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Querido diario

Ricardo Piglia mira a la cámara y dice: “Yo a veces tengo la fantasía de publicar el diario
como ‘El diario de Emilio Renzi’. Es decir, darle a un personaje que construí en los
libros mi vida, todo lo que yo he vivido (…). No sé si voy a tener el coraje de hacerlo,
pero esa es una de las ideas que me vuelven siempre”
Piglia le habla a la cámara y le habla también a Andrés Di Tella, el director detrás de 327
cuadernos, el documental sobre los diarios del escritor argentino. Es un momento
fundamental del filme porque Piglia revela lo que será una de las decisiones más
radicales que tomará con respecto a esos cuadernos que empezó a escribir a fines de los
50, cuando tenía tan sólo 17 años, y que publicará tiempo después de hacerle esa
confesión a Di Tella, en septiembre de 2015. Los diarios de Emilio Renzi es el título que
eligió Piglia para pubicar sus cuadernos, tres tomos en los que recorremos su vida,
aunque él diga, desde el título, que en realidad no son suyas esas vivencias, sino que es
la vida de Emilio Renzi, su famoso alter ego.
Esa pequeña —pero rotunda— decisión de Piglia, de publicar sus diarios como si
fueran los de otro, los de un personaje de ficción, fue una de las últimas lecciones que
nos alcanzó a dejar: ¿Es un diario de vida una construcción literaria o sólo el registro
honesto de una vida, sin mayor pretensión?
De alguna forma, la aparición de los diarios de Piglia nos hicieron mirar de otra forma
el género, con mayor desconfianza, conscientes de que aquello que leemos en esas
páginas fechadas no tiene por qué dejar de ser una construcción literaria, despojada de
cualquier artificio y entregada a una espontaneidad.
Porque es cierto: leemos diarios de vidas de escritores porque queremos entrar en una
zona de intimidad. Ocurre, sobre todo, con ciertos autores cuyas vidas fueron
complejas y que terminaron mal. Ahí está Cesare Pavese escribiendo una última entrada
en sus diarios —El oficio de vivir— antes de suicidarse; o los de Rodolfo Walsh —Ese
hombre y otros papeles personales— y el registro de sus últimos días antes de que los
militares argentinos lo desaparecieran; o ese libro hermoso y terrible que es Veneno del
escorpión azul, de Gonzalo Millán, que lo empieza a escribir cuando sabe que el cáncer
que sufre es irreversible y que ya no le queda tiempo.
Entramos en esos libros deteniéndonos en cada detalle, buscando indicios que nos
lleven a entender esos últimos días. Pero también hay otros diarios en los que sus
autores trabajaron durante años y los fueron acumulando, conscientes de que algún día
se publicarían. Están, por ejemplo, los de Paul Léautead, que son extraordinarios y que
una selección de ellos ha estado circulando por algunas librerías chilenas; o los míticos
diarios de Kafka o La tentación del fracaso, de Julio Ramón Ribeyro, quizá la mayor
aventura en el género que se ha dado desde Latinoamérica. Y el año pasado, sin ir más
lejos, Ediciones UDP publicó los diarios de Raul Ruiz y fue, sin duda, un
acontecimiento. Y justamente ahora acaban de lanzar dos títulos que enaltecen el
género: los Diarios de Arthur Schnitzler y Diarios completos de Sylvia Plath, dos obras muy
distintas entre sí, pero que nos sirven para ver cómo esta clase de libros resiste
escrituras con propósitos tan diferentes.
El fin de un imperio
Lo que sabemos de Arthur Schnitzler no es mucho: un escritor que nació en Viena, en
1862, y cuya obra se ha convertido con los años en un registro emblemático de ese
mundo centroeuropeo de fin de siglo, que vio como el imperio Austro-Húngaro se
terminó tras la Primera Guerra Mundial

la Austria que surgió después de la Primera Guerra Mundial, cuando se convirtió en


una figura emblemática de

La vida breve
Siempre que uno encuentra un diario íntimo hay, junto a sus páginas, muchas veces
manchándolas, un cadáver.

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