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Autor: German Sanchez Griese |

Gobernar con el Carisma


Gobernar con el carisma será para la superiora tomar en mano las Constituciones, la
regla de vida y los escritos del Fundador con el fin de descubrir en ellos el aspecto
específico del Cristo que Dios quiso dejar al Fundador.

Temores, incertezas, ausencia de la autoridad…


Las futuras generaciones de personas consagradas estarán muy agradecidas con el
Card. Franc Rodé, quien después de muchos años, ha puesto a disposición un
documento que podía llamarse, “un manual sobre la autoridad de frente a las
exigencias de la vida consagrada. Vivir la obediencia en la época de la post-
modernidad no es cosa fácil, si somos sinceros y aceptamos los retos que la vida
consagrada debe enfrentar en una sociedad laicizada y que cada día se aleja más de
Dios.

El fenómeno, aparentemente complicado, es más sencillo de lo que en realidad


pudiera parecer. Espero que la claridad no vaya en detrimento de la profundidad
con la que este argumento debe ser tratado.

Debemos iniciar dando por supuesto que la obediencia es un elemento de la vida


consagrada. “Los votos son también, en concreto, tres maneras de comprometerse a
vivir como Cristo vivió, en sectores que abrazan toda la existencia: posesiones,
afectos, autonomía. Cada uno pone de relieve una relación con Jesús, consagrado y
enviado. (…) Vino a hacer la voluntad del Padre que le envió, y lo hizo
permanentemente, «aprendiendo la obediencia por el sufrimiento y convirtiéndose
en causa de salvación para todos los que obedecen » (Hb 5, 8).” 1 La obediencia por
tanto debe ser enseñada, tomando en cuenta las propias constituciones, el carisma
y en el debido respeto de cada persona. Este debido respeto a la libertad de cada
persona, promulgado por el Decreto Perfectae caritatis ,2 creo que ha sido origen de
innumerables conflictos, malentendidos, temores, incertezas, ausencias en el
ejercicio de la autoridad, que han originado más de 40 años en los que la autoridad
ha sido malintepretada. Si bien es cierto que antes del Concilio Vaticano II existía
una situación en lo que se refiere a la obediencia caracterizada por una autoridad
demasiado rígida, que rayaba quizás en autoritarismo y una vida fraterna en
comunidad que giraba más en torno a la persona de la superiora , 3 la tendencia que
se dio después del Concilio Vaticano II, y precisamente al amparo de las palabras
citadas del Decreto Perfectae caritatis fue la de no ejercer la autoridad en una
supuesto respeto a la dignidad de la persona humana.

