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UNIDAD I: ORIGEN DE OCCIDENTE

1. Los aportes del mundo griego.

Los elementos más significativos de la Cultura Occidental de la cual formamos parte,


tienen su origen en la antigua Grecia desarrollada entre el 1900 y el 350 a.C. De ella
provienen los principios fundamentales del Derecho y del Gobierno; conceptos básicos de
las ciencias y las matemáticas; las ideas centrales del pensamiento filosófico; las normas
y formas esenciales de las artes y las letras junto a las raíces de muchas palabras de las
lenguas modernas.

Para dimensionar el desarrollo intelectual y espiritual helénico y su impacto hasta nuestros


días, es necesario comprender cómo surge y se desarrolla y la geografía que les hace
poderosos. De la suma de esos elementos brota su esplendor, del cual podemos extraer
su legado.

El país de los griegos posee una geografía y la presencia del mar Egeo que favorecieron
el desarrollo del poder marítimo de sus habitantes. Las escarpadas montañas de la
península del Peloponeso y la falta de comunicaciones terrestres hicieron que el tráfico
por tierra fuera lento y difícil. En cambio los barcos podían navegar fácilmente a lo largo
de las costas y buscar oportuno refugio en los puertos de las numerosas bahías y golfos.

Los bosques de las montañas proporcionaban las maderas necesarias para construir las
naves y las islas repartidas en el Mar Egeo favorecían la navegación. El comercio
marítimo fue esencial para su futuro.

Su conformación étnico cultural distingue tres períodos que es necesario reconocer: la


llamada civilización minoica, cuyo centro se ubicó en Creta donde, según la leyenda,
gobernó el Rey Minos. Su riqueza y poder no se basaron en la fuerza militar sino en la
industria y el comercio marítimo: exportaban productos agrícolas, cerámicas,
herramientas y artística cerrajería en bronce e importaban plata, mármol, cobre, oro y
marfil procedentes del Peloponeso, Chipre y Egipto. En el año 1.400 a. C la isla cae bajo
el dominio de los Aqueos.

En el 1900 a.C. penetran en los Balcanes y se extienden hasta el Peloponeso, pueblos


indoeuropeos provenientes de las llanuras del Danubio que darán origen a la civilización
Micénica. Los aqueos eran guerreros que centraron su poder militar en su carácter
belicoso y en su armamento de bronce. Los reyes aqueos más poderosos fueron los de
Micenas y Tirinto. Sus dominios se extenderán sobre el Mar Egeo y habrían llegado al
Asia Menor. De ellos sabemos de manera especial por los poemas épicos del poeta jonio
Homero que relatan sus heroicas historias.

Hacia el 1.200 a. C. nuevos invasores indoeuropeos -Los Dorios- penetraron en la


península griega desde el norte. Sus espadas y escudos de hierro fueron el elemento de
superioridad que les permitió vencer a los aqueos. Parte de los habitantes de la península
quedaron bajo la dominación doria y otros se desplazaron hacia Ática, las islas del Mar
Egeo y Jonia, en la costa de Asia Menor.
De la unión y mezcla de los habitantes de la antigua Creta; de los aqueos, y los Dorios,
emergió el pueblo griego.

En el siglo VIII, Homero recoge los recuerdos de los ricos y poderosos príncipes de la
época micénica y con ello dejará testimonio de la visión del hombre de la sociedad
aristocrática que dominó el país después de la invasión doria. Su visión de la historia dará
forma definitiva a las creencias religiosas griegas.

En relación con los valores que nos interesa estudiar, nos encontramos con la primera
aproximación a la trascendencia. En La Ilíada, Homero canta las hazañas de los aqueos
contra Troya. El héroe homérico es el hombre que se supera a sí mismo y alcanza fama
inmortal en la lucha. En ella, trasciende más allá de su vida temporal, alcanzando su
inmortalidad histórica, al morir heroicamente.

En la Odisea – siglo VII – se narran las aventuras de Ulises u Odiseo a su retorno a Itaca
después de vencer en Troya.

Y estos cantos de Homero –en La Ilíada y La Odisea- serán la base de la cultura, historia,
tradición, religión y educación en la Grecia clásica. Contienen además, referencias a la
vida económica y a la organización social y política de los griegos post- invasión doria.

