy lento, generando pequeñas
alteraciones en la organización económica, que se reparten de manera aleatoria a lo
largo del tiempo, periódicamente han tenido lugar cambios radicales que supusieron
verdaderas rupturas o crisis en la evolución del sistema, permitiendo la identificación de
diversas fases de desarrollo que, bajo denominaciones diversas, son referencia habitual
en los estudios de historia económica.

Suele hablarse, así, de un capitalismo mercantil o preindustrial, imperante hasta finales


del siglo XVIII, al que sucedió una era de capitalismo industrial o competitivo,
resultado de las grandes transformaciones estructurales que introdujo la primera
revolución industrial en la transición del siglo XIX. La nueva fase de crisis, que trajo
consigo la calificada como segunda revolución industrial a comienzos del siglo XX,
transformó algunas características del modelo anterior, inaugurando así la era del
capitalismo monopolista, identificada por otros como el fordismo, que mostró signos
de agotamiento desde finales de los años sesenta. Se inició entonces una nueva fase de
crisis e inestabilidad, que desencadenó el inicio de una tercera revolución industrial,
como puerta de entrada a una nueva fase de capitalismo global, que hoy define ya con
bastante nitidez sus contornos, asociada a nuevos esquemas productivos y espaciales
que algunos vinculan al posfordismo o la sociedad informacional (Ominami, C., ed.,
1988; Castells, M., 1989; Santos, M., 1994; Amin, A., ed., 1994).

En cada una de esas etapas, aunque la lógica general del sistema se mantenga, tienen
lugar rápidas y profundas modificaciones que afectan a cuatro dimensiones básicas de la
realidad económico-espacial (véase Fig. 1):

- Los recursos materiales disponibles, con cambio de la tecnología dominante y la


importancia ostentada por los diferentes factores productivos.

- La organización de la producción y el funcionamiento de las empresas, tanto en


su interior como en sus relaciones mutuas.

- La regulación sociolaboral y la presencia institucional del Estado en el


funcionamiento de la actividad económica.

- La organización territorial, que en el plano económico incluye las pautas de


localización seguidas por los distintos tipos de sectores y empresas.
MENDEZ, Ricardo. Geografía Económica. La lógica espacial del capitalismo global.
Ariel Geografía, pp. 37-42.

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