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VIII: LA GUERRA FRÍA

La guerra fría entre EE.UU. y la URSS, con sus respectivos aliados, dominó el escenario mundial de la
segunda mitad del siglo XX. Se vivió bajo la amenaza de un conflicto nuclear global, que, como muchos
creían, podía estallar en cualquier momento. Los gobiernos de ambas potencias aceptaron el reparto
global de fuerzas establecido al final de la segunda guerra mundial. En Europa las líneas de demarcación
se trazaron en 1943-1945, aunque hubo vacilaciones de Alemania y Austria, que se resolvieron con la
partición de Alemania según las líneas de ocupación del Este y el Oeste. Asia fue la zona en que las dos
potencias compitieron en busca de apoyo e influencia durante toda la guerra fría, y donde más conflictos
armados podían estallar. El bando comunista no presentó síntomas de expansión significativa entre la
revolución china y los años setenta, cuando China ya no formaba parte del mismo. Ambas potencias
intentaron resolver las disputas sobre sus zonas de influencia sin llegar a un choque abierto de sus fuerzas
armadas que pudiese llevarlas a la guerra. En contra de la retórica de la época, actuaron suponiendo que
la coexistencia pacífica entre ambas era posible. La guerra fría no fue un enfrentamiento en el que
deshicieran los gobiernos, sino la sorda rivalidad entre los distintos servicios secretos reconocidos y por
reconocer. Cuando la URSS se hizo de armas nucleares (1949) ambas potencias dejaron de utilizar la
guerra como arma política en sus relaciones mutuas, pues era el equivalente de un pacto suicida. Sin
embargo, se sirvieron de la amenaza nuclear (sin tener intención de cumplirla) en algunas ocasiones
(Corea y Vietnam, 1953 – EE.UU.-, 1954; Suez, 1956 –URSS-). La guerra fría se baso en la creencia
occidental de que el futuro del capitalismo y de la sociedad liberal no estaba garantizado. Los planes de
EE.UU. para la posguerra se dirigían mucho más a evitar otra Gran Depresión que a evitar otra guerra. Se
esperaban serias alteraciones en la estabilidad social, política y económica porque la guerra había dejado
una población hambrienta, fácil de adoptar la revolución social. La ruptura del pacto soviético-
norteamericano después de la guerra no basta para explicar porqué la política de EE.UU. tenía que
presentar a la URRS como la cabeza de una conspiración comunista mundial y atea dispuesta a derrocar
los dominios de la libertad. Pues en 1945-1947 la URSS ni era expansionista, ni contaba con extender el
avance del comunismo más allá de lo que se había acordado en las cumbres de 1943-1945. Además, la
URSS desmovilizó sus tropas, disminuyendo de 12 millones en 1945 a 3 millones a finales de 1948. La
URSS no representaba ninguna amenaza para quienes se encontraran fuera de su ámbito de influencia.
