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EL LENGUAJE COMO PROBLEMA FILOSÓFICO

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EL LENGUAJE COMO PROBLEMA FILOSÓFICO

Indicadores de desempeño:
1. Explica los diferentes planteamientos filosóficos sobre la relación entre el lenguaje, el
pensamiento y la realidad.
2. Sintetiza, a partir de las discusiones filosóficas, una concepción sobre la función y la
estructura del lenguaje.
3. Critica concepciones de la realidad difundidas por los medios de comunicación, con base en
el análisis filosófico del lenguaje.

“La pregunta filosófica por el lenguaje es en el fondo tan antigua como la pregunta por la
naturaleza y por el origen del Ser”
(CASSIRER, Ernst. Philosophie der symbolischen Formen, p. 55).

Introducción

En los grados anteriores estudiamos ámbitos de la filosofía que se ocupaban de la


comprensión del mundo, del ser humano, de la sociedad y de la razón misma; pero pocas
veces habíamos vuelto la atención sobre el vehículo del pensamiento que se empeñaba en esa
comprensión, esto es, el lenguaje. Todas nuestras interpretaciones de la realidad están hechas
de lenguaje y se construyen a través del lenguaje, pues son elaboraciones discursivas.
Lenguaje y pensamiento son inseparables; de hecho, en el español antiguo se usaba la palabra
“discurrir” para referirse al “pensar”. El fruto del discurrir (el pensamiento) es el discurso. En
efecto, nos hacemos conscientes de nuestros pensamientos y emociones tan pronto como los
nombramos, a tal punto que solemos decir, cuando no comprendemos bien un sentimiento que
se agita en nuestro interior, que no encontramos palabras para él, queriendo decir que no
somos plenamente conscientes de su contenido.
Pensar es, pues, al menos inicialmente, “apalabrar”. Apalabramos la realidad y nos
apalabramos a nosotros mismos inmersos en ella; más aún, nuestra relación con la realidad
está mediada por las palabras, por la predicación que se forma en las oraciones, por el
lenguaje. Hay incluso elementos de la realidad que sólo adquieren la condición de entidades
objetivas en la medida en que son nombrados lingüísticamente. Así, por ejemplo, la palabra
“viento” convierte en cosa objetiva algo que en sí mismo no existe más que como el
movimiento de moléculas de gas en la atmósfera; para ser precisos, tendríamos que decir algo
como “millones de partículas de gas chocaron contra mi piel”, pero nuestro lenguaje nos
permite decir “el viento me acarició”, haciendo de ese fenómeno complejo un sujeto individual
capaz de actuar. Percibimos que: “el viento agita los árboles”, “el viento trae un perfume
lejano”, “se fue el viento”, como lo observaríamos de un ser animado, de un perro o un mono;
pero, ¿no es acaso una percepción fundada sólo en la condición gramatical de sujeto que
nuestro lenguaje le confiere al viento?
Este ejemplo del viento puede parecer banal; pero podemos pensar en realidades de mayor
relevancia filosófica, como nuestras nociones de “tiempo”, de “nada”, de “ser”, de “humanidad”
o de “cultura”, por mencionar sólo algunas. Asimismo, hay cosas que nos resultan impensables
porque no contamos con las palabras para categorizarlas adecuadamente en nuestra lengua.
Un ejemplo notable se presenta justamente cuando reflexionamos sobre la nada. En francés
existen dos palabras que se traducen en español como “nada”: rien y néant; pero el significado
de las dos es radicalmente distinto. Rien indica la ausencia de algo (es lo que me queda si
tengo dos manzanas, me como una y regalo la otra); néant se refiere al no ser, al absoluto
vacío existencial (La Nada). Esta distinción, de profundo valor metafísico, nos resulta
inaccesible por nuestra condición lingüística. Pero lo mismo les ocurre a los hablantes del
inglés, del alemán o del francés cuando se trata de comprender la distinción entre la esencia y
el estado de algo, pues sus verbos to be, sein y être significan indistintamente ser o estar.
Cuando nos admiramos de esta condición lingüística de todo lo humano y alcanzamos a
vislumbrar sus límites, nacen las preguntas que dan origen a la filosofía del lenguaje: ¿Cómo
interviene el lenguaje en nuestra relación con el mundo? ¿Hasta dónde nuestras palabras
condicionan nuestro conocimiento? ¿Es posible pensar sin recurrir a las palabras? ¿Cómo es
posible que las palabras comuniquen lo íntimo de nuestras experiencias?...