Los fenómenos han sido ya recogidos por la crónica, de laque nosotros sólo
señalamos los enunciados con una breve explicación. Una autoridad dialogada que
terminaba por no ser una autoridad. Una autoridad que radicaba en la comunidad, a
quien quedaba delegada la toma de posición, que muchas veces nunca llegaba, o
que no raramente se dejaba a la libre interpretación de cada persona, aduciendo,
nuevamente el respeto a la dignidad y la madurez personal. Una autoridad que se
interpretaba como una colaboración mutua, en dónde se ponía el acento sobre el
bienestar psicológico del individuo. Una autoridad que buscaba sobretodo complacer
a todos en un papel de liderazgo, en dónde la voluntad común de la comunidad
quedaba siempre por sobre todos los argumentos. Una autoridad que no quería herir
ninguna susceptibilidad y que se ponía al servicio de todas las susceptibilidades,
dando por resultado la renuncia a todo tipo de autoridad. Una autoridad, en fin, que
en muchos casos se ejercía a turnos, por que se basaba, supuestamente, en el hecho
de una igualdad de todos los componentes de la congregación o instituto de vida
consagrada.
Podríamos seguir enunciado la fenomenología de la autoridad en estos años del
postconcilio, pero creo que es interesante analizar cuál era la ideología sustentaba
todas estas praxis de la autoridad. Partamos del hecho que el Concilio Vaticano II no
había propuesto una nueva ideología, ni una nueva antropología o eclesiología.
Quería tan sólo, y éste era su objetivo principal, “"Nuestra tarea no es únicamente
guardar este tesoro precioso, como si nos preocupáramos tan sólo de la antigüedad,
sino también dedicarnos con voluntad diligente, sin temor, a estudiar lo que exige
nuestra época (...). Es necesario que esta doctrina, verdadera e inmutable, a la que
se debe prestar fielmente obediencia, se profundice y exponga según las exigencias
de nuestro tiempo. En efecto, una cosa es el depósito de la fe, es decir, las
verdades que contiene nuestra venerable doctrina, y otra distinta el modo como se
enuncian estas verdades, conservando sin embargo el mismo sentido y significado.”
4
El Concilio Vaticano II se proponía buscar la forma de hacer llegar toda la riqueza
del evangelio alfombre de hoy. Más que cambiar los dogmas, lo que los padres
conciliares pretendía era que la Iglesia hiciese un doble trabajo simultáneo. Por un
lado, conocer mejor al hombre de hoy, el de nuestros días, así como sus problemas y
las situaciones por las que estaba atravesando, debido a un mundo que cambiaba
velozmente. Y por otro lado, que buscara los medios más adecuados para hacerle
llegar el mensaje de salvación. No se pretendía por tanto ni crear una nueva
eclesiología, ni una nueva antropología, sino simplemente conocer mejor al hombre
de hoy y conocer mejor las realidades que conformaban la Iglesia para hacerle llegar
con frescura y con un lenguaje adaptado al hombre de hoy.

Desgraciadamente la recepción del Concilio no fue bien recibida por todos debido a
una ideología del Concilio que poco a poco fue apoderándose de algunos sectores de
la Iglesia. Esta ideología partía “históricamente del Vaticano II y de su magisterio,
pero a través de un proceso de <<DESTILACI&OACUTE;N fraudulenta>> que se puso
en práctica inmediatamente después de terminado el Concilio.” 5 Esta operación
consistía en una fase de lectura discriminatoria en la que se resaltaban sólo los
pasajes del Concilio que más interesaban a su causa, mientras se silenciaban otros.
La segunda fase consistía en reconocer que la verdadera enseñanza del Concilio no
era lo que estaba escrito, sino lo que se había intentado decir, haciendo ver que
existía una división entre los padres conciliares, dando por supuesto que existían
retrógrados y ultraprogresistas. En la tercera fase se afirma que la verdadera
enseñanza del Concilio no es la que canónicamente fue aprobada sino aquella que
debería haber sido aprobada si los Padres conciliares hubieran estado más
iluminados y coherentes con los tiempos actuales. De esta manera podemos
imaginarnos los resultados. “propiciados por el <>, en la conciencia de la cristiandad
se guardan algunos idolillos a los que todos deben rendir pleitesía.” 6 Tales ídolos
son la antropolatría, la cosmolatría, la cronolatría, el miedo al integralismo y la
bibliolatría.

De esta forma la vida religiosa femenina, como otras de las realidades de la Iglesia,
en muchos casos sigue más una ideología del Concilio, salpicada de estos idolillos,
que la verdadera doctrina. Mencionamos por ejemplo, y para ilustrar el tema que
estamos tratando, el hecho de que todo el Concilio debería rendir pleitesía al
concepto de libertad. Aquellas religiosas que se dejaban influenciar de la ideología,
hacían una lectura parcial del decreto Perfectae caritatis, y dónde leían “Gobiernen
a sus súbditos como a hijos de Dios y con respeto a la persona humana” , 7 exaltaban
al máximo el concepto del respeto a la persona humana, dejándole hacer, poco más
o menos, lo que le viniera en gana. Y esto por no seguir leyendo más adelante, para
entender el concepto global de la obediencia: “Por tanto, escuchen los Superiores
con agrado a los súbditos, procurando que empeñen su actividad en bien del
Instituto y de la Iglesia, quedando, no obstante, siempre a salvo su autoridad para
determinar y mandar lo que debe hacerse.” 6 De hecho, el Código de Derecho
Canónico sancionará este aspecto en 1983, que ya venía desde muchísimo tiempo
atrás con el Decreto Quemadmodum 9 , en el canon 630§5 “Los miembros deben
acudir con confianza a sus Superiores, a quienes pueden abrir su corazón libre y
espontáneamente. Sin embargo, se prohíbe a los Superiores inducir de cualquier
modo a los miembros para que les manifiesten su conciencia.” 10