Por el contrario, necesitaba toda la ayuda económica posible, y no tenía interés en enemistarse con la
única potencia que podía proporcionársela, los EE.UU. su postura de fondo tras la guerra no era agresiva,
sino defensiva. Sin embargo, la política de enfrentamiento entre ambos surgió de su propia situación: la
posición insegura de la URRS y los EE.UU. preocupados por la posición insegura en Europa central y
occidental, además del futuro incierto de Asia. El enfrentamiento es probable que se hubiese producido
aún sin la ideología de por medio. Mientras que a los EE.UU. les preocupaba el peligro de un posible
dominio mundial de la URSS, a Moscú le preocupaba el dominio real de los EE.UU. sobre todas las partes
del mundo no comunista. La intransigencia era la táctica lógica de los rusos (negación a revisar ciertos
tratados). Pero esta política de mutua de intransigencia no implicó un riesgo cotidiano de guerra. Sin
embargo, hubo factores que dieron otra dimensión al enfrentamiento, como el hecho de que para los
políticos estadounidenses el anticomunismo apocalíptico resultaba útil y tentador, incluso para aquellos
que no estaban convencidos de su retórica. La histeria pública facilitaba a los presidentes la obtención de
sumas necesarias para financiar la política norteamericana gracias a una ciudadanía con escasa
predisposición a pagar impuestos. Los EE.UU. se vieron obligados a adoptar una actitud agresiva, con una
flexibilidad táctica mínima. Ambos bandos se vieron envueltos en una carrera de armamentos que llevaba
a la destrucción mutua, en manos de generales e intelectuales atómicos cuya profesión les exigía que no
se dieran cuenta de esta locura. Ambos instauraron un complejo militar-industrial que contaron con el
apoyo de sus respectivos gobiernos para usar su superávit para atraerse y armar aliados y satélites y para
hacerse con lucrativos mercados para la exportación. El mutuo temor a un enfrentamiento explica la
“congelación de los frentes” en 1947-1949, la partición de Alemania y el fracaso de evitar la subordinación
a una u otra potencia. Pero no explica el tono apocalíptico de la guerra fría, que vino por parte de EE.UU.,
pues todos los gobiernos de la Europa occidental fueron anticomunistas, decididos a protegerse contra un
posible ataque militar soviético. Sin embargo, la cuestión no era la amenaza teórica de dominación
mundial comunista, sino el mantenimiento de la supremacía real de los EE.UU. Sin embargo, la carrera del
armamento atómico no fue el impacto principal de la guerra fría. La armas nucleares no se usaron pesa a
que las potencias participaron en tres guerras (sin enfrentarse) –Corea, 1950; Vietnam y Afganistán-. Los
caros equipos militares demostraron ser ineficaces. La amenaza de la guerra generó movimientos
pacifistas internacionales, dirigidos contra las armas nucleares, que ocasionalmente se convirtieron en
movimientos de masas en parte de Europa. Las consecuencias políticas de la guerra polarizaron el mundo
en dos bandos claramente divididos, se escindieron en regímenes pro y anticomunistas homogéneos en
1947-1948. En Occidente los comunistas desaparecieron de los gobiernos para convertirse en parias
políticos. La dominación soviética quedó establecida en toda Europa oriental –excepto en Finlandia-. La
política del bloque comunista fue monolítica, aunque fragilidad fue más evidente a partir de 1956 (fin del
socialismo). La política de los estados europeos alineados a EE.UU. fue más uniforme, pues a todos los
unía su antipatía por los soviéticos. Los EE.UU. crearon en dos antiguos enemigos: Italia y Japón, un
sistema permanente de partido único, que trajo como consecuencia la estabilización de los comunistas
como la principal fuerza opositora y la instalación de unos regímenes de corrupción institucional. La guerra
eliminó al nacionalsocialismo, al fascismo y a los sectores derechistas y nacionalistas. La base política de
los gobiernos occidentales de la guerra fría abarcaba desde la izquierda socialdemócrata a la derecha
moderada no nacionalista. Los partidos vinculados a la Iglesia católica demostraron ser útiles, por su
anticomunismo y programas sociales no socialistas. Los efectos de la guerra fría sobre la política
internacional crearon la Comunidad Europea con todos su problemas (organización política permanente
para integrar las economías y los sistemas legales de una serie de estados-nación independientes). Fue
creada en 1957 por Francia, RFA, Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo. Su creación ilustra el miedo
que mantenía unida a la alianza antisoviética, miedo no sólo a la URSS, sino al renacimiento de Alemania
y a los mismos EE.UU., aliados indispensable contra la URSS, pero sospechoso por su falta de fiabilidad.