1. La pregunta por el lenguaje antes de la Filosofía del lenguaje

“Comenzando por los presocráticos, muchos pensadores griegos equipararon de algún


modo “lenguaje” y “razón”: ser un “animal racional” significaba en gran parte ser un
“ente capaz de hablar” y, al hablar, reflejar el universo. Con lo cual el universo podía
hablar, por así decirlo, de sí mismo a través del hombre. El lenguaje es o un momento
del logos o es el logos mismo. El logos-lenguaje era así equivalente a la estructura
inteligible de la realidad.” (FERRATER MORA, José. Diccionario de Filosofía, p. 2100).

Para los presocráticos el problema frecuentemente era si el lenguaje tenía una


conexión natural o meramente convencional con las cosas. El Cratilo de Platón, obra
en la que dialogan un naturalista (Cratilo) y un convencionalista (Hermógenes) recoge
los argumentos de esa discusión; pero más allá de tomar partido por una de las dos, la
genialidad de Platón está en reconocer que la filosofía debe interesarse no tanto por
las palabras tomadas aisladamente, cuanto por la función predicativa que resulta de
unir un sustantivo con un verbo, pues esta unión (la oración) es la verdadera unidad
básica del discurso, que, además de nombrar, dice algo acerca de la realidad y por
tanto puede juzgarse en términos de verdad o falsedad, mientras que una palabra
aislada no es ni verdadera ni falsa en sí misma.

Con Aristóteles, además de los dos polos anteriores (lenguaje y realidad), se introduce
un tercero en la discusión: el concepto mental, con el cual se amplía la visión del
proceso de significación, pues queda claro que las palabras no significan cosas sino
representaciones mentales (las mismas que se forman por abstracción a partir de
impresiones sensibles en el proceso cognitivo). De este modo, el problema del
lenguaje deja de ser sólo gramatical para ser también lógico.

En la Edad Media, el tema del lenguaje se abordó, sobre todo, en la discusión sobre
los universales, que giraba en torno a si los conceptos eran simples abstracciones que
existían sólo en la mente del ser humano (nominalismo) o si remitían a entidades
ideales universales dotadas de existencia real (universalismo); pero, más allá de esto,
no hubo propiamente una filosofía del lenguaje.

En la modernidad fueron especialmente los empiristas quienes se interesaron en el


tema, sobre todo con una actitud de desconfianza hacia el lenguaje, por la cual lo
sometieron a crítica para no caer en sus “trampas”, por ejemplo, la de hacernos creer
que, porque hay un término o una expresión en el lenguaje, hay una realidad
designada por este término o expresión.

Otros pensadores, como Vico y Herder, estudiaron el lenguaje como hecho histórico
social que surge y evoluciona en las culturas. Así mismo, en el s. XIX algunos filósofos
se interesaron por la cuestión del origen del lenguaje, que era resuelta por unos en
perspectiva naturalista (el lenguaje es fruto de la evolución biopsicológica y biosocial
del ser humano) y, por otros, en forma teológica (el lenguaje ha sido concedido por
Dios al hombre).
La reflexión actual se ha ocupado de la relación entre lenguaje, pensamiento y
realidad, que ya había inquietado a Aristóteles y a los estoicos, pero ahora el
tratamiento filosófico del problema se alimenta de los aportes de la ciencia lingüística.

