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Mi Selección de Microrrelatos
Mi Selección de Microrrelatos
Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolios y, antes de
comenzar la tarea diaria, escribo una línea en la larga carta donde, desde hace catorce años, explico
minuciosamente las razones de mi suicidio.
La cueva
Cuando era niño me encantaba jugar con mis hermanas debajo de las colchas de
la cama de mis papás. A veces jugábamos a que era una tienda de campaña y otras
nos creíamos que era un iglú en medio del polo, aunque el juego más bonito era el
de la cueva. ¡Qué grande era la cama de mis papás! Una vez cogí la linterna de la
mesa de noche y le dije a mis hermanas que me iba a explorar el fondo de la cueva.
Al principio se reían, después se pusieron nerviosas y terminaron llamándome a
gritos. Pero no les hice caso y seguí arrastrándome hasta que dejé de oír sus
chillidos. La cueva era enorme y cuando se gastaron las pilas ya fue imposible
volver. No sé cuántos años han pasado desde entonces, porque mi pijama ya no
me queda y lo tengo que llevar amarrado como Tarzán.
He oído que mamá ha muerto.
Fernando Iwasaki (Lima, 1961), Ajuar funerario (Páginas de Espuma, 2004)
Agujero negro
El hombre pasea por la playa solitaria y encuentra, depositada en la orilla por las
olas, una botella de cristal negro, con una señal muy extraña impresa en su tapón.
Mientras lo desenrosca, el hombre piensa en sus lecturas de niño: el genio cautivo,
los mensajes de náufragos. Abierta, la botella inicia una violentísima inhalación que
aspira todo lo que la rodea, el hombre, la playa, las montañas, los pueblos, el mar,
los veleros, las islas, el cielo, las nubes, el planeta, el sistema solar, la Vía Láctea,
las galaxias. En pocos instantes, el universo entero ha quedado encerrado dentro
de la botella. El movimiento ha sido tan brusco que se me ha caído la pluma de la
mano y han quedado descolocados todos mis papeles. Recupero la pluma, ordeno
los folios, empiezo a escribir otra vez la historia del hombre que pasea por la playa
solitaria.
EL DINOSAURIO
...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba
viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los
amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la
escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había
cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida
que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.
Espiral
[Minicuento - Texto completo.]
La cueva de Montesinos
[Minicuento - Texto completo.]
Soñó don Quijote que llegaba a un transparente alcázar y Montesinos en persona -blancas
barbas, majestuoso continente- le abría las puertas. Solo que cuando Montesinos fue a hablar
don Quijote despertó. Tres noches seguidas soñó lo mismo, y siempre despertaba antes de
que Montesinos tuviera tiempo de dirigirle la palabra. Poco después, al descender don Quijote
por una cueva, el corazón le dio un vuelco de alegría: ahí estaba nada menos que el alcázar
con el que había soñado. Abrió las puertas un venerable anciano al que reconoció
inmediatamente: era Montesinos.
-¿Me dejarás pasar? -preguntó don Quijote.
-Yo sí, de mil amores -contestó Montesinos con aire dudoso-, pero como tienes el hábito de
desvanecerte cada vez que voy a invitarte…
FIN
La muerte
[Minicuento - Texto completo.]
La automovilista (negro el vestido, negro el pelo, negros los ojos pero con la cara tan pálida
que a pesar del mediodía parecía que en su tez se hubiese detenido un relámpago) la
automovilista vio en el camino a una muchacha que hacía señas para que parara. Paró.
-¿Me llevas? Hasta el pueblo no más -dijo la muchacha.
-Sube -dijo la automovilista. Y el auto arrancó a toda velocidad por el camino que bordeaba
la montaña.
-Muchas gracias -dijo la muchacha con un gracioso mohín- pero ¿no tienes miedo de levantar
por el camino a personas desconocidas? Podrían hacerte daño. ¡Esto está tan desierto!
-No, no tengo miedo.
-¿Y si levantaras a alguien que te atraca?
-No tengo miedo.
-¿Y si te matan?
-No tengo miedo.
-¿No? Permíteme presentarme -dijo entonces la muchacha, que tenía los ojos grandes,
límpidos, imaginativos y enseguida, conteniendo la risa, fingió una voz cavernosa-. Soy la
Muerte, la M-u-e-r-t-e.
La automovilista sonrió misteriosamente.
En la próxima curva el auto se desbarrancó. La muchacha quedó muerta entre las piedras. La
automovilista siguió a pie y al llegar a un cactus desapareció.
FIN
La pierna dormida
[Minicuento - Texto completo.]
Esa mañana, al despertarse, Félix se miró las piernas, abiertas sobre la cama, y, ya dispuesto
a levantarse, se dijo: “y si dejara la izquierda aquí?” Meditó un instante. “No, imposible; si
echo la derecha al suelo, seguro que va a arrastrar también la izquierda, que lleva pegada.
¡Ea! Hagamos la prueba.”