Este es uno de los aspectos que más controversia ha generado en las comunidades
religiosas femeninas, es decir, la posibilidad de que la superiora de comunidad
pueda ejercer el gobierno espiritual de la comunidad. Guiadas quizás por un sentido
parcial del respeto a la dignidad de la persona humana y por un miedo a caer en los
excesos de autoridad que giraban en torno a la persona, se siguió en la práctica la
renuncia a ejercitar la autoridad en cualquier forma o circunstancia, relegando este
servicio a aquellos aspectos externos, meramente administrativos: cumplimiento del
horario, organización del apostolado externo, labores de mantenimiento y limpieza
de la casa. Una situación un poco triste que deja a al superiora orillada a una labor
de gerencia o a lo más, de organizadora y coordinadora de las actividades.

Es difícil, hablando de situaciones humanas, encontrar todos los factores que dan
origen a las mismas. Existen factores externos e internos. Sin duda alguna que los
factores externos, como los profundos cambios que se dieron en la sociedad hacia
finales de los años sesentas influyeron en el modo de concebir la autoridad. Pero
también debemos ser muy sinceros con nosotros mismos y aceptar que se dieron
factores internos que indujeron a una ausencia en el ejercicio de la autoridad.
Quizás, y sin el afán de absolutizar, uno de esos factores internos más importantes
fue un concepto un tanto equivocado del uso de la libertad en la vida consagrada. O
para expresarlo más correctamente, el concepto de libertad que muchas
congregaciones femeninas adoptaron en la práctica de la vida consagrada.

La dignidad de la mujer, lo que hemos llamado antropolatría, debía conservarse y


mantenerse por encima de cualquier otro valor. Esto es cierto, cuando por dignidad
de la mujer se entiende la facultad de ser lo que se es: una criatura a imagen de
dios, herida por el pecada y redimida por Cristo. Cuando la concepción del hombre –
antropología-, no respeta alguno de estos elementos, se cae en la antropolatría, es
decir, se tiende a idealizar o a falsea la concepción del hombre. Hoy estamos
descubriendo que ese hombre necesita de una formación para descubrirse a sí
mismo. Que no es con la facultad que tiene de negarse a cumplir ciertos
mandamientos, como se realiza a sí mismo, como adquiere la libertad. Muchas de
las superioras de comunidad en estos últimos decenios han sido demasiado
complacientes con sus religiosas, pretendiendo descargar toda responsabilidad en el
hecho de que han fomentado la libertad, cuando por libertad han entendido la
posibilidad de autoafirmarse negando lo que ellas consideraban normas rígidas que
impedían la autenticidad, la dignidad de la persona humana.

Más recientemente Benedicto XVI ha aclarado el concepto de libertad, cuando ha


dicho que no es en la negación como se afirma el hombre, sino en la respuesta
positiva a una serie de valores que se han aceptado con plena conciencia y en plena
libertad. Ahí esta el verdadero sentido de la libertad, en aceptar hasta sus últimas
consecuencias un sí que se ha dado a una serie de compromisos, siendo consecuente
con ellos. “Adán —y Adán somos nosotros— creía que el "no" era el culmen de la
libertad. Sólo sería realmente libre quien puede decir "no"; para realizar realmente
su libertad, el hombre debe decir "no" a Dios; sólo así cree que es él mismo, que ha
llegado al culmen de la libertad. La naturaleza humana de Cristo también llevaba en
sí esta tendencia, pero la superó, pues Jesús comprendió que el "no" no es el grado
máximo de la libertad humana. El grado máximo de la libertad es el "sí", la
conformidad con la voluntad de Dios. El hombre sólo llega a ser realmente él mismo
en el "sí"; el hombre sólo llega a estar inmensamente abierto, sólo llega a ser
"divino" en la gran apertura del "sí", en la unificación de su voluntad con la voluntad
divina.” 11

