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Los fenómenos han sido ya recogidos por la crónica, de laque nosotros sólo
señalamos los enunciados con una breve explicación. Una autoridad dialogada que
terminaba por no ser una autoridad. Una autoridad que radicaba en la comunidad, a
quien quedaba delegada la toma de posición, que muchas veces nunca llegaba, o
que no raramente se dejaba a la libre interpretación de cada persona, aduciendo,
nuevamente el respeto a la dignidad y la madurez personal. Una autoridad que se
interpretaba como una colaboración mutua, en dónde se ponía el acento sobre el
bienestar psicológico del individuo. Una autoridad que buscaba sobretodo complacer
a todos en un papel de liderazgo, en dónde la voluntad común de la comunidad
quedaba siempre por sobre todos los argumentos. Una autoridad que no quería herir
ninguna susceptibilidad y que se ponía al servicio de todas las susceptibilidades,
dando por resultado la renuncia a todo tipo de autoridad. Una autoridad, en fin, que
en muchos casos se ejercía a turnos, por que se basaba, supuestamente, en el hecho
de una igualdad de todos los componentes de la congregación o instituto de vida
consagrada.
Podríamos seguir enunciado la fenomenología de la autoridad en estos años del
postconcilio, pero creo que es interesante analizar cuál era la ideología sustentaba
todas estas praxis de la autoridad. Partamos del hecho que el Concilio Vaticano II no
había propuesto una nueva ideología, ni una nueva antropología o eclesiología.
Quería tan sólo, y éste era su objetivo principal, “"Nuestra tarea no es únicamente
guardar este tesoro precioso, como si nos preocupáramos tan sólo de la antigüedad,
sino también dedicarnos con voluntad diligente, sin temor, a estudiar lo que exige
nuestra época (...). Es necesario que esta doctrina, verdadera e inmutable, a la que
se debe prestar fielmente obediencia, se profundice y exponga según las exigencias
de nuestro tiempo. En efecto, una cosa es el depósito de la fe, es decir, las
verdades que contiene nuestra venerable doctrina, y otra distinta el modo como se
enuncian estas verdades, conservando sin embargo el mismo sentido y significado.”
4
El Concilio Vaticano II se proponía buscar la forma de hacer llegar toda la riqueza
del evangelio alfombre de hoy. Más que cambiar los dogmas, lo que los padres
conciliares pretendía era que la Iglesia hiciese un doble trabajo simultáneo. Por un
lado, conocer mejor al hombre de hoy, el de nuestros días, así como sus problemas y
las situaciones por las que estaba atravesando, debido a un mundo que cambiaba
velozmente. Y por otro lado, que buscara los medios más adecuados para hacerle
llegar el mensaje de salvación. No se pretendía por tanto ni crear una nueva
eclesiología, ni una nueva antropología, sino simplemente conocer mejor al hombre
de hoy y conocer mejor las realidades que conformaban la Iglesia para hacerle llegar
con frescura y con un lenguaje adaptado al hombre de hoy.
Desgraciadamente la recepción del Concilio no fue bien recibida por todos debido a
una ideología del Concilio que poco a poco fue apoderándose de algunos sectores de
la Iglesia. Esta ideología partía “históricamente del Vaticano II y de su magisterio,
pero a través de un proceso de <<DESTILACI&OACUTE;N fraudulenta>> que se puso
en práctica inmediatamente después de terminado el Concilio.” 5 Esta operación
consistía en una fase de lectura discriminatoria en la que se resaltaban sólo los
pasajes del Concilio que más interesaban a su causa, mientras se silenciaban otros.
La segunda fase consistía en reconocer que la verdadera enseñanza del Concilio no
era lo que estaba escrito, sino lo que se había intentado decir, haciendo ver que
existía una división entre los padres conciliares, dando por supuesto que existían
retrógrados y ultraprogresistas. En la tercera fase se afirma que la verdadera
enseñanza del Concilio no es la que canónicamente fue aprobada sino aquella que
debería haber sido aprobada si los Padres conciliares hubieran estado más
iluminados y coherentes con los tiempos actuales. De esta manera podemos
imaginarnos los resultados. “propiciados por el <>, en la conciencia de la cristiandad
se guardan algunos idolillos a los que todos deben rendir pleitesía.” 6 Tales ídolos
son la antropolatría, la cosmolatría, la cronolatría, el miedo al integralismo y la
bibliolatría.