La situación económica de Europa occidental en 1946-1947 parecía tan tensa, que EE.UU. lanzó el plan
Marshall en 1947, un proyecto para la recuperación de Europa, más tarde ayudaría a Japón. Sin embargo,
para EE.UU. una Europa reconstruida tenía que basarse en la fortaleza económica alemana ratificada con
el rearme de Alemania. Francia trató de vincularse a los asuntos de Alemania para evitar un posible
conflicto, y propusieron su propia versión de una unión europea. La Comunidad Europea de creó como
una alternativa a los planes de integración europea de los EE.UU. Sin embargo, aunque los EE.UU. fuesen
incapaces de imponer a los europeos sus planes económico-políticos en todos sus detalles, eran lo
bastante fuertes como para controlar su posición internacional. No obstante, a medida que se fue
prolongando la guerra fría se fue contrastando el poderío militar de la alianza de Washington con el los
pobres resultados económico de los norteamericanos. El peso económico del mundo se estaba
desplazando hacia las economías europeas y japonesa, que los EE.UU. estaban convencidos de haber
rescatado. Este cambio se debió al financiamiento norteamericano del déficit provocado por el costo de
sus actividades militares y a los costos de su programa de bienestar social. El dólar, pieza clave de la
economía de la posguerra, se debilitó. En los sesenta la estabilidad del dólar ya no se basó en las
reservas de los EE.UU. sino en la disposición de los bancos centrales europeos a no cambiar sus dólares
por oro, y a unirse al bloque del oro para estabilizar el precio del metal de los mercados. En 1968 este
bloque agotó sus recursos, y se puso fin a la convertibilidad del dólar. Cuando acabó la guerra fría, la
hegemonía económica norteamericana había quedado tan mermada que el país ni siquiera podía financiar
su propia hegemonía militar. Los años más peligrosos de la guerra fría, desde 1947 hasta la guerra de
Corea, 1950-1953, habían transcurrido sin una conflagración mundial. Lejos de desencadenarse una crisis
social, los países de Europa occidental empezaron a darse cuenta de que estaban viviendo una época de
prosperidad general inesperada. La disminución de la tensión se llamó: “distensión”. Kruschev estableció
su supremacía en la URSS después de los conflictos postestalinistas (1958-1964), este dirigente creía en
la reforma y en la coexistencia pacífica. Antes de la “distensión” se enfrentaron los liderazgos de Kruschev
y Kennedy. Las dos potencias estaban dirigidas por amantes del riesgo en una época en que el mundo
occidental creía estar perdiendo su ventaja sobre las economías comunistas, que habían crecido más
deprisa en los cincuenta. La descolonización y las revoluciones en el tercer mundo parecían favorecer a
los soviéticos. Los EE.UU. se enfrentaron a una URSS confiada pero nerviosa por Berlín, El Congo y
Cuba. Durante esta etapa el Muro de Berlín (1961) cerró la última frontera entre Este y Oeste. Los EE.UU.
aceptaron a la Cuba comunista a su puerta. Las guerrillas América Latina y la descolonización de África no
se convirtieron en grandes guerras. Kennedy fue asesinado (1963) y Kruschev dejó el mando en 1964. Se
dieron pasos significativos hacia el control y la limitación del armamento nuclear. El comercio entre EE.UU.
y la URSS empezó a florecer con el paso de los años setenta. Sin embargo, a mediados de los setenta
comenzó la segunda guerra fría. Ambas potencias estaban satisfechas con su situación económica.
EE.UU. se vio menos afectado por la recesión económica de Europa, y la URSS se beneficiaba porque la
crisis del petróleo de 1973 cuadruplicó el precio del petróleo, elemento descubierto en la URSS a
mediados de los sesenta. Dos acontecimientos alteraron este aparente equilibrio. Vietnam demostró el
aislamiento de los EE.UU. La guerra del Yom Kippur de 1973 entre Israel (aliado de EE.UU.) y EgiptoSiria
(equipadas por la URSS) también puso de manifiesto el aislamiento norteamericano, cuando sus aliados
europeos se negaron a permitir que los aviones gringos emplearan sus bases aéreas para apoyar a Israel.