Y todo salió bien. Se fue al baño, saltando en un solo pie, mientras la pierna izquierda siguió
dormida sobre las sabanas.
FIN
Tabú
[Minicuento - Texto completo.]
Cuento de horror
[Minicuento - Texto completo.]
Marco Denevi
La señora Smithson, de Londres (estas historias siempre ocurren entre ingleses) resolvió
matar a su marido, no por nada sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de
matrimonio. Se lo dijo:
-Thaddeus, voy a matarte.
-Bromeas, Euphemia -se rió el infeliz.
-¿Cuándo he bromeado yo?
-Nunca, es verdad.
-¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio?
-¿Y cómo me matarás? -siguió riendo Thaddeus Smithson.
-Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la
comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera,
aprovecharé cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata,
conectaré a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos.
El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito.
Enfermó del corazón, del sisema nervioso y de la cabeza. Seis meses después falleció.
Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció a Dios haberla librado de ser
una asesina.
FIN
Cuento policial
[Minicuento - Texto completo.]
Marco Denevi
Rumbo a la tienda donde trabajaba como vendedor, un joven pasaba todos los días por delante
de una casa en cuyo balcón una mujer bellísima leía un libro. La mujer jamás le dedicó una
mirada. Cierta vez el joven oyó en la tienda a dos clientes que hablaban de aquella mujer.
Decían que vivía sola, que era muy rica y que guardaba grandes sumas de dinero en su casa,
aparte de las joyas y de la platería. Una noche el joven, armado de ganzúa y de una linterna
sorda, se introdujo sigilosamente en la casa de la mujer. La mujer despertó, empezó a gritar
y el joven se vio en la penosa necesidad de matarla. Huyó sin haber podido robar ni un alfiler,
pero con el consuelo de que la policía no descubriría al autor del crimen. A la mañana
siguiente, al entrar en la tienda, la policía lo detuvo. Azorado por la increíble sagacidad
policial, confesó todo. Después se enteraría de que la mujer llevaba un diario íntimo en el
que había escrito que el joven vendedor de la tienda de la esquina, buen mozo y de ojos
verdes, era su amante y que esa noche la visitaría.
FIN
Marco Denevi
Vivía en El Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchuelo y de
Francisca Nogales. Como hubiese leído novelas de caballería, porque era muy alfabeta, acabó
perdiendo la razón. Se hacía llamar Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presencia las
gentes se arrodillasen y le besaran la mano, se creía joven y hermosa pero tenía treinta años
y pozos de viruelas en la cara. Se inventó un galán a quien dio el nombre de don Quijote de
la Mancha. Decía que don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de lances y
aventuras, al modo de Amadís de Gaula y de Tirante el Blanco, para hacer méritos antes de
casarse con ella. Se pasaba todo el día asomada a la ventana aguardando el regreso de su
enamorado. Un hidalgo de los alrededores, un tal Alonso Quijano, que a pesar de las viruelas
estaba prendado de Aldonza, ideó hacerse pasar por don Quijote. Vistió una vieja armadura,
montó en su rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario don Quijote.
Cuando, confiando en su ardid, fue al Toboso y se presentó delante de Dulcinea, Aldonza
Lorenzo había muerto.
FIN
El emperador de China
[Minicuento - Texto completo.]
Marco Denevi
Marco Denevi
Hasta el fin de sus días Perseo vivió en la creencia de que era un héroe porque había matado
a la Gorgona, a aquella mujer terrible cuya mirada, si se cruzaba con la de un mortal,
convertía a este en una estatua de piedra. Pobre tonto. Lo que ocurrió fue que Medusa, en
cuanto lo vio de lejos, se enamoró de él. Nunca le había sucedido antes. Todos los que,
atraídos por su belleza, se habían acercado y la habían mirado en los ojos, quedaron
petrificados. Pero ahora Medusa, enamorada a su vez, decidió salvar a Perseo de la
petrificación. Lo quería vivo, ardiente y frágil, aun al precio de no poder mirarlo. Bajó, pues,
los párpados. Funesto
error el de esta Gorgona de ojos cerrados: Perseo se aproximará y le cortará la cabeza.
FIN
Marco Denevi
El peligro está en que, más tarde o más temprano, la noticia llegue al Toboso.
Llegará convertida en la fantástica historia de un joven apuesto y rico que, perdidamente
enamorado de una dama tobosina, ha tenido la ocurrencia (para algunos, la locura) de hacerse
caballero andante. Las versiones, orales y disímiles, dirán que don Quijote se ha prendado de
la dama sin haberla visto sino una sola vez y desde lejos. Y que, ignorando cómo se llama,
le ha dado el nombre de Dulcinea. También dirán que en cualquier momento vendrá al
Toboso a pedir la mano de Dulcinea. Entonces las mujeres del Toboso adoptan un aire
lánguido, ademanes de princesa, expresiones soñadoras, posturas hieráticas. Se les da por
leer poemas de un romanticismo exacerbado. Si llaman a la puerta sufren un soponcio. Andan
todo el santo día vestidas de lo mejor. Bordan ajuares infinitos. Algunas aprenden a cantar o
a tocar el piano. Y todas, hasta las más feas, se miran en el espejo y hacen caras. No quieren
casarse. Rechazan ventajosas propuestas de matrimonio. Frunciendo la boca y mirando lejos,
le dicen al candidato: “Disculpe, estoy comprometida con otro”. Si sus padres les preguntan
a qué se debe esa actitud, responden: “No pretenderán que me case con un cualquiera”. Y
añaden: “Felizmente no todos los hombres son iguales”. Cuando alguien narra en su
presencia la última aventura de don Quijote, tienen crisis histéricas de hilaridad o de llanto.