De esta forma la vida religiosa femenina, como otras de las realidades de la Iglesia,
en muchos casos sigue más una ideología del Concilio, salpicada de estos idolillos,
que la verdadera doctrina. Mencionamos por ejemplo, y para ilustrar el tema que
estamos tratando, el hecho de que todo el Concilio debería rendir pleitesía al
concepto de libertad. Aquellas religiosas que se dejaban influenciar de la ideología,
hacían una lectura parcial del decreto Perfectae caritatis, y dónde leían “Gobiernen
a sus súbditos como a hijos de Dios y con respeto a la persona humana” , 7 exaltaban
al máximo el concepto del respeto a la persona humana, dejándole hacer, poco más
o menos, lo que le viniera en gana. Y esto por no seguir leyendo más adelante, para
entender el concepto global de la obediencia: “Por tanto, escuchen los Superiores
con agrado a los súbditos, procurando que empeñen su actividad en bien del
Instituto y de la Iglesia, quedando, no obstante, siempre a salvo su autoridad para
determinar y mandar lo que debe hacerse.” 6 De hecho, el Código de Derecho
Canónico sancionará este aspecto en 1983, que ya venía desde muchísimo tiempo
atrás con el Decreto Quemadmodum 9 , en el canon 630§5 “Los miembros deben
acudir con confianza a sus Superiores, a quienes pueden abrir su corazón libre y
espontáneamente. Sin embargo, se prohíbe a los Superiores inducir de cualquier
modo a los miembros para que les manifiesten su conciencia.” 10
Este es uno de los aspectos que más controversia ha generado en las comunidades
religiosas femeninas, es decir, la posibilidad de que la superiora de comunidad
pueda ejercer el gobierno espiritual de la comunidad. Guiadas quizás por un sentido
parcial del respeto a la dignidad de la persona humana y por un miedo a caer en los
excesos de autoridad que giraban en torno a la persona, se siguió en la práctica la
renuncia a ejercitar la autoridad en cualquier forma o circunstancia, relegando este
servicio a aquellos aspectos externos, meramente administrativos: cumplimiento del
horario, organización del apostolado externo, labores de mantenimiento y limpieza
de la casa. Una situación un poco triste que deja a al superiora orillada a una labor
de gerencia o a lo más, de organizadora y coordinadora de las actividades.
Es difícil, hablando de situaciones humanas, encontrar todos los factores que dan
origen a las mismas. Existen factores externos e internos. Sin duda alguna que los
factores externos, como los profundos cambios que se dieron en la sociedad hacia
finales de los años sesentas influyeron en el modo de concebir la autoridad. Pero
también debemos ser muy sinceros con nosotros mismos y aceptar que se dieron
factores internos que indujeron a una ausencia en el ejercicio de la autoridad.
Quizás, y sin el afán de absolutizar, uno de esos factores internos más importantes
fue un concepto un tanto equivocado del uso de la libertad en la vida consagrada. O
para expresarlo más correctamente, el concepto de libertad que muchas
congregaciones femeninas adoptaron en la práctica de la vida consagrada.
No hay que olvidar también el efecto de un factor interno que determinó la toma de
postura de muchas congregaciones femeninas. Influenciado quizás por el clima de
democracia que se comenzaba a vivir en el mundo, muchos pastores de la Iglesia, al
igual que varios teólogos y estudiosos de la vida consagrada, retenían más oportuno
el evitar un encuentro frontal con quienes tenían un pensamiento alejado del
magisterio de la Iglesia, que el señalar dichas desviaciones o inexactitudes
teológicas. La imagen que se daba era la de un relativismo teológico, bajo el
nombre de liberalismo teológico 14 en el que se podía expresar cualquier verdad,
por descabellada que esta fuera. Sin una guía segura, sin una voz que aclarara
dichas desviaciones, muchas superioras de comunidad, inexpertas en teología,
llegaron a pensar que dichas aseveraciones podrían combinarse muy bien con la fe
cristiana. El resultado fue un cocktail en dónde cada uno tomaba o dejaba lo que
más le convenía para sus intereses personales.
Experta no por los conocimientos que sobre la vida consagrada pueda tener, sino
experta por el amor con el que vive su vida consagrada, por la experiencia personal
que ha hecho de ese amor y por el interés que tiene para que su comunidad viva en
plenitud la vida consagrada. Pero no será cualquier tipo de vida consagrada. Será
aquella que el Fundador y la Fundadora han querido.
