Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El país de los griegos posee una geografía y la presencia del mar Egeo que favorecieron
el desarrollo del poder marítimo de sus habitantes. Las escarpadas montañas de la
península del Peloponeso y la falta de comunicaciones terrestres hicieron que el tráfico
por tierra fuera lento y difícil. En cambio los barcos podían navegar fácilmente a lo largo
de las costas y buscar oportuno refugio en los puertos de las numerosas bahías y golfos.
Los bosques de las montañas proporcionaban las maderas necesarias para construir las
naves y las islas repartidas en el Mar Egeo favorecían la navegación. El comercio
marítimo fue esencial para su futuro.
En el siglo VIII, Homero recoge los recuerdos de los ricos y poderosos príncipes de la
época micénica y con ello dejará testimonio de la visión del hombre de la sociedad
aristocrática que dominó el país después de la invasión doria. Su visión de la historia dará
forma definitiva a las creencias religiosas griegas.
En relación con los valores que nos interesa estudiar, nos encontramos con la primera
aproximación a la trascendencia. En La Ilíada, Homero canta las hazañas de los aqueos
contra Troya. El héroe homérico es el hombre que se supera a sí mismo y alcanza fama
inmortal en la lucha. En ella, trasciende más allá de su vida temporal, alcanzando su
inmortalidad histórica, al morir heroicamente.
En la Odisea – siglo VII – se narran las aventuras de Ulises u Odiseo a su retorno a Itaca
después de vencer en Troya.
Y estos cantos de Homero –en La Ilíada y La Odisea- serán la base de la cultura, historia,
tradición, religión y educación en la Grecia clásica. Contienen además, referencias a la
vida económica y a la organización social y política de los griegos post- invasión doria.
Los griegos vivían agrupados en tribus que, debido a la accidentada geografía, eran
comunidades independientes gobernadas por un rey y poderosos nobles dueños de la
tierra. Debido a las continuas guerras, reyes y nobles comienzan a construir plazas
fortificadas bajo cuya protección se establecen artesanos y comerciantes. De esta manera
surgen las Polis, ciudades estado que constituirán la base y el centro de la civilización
griega. Cada Polis –de no más de 5.000 habitantes reunidos en cerca de 1.000 kilómetros
cuadrados– era totalmente independiente y velaba por su soberanía (independencia
política), su autonomía (leyes propias) y su autarquía (independencia económica).
Sobre el peso de la labor agrícola el historiador griego Elio Arístides es citado por S. I.
Kovaliov, se expresaba de la siguiente manera:
“Desde el momento que el día de las siembras aparece para los mortales, hay que
ponerse inmediatamente al trabajo, amo y servidores juntos, seca o humedecida, labrad la
tierra en la estación de los trabajos, dedicándoos a ellos desde temprano; así vuestros
campos se cubrirán de espigas.
Rogad a Zeus Infernal y a la Pura Remeter que hagan pesado en su madurez el trigo
sagrado de Remeter, en el momento mismo en que comenzando el laboreo y empuñando
el arado, tocaréis la espalda de los bueyes que tiran el yugo. Y que tras de vos, un
pequeño esclavo con un asadillo, castigue a los pájaros y esconda bien la semilla. El
trabajo bien ordenado es el primero de los bienes para los mortales, y el trabajo mal
ordenado, el peor de los males. Así vuestras espigas en el momento de la plenitud se
desplegarán hacia la tierra, si más tarde Zeus Olímpico consiente en darles una feliz
madurez. Entonces viviréis satisfechos hasta la clara primavera, sin echar miradas de
envidia sobre los demás…1”
La Educación fue una de las actividades que tuvo un impulso importante en este período.