Mediante la OPEP los países árabes del Oriente Próximo intentaron impedir que se apoyara a Israel,
cortando el suministro de petróleo y amenazando con un embargo de crudo, multiplicando el precio del
petróleo. Vietnam y el Próximo Oriente debilitaron a EE.UU. pero no alteraron el equilibrio global de las
potencias. Entre 1974 y 1979 surgió una nueva oleada de revoluciones, esta tercera oleada pareció alterar
el equilibrio de las potencias en contra de EE.UU. ya que una serie de regímenes africanos, asiáticos y
americanos se pasaron del bando soviético, y facilitaron bases navales a la URSS. La conciencia de esta
tercera oleada de revoluciones mundiales con el fracaso y derrota públicos de EE.UU. fue lo que engendró
la segunda guerra fría. Dado que la situación en Europa se había estabilizado, ambas potencias
trasladaron su rivalidad al tercer mundo. EE.UU. había conseguido la expulsión de los soviéticos de Egipto
y la entrada informal de China a la alianza antisoviética. La nueva oleada de revoluciones dirigida contra
regímenes conservadores proyanquis, dio a la URSS la oportunidad de recuperar la iniciativa. Por esta
razón, un estado de histeria se apoderó del debate público y privado de EE.UU. La injustificada
autosatisfacción de los rusos alentó el miedo. No obstante, el régimen de Brezhnev comenzó a arruinarse
él solo al emprender un programa de armamento que elevó los gastos en defensa. El esfuerzo soviético
por crear una marina con presencia mundial en todos los océanos tampoco era una estrategia sensata. El
poderío norteamericano seguía siendo mayor que el poderío soviético. En cuanto a la economía y la
tecnología de ambos bandos, la superioridad occidental (y japonesa) era mayor. No obstante, no había
ningún indicio de que la URSS deseara una guerra y mucho menos de que planeara un ataque militar
contra Occidente. La política de Reagan (retórica apocalíptica), elegido en 1980, sólo se entiende en su
afán de lavar la afrenta de lo que se vivía como una humillación (el caso Nixon, rehenes en Irán, crisis del
petróleo, aumento de los precios por parte de la OPEP), demostrando la supremacía de los EE.UU. en
gestos de fuerza militar sobre objetivos fáciles (Granada, 1983; Libia, 1986; Panamá, 1989). El equilibrio
mundial entre las potencias se llevó a cabo a finales de los setenta, cuando la OTAN empezó a rearmarse,
y a los nuevos estados africados de izquierda los mantenían a raya desde el principios movimientos
apoyados por EE.UU. Hacia 1980, llegaron al poder en varios países gobiernos de la derecha ideológica,
comprometidos con una forma extrema de egoísmo empresarial (Reagan, Thatcher). Para esta nueva
derecha, el capitalismo de la sociedad de bienestar de los años cincuenta y sesenta, habían sido una
subespecie de socialismo. La guerra fría de Reagan fue contra el estado del bienestar igual que contra
todo intrusismo estatal. Sus enemigos eran el liberalismo tanto como el comunismo. Cuando la URSS se
hundió al final de la era Reagan, los norteamericanos afirmaron que su caída se debió a una activa
campaña de acoso y derribo, pero no hay la menor señal de que el gobierno de los EE.UU. contemplara el
hundimiento de la URSS o de que estuviera preparado para ello llegado el momento. El mismo Reagan
creía en la coexistencia entre ambos países, pero una coexistencia que no estuviera basada en un
equilibrio de terror nuclear mutuo. La guerra fría acabó cuando una de la superpotencias, o ambas,
reconocieron el peligro de la carrera armamentista, y cuando una o ambas, aceptaron acabar con esa
carrera. Gorvachov fue quien se encargó de convencer al gobierno de los EE.UU. y a los demás gobiernos
occidentales de que los soviéticos en verdad querían acabar con esa carrera. A efectos prácticos, la
guerra fría acabó en las cumbres de Reykjavik (1986) y Washington (1987). El socialismo soviético
afirmaba ser una alternativa global al sistema capitalista. Dado que el capitalismo no se hundió, las
perspectivas del socialismo dependían de su capacidad de competir con la economía capitalista mundial
(reformada tras la Gran Depresión y la segunda guerra mundial, y trasformada por la revolución
