Fundamentos hermenéuticos de la Estética de la Recepción IV
EL NUEVO CONCEPTO DE EXPERIENCIA ESTÉTICA.
«Lo que caracteriza a la experiencia estética actual… es el cuestionamiento de
los efectos de la aisthesis clásica, y no el apocalíptico “fin del arte”, con el que, en fecha reciente, tanta lata se ha dado. Evidentemente siguen sin cumplirse las esperanzas que, hace cuarenta años, Walter Benjamin quería derivar de la superación del arte autónomo: es decir, que, de las técnicas y los medios modernos de reproducción, resultara no sólo la destrucción del aura y la contemplación solitaria de la obra clásica, sino también un cambio absolutamente positivo, consistente en la ”explicación profana de una inspiración estética, ya no esotérica, sino abierta a las masas y con praxis política”. De la decadencia del aura ha surgido, entre tanto (para el arte de masas liberado y para la recepción colectiva del arte), un “sentido para lo homogéneo del mundo”, pero no se ha llegado a alcanzar una nueva –y a la vez comunicativa- experiencia sensorial que no tenga continuamente que afirmarse ante los imperativos de la adaptación al mundo del consumo.»
En un intento de descubrir aquellos efectos de la experiencia estética que han
sido ignorados por la teoría ontológica del arte y por la estética de la negatividad, Jauss expone su tesis principal de que la conducta estéticamente placentera (que es, al mismo tiempo, liberación de y para algo) se logra de tres maneras: Por la consciencia productiva, que crea un mundo como su propia obra (poiesis). Por la consciencia receptiva, que aprovecha la oportunidad de renovar su percepción interna y externa de la realidad (aisthesis). Por la aceptación de un juicio impuesto por la obra o la identificación con normas de conducta prescritas que, sin embargo, siguen siendo determinantes, abriéndose con esto la experiencia subjetiva a la intersubjetiva.
La poiesis, en el sentido aristotélico del “saber poiético”, se refiere al placer
producido por la obra hecha por uno mismo; san Agustín lo reserva para Dios, y, desde el Renacimiento, venía siendo reivindicado como uno de los rasgos distintivos del arte autónomo. Poiesis –en tanto que experiencia básica estético-productiva– corresponde a la definición hegeliana del arte, según la cual el hombre puede, mediante la creación artística, satisfacer su necesidad general de ser y estar en el mundo y sentirse en él como en casa, al quitarle al mundo exterior su fría extrañeza y convertirlo en obra propia, alcanzando en esa actividad un saber, que se diferencia tanto del reconocimiento conceptual de la ciencia como de la praxis utilitaria de la manufactura en serie.
«…con el dar forma a lo bello en el trabajo puede satisfacerse aquella necesidad
general del hombre de ser ciudadano del mundo y sentirse en él como en casa que, según la estética de Hegel, sólo el arte podía satisfacer… De hecho, de la obra de arte de cualquier época puede decirse que el hombre, en ella, puede oponerse libremente a su producto. Y esto resulta válido tanto para el productor (para el cual, el producto de su trabajo en la obra de arte no puede convertirse en un poder que le resulte extraño) como para el receptor, dado que la necesidad o el placer pierden, en la experiencia estética, su naturaleza egoísta.» La aisthesis puede designar aquel placer estético del ver reconociendo y del reconocer viendo, que Aristóteles explicaba a partir de la doble raíz de placer que produce lo imitado; la palabra aisthesis (que, en la estética aristotélica, carecía de un sentido propio y no tenía el significado básico de reconocimiento producido por una percepción sensorial y un sentir) constituye, sin embargo, el punto de partida de la ciencia especial de la estética fundamentada por Baumgarten. La aisthesis –entendida como la experiencia básica estético- receptiva– corresponde a las diferentes definiciones del arte como “pura visibilidad” (K. Fiedler), que entienden la recepción placentera del objeto estético: Como un acto de ver reforzado, desconceptuado o renovado por el distanciamiento. Como un observar desinteresadamente la plenitud del objeto. Como experiencia de la compleja exactitud perceptiva, con la que se confiere carta de naturaleza al reconocimiento sensorial frente a la primacía del reconocimiento conceptual.
«Mientras que el arte preautónomo, en sus manifestaciones marginales, sólo
podía dividirse atendiendo a sus funciones de entretenimiento o a las puramente estéticas, la contraposición creciente entre una producción artística exclusivamente de consumo y otra sólo de reflexión, es lo que, a partir del ”final del período artístico”, caracterizará la praxis estética. La estética esotérica y la exotérica de la Modernidad quedaron por completo separadas, debido a la tan distinta valoración que, de esta opción, hacen W. Benjamin y Th. W. Adorno. Desde entonces, la cuestión de cómo puede superarse el abismo existente entre arte de masas y vanguardia esotérica, sigue siendo el problema capital de la teoría estética.»