Sobre ella Aristóteles se refiere de manera especial en su obra La Política:
Por su parte, la religión griega marcará profundamente la vida de los griegos. Eran
politeístas y sus dioses –organizados jerárquicamente– se movían entre el plano divino y
el humano. Residían en el Olimpo pero intervenían en la vida de los mortales. Poseían
fuerza, belleza y juventud imperecederas, según las creencias, pero no eran
todopoderosos ni omnisapientes. Por encima de ellos en todos los aspectos de la vida,
estaba la Moira, el destino inexorable, cuyos designios debían cumplir dioses y hombres
para que el cosmos (orden) no se convirtiera en caos. La religión no era común a toda la
nación sino que cada ciudad poseía un culto y dios propio.
La fase siguiente será la Edad de los Héroes comprendida por los sucesos monumentales
de Heracles (Hércules), la expedición argonáutica y la Guerra de Troya.
Entre su victoria frente a los persas y su derrota frente a los espartanos, los atenienses,
como hemos señalado, tuvieron oportunidad de desarrollar a plenitud el sistema de
Así fue cómo, a fines del siglo V a.C. como resultado de la Guerra entre Atenas y Esparta
(431 – 404), se inicia la decadencia de la Polis como organización política y se produce
una grave crisis moral e intelectual en Atenas. Se debilita la fe religiosa, cunde la
impiedad y la duda, por lo que la religión “oficial” deje de tener el peso que tenía antes.
De ello da cuenta Eurípides que vive durante la Guerra del Peloponeso. Fiel al espíritu
de su época, sus personajes ya no creen en la grandeza humana. Indagan en el corazón
humano encontrando pasiones desbocadas, crueldad, ambición, etc. La desconfianza
será el sentimiento principal que se expresará en el presente, se retrotraerá al pasado y
se proyectará al futuro. Este dramaturgo será muy amigo de Sócrates.
En este ambiente de degradación, surge la filosofía y con ella, los tres pensadores más
importantes de Grecia: Sócrates y Platón, y en el siglo IV, Aristóteles.
Sin embargo, habría que decir también que en muchos aspectos los sofistas fueron los
hombres modernos de la época (…) Pero mientras se divertían en juegos y paradojas
verbales, casi sin darse cuenta iban forjando esa poderosísima herramienta de análisis
con la que el pensamiento se controla a sí mismo: el análisis lógico y gramatical.
Así, Giorgias, llevando a extremos inauditos la tesis del maestro hace tres famosas
afirmaciones: a) Nada es (apenas es, deja de ser lo que era). b) si algo fuese, no podría
ser conocido. c) Si algo llegase a ser conocido, no podría ser comunicado. Y en el caso
b), porque lo que es, es distinto del pensamiento; y en el caso c), porque el pensamiento
es algo distinto de la palabra3 “.
En relación de las críticas respecto al apego al dinero, cabe señalar que se hacían pagar
muy bien sus lecciones de lógica, gramática, retórica, jurisprudencia, etc.
Para abordar los valores trascendencia, verdad y bien en la cultura Latina es preciso tener
en cuenta que Roma partió siendo una pequeña ciudadela a las orillas del Tíber y terminó
siendo un imperio que aglutinó a más de ochenta millones de habitantes y que dominó un
territorio que llegó a ocupar casi todo Europa, Asia Menor, todos los territorios del cercano
oriente y el norte de África, desde Siria a Marruecos.
¿Por qué es necesario considerar este aspecto que a simple vista no tiene vinculación
alguna con las concepciones valóricas de un pueblo? La respuesta es que la expansión
territorial que lideraron e iniciaron los romanos, trajo enormes consecuencias culturales,
políticas, sociales y legales tanto para ellos como para los pueblos que quedaron al
interior de los límites del imperio, dándose con esto una evolución en las concepciones
que tenían respecto de los valores antes señalados.
“La importancia histórica del imperio radica, precisamente, en haber creado con los
diversos pueblos de la cuenca mediterránea una sola nación. El genio organizador
aceleró esa obra de unificación. De un extremo a otro del imperio, los romanos trazaron
carreteras por las cuales se podía transitar con seguridad. Donde quiera que
conquistaron, levantaron ciudades con edificios magníficos, teatros, templos, foros y
termas que fueron focos poderosos de romanización. Las fronteras del imperio estaban
defendidas por las legiones, que impedían la irrupción de los bárbaros y aseguraban la
Un poeta de la época, el galo Rutilio Namaciano, es aún más claro y enfático que los
citados autores, ya que le asigna, al Imperio Romano, la categoría de patria para todos
sus habitantes.