Si bien la base de la subsistencia era la agricultura, eran audaces navegantes. La lucha y


las competencias deportivas eran muy importantes tanto la buena mantención del estado
físico de los varones, como para el desarrollo de una sana disciplina interior. La máxima
aprobada por todos era “una mente sana en cuerpo sano”.

Los griegos vivían agrupados en tribus que, debido a la accidentada geografía, eran
comunidades independientes gobernadas por un rey y poderosos nobles dueños de la
tierra. Debido a las continuas guerras, reyes y nobles comienzan a construir plazas
fortificadas bajo cuya protección se establecen artesanos y comerciantes. De esta manera
surgen las Polis, ciudades estado que constituirán la base y el centro de la civilización
griega. Cada Polis –de no más de 5.000 habitantes reunidos en cerca de 1.000 kilómetros
cuadrados– era totalmente independiente y velaba por su soberanía (independencia
política), su autonomía (leyes propias) y su autarquía (independencia económica).

Desde la perspectiva de su conformación arquitectónica, cada polis se componía de tres


partes: La Acrópolis, ubicada en la cumbre de una colina, agrupaba los templos; el área
urbana, al pie de la Acrópolis, con el mercado, las tiendas, los talleres y las casas y, los
alrededores, dedicados a los cultivos agrícolas.

Sobre el peso de la labor agrícola el historiador griego Elio Arístides es citado por S. I.
Kovaliov, se expresaba de la siguiente manera:

“Desde el momento que el día de las siembras aparece para los mortales, hay que
ponerse inmediatamente al trabajo, amo y servidores juntos, seca o humedecida, labrad la
tierra en la estación de los trabajos, dedicándoos a ellos desde temprano; así vuestros
campos se cubrirán de espigas.
Rogad a Zeus Infernal y a la Pura Remeter que hagan pesado en su madurez el trigo
sagrado de Remeter, en el momento mismo en que comenzando el laboreo y empuñando
el arado, tocaréis la espalda de los bueyes que tiran el yugo. Y que tras de vos, un
pequeño esclavo con un asadillo, castigue a los pájaros y esconda bien la semilla. El
trabajo bien ordenado es el primero de los bienes para los mortales, y el trabajo mal
ordenado, el peor de los males. Así vuestras espigas en el momento de la plenitud se
desplegarán hacia la tierra, si más tarde Zeus Olímpico consiente en darles una feliz
madurez. Entonces viviréis satisfechos hasta la clara primavera, sin echar miradas de
envidia sobre los demás…1”

La grandeza y poderío de Grecia coinciden con el poder y florecimiento de sus ciudades.


No tuvo un Estado nacional que abarcara toda la Hélade, esto es, la confederación de
polis existentes en Grecia y la Magna Grecia. Sin embargo, después de y durante las
guerras contra los persas, la polis de Atenas se transformará en la primera potencia entre
las ciudades-estado griegas. Valiéndose de su flota, organizará y encabezará la Liga de
Delos que comprende casi todas las islas egeas y las comunidades griegas del Asia
Menor. Si bien durante siglos las polis experimentaron formas de gobierno como la
plutocracia, la monarquía y la tiranía, es en esa Atenas poderosa donde se consolidará la
Democracia en lo que posteriormente se ha llamado el Siglo de Pericles.

Con la Polis surge en la Historia Universal el principio de la responsabilidad del ciudadano


libre en la vida cívica. Será en la comunidad de los ciudadanos donde descansará el
Estado que tendrá como función primordial concretar el bien común y contribuir al
perfeccionamiento moral de todos y cada uno de los habitantes. Y será Clístenes con su
reforma, quien organizará Atenas como un Estado jurídico y democrático, en el que el
pueblo es soberano y donde la norma ideal de vida será la justicia.

En el período de Pericles - siglo V a. C - se combinan en Atenas el poder político, la


riqueza económica y el esplendor cultural. Atenas se convirtió en centro comercial, político
y cultural de la región. El dominio sobre el comercio marítimo y la consiguiente
prosperidad permitieron a Pericles emprender nuevas reformas de carácter democrático.
Fue el período de sabios como Anaxágoras, y de artistas como Fidias, considerado el
mejor escultor griego. En esta etapa los griegos alcanzaron un gran desarrollo en el plano
de las ciencias. Muchos de sus conocimientos en medicina y astronomía han sido hoy
ampliamente superados, sin embargo, los aportes realizados a la geometría y la
matemática son indispensables para la mayor parte de las ciencias actuales. En este
período se construyeron el Partenón, el Erecteion y otros grandes edificios. El teatro
griego alcanzó su máxima expresión con las obras trágicas de autores como Esquilo,
Sófocles y Eurípides, y el autor de comedias Aristófanes, Tucídides y Heródoto fueron
famosos historiadores.