Antes que obedecer hay que amar a esta Persona. Y para amar a esta Persona hay
que conocerla. Y para conocerla hay que encontrarla y experimentarla. Sin estos
pasos será muy difícil el que pueda darse el cumplimiento de la obediencia y el
ejercicio de la autoridad desde un punto de vista personal y espiritual, como hemos
explicado renglones arriba. La crisis de la vida consagrada, por la que están pasando
muchas congregaciones religiosas especialmente en Europa y Estados Unidos, se
debe en gran parte al haber perdido de vista a Quién se obedece y las razones por
las que se obedece. La languidez, la apesadumbre, la desgana con la que se viven en
muchas comunidades son signos e un corazón marchito que se ha secado a fuerzas
de haber olvidado el amor primero.
En primer lugar la superiora de comunidad debe identificar el rostro del Amado que
se debe buscar. El rostro de Cristo es polifacético, no podemos nunca agotarlo. Se
puede presentar con rostro de niño indefenso recién nacido, con rostro de
adolescente que encuentra a los doctores de la ley en el templo, con el rostro de un
samaritano que se inclina a curar las heridas del hombre que encuentra a mitad del
camino. O como el Siervo de Yahvé que doliente, saber cargar con el peso de
nuestros pecados.
Todas las funciones que debe realizar la superiora, funciones que pueden ser
netamente espirituales o básicamente funcionales, deben tener como objetivo
ayudar a que cada persona a ella encomendada en la comunidad puedan cumplir con
la voluntad de Dios. Esta voluntad se presenta para cada Congregación y para
comunidad bajo la forma de un Cristo que tiene características o virtudes muy
específicas que el Fundador ha visto, gracias a la experiencia del Espíritu que Dios
le ha permitido tener. Cada religiosa debe hacer todo lo posible para seguir lo mejor
posible estas características de Cristo. Por ello, debe esforzarse por hacer la misma
experiencia del espíritu que ha hecho su fundador. Una experiencia del espírituque
la llevará a conocer y vivir las características específicas que Cristo ha mostrado al
Fundador.
Esta experiencia del espíritu se realiza a lo largo de toda la vida consagrada, pues
no está circunscrita a una experiencia mística. Debe abarcar todas las potencias
humanas, los afectos y debe reflejarse en el vivir cotidiano. La superiora de
comunidad será punto fundamental para que las religiosas puedan hacer
constantemente esta experiencia del espíritu Por ello, su labor de animación
espiritual, primera y fundamental labor, consistirá en propiciar todos los medios
necesarios para que la religiosa pueda hacer la experiencia del espíritu en dicha
comunidad. Por tanto, la oración, la vida fraterna en comunidad, la observancia de
los votos, el cumplimiento de la misión, es decir, todos los elementos que
conforman la vida consagrada deben estar encaminados a propiciar la experiencia
del espíritu.
Gobernar con el carisma será para la superiora tomar en mano las Constituciones, la
regla de vida y los escritos del Fundador con el fin de descubrir en ellos el aspecto
específico del Cristo que Dios quiso dejar al Fundador. Este Cristo, y no otro, no
aquel que se encuentra en el supermercado de las espiritualidades tan en boga en el
día de hoy, será el que será la razón de ser de la superiora, de la comunidad y de la
congregacón. A éste Cristo se debe toda la vida espiritual y la misión de la
Congregación. Será necesario por tanto que la superiora de comunidad, después de
conocer este Cristo, se enamore de Él, lo obedezca. 21 Ella será después la
encargada, no por una mera función externa, sino como un fruto, una manifestación
de esta experiencia del espíritu, será la encargada de promover y de cuidar que
cada religiosa pueda hacer esta experiencia del espíritu.
El punto de partida y el punto de llegada en el gobierno con el carisma es siempre el
mismo. Se parte del Cristo que Dios ha permitido experiementar al Fundador, para
llegar nuevamente a experimentar este Cristo, en una forma personal y comunitaria.
Sólo así la superiora de comunidad podrá llevar a cabo en sí misma y en todas sus
religiosas el legado espiritual dejado por el Fundador: vivir, conocer y transmitir la
experiencia del espíritu en la que se engloba el carisma de cada Instituto.