“No te detuvieron las abrasadoras arenas de Libia, ni te repelieron las regiones extremas
armadas de hielo. Hiciste una sola patria de gentes diversas, favoreció al sin ley
convertirse en tu tributario porque tú transformaste a los hombres en ciudadanos e hiciste
una ciudad de lo que antes no era más que un globo” (en Viscontea 1983. P. 87).
Surge frente a estas aseveraciones la pregunta ¿por qué el pueblo romano triunfante no
hizo prevalecer su cultura en el imperio, sino que optó por la tolerancia? Una respuesta,
seguramente no la única, radica en las costumbres originales del pueblo romano y la
necesidad de que éste tomara las armas para conquistar y mantener la conquista. Las
costumbres originales se relacionan con este fenómeno porque la nación que dio forma a
Roma y se liberó de los Etruscos, era una nación de características rurales, que vivía en
un rico contacto con la naturaleza y especialmente con la tierra, que constituía su principal
fuente de riqueza. Su religión era muy simple y básica, fundamentada en los antepasados
de cada familia, por lo mismo el pater familias lideraba los ritos en honor de sus
antepasados, a los que había que serles siempre fiel, porque de lo contrario se volvían en
contra. Las ciudades no eran espectaculares, sino que sólo servían para lo que estaban
hechas, no había interés por el lujo ni la sofisticación. En síntesis las costumbres y
tradiciones de los romanos eran simples, sencillas y pragmáticas.
Es importante aclarar que aquí no se pretende señalar que los romanos estuvieran
desprovistos de la capacidad de incorporar elementos propios a la cultura latina y que el
imperio haya sido un rompecabezas compuesto por piezas inconexas e independientes
unas de otras desde el punto de vista cultural, sino que lo que se pretende destacar es
que los romanos tuvieron la capacidad de incorporar los elementos culturales que
consideraron provechosos para el imperio y los difundieron por todas sus provincias. Para
ser más justos habría que decir que los romanos se nutrieron de las riquezas espirituales
de los pueblos conquistados y se inspiraron en ellos para crear. Michael Grant (1996) y
Rafael Vargas Hidalgo (2006) son muy enfáticos en este sentido. Este último señala que
Johann Joachim, al acuñar el término “arquitectura clásica”, hizo un grave daño a la
comprensión de la antigua arquitectura romana. En tanto que el primero culpa a los
“helenistas” de desperfilar el arte romano, ya que investigadores como Arnold Gomme lo
calificaron como arte de “segunda fila”, en relación al griego. Grant en ningún caso niega
que el imperio Romano se haya convertido en un catalizador y un difusor de las culturas
incorporadas a sus límites, pero asegura que generaron expresiones culturales propias o
que se inspiraron en elementos culturales nuevos, para desde allí incorporar su capacidad
creadora.
“Su genio político los capacitó para asumir el dominio de Occidente civilizado, Asia
occidental inclusive, ampliarlo hasta el Danubio, el Sahara, las costas oceánicas, y
proporcionar los medios y la oportunidad para una equivalente expansión de ideas y
formas. Pero estas ideas y formas no eran las suyas o sólo las suyas [...] El arte y
arquitecturas romanas no son arte y arquitectura griega de segunda fila; son distintos en
su propósito y en sus logros, no son mera repetición de unos mismos valores” (Grant
1996, p. 432).
También es importante aclarar, que si bien es cierto, los romanos permitieron en términos
generales, a todos los pueblos mantener vigentes sus expresiones culturales y que, por lo
mismo, el imperio se nutrió de esta diversidad, también es cierto señalar que la civilización
griega fue la que hizo sentir con mayor fuerza su influencia en el imperio, en especial en
disciplinas como la filosofía.