En Aristóteles y Gorgias, la catarsis es aquel placer de las emociones propias,
provocadas por la retórica o la poesía, que son capaces de llevar al oyente y/o al espectador tanto al cambio de sus convicciones como a la liberación de su ánimo. La catarsis –en tanto que experiencia básica estético-comunicativa– corresponde tanto a la utilización práctica de las artes para su función social –la comunicación, inauguración y justificación de normas de conducta– como a la ideal determinación, que todo arte autónomo tiene, de liberar al observador de los intereses prácticos y de las opresiones de su realidad cotidiana, y de trasladarle a la libertad estética del juicio, mediante la autosatisfacción en el placer ajeno.
«Por eso, la identificación estética no equivale a la adopción pasiva de un
modelo idealizado de conducta, sino que se realiza en un movimiento de vaivén entre el observador, estéticamente liberado, y su objeto irreal. Ello sucede cuando el sujeto que disfruta estéticamente, adopta toda una escala de posturas (tales como el asombro, admiración, emoción, compasión, enternecimiento, llanto, risa, distanciamiento, reflexión) e introduce, en su mundo personal, la propuesta de un modelo, aunque también puede dejarse llevar por la fascinación del simple placer de mirar, o caer en una imitación involuntaria… La historia del concepto Catharsis parece algo así como el intento, siempre renovado, de romper la evidencia inmediata de la identificación estética y de imponer al receptor un esfuerzo de negación para liberar su reflexión estética y moral frente a la fascinación de lo imaginario.» La poiesis, la aisthesis y la catarsis, consideradas como las tres categorías básicas de la experiencia estética, no deben ser entendidas, jerárquicamente, como una articulación de planos, sino como una relación de funciones independientes: nosotros no podemos retrotraer las unas a las otras, pero ellas sí pueden establecer entre sí una relación de causas. El artista puede adoptar, para con su propia obra, el papel de observador o de lector, pudiendo experimentar, en la contradicción, el cambio de actitud que hay de la poiesis a la aisthesis, ya que no puede, a la vez, producir e interpretar, escribir y leer. Cuando el lector contemporáneo y la generación posterior de lectores interpreta el texto, el hiato de la poiesis se hará patente al no poder el autor unir la recepción a la intención con que él había creado la obra: la obra perfecta desarrolla, en la aisthesis progresiva y en su explicación, la plenitud de su significado, que supera ampliamente su horizonte originario. La relación causal de poiesis y catarsis puede ir dirigida tanto al destinatario, que debe ser transformado o educado por la estructura de efectos del texto, como al propio productor. el autor puede tematizar el poetizar del poetizar, como si la liberación de su ánimo fuera un efecto de la actividad poética en el que la ficción anula el hiato entre emoción y distanciamiento del que escribe.
La función catártica no es la única transmisora de la capacidad comunicativa de
la experiencia estética: también la transmite la aisthesis, cuando el observador, en un acto contemplativo que renueva su percepción, capta lo percibido como una comunicación del mundo ajeno, o cuando, en el juicio estético, aprehende una norma de conducta. Por otra parte, la actividad aisthética puede convertirse en poiesis: el observador puede considerar un objeto estético como imperfecto, abandonar su postura contemplativa y convertirse en co-creador de la obra, con lo que perfecciona la concretización de su figura y su significación. Por último, la experiencia estética puede incluirse en el proceso de formación estética de la identidad: así, cuando el lector acompaña su actividad aisthética con la reflexión sobre su propio devenir –la validez del texto no procede de la autoridad de su autor, sino de la confrontación con nuestra historia vital, de la que nosotros somos autores, pues cada uno es autor de la historia de su vida.
La comunicación literaria mantiene, en todas sus dependencias funcionales, el
carácter de experiencia estética, siempre y cuando la actividad poiética, aisthética o catártica no deje de producir un comportamiento placentero.
«Esta situación, vacilante entre el puro placer de los sentidos y la simple
reflexión, ha sido descrita, de la manera más gráfica, en un aforismo e Goethe, que, muy cercano a la teoría moderna del arte, anticipa también la conversión poiética de la aisthesis. Hay tres tipos de lector: el que disfruta sin juicio; el que, sin disfrutar, enjuicia, y otro, intermedio, que enjuicia disfrutando y disfruta enjuiciando; éste es el que de verdad reproduce una obra de arte convirtiéndola en algo nuevo.»