Parodia del cazador cazado…


Salió un cazador a cazar. Llevaba todo lo necesario para acometer la dura empresa
de cazar un grande oso, un oso de montaña. Llegado a un cierto punto escribe un
telegrama a su esposa. “Oso en caverna. Yo, al fondo de la caverna. Manda ayuda.”
Quien debería llegar con la presa en mano ha sido apresado. Triste historia.

Triste historia pero que pudo haberse repetido en muchas congregaciones


femeninas, debido a una recepción un tanto falseada del Concilio Vaticano II.
“Bisogna ammettere che in non pochi settori della Chiesa, purtroppo, non c’è stata
una fedele attuazione della dottrina del Concilio. La mancanza di un’autentica
recezione dei testi si è sentita in modo speciale nel campo specifico dei contenuti
relativi alla vita religiosa. L’inadeguata recezione è stata la deplorevole
conseguenza di una ermeneutica arbitraria.” 12 Hemos ya mencionado que el
objetivo del Concilio Vaticano II era evangelizar las realidades actuales, muchas de
las cuales hacían que el hombre se alejara de Dios. Dichas realidades actuales eran
sobretodo culturales, es decir, expresaban el sentir de una forma de ver la vida
adaptada a las circunstancias de los nuevos tiempos que enfrentaba el mundo. La
tecnología, el valor de la libertad y la dignidad humana, los medios de
comunicación, sólo por mencionar algunas de ellas, incidían en esas realidades
culturales, que debían ser evangelizadas, es decir, debían ser inundadas con la luz
de la salvación. Esta luz de la salvación debería de haber provenido de aquellos
elementos esenciales de la Iglesia como podrían haber sido los dogmas, los
mandamientos, las verdades de nuestra fe, la misma vida consagrada. Con tales
verdades de la fe se hubieran iluminado los aspectos culturales y de esa forma, una
vez evangelizados, las realidades culturales se habrían conquistado para Cristo,
sirviendo como cauce para la implantación de una nueva cultura, basada siempre en
el evangelio…

Desgraciadamente, en muchos sectores de la Iglesia la historia no fue ésa. Sucedió


al contrario, las realidades culturales, ajenas a los valores evangélicos penetraron y
pernearon los elementos esenciales de la Iglesia. Encontraron la debilidad de varios
sectores, que con el pretexto del Concilio, deberían abrirse a todas las realidades
temporales. De esta forma, al dejarse influir por dichos elementos culturales, quien
tenía que evangelizar, fue sujeto de una evangelización laica, es decir, de una
transposición de los valores laicos a los valores del evangelio. De tal forma que los
dogmas, el evangelio mismo, los elementos esenciales de la vida consagrada, por
mencionar sólo algunos de los elementos esenciales de la Iglesia han sido
interpretados y vividos a la luz de una realidad laica, distante y distinta de los
valores de la Iglesia.