(Ayudar a encontrar el rostro del Cristo específico) (El encuentro con Cristo, con una
persona)
NOTAS:
1
Sagrada Congregación para los religiosos e institutos seculares, Elementos
esenciales de la vida religiosa, 31.5.1983, n. 15.
2
“Gobiernen a sus súbditos como a hijos de Dios y con respeto a la persona humana.
Por lo mismo, especialmente, déjenles la debida libertad por lo que se refiere al
sacramento de la penitencia y a la dirección de conciencia. Logren de los súbditos,
que en el desempeño de sus cargos y en la aceptación de las iniciativas cooperen
éstos con obediencia activa y responsable. Por tanto, escuchen los Superiores con
agrado a los súbditos, procurando que empeñen su actividad en bien del Instituto y
de la Iglesia, quedando, no obstante, siempre a salvo su autoridad para determinar y
mandar lo que debe hacerse.” Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis,
28.10.1965, n. 14.
3
Se aconseja la lectura del libro de Pier Giordano Cabra, Tempo di prova e di
speranza, Il cammino della vita consacrata dal Vaticano II ad oggi, Ancora editrice,
Milano 2005.
4
Concilio ecuménico Vaticano II, Constituciones. Decretos. Declaraciones, BAC,
Madrid 1993, pp. 1094-1095.
5
Giacomo Biffi, La bella, la bestia e il cavaliere, Saggio di teologia inattuale,
Editroiale Jaca Book, Milano 1989, pp. 20 – 21.
6
Ibídem, p. 22.
7
Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n. 14.
8
Ibídem.
10
“Questo però non impediste che i sottoposti non possano pariré il loro animo
spontanemente e liberamente ai superiori, per ottenere dalla loro prudenza
consiglio e direzione nei dubbi e nelle ansie al fine di acquistare virtú e progredire
nella perfezione.” Sagrada Congregación de obispos y regulares, Decreto
Quemadmodum, 17.12.1890, n. 3.
11
Código de Derecho Canónico, c.630, n.5.
12
Benedicto XVI, Audiencia, 25.6.2008.
13
Àngel Pardilla, Le religiose ieri, oggi e domani, Libreria Editrice Vaticana, Città
del Vaticano 2008, p. 351.
14
Congregación para los Institutos de vida consagrada y sociedades de vida
apostólica, El servicio de la autoridad, 11.5.2008, n.1.
15
Con fino humorismo, el genio del card. Giacomo Biffi, afirma: “Possiamo ravvisare
in sostanza sotto questa denominazione (liberalismo teologico) tutte le posizioni
intellettuali di chi ritiene che nella Chiesa la libertà delle opinioni sia più
importante e salvifica della coscienza dell’unica verità; che debba essere offerta ai
credenti la “descrizione” storicizzata delle idee cristiane più che una loro precisa
proposizione; che andare d’accordo sui “valori” morali e sociali sia preferibile al
litigare sull’esattezza delle formule di fede.” Giacomo Biffi, Memorie e digressioni
di un italiano cardinale, Edizioni Cantagalli, Siena 2007, p. 405.
16
Ibídem, n. 13.
17
Congregación para los Institutos de vida consagrada y sociedades de vida
apostólica, El servicio de la autoridad, 11.5.2008, n. 12.
18
Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est, 25.12.2005, n.1.
19
Congregación para los Institutos de vida consagrada y sociedades de vida
apostólica, El servicio de la autoridad, 11.5.2008, n. 13a.
20
“El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu
(Evang. test. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida,
custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo
de Cristo en crecimiento perenne.” Sagrada Congregación para los Religiosos e
institutos seculares, Mutuae relationes, 14.5.1978, n.11.
21
Ibídem, n.3.
22
“Para poder promover la vida espiritual, la autoridad deberá cultivarla primero en
sí misma a través de una familiaridad orante y cotidiana con la Palabra de Dios, con
la Regla y las demás normas de vida, en actitud de disponibilidad para escuchar
tanto a los otros como los signos de los tiempos. Para poder promover la vida
espiritual, la autoridad deberá cultivarla primero en sí misma a través de una
familiaridad orante y cotidiana con la Palabra de Dios, con la Regla y las demás
normas de vida, en actitud de disponibilidad para escuchar tanto a los otros como
los signos de los tiempos.” Ibídem. n. 13a.