2. El lenguaje bajo el microscopio de la ciencia: la lingüística

En 1916 fue publicado en forma póstuma el Cours de linguistique général de


Ferdinand de Saussure, obra que marca el nacimiento de la Lingüística moderna.
Saussure había trascendido el estudio tradicional de la gramática al introducir la
distinción entre lenguaje (langage), lengua (langue) y habla (parole), con la cual se
pudo separar el estudio de los sistemas o códigos lingüísticos ideales –que
constituyen las lenguas–, de la investigación sobre los actos concretos del discurso
que realizamos al hablar. El objeto de la Lingüística general es la lengua, pero no una
lengua en particular, sino las lenguas en general, en cuanto sistemas de signos
constituidos socialmente y existentes sólo en forma ideal en la mente de los grupos de
hablantes. Por eso, el individuo no puede modificar a su antojo la lengua, en cuanto
estructura abstracta y colectiva; mientras que puede ejecutarla a voluntad en los actos
de habla. Saussure pone en evidencia que el signo es una entidad dual, pues, como
las dos caras de una moneda, está constituido por un significante (la huella acústica o
la imagen gráfica) y un significado (el concepto o imagen mental al que remite). El
significado no es la “cosa” real, sino la idea que tenemos de ella en nuestra mente y
que nos permite diferenciarla de cualquier otro ente; podríamos decir: el significado es
la definición que tenemos de la palabra en nuestro “diccionario mental”.

La inauguración del estudio científico del lenguaje en la Lingüística general dio pie
al surgimiento de otras disciplinas que abordaron el mismo tema desde nuevas
perspectivas: la semántica, que analiza el modo como se produce el significado; la
semiótica, que se especializa en el estudio de los signos y símbolos por medio de
los cuales se expresan los sujetos de una cultura, más allá de lo puramente
lingüístico; la sociolingüística, que estudia el lenguaje en cuanto fenómeno social;
la textolingüística, centrada en el análisis del discurso como expresión real del
lenguaje, y la pragmática, que estudia el lenguaje como práctica humana y
encuentra en el uso la verdadera regla para determinar el significado de las
expresiones.

3. La filosofía vuelve a las palabras: “el giro lingüístico”

A medida que la ciencia se encargó de estudiar los aspectos objetivos del lenguaje,
liberó terreno a la filosofía y le fue explanando el camino para que se dedicara a
comprender el fenómeno lingüístico en un nivel más esencial y más en relación con la
existencia humana.

De hecho, el s. XX conoció una puesta del lenguaje en el centro de la actividad


filosófica, que se ha denominado “el giro lingüístico” y en la que coinciden muy
variadas tendencias filosóficas: los trabajos de lógica de Frege y Russell, en busca de un
lenguaje donde no cupiera la ambigüedad; la interpretación del lenguaje como
representación del conjunto de hechos constitutivos del mundo, propuesta por Ludwig
Wittgenstein en su primera etapa; los estudios fenomenológicos que dedica Husserl al
tema de la significación; los esfuerzos de Heidegger por comprender el Ser a través del
lenguaje, abriendo un derrotero que seguiría luego la hermenéutica de Gadamer y
Ricœur; el análisis del lenguaje ordinario y de los juegos de lenguaje, que abordaron
Wittgenstein en su segunda etapa y la filosofía analítica; el estudio de los actos de habla,
de Austin, quien nos enseñaría “cómo hacer cosas con palabras”, y, por supuesto, el
análisis ético-político de la acción comunicativa emprendido por Habermas. (Estas
corrientes serán objeto de profundización en las guías siguientes).

ACTIVIDADES

Consultando en los textos del aula, responde:

1. ¿En qué consistió la disputa entre el nominalismo y el universalismo? ¿Cuáles eran los
argumentos de cada corriente? ¿Qué implicaciones seguirían de asumir cada una de
esas posturas como cierta? ¿Qué postura te parece más razonable y por qué?
2. En un cuadro comparativo, presenta la concepción del significado de Frege, Saussure
y el segundo Wittgenstein. Después de conocer sus posiciones, ¿cuál sería tu
definición de significado?
3. ¿Qué son, según Austin, los actos de habla? ¿Qué tipos de actos de habla se dan?

Reflexiona:
1. ¿Por qué la relación entre lenguaje, pensamiento y realidad representa un problema para la
filosofía?
2. ¿La estructura del signo planteada por Saussure sirve para explicar cómo funcionan las
metáforas?

Ejemplifica:
En un diálogo que hayas presenciado, establece cómo se presentan los actos locutivos,
ilocutivos y perlocutivos.

Du reste, toute parole étant idée, le temps d’un langage universel viendra!… Cette
langue sera de l’âme pour l’âme, résumant tout, parfums, sons, couleurs…
(Arthur Rimbaud, Carta a Paul Demeny, 15 de mayo de 1871).

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