Las superioras de comunidad lo sufrieron en su propia persona. Basta analizar los


experimentos que se realizaron en estos cuarenta años en lo que al ejercicio de la
autoridad se refiere. Toda esa fenomenología del servicio de la autoridad ha tenido
su origen en dejar penetrar los valores laicos en los valores evangélicos de la
autoridad. El documento El servicio de la autoridad recuerda el elemento esencial
del ejercicio de la autoridad, que no es otro que el de ayudar a las personas
consagradas a cumplir con la voluntad de Dios. “Por esto, mientras en la comunidad
todos están llamados a buscar lo que agrada a Dios así como a obedecerle a Él,
algunos en concreto son llamados a ejercer, generalmente de forma temporal, el
oficio particular de ser signo de unidad y guía en la búsqueda coral y en la
realización personal y comunitaria de la voluntad de Dios. Éste es el servicio de la
autoridad.” 13

No hay que olvidar también el efecto de un factor interno que determinó la toma de
postura de muchas congregaciones femeninas. Influenciado quizás por el clima de
democracia que se comenzaba a vivir en el mundo, muchos pastores de la Iglesia, al
igual que varios teólogos y estudiosos de la vida consagrada, retenían más oportuno
el evitar un encuentro frontal con quienes tenían un pensamiento alejado del
magisterio de la Iglesia, que el señalar dichas desviaciones o inexactitudes
teológicas. La imagen que se daba era la de un relativismo teológico, bajo el
nombre de liberalismo teológico 14 en el que se podía expresar cualquier verdad,
por descabellada que esta fuera. Sin una guía segura, sin una voz que aclarara
dichas desviaciones, muchas superioras de comunidad, inexpertas en teología,
llegaron a pensar que dichas aseveraciones podrían combinarse muy bien con la fe
cristiana. El resultado fue un cocktail en dónde cada uno tomaba o dejaba lo que
más le convenía para sus intereses personales.

La superiora de comunidad tiene por tanto como tarea imprescindible la de ayudar a


que todos en la comunidad, ya sea en común, ya sea en lo particular, trabajen y se
esfuercen en cumplir la voluntad de Dios. Ella debe esforzarse por tanto en ser la
primera en buscar esta voluntad de Dios. Para el cumplimiento de este deber
ineludible bien puede servirse de distintos medios que la sociedad y las ciencias
ponen a su disposición en la actualidad. Debe conocer a cada uno de los miembros
en su comunidad que la Providencia le ha asignado. Puede utilizar aquellas técnicas
y dinámicas de grupo que la sociología ponen a su alcance para el manejo de grupos.
Incluso deberá ser una buena administradora, ayudándose de las técnicas
administrativas. Pero si su labor esencial es la de “ …animar y de proponer, de
recordar la razón de ser de la vida consagrada, de ayudar a las personas
encomendadas a vosotros a corresponder con una fidelidad siempre renovada a la
llamada del Espíritu,” 15 debe ser una experta en la vida consagrada.

Experta no por los conocimientos que sobre la vida consagrada pueda tener, sino
experta por el amor con el que vive su vida consagrada, por la experiencia personal
que ha hecho de ese amor y por el interés que tiene para que su comunidad viva en
plenitud la vida consagrada. Pero no será cualquier tipo de vida consagrada. Será
aquella que el Fundador y la Fundadora han querido.

Gobernar con el carisma o ayudar a hacer la experiencia de Cristo.


Después de estos 40 años de dudas e incertidumbres, de titubeos y tanteos, de
búsquedas y experimentación, va quedando cada vez más en claro la función de al
autoridad y el ejercicio de la obediencia. El documento “El servicio de la autoridad”
ha insistido que la obediencia, antes que ser un acto humano, es un acto espiritual a
una persona, ni siquiera a unas constituciones o una regla de vida, sino la donación
total de una persona a la persona de Cristo. “La autoridad está al servicio de esta
búsqueda (de la voluntad de Dios), para que se lleve a cabo en sinceridad y verdad.
En la homilía de inicio de su ministerio petrino, Benedicto XVI hizo esta afirmación
significativa: «Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad o seguir
mis propias ideas, sino ponerme a la escucha, junto con toda la Iglesia, de la
palabra y la voluntad del Señor y dejarme guiar por Él, de manera que sea Él quien
guíe a la Iglesia en este momento de nuestra historia».” 16