“Desde principios del siglo II antes de Jesucristo, sabios griegos marchaban a Roma – el
pueblo joven y rico que irrumpía en la vida mediterránea – como preceptores de las
grandes familias patricias. Roma conquistó a Grecia en ese siglo y se apropió de la
cultura griega, que, a partir de esta época, se conoce con el nombre de greco-latina. La
filosofía romana es así una prolongación de la griega” (Gambra 2001, p. 84).
Efectivamente los romanos, hasta la llegada de los cristianos (a los que nos referiremos
en la próxima sesión, siguiendo a Agustín de Hipona), fundaron sus principios filosóficos
en el enfoque griego, inclinándose por las escuelas griegas estoica y epicúrea. Ambas
escuelas, dadas sus características no tuvieron gran preocupación por el tema de la
verdad, el bien y la trascendencia, más bien, debido a su contenido, le dieron un
tratamiento superficial.
El estoicismo proponía como el supremo bien la capacidad del hombre de vivir conforme a
su naturaleza. Esto consistía en buscar su espíritu y su libertad interior en la propia e
individual interioridad, dejando de lado las explicaciones de lo que ocurría en el mundo, ya
que sólo la divinidad era capaz de explicar el universo en su integridad. Por lo tanto, el
sabio estoico era quien, asumiendo que no podía más que dar cuenta de su propia
interioridad, debía abandonar toda pretensión de cambiar el inexorable futuro.
El criterio de verdad estaba dado sólo por el ejercicio de los sentidos, que se constituían
en las herramientas que entregaban la información necesaria (sensismo). La verdad no se
encontraba conectándose con el mundo, sino en la imperturbabilidad y la absoluta
autarquía, que se lograba con el ascetismo y la austeridad, es decir alejándose de las
pasiones mundanas y buscando el contacto con el alma del universo a través del
ensimismamiento. El ideal moral de una vida sin pasiones ni sufrimientos adquiriría así un
lugar central dentro de la consideración estoica del bien.
En cuanto a la trascendencia el epicureismo planteaba que el alma era materia, más fina
y sutil, pero al fin y al cabo materia, por lo tanto, al no reconocer la existencia de lo
espiritual, éste era un tema que estaba fuera de su doctrina.
Tanto Séneca, el máximo exponente del estoicismo en el Imperio Romano, como Lucrecio
representante del epicureismo, intentaron dar algo más de esperanza al ser humano,
dentro del contexto de las doctrinas a las que adscribieron. Lucrecio se permitió en su
poema De rerum natura (De la naturaleza de las cosas) dar algo de calidez y sentido
humano a una visión tan deshumanizada como es la de la concepción atomista y
mecanicista del universo, propia del epicureismo. Séneca, en tanto, intentó que la ética
estoica se convirtiera en una fuente de paz y consuelo para los hombres, de hecho el
sabio estoico, en su obra, dejó de ser aquel sabio teórico, inflexible, imperturbable,
alejado de la sociedad y ensimismado, sino que se convirtió en un sabio que humanizó la
teoría, la puso al servicio del hombre y no se ocultó en su reflexión personal, sino que la
puso al servicio de los demás. Tanto fue así que su doctrina moral se acercó a la
cristiana, por lo que se ha planteado que pudo haber existido una relación epistolar entre
Pablo y Séneca e incluso una conversión de éste, pero que ha sido descartado por los
especialistas.
Bibliografía:
Grant, Michael. 1996 Historia de las civilizaciones Tomo Nº 3. Alianza Editorial. Madrid
Secco Ellauri, Oscar y Baridon, Pedro. 1993 Historia Universal: Roma. Editorial Kapelusz.
Buenos Aires.
Vargas Hidalgo, Rafael. 2006 El cantar de los olivos. Ediciones Chile América-Cesoc.
Santiago de Chile.
Viscontea 1983. Historia de las Grandes Civilizaciones. Editorial Viscontea. Buenos Aires.