La Educación fue una de las actividades que tuvo un impulso importante en este período.
Sobre ella Aristóteles se refiere de manera especial en su obra La Política:

1Poblete, O. y Haeberle, S., “Documentos para el estudio de la Historia Universal” Fascículo


Antigüedad, 1973, Pág.9
“Las ramas comunes de la educación son cuatro: 1) lectura y escritura; 2) ejercicios
gimnásticos; 3) música, a la cual se agrega, y 4) dibujo. De éstas, la lectura y escritura y
el dibujo se consideran como útiles para los propósitos de la vida en una variedad de
formas y se piensa que los ejercicios gimnásticos infunden valor. Respecto a la música,
puede surgir una duda, en nuestros días muchos hombres la cultivan por el puro placer,
pero originalmente fue incluida en la educación, porque la naturaleza misma, como se ha
dicho a menudo, requiere que seamos capaces, no sólo de trabajar bien, sino de usar
bien el ocio2”.

Por su parte, la religión griega marcará profundamente la vida de los griegos. Eran
politeístas y sus dioses –organizados jerárquicamente– se movían entre el plano divino y
el humano. Residían en el Olimpo pero intervenían en la vida de los mortales. Poseían
fuerza, belleza y juventud imperecederas, según las creencias, pero no eran
todopoderosos ni omnisapientes. Por encima de ellos en todos los aspectos de la vida,
estaba la Moira, el destino inexorable, cuyos designios debían cumplir dioses y hombres
para que el cosmos (orden) no se convirtiera en caos. La religión no era común a toda la
nación sino que cada ciudad poseía un culto y dios propio.

En la evolución de la religión griega de la que estamos hablando, se pueden distinguir


períodos o “edades” que es importante distinguir. La primera edad –que serán motivo de
Teogonías como la de Hesíodo– se refiere al nacimiento y conflicto de los primeros
dioses, tales como Caos, Nix (noche), Eros (Amor), Urano (cielo), Gea (tierra) y los
titanes. Ellos serán derrotados por los dioses olímpicos, entre los que encontramos a
Apolo, Hermes, Atenea, etc., los que serán cantados por Homero.

La edad siguiente está referida a dioses y hombres en la que éstos se mezclaban


libremente, hasta el extremo de que divinidades femeninas contraerán matrimonio con
mortales –como el caso de Thetis y Peleo, padres de Aquiles- o dioses raptarán mortales
y otros como Demeter enseñarán la agricultura a los hombres mientras simples mortales
robarán secretos a los dioses, como Prometeo que roba el fuego o Tántalo que roba
néctar y ambrosía de la mesa de Zeus revelándoles así a sus súbditos los secretos de los
dioses.

La fase siguiente será la Edad de los Héroes comprendida por los sucesos monumentales
de Heracles (Hércules), la expedición argonáutica y la Guerra de Troya.

Finalmente en la visión religiosa griega, los dioses dejan de intervenir directamente y se


da inicio al período histórico propiamente tal.

Las diferencias entre Atenas y Esparta desembocaron en la destructora guerra del


Peloponeso, en la que participaron casi todos los griegos unidos a uno u otro bando. La
guerra acabó con la derrota de los atenienses y el establecimiento de la hegemonía
espartana sobre Grecia. Tras casi treinta años de una cruel guerra, cuando Sócrates
frisaba los cincuenta años, Atenas tuvo que rendirse, perdiendo así buena parte de su
influencia, prestigio, riqueza y poder.

Entre su victoria frente a los persas y su derrota frente a los espartanos, los atenienses,
como hemos señalado, tuvieron oportunidad de desarrollar a plenitud el sistema de

2 Op. cit. Pág. 20


gobierno que pasó a denominarse democracia (demos: pueblo, kratos: poder).
Naturalmente, era muy distinto a lo que nosotros llamamos democracia, pero buena parte
del espíritu se conserva hasta hoy, incluyendo el nombre. Esos decenios de gran
prosperidad y relativa calma entre las dos grandes guerras, además, fueron escenario de
un gran florecimiento de las ciencias, las artes y la filosofía. Los sabios, arquitectos y
artistas llegaban de todas partes a Atenas y la convirtieron en una de las ciudades más
ricas y hermosas del mundo conocido.