Este seguimiento, esta búsqueda de la voluntad de Dios e una participación activa


de toda la persona consagrada a actor en su vida la voluntad de otra persona. Esta
otra persona no es sino el Señor: «Faciem tuam, Domine, requiram»: Tu rostro
buscaré, Señor (Sal 26, 8). La obediencia se convierte por tanto en un acto humano
y cargado de afectos para quien ha experimentado verdaderamente en su vida a
esta persona, al Señor. Hay que recordar que el cristianismo, y por ende la vida
consagrada, no es el seguimiento y cumplimiento de unas normas, sino la sorpresa,
siempre inaudita y nueva, del encuentro con una persona: “No se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello,
una orientación decisiva.” 17

Antes que obedecer hay que amar a esta Persona. Y para amar a esta Persona hay
que conocerla. Y para conocerla hay que encontrarla y experimentarla. Sin estos
pasos será muy difícil el que pueda darse el cumplimiento de la obediencia y el
ejercicio de la autoridad desde un punto de vista personal y espiritual, como hemos
explicado renglones arriba. La crisis de la vida consagrada, por la que están pasando
muchas congregaciones religiosas especialmente en Europa y Estados Unidos, se
debe en gran parte al haber perdido de vista a Quién se obedece y las razones por
las que se obedece. La languidez, la apesadumbre, la desgana con la que se viven en
muchas comunidades son signos e un corazón marchito que se ha secado a fuerzas
de haber olvidado el amor primero.

La función de la superiora de comunidad, quizás la función principal, es mantener


vivo ese amor, ese encuentro con una Persona, de forma que constante y
alegremente esté buscando su rostro, esté buscando hacer la voluntad del Amado.
Esta es la labor espiritual que toca a la superiora en nuestros tiempos. “En la vida
consagrada la autoridad es ante todo autoridad espiritual.17 27 Es consciente de
haber sido llamada a servir un ideal que la supera inmensamente, un ideal al que
sólo es posible acercarse en un clima de oración y de búsqueda humilde que permita
captar la acción del mismo Espíritu en el corazón de todos los hermanos o
hermanas.” 18 Para ello, una de las primeras tareas será identificar bien el rostro
del Amado. No es ésta una afirmación poética o meramente espiritualista.
Contienen en sí todo un programa de trabajo para que la superiora de comunidad
pueda gobernar con el carisma.

En primer lugar la superiora de comunidad debe identificar el rostro del Amado que
se debe buscar. El rostro de Cristo es polifacético, no podemos nunca agotarlo. Se
puede presentar con rostro de niño indefenso recién nacido, con rostro de
adolescente que encuentra a los doctores de la ley en el templo, con el rostro de un
samaritano que se inclina a curar las heridas del hombre que encuentra a mitad del
camino. O como el Siervo de Yahvé que doliente, saber cargar con el peso de
nuestros pecados.

Este rostro de Cristo, si bien diverso y polifacético se recubre de unas


características muy especiales para cada congregación, características que no serán
sino las virtudes más específicas que el Fundador ha querido contemplar en Cristo.
Las virtudes específicas de Cristo, que Dios ha permitido ver al Fundador provienen
de la experiencia del espíritu que ha dado origen al carisma. La superiora de
comunidad, al llevar a cabo todas las funciones que le competen, no está haciendo
otra cosa, sino el propiciar que cada religiosa pueda hacer propia esta experiencia
del espíritu. De esta manera estará gobernando con el carisma. Para evitar “que las
visiones excesivamente subjetivas del carisma y el servicio apostólico pueden
debilitar la colaboración y la condivisión fraternas,” 20 la superiora de comunidad
debe conocer con exactitud y sin subjetivismos el carisma, de forma que pueda
ayudar a que cada religiosa haga la experiencia del espíritu y pueda de esa forma
buscar y hacer con objetividad la voluntad del Dios. El proceso es sencillo, pero
requiere de una explicación adecuada.

