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Maestría en Escrituras Creativas John J.

Osorio Giraldo
Seminario de Profundización 31-05-2018

El cuerpo y los sentidos en Respirando el verano de Rojas Herazo

Me atrevería a decir que es una novela sobre los sentidos. Es más, una novela sensorial
(sensual, debería poner) armada de metáforas sinestésicas, que dotan al mundo y a la naturaleza
misma de una corporeidad que permea, con el tacto del lenguaje, el universo entero de la novela.
Parece que los objetos mismos sintieran, que todo se llenara de vida –de una vida exasperante– en
la canícula de ese verano inclemente, que se respira a sí mismo, con su aire caliente en el sopor
del mediodía abrasador. La materia, la substancia misma de lo vivo, lo orgánico –en el sentido de
lo que vive y se descompone, de lo que jadea y se pudre– adquiere un protagonismo sutil en la
novela de Rojas Herazo, que dota su narración de un aliento a veces sutil, a veces lancinante, de
unas palabras que se sienten transpirar y cubrirse de polvo en la molicie misma del texto.

Vívido sería un adjetivo apropiado para esta novela de un lenguaje lírico que por momentos
revienta la página y golpea la cara del lector, lo sacude, lo serena y los transporta a un mundo
bucólico en su propia decadencia, para que sea testigo del poder arrasador que la vida arrastra en
su propio ímpetu fecundante. Respirando el verano es un notable castillo de palabras, un
monumento a la lengua, único instrumento con el que contamos para dotar de sentido a la
experiencia. La historia de una familia disfuncional –como cualquiera– le sirve a Herazo de
puntada para coser un universo social que se deshace en el estío persistente de un verano seco y
radiante. Y la novela es, a veces, barroca; demasiado recargada de adjetivos, decorada de adornos
hiperbólicos, agotadores, pero que hacen más palpable el poder de la palabra para describir,
ampliar y exagerar esas ficciones que pomposamente nombramos realidad.

Respirando el verano es una fiesta de imágenes evocadoras, un collage de nostalgias


deformes, un mosaico recuerdos enrarecidos, adobados con el vinagre del rencor, la rabia y la
frustración. Tiene todos los ingredientes de una gran novela: hay odio y amor, borrachera, traición,
muerte, compasión, enfermedad, destellos de alegría. Se trata de una obra en la que las sensaciones
y las emociones, que la misma novela suscita con sus atmósferas armadas con palabras, se
convierten en las protagonistas del relato. En ese sentido, la novela podría interpretarse como una
Maestría en Escrituras Creativas John J. Osorio Giraldo
Seminario de Profundización 31-05-2018

orgía, una masa de órganos entrelazados en la que todo se hace corpóreo –y lo corporal cobra aun
más corporeidad–, hasta que termina engulléndose (o preñándose, o copulándose) a sí misma.

En las páginas de la novela palpita una especie de mundo en reposo, que se va cocinando
en el caldo de su propia desidia. El encadenamiento de metáforas crea una especie de juego de
espejos alegórico que a través del lenguaje busca dotar de materia tangible el mundo abstracto de
las sensaciones, el dominio fantasmagórico de la metafísica: “Entonces sintió como nunca aquella
historia secreta de la casa, sintió la fidelidad de sus muros, su congoja de animal triste, con sus
costillas y su epidermis despedazadas por el tiempo. Y en las bocanadas de penumbra de cada
cuarto percibió el rumo de miles de días entre los cuales venían envueltos miradas de moribundos,
llantos de recién nacidos, palabras de maldición o despedida, toses de enfermos, risas de niños y
tintineo de vajillas que sacudían y alegraban el aire”.

Todo está vivo en esta novela de naturaleza acechante, de una sensualidad que brota del
estertor mismo de la vida cotidiana, de una fuerza orgánica que pugna todo el tiempo por romper
con el orden postizo y artificioso que ha tratado de imponerle la cultura y que se sobrepone con
una violencia ciega e inocente, furiosa y callada, a los intentos de los seres humanos por reprimir
sus instintos, por oprimir su inteligencia y someter su sabiduría. Porque, como dijo Barba Jacob
en su poema más famoso, “hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles, como en abril el campo,
que tiembla de pasión: bajo el influjo próvido de espirituales lluvias, el alma está brotando florestas
de ilusión”.

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