Así fue cómo, a fines del siglo V a.C. como resultado de la Guerra entre Atenas y Esparta
(431 – 404), se inicia la decadencia de la Polis como organización política y se produce
una grave crisis moral e intelectual en Atenas. Se debilita la fe religiosa, cunde la
impiedad y la duda, por lo que la religión “oficial” deje de tener el peso que tenía antes.

De ello da cuenta Eurípides que vive durante la Guerra del Peloponeso. Fiel al espíritu
de su época, sus personajes ya no creen en la grandeza humana. Indagan en el corazón
humano encontrando pasiones desbocadas, crueldad, ambición, etc. La desconfianza
será el sentimiento principal que se expresará en el presente, se retrotraerá al pasado y
se proyectará al futuro. Este dramaturgo será muy amigo de Sócrates.

En este ambiente de degradación, surge la filosofía y con ella, los tres pensadores más
importantes de Grecia: Sócrates y Platón, y en el siglo IV, Aristóteles.

A ese proceso de descomposición política y moral contribuirán los Sofistas, hábiles


oradores a los que se les ha acusado de ser capaces de manejar el lenguaje para, según
ellos, probar y refutar la misma cosa pudiendo convertir lo justo en injusto y lo injusto en
justo.

Humberto Gianini en su Breve Historia de la Filosofía señala al respecto:

”Se ha acusado a los sofistas duramente – a todos, en bloque – de muchos defectos


reales e imaginarios: búsqueda exclusiva del interés pecuniario, superficialidad,
verbalismo, subjetivismo y escepticismo generalizados, afán de discutir no para alcanzar
la verdad, sino para convencer al contrincante (arte erística).

Sin embargo, habría que decir también que en muchos aspectos los sofistas fueron los
hombres modernos de la época (…) Pero mientras se divertían en juegos y paradojas
verbales, casi sin darse cuenta iban forjando esa poderosísima herramienta de análisis
con la que el pensamiento se controla a sí mismo: el análisis lógico y gramatical.

Respecto al escepticismo, parece ser una consecuencia de la general aceptación, incluso


en el siglo V, de la teoría del flujo universal, de Heráclito.

Así, Giorgias, llevando a extremos inauditos la tesis del maestro hace tres famosas
afirmaciones: a) Nada es (apenas es, deja de ser lo que era). b) si algo fuese, no podría
ser conocido. c) Si algo llegase a ser conocido, no podría ser comunicado. Y en el caso
b), porque lo que es, es distinto del pensamiento; y en el caso c), porque el pensamiento
es algo distinto de la palabra3 “.

Protágoras, quizás el más conocido de los sofistas, desarrolló la tesis relativista y


subjetivista de que el hombre –cada hombre– es la medida de todas las cosas.

En relación de las críticas respecto al apego al dinero, cabe señalar que se hacían pagar
muy bien sus lecciones de lógica, gramática, retórica, jurisprudencia, etc.

Sócrates será el primero que los combata defendiendo la existencia de la verdad y la


importancia de conocerla, la práctica del bien y la virtud como primer deber de todo
hombre.

2. Los aporte de la cultura latina (romana).

Para abordar los valores trascendencia, verdad y bien en la cultura Latina es preciso tener
en cuenta que Roma partió siendo una pequeña ciudadela a las orillas del Tíber y terminó
siendo un imperio que aglutinó a más de ochenta millones de habitantes y que dominó un
territorio que llegó a ocupar casi todo Europa, Asia Menor, todos los territorios del cercano
oriente y el norte de África, desde Siria a Marruecos.

¿Por qué es necesario considerar este aspecto que a simple vista no tiene vinculación
alguna con las concepciones valóricas de un pueblo? La respuesta es que la expansión
territorial que lideraron e iniciaron los romanos, trajo enormes consecuencias culturales,
políticas, sociales y legales tanto para ellos como para los pueblos que quedaron al
interior de los límites del imperio, dándose con esto una evolución en las concepciones
que tenían respecto de los valores antes señalados.