Todas las funciones que debe realizar la superiora, funciones que pueden ser
netamente espirituales o básicamente funcionales, deben tener como objetivo
ayudar a que cada persona a ella encomendada en la comunidad puedan cumplir con
la voluntad de Dios. Esta voluntad se presenta para cada Congregación y para
comunidad bajo la forma de un Cristo que tiene características o virtudes muy
específicas que el Fundador ha visto, gracias a la experiencia del Espíritu que Dios
le ha permitido tener. Cada religiosa debe hacer todo lo posible para seguir lo mejor
posible estas características de Cristo. Por ello, debe esforzarse por hacer la misma
experiencia del espíritu que ha hecho su fundador. Una experiencia del espírituque
la llevará a conocer y vivir las características específicas que Cristo ha mostrado al
Fundador.

Esta experiencia del espíritu se realiza a lo largo de toda la vida consagrada, pues
no está circunscrita a una experiencia mística. Debe abarcar todas las potencias
humanas, los afectos y debe reflejarse en el vivir cotidiano. La superiora de
comunidad será punto fundamental para que las religiosas puedan hacer
constantemente esta experiencia del espíritu Por ello, su labor de animación
espiritual, primera y fundamental labor, consistirá en propiciar todos los medios
necesarios para que la religiosa pueda hacer la experiencia del espíritu en dicha
comunidad. Por tanto, la oración, la vida fraterna en comunidad, la observancia de
los votos, el cumplimiento de la misión, es decir, todos los elementos que
conforman la vida consagrada deben estar encaminados a propiciar la experiencia
del espíritu.

Esta experiencia del espíritu viene a concretizarse en un conocimiento de aquellas


características de Cristo con las que el Fundador más se ha identificado, bajo la
acción del Espíritu. El conocimiento de estas características servirá de guía a la
superiora de la comunidad para que todos los proyectos comunitarios, ya sea desde
el punto de vista de la misión o aquellos proyectos que tienen que ver con la vida
espiritual de la comunidad o de cada uno de los miembros, tienda a favorecer la
experiencia del espíritu hecha por el Fundador, y llamada a ser vivida, custodiada,
desarrollada y profundizada. Por ello, un mandato, por más sencillo que éste sea,
debe darse y ejecutarse en vistas a esta experiencia del espíritu.

Gobernar con el carisma será para la superiora tomar en mano las Constituciones, la
regla de vida y los escritos del Fundador con el fin de descubrir en ellos el aspecto
específico del Cristo que Dios quiso dejar al Fundador. Este Cristo, y no otro, no
aquel que se encuentra en el supermercado de las espiritualidades tan en boga en el
día de hoy, será el que será la razón de ser de la superiora, de la comunidad y de la
congregacón. A éste Cristo se debe toda la vida espiritual y la misión de la
Congregación. Será necesario por tanto que la superiora de comunidad, después de
conocer este Cristo, se enamore de Él, lo obedezca. 21 Ella será después la
encargada, no por una mera función externa, sino como un fruto, una manifestación
de esta experiencia del espíritu, será la encargada de promover y de cuidar que
cada religiosa pueda hacer esta experiencia del espíritu.
El punto de partida y el punto de llegada en el gobierno con el carisma es siempre el
mismo. Se parte del Cristo que Dios ha permitido experiementar al Fundador, para
llegar nuevamente a experimentar este Cristo, en una forma personal y comunitaria.
Sólo así la superiora de comunidad podrá llevar a cabo en sí misma y en todas sus
religiosas el legado espiritual dejado por el Fundador: vivir, conocer y transmitir la
experiencia del espíritu en la que se engloba el carisma de cada Instituto.