Ese día no comen y esa noche no duermen. Pero el tiempo pasa, don Quijote no aparece y las
mujeres del Toboso han empezado a envejecer. Sin embargo, siguen bordando al extremo de
leer el libro de Cervantes y juzgarlo un libelo difamatorio.
FIN
Esquina peligrosa
[Minicuento - Texto completo.]
Marco Denevi
El señor Epidídimus, el magnate de las finanzas, uno de los hombres más ricos del mundo,
sintió un día el vehemente deseo de visitar el barrio donde había vivido cuando era niño y
trabajaba como dependiente de almacén.
Le ordenó a su chofer que lo condujese hasta aquel barrio humilde y remoto. Pero el barrio
estaba tan cambiado que el señor Epidídimus no lo reconoció. En lugar de calles de tierra
había bulevares asfaltados, y las míseras casitas de antaño habían sido reemplazadas por
torres de departamentos.
Al doblar una esquina vio el almacén, el mismo viejo y sombrío almacén donde él había
trabajado como dependiente cuando tenía doce años.
-Deténgase aquí. -le dijo al chofer. Descendió del automóvil y entró en el almacén. Todo se
conservaba igual que en la época de su infancia: las estanterías, la anticuada caja registradora,
la balanza de pesas y, alrededor, el mudo asedio de la mercadería.
El señor Epidídimus percibió el mismo olor de sesenta años atrás: un olor picante y agridulce
a jabón amarillo, a aserrín húmedo, a vinagre, a aceitunas, a acaroína. El recuerdo de su niñez
lo puso nostálgico. Se le humedecieron los ojos. Le pareció que retrocedía en el tiempo.
Desde la penumbra del fondo le llegó la voz ruda del patrón:
-¿Estas son horas de venir? Te quedaste dormido, como siempre.
El señor Epidídimus tomó la canasta de mimbre, fue llenándola con paquetes de azúcar, de
yerba y de fideos, con frascos de mermelada y botellas de lavandina, y salió a hacer el reparto.
La noche anterior había llovido y las calles de tierra estaban convertidas en un lodazal.
FIN
Génesis
[Minicuento - Texto completo.]
Marco Denevi
La hormiga
[Minicuento - Texto completo.]
Marco Denevi
Un día las hormigas, pueblo progresista, inventan el vegetal artificial. Es una papilla fría y
con sabor a hojalata. Pero al menos las releva de la necesidad de salir fuera de los
hormigueros en procura de vegetales naturales. Así se salvan del fuego, del veneno, de las
nubes insecticidas. Como el número de las hormigas es una cifra que tiende constantemente
a crecer, al cabo de un tiempo hay tantas hormigas bajo tierra que es preciso ampliar los
hormigueros. Las galerías se expanden, se entrecruzan, terminan por confundirse en un solo
Gran Hormiguero bajo la dirección de una sola Gran Hormiga. Por las dudas, las salidas al
exterior son tapiadas a cal y canto. Se suceden las generaciones. Como nunca han franqueado
los límites del Gran Hormiguero, incurren en el error de lógica de identificarlo con el Gran
Universo. Pero cierta vez una hormiga se extravía por unos corredores en ruinas, distingue
una luz lejana, unos destellos, se aproxima y descubre una boca de salida cuya clausura se ha
desmoronado. Con el corazón palpitante, la hormiga sale a la superficie de la tierra. Ve una
mañana. Ve un jardín. Ve tallos, hojas, yemas, brotes, pétalos, estambres, rocío. Ve una rosa
amarilla. Todos sus instintos despiertan bruscamente. Se abalanza sobre las plantas y empieza
a talar, a cortar y a comer. Se da un atracón. Después, relamiéndose, decide volver al Gran
Hormiguero con la noticia. Busca a sus hermanas, trata de explicarles lo que ha visto, grita:
“Arriba… luz… jardín… hojas… verde… flores…” Las demás hormigas no comprenden
una sola palabra de aquel lenguaje delirante, creen que la hormiga ha enloquecido y la matan.
(Escrito por Pavel Vodnik un día antes de suicidarse. El texto de la fábula apareció en el
número 12 de la revista Szpilkiy le valió a su director, Jerzy Kott, una multa de cien znacks.)
FIN
La soledad
[Minicuento - Texto completo.]
Marco Denevi