postindustrial de las comunicaciones y la informática). No obstante, desde 1960 el socialismo ya no era
competitivo. El sistema capitalista mundial podía absorber la deuda de 3 billones de dólares que en los
ochenta hundieron a los EE.UU. (mayor acreedor del mundo, hasta entonces). En cambio, nadie, ni dentro
ni fuera, estaba dispuesto a hacerse cargo de una deuda equivalente en el caso soviético. A finales de los
setenta, las economías de la Comunidad Europea y Japón, juntas, eran un 60% mayores que la de los
EE.UU.; en cambio, los aliados y satélites de los soviéticos nunca llegaron a emanciparse, sino que
siguieron practicando una sangría de decenas de miles de millones de dólares anuales a la URSS. Los
países del tercer mundo (que según Moscú acabarían con el capitalismo) representaban el 80% del
planeta, pero sus economías eran secundarias. A medida que la superioridad tecnológica occidental fue
creciendo no hubo competencia posible. Lo que precipitó la caída del socialismo, fue la combinación de
sus defectos económicos y la invasión acelerada de la economía socialista por parte de la economía
capitalista, más dinámica, avanzada y dominante. Fue la interacción de la economía de modelo soviético
con la economía capitalista a partir de los sesenta lo que hizo vulnerable al socialismo. La derrota de la
URSS no se debió a la confrontación, sino a la distensión. No fue posible reconocer que la guerra había
acabado hasta el hundimiento del imperio soviético (1989) y la disolución de la URSS (1989-1991).

* La guerra fría transformó la escena internacional en tres sentidos:

1) Había eliminado o eclipsado totalmente las rivalidades y conflictos que configuraron la política antes de
la segunda guerra mundial (salvo uno). Todas las grandes potencias (excepto dos) quedaron relegadas a
la segunda o tercera división de la política internacional. Francia y Alemania no entraron en lucha después
de 1947, porque los alemanes podían ser controlados por EE.UU.

2) Congeló y estabilizó la situación internacional. Alemania permaneció dividida 46 años en sectores:


occidental (RFA1948), central (RDA-1954) y oriental (que se convirtió en parte de Polonia y de la URSS).
El fin de la guerra fría y el hundimiento de la URSS reunificó a los dos sectores occidentales y dejó las
zonas de Prusia oriental anexionadas por los soviéticos aisladas, separadas del resto de Rusia por el
estado ahora independiente de Lituania. La política interna no se congeló de la misma forma, salvo en el
caso donde los cambios alteraran la lealtad de un estado a su respectiva potencia dominante. Los EE.UU.
no estaban dispuestos a tolerar comunistas en el poder en Italia, Chile o Guatemala, y la URSS no estaba
dispuesta a renunciar al derecho de mandar tropas a repúblicas hermanas con gobiernos disidentes como
Hungría y Checoslovaquia. Con excepción de China, ningún país importante cambio de bando.

3) La guerra fría llenó al mundo de armas. Fue el resultado natural de cuarenta años de competencia entre
ambas potencias por armarse. A las economías muy militarizadas les interesaba vender sus productos en
el exterior. Todo el mundo exportaba armas. El surgimiento de una época de guerrillas y terrorismo originó
una gran demanda de armas ligeras y portátiles, las ciudades de finales del siglo XX proporcionaron un
nuevo mercado civil de esos productos. El fin de la guerra fría suprimió los puntuales que habían sostenido
la estructura internacional: quedó un mundo en confusión y parcialmente en ruinas. La idea
norteamericana de que el antiguo orden bipolar podía ser sustituido con un nuevo orden mundial basado
en la única superpotencia que había quedado, pronto demostró ser irreal. El fin de la guerra fría demostró
no ser el fin de un conflicto internacional, sino el fin de una época, no sólo para Occidente, sino para el
mundo entero. Los años entorno a 1990 fueron claramente uno de los momentos decisivos del siglo. Sólo
una cosa parecía sólida entre tanta incertidumbre: los extraordinarios cambios que experimentó la
economía mundial y las sociedades humanas, durante un periodo transcurrido desde el inicio de la guerra
fría.

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