(Ayudar a encontrar el rostro del Cristo específico) (El encuentro con Cristo, con una
persona)

NOTAS:
1
Sagrada Congregación para los religiosos e institutos seculares, Elementos
esenciales de la vida religiosa, 31.5.1983, n. 15.
2
“Gobiernen a sus súbditos como a hijos de Dios y con respeto a la persona humana.
Por lo mismo, especialmente, déjenles la debida libertad por lo que se refiere al
sacramento de la penitencia y a la dirección de conciencia. Logren de los súbditos,
que en el desempeño de sus cargos y en la aceptación de las iniciativas cooperen
éstos con obediencia activa y responsable. Por tanto, escuchen los Superiores con
agrado a los súbditos, procurando que empeñen su actividad en bien del Instituto y
de la Iglesia, quedando, no obstante, siempre a salvo su autoridad para determinar y
mandar lo que debe hacerse.” Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis,
28.10.1965, n. 14.
3
Se aconseja la lectura del libro de Pier Giordano Cabra, Tempo di prova e di
speranza, Il cammino della vita consacrata dal Vaticano II ad oggi, Ancora editrice,
Milano 2005.
4
Concilio ecuménico Vaticano II, Constituciones. Decretos. Declaraciones, BAC,
Madrid 1993, pp. 1094-1095.
5
Giacomo Biffi, La bella, la bestia e il cavaliere, Saggio di teologia inattuale,
Editroiale Jaca Book, Milano 1989, pp. 20 – 21.
6
Ibídem, p. 22.
7
Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n. 14.
8
Ibídem.
10
“Questo però non impediste che i sottoposti non possano pariré il loro animo
spontanemente e liberamente ai superiori, per ottenere dalla loro prudenza
consiglio e direzione nei dubbi e nelle ansie al fine di acquistare virtú e progredire
nella perfezione.” Sagrada Congregación de obispos y regulares, Decreto
Quemadmodum, 17.12.1890, n. 3.
11
Código de Derecho Canónico, c.630, n.5.
12
Benedicto XVI, Audiencia, 25.6.2008.
13
Àngel Pardilla, Le religiose ieri, oggi e domani, Libreria Editrice Vaticana, Città
del Vaticano 2008, p. 351.
14
Congregación para los Institutos de vida consagrada y sociedades de vida
apostólica, El servicio de la autoridad, 11.5.2008, n.1.
15
Con fino humorismo, el genio del card. Giacomo Biffi, afirma: “Possiamo ravvisare
in sostanza sotto questa denominazione (liberalismo teologico) tutte le posizioni
intellettuali di chi ritiene che nella Chiesa la libertà delle opinioni sia più
importante e salvifica della coscienza dell’unica verità; che debba essere offerta ai
credenti la “descrizione” storicizzata delle idee cristiane più che una loro precisa
proposizione; che andare d’accordo sui “valori” morali e sociali sia preferibile al
litigare sull’esattezza delle formule di fede.” Giacomo Biffi, Memorie e digressioni
di un italiano cardinale, Edizioni Cantagalli, Siena 2007, p. 405.
16
Ibídem, n. 13.
17
Congregación para los Institutos de vida consagrada y sociedades de vida
apostólica, El servicio de la autoridad, 11.5.2008, n. 12.
18
Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est, 25.12.2005, n.1.
19
Congregación para los Institutos de vida consagrada y sociedades de vida
apostólica, El servicio de la autoridad, 11.5.2008, n. 13a.
20
“El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu
(Evang. test. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida,
custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo
de Cristo en crecimiento perenne.” Sagrada Congregación para los Religiosos e
institutos seculares, Mutuae relationes, 14.5.1978, n.11.
21
Ibídem, n.3.
22
“Para poder promover la vida espiritual, la autoridad deberá cultivarla primero en
sí misma a través de una familiaridad orante y cotidiana con la Palabra de Dios, con
la Regla y las demás normas de vida, en actitud de disponibilidad para escuchar
tanto a los otros como los signos de los tiempos. Para poder promover la vida
espiritual, la autoridad deberá cultivarla primero en sí misma a través de una
familiaridad orante y cotidiana con la Palabra de Dios, con la Regla y las demás
normas de vida, en actitud de disponibilidad para escuchar tanto a los otros como
los signos de los tiempos.” Ibídem. n. 13a.

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