Efectivamente, en el Imperio Romano coexistieron y se mezclaron creencias y costumbres


de las naciones que formaron parte del imperio, debido a que en términos generales se
optó por una política de tolerancia, según la cual, en la medida que una creencia o
costumbre no afectara el funcionamiento del sistema, no se prohibía. Producto de esta
conducta tolerante se produjo un fenómeno de enculturación y de síntesis cultural que dio
forma a una nueva cultura: la Latina. Secco Ellauri y Baridon (1993) no sólo constatan
este hecho, sino que lo consideran como la gran virtud del imperio.

“La importancia histórica del imperio radica, precisamente, en haber creado con los
diversos pueblos de la cuenca mediterránea una sola nación. El genio organizador
aceleró esa obra de unificación. De un extremo a otro del imperio, los romanos trazaron
carreteras por las cuales se podía transitar con seguridad. Donde quiera que
conquistaron, levantaron ciudades con edificios magníficos, teatros, templos, foros y
termas que fueron focos poderosos de romanización. Las fronteras del imperio estaban
defendidas por las legiones, que impedían la irrupción de los bárbaros y aseguraban la

3 Giannini, H., Breve Historia de la filosofía, Universitaria, Santiago, 2005, p. 33.


paz y la tranquilidad. En todo el imperio regían las mismas leyes, que aseguraban el
orden y la justicia romana en todos los territorios” (P. 174).

Un poeta de la época, el galo Rutilio Namaciano, es aún más claro y enfático que los
citados autores, ya que le asigna, al Imperio Romano, la categoría de patria para todos
sus habitantes.

“No te detuvieron las abrasadoras arenas de Libia, ni te repelieron las regiones extremas
armadas de hielo. Hiciste una sola patria de gentes diversas, favoreció al sin ley
convertirse en tu tributario porque tú transformaste a los hombres en ciudadanos e hiciste
una ciudad de lo que antes no era más que un globo” (en Viscontea 1983. P. 87).

Surge frente a estas aseveraciones la pregunta ¿por qué el pueblo romano triunfante no
hizo prevalecer su cultura en el imperio, sino que optó por la tolerancia? Una respuesta,
seguramente no la única, radica en las costumbres originales del pueblo romano y la
necesidad de que éste tomara las armas para conquistar y mantener la conquista. Las
costumbres originales se relacionan con este fenómeno porque la nación que dio forma a
Roma y se liberó de los Etruscos, era una nación de características rurales, que vivía en
un rico contacto con la naturaleza y especialmente con la tierra, que constituía su principal
fuente de riqueza. Su religión era muy simple y básica, fundamentada en los antepasados
de cada familia, por lo mismo el pater familias lideraba los ritos en honor de sus
antepasados, a los que había que serles siempre fiel, porque de lo contrario se volvían en
contra. Las ciudades no eran espectaculares, sino que sólo servían para lo que estaban
hechas, no había interés por el lujo ni la sofisticación. En síntesis las costumbres y
tradiciones de los romanos eran simples, sencillas y pragmáticas.

El pragmatismo marca fuertemente a esta nación, y es en este espíritu pragmático donde


se puede encontrar parte de la respuesta a la pregunta anterior, ya que cuando los
romanos se liberaron de los etruscos debieron solucionar los problemas internos
derivados de las demandas políticas y económicas de los plebeyos, posteriormente se
involucraron en conflictos armados externos, debiendo centrar sus energías en la eficacia
en los campos de batalla y en la administración de las tierras conquistadas y
posteriormente debieron concentrarse en cómo solucionar los problemas internos que se
generaban por las consecuencias económicas y comerciales derivadas de las Guerras
Púnicas. Los romanos, desde que se liberaron de los etruscos, entraron en una escalada
de conflictos que los obligó a administrar las conquistas y los pueblos conquistados. Por lo
mismo se convirtieron en soldados o en administradores públicos que debieron mantener
vigente el dominio. El pragmatismo y realismo político que los caracterizó les permitió
generar un sistema que les aseguró el control de las tierras y los pueblos conquistados.
Este sistema consistió en respetar las instituciones y costumbres de éstos, en la medida
que no afectaran su dominio sobre ellos, y dotar al imperio de un cuerpo de leyes
coherente con las problemáticas que se iban desarrollando. El doctor en filosofía Rafael
Gambra (2001) es enfático en este sentido, ya que señala que el pueblo romano tuvo la
misión de difundir por el Mediterráneo la filosofía y ciencia griega, gracias al espíritu
pragmático y al genio político de aquel.
“Pero el genio romano no fue de inclinación intelectual, ni heredó en filosofía el espíritu
creador del griego, por lo que la filosofía romana es sólo una continuación de las escuelas
existentes en la última época de Atenas. El espíritu romano fue fundamentalmente
práctico en consonancia con su misión histórica. Conquistador y organizador de pueblos,
creador de un derecho que ha perdurado inconmovible a través de los tiempos, el pueblo
romano supo como ninguno en la historia asimilar pueblos extraños respetando sus
instituciones propias, insuflándoles al mismo tiempo su espíritu hasta llegar a su
romanización, esto es, a hacerles solidarios de su propia civilización y de su vida política.
De este modo la cultura racional del pueblo griego y el genio político del romano
colaboran en la formación de este mundo latino o mediterráneo que fue el núcleo de lo
que hoy llamamos civilización occidental o europea” (Pp. 84-85)

Es importante aclarar que aquí no se pretende señalar que los romanos estuvieran
desprovistos de la capacidad de incorporar elementos propios a la cultura latina y que el
imperio haya sido un rompecabezas compuesto por piezas inconexas e independientes
unas de otras desde el punto de vista cultural, sino que lo que se pretende destacar es
que los romanos tuvieron la capacidad de incorporar los elementos culturales que
consideraron provechosos para el imperio y los difundieron por todas sus provincias. Para
ser más justos habría que decir que los romanos se nutrieron de las riquezas espirituales
de los pueblos conquistados y se inspiraron en ellos para crear. Michael Grant (1996) y
Rafael Vargas Hidalgo (2006) son muy enfáticos en este sentido. Este último señala que
Johann Joachim, al acuñar el término “arquitectura clásica”, hizo un grave daño a la
comprensión de la antigua arquitectura romana. En tanto que el primero culpa a los
“helenistas” de desperfilar el arte romano, ya que investigadores como Arnold Gomme lo
calificaron como arte de “segunda fila”, en relación al griego. Grant en ningún caso niega
que el imperio Romano se haya convertido en un catalizador y un difusor de las culturas
incorporadas a sus límites, pero asegura que generaron expresiones culturales propias o
que se inspiraron en elementos culturales nuevos, para desde allí incorporar su capacidad
creadora.

“Su genio político los capacitó para asumir el dominio de Occidente civilizado, Asia
occidental inclusive, ampliarlo hasta el Danubio, el Sahara, las costas oceánicas, y
proporcionar los medios y la oportunidad para una equivalente expansión de ideas y
formas. Pero estas ideas y formas no eran las suyas o sólo las suyas [...] El arte y
arquitecturas romanas no son arte y arquitectura griega de segunda fila; son distintos en
su propósito y en sus logros, no son mera repetición de unos mismos valores” (Grant
1996, p. 432).

También es importante aclarar, que si bien es cierto, los romanos permitieron en términos
generales, a todos los pueblos mantener vigentes sus expresiones culturales y que, por lo
mismo, el imperio se nutrió de esta diversidad, también es cierto señalar que la civilización
griega fue la que hizo sentir con mayor fuerza su influencia en el imperio, en especial en
disciplinas como la filosofía.
“Desde principios del siglo II antes de Jesucristo, sabios griegos marchaban a Roma – el
pueblo joven y rico que irrumpía en la vida mediterránea – como preceptores de las
grandes familias patricias. Roma conquistó a Grecia en ese siglo y se apropió de la
cultura griega, que, a partir de esta época, se conoce con el nombre de greco-latina. La
filosofía romana es así una prolongación de la griega” (Gambra 2001, p. 84).

Efectivamente los romanos, hasta la llegada de los cristianos (a los que nos referiremos
en la próxima sesión, siguiendo a Agustín de Hipona), fundaron sus principios filosóficos
en el enfoque griego, inclinándose por las escuelas griegas estoica y epicúrea. Ambas
escuelas, dadas sus características no tuvieron gran preocupación por el tema de la
verdad, el bien y la trascendencia, más bien, debido a su contenido, le dieron un
tratamiento superficial.

El estoicismo proponía como el supremo bien la capacidad del hombre de vivir conforme a
su naturaleza. Esto consistía en buscar su espíritu y su libertad interior en la propia e
individual interioridad, dejando de lado las explicaciones de lo que ocurría en el mundo, ya
que sólo la divinidad era capaz de explicar el universo en su integridad. Por lo tanto, el
sabio estoico era quien, asumiendo que no podía más que dar cuenta de su propia
interioridad, debía abandonar toda pretensión de cambiar el inexorable futuro.

El criterio de verdad estaba dado sólo por el ejercicio de los sentidos, que se constituían
en las herramientas que entregaban la información necesaria (sensismo). La verdad no se
encontraba conectándose con el mundo, sino en la imperturbabilidad y la absoluta
autarquía, que se lograba con el ascetismo y la austeridad, es decir alejándose de las
pasiones mundanas y buscando el contacto con el alma del universo a través del
ensimismamiento. El ideal moral de una vida sin pasiones ni sufrimientos adquiriría así un
lugar central dentro de la consideración estoica del bien.

El Epicureismo, que tuvo en Lucrecio a uno de sus más conocidos representantes en el


imperio Romano, planteaba que la verdad era toda percepción sensible, al igual que las
representaciones de la fantasía que eran las que movían el alma. Esto equivalía a decir
que la verdad de toda sensación consistía en la realidad psicológica de tal impresión y
afección anímica. En tanto que la verdad ontológica y lógica dependían de algo ulterior y
distinto que sería la del juicio y de la opinión.

En cuanto a la trascendencia el epicureismo planteaba que el alma era materia, más fina
y sutil, pero al fin y al cabo materia, por lo tanto, al no reconocer la existencia de lo
espiritual, éste era un tema que estaba fuera de su doctrina.

Tanto Séneca, el máximo exponente del estoicismo en el Imperio Romano, como Lucrecio
representante del epicureismo, intentaron dar algo más de esperanza al ser humano,
dentro del contexto de las doctrinas a las que adscribieron. Lucrecio se permitió en su
poema De rerum natura (De la naturaleza de las cosas) dar algo de calidez y sentido
humano a una visión tan deshumanizada como es la de la concepción atomista y
mecanicista del universo, propia del epicureismo. Séneca, en tanto, intentó que la ética
estoica se convirtiera en una fuente de paz y consuelo para los hombres, de hecho el
sabio estoico, en su obra, dejó de ser aquel sabio teórico, inflexible, imperturbable,
alejado de la sociedad y ensimismado, sino que se convirtió en un sabio que humanizó la
teoría, la puso al servicio del hombre y no se ocultó en su reflexión personal, sino que la
puso al servicio de los demás. Tanto fue así que su doctrina moral se acercó a la
cristiana, por lo que se ha planteado que pudo haber existido una relación epistolar entre
Pablo y Séneca e incluso una conversión de éste, pero que ha sido descartado por los
especialistas.

En Lucrecio y especialmente en Séneca se puede ver un mensaje más esperanzador, en


el que no todo es caducidad y desesperanza. Séneca llega incluso hasta a hablar de la
trascendencia del alma. Tal vez esto se debió a la crisis en la que se encontraba la
sociedad romana y a la búsqueda que iniciaron sus pensadores, quienes intentaron
proponer nuevos derroteros que dieran luz a la desorientada sociedad romana, la que
debido al excesivo libertinaje vivido en las clases patricias y especialmente a su apertura
a las demás expresiones culturales, terminó construyendo un mapa cultural tan ecléctico
que se hizo difícil de comprender, especialmente para una sociedad que en sus orígenes
tenía un contenido cultural muy disímil a la del imperio, debido a que para estructurarse
como tal se abrió al mundo sin criterios de coherencia, sino que de sobrevivencia.

Bibliografía:

Gambra, Rafael. 2001 Historia sencilla de la filosofía. RIALP ediciones. Madrid

Grant, Michael. 1996 Historia de las civilizaciones Tomo Nº 3. Alianza Editorial. Madrid

Secco Ellauri, Oscar y Baridon, Pedro. 1993 Historia Universal: Roma. Editorial Kapelusz.

Buenos Aires.

Vargas Hidalgo, Rafael. 2006 El cantar de los olivos. Ediciones Chile América-Cesoc.
Santiago de Chile.

Viscontea 1983. Historia de las Grandes Civilizaciones. Editorial Viscontea. Buenos Aires.

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